sábado, 26 de junio de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XIII

27 de junio de 2021 - XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

 

                           "Tu fe te ha salvado"

 

-Sab 1,13-15;2,23-24

-Sal 29

-2Co 87. 9. 13-15

-Mc 5,21-43

 

Marcos 5,21-43

 

      En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió

mucha gente alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la

sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insis-

tencia:

       - Mi hija está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que

se cure y viva.

      Jesús se fue con Él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.

      Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años.

Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había

gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor.

Oyó habla de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el man-

to, pensando que, con sólo tocarle el vestido, curaría.

      Inmediatamente se secó la fuente de hemorragias y notó que su cuerpo

estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de Él, se volvió en

seguida, en medio de la gente preguntando:

      - ¿Quién me ha tocado el manto?

      Los discípulos le contestaron:

      - Ves como te apretuja la gente y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"

       Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se

acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó

a los pies y le confesó todo. Él le dijo:

      - Hija, tu fe te ha curado; vete en paz y con salud.

      Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la

sinagoga para decirle:

      - Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?

       Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

      - No temas; basta que tengas fe.

      No permitió que le acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan,

el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró

el alboroto, de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo:

      - ¿Qué estrépito y lloros son estos? La niña no está muerta, está

dormida.

      Se reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos, y con el padre y la

madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de

la mano y le dijo:

      - Talitha qumi.

      (Que significa: Contigo hablo, niña, levántate)

      La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar -tenía doce años-

Con lo que quedaron poseídos del mayor asombro.

      Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer

a la niña.

 

Comentario

 

      Los dos milagros que vemos hoy en el evangelio, históricamente así

acaecidos o asociados por el evangelista, se sitúan en pleno ministerio de

Jesús y tienen como marco geográfico las villas del lago de Genesaret.

      Además de la figura de Jesús, dos personajes descuellan en esta

narración: la mujer que padecía flujo de sangre y Jairo, jefe de la sinagoga.

En ambos se da ese paso inicial de la fe que supone buscar la salvación

(curación) fuera de uno mismo y de las propias posibilidades. Ambos la

buscan, en efecto, en Jesús.

      Pero Jesús, a través del milagro que cumple y en diálogo con ellos, les

lleva a dar un paso más en su camino de fe: a cada uno desde su propia

situación. A la mujer sanada la lleva desde su fe envuelta en algo de

superstición ("con que le toque, aunque sea la ropa, me curo") a esa relación

más personal con Él que supone identificarse y dar testimonio ante los demás.

Jairo por su parte es conducido desde la confianza en el poder sanador de

Jesús hasta admitir la posibilidad de que su hija muerta resucite.

      Es un camino hacia la vida el que Jesús recorre hoy a través de los dos

milagros que cumple (este aspecto es puesto de relieve por la lectura del

libro de la Sabiduría) en el que quiere implicar a los beneficiarios de esos

acciones y a sus discípulos (de entonces y de hoy).

      En ese camino dos cosas son importantes: la acción salvadora de Dios

que se manifiesta plenamente en Jesús, de la que son prueba evidente los

milagros, y la fe de quien lo sigue, que necesita constantemente ser

purificada y purificada para no quedarse en el cascarón del acontecimiento

y llegar a lo esencial de los signos.

 

El secreto

 

      Los comentaristas del evangelio acostumbran a usar el término "secreto

mesiánico" para expresar la insistencia de Jesús en mantener oculta su

verdadera identidad. La prohibición de proclamar abiertamente que Jesús es

el Mesías es particularmente clara en el evangelio de Marcos. El pasaje que

leemos hoy da una muestra cuando, después de resucitar a la hija de Jairo,

el evangelista anota: "Les insistió en que nadie se enterase" (Mc 4,43).

      La notación es tanto más interesante desde el punto de vista

cristológico cuanto más contradictoria resulta en sí misma: el milagro está

cumplido, la niña estaba viva y nadie podía ocultar lo sucedido.

      La prohibición que Jesús íntima a sus discípulos parece estar en

relación con la distorsión que podía hacerse de la figura del Mesías en el

ambiente judío de la época si no se tomaban ciertas precauciones. Por otra

parte hay en el evangelio de Marcos una línea clara de revelación de la

verdadera identidad de Jesús que va desde el primer versículo ("Así comenzó

la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios") hasta la declaración ante

el sumo sacerdote en el momento culminante de la pasión (Mc 14,61-62). Esto

lleva a una educación de la fe de los discípulos recogida sobre todo en la

confesión de Pedro: "Tú eres el Cristo" (Mc 8,29).

