miércoles, 28 de diciembre de 2016

Ciclo A - Sagrada Familia

                  VIERNES DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

        FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA: JESUS, MARIA Y JOSE

                       "...que se llamaría Nazareno"

Eclesiástico 3,3-7. 14-17a

   Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad
de la madre sobre la prole.
   El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre
acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando
rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que
honra a su madre el Señor le escucha.
   Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras
viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras
seas fuerte.
   La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para
pagar tus pecados.

Colosenses 3,12-21

   Hermanos: Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro
uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la
comprensión.
   Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra
otro.
   El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
   Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad
consumada.
   Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis
sido convocados, en un solo cuerpo.
   Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su
riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
   Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos
inspirados.
   Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de
Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de Él.
   Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el
Señor.
   Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
   Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor.
   Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

Mateo 2,13-15.19-23

   Cuando se marcharon los Magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños
a José y le dijo:
   -Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta
que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
   José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y
se quedó hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dice el Señor por
el profeta: "Llamé‚ a mi hijo para que saliera de Egipto".
   Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños
a José en Egipto y le dijo:
   -Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto
los que atentaban contra la vida del niño.
   Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero al
enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes,
tuvo miedo de ir allí. Y avisado en sueños, se retiró a Galilea y se
estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los
profetas, que se llamaría Nazareno.

Comentario

   Los textos de la liturgia de hoy están elegidos en función de la fiesta
que se celebra e ilustran algunos aspectos importantes de su contenido.
   La fiesta de la Sagrada Familia, colocada a continuación de la Navidad,
nos dice ya por intuición que la encarnación del Verbo y su nacimiento tienen
una prolongación natural en su vida de familia con María y José y, para
nosotros, otra prolongación en la economía sacramental del año litúrgico.
   El evangelio de Mateo que leemos hoy, es la parte final de los episodios
correspondientes a la infancia de Cristo. Como es sabido, este evangelista
distribuye dichos episodios presentándolos como cumplimiento de lo dicho por
los profetas acerca del Mesías y cita explícitamente algunas frases de la
Escritura en este sentido.
   En el pasaje de hoy son dos las citas y ambas tienen su interés. La orden
dada por Dios a José por medio del Ángel de ir a Egipto conlleva el
cumplimiento de una palabra de Oseas. El texto del profeta suena así: "Cuando
Israel era niño, lo amé y desde Egipto llamé a mi hijo" (Os 11,1). Mateo toma
sólo la última parte del versículo, pero leyendo el texto profético por
completo queda claro el sentido que lo que Dios quiere de su pueblo es que
repita la experiencia del éxodo y que se convierta a Él. Aplicándolo el
evangelista directamente a Jesús, realiza una personificación muy signifi-
cativa. Jesús encarna así a todo el pueblo elegido. Es de notar además que
en casi todas las referencias bíblicas de Mateo en estos episodios de la
infancia de Jesús, aparece la palabra "hijo". En este caso expresa con
claridad la vinculación completamente especial de Jesús con Dios.
   La segunda referencia al AT presente en el evangelio de hoy es más
oscura. Los estudiosos de la Biblia vacilan al pretender encontrar en qué
lugar "los profetas dijeron que se llamaría nazareno". Las hipótesis más
verosímiles son dos: una alusión a Sansón ("el niño estará consagrado=nazŒr
a Dios", Jueces 13,15) o al comienzo del cap. 11 de Isaías ("Saldrá un renue-
vo=neser del tocón de Jesé"). Quizá el evangelista haya querido combinar
ambas alusiones, queriendo sobre todo expresar que el hecho de que Jesús haya
residido en Nazaret y haya sido llamado "nazareno" no es algo casual ni un
detalle sin importancia, sino algo querido y previsto por Dios.
   También en esas cosas, a través de los azares y las alternativas de los
mandatarios del tiempo, se llevaron a cabo los designios divinos para que se
cumpliera la Escritura. Todo se realizó según el plan de Dios.

