domingo, 28 de febrero de 2016

Ciclo C - Cuaresma - Domingo III

28 de febrero de 2016 - III DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C

"Si no os convertís, todos vosotros pereceréis"

Exodo 3,1-8a.13-15

      En aquellos días, pastoreaba Moisés el rebaño de su suegro Jetró,
sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta
llegar a Horeb, el monte de Dios.
      El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas.
      Moisés se fijó: La zarza ardía sin consumirse.
      Moisés se dijo: Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a
ver cómo es que no se quema la zarza.
      Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la
zarza: Moisés, Moisés.
      Respondió él: Aquí estoy.
      Dijo Dios: No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el
sitio que pisas es terreno sagrado.
      Y añadió: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de
Isaac, el Dios de Jacob.
      Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.
      El Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído
sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a
bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos
a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.
      Moisés replicó a Dios: Mira, yo iré a los israelitas y les diré: el
Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo
se llama este Dios, ¿qué les respondo?.
      Dios dijo a Moisés: "Soy el que soy". Esto dirás a los israelitas: "Yo-
soy" me envía a vosotros.
      Dios añadió: Esto dirás a los israelitas: El Señor Dios de vuestros
padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros.
Este es mi nombre para siempre: Así me llamaréis de generación en generación.

Corintios 10,1-6.10-12

      No quiero que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la
nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la
nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebie-
ron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les
seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios,
pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.
      Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos
el mal como lo hicieron nuestros padres.
      No protestéis como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos
del Exterminador.
      Todo esto les sucedía como un ejemplo: Y fue escrito para escarmiento
nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo
tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga.

Lucas 13,1-9

      En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los
galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.
Jesús les contestó:
      - ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos,
porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis
lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé,
¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os
digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
      Y les dijo esta parábola:
      - Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en
ella, y no lo encontró.
      Dijo entonces al viñador:
      - Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y
no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?.
      Pero el viñador contestó:
      - Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré
estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.

Comentario

      En este domingo escuchamos una fuerte llamada a la conversión. En el
Evangelio de Lucas esta llamada se encuentra en un contexto que invita a
discernir los tiempos y los acontecimientos de la historia.
      En el texto que leemos hoy en concreto, se alude a dos acontecimientos
dolorosos: el asesinato cometido por Pilato que "había mezclado la sangre de
unos galileos con las víctimas que ofrecían" y la muerte de dieciocho perso-
nas aplastadas por la torre de Siloé. Para entender la respuesta de Jesús hay
que tener en cuenta la mentalidad reinante en la época, que atribuía las
desgracias sufridas por las personas a pecados cometidos por ellas o por su
familia. (Cfr, Jn 9,2).
      Pero yendo más al fondo de la cuestión, lo que está en juego en esta
interpretación de las desgracias es la imagen o la idea que se tiene de Dios.
Un Dios que automáticamente hace sentir su castigo (en esta vida o en la
otra) podrá aparecer todo lo más como un Dios justo, pero nada más (en-
tendiendo la justicia a modo humano) Y esa imagen de Dios está reñida con el
Dios, Padre misericordioso, anunciado por Jesús en su mensaje. Esta dimensión
de misericordia y de paciencia de Dios viene después subrayada en la parábola
de la higuera estéril.
      La interpretación que da Jesús a los hechos referidos comporta un doble
aspecto. Por una parte enseña que tales acontecimientos pueden suceder a
cualquiera, independientemente de su situación moral, y que por lo tanto,
cuando suceden a uno son un aviso para todos los demás, y por otro que Dios
da a todos la posibilidad de convertirse, de cambiar de vida, de enmendarse.
      La llamada a la conversión cobra así una radicalidad y una amplitud
mayores. Sobre todo porque viene hecha en nombre de un Dios paciente y
misericordioso, que no está aguardando la caída para castigar, sino que llama
en nombre del amor que nos tiene.
      Las llamadas en nombre del amor son siempre más comprometedoras y
profundas que las que se hacen con amenazas. Además en esta llamada a la
enmienda y a la conversión hay un aspecto universal muy significativo. Nadie
está excluido de la llamada a la conversión.

Conversión en Nazaret.

