sábado, 27 de julio de 2019

Ciclo C - TO - Domingo XVII


28 de julio de 2019 - XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C

                      "Cuando oréis, decid: Padre..."

      Lucas 11,1-13

      Una vez estaba Jesús orando en cierto lugar; cuando terminó uno de sus
discípulos le dijo:
      - Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
      El les dijo:
      - Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu
reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo y no nos dejes
caer en la tentación."
      Y les dijo:
      - Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche
para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido
de viaje y no tengo nada que ofrecerle".
      Y desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está
cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dár-
telos".
      Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los
da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará 
cuanto necesite.
      Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla y al que
llama se le abre.
      ¿Qué padre entre vosotros, cuando un hijo le pide pan, le dará una
piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo,
le dará un escorpión?
      Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo
piden?

Comentario

      El contenido del evangelio de hoy se refiere a un tema particularmente
estimado por S. Lucas: la oración.
      Jesús enseña a sus discípulos cómo orar. No se limita a decir con qué
palabras hay que dirigirse a Dios, sino que les muestra cuál es la actitud
profunda del orante.
      Ante todo está la confianza filial que lleva a llamar a Dios Padre, es
decir a tratarlo como un ser personal que nos ama, nos escucha y nos
responde. Después viene la alabanza que es apertura y admiración de lo que
Dios es y de que llegue su reino, es decir, de que se cumpla en la actualidad
su plan de salvación. Y la fórmula que Jesús propone se concluye con el gesto
de quien todo lo espera de Dios: el pan, el perdón, la protección contra el
mal.
      La oración misma transforma al orante hasta colocarlo en una actitud
de flexibilidad interior abierta al perdón de las injurias.
      Las palabras que siguen al Padrenuestro, nos enseñan dos caracte-
rísticas esenciales de la oración: la perseverancia (con la parábola del
amigo importuno) y la fe en la eficacia de la oración.
      Pero Jesús no es sólo el maestro de la oración. El ha hecho mucho más
que enseñarnos con qué palabras orar y decirnos cuál es la actitud del
orante. Nos ha dado el Espíritu Santo para que la oración que Él propone
pueda realizarse. "Exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el
Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís" Hch 2,33.
"De esta manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues noso-
tros no sabemos cómo pedir para orar como conviene: mas el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos inefables" Rm 8,26.

                            En Nazaret se oraba

      El evangelio dice que el crecimiento de Jesús en todos los órdenes se
efectuaba "ante Dios" Lc 2,52. Por otra parte es fácil suponer cuáles eran
los momentos de oración de la Sagrada Familia, si se examina la vida normal
de una familia hebrea de su tiempo.
      Todo el evangelio de Lucas está envuelto en un clima de oración y de
modo muy especial el evangelio de la infancia de Cristo que gravita entorno
a Belén y Nazaret. Tenemos además una de las oraciones más sublimes de todos
los tiempos salida de los labios de uno de los componentes de la familia de
Nazaret: el Magnificat de María.
      Como el Padrenuestro, el Magnificat arranca con un momento "extático"
en el que el orante se olvida por completo de sí mismo para fijar su mirada
en Dios. Sólo en un segundo momento la atención se centra sobre la persona
que ora y aun entonces es para bendecir a Dios por todo lo que ha hecho en
la historia de la salvación personal y colectiva.
      El Magnificat es fruto de un momento sublime de la acción de la gracia,
es la respuesta al acercamiento supremo de Dios al hombre. En esa oración
podemos sin duda reconocer todas las características de la oración que se
hacía diariamente en Nazaret: una oración hecha bajo la acción del Espíritu
Santo, una oración llena de las expresiones de la Palabra de Dios, una ora-
ción donde predomina la alabanza y la acción de gracias, una oración que
brota de un corazón humilde y pobre, una oración a la vez personal y
comunitaria, una oración anclada en la historia, una oración que lleva a
vivir con intensidad el momento presente de la salvación que Dios opera.