Vivir en familia

   En la fiesta de la Sagrada Familia la Palabra de Dios explica ampliamente
desde la fe el significado de la vida en familia
   La figura de José‚ plenamente responsable de los suyos y abierto a las
indicaciones que le vienen de lo alto, nos da ya a entender qué significa ser
padre. Es admirable contemplar cómo Jesús, necesitado de ayuda y protección,
encuentra en la familia, en el amor recíproco de María y José‚ los elementos
imprescindibles para poder crecer y realizar su obra de salvación.
   En el texto del Eclesiástico (1ª. Lectura) se explica lo que significa ser
hijo, comentando el cuarto mandamiento dado por Dios a Moisés: "Honra a tu
padre y a tu madre, como te mandó el Señor, así prolongarás tu vida y te irá 
bien en la tierra que el Señor tu Dios te va a dar" (Det 5,16). Existe un
orden en la naturaleza según el cual la vida viene de los padres a los hijos.
Este orden crea una estructura de relación personal profundísima que, cuando
es alterada, toca a la persona en su mismo ser. "Honrar" al padre y a la
madre es reconocer ese orden de la naturaleza y prolongarlo en una relación
de respeto, obediencia y amor, que está en la base de toda vida familiar. Esa
acogida del orden natural de la vida es lo que según el texto bíblico, lleva
a que la vida del hijo se prolongue ampliamente y pueda insertarse en el
ambiente vital: "Te irá bien en la tierra..."
   En la carta a los Colosenses S. Pablo da algunas indicaciones bien
precisas sobre el modo de comportarse en familia a quienes han recibido la
nueva vida en Cristo: "Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros mari-
dos... Maridos, amad a vuestras mujeres... Hijos, obedeced a vuestros pa-
dres..." La pertenencia al "pueblo elegido por Dios" y la modificación de las
actitudes más profundas que esto implica en las personas ("El Señor os ha
perdonado, haced vosotros los mismo") introducen una profunda novedad en las
relaciones intrafamiliares. Aparentemente nada cambia porque el orden natural
es respetado, sin embargo, la común dignidad de bautizados y el reco-
nocimiento de Dios como Señor único de la vida, hacen que la familia
"cristiana", pueda convertirse en ese germen de la Iglesia y transformación
social para hacer al mundo más humano.
   Meditando la Palabra de Dios desde Nazaret, no deja de llamar la atención
el hecho de que Jesús haya querido vivir como hijo y haya "honrado" a su
padre y a su Madre. El, autor de la vida en cuanto Dios, se ha sometido al
orden natural según el cual la vida le ha sido dada y ha necesitado de una
protección para escapar a los peligros que la amenazaban. Ha sido ese gesto
suyo el que ha salvado de la destrucción el flujo maravilloso de la vida, que
se hubiera irremediablemente perdido por causa del pecado, portador de la
muerte.
   Jesús ha redimido, viviendo en Nazaret, el sentido que tiene la familia
en cuanto transmisora de la vida.

   Padre de la vida,
   te bendecimos porque en la encarnación de tu Hijo
   nos has revelado tu Amor.
   Que el Espíritu Santo, por medio de la Palabra
   que hemos escuchado y meditado en el fondo del corazón
   vivifique nuestras relaciones
   para que sepamos vivir en familia.
   Danos tu fuerza para que sepamos
   acoger y promover el don de la vida
   y para que sepamos establecer relaciones familiares
   en todos los ámbitos en que nos movemos.

Misión de la familia

   La familia humana, reflejo de la familia de la Trinidad, encuentra en la
Familia de Nazaret, su realización más perfecta. Las atenciones que María y
José prodigan al Niño protegiéndolo y cuidándolo, como se nos dice en el
evangelio de este domingo, son una muestra del amor verdadero que unía a este
núcleo familiar querido por Dios para acoger a su Hijo.
   La situación de pobreza y precariedad en la que la familia de Jesús es
obligada a vivir por las circunstancias en sus primeros años, revela a la vez
la fragilidad y la fuerza de la unión familiar. Jesús, María y José nos
aparecen en esos primeros años más que nunca como "esos tres pobres que se
aman" ("Ces trois pauvres gens qui s'aiment"), según la expresión de Claudel.
Son la imagen más clara de la vulnerabilidad y al mismo tiempo de la
consistencia del amor recíproco.
   También hoy muchas familias se ven obligadas a sufrir la marginación y la
pobreza, advierten la inseguridad y la fragilidad de los lazos del amor
minados por las mil formas que toma el egoísmo. Además las violencias que se
le hacen desde fuera no son pocas, desde la acción disgregadora de la
sociedad hasta las amenazas contra la vida en sus fases más débiles.
   Y, sin embargo, tanto la Iglesia como la sociedad siguen confiando en la
fuerza de regeneración y de transformación que tiene la familia. Se diría que
se trata casi de un impulso instintivo que lleva a depositar la confianza en
lo que hay de más genuino y auténtico para promover la vida y el amor.
   El amor familiar, hecho de paciencia, recíproca atención y apertura a los
demás, es la parábola misma del vivir cristiano, que se realiza en la acogida
de la vida que viene de Dios, crece en la comunidad y se da en la misión
hasta llegar a su plenitud. Contar con el lugar donde todo eso acontece como
don de la vida, es descubrir la armonía profunda que existe entre la
"naturaleza" y la "gracia" también en este ámbito de las relaciones humanas.

TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 24 de diciembre de 2016

Navidad

NAVIDAD
                                                    (Misa del Día)

                                            "El Verbo se hizo carne"

Isaías 52,7-10

     ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia
la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión:
¡"Tu Dios es Rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara
a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusa-
lén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda
su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la
tierra la victoria de nuestro Dios.

Hebreos 1,1-6

      En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado
por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido
realizando las edades del mundo. Es el reflejo de su gloria, impronta de su
ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa. Y, habiendo realizado
la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en
las alturas; tanto más encumbrado sobre los  ángeles cuanto más sublime es el
nombre que ha heredado.
      Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú hoy te he engendra-
do"? O: "¿Yo seré para él un padre y él será  para mí un hijo?" Y en otro
pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los
ángeles de Dios".

Juan 1,1-18

      En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a
Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
      Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo
que se ha hecho.
      En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz
brilla en la tinieblas, y la tiniebla no la recibió.
      Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como
testigo para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe, No era él la luz, sino testigo de la luz.
      La palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Al mundo
vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no
la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
      Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si
creen en su nombre. Estos no han nacido de la sangre, ni de amor carnal, ni
de amor humano, sino de Dios.
      Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado
su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de
verdad.
Juan da testimonio de El y grita diciendo: éste es de quien dije: "El que
viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo".
      Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la
ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo.
      A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del
Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Comentario
                       
      En la fiesta de Navidad y durante todo el tiempo que sigue celebramos
el misterio de Dios que se hace hombre.
      Dios se encuentra con los hombres precisamente en Cristo en cuanto
hombre. Y así a través del elemento humano de la persona de Cristo, el
hombre puede acceder a lo invisible y puede adentrarse en el misterio de
Dios.
      Aquel que en el seno del Padre era Verbo-palabra, al hacerse hombre,
se convierte en el revelador de lo que Dios es. Cristo es la plenitud de la
revelación, Él es el "unigénito de Dios" y "está lleno de gracia y de ver-
dad". "La luz ha brillado en las tinieblas", Dios se ha hecho hombre. Ahora
como entonces el hombre puede acogerlo, abrirse a Él o rechazarlo.
      Dios ha salido a encontrarse personalmente con el hombre y éste tiene
la posibilidad de la acogida o del rechazo. "Pero a los que lo acogieron los
hizo capaces de ser hijos de Dios". "De su plenitud todos hemos recibido".
      Ante la plenitud de gracia dada en Cristo, la alianza del Antiguo Tes-
tamento queda pálida, anticuada. La nueva alianza viene cualificada sobre
todo por la calidad del mediador que es Cristo. Con él Dios nos ha dicho de
sí mismo su palabra definitiva. "Es el Hijo único, que es Dios y está al lado
del Padre, quien lo ha explicado". "Si te tengo ya habladas todas las cosas
en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora
responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos en Él, porque en Él te
lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en Él más de lo que pides y
deseas" S. Juan de la Cruz, II Subida, 22,5.
      "Y la Palabra se hizo hombre". Es el misterio de la Navidad. Es un
misterio de humildad, pobreza y ocultamiento. La gloria eterna de Dios brilla
en el rostro de un niño y se expresa con los gestos de un recién nacido. El
Dios eterno e inmenso se somete a las condiciones de espacio y de tiempo y
asume todas las limitaciones de la naturaleza humana. Los pañales que
envuelven al niño, como las vendas puestas alrededor de su cuerpo ya muerto
y bajado de la cruz, están ahí para indicar hasta que punto Dios ha unido su
designio a nuestra condición.
      Pero lo más maravilloso es el impulso de amor que descubrimos a través
de este gesto supremo de acercamiento. Dios se hace hombre para salvar al
hombre. "Os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor"
Lc. 10-11. "El motivo del nacimiento del Hijo de Dios, dice S. León Magno,
no fue otro sino el de poder ser colgado en la cruz".