      En Nazaret no podemos hablar de conversión en relación con el pecado
teniendo presente la santidad de las personas que allí vivieron. Hay sin
embargo otras dimensiones de la conversión que fueron vividas en Nazaret de
manera inigualable.
      En primer lugar en Nazaret se vivió el punto de arranque de toda con-
versión que está en la iniciativa de Dios de salvar a los hombres. Hemos de
recordar que la conversión es ante todo un don de Dios y un acto de Dios.
"Dios nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo" 2 Co 5,18. Y este acto
reconciliador de Dios ha sido vivido por Jesús y por quienes, aun en forma
velada, compartieron su misión de Salvador ya desde los comienzos. El es
nuestra paz y nuestra reconciliación Ef 2,14. El que había sido proclamado
ante María y José "luz de las naciones" y "Salvador", fue también señalado
como "bandera discutida" para revelar lo que cada uno piensa en su corazón.
(Cfr Lc 2,32-35).
      En Nazaret se vivió otra dimensión importantísima de la conversión que
es el aceptar a Dios como absoluto. La familia de Nazaret fue querida por
Dios tal y como era. Fue Él quien dispuso con su Palabra que las cosas fueran
así: que María Virgen concibiera y diera a luz al Salvador y que José entrara
a colaborar en su designio de salvación. Dios fue siempre el protagonista de
aquella familia, el punto de referencia de sus idas y venidas, el centro de
convergencia de todos sus intereses. Mantener una tensión constante hacia
Dios es vivir en permanente conversión hacia Él. Por eso cuando S. Juan
intenta decir cómo era la vida de Dios antes de la venida de Cristo al mundo,
escribe: "Al principio ya existía la Palabra, la Palabra se dirigía a Dios
y la Palabra era Dios" Jn 1,12.
      Esta actitud radicalmente filial de estar siempre vuelto hacia el
Padre, de vivir de cara a Dios es la que Jesús prolongó en Nazaret y a lo
largo de toda su vida.

Nuestra conversión

      Muchos son los aspectos de la conversión de quien quiere vivir en
Nazaret. Para vivir allí hay que ser humildes y sencillos, amar la pobreza,
estar siempre dispuestos a servir, cultivar la vida de familia.
      Pero quizá la raíz de todo esté en esa disposición profunda y mantenida
siempre al día de vivir pendientes de lo que Dios quiera, como lo vemos en
Jesús, María y José.
      No se trata tanto de encontrar una lista de características o de vir-
tudes cuanto de aceptar y vivir con amor y responsabilidad el don que Dios
nos da. Porque vivir en Nazaret es ante todo un don, una vocación.
      Muchas veces establecemos nuestros propios programas de conversión,
pensamos en los fallos que tenemos que corregir, en los puntos que nos quedan
en penumbra, en formas nuevas de ser. Por encima de todos esos proyectos debe
estar la actitud básica de la atención a lo que Dios quiere, de acogida y
amor a su voluntad. Esa disponibilidad permanente hacia Él nos llevará a todo
lo otro: al trabajo y a la humildad, a la pobreza y al amor fraterno.
      ¿Qué otra cosa significa la conversión permanente si no es el estar
siempre vueltos hacia Dios y atentos a lo que Él quiere? Así aprenderemos a
unificar nuestra vida en un solo gesto de amor.
      Vivir así es perpetuar el gesto de retorno al padre del hijo pródigo.
Es saber quién es Dios verdaderamente.

Teodoro Berzal.hsf


sábado, 20 de febrero de 2016

Ciclo C - Cuaresma - Domingo II

21 de febrero de 2016 - II DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C

              "Mientras oraba el aspecto de su rostro cambió"

Génesis 15,5-12.17-18
      En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrán y le dijo:
      - Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes.
      Y añadió:
      - Así será  tu descendencia.
      Abrán creyó al Señor y se le contó en su haber.
      El Señor le dijo:
      - Yo Soy el Señor que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en pose-
sión esta tierra.
      El le replicó:
      - Señor Dios, ¿Cómo sabré que voy a poseerla?.
      Respondió el Señor:
      - Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero
de tres años, una tórtola y un pichón.
      Abrán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente
a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres
y Abrán los espantaba.
      Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un
terror intenso y oscuro cayó sobre él.
      El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antor-
cha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.
      Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos términos: A tus des-
cendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río.

Filipenses 3,17-4,1
      Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis
en mí.
      Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en
los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su
paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas.
Sólo aspiran a cosas terrenas.
      Nosotros por el contrario somos ciudadanos del cielo, de donde aguarda-
mos un salvador: el Señor Jesucristo.
      El transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su con-
dición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues,
hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en
el Señor, queridos.

