26
de octubre de 2014 – XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Amarás al Señor... y amarás a tu
prójimo"
-Ex
22,21-27
-Sal
17
-1Tes
1,5-10
Mateo 22,34-40
Los fariseos, al oír que había hecho callar
a los saduceos, se acercaron
a
Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba:
-Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal
de la Ley?
Él le dijo:
-"Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todo
tu
ser". este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante
a
él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos
sostienen
la
Ley entera y los Profetas.
Comentario
En la controversia de Jesús con sus
adversarios, el evangelio de hoy
ocupa
un puesto relevante, porque la pregunta de un doctor de la ley le
permitirá
explicitar el contenido central de su mensaje: el amor a Dios y el
amor
al prójimo. Toma parte así Jesús en una discusión frecuente entre los
rabinos
de su tiempo que trataba de establecer un orden en la gran cantidad
de
preceptos existentes o, mejor aún, de encontrar el principio de donde
todos
ellos derivan.
Si nos acercamos al texto del evangelio,
podemos comprobar que está
contenido
en una estructura muy sencilla de pregunta y respuesta. La primera
parte
se relaciona con el contexto polémico que hemos venido meditando en
domingos
anteriores.
Los otros evangelistas sitúan la enseñanza
de Jesús sobre el principal
mandamiento
en contextos diferentes. Para Marcos, por ejemplo, el escriba que
pregunta
es elogiado por Jesús, pues es él mismo quien responde
acertadamente.
Sólo Mateo subraya las intenciones malévolas de los fariseos,
quizá
porque cuando él escribía las relaciones de éstos con los cristianos
se
habían deteriorado ya bastante.
Viniendo al contenido de la respuesta de
Jesús, podemos destacar los dos
aspectos
en que mayormente se cifra su novedad. Está en primer lugar el
acercamiento
del "segundo" mandamiento al "primero". Ciertamente no era
una
novedad
recordar la primacía del amor a Dios, que Israel había profesado
siempre
en su "credo": "Escucha Israel, amarás..." (Dt 6,4-5).
Jesús no
identifica
totalmente el segundo mandamiento con el primero, pero dice que
le
es "semejante". Es la misma palabra que la Biblia usa para designar
al
hombre
con respecto a Dios. De la multitud de casos particulares que el
Antiguo
Testamento recoge en los que se expresa el precepto de amar al
prójimo
(véanse por ejemplo los casos citados en la 1ª. lectura), Jesús hace
una
norma general y más amplia, porque en su perspectiva el prójimo era todo
hombre
y no sólo los miembros del pueblo elegido.
El otro aspecto esencial del mensaje
evangélico es la reducción de toda
la
revelación veterotestamentaria a los preceptos del amor. De ellos
"penden"
la
ley y los profetas. Es lo que S. Pablo recuerda a los Romanos: "De hecho,
el
no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás y cualquier
otro
mandamiento que haya se resume en esta frase: "amarás a tu prójimo
como
a ti mismo". El amor no causa daño al prójimo y por tanto el
cumplimiento
de la ley es el amor" (13,9-10).
Esa interpretación fundamental que Jesús
hace de la ley y los profetas le
sitúa
en el punto de coyuntura entre el Antiguo Testamento y la revelación
definitiva
del rostro de Dios en el Nuevo, y como consecuencia, del verdadero
rostro
del hombre.
El prójimo
Sólo en la encarnación de Dios encontramos
la razón última de lo que hoy
el
evangelio presenta como exigencia fundamental del creyente.
Jesús dice que el mandamiento de amar al prójimo
es semejante, similar al
mandamiento
de amar a Dios. En la misma línea dirá más adelante S. Juan:
"Quien
ama a Dios, debe también amar al hermano" (1Jn 4,20). Esto significa
que
el amor al prójimo se coloca en la misma línea que el amor a Dios. Esta
es
la gran novedad del evangelio: el prójimo es alguien a quien se ama en el
mismo
impulso de amor con que se ama a Dios. El prójimo, el hermano adquiere
así
una relevancia, una dignidad imposible de comprender si se le separa de
Dios.
