sábado, 23 de febrero de 2019

Ciclo C - TO - Domingo VII


24 de febrero de 2019 - VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C 

“Amad a vuestros enemigos”

Lucas 6, 27-38.

Dijo Jesús a sus discípulos: Pero a vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os insultan. Al que te pegue en una mejilla, ofrécele también la otra; y al que te quite la capa, déjale que se lleve también tu túnica. Al que te pida algo, dáselo; y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames. Haced con los demás como queréis que los demás hagan con vosotros. Si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Hasta los pecadores se portan así! Y si hacéis bien solamente a quienes os hacen bien a vosotros, ¿qué tiene de extraordinario? ¡También los pecadores se portan así! Y si dais prestado sólo a aquellos de quienes pensáis recibir algo, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡También los pecadores se prestan entre sí, esperando recibir unos de otros! Amad a vuestros enemigos, y haced el bien, y dad prestado sin esperar recibir nada a cambio. Así será grande vuestra recompensa, y seréis hijos de Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos. Sed compasivos, como también vuestro Padre es compasivo.
No juzguéis a nadie, y Dios no os juzgará a vosotros. No condenéis a nadie, y Dios no os condenará. Dad a otros, y Dios os dará a vosotros. Llenará vuestra bolsa con una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Dios os medirá con la misma medida con que vosotros midáis a los demás.
Palabra de Dios
     
Comentario
                       
      Después de la introducción que leímos el domingo pasado, el evangelio de hoy nos mete de lleno en lo que se ha dado en llamar discurso o sermón de la montaña. En la versión de Lucas habría que llamarlo más bien discurso de la llanura, pues comienza con estas palabras: “Al bajar con ellos, Jesús se detuvo en la llanura…” Lc 6, 17.
      Forman este discurso una serie de dichos, máximas y parábolas de Jesús en la que expresa el comportamiento que espera de sus seguidores y, en su conjunto, describen lo que podríamos llamar la identidad cristiana. Según Lucas, Jesús cumple así su misión de anunciar la buena nueva a los pobres, prisioneros, ciegos y oprimidos, tal y como citando a Isaías, había dicho en su intervención programática de Nazaret (Lc 4, 18).
      La parte del discurso que leemos hoy se centra en el daño a los enemigos, precepto que viene repetido por dos veces en pocos versículos y del que los otros dichos pueden considerarse como casos particulares. Es de notar precisamente el aspecto interpretativo, casi solemne, que Jesús da al mandato y que contrasta con afirmaciones similares de algunos filósofos más tolerantes del ambiente griego y de algunos escritores judíos de aquel tiempo. Jesús prescribe una benevolencia activa y desinteresada con respecto a quienes se presentan como adversarios o enemigos. Es una actitud de generosidad que podríamos calificar de inverosímil para quien se deja guiar únicamente por los parámetros normales de comportamiento: “los pecadores aman a los pecadores”.
      Quien se pone en camino con Jesús, pasa a un mundo de gracia conde la fuente y la razón de ser, como en último término también el modelo, es el gesto misericordioso del Padre, que tampoco cabe en los cálculos puramente humanos.
      Ese es el "hombre nuevo" de que habla la segunda lectura de hoy.

En Nazaret

      No resulta difícil, para quien desea meditar el evangelio desde Nazaret, trasponer las enseñanzas que Jesús da hoy del modo imperativo al modo indicativo para descubrir el estilo de vida que reinó en torno al "último Adán, que es espíritu de vida" (1Co 15, 46).
      Algo dicen los Evangelios del comportamiento humilde y sereno de la Sagrada Familia frente a los enemigos del recién nacido Mesías y de quien "buscaba al Niño para matarlo" (Mt 2, 13). La actitud de José frente a María encinta es una traducción viva del "no juzguéis" del evangelio de hoy. Pero sobretodo, podemos pensar que fue en la vida de cada día, en los pequeños detalles de la convivencia cotidiana con las otras familias de Nazaret donde Jesús, María y José vivieron el olvido de las ofensas y esa misericordia y generosidad que constituyen el corazón mismo del evangelio.
      Cierto es que la relación personal entre los miembros de la Familia de Nazaret, basada en los vínculos familiares y en la fe, debió desarrollarse a unos niveles de profundidad y de ternura que se nos escapan. Pero también ellos debieron, en muchas ocasiones, proyectar ese amor a su alrededor y afrontar situaciones difíciles y desagradables. "Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?" (Lc 6, 33).
      En Nazaret podemos decir que fue el único lugar donde el modelo del "Padre misericordioso", que es propuesto como horizonte último de quien vive el evangelio, encontró su plena realización humana, pues de allí salió el hombre Dios para dar su vida por todos.

