sábado, 29 de agosto de 2015

Ciclo B - TO - Domingo XXII

30 de agosto de 2015 - XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

                       "Su corazón está lejos de mí"

-Dt 4,1-2,6-8
-Sal 14
-St 1,17-18,21-22. 27
-Mc 7,1-8,14-15,21-23

      Marcos 7,1-8a. 14-15. 21-23

      En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos
letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impu-
ras (es decir, sin lavarse las manos).
      (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las
manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al
volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas
tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
      Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús:
      - ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradi-
ción de los mayores?
      Él les contestó:
      - Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El
culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos
humanos". Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradi-
ción de los hombres.
      En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo:
      - Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al
hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque
de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las
fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades
salen de dentro y hacen al hombre impuro.

Comentario

     A través de las lecturas de este domingo podemos percibir algunas
indicaciones de un tema tan importante como el de la relación del hombre con
Dios, que consiste en la acogida sincera de la Palabra y la respuesta que
viene desde el interior de la persona.
      La 1ª. lectura pone de relieve el gran valor de la revelación divina
confiado al pueblo de Israel. En el fondo es lo que le identifica como pueblo
"de Dios" y lo que constituye su "sabiduría", es decir su forma de concebir
la vida. Pero ese valor queda muy reducido o anulado cuando la Palabra de
Dios es sustituida por "tradiciones humanas". Es la gran objeción que Jesús
presenta a los fariseos, mostrando al mismo tiempo la novedad del evangelio,
que pretende rescatar la interioridad de la persona devolviéndola a esa
condición de sencillez original donde lo que cuenta en primer lugar es lo que
viene del fondo del corazón.
      La lectura selectiva del cap. 7 de Marcos que hace la liturgia,
presenta a Jesús como maestro de "sabiduría" capaz de desarticular las falsas
pretensiones legalistas de los fariseos y de enseñar a todos el recto camino
revelando al hombre, a todo hombre (" a la multitud" v. 14ss) su verdadera
identidad.
      En el hombre, en efecto, existe un núcleo interior (el corazón, en la
terminología bíblica) sede al mismo tiempo de la relación con Dios y del
comportamiento moral, y existe una "periferia" (los labios en el texto de
Isaías citado en el evangelio). La confusión de ambos planos es lo que puede
llevar (de hecho así acontecía en algunos ambientes en tiempos de Jesús) a
un "culto vano" y a un legalismo que impiden al hombre manifestarse en su ser
auténtico y dar la respuesta de fe que Dios espera de Él.
      Sólo el hombre liberado por Cristo podrá  profesar esa religión "pura
y sin mancha" (2ª. lectura), que consiste en colocarse sencillamente ante el
Padre, acoger su palabra en el corazón y llevarla a la vida mediante las
obras de la caridad.

             "Tus discípulos no viven conforme a la tradición"

      Es la objeción intencionada que los fariseos hacen a Jesús y puede
servirnos a nosotros para leer este evangelio desde el punto de vista de
Nazaret.
      Los evangelios de la infancia, sobre todo el de Lucas, presentan a la
Sagrada Familia como fiel cumplidora de la ley de Moisés, de modo particular
en los aspectos cultuales (presentación del primogénito, peregrinación anual
a Jesuralén). Jesús mismo dirá  más tarde que no ha venido a abolir la ley ni
los profetas (Mt 5,17).
      Pero, al mismo tiempo, vemos en María y en José esa actitud del
creyente que acoge sin reservas la Palabra de Dios, se fía de Él y la pone
por obra. Jesús, venido para cumplir la voluntad del Padre, se identifica de
tal modo con ella (Heb 10,5-7), que cuando expresa su "mandamiento" (Jn
14,15), el mandamiento del amor, se coloca a sí mismo como punto de
referencia en el nuevo modo del encuentro del hombre con Dios propio de la
nueva alianza.
      La crítica de Jesús contra la hipocresía de los fariseos no es una
polémica entre especialistas de la ley, ni tampoco la expresión del "laxismo"
galileo frente al integrismo de "los fariseos y de algunos escribas venidos
de Jerusalén" (Mc 7,1).
      El profeta de Galilea ha vivido largos años observando la conducta de
los hombres en todos los aspectos de la vida. Ha visto en su propia casa esa
pureza del corazón que hace santas todas las cosas, pero ha visto también a
su alrededor muchas veces ese culto vano, hecho sólo de palabras, que no
llega jamás a interiorizarse ni a expresarse en una conducta coherente. Más
aún, sabe que hay quienes apoyándose en el cumplimiento intransigente de
"doctrinas que son preceptos de hombres" (Mc 7,7), se ha enriquecido a costa
de la gente humilde, poniéndose por encima de los demás y oprimiendo al
pueblo. (Mc. 7,8-13).
      Es de esa comprobación, seguramente también patente en la aldea de
Nazaret, de donde nace la fuerte oposición de Jesús a la hipocresía de los
fariseos y escribas.
      La pureza de la fe, la fidelidad íntegra a la Palabra de Dios, que
vemos en la familia de Nazaret son el mejor estímulo para rescatar cuanto de
bueno hay en el hombre y para vivir el mensaje de autenticidad de este
evangelio.