                              Nuestra oración

      Hechos hijos de Dios en el bautismo, la oración, diálogo amoroso con
el Padre, es para nosotros algo natural y como instintivo.
      En los cristianos se cumple la nueva alianza anunciada por los pro-
fetas. "Ya no tendrán que adoctrinar uno a su prójimo y otro a su hermano
diciendo: conoce a Yavé, pues todos ellos me conocerán del más chico al más
grande" Jer. 31,34. De este "conocimiento" vivo y personal brota el diálogo
de la oración y a él debe retornar constantemente para mantenerse fresca y
para progresar siempre.
      Contemplando la oración de Nazaret, o mejor, a Jesús, María y José en
oración podemos vivificar constantemente nuestra oración no sólo pretendiendo
una imitación lejana de su modo de orar, sino dejando que su oración
transforme nuestra oración.
      En la oración de Nazaret encontramos todos los elementos capaces de dar
nueva vida a nuestra oración: la tensión hacia el Padre ("Tengo que estar en
la casa de mi Padre"), la presencia permanente de Jesús haciendo unidad
("Bajó con ellos"), el poder del Espíritu Santo ("te cubrirá con su
sombra")... Su vida era oración.
      Si nuestra oración languidece, debemos buscar ante todo una renovada
experiencia de Dios, humillándonos en su presencia, reconociendo nuestro
pecado y poniéndonos de nuevo a su servicio. Sin este primer punto funda-
mental todos los métodos y técnicas, todas las formas y fórmulas serán vanas.
El principio renovador de la oración es Dios mismo que con su espíritu nos
mueve a acercarnos a Él cada vez con más amor y confianza.

TEODORO BERZAL hsf


sábado, 20 de julio de 2019

Ciclo C - TO - Domingo XVI


21 de julio de 2019 - XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C

      "Sentada a los pies del Señor escuchaba su palabra"

      Lucas 10,38-42

      En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta
lo recibió en su casa.
      Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del
Señor, escuchaba su palabra.
      Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se
paró y dijo:
      - Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el
servicio? Dile que me eche una mano.
      Pero el Señor le contestó:
      - Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una
es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán. 

Comentario

      La escucha de la Palabra es una actitud que Jesús destaca como esen-
cial. Aquí no se trata de establecer la complementariedad de los carismas en
la comunidad cristiana (unos especialistas en el servicio y otros en la
oración) y menos aún de establecer una jerarquía interna entre ellos
(superioridad de la contemplación sobre la acción). Las palabras de Jesús que
elogian el comportamiento de María, señalan cual es la condición primera y
esencial de todos los seguidores de Jesús: estar atentos a su palabra. Las
demás cosas vienen después. Podemos leer las palabras finales del evangelio
de hoy en la misma línea de otras que se encuentran en pasajes cercanos: "El
que no está conmigo está contra mí" Lc 11,23. "Dichosos más bien los que oyen
la Palabra de Dios y la guardan" Lc 11,28. "La lámpara de tu cuerpo es tu
ojo. Cuando tu ojo está sano también todo tu cuerpo está luminoso" Lc 11,34.
"Pero ¡ay de vosotros los fariseos! purificáis por fuera la copa y el plato,
mientras por dentro estáis llenos de rapiña y maldad ¡Insensatos!. ¿El que
hizo el exterior no hizo también el interior?" Lc 11,39-41 (cfr. Lc 11,42).
      En todas estas expresiones y en otras muchas del evangelio hay una idea
común: Jesús va a lo esencial. "Una sola cosa es necesaria". Quien ha
entendido de qué se trata no necesita más explicaciones. Cuando se ha dado
con el punto clave, que es la aceptación de Jesús y su mensaje todo lo demás
viene "por añadidura".
      En el evangelio de hoy vemos cómo María supo ir directamente a lo
importante en contraste con la multiplicidad de ocupaciones de su hermana.

                          Ser "María" en Nazaret

      Jesús no empezó a hablar cuando inició su vida pública. S. Lucas nos
transmite sólo una palabras suyas, significativas al mismo tiempo que
misteriosas, pronunciadas cuando tenía doce años. Y a lo largo de los treinta
años de vida en Nazaret Jesús diría muchas otras cosas semejantes a las que
leemos en el evangelio. Uno no se inventa un modo de hablar a los treinta
años.
      El Evangelio dice por dos veces que María, la madre de Jesús, con-
servaba estas cosas (hechos-palabras) meditándolas en su corazón. Gracias a
ella se conservan seguramente las páginas más bellas del evangelio de la
infancia de Cristo.
      La reflexión de María a la luz de los acontecimientos de la Pascua,
hizo que todos aquellos detalles de la infancia revelaran plenamente su
profundo significado para los seguidores de Jesús. María fue la primera en
descubrirlo.
      Pero la actitud de escucha de la Palabra no se limitó para María al
tiempo de Nazaret. Supo dar el paso de convertirse en discípula de su propio
hijo. Los evangelios nos la presentan siguiendo, al menos ocasionalmente, a
Jesús y recogiendo, junto con un reducido número de personas, sus últimas
palabras al pie de la cruz.