Vivir la misericordia

      Es sorprendente la divergencia de Mateo y Lucas al poner en boca de Jesús la versión neotestamentaria del precepto "Sed santos, por que yo, el Señor, vuestro Dios soy santo"
(Lc 10, ...). Mateo dice: "Tenéis que ser perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto" (Mt 5, 48); Lucas: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36).
      Dejando aparte el problema exegético, es esa misericordia divina, propuesta como modelo último, el centro del mensaje de la Palabra en este domingo. Se trata de una invitación que puede unificar todos los otros preceptos o normas de comportamiento que en ella leemos. El no juzgar, el prestar sin pedir retorno, el amor al enemigo, etc., tienen, en efecto, como centro unificador ese amor misericordioso, característica esencial del Dios revelado por Jesús, que es al mismo tiempo exigencia suprema para sus seguidores.
      Ese es el único modo de ser "hijos del Altísimo". Notemos que ese mismo título "Hijo del Altísimo" es el que el ángel emplea para designar a Jesús en el momento de la encarnación (Lc 1, 32).
      Así pues, la identificación con Cristo, el "hombre nuevo", y la filiación divina, "ser hijos del Altísimo", se realiza existencialmente en esa actitud de misericordia con el prójimo que se resume en la regla de oro "tratar a los demás como uno desea ser tratado por ellos". El sumum de la vida cristiana encuentra su correspondencia y armonía con la intuición más sana de la sabiduría humana. 

TEODORO BERZAL hsf




                    

sábado, 16 de febrero de 2019

Ciclo C - TO - Domingo VI


17 de febrero de 2018 - VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

                                      "Dichosos los pobres"

 Lucas 6, 17, 20-26

En aquel tiempo, al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:
«¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!     ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!
¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!» 
Palabra del Señor.
  
Comentario

      El evangelio de este domingo nos presenta las bienaventuranzas en la versión de Lucas. Nos es mucho más familiar y ha sido mucho más comentada la versión que ofrece Mateo al comienzo del sermón de la montaña (Mt 5, 1-12). Pero los exégetas coinciden en decir que la presentación lucana, más breve, es también la más cercana a la predicación original de Jesús, considerando que en este caso, como en otros, Mateo incluye algunas añadiduras personales. Es típico en este sentido el texto de la primera bienaventuranza. Lucas escribe: “Dichosos vosotros los pobres, porque el Reino de Dios es vuestro”; Mateo: “Dichosos los pobres de espíritu…”
      Sea cual fuere el núcleo original de las bienaventuranzas y a quien fueron dirigidas por Jesús (la redacción de Lucas está en segunda persona mientras que la de Mateo en tercera), lo importante es que se trata de una muestra típica de su predicación. En estas expresiones breves y casi ritmadas, en conformidad con un género literario bien conocido en la literatura hebrea y en otras del próximo Oriente, encontramos la quintaesencia del evangelio. Los santos Padres no han dudado en presentar las bienaventuranzas como la carta magna del cristianismo y el compendio de su moral. Muchas y muy variadas interpretaciones se han dado después hasta nuestros días.
      Quizá lo más importante es entender que más allá de la multiplicidad de las situaciones de los tipos de personas a quienes Jesús proclama dichosos o infelices, el verdadero núcleo del mensaje es el amor que debe motivar profundamente al discípulo y que debe abarcar a todos, incluso a los enemigos.
      Sólo desde ese núcleo esencial, que supone la fe y la confianza en Dios, puede entenderse el cambio radical de las situaciones entre el presente y el futuro, el paso de la pobreza, el hambre, el llanto y la persecución a la felicidad, y viceversa, son posibles desde Cristo y es al mismo tiempo el signo de que con su venida la situación del hombre ha cambiado en todos los aspectos.