      Envíanos, Padre, el Espíritu Santo,
      que renueva nuestro corazón
      y hace posible una alabanza pura
      y una caridad laboriosa.
      Danos ese Espíritu de sabiduría
      que procede de ti, Padre de la luz,
      y nos lleva a acoger con docilidad
      la Palabra sembrada en nosotros
      y a saber discernir lo esencial de lo accesorio;
      lo que verdaderamente es bueno
      de lo que es pura apariencia;
      la auténtica fidelidad de las máscaras del formalismo.

                           La sencillez del ser

      La experiencia de Nazaret, donde los valores auténticos de la fe y el
amor son vividos lejos de toda manifestación pública y de toda apariencia
engañadora, nos llevan a subrayar en nuestra vida esa sencillez del ser que
tanto se opone al formalismo puramente externo.
      La crítica de Jesús a las exigencias de los fariseos sobre la conducta
de sus discípulos se sitúa en esa línea profética que va de Amós a Oseas e
Isaías y pone el valor del amor por encima de "los sacrificios" (Os 6,6), la
vida honrada y justa por encima de un culto formalista (Am 5,21-22), lo que
el hombre tiene en su corazón por encima de lo que dicen los labios (Is
29,13).
      Jesús propone esa línea de conducta a sus apóstoles y a todos sus
seguidores de entonces y de ahora. El paso del formalismo religioso a la
sencillez de la fe, que se manifiesta en las obras concretas del amor
cristiano, es una tarea actual de todo bautizado y de toda comunidad; En eso
consiste la verdadera sabiduría. Por ese criterio se podría ver si
verdaderamente somos "un pueblo grande" y si "nuestro Dios está cerca de
nosotros cuando lo invocamos" (Dt 4,7-8).
      Sólo desde esa perspectiva cobra sentido la atención a los detalles de
los "preceptos humanos", que tienen también su importancia en la vida pero
que nunca deben oscurecer los valores que vienen en primer lugar.
TB.hsf


sábado, 22 de agosto de 2015

Ciclo B - TO - Domingo XXI

23 de agosto de 2015 – TO - XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIOCiclo B

            "Las palabras que os he dicho son espíritu y vida"

-Jos 24,1-2,15-17. 18
-Sal 33
-Ef 5,21-32
-Jn 6,60-69

Juan 6,61-70

      En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
      - Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?
      Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban les dijo:
      - ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde
estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las
palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros
no creen.
      Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba
a entregar. Y dijo:
      - Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo
concede.
      Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron
a ir con Él.
      Entonces Jesús les dijo a los Doce:
      - ¿También vosotros queréis marcharos?
      Simón Pedro le contestó:
      - Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna;
nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.

