sábado, 24 de noviembre de 2018

Ciclo B - TO - Domingo XXXIV - Cristo Rey


25 de noviembre de 2018 - XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
                         SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO– Ciclo B

"La realeza mía no pertenece a este mundo"

-Dn 7,13-14
-Ap 1,5-8
-Jn 18,33-37

Juan 18,33-37

      En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús:
      ¿Eres tú el rey de los judíos?
      Jesús le contestó:
      ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
      Pilato replicó:
      ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado
a mí; ¿qué has hecho?
      Jesús le contestó:
      Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi
guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi
reino no es de aquí.
      Pilato le dijo:
      Conque, ¿tú eres rey?
      Jesús le contestó:
      Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido
al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha
mi voz.

Comentario

      En el último domingo del año litúrgico la Iglesia celebra la solemnidad
de Cristo rey. Es colocado así como culmen quien es el centro y corazón de
la historia. El tiempo humano se convierte en imagen de la vida humana
rescatada por Cristo. Es Él quien marca el ritmo de la existencia cristiana
de cada persona, de la Iglesia y del mundo entero.
      La Palabra de Dios nos ilumina el sentido de esta solemnidad. Se abre
con la visión apocalíptica de Daniel en la que aparece un "hijo de hombre"
en contraposición con las "cuatro bestias que suben del mar". ese hijo de
hombre fue identificado con el pueblo elegido por la literatura apocalíptica,
pero Jesús se apropió de ese título de modo personal (Mc 8,31).
      Se introduce así el tema del evangelio extraído del proceso de Jesús
ante Pilato. En Él queda bien claro que en este mundo hay dos realezas que
se distinguen y se contraponen, pero que no son incompatibles.
      La liturgia de hoy toma de todo el proceso sólo el diálogo entre Jesús
y Pilato que tiene lugar en el interior de la residencia de éste. Es una de
las siete partes de que se contiene el entero proceso. habría que leerlo
entero para descubrir cómo el evangelista, con la fina ironía que lo
caracteriza, va haciendo que paso a paso el reo (Jesús) se convierta en Juez
y que los acusadores (los judíos) se condenen a sí mismos por no haber creído
en Jesús.
      Lo esencial del mensaje está en las dos respuestas que Jesús da a
Pilato. A la primera en que el procurador pregunta, ¿Tú eres rey de los
judíos?, Jesús responde con un sí. Pero quiere dejar bien claro que su poder
No procede de este mundo, no le viene conferido por ninguna potencia de aquí:
"La realeza mía no es (en el sentido de no proviene) de aquí". Esta expresión
hay que entenderla a la luz de Jn 8,23 donde aparece la oposición ser de
aquí/ser de arriba. La procedencia u origen de su poder no está en este
mundo, pero se ejerce sobre los hombres que están en el mundo.
      A la segunda pregunta de Pilato sobre su realeza, "Pero entonces, Tú
eres rey?", Jesús reafirma su identidad real y dice en qué‚ consiste: en "ser
testigo de la verdad". Las listas genealógicas de Mateo y Lucas muestran
igualmente la ascendencia davídica.
      A pesar de estos datos, ellos se habían visto obligados a huir a Egipto
ante la decisión del rey Herodes. Y al volver a Israel, "al enterarse de que
Arquelao reinaba en Judea", José‚ tuvo miedo de ir allí y se estableció en
Nazaret (Mt 2,22-23).
      Pero además en Nazaret pasaban los días sin que se viera ningún signo
de una realeza de aquí abajo. Y ésto no sólo los primeros años, sino ni
siquiera después cuando, imaginamos, hubiera sido fácil promover la revuelta
política contra la potencia dominadora y opresora, como otros lo intentaron.
      La vida humilde y ordinaria de la familia de Nazaret prueba ya con los
hechos una verdad que Jesús m s tarde tuvo que esforzarse para imponer
incluso a sus mismos discípulos: que Él no pretendía ser rey al estilo de los
reyes de este mundo (Jn 6,15).
      Solo al final del evangelio aparece clara la verdad de Nazaret. La
ausencia de toda pretensión terrena, la vida sencilla en una familia como las
demás dice bien clara mente que "la realeza mía no pertenece al mundo este...
"(Jn 18,36). Si perteneciera al mundo éste, otra hubiera sido su vida en
Nazaret.
      Jesús se revela así rey, sin ninguna pretensión dinástica, ni por su
origen ni por haber organizado un grupo capaz de hacerse con el poder (Jn
18,36). Es rey siendo sencillamente hombre, "el Hijo del Hombre", es decir,
es rey porque es el Hijo de Dios.