Pero junto a esta "elevación" del
prójimo está lo que podemos llamar el
"abajamiento"
de Dios. Podemos, en efecto, hablar de un abajamiento de Dios
hasta
identificarse con el hombre, como si hubiera de compartir con el hombre
el
amor que sólo a Él se debe. Él, que es "Dios y no hombre", como dice
el
profeta
Oseas (11,9), se ha hecho realmente hombre y desde entonces se ha
identificado
con todos los hombres. "Él, el Hijo de Dios, por su encarnación,
se
identificó en cierto modo con todos los hombres" (G.S. 22). En esta
identificación,
en esta semejanza de Dios con el hombre está la base de la
semejanza
del segundo mandamiento con el primero.
Saliendo al encuentro del hombre, Dios se ha
hecho el prójimo del hombre.
Es
significativo que en el evangelio de Lucas, inmediatamente después de la
explicación
sobre el principal mandamiento, viene la parábola del buen
samaritano,
como un comentario bien concreto y práctico.
La encarnación del Verbo puede así ser vista
también como ese gesto de
condescendencia
divina que se hace accesible a nuestra debilidad humana para
que
amando al hermano a quien vemos, podamos amar a Dios a quien no vemos
(1Jn
4,20).
En el texto del antiguo Testamento que hemos
leído hoy en la primera
lectura,
se ve claramente cómo Dios se pone de la parte de los pobres, de los
débiles,
de los oprimidos. La razón aducida para exigir la práctica de la
justicia
y de la caridad es ante todo de carácter "humanitario": "Porque
forasteros
fuisteis vosotros en Egipto". Es decir, porque vosotros habéis
compartido
la misma situación de quien ahora sufre. El segundo motivo es
netamente
"teológico": "Si grita a mí lo escucharé porque soy
compasivo".
compartiendo
nuestra naturaleza humana en su condición de pobreza y
debilidad,
Dios ha llegado a la máxima expresión de su solidaridad e
identificación
con cada hombre, de manera que su rostro está dibujado en
cualquiera
que necesite de nuestro amor.
Te bendecimos, Padre, que nos llamas
a amarte a ti y a los hermanos.
Te damos gracias por Jesús
en el que vemos cumplido
tu gesto de acercamiento al hombre
y la exigencia de total donación a ti
y a los hermanos.
Danos el Espíritu de amor
para que podamos compartir
su gesto de encarnación
haciéndonos presentes a los demás
y amándolos como a nosotros mismos
y su gesto de consagración
dando libremente la vida por ti.
Amar
Es importante que dejándonos guiar por la
Palabra, recordemos con
frecuencia
el centro inspirador y el motor de toda la vida cristiana, que es
el
amor. El evangelio de hoy nos lo presenta con fuerza.
Amor a Dios y amor al prójimo... Salvadas
las debidas diferencias, hay
que
reafirmar siempre el principio unificador: Lo importante es amar.
Ciertamente las exigencias de la vida
cristiana se articulan en muchas
situaciones
concretas y a muchos niveles. Se puede y se debe construir todo
un
sistema moral que señale los diversos grados de obligatoriedad, las
diversas
circunstancias en que se compromete la responsabilidad individual
y
colectiva. Pero es necesario que el cristiano no se pierda nuevamente en
un
laberinto de preceptos como había sucedido a los fariseos. El principio
inspirador
del amor debe ser transparente siempre como motivación de fondo
de
todas las exigencias morales. La teología clásica lo había expresado
diciendo
que la caridad es la forma, unidad y significado de todas las virtu-
des.
Es la mejor traducción del aforismo agustiniano: "Ama y haz lo que
quieras".
Este principio, que aparece evidente en la
reflexión teórica (el amor
centro
de toda la vida cristiana) debemos incorporarlo continuamente a
nuestra
existencia dejando que el Espíritu Santo, amor que ha sido derramado
en
nuestros corazones (Rm 5,5), nos mueva en todo lo que hacemos y decimos.
Nuestro camino de vida cristiana debe
rehacer continuamente la síntesis
del
amor a Dios y del amor al prójimo. Son dos aspectos inseparables y en
relación
mutua de forma constante. No se trata de identificar y confundir las
exigencias
del primer y del segundo mandamiento, sino de relacionarlos
correctamente.
Amar a
Dios como respuesta al amor suyo que nos precede siempre y amar al
prójimo
en sí mismo, porque es "otro yo", amarlo porque en el hombre
está
Dios,
es su imagen, es hijo suyo, porque todos estamos llamados a compartir
la
vida de la familia de Dios.