Desde Nazaret

      Para María y José‚ el misterio de la venida de Dios entre los hombres
estaba ligado a lugares, personas y situaciones muy concretas: el anuncio del
mensajero de Dios, el bando de un censo, el viaje a Belén, el no encontrar
lugar en la posada, la cuadra, el pesebre, los pañales, los pastores, ...
Dios en persona con la apariencia de un niño como todos los otros.
      El tiempo de Nazaret nos descubre una dimensión importantísima de la
encarnación. Esta no consiste en que Dios se haga hombre en un momento
determinado, sino en que además Dios asuma la condición de hombre, todo lo
humano, con lo que ello lleva consigo.
      La frase "La Palabra se hizo carne" puede tener dos sentidos. Uno
puntual, circunscrito a un momento concreto de la historia, y otro durativo,
que indica todo el proceso necesario para que el Hijo de Dios vaya asumiendo
todas las características humanas hasta llegar a ser un hombre completo. Este
proceso implica el crecimiento físico, la inserción en una cultura, en un
ambiente de vida, aprender a vivir todas las dimensiones de la persona.
      Este segundo aspecto es el que descubrimos viendo desde Nazaret el
misterio de Navidad.
      Esta asunción de lo humano y de lo "mundano" por parte del Hijo de Dios
transforma y santifica todo lo humano y todo lo que está en el mundo.
      En Nazaret vemos a Jesús, tocar, ver, agarrar, caminar, comer, reír,
vestirse, estar con la gente, amar a sus padres y a los demás... Es admirable
y maravilloso contemplar como Dios tomó la naturaleza humana no de forma abs-
tracta o aparente, sino muy concretamente y de manera profunda y total. Dios
vivió como nosotros; habló, rió, amó, como cualquier hombre.     
      Esta dimensión de la encarnación, tan importante y rica de consecuen-
cias, se hace patente en Nazaret.

Para vivir ahora

      Para vivir ahora, en el tiempo de la Iglesia, encontramos en Nazaret
un fuerte estímulo y un fundamento sólido de valoración de todo lo humano y
de apreciación positiva del mundo y de sus valores.
      Cristo asumiendo todo lo humano (menos el pecado): lengua, cultura,
instituciones sociales, le infunde una nueva vida, un nuevo sentido, y le da
una proyección eterna.
      Desde que Cristo se hizo hombre hay que hablar de un modo nuevo del
mundo y del hombre. Ciertamente el pecado existe, pero el pecado y el mal ya
no caracterizan de la forma más profunda ni al hombre ni al mundo. Dios hizo
buenas todas las cosas y Cristo viniendo al mundo y haciéndose hombre, en-
contró la vía exacta para poner de nuevo en armonía la relación hombre-mundo
dañada por el pecado. La encarnación del Cristo no sólo libera al hombre de
una concepción pesimista del mundo, sino que le da la posibilidad de trabajar
en él como lugar de encuentro con Dios, como ámbito de sus relaciones
fraternas con los demás hombres, como materia prima de la construcción de su
propia realidad.
      El concilio Vaticano II asigna a los laicos la misión de consagrar el
mundo con estas palabras: "Cristo Jesús, supremo y eterno sacerdote, desea
continuar su testimonio y su servicio también por medio de los laicos; por
ello vivifica a éstos con su Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a
toda obra buena y perfecta. Pero a aquéllos a quienes asocia íntimamente a
su vida y misión, también los hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden
al ejercicio del culto espiritual para gloria de Dios y salvación de los hom-
bres... Así también los laicos, como adoradores que en todo lugar obran
santamente, consagran a Dios el mundo mismo" L.G. 34; Cfr. 36,b.
      Contemplando desde Nazaret la encarnación de Cristo, aprendemos a
encarnarnos también nosotros para llevar el mundo a Dios.

TEODORO BERZAL.hsf

domingo, 18 de diciembre de 2016

Ciclo A - Adviento - Domingo IV

18 de diciembre de 2016 - IV DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo A

                            "Dios-con-nosotros"

Isaías 7,10-14  

   En aquellos días, dijo el Señor a Acaz:
   -Pide una señal al Señor tu Dios en lo hondo del abismo o en lo alto del
cielo.
   Respondió Acaz:
   -No la pido, no quiero tentar al Señor.
   Entonces dijo Dios:
   -Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres sino que
cansáis incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal.
   Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre
Emmanuel (que significa: "Dios-con-nosotros").

