23 de febrero de 2014 – TO - VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C
"Amad a vuestros enemigos"
-Lev. 19,1-2.17-18
-Sal 102
-1Co
3,16-23
-Mt 5,38-48
Mateo
5,38-48
Dijo Jesús a sus discípulos:
-Sabéis que
está mandado: "Ojo por ojo, diente por diente". Pero yo os
digo: No hagáis frente al que os agravia. Al
contrario, si uno te abofetea
en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que
quiera ponerte pleito para
quitarte la túnica, dale también la capa; quien te
requiera para caminar una
milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al
que te pide prestado, no
lo rehuyas.
Habéis oído
que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.
Yo, en
cambio, os digo:
Amad a
vuestro enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por
los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos
de vuestro Padre que está
en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y
buenos y manda la lluvia a
justos e injustos.
Porque si
amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo
mismo los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros
hermanos, ¿Qué hacéis de
extraordinario? ¿No hacen también lo mismo los
paganos? Por tanto, sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
Comentario
El pasaje
evangélico de este domingo completa la serie de antítesis a
través de las que Jesús en el sermón de la montaña
explica la ley nueva del
Reino. Las dos que consideramos hoy se refieren
directamente a la relación
con el prójimo y explicitan de forma concreta el mandamiento
del amor, punto
clave de la buena nueva.
"Ojo
por ojo..." Jesús toma pie de esta norma existente no sólo en los
Libros del Antiguo Testamento, sino en otras
legislaciones antiguas, para,
por contraste, decir cuál es la actitud de quien
quiere entrar en el Reino
de Dios. La ley del talión intentaba poner un freno
y un límite al instinto
de venganza y era ya un progreso notable contra la
barbarie. Jesús no inten-
ta, sin embargo, completar con nuevas y más
rigurosas normas la ley natural.
Su enseñanza se sitúa en otro plano. Lo que Él pide
es un corazón bueno,
capaz de ahogar en él mismo el deseo de devolver mal
por mal, capaz de
aniquilar en el propio interior la reacción de
venganza para dar cabida al
perdón, a la gratuidad, al amor. No se trata, por
tanto de nuevas normas, de
otros preceptos que en último término serían paradójicos
e impracticables,
sino de entrar en la disposición nueva requerida por
el amor infinito y total
de Dios que lleva a asumir radicalmente la propia condición
humana y la de
los demás, para ir más allá de lo
estrictamente requerido por nuestra razón
o por el sentido común. Es un paso que sólo se puede
cumplir desde la fe.
"Amad
a vuestros enemigos...", es la última de las antítesis e indica
claramente cómo entrar en la lógica del Reino de
Dios implica, en último
término, aceptar y estar dispuesto a imitar el modo
de proceder de Dios, que
supera y transciende nuestro modo de pensar
puramente humano.
El ser
hijos del Padre es para Jesús la razón última y la motivación del
comportamiento que propone a sus seguidores en el sermón
de la montaña. Esto
supone devolver al hombre a su condición primera de
criatura hecha a imagen
de Dios (Gen 1,27). En virtud de esa semejanza y de
la elección del pueblo
de Israel, Dios pedía ya a los israelitas ser
"santos, porque yo, el Señor,
soy santo" (Lev. 19,2).
A esa misma
motivación de fondo se refiere Jesús cuando propone al Padre
"que hace salir el sol sobre buenos y
malos" como modelo de comportamiento
de los que le siguen. En adelante será el único
camino para escapar de una
lógica moralista y mezquina, que encierra al hombre
en una serie de
reacciones predeterminadas por sus instintos o por
las convenciones sociales
y lo tiene prisionero de sus propios intereses.
"No hagáis
frente"
Las normas
recogidas en el sermón de la montaña no son una lista de
prescripciones para aplicar cada una en el caso que
corresponda. Revelan más
bien el espíritu con que hay que afrontar todas las
situaciones de la vida,
si se opta por vivir en el Reino anunciado por Jesús.
Por eso el
mejor criterio interpretativo de ese conjunto de preceptos, de
orientaciones, de motivaciones, es ver cómo han sido
vividos por Jesús y por
quienes han intentado seguirlo. En último término el
evangelio es Jesús
mismo, más que la suma de lo que ha dicho y hecho.
Teniendo
esto presente, podemos contemplar la vida entera de Jesús como
reflejo de lo que dice en este resumen del Evangelio
que es el sermón de la
montaña. Su comportamiento humilde y sumiso durante
la pasión traduce al pie
de la letra algunas de las expresiones del evangelio
de hoy. Pero toda su
vida fue un testimonio claro de gratuidad en el
servicio y en el perdón, de
proclamación de la verdad y del amor, incluso a los enemigos.
