sábado, 30 de marzo de 2019

Ciclo C - Cuaresma - Domingo IV


31 de marzo de 2019 - IV DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C

"Su padre lo vio de lejos y se enterneció"

Josué 5,9a.10-12

      En aquellos días, el Señor dijo a Josué:
      - Hoy os he despojado del oprobio de Egipto.
      Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la pascua al atardecer
del día catorce del mes, en la estepa de Jericó.
      El día siguiente a la pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la
tierra: panes ácimos y espigas fritas.
      Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los
israelitas ya no tuvieron maná sino que aquel año comieron de la cosecha de
la tierra de Canaán.

Corintios 5,17-21

      El que es de Cristo es una creatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo
nuevo ha comenzado.
      Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo
y nos encargó el servicio de reconciliar.
      Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo,
sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje
de la reconciliación.
      Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios
mismo os exhortara por medio nuestro.
      En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
      Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que
nosotros, unidos a Él, recibamos la salvación de Dios.

Lucas 15,1-3.11-32

      En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores
a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: Ese acoge
a los pecadores y come con ellos.
      Jesús les dijo esta parábola:
      - Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: Padre,
dame la parte que me toca de la fortuna.
      El padre les repartió los bienes.
      No muchos días después, el hijo menor, juntando lo suyo, emigró a un
país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo
había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él
a pasar necesidad.
      Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo
mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el
estómago de las algarrobas que comían los cerdos, y nadie le daba de comer.
      Recapacitando entonces se dijo:
      - Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo
aquí me muero de hambre. Me pondré‚ en camino a donde está mi padre, y le di-
ré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme
hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros".
      Se puso en camino a donde estaba su padre. Cuando todavía estaba lejos,
su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se
puso a besarlo.
      Su hijo le dijo:
      - Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme
hijo tuyo.
      Pero el padre dijo a sus criados:
      - Sacad en seguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la
mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos
un banquete porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido
y lo hemos encontrado. Y empezaron el banquete.
      Su hijo mayor estaba en el campo.
      Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y
llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
      Este le contestó:
      - Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque
lo ha recobrado con salud.
      El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba
persuadirlo.
      Y él replicó a su padre:
      - Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden
tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis
amigos; y cuando ha venido este hijo tuyo que se ha comido tus bienes con
malas mujeres, le matas el ternero cebado.
      El padre le dijo:
      - Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías ale-
grarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido
y lo hemos encontrado.

Comentario

      El comienzo del cap. 15 del Evangelio de S. Lucas es importante para
comprender el sentido de las parábolas de la misericordia. Las tres compara-
ciones que Jesús pone tienen la finalidad de explicar su comportamiento con
los "recaudadores y descreídos" que "solían acercarse en masa a escucharle".
      Pero más allá de la respuesta a la crítica de fariseos y letrados en
estas parábolas, y sobre todo en la que se lee hoy, Jesús muestra los rasgos
del Dios verdadero: Su actitud de acercamiento a los pecadores viene así
perfectamente esclarecida. Lo que está en juego en la parábola es la au-
téntica imagen de Dios y su relación con el hombre.
      "El hombre -todo hombre- es este hijo pródigo: hechizado por la
tentación de separarse del Padre para vivir independientemente la propia
existencia; caído en la tentación; desilusionado por el vacío, que como
espejismo, lo había fascinado; solo, explotado, deshonrado, mientras buscaba
construirse un mundo todo para sí; atormentado incluso desde el fondo de su
propia miseria por el deseo de volver a la comunión con el Padre. Como el
Padre de la parábola Dios anhela el regreso del hijo, lo abraza a su llegada
y adereza la mesa para el banquete del nuevo encuentro, con el que se festeja
la reconciliación." (Reconciliatio et paenitentia n§ 5).
      La segunda parte de la parábola se centra en la actitud del hijo mayor
ante el retorno de su hermano y la acogida que su padre le dispensa. Fiel y
cumplidor, seguro de sí mismo y cerrado a su hermano, será él el obstáculo
para que se celebre la fiesta de familia.
      "El hombre -todo hombre- es también ese hermano mayor. El egoísmo le
hace ser celoso, le endurece el corazón, lo ciega y lo hace cerrarse a los
demás y a Dios. La benignidad y misericordia del Padre lo irritan y enojan;
la felicidad del hermano hallado tiene para él un sabor amargo. También bajo
este aspecto él tiene necesidad de convertirse para reconciliarse"
(Reconciliatio et paenitentia n§ 6)
      La parábola refleja de modo admirable en su conjunto el gran amor de
Dios, nuestro Padre, que sale al encuentro del hombre y le ofrece la reconci-
liación, el perdón, la dignidad recobrada, el banquete de la felicidad
eterna. Por otra parte muestra también la condición del hombre y la posibili-
dad de su doble acogida del amor de Dios y de conversión representada por el
hijo que vuelve y por el hijo que se quedó en casa pero sin comprender el
amor del Padre.

