sábado, 27 de mayo de 2017

Ciclo A - Ascensión

28 de mayo de 2017 - SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR – Ciclo A

                          "Id y haced discípulos"

Hechos 1,1-11

   En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue
haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles,
que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les
presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo
y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
   Una vez que comían juntos les recomendó:
   -No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi
Padre, de la que os he hablado, Juan bautizó con agua; dentro de pocos
días, vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
   Ellos lo rodearon preguntándole:
   -Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
   Jesús contestó:
   -No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha
establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre
vosotros, recibiréis fuerza para ser mi testigos en Jerusalén, en toda Judea,
en Samaría y hasta los confines del mundo.
   Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la
vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
   -Galileos, ¿que hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que
os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.

Efesios 1,17-23

   Hermanos: Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la
gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los
ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que
os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál
la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según
la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de
entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo
principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre
conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
   Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre
todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Mateo 28,16-20

   Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había
indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose
a ellos, Jesús les dijo:
   -Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo.
                        
Comentario
  
   La solemnidad de la Ascensión que celebra el último momento de la vida
terrena de Cristo, es también el acto último de su resurrección. El misterio
de Cristo, como es celebrado en el año litúrgico, tiene su primera
manifestación en la Navidad y Epifanía, su momento central en la Pascua con
el complemento natural de la Ascensión y Pentecostés. La Ascensión marca el
comienzo del camino de la Iglesia en la historia y su llamada a dar
testimonio de Cristo hasta los confines del tiempo y del espacio.

   Los versículos conclusivos del evangelio de Mateo, además de su
significado propio ya denso, se cargan, leídos en la liturgia de esta fiesta,
de un contenido nuevo. En realidad son la mejor respuesta a la pregunta "¿Qué
hacéis mirando al cielo?" formulada en la 1ª. lectura de la misa.
   La última aparición del resucitado encuentra varias versiones según los
evangelistas. El texto de Mateo presenta dos partes bien diferenciadas: una
narración de los hechos y las palabras de Jesús.
   En la sobria narración cabe destacar el significado del lugar elegido por
Jesús para manifestarse por última vez: un monte de Galilea. En otras partes
de este mismo evangelio hemos visto ya el significado simbólico de la montaña
como lugar de revelación. También la región de Galilea tiene su importancia
en el evangelio de Mateo: es allí donde Jesús empezó su ministerio y es
también el punto de partida de la misión universal de la Iglesia.
   Pero además el Jesús que se presenta a los apóstoles empieza a hablar
recordando la figura docente del sermón de la montaña, tan familiar en el
evangelio de Mateo. Las primeras palabras que Jesús pronuncia, por una parte
hacen eco a un pasaje del libro de Daniel ("Le dieron poder y dominio" 7,14),
referidas al "hijo del hombre", y por otra parecen aludir a las falsas
propuestas del tentador en el desierto (Mt 3,13). Tienen, sin embargo, un
alcance más amplio y universal. La expresión "cielo y tierra" tiene un valor
absoluto que manifiesta a su manera la divinidad de Cristo.
   En el mandato misionero ("Id y haced discípulos... ") cabe destacar la
fórmula trinitaria que pone de relieve el don de la vida nueva recibida por
quien se bautiza y el contenido de la fe de quien se hace discípulo de Jesús.
En esa misma línea cabe señalar la importancia que aquí, como en todo el
evangelio de Mateo, tiene la enseñanza, es decir las transmisión del
contenido de la fe. (El evangelio de Lucas acentúa más bien el valor del
testimonio). Lo que Jesús ha enseñado ha sido fundamentalmente el misterio
de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo y su llamada a entrar en el Reino. Eso
es lo que tendrán que hacer también los apóstoles. El punto de referencia
sigue siendo Él: se trata de hacer discípulos suyos y su presencia misteriosa
acompañará siempre a los enviados.
   Hay, pues, una continuidad real entre la misión de Jesús y la de su
Iglesia.