Las bienaventuranzas en Nazaret

      Jesús, María José vivieron en la situación nueva de la época mesiánica en la que cambia de significado la pobreza, el llanto y la persecución, como también las realidades que le son opuestas.
      La experiencia concreta de la familia de Nazaret en sus comienzos, colocada en la historia más amplia del pueblo de Israel, es lo que llevó a María, durante su visita a Isabel, a entonar el Magnificat.
      Muchos han notado que la parte de este maravilloso himno de alabanza que evoca el pasado de Israel, tiene un gran parecido con el texto de las bienaventuranzas. Quizá incluso pueda ayudar a interpretarlo correctamente, ya que Jesús proclama que el trueque de las situaciones que se realizará cuando llegue el Reino de Dios, no es una operación automática, es, ante todo, una manifestación del poder y la misericordia de Dios que hace “maravillas”, cosa que aparece bien subrayado en el Magnificat, y es también fruto de quienes, como María, acogen la Palabra de Dios y se comprometen a vivir según el estilo que propone la continuación del discurso de Jesús. “Pero, en cambio, a vosotros que me escucháis, os digo: Amad a vuestros enemigos…” Lc 6, 26ss.
      No sería correcto cargar las tintas, como a veces se hace, sobre la extrema pobreza material de Nazaret de modo que lleve a ver en los textos que meditamos una especie de revancha o de reivindicación. Sólo a la luz de la cruz, donde cobran un sentido nuevo todos los valores humanos y donde se invierten las situaciones por la fuerza del amor, se puede entender definitivamente esta evangelio y la experiencia de Nazaret.

Vivir las bienaventuranzas

      Con razón se usa a veces la expresión vivir las bienaventuranzas o vivir según el espíritu de las bienaventuranzas para decir vivir el evangelio. Esas breves expresiones resumen (como también sus opuestas) todo un modo de vivir.
      ¿Quién puede ser pobre, pasar hambre, llorar y ser perseguido pudiendo al mismo tiempo “alegrarse y saltar de gozo?” Sólo la fe que lleva a vivir esas situaciones “por causa del Hijo del hombre” y la esperanza en la “recompensa del cielo” pueden dar razón de ello.
      El contraste entre la situación presente y la futura, que Lucas subraya con las palabras: “los que ahora pasáis hambre… lloráis,” etc. es lo que mide la profundidad de la fe y la fuerza motriz capaz de transformar las más duras situaciones personales, de grupo o sociales y de hacer que la historia vaya verdaderamente hacia delante, es decir, hacia su cumplimiento en el Reino de Dios.
      Una vida ya “ahora” llena de consuelo, saciada, colmada de alegrías y parabienes es fácilmente una vida sin esperanza, por consiguiente sin esa carga y sin esa fuerza que da el haber creído en Jesús como Señor y en el Reino que el anuncia.  

TEODORO BERZAL hsf

sábado, 9 de febrero de 2019

Ciclo C - TO - Domingo V


10 de febrero de 2019 - V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C

                              "Y, dejándolo todo, lo siguieron"

Lucas 5,1-11

      En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la
Palabra de Dios y, estando él a orillas del lago de Genesaret, vio dos barcas
que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban
lavando las redes.
      Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un
poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
      Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
      - Rema mar adentro y echa las redes para pescar.
      Simón contestó:
      - Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada,
pero, por tu palabra, echaré las redes.
      Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que
reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que
vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas,
que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús,
diciendo:
      - Apártate de mí, Señor que soy un pecador.
      Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con
él, al ver la redada de peces que habían cogido, y lo mismo pasaba a Santiago
y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
      Jesús dijo a Simón:
      - No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.
      Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Comentario