En Nazaret

      En Nazaret fue acogido de modo inigualable el amor misericordioso de
Dios que sale al encuentro del hombre pecador.
      El amor misericordioso de Dios no es un gesto abstracto que nadie ha
podido ver. En Jesús ese amor se ha hecho visible, palpable. Tanto amó Dios
al mundo que dio a su único Hijo para que tenga vida eterna" Jn 3,16.
      Y Jesús en Nazaret fue acogido como salvador de los hombres. Su nombre,
revelado a María (Lc 32) y a José (Mt 1,21) le vino dado "porque Él salvará
a su pueblo de los pecados" Mt 1,21. Los dos escucharon de labios de Simeón
la palabra que le proclamaba "Salvador" (Lc 2,30) y sabían, como Zacarías,
que en Jesús "por la entrañable misericordia de Dios, nos ha visitado el sol
que nace de lo alto".
      Para María y José‚ el gesto de misericordia de Dios hacia el hombre
tenía un nombre y una realidad muy concreta: era el Jesús que vivía con
ellos. Vivieron así la primera comunidad de salvación: comunidad que acoge
la salvación en Jesús y comunidad que ofrece a Jesús como salvador del mundo.
      Ellos, que jamás se marcharon de la casa del Padre, que nunca habían
roto con Él, supieron, sin embargo, comprender mejor que nadie el gesto
perdonador de Dios en Jesús y asumirlo de modo que la salvación llegara a
todos nosotros.

Nosotros

      "Y todo eso es obra de Dios, que nos reconcilió consigo a través del
Mesías y nos encomendó el servicio de la reconciliación: quiero decir que
Dios mediante el Mesías, estaba reconciliando el mundo consigo" 2Co 5,18-19.
      Con los ojos fijos en Nazaret podemos comprender la profundidad de
estas palabras de San Pablo en este domingo en que meditamos sobre el Dios
misericordioso. La reconciliación es ante todo obra de Dios y se ha realizado
en Cristo. Son las dos afirmaciones fundamentales del texto citado.
      Si nos dejamos penetrar por ellas, tendremos que rectificar nuestra
tendencia habitual a pensar en nosotros mismos, en los pasos que tendremos
que dar para llegar a la reconciliación, en los obstáculos que nos separan
de Dios o del prójimo.
      La familia de Nazaret nos enseña que lo primero es mirar a Dios y
acoger con sencillez su gesto benevolente hacia el hombre. De este modo el
camino hacia la reconciliación (aunque a veces es costoso) se efectúa con
agradecimiento y alegría. La reconciliación es algo que se recibe en el
corazón antes de empezar a pensar cómo hacer para llegar a ella.
      Y la segunda gran realidad es que la reconciliación, toda reconcilia-
ción, se efectúa en Cristo. Como para María y José, también para nosotros el
Cristo muerto y resucitado y viviente hoy en la Iglesia, es la encarnación
concreta del gesto de gracia que Dios hace en nuestro favor.
      Jesús se nos ofrece como don de perdón y de misericordia, por eso en
último término acoger la misericordia de Dios es acoger a Cristo, es decir,
creer.

TEODORO BERZAL hsf



sábado, 23 de marzo de 2019

Ciclo C - Cuaresma - Domingo III


24 de marzo de 2019 - III DOMINGO DE CUARESMA -Ciclo C

                 "Si no os convertís, todos vosotros pereceréis"

Éxodo 3,1-8a.13-15

      En aquellos días, pastoreaba Moisés el rebaño de su suegro Jetró,
sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta
llegar a Horeb, el monte de Dios.
      El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas.
      Moisés se fijó: La zarza ardía sin consumirse.
      Moisés se dijo: Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a
ver cómo es que no se quema la zarza.
      Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la
zarza: Moisés, Moisés.
      Respondió él: Aquí estoy.
      Dijo Dios: No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el
sitio que pisas es terreno sagrado.
      Y añadió: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de
Isaac, el Dios de Jacob.
      Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.
      El Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído
sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a
bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos
a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.
      Moisés replicó a Dios: Mira, yo iré a los israelitas y les diré: el
Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo
se llama este Dios, ¿qué les respondo?.
      Dios dijo a Moisés: "Soy el que soy". Esto dirás a los israelitas: "Yo-
soy" me envía a vosotros.
      Dios añadió: Esto dirás a los israelitas: El Señor Dios de vuestros
padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros.
Este es mi nombre para siempre: Así me llamaréis de generación en generación.