Comentario

      Con la página del evangelio que leemos hoy se concluye el discurso del
pan de vida en la sinagoga de Cafarnaún (y también el paréntesis introducido
en la lectura continua del evangelio de Marcos).
      Siguiendo la sucesión de los acontecimientos del IV evangelio, Jesús
ha mostrado su condición divina con los milagros (signos) de la tempestad
calmada y de la multiplicación de los panes. Con su palabra ha intentado
mostrar a los judíos que su origen divino no es incompatible con su condición
humana y que Él mismo es el primer signo del amor de Dios a los hombres. Ante
el rechazo generalizado de la multitud, da un paso más y pretende verificar
(aunque ya lo sabía , Jn 6,64) cuál es la postura de sus discípulos.
      En la intención del evangelista parece estar la idea de establecer una
distinción neta entre quienes creen y quienes no creen, es decir, de volver
a colocar en el centro la cuestión fundamental de todo el discurso: reconocer
la verdadera identidad de Jesús.
      La lectura del libro de Josué (1ª. lectura) introduce ya a esa opción
radical que se produce entre quien cree (acepta, sirve) al Señor y quien
prefiere otros dioses u otros caminos en la vida.
      Quien se aventura en el camino de la fe verdadera sabe que tendrá  que:
fiarse más de Dios que de sus propias luces ("la carne no sirve para nada"),
dejarse conducir más bien por el Espíritu Santo y reconocer, como Pedro, que
Jesús es el "Consagrado de Dios", el Cristo.
      La confesión de fe es una opción de vida que implica el dejarse guiar
por el impulso del Padre, el cual conduce al hombre a Cristo.
      Esa opción comporta un creer y un conocer ("nosotros creemos y sabemos"
v. 69). Creer y saber en el evangelio de Juan se implican mutuamente. La
adhesión a Cristo lleva a una penetración cada vez m s viva en su misterio
(Jn 4,42) y desemboca en la visión de Dios, "cuando Jesús se manifieste y lo
veamos como es" (I Jn 3,2; 2ª. lectura).
      Proclamar que Jesús es el "Consagrado de Dios" (expresión equivalente
a otras empleadas por los sinópticos: el Cristo en Marcos, el Cristo de Dios
en Lucas, el Hijo de Dios vivo en Mateo), es en definitiva, comprometer la
propia vida con Jesús, aceptar el riesgo de perderse o, como asegura la fe,
poseer la vida eterna que brota de sus palabras.

"Dejar  el hombre su padre y su madre" (Ef. 5,31)

      Quien entra en comunión con Cristo mediante la fe y el bautismo, se
hace una realidad nueva a partir de la cual todas las instituciones humanas
adquieren un valor nuevo. La aplicación concreta a la que nos lleva la
liturgia de hoy en la celebración de la Palabra se refiere a la familia y es
particularmente cercana a la vida familiar que llevaron Jesús, María y José
en Nazaret. Ello nos lleva a meditar el evangelio con una tonalidad especial.
      Para hablar de la familia, la carta a los Efesios toma como punto de
partida el concepto de sumisión de los m s débiles (niños, mujeres, esclavos)
a los más fuertes (hombres, maridos, dueños). Era el punto clave de la
familia tradicional pagana. El apóstol corrige esa visión en dos direcciones:
primero habla de una sumisión mutua, en el temor de Cristo (5,21) y después
presenta el matrimonio como signo de la unión entre Cristo y la Iglesia:
"Este símbolo es magnífico; yo lo estoy aplicando a Cristo y a la Iglesia"
Ef. 5,33.
      Ese modo nuevo de construir la familia, en recíproca sumisión, nos
lleva a pensar en la orientación dada por Jesús y recogida en evangelio: "El
mayor entre vosotros, sea vuestro servidor" (Mc 10,43-44). Y refleja
directamente la vida nazarena en la que Jesús, el mayor "bajó con ellos a
Nazaret y siguió bajo su autoridad" (Lc 2,52). "Les estaba sumiso", traducen
otros.
      Desde esta perspectiva, se comprenden mejor las implicaciones de la fe
en Cristo y de la participación en la eucaristía. La vida en el amor,
exigencia de toda vida cristiana, construye ese "cuerpo" que es la Iglesia
(Ef 5,21-24) al que Cristo se da y que Cristo da hoy para la salvación del
mundo.
      La igualdad radical, en la diversidad de los carismas y las funciones,
sobre la que se construye la familia y la Iglesia, está ya presente
germinalmente en la familia de Nazaret y su vida concreta nos estimula a la
donación recíproca en la vida de cada día, donde el primado de la caridad
pone en segundo lugar la importancia del papel que cada uno juega, para que
aparezca más claro el don y el signo de la comunión.