Señor Jesús, ahora que te vemos
levantado sobre la tierra y clavado en la cruz,
podemos aclamarte como nuestro rey
y como rey del universo.
Tu reino no es de este mundo
y no nos atreveremos nunca
a pedirte signos de un poder que no es el tuyo.
Te aclamamos, Señor,
entregado e inerme, porque en tu debilidad
se manifiesta la fuerza de Dios,
una fuerza y un poder que no oprime
sino que libera y da la vida.

Ser de la verdad

      El proceso de Jesús es el momento supremo de la revelación de su
verdadera identidad, pero lo es también de la nuestra. El es el "testigo de
la verdad" y en eso consiste su misión en este mundo. Pero a continuación
dice: "Todo el que es de la verdad, me escucha" (Jn 18,37).
      "Ser de la verdad" es un estilo de vida, un modo de pensar y de obrar
que tiene como constante punto de referencia a Jesús y su palabra. Quien es
de la verdad, se deja llevar por el Padre, que es "la verdad" y es guiado por
el Espíritu Santo a la "verdad completa" (Jn 16,13).
      Al final del año litúrgico, la Palabra de Dios nos invita a clarificar
nuestra vida y a asentarla sobre la roca firme de la verdad, que viene sólo
de Cristo. Nuestra vida es ese espacio de libertad donde a diario se juega
la batalla entre la gracia y el pecado, la verdad que es luz y las tinieblas
del mal.
      Si queremos pertenecer al reino de quien hoy se nos presenta como Rey,
debemos escuchar su voz y dejarla que penetre cada vez m s en nuestra
existencia hasta que d‚ forma a todo nuestro modo de ser.
      Es la condición que el mismo evangelio pone: "Vosotros, para ser de
verdad mis discípulos, tenéis que ateneros a ese mensaje mío; conoceréis la
verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,31-32). Es la gran paradoja del
evangelio: quien se somete a la verdad, adhiriendo mediante la fe a Cristo,
adquiere la libertad, la verdadera libertad.
      Quien se coloca en la sencillez y verdad de Nazaret está en ese camino
que, pasando por la cruz, lleva a la alegría plena de vivir en la libertad
de los hijos de Dios.

TEODORO BERZAL hsf

sábado, 17 de noviembre de 2018

Ciclo B - TO - Domingo XXXIII


18 de noviembre de 2018 - XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- Ciclo B

"Entonces verán venir a este Hombre sobre las nubes"

-Dn 12,1-3
-Sal 15
-Heb 10,11-14. 18
-Mc 13,24-32

Marcos 13,24-32

      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
      En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará 
tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los
ejércitos celestes temblarán.
      Entonces ver n venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder
y majestad; enviar a los Ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro
vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.
      Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas
y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis
vosotros suceder esto, sabed que Él está cerca, a la puerta. Os aseguro que
no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra
pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los
 Ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.

