sábado, 27 de noviembre de 2021

Ciclo C - Adviento - Domingo I

 28 de noviembre de 2021 - I DOMINGO DE ADVIENTOCiclo C

 

Viene el Señor

 

Jeremías 33,14-16

 

      Mirad que llegan días -oráculo del Señor-, en que cumpliré la promesa

que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en

aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y

derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán

tranquilos, y la llamarán así: " Señor -nuestra- justicia".

 

Tesalonicenses 3,12-4,2

 

           Hermanos:

     Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a

todos, lo mismo que nosotros os amamos.

      Y que así os fortalezca internamente; para que cuando Jesús nuestro

Señor vuelva acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprensibles

ante Dios nuestro Padre.

      Para terminar, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos:

Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios: pues proceded

así y seguid adelante.

      Ya conocéis las instrucciones que os dimos en nombre del Señor Jesús.

 

Lucas 21, 25-28. 34-36

 

      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol

y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes,

enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje.

      Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que le viene

encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán.

      Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y

gloria.

      Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca

vuestra liberación.    

      Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la

preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque

caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.

      Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que

está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.

 

Comentario

 

      En este primer domingo de adviento abrimos el evangelio y nos

encontramos con una página difícil. El mensaje de la Palabra de Dios que

Jesús nos transmite viene envuelto en un lenguaje apocalíptico y trata de lo

que ocurrirá en los últimos días, en el día del Señor.

      Después de hablar del trágico destino de Jerusalén, Lucas centra toda

su atención en la parusía, palabra que significa: el Señor vendrá de nuevo.

      Este período del adviento tiene una doble función: prepararnos a la

Navidad como celebración de la primera venida de Cristo y prepararnos a su

segunda venida, al final de los tiempos.

      Ambos acontecimientos de salvación están recogidos en el credo,

expresión suprema de la fe de la Iglesia: "por nosotros los hombres y por

nuestra salvación bajó del cielo"; "espero la resurrección de los muertos y

la vida del mundo futuro".

      La primera venida del Señor estuvo caracterizada por la pobreza, la

humildad, la sencillez y tuvo siempre como sello el sufrimiento. La segunda,

por el contrario, manifestará la gloria de Aquél que ha vencido al demonio

y la muerte y vive sentado a la derecha de Dios Padre. "Aparecerán portentos

en el sol, la luna y las estrellas" Lc 21, 25. Lo decimos también en el credo:

"De nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos y su

reino no tendrá fin".

      El evangelio, después de anunciar la venida de Cristo como un

acontecimiento imprevisto, saca la conclusión lógica: hay que estar

preparados. Y la forma concreta de estar preparados es vigilar, "estad

despiertos", y orad, "pedid fuerzas en todo momento para escapar de todo lo

que va a venir y poder así manteneros en pie ante este Hombre".

      Así pues, el comportamiento propio del cristiano viene caracterizado

por estas dos notas: vigilancia y oración.

      Vigilancia es esa actitud profunda que mantiene despierto y tenso el

corazón que ama.

 

"¡Descubre tu presencia,

y mantenme tu vista y hermosura;

mira que la dolencia

de amor, que no se cura

sino con la presencia y la figura!".

(S. Juan de la Cruz, Cánt.Esp. 11)

 

Oración es el momento de apertura a Dios para acoger el reino que viene

y para colaborar con él.

 

Leído en Nazaret

 

      Nazaret es el lugar ideal para esperar la venida del Señor.

      Lo esperaron María y José con la esperanza de todo el pueblo de Israel.

Ellos eran miembros del pueblo que esperaba el Mesías, el Salvador. En María

y José se resume la esperanza de Israel.

      Hasta que María recibió el mensaje del ángel, también para ellos era

imprevisible el día de la primera venida del Señor, el momento de la visita

de Dios a su pueblo.

      Pero cuando lo supieron, su vida cambió por completo. Todo su ser

estuvo pendiente de ese momento y sabemos bien cuál fue la actitud de ambos

ante el anuncio de la venida del Señor. María da el salto de la fe: acepta

y cree. Y también José acepta entrar en el juego de la historia de la

Salvación.