Corintios 10,1-6.10-12

      No quiero que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la
nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la
nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebie-
ron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les
seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios,
pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.
      Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos
el mal como lo hicieron nuestros padres.
      No protestéis como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos
del Exterminador.
      Todo esto les sucedía como un ejemplo: Y fue escrito para escarmiento
nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo
tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga.

Lucas 13,1-9

      En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los
galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.
Jesús les contestó:
      - ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos,
porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis
lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé,
¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os
digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
      Y les dijo esta parábola:
      - Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en
ella, y no lo encontró.
      Dijo entonces al viñador:
      - Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y
no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?.
      Pero el viñador contestó:
      - Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré
estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.

Comentario

      En este domingo escuchamos una fuerte llamada a la conversión. En el
Evangelio de Lucas esta llamada se encuentra en un contexto que invita a
discernir los tiempos y los acontecimientos de la historia.
      En el texto que leemos hoy en concreto, se alude a dos acontecimientos
dolorosos: el asesinato cometido por Pilato que "había mezclado la sangre de
unos galileos con las víctimas que ofrecían" y la muerte de dieciocho perso-
nas aplastadas por la torre de Siloé. Para entender la respuesta de Jesús hay
que tener en cuenta la mentalidad reinante en la época, que atribuía las
desgracias sufridas por las personas a pecados cometidos por ellas o por su
familia. (Cfr, Jn 9,2).
      Pero yendo más al fondo de la cuestión, lo que está en juego en esta
interpretación de las desgracias es la imagen o la idea que se tiene de Dios.
Un Dios que automáticamente hace sentir su castigo (en esta vida o en la
otra) podrá aparecer todo lo más como un Dios justo, pero nada más (en-
tendiendo la justicia a modo humano) Y esa imagen de Dios está reñida con el
Dios, Padre misericordioso, anunciado por Jesús en su mensaje. Esta dimensión
de misericordia y de paciencia de Dios viene después subrayada en la parábola
de la higuera estéril.
      La interpretación que da Jesús a los hechos referidos comporta un doble
aspecto. Por una parte enseña que tales acontecimientos pueden suceder a
cualquiera, independientemente de su situación moral, y que por lo tanto,
cuando suceden a uno son un aviso para todos los demás, y por otro que Dios
da a todos la posibilidad de convertirse, de cambiar de vida, de enmendarse.
      La llamada a la conversión cobra así una radicalidad y una amplitud
mayores. Sobre todo porque viene hecha en nombre de un Dios paciente y
misericordioso, que no está aguardando la caída para castigar, sino que llama
en nombre del amor que nos tiene.
      Las llamadas en nombre del amor son siempre más comprometedoras y
profundas que las que se hacen con amenazas. Además en esta llamada a la
enmienda y a la conversión hay un aspecto universal muy significativo. Nadie
está excluido de la llamada a la conversión.

Conversión en Nazaret.

      En Nazaret no podemos hablar de conversión en relación con el pecado
teniendo presente la santidad de las personas que allí vivieron. Hay sin
embargo otras dimensiones de la conversión que fueron vividas en Nazaret de
manera inigualable.
      En primer lugar en Nazaret se vivió el punto de arranque de toda con-
versión que está en la iniciativa de Dios de salvar a los hombres. Hemos de
recordar que la conversión es ante todo un don de Dios y un acto de Dios.
"Dios nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo" 2 Co 5,18. Y este acto
reconciliador de Dios ha sido vivido por Jesús y por quienes, aun en forma
velada, compartieron su misión de Salvador ya desde los comienzos. El es
nuestra paz y nuestra reconciliación Ef 2,14. El que había sido proclamado
ante María y José "luz de las naciones" y "Salvador", fue también señalado
como "bandera discutida" para revelar lo que cada uno piensa en su corazón.
(Cfr Lc 2,32-35).
      En Nazaret se vivió otra dimensión importantísima de la conversión que
es el aceptar a Dios como absoluto. La familia de Nazaret fue querida por
Dios tal y como era. Fue Él quien dispuso con su Palabra que las cosas fueran
así: que María Virgen concibiera y diera a luz al Salvador y que José entrara
a colaborar en su designio de salvación. Dios fue siempre el protagonista de
aquella familia, el punto de referencia de sus idas y venidas, el centro de
convergencia de todos sus intereses. Mantener una tensión constante hacia
Dios es vivir en permanente conversión hacia Él. Por eso cuando S. Juan
intenta decir cómo era la vida de Dios antes de la venida de Cristo al mundo,
escribe: "Al principio ya existía la Palabra, la Palabra se dirigía a Dios
y la Palabra era Dios" Jn 1,12.
      Esta actitud radicalmente filial de estar siempre vuelto hacia el
Padre, de vivir de cara a Dios es la que Jesús prolongó en Nazaret y a lo
largo de toda su vida.