      Señor Jesús, tú tienes palabras
      que son Espíritu y vida.
      Queremos dejarnos arrastrar hacia ti
      por la fuerza misteriosa del Padre.
      Desde nuestra fragilidad y pecado
      gritamos a ti para que veas nuestras limitaciones
      y nuestro deseo de construir una Iglesia-familia
      que se inspire en la de Nazaret.

“¿A quién iremos?"

      Como a los hebreos del tiempo de Josué, como a los discípulos de Jesús
la escucha de su Palabra y la participación en la eucaristía, nos coloca en
una alternativa existencial: retirarnos a nuestras casas particulares o
servir al Señor formando un solo pueblo guiado por Él; abandonar a Jesús como
tantos otros o reconocer en Él al Consagrado de Dios.
      El punto más importante en este caso es plantearse el problema, no
pasar por alto el "ultimátum" de Jesús: "¿También vosotros queréis
marcharos?" (Jn 6,67).
      Los pasos que hemos dado tras las huellas de Jesús no nos autorizan
nunca a prescindir del dilema esencial, presente a lo largo de toda nuestra
vida y renovado cada vez en la donación del signo del pan y del vino que se
nos hace en la eucaristía.
      No podemos hoy refugiarnos en el pensamiento de que entre los apóstoles
"uno sólo es el traidor" (Jn 6,60), cuando en tantos lugares y en tantos
terrenos los seguidores de Jesús se ven en minoría frente a otras propuestas.

      Nuestra fe, don del Padre, se apoya sobre la fe de Pedro y de otros que
han seguido a Jesús y, al mismo tiempo, aun en la oscuridad presente es una
opción personal que lleva a quedarse con Jesús y con quien dice la verdad en
palabras llenas de Espíritu y de vida.
      Sólo así se construye la comunidad-familia, minoritaria quizá, pobre
y limitada, pero al mismo tiempo llena de Espíritu vivificante y capaz de ser
un signo y un punto de referencia para cuantos la vean.

TB.hsf

sábado, 15 de agosto de 2015

Ciclo B - TO - Domingo XX

16 de agosto de 2015 - XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

                    "El pan que voy a dar es mi carne"

-Prov 9,1-6
-Sal 33
-Ef 5,15-20
-Jn 6,51-58

      Juan 6,51-58

      En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
      - Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan
vivirá  para siempre. Y el pan que yo daré‚ es mi carne, para la vida del mundo.
      Disputaban entonces los judíos entre sí:
      - ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
      Entonces Jesús les dijo:
      - Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis
su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
      Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
      El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
      El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo,
el que come vivirá por mí.
      Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres,
que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.

Comentario

      En la parte del discurso sobre el pan de vida que leemos este domingo,
podemos notar una serie de acentuaciones que provocan un clima de mayor
intensidad y realismo en los contenidos. Al mismo tiempo crean la tensión
cristológica y existencial que llevan al planteamiento radical del final del
discurso, objeto de nuestra atención el domingo próximo.
      Sobre la pista de ésos, que podríamos llamar, cambios de acento en los
significados, estamos invitados a captar el mensaje que la Palabra nos ofrece
hoy.
      De la exigencia de acoger en la fe el "pan" bajado del cielo, se pasa
a la necesidad de comerlo en el sacramento. A partir del "pan de vida", Jesús
pasa a hablar explícitamente de sí mismo como "pan vivo" ("Yo soy el pan vivo
bajado del cielo" Jn 6,51). Su origen está en el Padre, "que vive" (6,57).
Se carga de un mayor realismo el verbo que indica la acogida de Jesús:
"masticar", "triturar", para expresar la acción de comer el pan. Existe
también un progreso en la oposición a las palabras de Jesús; de la
murmuración se pasa a la protesta (v. 41) y luego a "discutir acaloradamente"
(v. 51).
      Pero donde más gana en intensidad el discurso es en la rápida
transición de "comer el pan" (v. 50) a "comer la carne" (v. 51). La
identificación de Jesús con el pan de vida se completa con la donación total
de su persona ("carne" y "sangre") en el sacrificio de la cruz (vv. 53-55).
      No podemos ver una oposición entre el "comer el pan" que vendría a
significar la aceptación de la revelación de la verdadera identidad de Cristo
y el "comer la carne" que para nosotros implicaría la participación en la
eucaristía. Se da más bien una progresión que el clima litúrgico de la
celebración donde se lee la Palabra pone aún más de manifiesto.
      Lo que queda bien claro es la necesidad de entrar en esa dinámica de
comunión ("si no coméis"... "si no bebéis"... ) para "tener vida", la misma
vida que el Padre posee en plenitud y que a través de Jesús distribuye a
todos los hombres.
      Ese es el banquete al que somos invitados (1¦ lectura).