      Los dos protagonistas de la espera del Mesías en el momento inminente

de su llegada son los mejores modelos de todo el que espera la venida del

Señor. En el Nazaret de María y José la espera, la vigilancia no son

angustiosas. La serenidad que da la fe en el Dios que actúa, penetra las

mayores dificultades y las resuelve. En el Nazaret de María y de José se

aprende a compartir la esperanza. Los dos esperan lo mismo. La esperanza del

uno es la esperanza del otro. Es una esperanza compartida, una esperanza de

familia.

      Pero la serenidad de la fe y esa comunión en la esperanza no quitó la

tensión del acontecimiento. También su corazón batió con más fuerza en

aquellos momentos.

      Su vigilancia fue activa. El anuncio del ángel no resolvió ninguno de

los problemas humanos con que se encuentra toda pareja que espera un hijo.

El primer hijo, y más bien si es fuera del lugar habitual de residencia.

      Bien "despiertos" debieron estar también María y José para recibir al

Señor que venía. Bien abierta la mente, bien atento el corazón y bien

desasidos "de los agobios de la vida" debieron estar para reconocer al Señor

cuando llegó.

      Los signos de la primera y de la segunda venida del Señor son muy

distintos. Pero las actitudes que se requieren por parte del hombre para

reconocerlo son las mismas. Una fe viva y un corazón despierto descubren al

Señor en la humildad de la paja del pesebre y en los portentos del sol, de

la luna y de las estrellas, en la serenidad de la noche y "en el estruendo

del mar y del oleaje". Una fe viva y un corazón despierto descubre al Señor

que viene en el Niño que nace como todos los niños y en el Hombre que viene

"en una nube con gran poder y majestad".

 

El Nazaret de ahora

 

      El evangelio de la venida del Señor leído en Nazaret nos muestra como

vivir hoy.

      El cristiano que vive en la comunidad eclesial de ahora, se encuentra

en el mismo trance que María y José (y tantos otros) en espera. Y las dos

grandes tentaciones del que espera son el escapismo y el abandono.

      Escapismo es fiarlo todo para cuando el Señor venga, actitud negativa

denunciada por el Vaticano II: "No obstante la espera de una tierra nueva no

debe amortiguar, sino más bien avivar la preocupación de perfeccionar esta

tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de

alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo" G.S. 39.

      Abandono es quebrar la tensión de la espera. Es poner el corazón en las

cosas de aquí, "dejar que se embote la mente con el vicio, la bebida y el

agobio de la vida". Es vivir como si nada hubiera después.

      El creyente, desde el hoy de su existencia concreta, que lee a la luz

de Nazaret este evangelio, sabe que hay una forma de vivir, a la vez serena

y tensa, preocupada al cien por cien de lo que ocurre hoy en la Iglesia y en

el mundo y a la vez con una mirada limpia, que ve como todas las cosas son

transitorias y uno sólo es el absoluto, objeto de todas las esperas.

      Su esperanza se tiñe de certeza porque sabe como María que el Señor a

quien espera está ya en él, porque sabe como José que el Señor es justo y

fiel a sus promesas. Pero no se engaña pensando que el Señor va a venir de

las nubes para llenar los huecos que él deja tras de sí.

      Cuando la esperanza es compartida, como en Nazaret, el núcleo

comunitario se hace más fuerte. La esperanza pone alas a la fe sobre la que

se base el estar reunidos en comunidad.

 

TEODORO BERZAL hsf

 

 

 

domingo, 21 de noviembre de 2021

Ciclo B -TO - Domingo XXXIV

 21 de noviembre de 2021 - XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

                           

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

 

                                  "La realeza mía no pertenece a este mundo"

 

-Dn 7,13-14

-Ap 1,5-8

-Jn 18,33-37

 

      Juan 18,33-37

 

      En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús:

      ¿Eres tú el rey de los judíos?

      Jesús le contestó:

      ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

      Pilato replicó:

      ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado

a mí; ¿qué has hecho?

      Jesús le contestó:

      Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi

guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi

reino no es de aquí.

      Pilato le dijo:

      Conque, ¿tú eres rey?

