sábado, 26 de julio de 2014

Ciclo A - TO - Domingo XVII

27 de julio de 2014 - XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

"El Reino de los cielos es semejante a..."

-1Re 3,5. 7-12
-Sal 118
-Rom 8,28-30

Mateo 13,44-52
   Dijo Jesús a la gente:
   -El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el
que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va, vende todo
lo que tiene y compra el campo. El Reino de los cielos se parece también a
un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va
a vender todo lo que tiene y la compra. El Reino de los cielos se parece tam-
bién a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces; cuando está 
llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y
los malos los tiran.
   Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a
los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto
y el rechinar de dientes: ¿Entendéis bien todo esto?
   Ellos contestaron:
   -Sí.
   Él les dijo:
   -Ya veis, un letrado que entiende del Reino de los cielos es como un
padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.

Comentario
   Como introducción al mensaje evangélico, la liturgia nos presenta la
sabiduría de Salomón. Su capacidad de discernir el verdadero valor, que para
él consistía en saber gobernar a su pueblo, es ampliamente elogiado por el
autor sagrado. Dejando de lado riquezas y honores, sabe pedir en su oración
lo que realmente le conviene y su oración es escuchada. El mismo libro de los
Reyes muestra posteriormente cómo le fueron concedidas también la riqueza y
los honores, a pesar de su infidelidad. Lo que importa es tener un corazón
sabio e inteligente, como Salomón desea. En eso está verdaderamente el mejor
tesoro.
   El capítulo de las parábolas del Reino se cierra en el evangelio de Mateo
con tres comparaciones brevísimas que leemos en este domingo.
   Las dos primeras, la del tesoro y la del mercader de perlas, son casi
paralelas. En ambas se subraya la capacidad del protagonista para descubrir
un bien que está por encima de los demás y su prontitud para dejar todo y
obtener lo que más estima. Queda así claro cuál es la actitud que el
discípulo de Jesús debe adoptar frente al anuncio del Reino. Ante el gran
tesoro del Reino que Dios ofrece gratuitamente en Jesús, no queda más remedio
que acogerlo y valorarlo por encima de todas las demás cosas.
   Cada una de estas dos parábolas, a pesar de su significado fun-
damentalmente idéntico, acentúa un aspecto que conviene destacar. En la del
tesoro encontrado en el campo, se subraya la alegría del afortunado. La
alegría es uno de los signos más claros de todo discernimiento bien hecho,
de quien ha sabido elegir bien. En la segunda parábola se destaca la
sagacidad del comerciante capaz de distinguir, entre muchas perlas, la que
vale más que entre todas las demás. Sólo una larga experiencia en el oficio
permite llegar a un juicio tan certero.
   La parábola de la red parece tener el mismo sentido que la de la cizaña,
ya comentada el domingo pasado. Aquí, sin embargo los elementos de la
comparación quedan reducidos a lo esencial: la distinción entre peces buenos
y malos, y la distinción entre los dos tiempos, el de la pesca en el presente
y el de la selección, que se hará en el futuro. Esa esencialidad contribuye
a destacar la distinción entre unos y otros: no caben situaciones
intermedias.
   La conclusión del discurso de las parábolas es también altamente
significativa. A lo largo de la exposición de estas narraciones, el
evangelista ha ido intercalando varios pasajes en los que da las razones de
este modo de presentar el mensaje que Jesús practicaba, como también la
explicación de algunas de las parábolas. En la conclusión se insiste sobre
la necesidad del "comprender". Es necesario comprender no sólo ese modo de
transmitir el mensaje, sino el contenido del mismo. Jesús lo subraya con el
ejemplo del escriba capaz de integrar lo nuevo y lo antiguo. Parece ser el
ideal de quien, habiendo dado cabida a la novedad del Reino, es capaz de
conservar los valores de la antigua alianza. Ese es también un tipo de
sabiduría nada despreciable.