                      "La carne del Hijo del hombre"

      El término "carne" usado por Juan en el prólogo de su evangelio (1,14)
y en este discurso (6,51) pone en relación directa el misterio de la
eucaristía con la encarnación. La "carne" en la mentalidad bíblica indica la
persona completa en su aspecto de debilidad y de limitación, pero también de
comunión y apertura a la flaqueza humana.
      Cuando se habla, pues, de la "carne del Hijo del hombre" que será
entregada como alimento y que debe ser comida para tener vida, se está
indicando la persona de Jesús en su plena humanidad, el Jesús de Nazaret
nacido de María y un día clavado en la cruz. Y así como al acto de la
encarnación siguió el tiempo de Nazaret, en el que ese misterio adquirió toda
su amplitud al hacerse el hijo de Dios plenamente hombre mediante el
crecimiento, al acto de su entrega en la cruz y de su resurrección gloriosa
corresponde su permanencia en el sacramento de la eucaristía, mediante el
cual su "cuerpo", que es la Iglesia, crece hasta la plenitud del Reino.
      Podemos de este modo descubrir una correlación entre el tiempo de
Nazaret y el tiempo de la eucaristía, que de alguna manera encuentra una
confirmación en un verbo usado con frecuencia en el IV evangelio y que tiene
un gran alcance para la vida cristiana. Se trata del verbo "permanecer",
"seguir con", "morar", que tiene una resonancia nazarena y se emplea también
en la página evangélica de hoy. "Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue
conmigo y yo con él" (v. 57).
      Esa presencia recíproca de Cristo y quien come su carne y bebe su
sangre, revela la intimidad de la relación a la que está llamado quien cree
en Él y tiene su contrapunto en la intimidad trinitaria (Yo vivo gracias al
Padre" v. 57). Naturalmente esa intimidad lleva consigo la permanencia, para
nosotros los hombres, e implica la duración en el tiempo y el crecimiento
constante. La encarnación del Verbo es ya una garantía de permanencia de Dios
entre nosotros; los largos años de Jesús en Nazaret son signo del designio
de Dios que quiere estar para siempre con el hombre.
      El evangelio, leído desde Nazaret, nos lleva a acentuar esos aspectos,
quizá  menos dramáticos, pero ciertamente también fundamentales para
comprender esta página evangélica. Ellos también son importantes para nuestra
vida cristiana de cada día donde lo que cuenta es lo que dura y se
desarrolla.

      Padre santo, queremos acudir al banquete
      que con tu sabiduría infinita nos has preparado.
      Tú nos ofreces en tu designio de amor,
      a tu Hijo hecho hombre,
      hundido en la tierra para que se multiplique el grano
      y cocido en el fuego ardiente del Espíritu,
      para que todos lo puedan comer.
      Nos atraes a Él para que dejemos
      las aguas de las cisternas envenenadas
      y bebamos el vino mejor,
      lleno de la alegría del Espíritu,
      que brota de su costado abierto en la cruz.