      A nosotros nos interesa ahora ver ese "secreto mesiánico" en relación

al tiempo de Nazaret. Porque también allí (y durante mucho tiempo) se mantuvo

el secreto de la verdadera identidad de Jesús, proclamada por el Ángel en el

momento del anuncio de su concepción.

      Si queremos descubrir toda la profundidad del misterio de Nazaret

tenemos que proyectar a los años de la infancia y juventud de Jesús esa

tensión revelación/secreto que Marcos pone de relieve durante los años de su

ministerio público.

      Esa economía de la revelación educó profundamente a María y a José en

su camino de fe, de manera que ellos conocieron el verdadero alcance de la

misión de Jesús y supieron esperar el momento de su manifestación.

 

Te bendecimos, Padre, Dios de la vida,

porque en el combate entre la vida y la muerte,

Jesús ha vencido a la muerte

y nos ha dado la plenitud de la vida

mediante el Espíritu Santo.

Condúcenos en el camino de la fe,

que sabe acompañar la vida

e irla dando cada día

en las ocasiones en que alguien

se nos acerca para pedir ayuda.

 

Nuestro camino con Jesús

 

      Como a los discípulos, testigos de las maravillas obradas por Jesús,

la Palabra nos invita a seguirlo en su ministerio y en su camino hacia la

vida que pasa por el misterio de la muerte y resurrección.

      Estando cada día en su presencia henos de buscar el modo de vivir como

Él. Debemos aprender a acoger a las personas en la situación en que se

encuentran, con sus motivaciones actuales, y ayudarlas, como Jesús a dar el

paso de fe que pueden dar.

      La tarea de los cristianos en el campo de la atención (esporádica u

organizada) a los enfermos y a los que sufren, es inmensa, si queremos

traducir hoy con realismo la misericordia del corazón de Jesús y sus gestos

de curación.

      Los discípulos de Jesús nos movemos hoy, como en los tiempos del

evangelio, en ese camino del testimonio de las obras que va desde el

permanecer en el secreto de su verdadera identidad a la proclamación

explícita del Señor.

      La vida en Nazaret después de Pentecostés agudiza, pero no suprime

jamás la tensión entre el secreto y la proclamación del mensaje. Es eso quizá 

lo que más debemos aprender en estos tiempos en los que tan fácil resulta

gastar las palabras, incluso las más santas, para no decir nada. Estar en el

secreto y vivirlo hasta el fondo, sin perder la esperanza, es el punto clave

de la vida nazarena y de toda vida cristiana.

 

TEODORO BERZAL hsf

sábado, 19 de junio de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XII

 20 de junio de 2021 - XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

 

         "¿Quién será éste, que hasta el viento y el agua obedecen?"

 

-Jb 38,1. 8-11

-Sal 106

-2Co 5,14-17

-Mc 4,35-41

 

Marcos 4,35-40

 

      Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:

       - Vamos a la otra orilla.

      Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas

lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la

barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almoha-

dón. Lo despertaron diciéndole:

       - Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?

      Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:

       - ¡Silencio, cállate!

      El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:

       - ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

      Se quedaron espantados, y se decían unos a otros:

       - ¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

 

Comentario

 

      El milagro de la tempestad calmada cierra el capítulo que Marcos dedica

a las parábolas del reino y es el primero de una serie de prodigios que Jesús

realiza durante un viaje. Al igual que las parábolas, se diría que estos

milagros tienen la finalidad no sólo de reanimar al grupo desalentado de los

discípulos, sino de suscitar en ellos la fe que un día necesitarán en su

ministerio. Se ofrece así una catequesis muy concreta sobre la persona de

Jesús y sobre la forma de ser de quien desea seguirlo.

      Viniendo al milagro de la tempestad calmada, es evidente su significado

cristológico. La intervención poderosa de Jesús suscita la pregunta esencial

sobre su persona: "¿Quién será éste?". Los discípulos reconocen en Jesús algo

extraordinario y misterioso.

      El modo de presentar la intervención de Jesús en el lago hace pensar

que probablemente los discípulos la asociaron con las intervenciones de

Dios en la historia de Israel, sobre todo en le momento del paso del mar

Rojo. Al menos esa es la interpretación a la que la liturgia lleva al lector

actual de la Palabra a través del salmo 106 y de la lectura del libro de Job

que la preceden.