      Jesús le contestó:

      Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido

al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha

mi voz.

 

Comentario

 

      En el último domingo del año litúrgico la Iglesia celebra la solemnidad

de Cristo rey. Es colocado así como culmen quien es el centro y corazón de

la historia. El tiempo humano se convierte en imagen de la vida humana

rescatada por Cristo. Es Él quien marca el ritmo de la existencia cristiana

de cada persona, de la Iglesia y del mundo entero.

      La Palabra de Dios nos ilumina el sentido de esta solemnidad. Se abre

con la visión apocalíptica de Daniel en la que aparece un "hijo de hombre"

en contraposición con las "cuatro bestias que suben del mar". ese hijo de

hombre fue identificado con el pueblo elegido por la literatura apocalíptica,

pero Jesús se apropió de ese título de modo personal (Mc 8,31).

      Se introduce así el tema del evangelio extraído del proceso de Jesús

ante Pilato. En Él queda bien claro que en este mundo hay dos realezas que

se distinguen y se contraponen, pero que no son incompatibles.

      La liturgia de hoy toma de todo el proceso sólo el diálogo entre Jesús

y Pilato que tiene lugar en el interior de la residencia de éste. Es una de

las siete partes de que se contiene el entero proceso. habría que leerlo

entero para descubrir cómo el evangelista, con la fina ironía que lo

caracteriza, va haciendo que paso a paso el reo (Jesús) se convierta en Juez

y que los acusadores (los judíos) se condenen a sí mismos por no haber creído

en Jesús.

      Lo esencial del mensaje está en las dos respuestas que Jesús da a

Pilato. A la primera en que el procurador pregunta, ¿Tú eres rey de los

judíos?, Jesús responde con un sí. Pero quiere dejar bien claro que su poder

No procede de este mundo, no le viene conferido por ninguna potencia de aquí:

"La realeza mía no es (en el sentido de no proviene) de aquí". Esta expresión

hay que entenderla a la luz de Jn 8,23 donde aparece la oposición ser de

aquí/ser de arriba. La procedencia u origen de su poder no está en este

mundo, pero se ejerce sobre los hombres que están en el mundo.

      A la segunda pregunta de Pilato sobre su realeza, "Pero entonces, Tú

eres rey?", Jesús reafirma su identidad real y dice en qué‚ consiste: en "ser

testigo de la verdad". Las listas genealógicas de Mateo y Lucas muestran

igualmente la ascendencia davídica.

      A pesar de estos datos, ellos se habían visto obligados a huir a Egipto

ante la decisión del rey Herodes. Y al volver a Israel, "al enterarse de que

Arquelao reinaba en Judea", José‚ tuvo miedo de ir allí y se estableció en

Nazaret (Mt 2,22-23).

      Pero además en Nazaret pasaban los días sin que se viera ningún signo

de una realeza de aquí abajo. Y ésto no sólo los primeros años, sino ni

siquiera después cuando, imaginamos, hubiera sido fácil promover la revuelta

política contra la potencia dominadora y opresora, como otros lo intentaron.

      La vida humilde y ordinaria de la familia de Nazaret prueba ya con los

hechos una verdad que Jesús más tarde tuvo que esforzarse para imponer

incluso a sus mismos discípulos: que Él no pretendía ser rey al estilo de los

reyes de este mundo (Jn 6,15).

      Solo al final del evangelio aparece clara la verdad de Nazaret. La

ausencia de toda pretensión terrena, la vida sencilla en una familia como las

demás dice bien clara mente que "la realeza mía no pertenece al mundo éste..."

(Jn 18,36). Si perteneciera al mundo éste, otra hubiera sido su vida en

Nazaret.

      Jesús se revela así rey, sin ninguna pretensión dinástica, ni por su

origen ni por haber organizado un grupo capaz de hacerse con el poder (Jn

18,36). Es rey siendo sencillamente hombre, "el Hijo del Hombre", es decir,

es rey porque es el Hijo de Dios.

 

Señor Jesús, ahora que te vemos

levantado sobre la tierra y clavado en la cruz,

podemos aclamarte como nuestro rey

y como rey del universo.