Romanos 1,1-7

   Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para
anunciar el Evangelio de Dios.
   Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras Santas,
se refiere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; cons-
tituido, según el Espíritu, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección
de la muerte: Jesucristo nuestro Señor.
   Por Él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los
gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis
también vosotros, llamados por Cristo Jesús.
   A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su
pueblo santo, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor
Jesucristo.

Mateo 1,18-24

   El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:
   La madre de Jesús estaba desposada con José‚ y antes de vivir juntos
resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.
   José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repu-
diarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció
en sueños un Ángel del Señor, que le dijo:
   -"José‚ hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer,
porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un
hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los
pecados".
   Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por
el profeta:
   Mirad: la virgen concebir  y dar  a la luz un hijo, y le pondrá por
nombre Enmanuel (que significa: "Dios-con-nosotros").
   Cuando José‚ se despertó hizo lo que le había mandado el  Ángel del Señor
y se llevó a casa a su mujer.
                      
Comentario

   En la narración que el evangelista Mateo nos ofrece de los episodios de
la infancia de Jesús, el acontecimiento que hoy presenta la liturgia tiene
la función de establecer la conexión del Mesías con el rey David, portador
de las promesas de Dios.
   La cadena genealógica (Mt 1,1-16), rota en el último eslabón (José‚ no
engendra a Jesús), queda de algún modo restablecida por la intervención de
Dios al reafirmar la unión matrimonial entre María y José: "José‚ hijo de
David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que
hay en ella viene del Espíritu Santo" (1,20).
   Si nos fijamos en el contenido del relato, el peso mayor del texto
evangélico está en la acción de Dios, quien mediante su Espíritu ha realizado
algo que está fuera del alcance de la comprensión humana: la encarnación del
Verbo. Lo que viene después son explicaciones para ayudar a asumir de manera
activa y responsable cuanto Él, en su infinita sabiduría, entiende realizar
para salvar al hombre.
   De esta forma se cumplen también, y Mateo lo subraya de forma especial,
las palabras de los profetas referentes al Mesías. El signo no pedido por
Ezequías, pero aun así ofrecido por Dios, aparece realizado en la plenitud
de los tiempos de forma misteriosa: Jesús, nacido de la estirpe de David,
según lo humano es verdaderamente el Emmanuel, el "Dios-con-nosotros".
   Ya desde el comienzo, se nos revela el dato esencial acerca de la
personalidad de Jesús: aun compartiendo en todo nuestra condición humana, su
origen mismo da entender su naturaleza divina. La sorpresa producida por la
anticipación de Dios a toda intervención humana revela su poder creador y la
libertad y amor de su iniciativa. "El se ha fijado en la humildad de su
esclava", dirá  María (Lc 1,48).
   La virginidad de María y de José son así el lugar donde se manifiesta la
intervención libre y gratuita de Dios en la historia de los hombres en el
momento de su máxima cercanía. Queda así claro el protagonismo divino en la
obra de la salvación. Este aspecto es subrayado por el significado del nombre
que José‚ deberá imponer a la criatura que se está formando en el seno de
María. "Tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los
pecados" (1,21).