      El evangelio de hoy comienza con un detalle a primera vista insignifi-
cante: Jesús salta sobre una barca y se sienta para enseñar a la gente que
se agolpaba a su alrededor.
      De las dos barcas que había en la orilla, Jesús subió sobre la de Pe-
dro. Este detalle, que sólo Lucas cuenta, leído a la luz de la fe en la
Iglesia, figurada desde antiguo como barca y conociendo el papel que Jesús
asignó a Pedro en ella, se carga de un profundo significado. Jesús anuncia
el evangelio desde la barca guiada por Pedro. La Iglesia empieza así a ser
presentada como sacramento de salvación.
      A continuación describe el evangelista con breves pinceladas y trazos
incisivos el acontecimiento de la pesca milagrosa. Después de haber predicado
a la multitud, Jesús ofrece a un grupo de pescadores, sobre los que tenía un
designio muy especial, una señal tangible de su identidad.
      En los textos paralelos de los otros evangelios hay una invitación
explícita de Jesús a los discípulos: "Veníos conmigo..." En Lucas la dinámica
es diferente. Cristo manifiesta su poder ante los pescadores y ellos "se
quedan pasmados", predice a Pedro su misión y los discípulos "dejándolo todo,
lo siguieron". Se acentúa de este modo la experiencia de Dios que supone toda
llamada. Lo mismo que Isaías en el templo, lo mismo que Pablo en el camino
de Damasco, los apóstoles, antes que ninguna otra cosa, experimentan la pre-
sencia de Dios en Cristo que estaba con ellos. En la expresión "Señor",
atribuida por Pedro a Jesús, y en el término "pecador" con el que se califica
a sí mismo, está recogida toda la grandeza del encuentro con Dios.
      De esta experiencia arranca el seguimiento de Cristo. El que ha visto
quién es el Señor no necesita más explicaciones ni se detiene a madurar más
convicciones para empezar a seguirlo. A su lado todo lo otro es nada.
      Lucas destaca en este episodio la figura de Pedro: es él quien habla,
a él se le anuncia (en singular) la futura misión. Pero Lucas se preocupa
también de señalar que "lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos del
Zebedeo". Es importante aquí señalar que lo que cuenta es la experiencia de
Dios en cuanto tal y no sus manifestaciones. Hay personas en quienes todo se
pasa dentro y no hablan para manifestar lo que está ocurriendo en ellas. A
lo más se contentan con decir: "a mí también me ha sucedido lo mismo", apo-
yándose en el testimonio de otros; y a veces ni siquiera eso. Juan y Santiago
nada dijeron, pero también ellos, dejándolo todo, siguieron a Jesús.

En Nazaret

      Como en otras ocasiones, lo que se vivió en Nazaret proyecta una luz
nueva sobre el momento del evangelio que meditamos y recíprocamente el mis-
terio de Nazaret queda iluminado con todas las otras palabras del Evangelio.
      Hoy hemos visto cómo toda vocación lleva en su núcleo inicial una expe-
riencia de Dios. En Nazaret María y José‚ cada uno independientemente del
otro, vivieron de modo profundo y pleno esta experiencia.
      Para María, la anunciación es el momento fundamental de su experiencia
de Dios que llama a una nueva vida. Es el momento clave de su vocación y de
su existencia.
      Cuando la persona se siente frente a Dios, experimenta una profunda
sensación de pequeñez y desvalimiento. Pedro, al comenzar a entrever quién
era Jesús, exclamó: "Apártate de mi, Señor, que soy un pecador" La experien-
cia de María tiene también un momento semejante: "Soy una sierva del Señor,
hágase en mí según tu palabra".
      I. Larrañaga, en su libro "El silencio de María" analiza de manera
penetrante todos los aspectos de la experiencia de María. A propósito de las
palabras que acabamos de citar escribe "Posiblemente, repetimos, son las
palabras más bellas de la escritura. Ciertamente constituye una temeridad el
pretender captar y sacar a la luz tanta carga de profundidad contenida en esa
declaración. Solo tratar‚ de abrir un poco las puertas de ese mundo inagota-
ble colocando en los labios de María otras experiencias asequibles para
nosotros.
      "Soy una sierva. La sierva no tiene derechos. Los derechos de la sierva
están en las manos de su Señor. A la sierva no le corresponde tomar inicia-
tivas sino tan sólo aceptar las decisiones del Señor".
      "Soy una Pobre de Dios. Soy la criatura más pobre de la tierra, por
consiguiente la criatura más libre del mundo. No tengo voluntad propia, la
voluntad de mi Señor es mi voluntad y vuestra voluntad es mi voluntad; soy
la servidora de todos, ¿en qué puedo serviros? Soy la Señora del mundo porque
soy la Servidora del mundo" pp. 75-76.
      En el caso de José‚ los textos evangélicos son menos explícitos. Hay,
sin embargo datos en el Evangelio de san Mateo que permitan vislumbrar cuál
fue la experiencia de José‚. "Al igual que el relato lucano de la anunciación
(a María) el anuncio a José‚ es la narración de una vocación que determina el
papel de José‚ en la realización del designio de Dios" (Pierre Grelot). La
manifestación de Dios a José‚ determina de una parte su vocación a la paterni-
dad virginal de Jesús y de otra su responsabilidad de jefe de la familia que
se está constituyendo al llevarse a casa a María, su mujer.
      De José‚ no tenemos ninguna palabra que exprese su aceptación del plan
divino ni su actitud ante la manifestación de Dios, pero tenemos los hechos
narrados en el evangelio que manifiestan bien a las claras una disposición
similar a la de María.