"Yo estoy con vosotros"

   Un comentario al evangelio de Mateo concluye con estas palabras: "En el
conjunto del relato pascual hemos notado muchas correspondencias con el
relato de la infancia de Jesús: los nombres de "José" y de "María", la misión
de un José que por una parte introduce a Jesús en la descendencia de David
y de otro José que lo introduce en el reino de los muertos; la misión del
Ángel del Señor; la importancia de Galilea en detrimento de Jerusalén; la
apertura del evangelio a los paganos (los Magos y todas las naciones); las
reticencias y el rechazo de los jefes de los judíos. Y para ilustrar estos
dos paneles el del comienzo y el del final, el nombre prestigioso de Jesús,
el Emmanuel, Dios con nosotros. Esta sorprendente perspectiva confirma la
unidad de la obra de Mateo e ilumina el contenido de su evangelio".
   Dentro de ese panorama fijémonos con un poco más de atención en la última
frase del evangelio de Mateo: "Yo estoy con vosotros... " Su resonancia
nazarena es evidente Si el mandato misionero de Jesús, nos ha llevado a
pensar en los días de su vida pública, estas últimas palabras nos llevan a
pensar en su vida en Nazaret.
   Los tiempos mesiánicos comienzan cuando las profecías que anuncian la
presencia de Dios mismo en medio de su pueblo, se hacen realidad en Jesús.
"Yo estoy con vosotros, oráculo del Señor" (Ag. 1,13). Mateo al comienzo de
su evangelio ve cumplidas esa profecías con la encarnación de Cristo: "Esto
sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del
profeta: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Em-
manuel, que significa Dios con nosotros" (Mt 1,23).
   En la encarnación, lo mismo que en el momento de la ascensión, se agudiza
la tensión presencia-ausencia, inmanencia-trascendencia, misterio-historia.
En ambos momentos el paso de una fase de la historia de la salvación a otro
está definido por el modo de presencia de Dios en medio a su pueblo. El
tiempo de la Iglesia se caracteriza por esa presencia escondida de Cristo en
medio de sus discípulos para desarrollar mediante la acción del Espíritu
Santo, toda la virtualidad contenida en el misterio pascual. Si el camino de
la encarnación llevó a Jesús a hacerse compañero de todo hombre compartiendo
con Él su condición humana, comienza ahora un segundo camino de encarnación
en compañía de sus discípulos para acercarse a los hombres de todas las
naciones y hacer que con el bautismo compartan su vida divina.
   El "estar con", que María y José‚ vivieron en primera persona durante los
largos años de Nazaret, es imagen de la respuesta de reciprocidad de todo
apóstol que quiera colaborar en la obra de la evangelización. Esa
reciprocidad fue pedida por el mismo Jesús: "Seguid conmigo, que yo seguiré
con vosotros. Si un sarmiento no sigue en la vid, no puede dar fruto" (Jn
15,4).

   Te pedimos, Padre, en nombre de Jesús,
   el Espíritu Santo para que ilumine nuestros ojos
   y podamos comprender la grandeza de tu poder
   manifestado en la resurrección y ascensión de Jesús
   y para que podamos llevar la verdad del evangelio
   a nuestro ambiente y hasta los confines de la tierra.
   Que tu Espíritu guíe siempre a la Iglesia
   en el camino de penetración del evangelio
   en las diversas culturas,
   y en la espera paciente de que el mensaje cristiano
   vaya siendo asimilado, madure
   y dé frutos de santidad y de justicia