El drama de María y de José

   Como en muchos otros momentos de la historia de la salvación, el designio
amoroso de Dios se manifiesta y se realiza a través de las circunstancias
humanas, a veces a través de situaciones dramáticas para las personas. Es lo
que sucede en este caso con María y José.
   Los escasos datos que ofrece el evangelista son suficientes para dejar
adivinar el drama que se produjo en la joven familia, en formación, de Naza-
ret después del anuncio del  Ángel a María. ¿Fue ella quien comunicó a José
la noticia, la buena noticia? Así cabe suponer. Al primer momento de
agradecimiento y admiración por lo que Dios había hecho en la que iba a ser
su esposa, siguen los días de angustia y desconcierto para José: Pero sin
duda también para María a cuya mirada no podía escapar la situación de su
prometido.
   José sufre, pero su dolor no viene de que, ni siquiera por un instante,
se haya asomado a su espíritu la menor duda acerca de la conducta de María.
Toda su preocupación viene de saber cuál es el papel que él puede desempeñar
en los planes de Dios, cuando Éste parece haber tomado la iniciativa y actuar
por su cuenta desbordando las previsiones humanas.
   El mismo "temor" que tantos otros habían experimentado ante una
manifestación portentosa de Dios (recordemos a Moisés, Elías, etc), lo siente
ahora José. Igual le había sucedido a María. Para ella la pregunta, cuando
se le anunció su futura maternidad, era: Entonces, ¿qué va a ser de mi
virginidad? Las palabras del Ángel le dieron la respuesta. Para José la
pregunta ante la gravidez de María era: Entonces, ¿qué va a suceder con
nuestro matrimonio?
   En esa situación una alternativa le atormentaba: o quedarse con María,
usurpando, por así decirlo, el título de "padre", o retirarse, tomando todas
las precauciones para perjudicar lo menos posible a la que estaba a punto de
ser definitivamente su mujer. En esta segunda opción, por la que José se
inclina según el evangelista, el matrimonio se deshace, la perspectiva de la
fundación de una familia queda desvanecida...
   El mensaje del cielo responde punto por punto a todas las preguntas que
angustiaban a José en ese momento difícil:
   "No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer". Dios quiere, pues ese
matrimonio. La familia constituida por María, José‚ y la criatura que nacerá 
está también en sus planes.
   "La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo". Esto confirma y
esclarece plenamente el sentido de la maternidad de María y de su propia
paternidad.
   "Tú le pondrás por nombre Jesús". Será, pues, él quien tendrá que asumir
todas las funciones de padre de Jesús, comenzando por la de darle un nombre
que ya define su misión.
   Con estas palabras, los nubarrones de la angustia se rasgan y aparece el
cielo sereno. Se ve clara la luz que alumbra el camino y que permite acoger
sin reservas el plan de Dios.

   Te bendecimos, Padre, por tu inmenso amor.
   Te bendecimos por el don de Jesús, hecho hombre.
   Te bendecimos por la acción del Espíritu Santo
   que lleva a cabo, en silencio,
   las grandes obras que nadie puede comprender.
   Gracias también por la fe sincera,
   por la gran humildad,
   por el amor recíproco de María y José,
   que tú pusiste a prueba
   y confirmaste de modo tan claro y tan fuerte.
   Danos hoy su fe para que sepamos acoger
   en Jesús, el Salvador,
   tu designio de amor sobre los hombres.

Vivir el adviento
  
   En la última fase del tiempo de adviento, la Iglesia nos guía en su
liturgia hacia una actitud más contemplativa. Se trata de interiorizar el
sentido de los acontecimientos y de descubrir en su pluralidad y variedad de
significados, el único verdadero acontecimiento: la visita que Dios hace al
hombre.
   El drama de María y de José recogido en el evangelio de hoy no deja lugar
a dudas: Dios traza su historia entre los hechos que nosotros vivimos. Pero
además lo hace de una manera nueva y desconcertante para los hombres. No es
previsible su modo de actuar. Por eso, entonces como ahora, pide una actitud
radical de apertura y de confianza en Él.
   La actitud de alerta, de atención, de vigilancia que se nos pedía al
comienzo del adviento, viendo al "justo" José y a su esposa María, que juntos
se dejan conducir por la mano de Dios, cobra mayor cuerpo y realismo. No se
nos pide una espera indefinida, que remite todo a un futuro borroso e
indeterminado. Dios es el Emmanuel, es el Dios-con-nosotros, que no se ha
resignado, por así decirlo, a vivir en su soledad, sino que ha querido
compartir el destino del hombre y se ha introducido para siempre en su
historia de modo que nada de lo que en ella acontece le es ajeno.
   La disponibilidad de María y de José para acogerlo en el modo en que Él
quería manifestarse en el momento supremo, es la clave para saber acoger
todas las otras manifestaciones de su acción salvadora en el mundo. Sólo
donde se encuentran corazones generosos, capaces de dejar los propios planes,
para acogerse recíprocamente y hacer posible la salvación del hombre, que se
realiza en Cristo, es posible que vaya adelante el plan de Dios.
   Hoy se nos llama a esa "virginidad" de la mente y del corazón para estar
totalmente disponibles a la acción de Dios en nuestras vidas.

TEODORO BERZAL.hsf