"Lo esconde de nuevo"
   No es buen método de interpretación el buscar un significado a cada uno
de los detalles de las parábolas. Estas tienen un sentido unitario que se
capta en la fuerza del témino de comparación: la figura, la imagen, el
comportamiento recogido en la experiencia de la vida corriente que revela la
verdad de orden espiritual.
   Si se destaca un detalle, hay que saberlo integrar en el sentido global
de la parábola mostrando cómo ilumina su contenido desde un ángulo
particular. Es lo que pretendemos hacer leyendo la experiencia de Nazaret a
la luz de ese detalle destacado en el título, que forma parte de la parábola
del campo en la que se encuentra el tesoro.
   El texto dice que el hombre que encuentra el tesoro "lo esconde de
nuevo". Se distinguen así tres momentos en el tiempo de la narración de la
parábola: el descubrimiento del tesoro, el momento más o menos largo en que
el tesoro ya descubierto permanece nuevamente escondido bajo tierra y la
plena posesión del mismo. Sólo en este último momento el tesoro puede ser
mostrado sin temor puesto que el campo pertenece ya plenamente a quien
descubrió su riqueza.
   Si vemos en el tesoro, como nos enseña el evangelio, no tal o cual valor
de la vida ni tampoco el Reino de Dios como un dominio abstracto de Dios
sobre el mundo, sino que lo identificamos con Jesús mismo, entonces podemos
decir que el segundo momento del que hablábamos, en que el tesoro es ya
conocido pero ha sido escondido de nuevo, coincide con el tiempo de Nazaret.
   Después de la revelación inicial a María y a José, y a algunos otros "que
esperaban la redención de Israel", por mucho tiempo aún el tesoro estuvo
escondido. El misterio de Cristo, "que no había sido comunicado a los hombres
en los tiempos antiguos" (Ef 3,3), permaneció también oculto durante un largo
período después de haber sido inicialmente revelado.
   Los primeros que lo descubrieron, vivieron esa "alegría" desbordante y
esperanzada de quien sabe que un día el tesoro les pertenecerá 
definitivamente porque están dispuestos a dejarlo todo por él. Además saben
que será puesto a disposición de todos para que todos los que quieran, puedan
beneficiarse de él. Es lo que María canta en el Magníficat: "Su misericordia
llega a sus fieles de generación en generación".
   Esa alegría del hombre de la parábola que sabe que el tesoro est  allí y
que puede ser de él para siempre, esa alegría no exenta de preocupaciones,
pero que pone alas a la esperanza y lleva a dejarlo todo, sin mirar cuánto
vale, porque sabe que lo que esconde la tierra vale más, es la misma que se
vivió en Nazaret durante mucho tiempo.

   Te bendecimos, Padre, porque en Cristo
   nos has dado el conocimiento y la verdad.
   Él es el tesoro por el que vale la pena dejarlo todo.
   Te pedimos la gracia del Espíritu Santo,
   que abra nuestro corazón a la verdadera sabiduría,
   para saber encontrar el tesoro de nuestra vida
   y esconderlo de nuevo
   hasta que sepamos darlo todo
   para poseerlo definitivamente.  

Discernimiento
   La atención sobre uno mismo y sobre la situación que le rodea para captar
lo que verdaderamente vale, "lo bueno, lo perfecto, lo que agrada a Dios"
(Roma 12,2), es una de las dimensiones fundamentales del vivir cristiano. A
ella parece invitarnos de forma insistente el mensaje de la Palabra de Dios.
   Existe un primer y fundamental discernimiento que consiste en descubrir
en Jesús la llegada del Reino de Dios, como algo absoluto y superior a todo
lo demás. Pero a ese descubrimiento inicial debe seguir una actitud concreta
de discernimiento en la vida de cada día para ir viendo en cada caso lo que
es conforme con ese valor primero. En esa confrontación es donde se juega la
bondad o maldad de cada "pez" que es pescado en nuestra vida. De manera que
el discernimiento final, el que se hace en un futuro que está más allá del
tiempo, no hará  más que manifestar de forma definitiva lo que han sido
nuestras opciones presentes.
   El cap. 8º de la carta a los Romanos, que venimos leyendo todos estos
domingos, constituye en el fondo una gran llamada a someter toda nuestra
existencia al influjo del Espíritu Santo, el cual nos llevará a identificar
nuestra vida con Cristo. "Él es para nosotros sabiduría, justicia y
redención" (1Co 1,30 ) tal es el designio que el Padre ha "pensado" desde
siempre para todos los hombres: "Que lleguemos a ser, según la imagen de su
Hijo" (Roma 8,29).
   Este don y esta promesa deben espolear cada día nuestra atención para
buscar con verdadero empeño dónde esta la verdad. Es más, la alegría de haber
descubierto el verdadero tesoro, pone en la balanza que tenemos en nuestras
manos el contrapeso que nos indica constantemente el valor que tienen las
demás cosas. No podemos perder de vista esa perspectiva si queremos juzgar
las situaciones y los acontecimientos con sabiduría y en conformidad con lo
que un día se descubrirá.
   Vivir en esa actitud de atención y de fidelidad constante es una gracia