Lucas 9,28b-36
      En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto
de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió,
sus vestidos brillaban de blancos.
      De repente dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que
aparecieron con gloria; hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusa-
lén.
      Pedro y su compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su
gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Mientras estos se alejaban,
dijo Pedro a Jesús:
      - Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías.
      No sabía lo que decía.
      Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió.
      Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:
      - Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle.
      Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio
y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
     
Comentario
      Al empezar la segunda etapa del camino cuaresmal de conversión, leemos
el evangelio de la transfiguración del Señor, que anuncia su resurrección y
nuestra transfiguración como hijos de Dios.
      Para Lucas la transfiguración es uno de los últimos acontecimientos del
ministerio de Jesús en Galilea. Poco después, en el mismo capítulo, se em-
pieza a narrar el largo viaje que llevará a Jesús a Jerusalén donde, según
sus propias palabras "este Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser re-
chazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y
resucitar al tercer día". La transfiguración, momento epifénico de la gloria
del Hijo de Dios, se ve así proyectada hacia el momento de la máxima
humillación y de la glorificación final.
      El rostro de Jesús cambió de aspecto durante la oración y hasta sus
mismos vestidos transparentaban la luz de su persona. Pero lo más importante
no es la apariencia externa sino la realidad que se manifiesta. La trans-
figuración de Jesús es la manifestación de Dios, de la presencia de Dios en
su naturaleza humana en el momento en que se encamina hacia la cruz. Los
signos de esta manifestación personal de Dios son: la luz que brillaba en el
rostro de Jesús ("vieron su gloria"), la nube y la voz.
      Como en otras teofanías bíblicas, hay por parte de Dios una voluntad
de acercamiento, de comunión y una reacción de temor inicial por parte del
hombre. En este caso la voz que se oye y las palabras pronunciadas ("Este es
mi Hijo, el Elegido. Escuchadle") hacen que la manifestación de Dios sea
particularmente clara y explícita. La designación de Jesús como hijo
predilecto recuerda la figura mesiánica del "siervo de Yavé", el siervo que
lleva sobre sus espaldas los pecados del mundo y que ofrece su vida como
rescate por los demás.
      La referencia al misterio pascual viene, por último, confirmada por el
contenido de la conversión de Jesús con Moisés y Elías: "Hablaban de su
éxodo, que iba a completar en Jerusalén".
      De esta manera queda evidenciada la relación entre la manifestación de
Dios en el monte de la transfiguración (el Tabor) y la suprema manifestación
de Dios en la muerte y resurrección de Cristo.

En Nazaret
      En la montaña de la transfiguración Cristo manifestó su gloria. En
Nazaret no hubo ninguna manifestación, al contrario, Jesús pasaba por uno de
tantos. Pero en Nazaret, como en los demás sitios, Jesús era en persona la
manifestación de Dios.
      La segunda carta de S. Pedro testimonia así la experiencia de quien
presenció la transfiguración en el Tabor: "Porque cuando os hablábamos de la
venida de nuestro Señor, Jesús Mesías, en toda su potencia, no plagiábamos
fábulas rebuscadas, sino que habíamos sido testigos presenciales de su gran-
deza. El recibió de Dios honra y gloria cuando, desde la sublime gloria, le
llegó aquella voz tan singular: "Este es mi hijo a quien yo quiero, mi
predilecto" 2Pe 1,16-18. Otro de los testigos dice: "Y la Palabra se hizo
hombre, acampó entre nosotros y contemplamos su gloria, gloria de Hijo único
del Padre" Jn. 1,14.
      María y José no vieron en Nazaret la gloria de su hijo, que era a la
vez el Hijo del Padre, pero no por ello son menos testigos de la realidad
humana y divina de Jesús: Ellos sabían quién era Jesús y lo testimoniaron.
Hay cosas en los evangelios que nadie hubiera sabido si ellos no lo hubieran
contado. Pero sobre todo su vida es el mejor testimonio: una vida llena de
fe y de amor es el signo claro de alguien que "ha visto" quién es Jesús.
      Nadie mejor que María y José podrían haber dicho con el apóstol Juan:
"Lo que existía desde el principio, lo que oímos, lo que vieron nuestros
ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, -hablamos de la Palabra
que es vida, porque la vida se manifestó, nosotros la vimos, damos testimonio
y os anunciamos la vida eterna que estaba de cara al Padre y se manifestó a
nosotros-, eso que vimos y oímos os lo anunciamos ahora" I Jn 1,1-3.
      María y José‚ no estuvieron en el Tabor. José‚ probablemente había muerto
ya cuando Jesús comenzó la vida pública y por tanto no pudo oír hablar de sus
milagros. Y sin embargo nadie mejor que ellos vio, contempló y palpó con sus
manos la Palabra que es vida.