                           Oyentes de la Palabra

      El comportamiento de María y de José frente a Jesús en Nazaret, la
Palabra hecha carne, nos enseña cómo vivir esta realidad fundamental de la
vida cristiana que es la escucha y asimilación de la Palabra de Dios.
      Escuchar la Palabra, vivir con ella, acogerla y hacerla germinar y
crecer es la esencia misma de la vida nazarena.
      A la luz del evangelio de hoy, la exigencia de dejarlo todo por Jesús,
como hicieron María y José, se hace más apremiante que nunca para quienes
deseamos compartir su vida.
      Importante es también para nosotros la escucha prolongada de la Palabra
tratando de recoger todos sus matices, toda su densidad, toda su fuerza de
fecundación como lo hicieron Jesús, María y José‚ en Nazaret. Nuestra vida hoy
necesita de esa escucha prolongada que a la larga transforma al oyente y con
la fuerza del Espíritu del Espíritu Santo cambia su mentalidad. No podemos
olvidar que hay muchas otras palabras, ideas e imágenes en nuestro mundo que
luchan por borrar la fuerza de la Palabra.
      Finalmente, la imagen de María que escucha a los pies de Jesús nos ayuda
a integrar el momento contemplativo en nuestra vida. Es el momento de suprema
apertura a Dios y a los hombres. No se sitúa en alternativa con la acción,
sino como su complemento indispensable siendo ambas, expresión del mismo amor.

TEODORO BERZAL hsf



sábado, 13 de julio de 2019

Ciclo C - TO - Domingo XV


14 de julio de 2019 - XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C

                            "Haz eso y vivirás"

      Lucas 10,25-37

      En aquel tiempo, se presentó un letrado y le preguntó a Jesús para
ponerlo a prueba:
      - Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
      El le dijo:
      - ¿Qué está  escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?
      El letrado contestó:
      - "Amar s al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con
todas fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo".
      El le dijo:
      - Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.
      Pero el letrado, queriendo aparecer justo, preguntó a Jesús:
      - ¿Y quién es mi prójimo?
      Jesús dijo:
      - Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos la-
drones, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo
medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino, y, al
verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a
aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
      - Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al
verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite
y vino y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo
cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
      - Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.
      - ¿Cuál de estos tres te parece qué se portó como prójimo del que cayó
en manos de los bandidos?.
      El letrado contestó:
      - El que practicó la misericordia con él.
      Díjole Jesús:
      - Anda, haz tu lo mismo.

Comentario

      El legista que se acercó a Jesús "para ponerlo a prueba", supo res-
ponder muy bien a su propia pregunta. Las dos breves citas del Antiguo Testa-
mento (Dt. 6,5 y Lev. 19,18) que menciona, son el mejor resumen de cuanto
está escrito en la ley y los profetas. El amor a Dios y el amor al prójimo
son el corazón mismo de la alianza entre Dios y su pueblo.
      Jesús por su parte supo detectar muy bien dónde estaba el problema de
los judíos y de modo especial de los judíos instruidos. Ellos conocían bien
la ley pero no la practicaban. Por eso su respuesta es clara y contundente:
"Haz eso y vivirás"; "Vete y haz tú lo mismo".
      San Pablo llega a la misma conclusión cuando analiza el caso de los de
su propio pueblo en el contexto de la historia entera de la salvación. "Pero
si tú, que te dices judío y descansas en la ley, que te glorías en Dios, que
conoces su voluntad, que disciernes lo mejor amaestrado por le ley ... Tú que
te glorías en la ley, transgrediéndola deshonras a Dios" Rm 2,17-24.
      El problema no está pues en la ley, ni en el conocimiento que el
hombre tiene de ella sino en el corazón. El punto crucial no es el cono-
cimiento de la ley sino en saber quién es el prójimo y practicar la mi-
sericordia con él.
      Por eso la característica de la nueva alianza no es una ley nueva sino
la presencia del Espíritu Santo en el creyente, presencia que transforma
interiormente y lo capacita para amar. "El amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" Rm 5,5.