Su no
resistencia a quienes usaron la violencia contra Él
pudo parecer señal de
debilidad; en realidad se reveló como el mejor
camino para mostrar el amor
de Dios a todos los hombres, aunque para ello
tuviera que sufrir y entregar
la vida.
Desde Nazaret
Meditando
el evangelio desde Nazaret, no podemos dejar de ver algunos
detalles que se sitúan ya desde los comienzos en la línea
del no hacer frente
a quien agravia y que manifiestan cómo el modo de
proceder de Jesús en sus
útimos años, no fue improvisado.
Según el
evangelio de Mateo, bajo la guía directa de Dios, la Sagrada
Familia, ante la matanza de los inocentes, huye a
Egipto. La respuesta a la
violencia es la huida, el no hacer frente, el
admitir la apariencia de
triunfo de quien se presenta como adversario. Por
ese camino, Jesús realiza
el éxodo de su infancia, preludio del éxodo pascual,
que comportan actitudes
semejantes.
Y al
regresar a tierra de Israel después de la permanencia en Egipto, la
Sagrada Familia, guiada por José, cumple un nuevo
gesto de no enfrentamiento
con el adversario. Según el programa narrativo de
Mateo, el lugar natural de
nacimiento y residencia del Mesías era la ciudad
real de Jerusalén o al menos
la comarca de Judea, heredera de las puras
tradiciones del pueblo elegido.
Pero ante el hecho de que Arquelao, sucesor de su
padre Herodes, reinaba en
Judea, "se retiró a Galilea y fue a
establecerse a un pueblo que llaman Naza-
ret" (Mt 2,23). También en este caso, según el
evangelista Mateo, ese modo
de comportarse paradójico que lleva a elegir un
pueblo perdido de una comarca
heterodoxa es el camino por donde se manifiesta el
consagrado por Dios, el
Nazareo.
A partir de
esos gestos iniciales, podemos imaginar los muchos detalles
de la vida concreta en los que la Sagrada Familia traduciría
el amor a todos,
el perdón de las ofensas, la gratuidad,...
Padre bueno, que mandas la lluvia
sobre justos e injustos,
que a todos amas y ofreces tu perdón y tu
gracia,
te bendecimos por la enseñanza que Jesús nos
ha dado
con su vida y con su palabra.
Hoy queremos contemplar y celebrar tu bondad
y pedirte el don del Espíritu Santo
que nos hace hijos tuyos
y nos impulsa a ser perfectos como tú;
pero no con esa perfección
de quien ha llegado ya a la meta,
sino de quien está siempre en camino.
Queremos ser como tú con la confianza que
nos da
el mandato de Jesús,
que tan bien conoce tu grandeza
como nuestra limitación.
Hermano y enemigo
Con razón se
insiste en afirmar que el precepto de amar también a los
enemigos y no sólo al prójimo, introduce una nota de
universalismo en la
caridad cristiana que lo debe llevar a acoger y a
amar a todos.
Pero esa oposición
prójimo-enemigo lleva a desatender un aspecto muy
concreto de nuestra vida cotidiana: muchas veces el
"enemigo" no es alguien
lejano, es nuestro prójimo, es alguien que vive con
nosotros, es nuestro
hermano.
Corremos el
riego de teñir de romanticismo el precepto del Señor, si por
amor a los enemigos entendemos algún gesto heroico
de perdón y amistad hacia
hipotéticos "enemigos" con quienes nunca
nos encontramos, sencillamente
porque, en la mayor parte de los casos, no existen.
Mi enemigo está
paradójicamente en quien más me ama, en aquel con quien
colaboro y con quien vivo todos los días. El
proverbio dice acertadamente que
es quien bien te quiere quien te hará llorar.
De quienes recibimos las
mayores alegrías y estímulos para el bien, nos
vienen también las ofensas que
más sentimos.
El amor a
los enemigos es esa actitud profunda que lleva a la disponi-
bilidad para perdonar y hacer el bien a quien nos
puede perseguir y calum-
niar, pero, al filo de los días debe traducirse en
gestos sencillos de re-
conciliación y apertura hacia quien está a
nuestro lado.
Cualquiera
de nosotros está llamado a practicar el amor a los enemigos en
el ámbito donde vive. Se trata de matar dentro de
uno mismo el despecho o la
indiferencia para ofrecer una palabra buena que
reconstruye el diálogo o una
relación interrumpida; se trata de dar algo más de
lo que se nos ha pedido,
de caminar dos millas con alguien a quien en
principio concederíamos sólo
una; se trata de prestar algo que por anticipado
sabemos que nunca nos será
devuelto...
Comportamientos
así introducen en las familias, en las comunidades una
lógica de gratuidad y de amor que va matando poco a
poco el egoísmo y la
dinámica de la violencia. En eso consiste de forma
concreta la construcción
del Reino de Dios en este mundo.