Nuestro testimonio
      La transfiguración de Cristo es la garantía de nuestra propia
transfiguración que va actuándose a medida que, como Abrahán, renovamos la
alianza con el Dios siempre fiel.
      Esta transfiguración o transformación permanente es nuestra tarea de
cristianos. Consiste en ir siendo cada vez más transparentes a la luz que
viene del Señor, en manifestar cada vez mejor con nuestra vida que Dios salva
al mundo, en vivir de modo que "alumbre también nuestra luz ante los hombres,
que vean el bien que hacemos y glorifiquen a nuestro Padre del cielo". Mt
5,16.
      Nosotros quisiéramos ver a veces esta transformación a ritmo acelerado.
Pero la realidad de la vida nos enseña que se trata de un proceso lento.
      El contacto prolongado que María y José tuvieron con Jesús en Nazaret
nos revela la dimensión fundamental de nuestro testimonio. El testigo se
cualifica por la inmediatez y la experiencia de lo que dice más que por la
maestría con que expone la doctrina o el mensaje.
      Muchas veces el anuncio del mensaje adolece de falta de experiencia y
se queda en palabras vanas dichas sin convencimiento.
      Cuesta quedarse en Nazaret esperando que Cristo "transformará la bajeza
de nuestro ser reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo, con esa

energía que le permite incluso someter el universo" Fil 3,21.
Teodoro Berzal.hsf

sábado, 13 de febrero de 2016

Ciclo C - Cuaresma - Domingo I

14 de febrero de 2015 - I DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C

"El Espíritu lo fue llevando por el desierto"

Deuteronomio 26,4-10
      Dijo Moisés al pueblo:
      - El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá 
ante el altar del Señor, tu Dios.
      Entonces tu dirás ante el Señor, tu Dios: "Mi padre fue un arameo
errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí con unas pocas personas.
      Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y
numerosa.
      Los Egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una
dura esclavitud.
   Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres; y el Señor escuchó
nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia.
      El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio
de gran terror, con signos y portentos.
      Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana
leche y miel.
      Por eso ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo, que
tú, Señor, me has dado".
      Las pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del
Señor, tu Dios.

Romanos 10,8-13
   La Escritura dice: "La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios
y en el corazón."
      Se refiere al mensaje de la fe que os anunciamos.
      Porque si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree
que Dios lo resucitó, te salvarás.
      Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los
labios a la salvación.
      Dice la Escritura: "Nadie que cree en Él quedará defraudado".
      Porque no hay distinción entre Judío y Griego; ya que uno mismo es el
Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan.
      Pues "todo el que invoca el nombre del Señor se salvará."
                           