Comentario

      Al final del año litúrgico la Iglesia nos invita a levantar la mirada
y contemplar los tiempos últimos, el día glorioso de la venida del Señor. El
mundo camina hacia su plenitud en el Reino de Dios, por ello el mensaje que
se desprende de la Palabra en este domingo es un mensaje de esperanza.
      Ya la primera lectura, ambientada en un período difícil de la historia
de Israel, quiere transmitir esperanza. Durante la persecución de Antíoco
Epífanes, Daniel recibe una visión y en ella se anuncia que "muchos de los
que duermen en el polvo despertarán; unos para vida eterna, otros para
ignominia perpetua" (Dn 12,2). Es una de las pocas veces que en el Antiguo
Testamento se habla claramente de la resurrección de los muertos. Esta se
anuncia de forma limitada sólo a los mártires de la persecución, pero prepara
ya la revelación plena hecha por Cristo.
      En el evangelio de Marcos, como en general en todo el Nuevo Testamento,
la revelación sobre el fin del mundo no se caracteriza por dar muchos
detalles, sino por su concentración cristológica. La esperanza y el futuro
del hombre están cifrados en la venida de Cristo. Cuando ‚l aparezca,
"enviar a sus Ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos"
(13,27).
      Es esa reunión universal, en la que Cristo se manifestará a todos
inconfundiblemente como Mesías y en la que aparecerá lo que hay en el fondo
del corazón de cada hombre, lo que ocupa el centro de la atención del
evangelista. No se trata, pues, de satisfacer la curiosidad humana sobre el
cuándo, el dónde y, menos aún, sobre los fenómenos celestes que acompañarán
la venida del hijo del hombre.
      Lo importante es saber vivir en el tiempo aferrándose únicamente a las
palabras de Jesús, que llevan a dar testimonio de la propia fe, incluso en
circunstancias difíciles, y a mantenerse vigilantes. Son esas actitudes el
mejor antídoto contra la tentación de la desesperanza, que lleva a buscar
atajos falsos en el camino o a huir de las propias responsabilidades.

El tiempo de Nazaret

      Hay un fuerte contraste en los evangelios entre las narraciones de la
infancia de Jesús y los discursos escatológicos. En las primeras vemos al
niño y adolescente en la fragilidad de la condición humana, en los segundos
aparece "con gran fuerza y majestad" (Mc 13,27). Pero además sentimos que los
acontecimientos relativos a la familia de Nazaret pertenecen a nuestra histo-
ria, nos son familiares. Mientras que los que leemos hoy en el evangelio
escapan a nuestros parámetros normales de comprensión, se sitúan más allá de
nuestro espacio y de nuestro tiempo, no encontramos fácilmente puntos de
referencia para orientarnos.
      Pero si miramos con atención el tiempo de la vida de Jesús en Nazaret,
podemos decir también que era un tiempo último. Los acontecimientos empezaron
a precipitarse poco después de su salida de Nazaret hasta que se produjo el
signo definitivo de su muerte y resurrección.
      También en Nazaret se estaban poniendo tiernos los ramos de la higuera
y estaban brotando las yemas en una primavera que anunciaba un verano ya a
las puertas. En la familia de Nazaret se vivió esa sensación de que, con la
llegada de Jesús, el tiempo estaba preñado de un misterio que no se acierta
a comprender, que supera el normal decurso de la historia. "Cuando llegó el
momento culminante, envió Dios a su hijo nacido de mujer" (Gal 4,4). Pero el
evangelio de Lucas dice en el episodio del templo: "El les contestó: ¿Por qué
me buscabais? ¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?
Ellos no comprendieron lo que quería decir" (2,50-51).
      María y José‚ se quedaron en su interior con el misterio que escondían
esas palabras y vivieron durante muchos años sin saber el cómo y el cuándo.
Se supone incluso que José‚ murió si ver la realización de aquello que se
anunciaba.
      Lo importante es saber vivir en el tiempo con esa actitud interior de
atención, de discernimiento, de apertura y responsabilidad que vemos en María
y José‚. Si nos atenemos al evangelio, en los años de la vida de Jesús en
Nazaret no sucedió nada digno de ser contado. Como para decirnos a nosotros,
hombres de hoy que amamos tanto lo sensacional y los grandes acontecimientos,
que lo verdaderamente importante y definitivo, como fue la manifestación del
Hijo de Dios en la historia, se vive y se prepara en el silencio de cada día.
      En Nazaret tenemos un camino para vivir este tiempo de esperanza que
es el nuestro, mientras preparamos la manifestación gloriosa del Hijo del
Hombre que se producirá en su segunda venida

Señor Dios nuestro, Dios de los vivos, Padre bueno,
tú tejes en secreto en el curso de la historia
la manifestación gloriosa de Cristo.
Danos tu Espíritu Santo
para que sepamos discernir los signos de los tiempos
y sepamos vivir el momento que ahora nos es dado,
pero abiertos a la esperanza en el futuro.
Ilumina nuestro camino
para que sepamos dar nuestro testimonio
y llegar un día a cantar tu alabanza con María y José‚
y todos los que nos han precedido
y duermen el sueño de la paz.