Nuestra vocación

      También hoy toda vocación comporta un núcleo imprescindible de expe-
riencia de Dios.
      Sin esa experiencia inicial que lleva al reconocimiento de Jesús como
Señor y salvador y al trato personal con Dios, la vida vivida como vocación
carece de consistencia.
      La experiencia de Dios no tiene sólo la función de poner en marcha la
vida en una determinada dirección. Sin negar la importancia de ese primer
impulso, sin el cual todo sería distinto, el núcleo personal y siempre mis-
terioso, de la experiencia de Dios, acompaña todo el proceso de desarrollo
de la vocación. Es el punto último de referencia no sólo en los momentos de
crisis y de soledad, cuando las demás razones hacen quiebra o se nos ocultan
por un momento, sino en el transcurso normal de la vida.
      La experiencia de Dios rescata de la banalidad y da profundidad tras-
cendente a toda la cadena de actos que el desenvolvimiento normal de una vida
lleva consigo.
      La experiencia de María y de José, en la misma línea pero más adentro
si se quiere, que todas las otras vocaciones, nos iluminan hoy este aspecto
primario y esencial del planteamiento de nuestra vida.

TEODORO BERZAL hsf


sábado, 2 de febrero de 2019

Ciclo C - TO - Domingo IV


3 de febrero de 2019 - IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

                                    "Pero, ¿no es éste el hijo de José?"

Lucas 4,21-30

      En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
      Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
      Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de
gracia que salían de sus labios.
      Y decían:
      - ¿No es éste el hijo de José?
      Y Jesús les dijo:
      - Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo": haz
también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.
      Y añadió:
      - Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garan-
tizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo
cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el
país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda
de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en
tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que
Naamán, el sirio.
      Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose,
lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba
el pueblo, con intención de despeñarlo.
      Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Comentario

      El Evangelio nos presenta hoy la segunda parte de la visita a Nazaret
que Jesús hizo en los comienzos de su vida pública.
      Ante su discurso mesiánico en la sinagoga "todos se declaraban en con-
tra, extrañados de que mencionase sólo las palabras sobre la gracia".
      Los habitantes de Nazaret conocían bien a Jesús, lo sabían todo acerca
de él. Sabían quién era su padre y su madre, donde estaba su casa, cuál era
su oficio. Habían visto sus idas y venidas, están al corriente de sus costum-
bres, de su manera de ser, de sus amistades y de su familia.
      Y fue quizá este conocimiento tan completo lo que se alzó como un muro
ante sus ojos para no comprender el misterio de Jesús. Aquel modo nuevo de
hablar, aquellas palabras que pretendían revelar el misterio desconcertaron
a todos. Esto puede explicar el dicho de Jesús sobre la acogida al profeta
en su propia patria. De hecho explica también la palabra de san Juan: "vino
a su casa, pero los suyos no le recibieron" Jn: 1,11.
      En el fondo late el problema de la identidad de Jesús. ¿Quién es éste
a quien todos tienen por hijo de José, que se identifica con el Mesías, que
se llama profeta, que dice tener una misión en Israel y fuera de Israel?
      Los vecinos de Nazaret, aferrados a sus noticias sobre el Jesús a quien
habían visto crecer entre ellos "se pusieron furiosos y, levantándose, lo
empujaron fuera del pueblo... con intención de despeñarlo". La reacción está 
sin duda exagerada y no todos la compartirían, pero manifiesta la actitud
general ante Jesús que se presenta como Mesías, actitud mil veces repetida
a lo largo de la historia y que el propio evangelista veía realizada en su
época.
      El rechazo es una actitud muy distante del no comprender, del no saber
cómo son las cosas, del no acertar a ver claro. Esta última es la situación
de los discípulos en muchas ocasiones y también la de María y José en el
episodio del templo cuando Jesús tenía doce años.
      En la respuesta que Jesús da a sus compatriotas para explicar que allí
no haría milagros por su falta de fe, alude a dos hechos del Antiguo Testa-
mento cuyos protagonistas son dos profetas. Jesús sitúa la acción en la misma
línea universalista que Elías y Eliseo, quienes mostraron con su manera de
proceder que el favor de Dios se obtiene, no por ser judío o no serlo, sino
por creer. Si a las palabras alusivas a su misión profética añadimos las del
texto referente al siervo de Yavé citado poco antes, podemos concluir que
Jesús no sólo se presenta como profeta, sino como algo más. "Aquí hay uno que
es más que Jonás", dirá en otra ocasión.
      El rechazo de Nazaret hacia su profeta es precursor del que le dispen-
sará Jerusalén. "¡Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas y apedreas
a los que se te envían!" Lc 13,34. El gesto de empujarlo "fuera del pueblo"
recuerda el de la comparación de los viñadores puesta por Jesús para descri-
bir su propia situación. "Lo empujaron fuera de la viña y lo mataron" Mt
21,39. Por eso dirá el autor de la carta a los Hebreos: "Jesús, para consa-
grar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas. Salgamos,
pues, a encontrarlo fuera del campamento, cargando con su oprobio" Heb 13,12-
13.