Tu reino no es de este mundo

y no nos atreveremos nunca

a pedirte signos de un poder que no es el tuyo.

Te aclamamos, Señor,

entregado e inerme, porque en tu debilidad

se manifiesta la fuerza de Dios,

una fuerza y un poder que no oprime

sino que libera y da la vida.

 

                             Ser de la verdad

 

      El proceso de Jesús es el momento supremo de la revelación de su

verdadera identidad, pero lo es también de la nuestra. El es el "testigo de

la verdad" y en eso consiste su misión en este mundo. Pero a continuación

dice: "Todo el que es de la verdad, me escucha" (Jn 18,37).

      "Ser de la verdad" es un estilo de vida, un modo de pensar y de obrar

que tiene como constante punto de referencia a Jesús y su palabra. Quien es

de la verdad, se deja llevar por el Padre, que es "la verdad" y es guiado por

el Espíritu Santo a la "verdad completa" (Jn 16,13).

      Al final del año litúrgico, la Palabra de Dios nos invita a clarificar

nuestra vida y a asentarla sobre la roca firme de la verdad, que viene sólo

de Cristo. Nuestra vida es ese espacio de libertad donde a diario se juega

la batalla entre la gracia y el pecado, la verdad que es luz y las tinieblas

del mal.

      Si queremos pertenecer al reino de quien hoy se nos presenta como Rey,

debemos escuchar su voz y dejarla que penetre cada vez m s en nuestra

existencia hasta que d‚ forma a todo nuestro modo de ser.

      Es la condición que el mismo evangelio pone: "Vosotros, para ser de

verdad mis discípulos, tenéis que ateneros a ese mensaje mío; conoceréis la

verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,31-32). Es la gran paradoja del

evangelio: quien se somete a la verdad, adhiriendo mediante la fe a Cristo,

adquiere la libertad, la verdadera libertad.

      Quien se coloca en la sencillez y verdad de Nazaret está en ese camino

que, pasando por la cruz, lleva a la alegría plena de vivir en la libertad

de los hijos de Dios.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf


sábado, 13 de noviembre de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XXXIII

14 de noviembre de 2021 - XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

 

                 "Entonces verán venir a este Hombre sobre las nubes"

 

-Dn 12,1-3

-Sal 15

-Heb 10,11-14. 18

-Mc 13,24-32

 

      Marcos 13,24-32

 

      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

      En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará 

tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los

ejércitos celestes temblarán.

      Entonces ver n venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder

y majestad; enviará a los Ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro

vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.

      Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas

y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis

vosotros suceder esto, sabed que Él está cerca, a la puerta. Os aseguro que

no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra

pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los

 Ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.

 

Comentario

 

      Al final del año litúrgico la Iglesia nos invita a levantar la mirada

y contemplar los tiempos últimos, el día glorioso de la venida del Señor. El

mundo camina hacia su plenitud en el Reino de Dios, por ello el mensaje que

se desprende de la Palabra en este domingo es un mensaje de esperanza.

      Ya la primera lectura, ambientada en un período difícil de la historia

de Israel, quiere transmitir esperanza. Durante la persecución de Antíoco

Epífanes, Daniel recibe una visión y en ella se anuncia que "muchos de los

que duermen en el polvo despertarán; unos para vida eterna, otros para

ignominia perpetua" (Dn 12,2). Es una de las pocas veces que en el Antiguo

Testamento se habla claramente de la resurrección de los muertos. Esta se

anuncia de forma limitada sólo a los mártires de la persecución, pero prepara

ya la revelación plena hecha por Cristo.

      En el evangelio de Marcos, como en general en todo el Nuevo Testamento,

la revelación sobre el fin del mundo no se caracteriza por dar muchos

detalles, sino por su concentración cristológica. La esperanza y el futuro

del hombre están cifrados en la venida de Cristo. Cuando Él aparezca,

"enviará a sus Ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos"

(13,27).

      Es esa reunión universal, en la que Cristo se manifestará a todos

inconfundiblemente como Mesías y en la que aparecerá lo que hay en el fondo

del corazón de cada hombre, lo que ocupa el centro de la atención del

evangelista. No se trata, pues, de satisfacer la curiosidad humana sobre el

cuándo, el dónde y, menos aún, sobre los fenómenos celestes que acompañarán

la venida del hijo del hombre.