Vivir nuestro tiempo
  
   "Cuidado que nadie os extravíe". "Vosotros andaos con cuidado".
Aprended de esta comparación con la higuera" (Mc 13). El discurso
escatológico de Jesús está lleno de frases exhortativas que invitan a la
atención y al discernimiento del tiempo que estamos viviendo.
      El anuncio de los tiempos últimos, de lo que acontecerá cuando venga
por segunda vez el Hijo del Hombre, nos invita a dilatar nuestra mirada, a
no perdernos entre las muchas indicaciones a corto plazo que continuamente
recibimos sobre el sentido de nuestra vida, de nuestra comunidad, de las
actividades que llevamos a cabo.
      Desde las perspectivas amplias del gran discernimiento final que se
llevará a cabo en "el día del Señor", recibimos una invitación apremiante a
detenernos y preguntarnos por el sentido último de nuestra vida y de lo que
llevamos entre manos.
      Tampoco se trata de perderse en idealismos abstractos, ni de huir de
la realidad actual. Al contrario, la Palabra de Dios, leída hoy en Nazaret,
nos lleva a esa actitud vigilante de atención y escucha para escrutar lo que
aún no se vé pero ya se esta fraguando. Y esto no para llegar antes o ser m s
listos que los otros, sino para mantenernos abierto a lo que Dios mimo nos
prepara y para poder responderle adecuadamente.
      "El día del Señor" nos sorprenderá siempre. Ningún esfuerzo humano es
capaz de adivinar el cuándo y el cómo acontecer, pero es muy distinto vivir
nuestro tiempo con ese sentido cristiano de apertura al futuro, que da todo
su peso al presente, a vivirlo aturdidos por mil preocupaciones que no llevan
a ningún sitio o en una angustia que impide la paz interior.

TEODORO BERZAL hsf


sábado, 10 de noviembre de 2018

Ciclo B - TO - Domingo XXXII


11 de noviembre de 2018 - XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

"Ha dado todo lo que tenía"

-1Re 17,10-16
-Sal 145
-Heb 9,24-28
-Mc 12,38-44

Marcos 12,38-44

      En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía:
      ¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y
que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las
sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de
las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más
rigurosa.
      Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la
gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una
viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos les dijo:
      Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie.
Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesi-
dad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

Comentario

      La liturgia coloca hoy en la primera lectura de la misa la figura de
una viuda, tomándola del llamado "ciclo de Elías" en el libro de los Reyes.
Es una mujer que cree plenamente en la palabra de Dios y da lo poco que tiene
confiando en la Providencia. Esta figura, en su contexto veterotestamentario,
es una llamada al pueblo de Israel para que se fíe de Dios en los tiempos
difíciles.
      En el contexto litúrgico de este domingo constituye un paralelo con esa
otra mujer, también viuda, que aparece en el evangelio y que es capaz de dar
todo lo que tiene para vivir. En contraste aparece el reproche de Jesús a los
fariseos para quienes la religión se diría que más que un medio para expresar
la fe sino de promoción social.
      No cabe duda que el acercamiento de ambos tipos de personajes efectuado
por el evangelista hace que el contraste sea m s fuerte. Jesús que "no
necesitaba informes de nadie, porque conocía al hombre por dentro" (Jn 2,25),
sabe ver el gesto de la viuda y ponerlo de manifiesto ante sus discípulos de
modo que el gesto sea una catequesis para la vida.
      Se trata de la última enseñanza de Jesús, según el evangelio de Marcos,
antes del discurso sobre el fin de la ciudad de Jerusalén y del mundo, y de
entrar en la pasión. El gesto de la mujer que da todo, incluso lo que
necesita para vivir, aparece así como paradigmático del que Jesús mismo se
prepara a cumplir dando su propia vida.
      La totalidad de ese don queda subrayada por la 2¦ lectura, en la que,
a la multitud de los sacrificios de la antigua alianza y al hecho de que el
sacerdote ofrezca la sangre "de otro", se opone el sacrificio de Cristo,
quien "se ofreció una sola vez para quitar los pecados de muchos".
      Es una aplicación concreta y clara del mandamiento del amor que
meditábamos el domingo pasado. Se trata de amar con la totalidad de la
persona (Dt 6,4-5). Esa es la verdadera fe y la verdadera religión,
incompatible con las instrumentalizaciones y caricaturas que el hombre está
siempre tentado de hacer de ella.

La verdad de Nazaret

      El mensaje de las lecturas de hoy se cifra en el contraste entre la
ostentación de los escribas y fariseos y la generosidad secreta de la viuda,
que solo Jesús advierte.
      Por ese camino resulta fácil llegar a contemplar la verdad de Nazarea.
Verdad de Nazaret que consiste en esa fe pura que acoge la Palabra de Dios
y la deja actuar en la propia vida hasta que todo queda transformado. Verdad
de Nazaret en esa actitud humilde que ninguna ventaja recaba de la
familiaridad con el Hijo de Dios, sino que permanece oculta y desconocida a
los ojos de todos, como el gesto de la viuda. Verdad de Nazaret en la entrega
generosa y total, necesaria para construir día a día una familia y para
construir un día la gran familia de los hijos de Dios.
      Hay una verdad de Nazaret hecha de valores auténticos, y el sello de
su autenticidad está precisamente en haber permanecido en secreto todo el
tiempo que Dios quiso.
      No es, pues, de extrañar que quien vivió y vio entorno a sí esa
autenticidad sencilla de una fe profunda y generosa, cuando fustiga las
falsas apariencias y la ostentación, lo haga con términos tan duros como los
que leemos hoy en el evangelio.
      La búsqueda de un reconocimiento público, la ambición de poder o
prestigio, la hipocresía y la vanidad, son cosas tan lejanas y opuestas a la
experiencia nazarena de Jesús, que no puede por menos de condenarlas
duramente: "Esos tales recibir n una condena severísima" (Mc 12,20).
      No se trata de juzgar a los demás y menos aún de poner a unos contra
otros. Lo que está en juego es la autenticidad de la relación con Dios y en
definitiva la figura misma de Dios.
      La verdad de Nazaret, reflejo de una relación auténtica con el Dios,
nos revela su imagen viva; Quien se sirve de la religión para medrar (actitud
farisaica por excelencia) no pone a Dios en el primer puesto como pide el
primer mandamiento.
      Nazaret nos enseña hoy, a la luz del evangelio, esos gestos pequeños
y que quedan para siempre escondidos, pero que en su autenticidad expresan
el amor del corazón.

Padre bueno, Tú pides de nosotros,
no el "mucho" de los ricos,
sino el "todo" de la viuda.
Te pedimos la fuerza del Espíritu Santo,
que nos haga verdaderos hijos tuyos,
y nos lleve, como a Jesús, a ofrecer nuestra vida
al servicio de los hermanos,
sólo para gloria tuya.
Padre, también tú en un gesto de amor inefable,
que nadie ha visto, has entregado
lo más precioso de ti mismo
al dar a tu Hijo amado para salvarnos.