Lucas 4,1-13
      En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán,
y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto,
mientras era tentado por el diablo.
      Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces
el diablo le dijo:
      - Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.
      Jesús le contestó:
      - Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre".
      Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos
los reinos del mundo, y le dijo:
      - Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado
y yo lo doy a quien quiero. Si tu te arrodillas delante de mí, todo será 
tuyo.
      Jesús le contestó:
      - Está escrito: "Al Señor tu Dios adorarás y a El solo darás culto".
      Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le
dijo:
      - Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "En-
cargaré a los  ángeles que cuiden de Ti", y también: "te sostendrán en sus
manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".
      Jesús le contestó:
      - Está mandado: "No tentarás al Señor tu Dios".
      Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Comentario
      Comenzamos hoy el itinerario penitencial que nos llevará a la Pascua,
signo supremo de nuestra reconciliación con el Padre.
      En el primer domingo de cuaresma leemos el evangelio de la prueba de
Jesús en el desierto.
      Jesús, lleno del Espíritu Santo, que había recibido en plenitud en el
bautismo, fue conducido por ese mismo Espíritu al desierto. Y allí, en el
desierto, el diablo le puso a prueba.
      Examinando cuales son las tres tentaciones que el diablo le presenta,
pueden considerarse como una sola prueba fundamental: el intento de alejarlo
del cumplimiento de la voluntad del Padre.
      "Si eres hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan". Es
la tentación de la concupiscencia de la carne". Como todo hombre, Jesús se
ve impulsado a independizarse del Padre, que da el pan y la vida. Para Jesús
la tentación consistía en concreto en iniciar la senda de un mesianismo pura-
mente humano. Pero Él adopta desde el principio una actitud de plena
confianza filial en el Padre. Así podrá decir más tarde: "No andéis agobiados
pensando que vais a comer, o que vais a beber..." Mt 6,31. Es la línea de
pobreza de Jesús. Para Él el alimento es la voluntad del Padre.
      "Te daré todo este poder y toda esta gloria... " Es la tentación de la
"concupiscencia de los ojos". El diablo pretende inclinarlo hacia un me-
sianismo de tipo político y temporal, alejándolo del designio del Padre que
lo quiere el Mesías de la humillación y de la cruz. Es la tentación del
poder, que a tantos ha corrompido y de la que pocos se ven libres. Jesús en
su respuesta deja bien claro que el único absoluto es Dios ante quien todos
tienen que postrarse.
      "Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo..." Es la tentación del
"orgullo de la vida" que pretende desafiar a Dios y ponerlo al propio
servicio. Para Jesús suponía la opción entre presentarse con la ostentación
propia del Mesías o ir por el camino de la humildad y de la sencillez. Y es
éste el camino que elige mostrando así, bien a las claras, que es el verdadero
Hijo de Dios.
      El evangelio de hoy termina con una frase de tono misterioso: "El
diablo, acabadas sus pruebas, se marchó hasta su momento". Este momento es
sin duda el de la pasión y muerte de Jesús. Fue entonces cuando Jesús sintió
todo el peso de la fragilidad de su condición humana y "el poder de las ti-
nieblas" Lc 22,53.
      Jesús superó aquella suprema tentación con la oración, poniéndose con
total confianza en las manos del Padre.

La prueba de Nazaret
      La vida en Nazaret fue también un tiempo de prueba que fue madurando
las respuestas firmes y tajantes dadas por Jesús al tentador en el desierto.
      Podríamos decir que la tentación típica de Nazaret es la que el diablo
puso a Jesús en tercer lugar, la de querer manifestar el propio valer, la de
creerse por encima de los demás, la de pensar que Dios mismo debe estar al
servicio del hombre y mandar sus ángeles para que no tropiece.
      En la historia real de Jesús, María y José en Nazaret nada hay que
indique el recurso a lo divino para valorar lo humano o remediar su in-
capacidad y limitación. Los tres sabían desde el principio el misterio que
se albergaba en su casa y, sin embargo, el tiempo pasaba y pasaba sin que
nada diera a entender quién era el que vivía allí. La distancia entre la
realidad divina de Jesús y la realidad de su vida en Nazaret mide la grandeza
de este misterio.
      Jesús no eligió el camino fácil de mostrarse como Hijo de Dios antes
de tiempo. En las palabras de S. Pablo: "No se aferró a su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, ha-
ciéndose uno de tantos" Fil 2,6-7. Jesús siguió el camino de la humildad y
de la pobreza y, sólo cuando el Padre quiso, abandonó Nazaret para anunciar
la llegada del Reino.
      La actitud de Jesús en el momento de la suprema tentación ("Si eres
Hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz" Mt 27,40) ilumina de forma de-
finitiva su actitud de no abandonar Nazaret antes de tiempo para mostrar
quién era.