El otro Nazaret

      El Evangelio de hoy nos presenta el Nazaret que no acogió a Jesús y
pretendió eliminarlo, pero hay otro Nazaret.     
      En el mismo lugar donde hoy hemos presenciado el rechazo y la cerrazón,
hubo alguien que desde el primer momento lo acogió con amor y puso toda su
vida a su servicio.
      María y José‚ dieron el asentimiento de la fe desde el principio, desde
que Dios, por medio del ángel, reveló a cada uno por separado quién era el
hijo que había de venir.
      No todo estuvo claro desde el principio, las dimensiones reales de la
vocación a la que eran llamados sólo las irían descubriendo en sucesivas
experiencias, pero la actitud inicial de fe es nítida desde el comienzo.
      El aceptar la colaboración con los planes de Dios acogiendo a Cristo
en sus vidas, cambió el rumbo de su existencia en plena juventud y cumplió
de manera misteriosa su destino.
      La vida de fe de María y de José‚ fue madurando entorno a Jesús. Hubo
algunos hechos, algunas situaciones y algunas palabras que les fueron
abriendo horizontes. Palabras y hechos recordados y meditados mil veces, con
el afán de descubrir el misterio y de adentrarse en él. Fueron momentos
preciosos, rayos de luz que iluminan un trozo del sendero: las palabras de
Simeón, la adoración de los magos, las palabras de Jesús en el templo... Y
al lado de los hechos que han sido recogidos en la narración evangélica
tantas otras palabras, tantos otros gestos de la vida de cada día. Todo ello
recogido con amor, madurado al sol del cariño familiar, iba dando cada día
el tono de la fe para vivir la virginidad, para entregarse en el servicio,
para sacrificarse por el bien del otro.
      El Jesús acogido, respetado, infinitamente amado, atendido, curado,
limpiado, estimulado en el esfuerzo por María y por José fue creciendo en el
otro Nazaret.
      Cuando se presentó como Mesías ante sus conciudadanos, éstos lo recha-
zaron y no creyeron, pero él sabía que el germen de la fe había empezado a
crecer desde hacía años en aquella misma tierra.

Nuestra fe

      Es fundamental el primer momento de la fe. La toma de conciencia de que
Jesús es el Señor y de que puede cambiar toda nuestra vida. Nadie puede
llegar por sus propias fuerzas a la fe, es un don de Dios.
      Los habitantes de Nazaret son un caso entre muchos de cómo uno puede
cerrarse y no acoger a Jesús como Mesías y Señor, lo que por otra parte
muestra que el hombre es libre para aceptar o no el don que se le ofrece.
      Mirando a este Nazaret hoy y a la iluminación que recibe desde el otro
Nazaret, aprendemos lo que significa creer.
      Creer es entregarse a él sin condiciones, desde el primer momento. Es
dejar que tome él el timón de nuestra vida y haga con ella lo que quiera. Es
aceptar a Jesús como Profeta y como Salvador: el profeta que nos dice toda
la verdad acerca de nosotros mismos y acerca de Dios, el salvador que nos
saca de nuestros pecados y de la estrechez de nuestras miras.
      Creer es estar con Jesús, hacer todo lo posible por que crezca en noso-
tros y en los demás.
      Mirando hoy a Nazaret nuestra fe recibe un nuevo impulso no sólo para
reafirmar la donación inicial, sino para trabajar cada día por adentrarnos
más en ella y por que otros hombres tengan la oportunidad de un encuentro con
Cristo.

TEODORO BERZAL hsf