grande que el Señor no niega a quienes quieren ser suyos y seguirlo.

sábado, 19 de julio de 2014

Ciclo A - TO - Domingo XVI

20 de julio de 2014 - XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

"Les hablaré en parábolas"

-Sab 12,13. 16-19
-Sal 86
-Rom 8,26-27

Mateo 13,24-43
   Jesús propuso esta parábola a la gente:
   -El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en
su campo; pero, mientras la gente dormía un enemigo fue y sembró cizaña en
medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la
espiga, apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al
amo:
   -¿Señor, no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la
cizaña?
   Él les dijo:
   -Un enemigo lo ha hecho.
   Los criados le preguntaron:
   -¿Quieres que vayamos a arrancarla?
   Pero Él les respondió:
   -No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta
la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la
cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi
granero.
   Les propuso esta otra parábola:
   -El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra
en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más
alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y
vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
   Les dijo otra parábola:
   -El Reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con
tres medidas de harina, y basta para que todo fermente. Jesús expuso todo
esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se
cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré
lo secreto desde la fundación del mundo". Luego dejó a la gente y se fue a
casa. Los discípulos se le acercaron a decirle:
   -Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.
   Él les contestó:
   -El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el
mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los
partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha
es el fin del tiempo, y los segadores los Ángeles. Lo mismo que se arranca
la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará
a sus Ángeles y arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y
los arrojarán en el horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de
dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre.
El que tenga oídos, que oiga.

Comentario
   La liturgia de la palabra se abre en este domingo con una reflexión sobre
la paciencia de Dios. El Libro de la Sabiduría, repasando los principales
acontecimientos de la historia de Israel, descubre que Dios ha actuado
siempre con moderación. En el caso concreto de que se ocupa el texto, cuando
los israelitas entraron en la tierra prometida, Dios no exterminó a todos los
pueblos que la poblaban, sino que les ofreció la posibilidad de convertirse.
Este modo de proceder de Dios fue siempre para el pueblo elegido un motivo
de reflexión, cuando no de escándalo.
   Ese preludio veterotestamentario introduce de lleno en el tema central de
la parábola evangélica del trigo y la cizaña, que examinamos a continuación.
   El punto clave de la parábola está en el contraste de pareceres entre el
amo del campo y sus siervos. Estos pretenden poner un remedio inmediato a la
situación desastrosa en que se encuentra el campo por causa de la
intervención del enemigo. El dueño por su parte impone una solución tolerante
que respeta el crecimiento de cada planta y remite al futuro la sentencia
definitiva. En ese modo de actuar se distinguen perfectamente dos tiempos:
el de la paciencia y respeto y el del juicio inapelable. El primero refleja
la situación actual, el segundo se dar  al fin del mundo. Entre ambos tiempos
se juega el crecimiento del Reino de Dios en este mundo.
   La parábola ilumina así, ante todo, la misión de Jesús y su condición
mesiánica. En contraste con las expectativas de muchos, entre los que se
puede contar incluso Juan Bautista, que esperaban un Mesías juez escatológico
para que pronunciara el juicio definitivo de Dios sobre la historia, Jesús
asume una actitud muy diferente. Anuncia la buena nueva y constata cómo,
ofreciendo la salvación de Dios a los pecadores y teniendo paciencia con
ellos, se van abriendo a la misericordia, se convierten y cambian de vida.
No es, pues, el caso de precipitarlo todo pretendiendo abreviar el tiempo de
la misericordia de Dios. Además ello daría una falsa imagen del mismo, que
es justo sí y castiga las faltas hasta la cuarta generación, pero es sobre
todo clemente y misericordioso y tiene paciencia hasta mil generaciones.
"Lento a la ira y lleno de amor" (Salmo).
   La interpretación de la parábola que, según el evangelista, Jesús ofrece
a sus discípulos, de forma privada ya en casa, quizá sea, como en el caso de
la del sembrador, más bien la aplicación que habitualmente hacía de la misma,
la primera comunidad cristiana. Sea como fuere, se nota un desplazamiento del
acento desde la comprensión de la misión mesiánica de Jesús hacia el destino
final que espera a buenos y malos en el juicio de Dios. Desde esa posición
la llamada a la conversión en el tiempo de la Iglesia se hacía más
apremiante.