Nuestra tentación
      Quien intenta vivir hoy el estilo de vida de Nazaret, se encuentra fre-
cuentemente con la tentación de querer poner en evidencia lo que vale, de
abandonar la sana tensión existente entre el ser y aparecer, de dar rienda
suelta a lo más superficial.
      En las fases más agudas de esta tentación, propia de Nazaret, se llega
a no ver sentido a una vida así. No se acierta a entender cómo Dios puede
salvar el mundo a través de los minúsculos gestos de servicio que pide la
vida de familia, a través del cansancio de un trabajo monótono y poco bri-
llante, a través de una vida sin perspectivas amplias, notorias, iluminadoras
para personas o grupos.
      Quien vive momentos así, está tentado de escapar de Nazaret para, ­por
fin-, empezar a hacer algo en la vida, porque le parece que estar así,
viviendo como en Nazaret, es perder el tiempo.
      El origen de esta tentación puede estar fuera de nosotros, pero lo más
frecuente es que provenga de esa parte de nosotros mismos aún no redimida que
todos llevamos dentro. En la raíz de esta tentación hay una falta de con-
fianza en Dios, dueño de nuestra vida, que sabe, ­y cómo-, lo que hay que
hacer para salvar al mundo. Nuestra iniciativa, o nuestra impaciencia, (o
nuestro orgullo) nos lleva a querer acortar el tiempo de Nazaret, a querer
ver que ya existe el reino de Dios, a querer mostrar -como le proponía a
Jesús el diablo- que somos hijos de Dios, por medios muy distintos a los que
él mismo nos propone.
      El camino de Nazaret es el camino de la humildad, de la sencillez, de
la vida oscura en familia, del vivir más que predicar. Nazaret es el tiempo
de vivir lo que más tarde, cuando Dios quiera y por los medios que Él quiera,
se anunciará. El reinado de Dios en Nazaret se parece a un tesoro escondido
en el campo; si un hombre lo encuentra lo vuelve a esconder y de la alegría
va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquel. Mt. 13,44.

Teodoro Berzal.hsf

sábado, 6 de febrero de 2016

Ciclo C - TO - Domingo V

7 de febrero de 2016 - V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

                     "Y, dejándolo todo, lo siguieron"

Lucas 5,1-11

      En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la
Palabra de Dios y, estando él a orillas del lago de Genesaret, vio dos barcas
que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban
lavando las redes.
      Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un
poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
      Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
      - Rema mar adentro y echa las redes para pescar.
      Simón contestó:
      - Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada,
pero, por tu palabra, echaré las redes.
      Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que
reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que
vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas,
que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús,
diciendo:
      - Apártate de mí, Señor que soy un pecador.
      Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con
él, al ver la redada de peces que habían cogido, y lo mismo pasaba a Santiago
y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
      Jesús dijo a Simón:
      - No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.
      Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Comentario

      El evangelio de hoy comienza con un detalle a primera vista insignifi-
cante: Jesús salta sobre una barca y se sienta para enseñar a la gente que
se agolpaba a su alrededor.
      De las dos barcas que había en la orilla, Jesús subió sobre la de Pe-
dro. Este detalle, que sólo Lucas cuenta, leído a la luz de la fe en la
Iglesia, figurada desde antiguo como barca y conociendo el papel que Jesús
asignó a Pedro en ella, se carga de un profundo significado. Jesús anuncia
el evangelio desde la barca guiada por Pedro. La Iglesia empieza así a ser
presentada como sacramento de salvación.
      A continuación describe el evangelista con breves pinceladas y trazos
incisivos el acontecimiento de la pesca milagrosa. Después de haber predicado
a la multitud, Jesús ofrece a un grupo de pescadores, sobre los que tenía un
designio muy especial, una señal tangible de su identidad.
      En los textos paralelos de los otros evangelios hay una invitación
explícita de Jesús a los discípulos: "Veníos conmigo..." En Lucas la dinámica
es diferente. Cristo manifiesta su poder ante los pescadores y ellos "se
quedan pasmados", predice a Pedro su misión y los discípulos "dejándolo todo,
lo siguieron". Se acentúa de este modo la experiencia de Dios que supone toda
llamada. Lo mismo que Isaías en el templo, lo mismo que Pablo en el camino
de Damasco, los apóstoles, antes que ninguna otra cosa, experimentan la pre-
sencia de Dios en Cristo que estaba con ellos. En la expresión "Señor",
atribuida por Pedro a Jesús, y en el término "pecador" con el que se califica
a sí mismo, está recogida toda la grandeza del encuentro con Dios.
      De esta experiencia arranca el seguimiento de Cristo. El que ha visto
quién es el Señor no necesita más explicaciones ni se detiene a madurar más
convicciones para empezar a seguirlo. A su lado todo lo otro es nada.
      Lucas destaca en este episodio la figura de Pedro: es él quien habla,
a él se le anuncia (en singular) la futura misión. Pero Lucas se preocupa
también de señalar que "lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos del
Zebedeo". Es importante aquí señalar que lo que cuenta es la experiencia de
Dios en cuanto tal y no sus manifestaciones. Hay personas en quienes todo se
pasa dentro y no hablan para manifestar lo que está ocurriendo en ellas. A
lo más se contentan con decir: "a mí también me ha sucedido lo mismo", apo-
yándose en el testimonio de otros; y a veces ni siquiera eso. Juan y Santiago
nada dijeron, pero también ellos, dejándolo todo, siguieron a Jesús.

En Nazaret

      Como en otras ocasiones, lo que se vivió en Nazaret proyecta una luz
nueva sobre el momento del evangelio que meditamos y recíprocamente el mis-
terio de Nazaret queda iluminado con todas las otras palabras del Evangelio.
      Hoy hemos visto cómo toda vocación lleva en su núcleo inicial una expe-
riencia de Dios. En Nazaret María y José‚ cada uno independientemente del
otro, vivieron de modo profundo y pleno esta experiencia.
      Para María, la anunciación es el momento fundamental de su experiencia
de Dios que llama a una nueva vida. Es el momento clave de su vocación y de
su existencia.
      Cuando la persona se siente frente a Dios, experimenta una profunda
sensación de pequeñez y desvalimiento. Pedro, al comenzar a entrever quién
era Jesús, exclamó: "Apártate de mi, Señor, que soy un pecador" La experien-
cia de María tiene también un momento semejante: "Soy una sierva del Señor,
hágase en mí según tu palabra".
      I. Larrañaga, en su libro "El silencio de María" analiza de manera
penetrante todos los aspectos de la experiencia de María. A propósito de las
palabras que acabamos de citar escribe "Posiblemente, repetimos, son las
palabras más bellas de la escritura. Ciertamente constituye una temeridad el
pretender captar y sacar a la luz tanta carga de profundidad contenida en esa
declaración. Solo tratar‚ de abrir un poco las puertas de ese mundo inagota-
ble colocando en los labios de María otras experiencias asequibles para
nosotros.
      "Soy una sierva. La sierva no tiene derechos. Los derechos de la sierva
están en las manos de su Señor. A la sierva no le corresponde tomar inicia-
tivas sino tan sólo aceptar las decisiones del Señor".
      "Soy una Pobre de Dios. Soy la criatura más pobre de la tierra, por
consiguiente la criatura más libre del mundo. No tengo voluntad propia, la
voluntad de mi Señor es mi voluntad y vuestra voluntad es mi voluntad; soy
la servidora de todos, ¿en qué puedo serviros? Soy la Señora del mundo porque
soy la Servidora del mundo" pp. 75-76.
      En el caso de José‚ los textos evangélicos son menos explícitos. Hay,
sin embargo datos en el Evangelio de san Mateo que permitan vislumbrar cuál
fue la experiencia de José‚. "Al igual que el relato lucano de la anunciación
(a María) el anuncio a José‚ es la narración de una vocación que determina el
papel de José‚ en la realización del designio de Dios" (Pierre Grelot). La
manifestación de Dios a José‚ determina de una parte su vocación a la paterni-
dad virginal de Jesús y de otra su responsabilidad de jefe de la familia que
se está constituyendo al llevarse a casa a María, su mujer.
      De José‚ no tenemos ninguna palabra que exprese su aceptación del plan
divino ni su actitud ante la manifestación de Dios, pero tenemos los hechos
narrados en el evangelio que manifiestan bien a las claras una disposición
similar a la de María.

Nuestra vocación

      También hoy toda vocación comporta un núcleo imprescindible de expe-
riencia de Dios.
      Sin esa experiencia inicial que lleva al reconocimiento de Jesús como
Señor y salvador y al trato personal con Dios, la vida vivida como vocación
carece de consistencia.
      La experiencia de Dios no tiene sólo la función de poner en marcha la
vida en una determinada dirección. Sin negar la importancia de ese primer
impulso, sin el cual todo sería distinto, el núcleo personal y siempre mis-
terioso, de la experiencia de Dios, acompaña todo el proceso de desarrollo
de la vocación. Es el punto último de referencia no sólo en los momentos de
crisis y de soledad, cuando las demás razones hacen quiebra o se nos ocultan
por un momento, sino en el transcurso normal de la vida.
      La experiencia de Dios rescata de la banalidad y da profundidad tras-
cendente a toda la cadena de actos que el desenvolvimiento normal de una vida
lleva consigo.
      La experiencia de María y de José, en la misma línea pero más adentro
si se quiere, que todas las otras vocaciones, nos iluminan hoy este aspecto
primario y esencial del planteamiento de nuestra vida.

Teodoro Berzal.hsf