                             Permanecer en Él

      Muchas veces hemos reflexionado sobre las consecuencias que tiene para
nuestra vida la participación en la celebración eucarística. Necesitamos
pedir fuerzas al Espíritu Santo para que la fuerte invitación que hoy
recibimos a hacerlo de nuevo no sea vana.
      "Quien come de mi carne y bebe de mi sangre, mora en mí y yo en él" (Jn
6,51). "Comer la carne", participar en el banquete implica, pues, esa
absorción mutua en la que uno se hace el otro sin perder la propia identidad.
      Debemos pensar nuestra participación en la eucaristía en términos
comunitarios. Lo que sucede en nosotros, sucede también en los demás
cristianos. Se construye así en la eucaristía la más perfecta unidad, pues
todos somos uno en Cristo y entre nosotros. Es el triunfo definitivo del
Espíritu que realiza la familia de los hijos de Dios con los hombres
dispersos y desunidos.
      Permanecer en Jesús es entrar en esa vida que el Padre posee en
plenitud, rica de horizontes nuevos y de dinamismo inagotable, que nos
arranca de nuestros círculos demasiado cerrados y recortados por la
desesperanza y el pecado.
      La vida eterna del cristiano adquiere un nuevo valor cuando es vivida,
desde Nazaret, bajo el signo de la eucaristía. Todo lo que refuerza la
unidad, todo lo que hace familia, todo lo que colabora a la expansión de la
vida encuentra en ella su plenitud. Así puede celebrarse como una verdadera
fiesta, un convite en el que Dios nos da lo mejor de sí mismo y nosotros
llevamos lo que su gracia construye poco a poco en nuestras vidas.
TB.hsf

sábado, 8 de agosto de 2015

Ciclo B - TO - Domingo XIX

9 de agosto de 2015 - XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

                    "El pan que voy a dar es mi carne"

       Juan 6,41-52
      En aquel tiempo, criticaban los judíos a Jesús porque había dicho "yo
soy el pan bajado del cielo", y decían:
      - ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su
madre? ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
      Jesús tomó la palabra y les dijo:
      - No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me
ha enviado.
      Y yo lo resucitaré el último día.
      Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios".
      Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí.
      No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: Ése
ha visto al Padre.
      Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.
      Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná 
y murieron: Éste es el pan que ha bajado del cielo, para que el hombre coma
de Él y no muera.
      Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan
vivirá para siempre.
      Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.

Comentario
      En la continuación del discurso sobre el pan de vida que el evangelio
de hoy nos ofrece, el evangelista desarrolla algunos de los temas ya
apuntados anteriormente: la oposición y murmuración de la gente, la fe y la
revelación interior necesarias para acoger a Jesús y, sobre todo, la
identificación de Éste con el pan que da la vida al mundo.
      Queda así cada vez más claro el sentido eucarístico del conjunto del
discurso. A ello contribuye también el contexto litúrgico, al presentarnos
la primera lectura ese alimento misterioso que da fuerzas al profeta para
continuar su camino desde el triunfo del Carmelo hasta la experiencia de Dios
en el Horeb y su compromiso para restablecer la justicia en Israel.
      En su diálogo con la gente, Jesús se reafirma como pan de la vida para
quien se abre a la atracción interna del Padre, que lleva aceptarlo mediante
la fe.
      El significado de la expresión "pan de la vida" viene precisado con más
nitidez. Se trata del punto focal de todo el Cap. VI del evangelio de Juan.
Es un pan "bajado del cielo" y un pan que "voy a dar". Las dos expresiones
engloban la existencia entera de Jesús en la mentalidad del IV evangelio,
pues aluden respectivamente a la encarnación del Verbo y a su entrega en la
cruz.
      Los efectos que produce el pan de vida se definen por contraste con el
maná . Este fue un apoyo importante en el camino del pueblo de Israel hacia
la tierra prometida, pero, como dice el mismo evangelio: "Vuestros padres
comieron el pan en el desierto, pero murieron" (6,49). Quien come del otro
pan, no solo no muere, sino que tiene la vida eterna. Se trata de esa
plenitud de vida que Dios tiene en sí mismo y que desea compartir con todos
los hombres: "El Padre dispone de la vida y ha concedido al Hijo disponer
también de la vida" (Jn 5,26). Lo sorprendente es que la donación de la vida
se da a través de la muerte de Jesús en la cruz.