Misión

   La ausencia física del resucitado coloca a los apóstoles ante el vasto
mundo al que llevar el evangelio para hacer discípulos de Jesús. Después de
dos mil años, la Iglesia, echando una mirada sobre la situación actual, está
cobrando una nueva conciencia de su responsabilidad misionera. "Nuestro
tiempo, testigo de una humanidad en movimiento y en búsqueda, exige un
renovado impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y
las posibilidades de la misión se están ensanchando y nosotros los cristianos
estamos llamados a desplegar un valor verdaderamente apostólico que tiene
como fundamento la confianza en el Espíritu Santo. Es Él, en efecto, el
protagonista de la misión" (R. M. 30).
   En cualquier situación en que nuestra comunidad cristiana se encuentre
inserta, está llamada a un nuevo impulso evangelizador. Hay situaciones
misioneras de primera línea donde grupos enteros nunca han oído hablar de
Cristo y el evangelio es totalmente desconocido. Hay situaciones en las que
la comunidad cristiana está sólidamente arraigada y produce excelentes frutos
de santidad. Hoy no se puede vivir ninguna situación de forma cerrada. Otros
países, otras culturas, llaman constantemente a una responsabilidad comparti-
da.
   El caso más frecuente es, sin embargo, el de una situación intermedia en
la que los bautizados abandonan el camino de la fe, no se sienten miembros
integrantes de la comunidad cristiana, han oído hablar del evangelio pero lo
han olvidado o no hacen nada para llevarlo a la vida. Los "confines de la
tierra", de los que habla el evangelio de hoy, se encuentran muchas veces en
la puerta de nuestra casa y dentro de ella.
   Debemos tomar conciencia de que la misión a la que somos llamados
comporta en todos los casos una nueva evangelización. Sólo un nuevo anuncio
del evangelio puede despertar una nueva respuesta en el hombre para comenzar,
o cobrar nuevos ánimos en el camino del discipulado que lleva a la plenitud
de vida trinitaria a la que somos llamados.

TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 20 de mayo de 2017

Ciclo A - Pascua - Domingo VI

21 de mayo de 2017 - VI DOMINGO DE PASCUA – Ciclo A

              "Yo le pediré al Padre que os dé otro abogado"

-Hech 8,5-8. 14-17
-Sal 65
-1Pe 3,15-18
-Jn 14,15-21

Hechos 8,5-8. 14-17

   En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaría y predicaba allí a
Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían
oído hablar de los signos que hacía y los estaban viendo: de muchos poseídos
salían lo espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados
se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
   Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que
Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos
bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu
Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el
nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el
Espíritu Santo.

I Pedro 3,15-18

   Hermanos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre
prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero
con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo
en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestras buenas
conductas en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la
voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal.
   Porque también Cristo murió una vez por los pecados, el justo por los
injustos, para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por
el Espíritu.

Juan 14,15-21

   Jesús dijo a sus discípulos:
   -Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os
dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El
mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio,
lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.
   No os dejará desamparados, volverá. Dentro de poco el mundo no me verá
pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces
sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que
acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi
Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.                         

Comentario

   El evangelio de este domingo es continuación casi inmediata del pre-
cedente. Por tanto habrá que tener presente lo ya dicho para situarlo en su
contexto.
   El breve pasaje que leemos hoy se articula en dos partes, las cuales
ponen de manifiesto los dos motivos de consuelo que Jesús ofrece a sus
discípulos ante su próxima desaparición: la promesa del Espíritu Santo y su
propio retorno.
   La Iglesia, en la proximidad de la fiesta de Pentecostés, nos lleva en la
liturgia a desplazar nuestra atención hacia la persona del Espíritu Santo.
En varios pasajes de los discursos de la última cena Jesús habla del Espíritu
Santo y en los versículos que hoy leemos encontramos la expresión más clara
de su relación con el mismo Jesús y con el Padre.
   El Espíritu Santo es presentado como "otro" abogado (defensor) ya que el
mismo Jesús intercede por nosotros ante el Padre (1Jn 2,1). En los mismos
discursos de la última cena se dice que el Espíritu Santo "procede del Padre"
(Jn 15,26) y que Éste lo enviará en nombre de Jesús (Jn 14,26). El Espíritu
Santo es llamado "Espíritu de verdad" (15,26) y se dice que comunicará a los
discípulos lo que pertenece a Jesús, quien a su vez afirma: "Todo lo que
tiene el Padre es mío" (Jn 16,14).
   Todo lo precedente se refiere a las relaciones intratrinitarias. Pero
además el Espíritu Santo cumple respecto a los discípulos de Jesús
importantes funciones: está con ellos y en ellos, es maestro y guía, lleva
a la comprensión del mensaje de Jesús y da la fuerza para ser testigos suyos.
Todo ello puede efectuarse únicamente en quien acoge la palabra de Cristo.
El mundo en cuanto conjunto de situaciones y actitudes contrarias al Reino
de Dios, es incapaz de abrirse a la acción del Espíritu Santo.
   Hay una progresión en la presencia y acción del Espíritu Santo en los
creyentes, tal y como nos la presenta el evangelio de hoy, que merece ser
destacada. En el texto original la progresión está señalada por el uso de
tres preposiciones distintas. En el v. 16 Jesús dice que el Espíritu Santo
estará siempre con (=metà) vosotros y en el versículo siguiente que vive ya
con (=parà) vosotros y en (=en) vosotros. Algunos prefieren ver una
progresión temporal atendiendo a las diversas fases del misterio de Cristo:
vida terrena, presencia postpascual y el siempre del tiempo de la Iglesia.
Pero no cabe duda que puede verse también un camino hacia la intimidad de las
personas y de la Iglesia entera.
   Esto nos introduce en la segunda parte del texto evangélico que habla del
retorno de Jesús a sus discípulos después de haber muerto. Su presencia
conlleva también la del Padre: "Yo estoy con el Padre, vosotros conmigo y yo
con vosotros". Es la realidad estupenda en la que nos introduce el bautismo
recibido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La única
condición es el amor: "Si me amáis... "

