25 de octubre de 2020 - XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Amarás al Señor... y
amarás a tu prójimo"
-Ex 22,21-27
-Sal 17
-1Tes 1,5-10
-Mt 22,34-40
Mateo 22,34-40
Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron
a Jesús y uno de ellos le preguntó para
ponerlo a prueba:
-Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
Él le dijo:
-"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma,
con todo
tu ser". este mandamiento es el
principal y primero. El segundo es semejante
a él: "Amarás a tu prójimo como a
ti mismo". Estos dos mandamientos sostienen
la Ley entera y los Profetas.
Comentario
En la controversia de Jesús con sus adversarios, el evangelio de hoy
ocupa un puesto relevante, porque la
pregunta de un doctor de la ley le
permitirá explicitar el contenido
central de su mensaje: el amor a Dios y el
amor al prójimo. Toma parte así Jesús
en una discusión frecuente entre los
rabinos de su tiempo que trataba de
establecer un orden en la gran cantidad
de preceptos existentes o, mejor aún,
de encontrar el principio de donde
todos ellos derivan.
Si nos acercamos al texto del evangelio, podemos comprobar que
está
contenido en una estructura muy
sencilla de pregunta y respuesta. La primera
parte se relaciona con el contexto
polémico que hemos venido meditando en
domingos anteriores.
Los otros evangelistas sitúan la enseñanza de Jesús sobre el principal
mandamiento en contextos diferentes.
Para Marcos, por ejemplo, el escriba que
pregunta es elogiado por Jesús, pues es
él mismo quien responde
acertadamente. Sólo Mateo subraya las
intenciones malévolas de los fariseos,
quizá porque cuando él escribía las
relaciones de éstos con los cristianos
se habían deteriorado ya bastante.
Viniendo al contenido de la respuesta de Jesús, podemos destacar los dos
aspectos en que mayormente se cifra su
novedad. Está en primer lugar el
acercamiento del "segundo"
mandamiento al "primero". Ciertamente no era una
novedad recordar la primacía del amor a
Dios, que Israel había profesado
siempre en su "credo":
"Escucha Israel, amarás..." (Dt 6,4-5). Jesús no
identifica totalmente el segundo
mandamiento con el primero, pero dice que
le es "semejante". Es la
misma palabra que la Biblia usa para designar al
hombre con respecto a Dios. De la
multitud de casos particulares que el
Antiguo Testamento recoge en los que se
expresa el precepto de amar al
prójimo (véanse por ejemplo los casos
citados en la 1ª. lectura), Jesús hace
una norma general y más amplia, porque
en su perspectiva el prójimo era todo
hombre y no sólo los miembros del
pueblo elegido.
El otro aspecto esencial del mensaje evangélico es la reducción de toda
la revelación veterotestamentaria a los
preceptos del amor. De ellos "penden"
la ley y los profetas. Es lo que S.
Pablo recuerda a los Romanos: "De hecho,
el no cometerás adulterio, no matarás,
no robarás, no envidiarás y cualquier
otro mandamiento que haya se resume en
esta frase: "amarás a tu prójimo
como a ti mismo". El amor no causa
daño al prójimo y por tanto el
cumplimiento de la ley es el amor"
(13,9-10).
Esa interpretación fundamental que Jesús hace de la ley y los profetas
le
sitúa en el punto de coyuntura entre el
Antiguo Testamento y la revelación
definitiva del rostro de Dios en el
Nuevo, y como consecuencia, del verdadero
rostro del hombre.
El prójimo
Sólo en la encarnación de Dios encontramos la razón última de lo que hoy
el evangelio presenta como exigencia
fundamental del creyente.
Jesús dice que el mandamiento de amar al prójimo es semejante, similar
al
mandamiento de amar a Dios. En la misma
línea dirá más adelante S. Juan:
"Quien ama a Dios, debe también
amar al hermano" (1Jn 4,20). Esto significa
que el amor al prójimo se coloca en la
misma línea que el amor a Dios. Esta
es la gran novedad del evangelio: el
prójimo es alguien a quien se ama en el
mismo impulso de amor con que se ama a
Dios. El prójimo, el hermano adquiere
así una relevancia, una dignidad
imposible de comprender si se le separa de
Dios.
Pero junto a esta "elevación" del prójimo está lo que podemos
llamar el
"abajamiento" de Dios.