La semilla y la levadura
   La mirada nazarena al texto evangélico nos hace hoy considerar con mayor
atención las dos pequeñas parábolas que siguen a la de la cizaña. También
ellas revelan una dimensión importante del Reino de Dios.
   Estas dos parábolas pretenden también corregir la falsa idea de que el
Reino de Dios tiene que instaurarse entre los hombres con gran potencia
externa o de manera precipitada. De rechazo esa concepciones falsean la
imagen del Mesías que anuncia ese Reino y el significado de su obra.
   La clave de interpretación de ambas parábolas se cifra en el contraste
pequeño-grande. Pequeño es el grano de mostaza, "la más pequeña de todas las
semillas", y poca es la levadura que usa la mujer para hacer el pan. Grande
es el árbol capaz de cobijar a muchos pájaros y grande es la masa fermentada
en comparación con la cantidad de levadura.
   Ambas parábolas reflejan de modo admirable el maravilloso modo de actuar
de Dios que lleva a cabo su plan con medios aparentemente desproporcionados
a su fin. Es lo que María canta en el Magníficat ya en los albores de la
salvación traída por Cristo.
   Estas parábolas nos hablan también, en la concisión de la imagen, de la
experiencia humana de Jesús. Él veía cómo en su persona, a pesar de los
orígenes humildes (y aquí podemos incluir todo el período de su vida
escondida en Nazaret) iba tomando cuerpo una realidad maravillosa. Hasta el
anuncio de la buena nueva poco se veía, pero él sabía y notaba que aquello
podía tomar proporciones insospechadas. Bastaba dejarlo crecer...
   Él había visto cómo el anuncio de la buena nueva salvadora parecía ser
cosa de poco, pero puesta en un corazón que la acoge con buena voluntad, es
capaz de transformar la vida entera. Lo había visto en los discípulos que lo
seguían, en los pecadores que se convertían, en la gente que aceptaba su
Palabra... No se trataba, pues, de impacientarse y arrebatar la cosecha. Él
había sabido esperar mucho tiempo hasta empezar a sembrar el anuncio del
Reino, tenía que saber esperar ahora a que la semilla germine, crezca, madure
y dé fruto. Esa esperanza no podía dejar lugar a que la desilusión hiciera
mella en su corazón, sino más bien impulsarlo a darlo todo, incluso la propia
vida, para que la obra de Dios que había comenzado, llegara a cumplirse del
todo.
   La parábola de la levadura, que pone de relieve el dinamismo del Reino de
Dios en la oscuridad y el silencio, cuando aún no se ve ningún resultado,
valoriza de forma significativa el silencio de Nazaret y todos los momentos
de la vida de Jesús, incluido el silencio de los tres días en la tumba, en
los que parece que nada acontece y, sin embargo, todo está fermentando.