      Lo importante es saber vivir en el tiempo aferrándose únicamente a las

palabras de Jesús, que llevan a dar testimonio de la propia fe, incluso en

circunstancias difíciles, y a mantenerse vigilantes. Son esas actitudes el

mejor antídoto contra la tentación de la desesperanza, que lleva a buscar

atajos falsos en el camino o a huir de las propias responsabilidades.

 

                           El tiempo de Nazaret

 

      Hay un fuerte contraste en los evangelios entre las narraciones de la

infancia de Jesús y los discursos escatológicos. En las primeras vemos al

niño y adolescente en la fragilidad de la condición humana, en los segundos

aparece "con gran fuerza y majestad" (Mc 13,27). Pero además sentimos que los

acontecimientos relativos a la familia de Nazaret pertenecen a nuestra historia,

nos son familiares. Mientras que los que leemos hoy en el evangelio

escapan a nuestros parámetros normales de comprensión, se sitúan más allá de

nuestro espacio y de nuestro tiempo, no encontramos fácilmente puntos de

referencia para orientarnos.

      Pero si miramos con atención el tiempo de la vida de Jesús en Nazaret,

podemos decir también que era un tiempo último. Los acontecimientos empezaron

a precipitarse poco después de su salida de Nazaret hasta que se produjo el

signo definitivo de su muerte y resurrección.

      También en Nazaret se estaban poniendo tiernos los ramos de la higuera

y estaban brotando las yemas en una primavera que anunciaba un verano ya a

las puertas. En la familia de Nazaret se vivió esa sensación de que, con la

llegada de Jesús, el tiempo estaba preñado de un misterio que no se acierta

a comprender, que supera el normal decurso de la historia. "Cuando llegó el

momento culminante, envió Dios a su hijo nacido de mujer" (Gal 4,4). Pero el

evangelio de Lucas dice en el episodio del templo: "El les contestó: ¿Por qué

me buscabais? ¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?

Ellos no comprendieron lo que quería decir" (2,50-51).

      María y José‚ se quedaron en su interior con el misterio que escondían

esas palabras y vivieron durante muchos años sin saber el cómo y el cuándo.

Se supone incluso que José‚ murió si ver la realización de aquello que se

anunciaba.

      Lo importante es saber vivir en el tiempo con esa actitud interior de

atención, de discernimiento, de apertura y responsabilidad que vemos en María

y José‚. Si nos atenemos al evangelio, en los años de la vida de Jesús en

Nazaret no sucedió nada digno de ser contado. Como para decirnos a nosotros,

hombres de hoy que amamos tanto lo sensacional y los grandes acontecimientos,

que lo verdaderamente importante y definitivo, como fue la manifestación del

Hijo de Dios en la historia, se vive y se prepara en el silencio de cada día.

      En Nazaret tenemos un camino para vivir este tiempo de esperanza que

es el nuestro, mientras preparamos la manifestación gloriosa del Hijo del

Hombre que se producirá en su segunda venida

 

Señor Dios nuestro, Dios de los vivos, Padre bueno,

tú tejes en secreto en el curso de la historia

la manifestación gloriosa de Cristo.

Danos tu Espíritu Santo

para que sepamos discernir los signos de los tiempos

y sepamos vivir el momento que ahora nos es dado,

pero abiertos a la esperanza en el futuro.

Ilumina nuestro camino

para que sepamos dar nuestro testimonio

y llegar un día a cantar tu alabanza con María y José‚

y todos los que nos han precedido

y duermen el sueño de la paz.

 

                           Vivir nuestro tiempo

 

      "Cuidado que nadie os extravíe". "Vosotros andaos con cuidado".

Aprended de esta comparación con la higuera" (Mc 13). El discurso

escatológico de Jesús está lleno de frases exhortativas que invitan a la

atención y al discernimiento del tiempo que estamos viviendo.