Nuestra conversión

      Muchos son los aspectos de la conversión de quien quiere vivir en
Nazaret. Para vivir allí hay que ser humildes y sencillos, amar la pobreza,
estar siempre dispuestos a servir, cultivar la vida de familia.
      Pero quizá la raíz de todo esté en esa disposición profunda y mantenida
siempre al día de vivir pendientes de lo que Dios quiera, como lo vemos en
Jesús, María y José.
      No se trata tanto de encontrar una lista de características o de vir-
tudes cuanto de aceptar y vivir con amor y responsabilidad el don que Dios
nos da. Porque vivir en Nazaret es ante todo un don, una vocación.
      Muchas veces establecemos nuestros propios programas de conversión,
pensamos en los fallos que tenemos que corregir, en los puntos que nos quedan
en penumbra, en formas nuevas de ser. Por encima de todos esos proyectos debe
estar la actitud básica de la atención a lo que Dios quiere, de acogida y
amor a su voluntad. Esa disponibilidad permanente hacia Él nos llevará a todo
lo otro: al trabajo y a la humildad, a la pobreza y al amor fraterno.
      ¿Qué otra cosa significa la conversión permanente si no es el estar
siempre vueltos hacia Dios y atentos a lo que Él quiere? Así aprenderemos a
unificar nuestra vida en un solo gesto de amor.
      Vivir así es perpetuar el gesto de retorno al padre del hijo pródigo.
Es saber quién es Dios verdaderamente.

TEODORO BERZAL.hsf



sábado, 16 de marzo de 2019

Ciclo C - Cuaresma - domingo II


17 de marzo de 2019 - II DOMINGO DE CUARESMA - Ciclo C

                                            Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle                         

      Génesis 15,5-12.17-18

      En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrán y le dijo:
      - Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes.
      Y añadió:
      - Así será tu descendencia.
      Abrán creyó al Señor y se le contó en su haber.
      El Señor le dijo:
      - Yo Soy el Señor que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en pose-
sión esta tierra.
      El le replicó:
      - Señor Dios, ¿Cómo sabré que voy a poseerla?.
      Respondió el Señor:
      - Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero
de tres años, una tórtola y un pichón.
      Abrán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente
a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres
y Abrán los espantaba.
      Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un
terror intenso y oscuro cayó sobre él.
      El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antor-
cha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.
      Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos términos: A tus des-
cendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río.

Filipenses 3,17-4,1

      Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis
en mí.
      Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en
los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su
paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas.
Sólo aspiran a cosas terrenas.
      Nosotros por el contrario somos ciudadanos del cielo, de donde aguarda-
mos un salvador: el Señor Jesucristo.
      El transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su con-
dición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues,
hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en
el Señor, queridos.

Lucas 9,28b-36

      En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto
de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió,
sus vestidos brillaban de blancos.
      De repente dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que
aparecieron con gloria; hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusa-
lén.
      Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su
gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Mientras estos se alejaban,
dijo Pedro a Jesús:
      - Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías.
      No sabía lo que decía.
      Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió.
      Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:
      - Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle.
      Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio
y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
     
Comentario

              "Mientras oraba el aspecto de su rostro cambió"

      Al empezar la segunda etapa del camino cuaresmal de conversión, leemos
el evangelio de la transfiguración del Señor, que anuncia su resurrección y
nuestra transfiguración como hijos de Dios.
      Para Lucas la transfiguración es uno de los últimos acontecimientos del
ministerio de Jesús en Galilea. Poco después, en el mismo capítulo, se em-
pieza a narrar el largo viaje que llevará a Jesús a Jerusalén donde, según
sus propias palabras "este Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser re-
chazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y
resucitar al tercer día". La transfiguración, momento epifénico de la gloria
del Hijo de Dios, se ve así proyectada hacia el momento de la máxima
humillación y de la glorificación final.
      El rostro de Jesús cambió de aspecto durante la oración y hasta sus
mismos vestidos transparentaban la luz de su persona. Pero lo más importante
no es la apariencia externa sino la realidad que se manifiesta. La trans-
figuración de Jesús es la manifestación de Dios, de la presencia de Dios en
su naturaleza humana en el momento en que se encamina hacia la cruz. Los
signos de esta manifestación personal de Dios son: la luz que brillaba en el
rostro de Jesús ("vieron su gloria"), la nube y la voz.
      Como en otras teofanías bíblicas, hay por parte de Dios una voluntad
de acercamiento, de comunión y una reacción de temor inicial por parte del
hombre. En este caso la voz que se oye y las palabras pronunciadas ("Este es
mi Hijo, el Elegido. Escuchadle") hacen que la manifestación de Dios sea
particularmente clara y explícita. La designación de Jesús como hijo
predilecto recuerda la figura mesiánica del "siervo de Yavé", el siervo que
lleva sobre sus espaldas los pecados del mundo y que ofrece su vida como
rescate por los demás.
      La referencia al misterio pascual viene, por último, confirmada por el
contenido de la conversión de Jesús con Moisés y Elías: "Hablaban de su
éxodo, que iba a completar en Jerusalén".
      De esta manera queda evidenciada la relación entre la manifestación de
Dios en el monte de la transfiguración (el Tabor) y la suprema manifestación
de Dios en la muerte y resurrección de Cristo.