                        Ser "samaritano" en Nazaret

      No tenemos apenas datos ciertos para saber cómo Jesús, María y José
"practicaron la misericordia" concretamente en Nazaret. Los evangelios
apócrifos y la imaginación de algunos autores se han esforzado en colmar éste
como otros vacíos. No es difícil por otra parte suponer rasgos de delicadeza,
amor, ayuda eficaz de la Sagrada Familia en el medio en que vivió.
      S. Lucas nos ofrece el rasgo de "buen samaritano" que María ejerció
cuando fue a visitar a su prima Isabel y "permaneció con ella unos tres
meses" (1,56).
      José supo entrar en los planes de salvación que Dios había determinado
y aceptó "ser prójimo" de María tomándola en su casa en circunstancias bien
difíciles. "Despertando José‚ del sueño, hizo como el  Ángel del Señor le había
dicho y tomó consigo a su mujer" Mt 1,24. José‚ "hizo" lo que Dios le pedía.
Es exactamente la actitud que Jesús pide en el evangelio de hoy.
      El relato de S. Mateo muestra a José‚ y a María protegiendo a Jesús de
los planes asesinos de Herodes y fácilmente se supone que prodigaron a Jesús
todos los cuidados y atenciones requeridos por su condición humana en la
situación de debilidad que es la infancia.
      De esta forma se preparó Jesús, el buen samaritano por antonomasia, a
encontrarse con el hombre caído, a pagar por él no sólo con dos monedas de
oro, sino con su propia sangre (IPe 1,18-21), a vendar sus heridas, a ofre-
cerlo no una posada sino la propia casa del Padre.

                                  "Amar"

      El amor es la raíz profunda de la "misericordia". El amor de Dios, el
amor con Dios, "derramado en nuestros corazones", es lo que nos hace
descubrir quién es nuestro prójimo y nos da alas para acudir en su ayuda.
      El amor rompe todas las barreras y es capaz también de quebrar nuestros
propios proyectos para detenernos en el camino y ayudar a quien nos necesita.
Cuando la ayuda brota de un corazón lleno del amor de Dios, los cuidados que
se dan al prójimo no hacen mal, lo curan y lo restablecen en su dignidad.
      Entre el amor a Dios y el amor al prójimo que el cristiano debe vivir
no hay oposición ni alternativa. El amor al prójimo brota necesariamente del
amor a Dios.
      Viendo cómo eran Jesús, María y José‚ en Nazaret no tenemos necesidad
de muchas explicaciones sobre lo que hicieron.
      Cuando el amor de Dios está dentro de una persona, a lo mejor no queda
memoria de lo que hizo, pero estamos seguros de que no quedará sin
recompensa. "Todo aquel que os dá de beber un vaso de agua por el hecho de
que sois de Cristo, os aseguro que no quedará sin recompensa" MC 9,41.
      Desde esta perspectiva quedan valorizados todos los actos de mise-
ricordia, desde los más insignificantes hasta los más sublimes. Esto es muy
importante para quien vive en Nazaret, pues ordinariamente sólo en los
detalles de la vida normal encontrar  el modo de descubrir quien es su
prójimo y de practicar con él la misericordia.

TEODORO BERZAL hsf


sábado, 6 de julio de 2019

Ciclo C - TO - Domingo XIV


7 de junio de 2019 - XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C

                "Vuestros nombres están escritos en los cielos"

      Lucas 10,1-12.17-20

      En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó por
delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él.
Y les decía:
      - La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues al dueño de la
mies que mande obreros a su mies.
      ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos.
No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias, y no os detengáis a saludar a
nadie por el camino.
      Cuando entréis en una casa, decid lo primero: "Paz a esta casa". Y si
allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a
vosotros.
      Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan: porque el
obrero merece su salario.
      No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien,
comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "está cerca
de vosotros el Reino de Dios".
      Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid:
"Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo
sacudimos sobre vosotros". "De todos modos, sabed que est  cerca el Reino de
Dios".
      Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese
pueblo.
      Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron:
      - Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
      El les contestó:
      - Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado po-
testad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo.
Y no os hará daño alguno.
      Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus;
estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.