"Con ellos"

   Nazaret inspira siempre nuestra lectura del Evangelio. La promesa de
Jesús de no dejar desamparados a los discípulos sino de volver con ellos, nos
hace pensar en ese momento clave de su llegada a la mayoría de edad, según
la ley, en el que después de haber proclamado que tiene que estar "en la casa
de su Padre", vuelve con María y José a Nazaret.
   Más allá de las coincidencias formales de los textos, está el hecho de la
permanencia de Jesús en Nazaret. Podemos ver en ello un signo claro de la
voluntad de acercamiento de Dios al hombre para salvarlo. El "habitar con"
es una de las experiencias humanas que mejor traducen la comunidad de vida,
el deseo y la posibilidad de llegar a relaciones personales íntimas y
profundas.
   Podemos pensar que para Jesús las posibilidades de orientarse por otros
caminos en esos momentos no eran muchas. Más tarde sí lo serían. Cabía la
posibilidad de romper el círculo familiar y emprender un nuevo oficio en vez
de continuar haciendo lo mismo que veía hacer a su padre. Cabía la
posibilidad de comenzar una ocupación más libre, quizá de estudiar (Jn 7,15).
Jesús prefirió seguir la tradición y fue primero aprendiz, luego compañero
y finalmente sucesor de José‚ en el oficio de carpintero. Nunca terminaremos
de comprender el porqué de ese quedarse en Nazaret, de ese volver "con
ellos... "
   Leemos también en el evangelio : "Entonces sabréis que yo estoy con mi
Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros" (Jn 14,21). María y José tampoco
entendieron en aquel momento qué significaba "estar en la casa del Padre" y
al mismo tiempo vivir con ellos en Nazaret de forma permanente. A la luz de
la resurrección, podemos decir que Jesús vive con el creyente y vive en el
creyente. De manera que es Él mismo, y no sólo su casa, quien es habitado por
Jesús. La reciprocidad de que Él habla ("vosotros conmigo y yo en vosotros"),
nos invita a dar un paso más. Sabemos, en efecto, que si Él viene con
nosotros es para que nosotros vayamos con Él. Y Él es la puerta para entrar
en la casa de la Trinidad. Somos así invitados a una recíproca inhabitación:
la Trinidad en nosotros y nosotros en la Trinidad, habitar y ser habitados...
   Todo esto sólo puede efectuarse cuando Jesús está con el Padre, está en
la casa de su Padre y desde allí envía el Espíritu Santo, es decir, en el
tiempo de la Iglesia (En el tiempo de Nazaret). Entonces puede el bajar con
nosotros, como con María y José, a las ocupaciones de la vida ordinaria
mientras dure la condición presente de nuestra historia humana, pero ya
transfigurada por la fe.

   Señor Jesús, que estás con el Padre
   y al mismo tiempo estás con nosotros,
   te bendecimos por el Espíritu Santo
   consolador, defensor, abogado,
   que tú por la efusión de tu sangre
   nos has conseguido y nos has dado con abundancia.
   Te pedimos la gracia
   de dejarnos guiar por Él en todas nuestras acciones
   y de estar atentos a su presencia
   que actualiza también la tuya y la del Padre
   en nosotros y entre nosotros.
  
"Si me amáis... "

   El proceso maravilloso descrito en el evangelio de hoy que resume el arco
entero de la vida cristiana hasta en sus mayores profundidades, se
desencadena a partir del amor a Jesús. Ese amor lleva al cumplimiento de sus
mandatos y a acogerlo en nosotros.
   Se puede así romper un esquema demasiado intelectualista de la vida del
cristiano que lleva a poner el acento en el conocimiento de las verdades de
la fe. Lo primero es el amor. Es ese el verdadero punto de partida que pone
en movimiento todo lo demás. Hay que recordar, sin embargo, que ese
movimiento primero es fruto de la gracia. Y lo que admitimos fácilmente en
abstracto o cuando se trata de la vida entera de una persona, hemos de
vivirlo también en lo concreto de cada una de nuestras jornadas en la vida
diaria.
   Otro prejuicio que este evangelio debería llevarnos a superar es el de la
oposición entre amor y cumplimiento de los mandamientos. Una concepción de
la vida cristiana que ve en los mandamientos puras imposiciones que hieren
la libertad de la persona y, en último término, su dignidad, no ayuda a
llegar a la unidad de vida. El evangelio de hoy señala el camino exacto: el
cumplimiento de los mandamientos es expresión del amor. Con esa motivación
de fondo, ninguna obediencia, incluso minuciosa, coarta el desarrollo de la
persona.
   Pero sobre todo el evangelio de hoy nos lleva a interpretar nuestra vida
cristiana como comunión y convivencia. Comunión de vida en primer lugar con
y en la Trinidad, que es el fundamento de todo lo demás. Comunión de vida que
es vivir en la comunidad de fe, pero que ofrece ya en esperanza lo que será 
la vida eterna, término de nuestro camino. Comunidad de vida que presenta la
posibilidad de un progreso hacia una intimidad cada vez más grande y al mismo
tiempo hacia una extensión cada vez mayor en los compromisos. El "vosotros"
que viene usado constantemente en al evangelio de hoy es una invitación a la
construcción de la comunión contando con los demás. En último término radica
aquí el impulso misionero, pues no se trata de compartir la vida sólo con
quienes tienen la misma fe que nosotros, sino de llamar también a otros.

TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 13 de mayo de 2017

Ciclo A - Pascua - Domingo V

14 de mayo de 2017 - V DOMINGO DE PASCUACiclo A

                  "Yo soy el camino, la verdad y la vida"

Hechos 6,1-7

   En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua
griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en le suministro
diario no atendían a sus viudas. Los apóstoles convocaron al grupo de los
discípulos y les dijeron:
   No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para ocuparnos de la
buena fama, llenos de espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta
tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra.
   La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno
de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Simón, Parmenas y
Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos
les impusieron las manos orando.
   La Palabra de Dios iba cundiendo y en Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos; incluso sacerdotes aceptaban la fe.

I Pedro 2,4-9

   Queridos hermanos:
   Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero
escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis
en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado
para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.
   Dice la Escritura: "Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y
preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado".
   Para vosotros los creyentes es de gran precio, pero para los incrédulos
es la piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en
piedra angular, en piedra de tropezar y en roca de estrellarse.
   Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.
   Vosotros, en cambio, sois una raza elegida, un sacerdocio real, una
nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas
del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.

Juan 14,1-12

   Dijo Jesús a sus discípulos:
   -No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de
mi Padre hay muchas estancias, si no os lo habría dicho, y me voy a
prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré
conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy,
ya sabéis el camino.
   Tomás le dice:
   -Señor, no sabemos a dónde vas ¿Cómo podemos saber el camino?
   Jesús le responde:
   -Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.
Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis
y lo habéis visto.
   Felipe le dice:
   -Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
   Jesús le replica:
   -Hace tanto que estoy con vosotros ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha
visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tu: "Muéstranos al Padre"? ¿No
crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo
hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las
obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las
obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo
hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre.
                         
Comentario

   El texto del evangelio, que ilumina también las otras lecturas de hoy,
forma parte del primer discurso de despedida pronunciado por Jesús durante
la última cena. Desde el punto de vista redaccional, esta sección ( Jn 13,31
- 14,31) está compuesta por cuatro unidades con la misma estructura: Jesús
da una explicación sobre su próximo "éxodo pascual", los apóstoles no
entienden y sucesivamente uno de ellos (Pedro, Tomás, Felipe, Judas) le
formulan una pregunta que da ocasión a Jesús para ampliar y explicitar lo que
inicialmente había querido decir. El pasaje de este domingo recoge la segunda
y tercera de estas unidades.
   Es Tomás en primer lugar quien pregunta por el "camino" que los
discípulos deberán seguir para llegar adonde Jesús, según sus propias
palabras, se dispone a ir. En la mentalidad común de los hebreos, "camino"
es toda la vida humana interpretada como éxodo hacia Dios, "camino" es
también la ley ( Cfr Sal 119) que conduce a El... Jesús responde
presentándose como "el camino" que sustituye a todos los otros para llegar
al encuentro con Dios. "Nadie se acerca al Padre sino por mí". El es único
mediador, la puerta por la que pasa el rebaño (Jn 10,7). Los otros dos
términos usados por Jesús en su respuesta ("verdad" y "vida") están en íntima
relación con el primero. Jesús es el camino en cuanto revela al hombre la
verdad acerca de Dios y le conduce a la vida misma de Dios haciéndole hijo
suyo.
   La segunda pregunta, la de Felipe, permite a Jesús continuar la
explicación. Pero no procede a la manera de una exposición lógica, sino
volviendo, como en círculos concéntricos, siempre sobre el mismo tema.
Felipe, que como muchos de sus contemporáneos, esperaba en una manifestación
del poder y la gloria de Dios en el momento de la venida del Mesías, es
guiado por Jesús hacia la fe verdadera que consiste en ver en el mismo Jesús
el signo definitivo de la presencia de Dios en el mundo. Para el IV
evangelio, Jesús es la pura transparencia del Padre: "Quien me ve a mí está 
viendo al Padre". Y la razón está en la unión inefable, que va mas allá  de
todas las categorías humanas, entre el Padre y el Hijo. "Yo estoy en el Padre
y el Padre en mí".
   Lo sorprendente está en el hecho de que Jesús, a renglón seguido, aplica
a sus discípulos lo mismo que está diciendo de sí mismo: "Quien cree en mí...
" La Iglesia es imagen de Jesús como Él lo es del Padre. Desde aquí podemos
también meditar la 2ª. lectura en la que S. Pedro nos invita a ser uno con
Jesús. El es la "piedra viva" y nosotros somos llamados a ser "piedras vivas"
en el templo del Espíritu. Por medio de Él podemos ofrecer el sacrificio de
nuestra vida.

"En la casa de mi Padre"