   Padre bueno, que nos sorprendes siempre
   con tu sabiduría infinita,
   te bendecimos con el Espíritu Santo,
   que gime en nosotros
   y nos asegura que somos tus hijos.
   Te bendecimos por Jesús,
   que ha elegido el camino de la humildad,
   de la paciencia y del silencio
   para anunciar con su vida y con su palabra
   tu infinita paciencia con todos.
   Danos un corazón abierto
   que deje crecer la semilla
   y espere sin cansarse
   el momento dispuesto por ti
   para que se manifieste tu obra.

 Paciencia
   El Reino de Dios, su acción salvadora no es una doctrina abstracta, es
una realidad que está creciendo constantemente en el mundo, aunque a veces
no sepamos verlo. La Palabra de Dios nos invita hoy a convertirnos a esa
actitud paciente del dueño del campo que refleja la de Dios mismo.
   Esto no significa renunciar a ver el mal. El maligno est  también
trabajando en el mundo y siembra su cizaña siempre que puede. La invitación
a la paciencia no significa cerrar los ojos ante las situaciones concretas
que deben ser mejoradas, ni a resignarse ante el mal como si no supiéramos
que al final la cizaña será quemada. El dueño del campo sabe que no todo es
trigo limpio, pero quiere que sus siervos no se precipiten, sino que asuman
la totalidad del plan que Él tiene. El conocimiento de la totalidad de ese
plan es lo que les debe infundir serenidad y paciencia.
   Ese abandono a la forma de proceder de Dios, pide al discípulo de Jesús
una fuerza interior capaz de imponerse a los juicios precipitados sobre las
situaciones y personas, a ejercitar constantemente el discernimiento para no
dejarse engañar por las apariencias y algunas veces a tener la valentía de
callar, aun sabiendo a donde van a parar ciertos modos de proceder.
   Existe siempre, sin embargo la tentación de precipitarse y de ser
impacientes. Se manifiesta en el deseo de imponer el bien y la verdad a toda
costa. Tal actitud puede llegar a ser opresora e intolerante, llegando a
provocar el rechazo del evangelio y de los mismos valores del Reino en vez
de suscitar la adhesión convencida de las personas.
   Una llamada especial hace el evangelio de hoy a los padres y educadores
y a quienes tienen la responsabilidad de formar a otros. Hay que respetar los
tiempos de maduración, que siempre parecen lentos. Hay que dejar que la
levadura pueda terminar todo su proceso de fermentación para cocer el pan y
poderlo presentar como alimento; si no, se corre el riesgo de estropearlo

todo.

sábado, 12 de julio de 2014

Ciclo A - TO - Domingo XV

13 de julio de 2014 - XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                                                                        "La semilla es la Palabra de Dios"

-Is 55,10-11
-Sal 64
-Rom 8,18-23

Mateo 13,1-23
   Salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a Él tanta gente,
que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó en pie a la
orilla. Les habló mucho rato en parábolas:
   -Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del
camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno
pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó
enseguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se
secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó
en tierra buena y dio grano: unos ciento, otros sesenta, otros treinta. El
que tenga oídos, que oiga.
   Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
   -¿Por qué les hablas en parábolas?
   El les contestó:
   -A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los
cielos, y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al
que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábo-
las, porque miran, sin ver, y escuchan, sin oír ni entender. Así se cumplirá 
en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos, sin entender; miraréis
con los ojos, sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son
duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los
oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure". Di-
chosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que
muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron,
y oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros oíd lo que significa la parábola
del sembrador: Si uno escucha la Palabra del Reino sin entenderla, viene el
Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde
del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y
la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y,
en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe. Lo
sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra; pero los afanes
de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo
sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende;
ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.