      No se trata de una interpretación sin fundamento pues sabemos que,

según la mentalidad judía, el Mesías debía renovar los prodigios del Antiguo

Testamento. Esto explica también el temor que acompaña a la pregunta por la

identidad de Jesús.

      El milagro, ese milagro concretamente, no sólo confirma la intuición

de los discípulos de que allí hay algo más que un hombre como los otros, sino

que les lleva a pensar que puede tratarse nada menos que del Mesías esperado.

Esa percepción del misterio, como algo que supera al hombre, es lo que

produce el temor y la angustia de los discípulos, porque al mismo tiempo se

ven confirmados en su fe naciente y desbordados por la manifestación de Dios.

 

La calma de Nazaret

 

      Contemplando la escena del evangelio de hoy, podemos hacer una

reflexión sobre el proceso que siguieron los discípulos en el nacimiento y

afianzamiento de su fe, alargándola también al que llevaron a cabo María y

José.

      Leyendo detenidamente los evangelios se ve cómo la fe inicial suscitada

en los discípulos por la invitación de Jesús a seguirlo y estar con Él,

necesitó ser profundizada cada día a través de la enseñanza, la presencia,

el contacto directo con el Maestro. En este camino juegan un papel muy

importante los milagros. Son momentos en los que la fe es puesta a prueba,

pero también estimulada. Son así pasos adelante que quienes siguen a Jesús

se ven obligados a dar si no quieren adoptar la opción de muchos otros, que

consiste en abandonarlo.

      Cuando se plantea la alternativa, los discípulos han recorrido un

camino tan largo, aún en poco tiempo, que les parece imposible volverse

atrás, y responden por boca de Pedro: "¿A quién, Señor, iremos? Tú solo

tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68)

      El camino de fe de María y de José en Nazaret no conoció, sino en los

comienzos, esos momentos exaltantes que provocan el "temor" ante la

manifestación de Dios (Lc 1,30). Los largos años de Nazaret, que suponen

también una progresiva maduración en la fe, están caracterizados por la

memoria viva de los acontecimientos ("Su madre conservaba el recuerdo de todo

aquello" Lc 2,51) y por el contacto directo con Jesús en la vida ordinaria.

      No cabe duda que ambos elementos irían dando a María y a José una

respuesta cada vez más clara a la pregunta esencial del evangelio que hoy los

discípulos se hacen: "¿Quién será pues, éste?" (Mc 4,41).

      Podemos decir que no sólo Jesús, sino también María y José crecieron

en "sabiduría", esa sabiduría que supone el conocimiento cada vez más

profundo del misterio y que supone en primer término la apertura que da la

fe.

 

Señor, ¿quién eres tú?

Vemos tu poder sobre el viento y el mar,

en el cielo y en la tierra,

pero tú, ¿quién eres?

Tú llenas el espacio y el tiempo del hombre,

y en el momento más oscuro estás ahí,

dispuesto a intervenir y a hacer reinar la calma

donde estaba la borrasca.

Pero, Señor, tú ¿quién eres?

 

Nuestra fe

 

      Una vez calmado el viento y el mar, Jesús reprocha a sus discípulos su

miedo y su falta de fe. Podemos preguntarnos en qué se manifestó esa falta

de fe, si en haber despertado al Maestro cuando se sentían en peligro o en

no haberlo reconocido como Señor cuando intervino con poder, como después

hicieron. En todo caso, el evangelio de hoy interpela también nuestra fe,

nuestra fe actual y el proceso de maduración de nuestra fe, si leemos el

evangelio a partir de Nazaret.

      Con frecuencia vacila también la estabilidad en la barca de nuestra

vida; hay situaciones, problemas, dificultades que nos ponen en crisis. A

veces nos puede venir la duda de si Dios se ha olvidado de nosotros; pero con

más frecuencia nos viene la tentación de creerle dormido. Como consecuencia

hacemos una interpretación de la historia y de nuestra propia existencia sin

tenerle en cuenta, como si Él no estuviese.

      Al creyente le asaltan siempre dos tentaciones: la de querer

arreglárselas por su cuenta (sacar el agua de la barca en medio de la

tormenta) y la de querer hacer intervenir a Dios a cada paso para que le

saque las castañas del fuego.