                                En Nazaret

      En la montaña de la transfiguración Cristo manifestó su gloria. En
Nazaret no hubo ninguna manifestación, al contrario, Jesús pasaba por uno de
tantos. Pero en Nazaret, como en los demás sitios, Jesús era en persona la
manifestación de Dios.
      La segunda carta de S. Pedro testimonia así la experiencia de quien
presenció la transfiguración en el Tabor: "Porque cuando os hablábamos de la
venida de nuestro Señor, Jesús Mesías, en toda su potencia, no plagiábamos
fábulas rebuscadas, sino que habíamos sido testigos presenciales de su gran-
deza. El recibió de Dios honra y gloria cuando, desde la sublime gloria, le
llegó aquella voz tan singular: "Este es mi hijo a quien yo quiero, mi
predilecto" 2Pe 1,16-18. Otro de los testigos dice: "Y la Palabra se hizo
hombre, acampó entre nosotros y contemplamos su gloria, gloria de Hijo único
del Padre" Jn. 1,14.
      María y José no vieron en Nazaret la gloria de su hijo, que era a la
vez el Hijo del Padre, pero no por ello son menos testigos de la realidad
humana y divina de Jesús: Ellos sabían quién era Jesús y lo testimoniaron.
Hay cosas en los evangelios que nadie hubiera sabido si ellos no lo hubieran
contado. Pero sobre todo su vida es el mejor testimonio: una vida llena de
fe y de amor es el signo claro de alguien que "ha visto" quién es Jesús.
      Nadie mejor que María y José podrían haber dicho con el apóstol Juan:
"Lo que existía desde el principio, lo que oímos, lo que vieron nuestros
ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, -hablamos de la Palabra
que es vida, porque la vida se manifestó, nosotros la vimos, damos testimonio
y os anunciamos la vida eterna que estaba de cara al Padre y se manifestó a
nosotros-, eso que vimos y oímos os lo anunciamos ahora" I Jn 1,1-3.
      María y José‚ no estuvieron en el Tabor. José‚ probablemente había muerto
ya cuando Jesús comenzó la vida pública y por tanto no pudo oír hablar de sus
milagros. Y sin embargo nadie mejor que ellos vio, contempló y palpó con sus
manos la Palabra que es vida.

Nuestro testimonio

      La transfiguración de Cristo es la garantía de nuestra propia
transfiguración que va actuándose a medida que, como Abrahán, renovamos la
alianza con el Dios siempre fiel.
      Esta transfiguración o transformación permanente es nuestra tarea de
cristianos. Consiste en ir siendo cada vez más transparentes a la luz que
viene del Señor, en manifestar cada vez mejor con nuestra vida que Dios salva
al mundo, en vivir de modo que "alumbre también nuestra luz ante los hombres,
que vean el bien que hacemos y glorifiquen a nuestro Padre del cielo". Mt
5,16.
      Nosotros quisiéramos ver a veces esta transformación a ritmo acelerado.
Pero la realidad de la vida nos enseña que se trata de un proceso lento.
      El contacto prolongado que María y José tuvieron con Jesús en Nazaret
nos revela la dimensión fundamental de nuestro testimonio. El testigo se
cualifica por la inmediatez y la experiencia de lo que dice más que por la
maestría con que expone la doctrina o el mensaje.
      Muchas veces el anuncio del mensaje adolece de falta de experiencia y
se queda en palabras vanas dichas sin convencimiento.
      Cuesta quedarse en Nazaret esperando que Cristo "transformará la bajeza
de nuestro ser reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo, con esa
energía que le permite incluso someter el universo" Fil 3,21

TEODORO BERZAL hsf