Podemos, en efecto, hablar de un abajamiento de Dios
hasta identificarse con el hombre, como
si hubiera de compartir con el hombre
el amor que sólo a Él se debe. Él, que
es "Dios y no hombre", como dice el
profeta Oseas (11,9), se ha hecho
realmente hombre y desde entonces se ha
identificado con todos los hombres.
"Él, el Hijo de Dios, por su encarnación,
se identificó en cierto modo con todos
los hombres" (G.S. 22). En esta
identificación, en esta semejanza de
Dios con el hombre está la base de la
semejanza del segundo mandamiento con
el primero.
Saliendo al encuentro del hombre, Dios se ha hecho el prójimo del
hombre.
Es significativo que en el evangelio de
Lucas, inmediatamente después de la
explicación sobre el principal
mandamiento, viene la parábola del buen
samaritano, como un comentario bien
concreto y práctico.
La encarnación del Verbo puede así ser vista también como ese gesto de
condescendencia divina que se hace
accesible a nuestra debilidad humana para
que amando al hermano a quien vemos,
podamos amar a Dios a quien no vemos
(1Jn 4,20).
En el texto del antiguo Testamento que hemos leído hoy en la primera
lectura, se ve claramente cómo Dios se
pone de la parte de los pobres, de los
débiles, de los oprimidos. La razón
aducida para exigir la práctica de la
justicia y de la caridad es ante todo
de carácter "humanitario": "Porque
forasteros fuisteis vosotros en
Egipto". Es decir, porque vosotros habéis
compartido la misma situación de quien
ahora sufre. El segundo motivo es
netamente "teológico":
"Si grita a mí lo escucharé porque soy compasivo".
compartiendo nuestra naturaleza humana
en su condición de pobreza y
debilidad, Dios ha llegado a la máxima
expresión de su solidaridad e
identificación con cada hombre, de
manera que su rostro está dibujado en
cualquiera que necesite de nuestro
amor.
Te
bendecimos, Padre, que nos llamas
a
amarte a ti y a los hermanos.
Te
damos gracias por Jesús
en
el que vemos cumplido
tu
gesto de acercamiento al hombre
y
la exigencia de total donación a ti
y
a los hermanos.
Danos
el Espíritu de amor
para
que podamos compartir
su
gesto de encarnación
haciéndonos
presentes a los demás
y
amándolos como a nosotros mismos
y
su gesto de consagración
dando
libremente la vida por ti.
Amar
Es importante que dejándonos guiar por la Palabra, recordemos con
frecuencia el centro inspirador y el motor
de toda la vida cristiana, que es
el amor. El evangelio de hoy nos lo presenta
con fuerza.
Amor a Dios y amor al prójimo... Salvadas las debidas diferencias, hay
que reafirmar siempre el principio
unificador: Lo importante es amar.
Ciertamente las exigencias de la vida cristiana se articulan en muchas
situaciones concretas y a muchos
niveles. Se puede y se debe construir todo
un sistema moral que señale los
diversos grados de obligatoriedad, las
diversas circunstancias en que se
compromete la responsabilidad individual
y colectiva. Pero es necesario que el
cristiano no se pierda nuevamente en
un laberinto de preceptos como había
sucedido a los fariseos. El principio
inspirador del amor debe ser
transparente siempre como motivación de fondo
de todas las exigencias morales. La
teología clásica lo había expresado
diciendo que la caridad es la forma,
unidad y significado de todas las virtu-
des. Es la mejor traducción del
aforismo agustiniano: "Ama y haz lo que quieras".
Este principio, que aparece evidente en la reflexión teórica (el amor
centro de toda la vida cristiana) debemos
incorporarlo continuamente a
nuestra existencia dejando que el
Espíritu Santo, amor que ha sido derramado
en nuestros corazones (Rm 5,5), nos
mueva en todo lo que hacemos y decimos.
Nuestro camino de vida cristiana debe rehacer continuamente la síntesis
del amor a Dios y del amor al prójimo.
Son dos aspectos inseparables y en
relación mutua de forma constante. No
se trata de identificar y confundir las
exigencias del primer y del segundo
mandamiento, sino de relacionarlos
correctamente.
Amar a Dios como respuesta al amor suyo que nos precede siempre y amar
al
prójimo en sí mismo, porque es
"otro yo", amarlo porque en el hombre está
Dios, es su imagen, es hijo suyo,
porque todos estamos llamados a compartir
la vida de la familia de Dios.
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