      Jesús llama cobardes no tanto a quienes han interrumpido su sueño en

la barca cuanto a quienes no saben reconocerlo a través de los signos que

opera en la naturaleza y en la historia. Bueno es saber que nuestro camino

de maduración en la fe se mueve siempre entre esos dos escollos.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

sábado, 12 de junio de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XI

 13 de junio de 2021 - XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

 

“…al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña,

pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas…”

 

-Ez 17, 22-24

-Sal 91

-2Co 5, 6-10

-Mc 4, 26-34

 

En aquel tiempo, decía Jesús a las turbas:

El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va

produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.

Dijo también:

¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.

Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

 

COMENTARIO

 

La finalidad de las parábolas que Marcos recoge en el cap. 4 de su evangelio parece ser la de suscitar la confianza de los discípulos de Jesús en su persona y en su misión. Después del entusiasmo suscitado por los primeros milagros y el anuncio inicial de la llegada del reino, se advierte un momento de dificultad en el ministerio de Jesús: algunos lo abandonan, otros dudan. En esas circunstancias las parábolas tienden a afianzar la fe vacilante de los

discípulos y al mismo tiempo nos descubren dimensiones importantes de la obra de la salvación.

"El reinado de Dios es como cuando un hombre siembra. . . “El mensaje inmediato está claro: Jesús dice a sus discípulos desanimados que hay que tener paciencia; que la palabra anunciada, aunque parezca momentáneamente perdida, un día dará su fruto. La otra parábola, la del grano de mostaza subraya aún con mayor fuerza el contraste entre la debilidad de la situación inicial del reino de Dios y su pleno desarrollo.

De esa fuerte paradoja expresada en las dos parábolas se deduce el mensaje permanente para el discípulo de Jesús: el resultado final de la obra salvadora no depende de lo que él haga o no haga; en primer lugar porque la iniciativa viene de Dios, como subraya también la 1ª lectura. Pero esa acción primera y permanente de Dios invita al seguidor de Jesús a una generosidad sin medida, como la del sembrador, que lo da todo fiándose de la capacidad interna que tiene la semilla para producir fruto.

Quedan así reforzadas las razones de esperanza que tiene el discípulo de Jesús, ya que en último término lo único que se le pide es una confianza total.

 

Crecimiento y cosecha

 

El punto de partida para entender las parábolas de Jesús es su experiencia concreta de las situaciones presentadas en esas semejanzas y su el punto de llegada es su experiencia de vida en ellas transmitida. Es el camino de interpretación que han seguido muchas veces los Padres de la Iglesia. Así S. Ambrosio dice un su Comentario a S.  Lucas: "Tú siembra al Señor Jesús: él es una semilla cuando lo arrestan y un árbol cuando resucita, un árbol que da vida al mundo entero. Es una semilla cuando es enterrado en el sepulcro y un árbol cuando es elevado al cielo".

Siguiendo ese mismo procedimiento podemos meditar las parábolas de hoy a la luz de la experiencia de Jesús en Nazaret.

En el texto mismo de la parábola de la semilla que crece sola hay como dos progresiones diversas en el paso del tiempo: primero está el lento discurrir de los días y las noches mientras la semilla germina por su cuenta. "La tierra va produciendo la cosecha ella sola" en una duración ininterrumpida que comprende varias etapas: "primero los tallos, luego la espiga, después el grano en la espiga". Después de ese lento proceso, si leemos con atención el texto, parece que todo se precipita: el labrador, que ha esperado tanto tiempo "mete enseguida la hoz". Una sensación parecida produce la lectura de un texto de S. Juan con el mismo tema: "Decís que faltan cuatro meses para la siega, ¿verdad? Pues yo os digo esto: levantad la vista y contemplad los campos; ya están dorados para la siega" (Jn 4, 35, 36).

La paradoja de la "sorpresa" ante lo que uno ha esperado durante mucho tiempo es una experiencia que todos tenemos y refleja también lo que supuso el cambio de ritmo en la vida de Jesús al pasar del tiempo del "crecimiento" en Nazaret al tiempo de la "cosecha" en sus años de ministerio. La paradoja revela en el fondo el mismo mensaje que las parábolas nos transmiten hoy: que no hay parámetros racionales desde una lógica puramente humana para entender el modo de actuar de Dios y la forma de acontecer de su reino.

El lento pasar de los días en Nazaret nos ayuda a entender mejor ese contraste que es una constante en la historia de la salvación.

 

Nosotros vemos hoy, Señor,

los ramos de tu árbol extendidos

por los cinco continentes

y a través de veinte siglos de historia.

Tan grande el árbol y, sin embargo, tan pequeño

en relación con la magnitud del mundo.

Árbol pequeño y débil en muchas partes

 y en muchas situaciones.