Caminar en la verdad

      Respondamos a la invitación de Jesús, quien después de observar lo que
hizo aquella viuda "llamó a sus discípulos" y les puso en evidencia aquella
acción para que aprendieran.
      Tanto la viuda de Sarepta, que en su extrema indigencia comparte lo que
tiene, como la mujer del evangelio, que da lo que necesita para vivir,
muestran claramente el camino a quienes quieren seguir la verdad del
evangelio y marchar tras las huellas de Jesús. Ambas configuran las actitudes
básicas del discípulo: apertura y confianza en Dios, siempre fiel, que nunca
abandona a los que se entregan a Él, abandono a su voluntad y generosidad
para dar la propia vida.
      De esa actitud básica de fe, que tanto contrasta con las falsas
motivaciones de los fariseos y de los que dan sólo lo que les sobra, es de
donde deben brotar las obras concretas del amor cristiano. No siempre es
fácil evitar las interferencias en el paso de la fe a sus expresiones
concretas en las obras, como tampoco es fácil saber permanecer en la humildad
y en el "secreto" de la oración y de las buenas obras, que sólo el padre ve.
      Necesitamos cada día reconocer y vencer al escriba y al fariseo que
anida en nuestro corazón y que tiende constantemente a alterar la verdad en
nuestra relación con Dios y con los demás, tanto en los gestos concretos de
la vida de cada día como en las funciones que estamos llamados a desempeñar.
      Necesitamos cada día volver a Nazaret, a un encuentro personal con ese
Jesús, que reafirme nuestra identidad cristiana y nos lleve a la verdad
total.

TEODORO BERZAL hsf

sábado, 3 de noviembre de 2018

Ciclo B - TO - Domingo XXXI


4 de noviembre de 2018 - XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B

                "¿Qué‚ mandamiento es el primero de todos?"

-Dt 6,2-6
-Sal 17
-Heb 7,23-28
-Mc 12,28-34

Marcos 12,28b-34

      En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le preguntó:
      ¿Qué‚ mandamiento es el primero de todos?
      Respondió Jesús:
      El primero es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único
Señor: amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amará s a tu prójimo
como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos.
      El letrado replicó:
      Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo
y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el
entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale m s
que todos los holocaustos y sacrificios.
      Jesús, viendo que había respondido sensatamente le dijo:
      No estás lejos del Reino de Dios.
      Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Comentario

      El evangelio de hoy nos presenta una de las dos intervenciones de Jesús
en el templo de Jerusalén en diálogo con sus oponentes. Hoy se trata de la
cuestión sobre el principal mandamiento.
      La lectura del Deuteronomio presenta ya uno de los textos a los que se
alude en el evangelio y por tanto prepara al oyente a una mejor comprensión
de las palabras de Jesús. Este no se limita, sin embargo, a repetir lo que
los judíos consideraban como el fundamento de su fe: el Shema Israel repetido
cada día en la oración; Citando el Levítico 19,18, Jesús pone al lado del
primero un segundo mandamiento y el evangelista, rompiendo toda lógica
gramatical, dice textualmente: "No hay otro mandamiento mayor que éstos" (Mc
12,31).
      La novedad de la enseñanza de Jesús está pues, no tanto en haber
resuelto una cuestión que en las escuelas rabínicas de su tiempo se
disputaban sobre la reducción a un único precepto de los 613 que habían
encontrado en el Pentateuco, sino m s bien en compenetrar el mandamiento
referido a Dios con el referido al amor al prójimo, haciendo de los dos uno
solo.
      El declarar ambos mandamientos "el m s grande" no supone, sin embargo
una confusión. Leyendo en detalle las palabras de Jesús, está bien claro que
el amor al prójimo es el segundo mandamiento. No se pueden, pues confundir,
pero tampoco separar ambos aspectos de la vida. Esa es también la conclusión
a la que llega razonablemente el letrado en su segunda intervención: "Amar
a Dios... y amar al prójimo... vale más que todos los sacrificios".
      Dichas en el recinto del templo, esas últimas palabras tienen un mayor
sentido crítico contra el formalismo del culto, pero leídas a la luz de la
respuesta de Jesús dicen bien claramente cómo el amor debe ser la raíz
fundamental que anime y motive las relaciones del hombre tanto con Dios como
con su prójimo. El primer mandamiento, en el sentido evangélico precisado m s
arriba, no sólo está por encima de los demás, sino que los comprende y anima
a todos.