Comentario

      El breve pasaje del evangelio de este domingo recoge la vuelta de los
discípulos enviados por Jesús a anunciar el Reino de Dios en distintos
pueblos y ciudades.
      Previamente el evangelio muestra cuál será la suerte de quienes no
acogen el mensaje, indicando la razón profunda de la condena: no se trata de
aceptar tal o cual mensaje, sino de aceptar o de rechazar al mismo Cristo.
"Quien a vosotros escucha a mí me escucha".
      En los versículos que leemos hoy, los discípulos, maravillados por el
resultado de su misión, se presentan ante el Maestro contándole lo que han
realizado. Jesús les ayuda a hacer un discernimiento claro entre la persona
y su misión. No quita ninguna importancia a la misión, puesto que poco antes
ha dicho que en el anuncio del mensaje los discípulos le representan a Él
mismo. Sin embargo, Jesús afirma que deben alegrarse más porque "sus nombres
están escritos en los cielos". Es decir, no tanto por ser instrumentos de que
otros crean, sino porque el reino de Dios ha llegado a ellos mismos, porque
han llegado a la fe, porque ha aceptado a Cristo. Esa es la causa primera de
la alegría del discípulo y el fundamento de su misión.
      El poder sobre las fuerzas del mal y sobre el demonio debe manifestarse
en primer lugar en la vida del creyente.

                                  Nazaret

      En Nazaret se ha vivido el contenido de este evangelio como en ninguna
otra parte.
      En Nazaret toda la alegría proviene de las maravillas que Dios ha
realizado. La causa de la alegría es lo que Dios ha hecho por los hombres.
      La expresión más sublime de esta alegría es el canto del Magnificat.
"Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador" Lc. 1,47. Es la mejor traducción
del "alegraos por que vuestros nombres están escritos en los cielos".
      Pero esta dimensión de la alegría no existió solamente en el momento
cumbre de la respuesta al acercamiento de Dios en la encarnación. La vida
entera de Nazaret fue un canto silencioso a las maravillas que Dios hace en
los hombres.
      Aparentemente en Nazaret no hay misión alguna que cumplir. Nadie puede
gloriarse de lo que hace por Dios. No ha llegado aún el momento de ir a
proclamar la buena nueva "de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad" En
Nazaret nadie puede alegrarse sino es "en Dios".
      En Nazaret María y José no vieron aún la llegada del reino de Dios y
sin embargo con ellos crecía aquél por cuyo poder "Satanás cayó del cielo
como un rayo". Su alegría estaba en lo que Dios les había llamado a ser, no
tanto en la función que tenían que cumplir.

                    Nuestro nombre escrito en el cielo

      La alegría del discípulo de Cristo está en saberse amado por Dios y no
tanto en la eficacia de sus trabajos.

      Dios puede dar un fruto abundante a nuestro esfuerzo como puede dejarlo
aparentemente estéril. Quien trabaja por el Señor debe sentirse completamente
identificado con el mensaje que transmite y a la vez muy consciente de que
los resultados no dependen de sus propios esfuerzos. En todo caso el poder
de transformar la vida de los hombres, el que "se sometan los espíritus" no
es un poder que viene de los hombres sino de Dios. Por lo tanto habrá que
trabajar y presentarse ante el Señor como simples instrumentos suyos.
      Los largos años de aparente ineficacia de Nazaret nos enseñan hoy a no
fiarnos de los criterios humanos de eficacia cuando se trata de trabajar por
el reino de Dios.
      Nuestra actitud constante ha de ser la alabanza por lo que Dios hace
en nosotros y en los demás. Estamos seguros de que Él ha vencido defini-
tivamente al mal. Nuestra alegría está en su victoria. Si satanás ha caído
como un rayo es porque Él con su poder lo ha precipitado anulando su poder.
Si Él desea asociarnos a su lucha y a su victoria, bendito sea. Pero nuestra
actitud profunda debe proclamar bien claramente que en definitiva se trata
de su victoria y no de la nuestra.
      Por nuestra parte, como María y José, nos alegramos sólo en Dios
nuestro Salvador.

TEODORO BERZAL hsf