Hoy también el reino es una semilla

 que un hombre echa en un campo. . .

 

Sembrar

 

Sólo con la mentalidad del sembrador se puede colaborar a la extensión del reino de Dios. Sembrador es aquel que lo da todo, que no se queda con una reserva entre las manos. Sembrador es aquel que tiene plena confianza en la fuerza germinativa de la semilla. Sembrador es aquel que después de haber echado la semilla en tierra sabe quedarse en paz (dormir) dejando que pasen las noches y los días. Sembrador es aquel que tiene esperanza de poder cosechar un día. El sembrador es optimista por naturaleza, a veces un poco loco. Sabe que no todos los terrenos producen lo mismo, sabe que no todos los tiempos son iguales para germinar. Pero él sabe que debe arriesgar siempre y siembra en todas partes y a todas horas.

El sembrador evangélico confía en la semilla que es "la palabra de Dios" (Lc 8, 11) y está convencido de que a pesar de los tiempos de oscuridad y aparentemente inútiles que median entre la sementera y la cosecha, la acción de Dios está allí en el secreto y en el silencio.

Este es el aspecto que manifiesta mayormente la experiencia de Nazaret. Por eso quien desea centrar su vida entorno a esa experiencia, pone en primer plano el trabajo sencillo y callado, la atención prolongada a la palabra y a la acción de Dios, la sensibilidad a los signos que él va dando a través de la historia, para percibir cuando es el momento de la cosecha para que nada se pierda por precipitar las cosas, para que nada se pierda por llegar tarde.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

sábado, 5 de junio de 2021

Corpus Christi

 6 de junio de 2021 - SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - Ciclo B

 

                         "La sangre de la alianza"

 

Éxodo 24,3-8

 

      En aquellos días Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho

el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una:

      -Haremos todo lo que dice el Señor.

      Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó

temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las

doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor

holocaustos y vacas, como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre

y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después tomó

el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual

respondió:

      -Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos. Tomó Moisés la

sangre y roció al pueblo, diciendo:

      -Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre

todos estos mandatos.

 

Hebreos 9,11-15

 

      Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Su

templo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir,

no de este mundo creado.

      No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia;

y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la

liberación eterna.

      Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas

de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles

la pureza externa; cuánto más la sangre de Cristo que, en virtud del Espíritu

eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar

nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.

      Por eso Él es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una

muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza;

y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

 

Marcos 14,12-16

 

      El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual,

le dijeron a Jesús sus discípulos:

      -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

      El envió a dos discípulos, diciéndoles:

      -Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua;

seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta:

¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?".

      Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con

divanes. Preparadnos allí la cena.

      Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que

les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

      Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió

y se lo dio, diciendo:

      -Tomad, esto es mi cuerpo.

      Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos

bebieron.

      Y les dijo:

      -Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os

aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el

vino nuevo en el Reino de Dios.

      Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.

 

Comentario

 

      Las lecturas de hoy ponen de manifiesto el significado de la eucaristía

como sacramento de la alianza de Dios con el hombre.

      A la descripción del rito que funda el pueblo de Israel como "pueblo

de Dios", sigue el relato de la institución de la eucaristía en la versión

del evangelio de Marcos. Por su parte el autor de la carta a los Hebreos nos

da la perspectiva histórica que permite el paso de la antigua Alianza a la nueva y

definitiva de Dios con los hombres mediante el sacrificio de Cristo.

      En la narración de la última cena de Jesús con los suyos están

germinalmente presentes todos los valores que la Iglesia ha ido descubriendo

a lo largo de los siglos en ese gesto único y maravilloso realizado por

Cristo antes de su pasión.

      La cena de Jesús representa una continuidad con la celebración pascual

judía en la que se hacía memoria de las maravillas realizadas por Dios.

Respetando ese cuadro tradicional, Jesús lo llena de un contenido nuevo. El

centro de atención no será ya el cordero inmolado y consumido como gesto de

comunión, sino Él mismo, cordero sin mancha entregado voluntariamente por

todos, que con su sangre pone un signo de liberación en las puertas de todos

los hombres.

      Los ritos antiguos cobran una valencia nueva desde el gesto de Jesús,

que anticipa su donación en el Calvario. Ya no se referirán a un pasado

lejano, sino al momento clave de la relación de Dios con el hombre que se

cumple en la cruz. Su sangre derramada, "en virtud del Espíritu eterno",

tiene un valor infinitamente superior al de los antiguos sacrificios.

Mediante la fe en su persona, el hombre puede entrar en comunión con Dios y

con sus hermanos y encontrar esa paz profunda consigo mismo "que purifica la

conciencia".

      De ahora en adelante no cabe, pues, otro sacrificio, ni otra alianza

ni otro mediador entre Dios y los hombres.

 

"... y prepararon la cena de Pascua"

 

      Al relato de la última cena precede en el evangelio el de su

preparación (el texto que se lee hoy en la liturgia omite los versículos

referentes a la traición de Judas). Ese relato preparatorio no sólo crea el

clima adecuado, sino que ofrece los elementos necesarios para decir que la

cena de Jesús se sitúa en la tradición hebrea.

      El hecho de que el evangelio dé ese relieve a la "preparación" de la

Pascua nos da pie para ir un poco más lejos en esa preparación y leer así ese

pasaje desde la experiencia de Nazaret.

      Los años de Jesús en Nazaret fueron, en efecto, fueron una inmersión

vital en las tradiciones cultuales y culturales de su pueblo. Ese es el

sentido más profundo de la encarnación que Nazaret nos descubre. El

crecimiento en edad del que habla Lucas supone el desarrollo físico del

cuerpo, y esto es ya una preparación al sacrificio de la cruz, según la

interpretación que da la carta a los Hebreos en un pasaje paralelo al que

leemos hoy en la liturgia: "Sacrificios y ofrendas no quisiste, en vez de eso

me has dado un cuerpo a mí" (10,5).

      Pero además, sólo la vivencia plena, repetida mil veces, del rito

pascual celebrado en familia pudo permitir a Jesús, al mismo tiempo vivir

todo su significado en la línea de la alianza antigua, y emplearlo para

significar su donación total por nuestra salvación. Es esta personalización

y apropiación del rito cumplida por Jesús a lo largo de los años y de forma

explícita en la última cena lo que le permitirá intuir las posibilidades

nuevas que podía tener como vehículo para transmitir el significado de su

gesto de entrega.

      Y es esa personalización del rito efectuada por Jesús lo que nos

permite ahora - en el tiempo de la Iglesia - ritualizar el gesto de Jesús en

la celebración eucarística. De esa forma la eucaristía nos enseña a vivir el

tiempo de Nazaret. Tiempo que ahora debe ser para nosotros el de la

apropiación personal del gesto de Jesús en el sacrificio de la cruz.

      La repetición del rito debería ir educando nuestra actitud interior de

donación a Dios y a los hermanos hasta el día que, como él, (son todos los

días) debamos cumplir el gesto fuera del rito, en cualquier circunstancia de

la vida.

 

Padre, cantamos en el Espíritu

el nuevo canto de bendición

porque Jesús, el Señor, ha reconciliado contigo,

mediante la sangre derramada en la cruz,

el universo entero.

Llenos de gozo por esta alianza nueva,

plena, definitiva,

te bendecimos porque estamos en paz contigo

y en paz entre nosotros.

 

Vivir la eucaristía

 

      La lectura de la Palabra hecha desde Nazaret nos enseña a vivir cada

día el sacramento de la nueva alianza. Con la fe incorporamos globalmente el

misterio en nuestra vida, pero ¿cuándo lograremos vivir todo lo que

significa?

      Nazaret nos invita a ese camino progresivo de asimilación (de

inculturación) y personalización de la fe. Todo está en la eucaristía: el

amor de Dios, su diálogo con los hombres, el fundamento de la comunión entre

los cristianos, el sentido de la misión, la tensión de unidad y de salvación

universal... todo esta en la eucaristía, pero nosotros somos limitados y

necesitamos tiempo para ir apropiándonos todos sus valores. Lo importante es

que sepamos interpretar la vida como un camino hacia la eucaristía y como un

camino desde la eucaristía. "Fuente y cumbre, dice el Vaticano II.

      La fuerza del sacramento viene en ayuda de nuestra debilidad y de

nuestra limitación. Si nos abrimos a él, nos irá conquistando poco a poco.

Entrar en la nueva alianza es la cuestión fundamental de la vida cristiana

y en ella nos introduce el sacramento de la eucaristía.

      A nuestro esfuerzo por participar en el sacramento corresponde la

acción divina que va trasformando progresivamente nuestro hombre viejo hasta

hacernos llegar a ese corazón nuevo, lleno de fe y de amor, que vemos ya

realizado en Cristo y hacia el que caminamos.

 

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