               "Nosotros conocemos a su padre y a su madre"
      La expresión referente a su familia puesta por el evangelista en boca
de los opositores de Jesús en Cafarnaún nos puede dar pie para una lectura
"nazarena" del evangelio de hoy.
      La protesta de los judíos, que recuerda las del pueblo de Israel en el
desierto, se refiere a la afirmación de Jesús de que Él "es pan bajado del
cielo" (Jn 6,41). Como las antiguas también ésta es una oposición al plan
divino porque en la práctica, no se acepta que la salvación pueda acontecer
por los caminos que Dios ha elegido: en el Antiguo Testamento era el camino
del desierto, en la época mesiánica el camino de la encarnación.
      Y en la protesta de los judíos contra lo que Jesús dice, queda bien
claro que lo que causa escándalo es en definitiva cómo conciliar su origen
divino (6,41-42) con el hecho de provenir de una familia bien conocida, la
familia de Nazaret, es decir, de ser un hombre como todos los demás. Más
adelante en el mismo evangelio reaparece la misma objeción: "Por qué tu,
siendo hombre, te haces Dios?" (Jn 10,33).
      Esta oposición sirve así para reafirmar esa dimensión humana de Jesús
que la vida de Nazaret tan claramente muestra. Quizá  sea útil recordar que
en el curso de los siglos a la Iglesia le ha costado tanto el afirmar la
verdadera humanidad de Cristo como su divinidad. Porque lo que aquí está
en juego, como en tantas otras páginas del evangelio y también en muchas
situaciones de nuestros días, es el saber decir "la verdad sobre Jesucristo"
(Cfr. Documento de Puebla. Discurso inaugural).
      En el plan de Dios la "carne" y por tanto la encarnación es un medio
de comunicación de Dios con el hombre, un signo de su presencia amorosa, un
instrumento de gracia y de condescendencia. Pero sólo la fe, don de Dios,
atracción del Padre, logra penetrar en ese sentido verdadero y hacer de ella
la puerta de entrada en el Reino. Sin la fe, la debilidad de la "carne" es
vista sólo como limitación e impotencia, como opacidad que oculta lo divino.
      También nosotros necesitamos de la fe del "padre y de la madre" de
Jesús para ver en Él al Dios-con-nosotros, al único que puede llevarnos al
encuentro con el Padre y resucitarnos "en el último día" (6,44), a través del
velo de su "carne" (Heb. 10,20).

      Señor Jesús, pan de la vida bajado del cielo,
      danos de ese pan y danos tu Espíritu Santo,
      que nos lleve a compartir
      tu mismo gesto de donación a todos.
      Como el profeta y como el pueblo hambriento
      necesitamos ese pan
      en las arenas movedizas e inconsistentes
      de nuestro desierto,
      de nuestras dudas y desánimos.
      Padre, atráenos tú a Cristo.

                            Pan para el camino
      La Iglesia ha visto siempre en el alimento misterioso que dio nuevas
fuerzas al profeta y en el maná  que el pueblo comió en el desierto sendas
figuras de la eucaristía.
      Esta, en cuanto memoria viva de la entrega de Jesús - de su carne y su
sangre en el Calvario - acompaña siempre al nuevo pueblo de Dios en su
peregrinar por el mundo hacia la plenitud del Reino.
      La Palabra de Dios nos invita hoy a saber incorporar personalmente y
como comunidad el sentido que tiene la eucaristía, presencia de Cristo
resucitado en la humildad del pan.
      Como el del pueblo de Israel, nuestro camino es un proceso de
liberación de la esclavitud, para pasar a la vida nueva y ese paso sólo puede
cumplirse en comunión con Cristo.
      Al apropiarnos ahora de su gesto en el sacramento, debemos ser
conscientes de que nos colocamos en esa dinámica que lleva a la entrega de
la carne y de la sangre. Y ese gesto se vive concretamente en la práctica de
la caridad, como recuerda Pablo en la 2ª. lectura de hoy. Lo contrario sería
"irritar al Santo Espíritu que os selló para el día de la liberación" (Ef.
4,30).
      Vivir el mensaje de la Palabra de hoy en estilo nazareno, comporta
descubrir esa línea de humildad, de concretez realista que une la
encarnación del Verbo, su presencia viva en la eucaristía y los actos de la
vida diaria en los que se expresa el amor cristiano. A través de ella se
cumple el designio del Padre de llevar a todos a Cristo y de empezar a
comunicar esa vida divina que Él posee en plenitud y que desea ofrecer a
todos los hombres.

TB.hsf