Comentario
   Después de haber leído en el evangelio de Mateo el discurso de la montaña
(caps. 5-7) y el discurso de la misión apostólica (cap. 10), encontramos en
el cap. 13 el discurso de las parábolas. Con la primera de ellas, la del
sembrador, que leemos este domingo, el evangelista nos descubre también el
motivo del lenguaje parabólico empleado por Jesús.
   El texto de hoy comprende una introducción narrativa que presenta a Jesús
en actitud docente, en un ambiente alejado del lugar habitual de residencia
de la gente (el mar) y rodeado de dos categorías de personas: la multitud
(más bien hostil a Jesús en esta parte del evangelio de Mateo) y los
discípulos. Viene después la parábola propiamente dicha, que examinaremos con
más detalle. Sigue un intermedio en el que Jesús explica las razones de su
hablar en parábolas y a continuación el evangelista ofrece la explicación de
la parábola. Los comentaristas dicen que esta última parte no puede
atribuirse al Jesús histórico sino que sería la explicación que la comunidad
primitiva daba habitualmente de las palabras del Maestro.
   Si nos fijamos en la parábola propiamente dicha, podemos subrayar los
tres actores principales: el sembrador, la semilla y los diferentes tipos de
tierra que producen fruto en medida diferente. Nosotros concentraremos la
atención ahora sólo en la semilla.
   En la narración se pone el acento en su fecundidad. A pesar de que parte
de ella se pierda por falta de acogida, cuando encuentra el terreno adecuado,
la semilla germina y da fruto. El fracaso repetido se interrumpe de modo
sorprendente al final de la narración; cuando todo parece perdido aparece la
tierra buena y se da el éxito final de la siembra e indirectamente del
sembrador. La semilla (identificada con la Palabra de Dios en la
interpretación) es presentada como conteniendo una virtud propia, un poder
germinador que es independiente del suelo donde cae, pero que necesita de un
lugar donde arraigar.
   A subrayar ese poder autónomo de la Palabra contribuye la lectura de la
parábola que se hace en la liturgia ya que viene precedida por el texto de
Isaías que describe el ciclo de la Palabra y su fecundidad. El profeta la
compara con la lluvia que penetra, fecunda la tierra y la hace producir sus
frutos para regresar al lugar donde reside, según la concepción cosmológica
antigua.
   La dificultad de la germinación y la tardanza en producir el fruto
encuentra eco, incluso en dimensiones cósmicas, en la 2ª. lectura. La realidad
germinal de la salvación traída por Cristo reclama la manifestación gloriosa
y el cumplimiento total de lo que es ya una realidad en el hombre bautizado
y en el mundo en cuanto tal.

El sembrador
   La meditación del evangelio desde Nazaret nos lleva a fijar la mirada
ahora más bien en el sembrador de la parábola. En realidad todas las
parábolas, al hablarnos del Reino de Dios, nos dicen también algo acerca de
Jesús mismo que lo anuncia y lo personaliza en sí mismo.
   En el caso de la parábola del sembrador de lo que se habla en primer
término es de la experiencia misionera de Jesús. El salió de Nazaret para
anunciar la buena nueva como buen sembrador y sembró abundantemente la
palabra de salvación en su tierra de Galilea. Tras un cierto éxito inicial,
y prueba de ello es el gentío que tiene delante cuando habla, empieza a ver
cómo lo que dice encuentra muchas resistencias para arraigar de verdad en la
gente y para que llegue a dar fruto. Los relatos evangélicos testimonian
ampliamente como a medida que pasa el tiempo el panorama se va ensombrecien-
do. Hay quienes no comprenden lo que dice, su corazón es duro como la tierra
de un camino; el diablo parece llevarse lo que Él había depositado; después
de haberlo seguido un instante muchos lo abandonan. Hay quienes acogen su
mensaje con alegría, muestran incluso deseos de seguirlo, todo hace pensar
que seguirán adelante, pero apenas llega la hora de la prueba se muestran
flojos o bien son otras preocupaciones las que se encargan de sofocar una
planta que prometía... Muchas veces la experiencia del profeta, del
anunciador de la buena nueva es desalentadora.
   Pero cuando todo parece perdido, y en eso está el aspecto que podríamos
llamar profético de la parábola, cambia todo, se da una acogida y una
fecundidad insospechada, la tierra da su fruto. También esto trasluce la
experiencia de Jesús. Cuando las multitudes le vuelven la espalda y hasta
piden su condena a muerte, cuando hasta sus discípulos lo abandonan, cuanto
parece que todo va a terminar en un fracaso he aquí que la palabra empieza
a multiplicarse y sale de Jerusalén para llegar hasta los confines de la
tierra. Jesús vio al ejercer su actividad evangelizadora cómo al lado de la
cerrazón de algunos, otras gentes sencillas se iban abriendo a su palabra y,
aun en medio de muchas resistencias y dificultades, supo con certeza que un
día su mensaje se abriría camino.
   En realidad Jesús está expresando en la parábola su experiencia humana
más profunda. Consciente de poseer y de tener que anunciar el amor del Padre,
el mensaje de salvación, toca con la mano la lentitud, la inconstancia, la
dureza del corazón humano. Encontramos así una prolongación de su camino de
encarnación que tantos años había durado en Nazaret. Y encontramos también
un anuncio de lo que será su experiencia definitiva de abandono en las manos
del Padre cuando llegue el momento de la muerte, como grano caído en tierra.
   En eso consiste la experiencia del sembrador: echar la semilla en tierra
con una gran esperanza, una esperanza que no se doblega ni ante las
apariencias de esterilidad ni ante la dureza de la tierra, sino que confía
totalmente en quien le asignó la misión y en la fuerza misma del mensaje.

   Señor Jesús, Palabra de Dios,
   tú has sido sembrado en nuestra tierra
   y has experimentado en tu vida
   toda la resistencia y oposición
   que nosotros ponemos para dejarte germinar.
   Danos tu Espíritu Santo
   que rompa la dureza de nuestro corazón
   para que nuestros ojos te vean
   y nuestros oídos te escuchen.
   Así podremos dar los frutos
   que el Padre espera de nosotros.
   Que la esperanza de la cosecha
   venza en nosotros la duda y el abatimiento
   ante la lentitud y las dificultades
   con las que tropieza el Reino.

La tierra
   La donación gratuita y generosa por parte de Dios, que ha sembrado
abundantemente su Palabra, la fuerza germinadora que ésta lleva en sí misma,
la difusión del Evangelio en el mundo, prueba inequívoca de que la misión de
Jesús no ha sido vana, no debe hacernos olvidar el otro actor de la parábola:
la tierra.
   La interpretación de la parábola que ofrece el texto mismo del evangelio,
pone el acento precisamente en los diversos modos de acoger la semilla; se
da por descontado la generosidad del sembrador y la bondad de la semilla.
   El punto clave de la acogida está en el "comprender" la Palabra. Todas
las personas representadas por los tipos de tierra que no dan fruto
"escuchan" la Palabra, pero sólo quien escucha y comprende es tierra buena.
De ahí la importancia de las palabras de Jesús sobre el ver sin ver y el oír
sin oír ni comprender, que marcan la neta diferencia entre la Palabra
sembrada y la Palabra acogida. Es la línea sutil que separa el creer del no
creer. El evangelio no busca las razones de esa distinción: a unos es dado
a otros no. Daría la impresión incluso que en nada depende de las personas.
En realidad, si leemos bien el texto de Isaías 6,9-10, al que remite la
expresión evangélica (Cfr. v. 13) encontramos la explicación. Se trata de
aquellos que por tener un corazón endurecido no pueden ver ni oír. Son
quienes de forma explícita y consciente rechazan la conversión. No son quie-
nes no ven u oyen, sino quienes no quieren ver ni oír.
   La parábola pone el dedo en la llaga de lo que significa acoger o
rechazar la salvación que es ofrecida gratuitamente por Dios. Por eso Jesús
declara dichosos a sus discípulos, porque "ven" y "oyen".
   Los porcentajes en el rendimiento de cada terreno, desde este punto
de vista, tienen una importancia secundaria. Se diría que el sembrador se contenta
con lo que cada uno buenamente puede dar. La oposición principal se produce
entre la tierra buena (solo una) y los diferentes tipos de tierra baldía (que
son tres).
   La tradición cristiana ha visto siempre en los diferentes tipos de
tierra, los diferentes modos de responder a la gracia de Dios. Hay siempre
en ello un más y un menos del que depende no sólo la suerte personal de cada
uno -"cada uno recogerá según lo que haya sembrado" (Gal 6,6)- sino el

progreso del Reino de Dios en este mundo.