El misterio de Nazaret

      El misterio de Nazaret es, ante todo, el misterio de la encarnación de
Dios. Hoy meditamos sobre cómo de los dos mandamientos, el del amor a Dios
y el del amor al prójimo, Jesús hace uno sólo, pero sin confundirlos.
      Una luz para entender mejor esto podemos encontrarla también en el
misterio de la encarnación, pues en ella se funda la unidad del amor a Dios
y del amor al hombre. Es mas, podemos decir que es Dios quien ha realizado
en Cristo esa unidad.
      Ciertamente la unión que se ha efectuado en la encarnación entre la
divinidad y la humanidad es un misterio que escapa a nuestra capacidad de
comprensión. Es demasiado grande para poder expresarlo con nuestras palabras.
Las más viejas fórmulas de la fe reconocen en Cristo una unión verdadera y
perfecta y no una combinación de dos personalidades o entidades distintas,
de manera que, aún conservando todas las propiedades de la divinidad y de la
humanidad, se rechazaba todo dualismo.
      No cabe duda de que hay no sólo un paralelismo formal, sino una hilazón
profunda entre el misterio de la encarnación y la unión entre los dos
mandamientos en que se resume toda la ley y los profetas. Solo el hombre que
era al mismo tiempo Dios podía revelarla de modo perfecto.
      En Nazaret se cumplió de forma misteriosa, pero en toda su plenitud ese
amor a Dios y al hombre en un mismo impulso. Podemos decir que allí, en la
oscuridad de la fe, el amor al hombre (Jesús) era amor a Dios y viceversa.
      María y José que estuvieron implicados en primera persona en los
eventos de la encarnación del Verbo, son también los primeros testigos de esa
situación nueva en la que Dios viene a nosotros en el signo de la humanidad
real y a través de ese mismo signo el hombre accede a Dios.
      Como en el misterio de la encarnación, también en el doble mandamiento,
queda siempre el peligro de enfatizar de tal modo la unión que se llegue a
la confusión o en forma exagerada la distinción hasta llegar a la separación
y el dualismo. Los mismos desastres que se han las herejías en el plano de
la formulación de la fe, pueden producirse siempre en el de la vida
cristiana, si no se integran bien ambos aspectos.
      La praxis humilde de Nazaret nos enseña a mar a Dios que se presenta
como niño, como joven, como hombre, y nos enseña a amarlo precisamente en el
misterio que se encierra en Él.

Señor Jesús, Dios y hombre verdadero,
necesitamos que tu nos enseñes
que "el Señor, nuestro Dios, es uno solo",
para que nunca pongamos a su lado ningún otro.
sólo ese Dios, uno y trino, que tu revelas,
debe acaparar todo el amor
de nuestras fuerzas, de nuestra mente
y de nuestro corazón.
Muéstranos tu,
como experiencia viva que revela el Espíritu Santo
en nuestro interior,
cómo ese es el camino para amar a nuestros hermanos
con todo el corazón, con toda la mente
y con todas las fuerzas.

Amar a Dios y al hombre

      Los profetas de nuestro tiempo no se cansan de repetir que el drama de
la sociedad contemporánea está en haber separado el comportamiento humano de
la fe, de la ética, de la religión; en definitiva, el hombre de Dios.
      Los esfuerzos de comunicación entre ambos mundos parecen pequeños ante
ese proceso gigantesco que trata de fundar una ‚tica, una sociedad y un
porvenir para la humanidad apoyándose únicamente en la razón y en las
posibilidades de desarrollo y organización del hombre.
      Si somos sinceros, tenemos que reconocer que en cada uno de nosotros
existe esa tendencia a separar el amor a Dios y el amor al hombre, a hacer
dos mundos con leyes completamente independientes, a encauzar nuestras vidas
por dos vías paralelas que no se encuentran nunca.
      La Palabra de Dios nos invita hoy a descubrir que el amor al hombre es
auténtico solamente cuando Dios ocupa el primer puesto en nuestra vida. sólo
amando a Dios de todo corazón y aprendiendo de ‚l a amar, podemos amar al
hombre respetándolo en su alteridad, dejándolo que sea lo que él es como
persona y no pretendiendo servirnos de ‚l. Es lo que Dios hace con nosotros
cuando, con su amor, nos da la existencia y funda nuestra libertad.
      La unión, sin confusión, de los dos amores está en el camino de la
encarnación, que el mismo Dios empezó en Nazaret.

TEODORO BERZAL hsf