      El anuncio de los tiempos últimos, de lo que acontecerá cuando venga

por segunda vez el Hijo del Hombre, nos invita a dilatar nuestra mirada, a

no perdernos entre las muchas indicaciones a corto plazo que continuamente

recibimos sobre el sentido de nuestra vida, de nuestra comunidad, de las

actividades que llevamos a cabo.

      Desde las perspectivas amplias del gran discernimiento final que se

Llevará a cabo en "el día del Señor", recibimos una invitación apremiante a

detenernos y preguntarnos por el sentido último de nuestra vida y de lo que

llevamos entre manos.

      Tampoco se trata de perderse en idealismos abstractos, ni de huir de

la realidad actual. Al contrario, la Palabra de Dios, leída hoy en Nazaret,

nos lleva a esa actitud vigilante de atención y escucha para escrutar lo que

aún no se ve pero ya se esta fraguando. Y esto no para llegar antes o ser m s

listos que los otros, sino para mantenernos abierto a lo que Dios mimo nos

prepara y para poder responderle adecuadamente.

      "El día del Señor" nos sorprenderá siempre. Ningún esfuerzo humano es

capaz de adivinar el cuándo y el cómo acontecer, pero es muy distinto vivir

nuestro tiempo con ese sentido cristiano de apertura al futuro, que da todo

su peso al presente, a vivirlo aturdidos por mil preocupaciones que no llevan

a ningún sitio o en una angustia que impide la paz interior.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf 

sábado, 6 de noviembre de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XXXII

 7 de noviembre de 2021 - XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

 

                                             "Ha dado todo lo que tenía"

 

-1Re 17,10-16

-Sal 145

-Heb 9,24-28

-Mc 12,38-44

 

      Marcos 12,38-44

 

      En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía:

      ¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y

que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las

sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de

las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más

rigurosa.

      Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la

gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una

viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos les dijo:

      Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie.

Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesi-

dad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

 

Comentario

 

      La liturgia coloca hoy en la primera lectura de la misa la figura de

una viuda, tomándola del llamado "ciclo de Elías" en el libro de los Reyes.

Es una mujer que cree plenamente en la palabra de Dios y da lo poco que tiene

confiando en la Providencia. Esta figura, en su contexto veterotestamentario,

es una llamada al pueblo de Israel para que se fíe de Dios en los tiempos

difíciles.

      En el contexto litúrgico de este domingo constituye un paralelo con esa

otra mujer, también viuda, que aparece en el evangelio y que es capaz de dar

todo lo que tiene para vivir. En contraste aparece el reproche de Jesús a los

fariseos para quienes la religión se diría que más que un medio para expresar

la fe sino de promoción social.

      No cabe duda que el acercamiento de ambos tipos de personajes efectuado

por el evangelista hace que el contraste sea m s fuerte. Jesús que "no

necesitaba informes de nadie, porque conocía al hombre por dentro" (Jn 2,25),

sabe ver el gesto de la viuda y ponerlo de manifiesto ante sus discípulos de

modo que el gesto sea una catequesis para la vida.

      Se trata de la última enseñanza de Jesús, según el evangelio de Marcos,

antes del discurso sobre el fin de la ciudad de Jerusalén y del mundo, y de

entrar en la pasión. El gesto de la mujer que da todo, incluso lo que

necesita para vivir, aparece así como paradigmático del que Jesús mismo se

prepara a cumplir dando su propia vida.

      La totalidad de ese don queda subrayada por la 2da. lectura, en la que,

a la multitud de los sacrificios de la antigua alianza y al hecho de que el

sacerdote ofrezca la sangre "de otro", se opone el sacrificio de Cristo,

quien "se ofreció una sola vez para quitar los pecados de muchos".

      Es una aplicación concreta y clara del mandamiento del amor que

meditábamos el domingo pasado. Se trata de amar con la totalidad de la

persona (Dt 6,4-5). Esa es la verdadera fe y la verdadera religión,

incompatible con las instrumentalizaciones y caricaturas que el hombre está

siempre tentado de hacer de ella.

 

                           La verdad de Nazaret

 

      El mensaje de las lecturas de hoy se cifra en el contraste entre la

ostentación de los escribas y fariseos y la generosidad secreta de la viuda,

que solo Jesús advierte.