   Las explicaciones de Jesús durante la última cena comunican a los
discípulos el alcance que tendrán los acontecimientos inminentes que van a
vivir. En ellos se pondrá  de manifiesto la gloria de Dios y las relaciones
existentes entre la divinas personas.
   Una de las expresiones elegidas por Jesús para hablar del misterio
pascual es la de volver a la casa del Padre. La misma expresión había
utilizado, según el evangelio de Lucas, cuando sus padres lo encontraron en
el templo de Jerusalén. "¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi
Padre?" (2,49). En el texto evangélico que hoy meditamos, se habla de una ida
y de una vuelta para llevar junto a Él a sus discípulos.
   Jesús parece querer desdramatizar el choque que supondrá su muerte ("No
estéis agitados") hablando de su próximo retorno y de la posibilidad de estar
siempre con Él. Pero sobre todo presentando su ida al Padre como un acto de
hospitalidad: "Voy a prepararos sitio". Habitar la misma casa es una forma
de expresar la pertenencia a la misma familia y de vivir la misma vida.
   Si meditamos el evangelio desde Nazaret, no podemos por menos de recordar
el movimiento descendente y encarnatorio que ha precedido ese "ir al Padre".
La vuelta de Jesús, para llevar consigo a sus discípulos queda así cargada
de esa acogida hospitalaria que Él recibió en la casa de María y de José en
Nazaret. Ellos lo recibieron en la humildad y en la fe cuando se encarnó y
lo acompañaron cuando después de decir que tenía que estar en la casa de su
Padre "bajó con ellos y vino a Nazaret y siguió bajo su autoridad" (Lc 2,51).
   Jesús, la vía única hacia el Padre, ha hecho primero el camino hacia
nosotros, se ha acercado a nuestra condición humana, para que nosotros
podamos compartir su condición divina.
   Los Padres de la Iglesia veían en la condición terrena del hombre un ir
acostumbrándose a su destino eterno en la casa del Padre. Podemos así
considerar nuestro vivir "bajo el humilde techo de Nazaret" con Jesús, María
y José, como un ir acostumbrándonos a compartir con ellos (y con todos los
hombres) las "moradas eternas" (Lc 16,9).
   La conversión consiste precisamente en emprender el camino que conduce a
la casa del Padre (Cf Lc 15).

   Señor Jesús, derrama sobre nosotros
   el Espíritu Santo que nos lleva
   a creer en el Padre y a creer en ti,
   a ir al Padre a través de ti,
   a ver al Padre viéndote a ti,
   a conocer al Padre conociéndote a ti,
   a estar en el Padre como tú estás,
   a decir las cosas como oídas antes al Padre,
   a hacer las mismas obras que tú hacías,
   a pedirlo todo al Padre en tu nombre,
   para que su gloria se manifieste en todos sus hijos.

"Servir"

   La elección de los primeros diáconos (1ª. lectura), la invitación a ser
"piedras vivas" (2ª. lectura) y el gesto de Jesús de preparar a los suyos un
lugar (Evangelio) convergen hacia una llamada al servicio, si queremos poner
en práctica lo que la Palabra nos dice.
   La división de funciones que los apóstoles establecen, motivada por un
conflicto en la primera comunidad cristiana, a primera vista parece reflejar
una situación antitética al ideal descrito por Lucas poco antes: "Un solo
corazón y un alma sola".
   Es bueno notar que las dos funciones: el servicio de la Palabra y el
servicio de las mesas, son expresadas con la misma palabra (diaconía). Esto
parece sugerir que la única actitud válida para contribuir a la construcción
de la comunidad cristiana es el servicio. Tal actitud tiene además un gran
valor de testimonio, es la manifestación clara de que el Espíritu del
resucitado sigue vivo.
   La mentalidad actual tiende a eliminar el concepto de servicio,
pretendiendo que todo trabajo, toda acción en favor de los demás, sea pagada,
remunerada. En algunas ocasiones se corre incluso el riesgo de hacer el
ridículo o de ser considerado un ingenuo si uno hace un gesto de servicio sin
pretender nada a cambio. A fuerza de reivindicaciones laborales (muy
legítimas en ciertos casos) podemos ponernos en contra del espíritu
evangélico del servicio como manifestación del amor a los demás.
   La institución de los diáconos en la comunidad cristiana para el servicio
interno es una fuerte invitación a toda la Iglesia para colocarse al servicio
del hombre ofreciéndole el don de la salvación. Es la forma de hacer presente
a lo largo de la historia la actitud fundamental de Jesús "venido no para ser
servido, sino para servir y dar la vida para rescatar a muchos" (Mc 10,45).
   Si queremos, pues, dar cabida en nuestra vida de cada día al mensaje de
la Palabra, demos espacio y tiempo al servicio poniendo a disposición del
bien común las cualidades, las fuerzas, los talentos, los dones que hemos
recibido de Dios. Así crecerá y se desarrollará nuestra comunidad.
TEODORO BERZAL.hsf