      Por ese camino resulta fácil llegar a contemplar la verdad de Nazarea.

Verdad de Nazaret que consiste en esa fe pura que acoge la Palabra de Dios

y la deja actuar en la propia vida hasta que todo queda transformado. Verdad

de Nazaret en esa actitud humilde que ninguna ventaja recaba de la

familiaridad con el Hijo de Dios, sino que permanece oculta y desconocida a

los ojos de todos, como el gesto de la viuda. Verdad de Nazaret en la entrega

generosa y total, necesaria para construir día a día una familia y para

construir un día la gran familia de los hijos de Dios.

      Hay una verdad de Nazaret hecha de valores auténticos, y el sello de

su autenticidad está precisamente en haber permanecido en secreto todo el

tiempo que Dios quiso.

      No es, pues, de extrañar que quien vivió y vio entorno a sí esa

autenticidad sencilla de una fe profunda y generosa, cuando fustiga las

falsas apariencias y la ostentación, lo haga con términos tan duros como los

que leemos hoy en el evangelio.

      La búsqueda de un reconocimiento público, la ambición de poder o

prestigio, la hipocresía y la vanidad, son cosas tan lejanas y opuestas a la

experiencia nazarena de Jesús, que no puede por menos de condenarlas

duramente: "Esos tales recibirán una condena severísima" (Mc 12,20).

 

      No se trata de juzgar a los demás y menos aún de poner a unos contra

otros. Lo que está en juego es la autenticidad de la relación con Dios y en

definitiva la figura misma de Dios.

      La verdad de Nazaret, reflejo de una relación auténtica con el Dios,

nos revela su imagen viva; Quien se sirve de la religión para medrar (actitud

farisaica por excelencia) no pone a Dios en el primer puesto como pide el

primer mandamiento.

      Nazaret nos enseña hoy, a la luz del evangelio, esos gestos pequeños

y que quedan para siempre escondidos, pero que en su autenticidad expresan

el amor del corazón.

 

Padre bueno, Tú pides de nosotros,

no el "mucho" de los ricos,

sino el "todo" de la viuda.

Te pedimos la fuerza del Espíritu Santo,

que nos haga verdaderos hijos tuyos,

y nos lleve, como a Jesús, a ofrecer nuestra vida

al servicio de los hermanos,

sólo para gloria tuya.

Padre, también tú en un gesto de amor inefable,

que nadie ha visto, has entregado

lo más precioso de ti mismo

al dar a tu Hijo amado para salvarnos.

 

                           Caminar en la verdad

 

      Respondamos a la invitación de Jesús, quien después de observar lo que

hizo aquella viuda "llamó a sus discípulos" y les puso en evidencia aquella

acción para que aprendieran.

      Tanto la viuda de Sarepta, que en su extrema indigencia comparte lo que

tiene, como la mujer del evangelio, que da lo que necesita para vivir,

muestran claramente el camino a quienes quieren seguir la verdad del

evangelio y marchar tras las huellas de Jesús. Ambas configuran las actitudes

básicas del discípulo: apertura y confianza en Dios, siempre fiel, que nunca

abandona a los que se entregan a Él, abandono a su voluntad y generosidad

para dar la propia vida.

      De esa actitud básica de fe, que tanto contrasta con las falsas

motivaciones de los fariseos y de los que dan sólo lo que les sobra, es de

donde deben brotar las obras concretas del amor cristiano. No siempre es

fácil evitar las interferencias en el paso de la fe a sus expresiones

concretas en las obras, como tampoco es fácil saber permanecer en la humildad

y en el "secreto" de la oración y de las buenas obras, que sólo el padre ve.

      Necesitamos cada día reconocer y vencer al escriba y al fariseo que

anida en nuestro corazón y que tiende constantemente a alterar la verdad en

nuestra relación con Dios y con los demás, tanto en los gestos concretos de

la vida de cada día como en las funciones que estamos llamados a desempeñar.

      Necesitamos cada día volver a Nazaret, a un encuentro personal con ese

Jesús, que reafirme nuestra identidad cristiana y nos lleve a la verdad

total.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf