sábado, 26 de agosto de 2017

Ciclo A - TO - Domingo XXI

27 de agosto de 2017 - XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                        "¿Quién decís que soy yo?"

-Is 22,19-23
-Sal 137
-Rom 11,33-36
-Mt 16,13-20

Mateo 16,13-20

   Llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo y preguntaba a sus discí-
pulos:
   -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
   Ellos contestaron:
   -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los
profetas.
   Él les preguntó:
   -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
   Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
   -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
   Jesús le respondió:
   -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado
nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del
infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que
ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra,
quedará  desatado en el cielo. Y les mando a los discípulos que no dijeran a
nadie que Él era el Mesías.

Comentario

   La liturgia de la Palabra se abre con una explicación del símbolo de las
llaves que empleará después el evangelio. En el pasaje de Isaías, exponiendo
un caso concreto de la historia de Israel, se explica que este símbolo
representa la posesión de un poder que es estable y firme gracias a la
benevolencia divina.
   El texto del evangelio comprende dos partes fácilmente identificables: la
una se centra en la persona de Jesús, la otra en la de Pedro. Forman parte
también de la misma unidad literaria los versículos siguientes que se
refieren al seguimiento de Jesús por el camino de la cruz.
   La pregunta de Jesús acerca de su propia identidad culmina con la
respuesta de Pedro que confiesa abiertamente su mesianidad y su condición de
Hijo de Dios.
   Dos son los detalles propios del relato de Mateo, que por lo demás
depende casi totalmente de Marcos. El primero, de poca importancia, se
refiere a la lista de los personajes con los que la gente identifica a Jesús.
Mateo añade el profeta Jeremías, quizá por el significado mesiánico de su
persona. El otro detalle tiene mayor relieve. La confesión de fe de Pedro en
Mateo es más completa y expresiva que en Marcos. Mateo añade la expresión "el
Hijo de Dios viviente": Hay que reconocer, sin embargo, que en el evangelio
de Marcos la confesión de fe de Pedro juega un papel muy relevante. Es casi
el centro del segundo evangelio (Cf. Domingo XXIV del ciclo B). También aquí
se ve la orientación más cristológica de Marcos y más eclesiológica de Mateo.
   La segunda parte del texto leído hoy se refiere a la misión de Pedro.
Comienza con el elogio de Jesús no tanto referido a Pedro personalmente
cuanto a la acción del Padre en él. Aparece así Pedro como prototipo del
creyente que acoge la verdad de la fe.
   Su misión viene descrita con tres metáforas cada una de las cuales revela
un aspecto de la misma. La piedra evoca la solidez y estabilidad de los
cimientos subrayando también el aspecto comunitario al aludir a la
construcción que va encima. Añádase además la importancia que tiene en la
Biblia el cambio del nombre de una persona. Las llaves significan poseer no
sólo un poder, sino también una responsabilidad y una misión de vigilancia
y de custodia que cumplir. Finalmente tenemos la expresión de "atar y
desatar". Está tomada del lenguaje jurídico de la época y se empleaba para
distinguir lo que estaba permitido hacer de lo que no lo estaba. Puede tener
dos significados: manifestar de forma auténtica lo que es conforme a la
voluntad de Dios y la capacidad para admitir (o excluir) a una persona en la
comunidad. De esa forma se vinculan fuertemente en la persona de Pedro las
funciones de gobierno y de magisterio.

Pedro y José

   Leyendo el evangelio de hoy desde Nazaret viene espontáneamente la
comparación entre el ministerio de Pedro en la Iglesia y el de José en la
Sagrada Familia. ¿No es toda familia una "Iglesia doméstica"?. Naturalmente
no se trata de hacer una fácil transposición de funciones, ni un calco de las
figuras, sino de ver cómo la misión que José desempeñó puede iluminar de
algún modo la del responsable de la comunidad cristiana.
   La autoridad de José se funda en la obediencia de la fe. Y ésta consiste
en esa actitud básica "por la que el hombre se confía libre y totalmente a
Dios prestándole el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo
voluntariamente a la revelación hecha por Él" (D. V. 5). La fe de José, que
desde el principio se encuentra con la fe de María (R.C. 4), es la que le
constituye en el depositario del misterio que Dios le confía. Si no lo
confiesa explícitamente, como Pedro, podemos decir que su vida entera es un
testimonio de la revelación de Jesús como Mesías e Hijo de Dios.
   La autoridad de José se ejerce en la línea de la paternidad. La
intervención del Espíritu Santo en la concepción virginal de Jesús no excluye
la colaboración humana de José. Jesús es el hijo de María pero es también el
hijo de José por su matrimonio. José es así llamado a tener una
responsabilidad en la familia de Jesús que introduce ya, de hecho, en lo que
será la estructura sacramental de la Iglesia. José asume todas las tareas y
funciones de un verdadero padre, aun sin serlo biológicamente. Como Pedro que
es colocado como cimiento de la Iglesia, sabiendo bien claramente que "un
cimiento diferente al ya puesto, que es Jesús, nadie puede ponerlo" (1Co
3,11). Esa atribución, por gracia, de lo que compete sólo a Cristo, debe ser
tenida siempre presente en la Iglesia, no sólo por parte de quienes ejercen
funciones de autoridad, sino por todos.
   La autoridad de José‚ se lleva a cabo como discipulado y como servicio.
"Su paternidad se expresa concretamente en haber hecho de su vida un
servicio, un sacrificio al misterio de la encarnación y a la misión redentora
que lleva unida; en haber usado la autoridad legal, que le correspondía como
jefe de la Sagrada Familia, para vivirla como don de sí, de su vida, de su
trabajo; en haber convertido su vocación humana al amor familiar, en oblación
sobrenatural de sí mismo, de su corazón y de sus capacidades en el amor
puesto al servicio del Mesías que había germinado en su propia casa" (Pablo
VI Alocución del 19-3-1966).
Vemos ya dibujado en José‚ el estilo del ejercicio de la autoridad como
servicio que Jesús pedirá en el evangelio a sus apóstoles.

   Padre Santo, sólo con la fuerza del Espíritu Santo
   podemos confesar la verdad acerca de Jesucristo.
   Te bendecimos
   porque en el misterio del Hijo
   nos revelas también tu rostro
   y tu designio de salvación para todos los hombres.
   Junto con la firmeza en la verdadera fe,
   danos una gran voluntad de comunión;
   enséñanos a sentirnos a todos, responsables
   de nuestra comunidad
   colaborando con quienes son signos
   de tu presencia de Padre
   y ayudándolos a cumplir su misión.

Sentido de Iglesia

   La reflexión sobre la identidad de Jesús y sobre la misión de Pedro nos
llevan a examinar también el sentido de Iglesia que nosotros tenemos. Es uno
de los factores más importantes para crecer en la vida cristiana.
   Es la presencia de Cristo resucitado (Mt 28,28) la que garantiza a la
Iglesia su unidad y dinamismo en el cumplimiento de su misión en la historia.
Pero hay que tener en cuenta que el mismo Cristo ha designado un fundamento
visible. Esto nos lleva a recordar algunas afirmaciones esenciales del
Vaticano II que deben ser ya patrimonio de la mentalidad del cristiano desde
hace años. "Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad
de fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una trabazón visible y
la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la
gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico
de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la
Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas,
porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y
otro divino. Por esa profunda analogía se asimila al misterio del Verbo
encarnado. Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino de órgano
de salvación a Él indisolublemente unido, de forma semejante la unión social
de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica para el incremento
del cuerpo (Cf. Ef. 4,16)" (L.G. 8).
   El "sentido de Iglesia", que comporta no sólo el hacerse una idea clara
acerca de su naturaleza y su misión, sino además un amor grande y vital hacia
todo lo que la concierne, es uno de los grandes criterios para discernir la
madurez cristiana. Está también en el origen de los grandes compromisos de
todos los tiempos para renovar la misma Iglesia y para contribuir a realizar
su misión evangelizadora.


TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 19 de agosto de 2017

Ciclo A - TO - Domingo XX

20 de agosto de 2017 - XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                      "¡Qué‚ grande es tu fe, mujer!"

-Is 56,1. 6-7
-Sal 66
-Rom 11,13-15. 29-32
-Mt 15,21-28

Mateo 15,21-28

   Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer
cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
   -Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy
malo.
   El no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a
decirle:
   -Atiéndela, que viene detrás gritando.
   Él les contestó:
   -Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
   Ella los alcanzó y se postró ante Él, y le pidió de rodillas:
   -Señor, socórreme.
   Él le contestó:
   -No está bien echar a los perros el pan de los hijos.
   Pero ella repuso:
   -Tienes razón, Señor; pero también lo perros comen las migajas que caen
de la mesa de los amos.
   Jesús le respondió:
   -Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se cumpla lo que deseas, En aquel
momento quedó curada su hija.
                         
Comentario

   Las tres lecturas de este domingo tienen como tema común la universalidad
de la salvación en Cristo, para que "todos los pueblos alaben a Dios" (Sal
66).
   El pasaje de la tercera parte del libro de Isaías hace hincapié en la
posibilidad que tienen los extranjeros de "subir al monte santo de Sión" y
de ofrecer su sacrificio en el templo, casa común de todos los pueblos. Es
de notar que el profeta insiste en las condiciones interiores, accesibles a
todos, para formar parte del pueblo de Dios (extranjeros que se han dado al
Señor), más que en las características étnicas o en observancias legales.
   Se va así abriendo camino la idea de una apertura universal según la cual
todo hombre puede adorar a Dios en espíritu y en verdad (Cfr. Jn 4,21) y de
que la salvación es ofrecida a todo el que cree (Rom 3,21). En esa línea
puede verse el relato que leemos hoy en el evangelio, aunque no sin alguna
dificultad.
   El único punto de referencia del relato de Mateo es el pasaje paralelo de
Marcos (7,24-30). Esto ya es significativo, pues Lucas, el evangelista que
más insiste en los aspectos universales de la salvación, omite este hecho.
   Si nos fijamos en el texto de Mateo que leemos hoy, llama la atención la
determinación de Jesús para ir a tierra de paganos. Hay que tener en cuenta
la crítica que en los versículos anteriores había hecho a las prácticas
legalistas que olvidan el corazón del hombre.
   Si leemos con atención el relato vemos que, ante la fe profunda y
sencilla de la mujer cananea, Jesús parece oponer un triple rechazo: el
silencio, la declaración de que su misión está reservada a las ovejas de
Israel y la preferencia de los hijos sobre los perros. Es de notar que en el
evangelio de Marcos el rechazo es sólo uno y que no hay una exclusión tan
fuerte de los paganos, sino más bien una preferencia por el pueblo elegido:
"Deja que coman primero los hijos" (Mc 7,27).
   La diferencia puede explicarse por la diversidad de destinatarios de
ambos evangelios: las comunidades provenientes del paganismo (Marcos) y las
comunidades judeocristinas (Mateo). O quizá la mayor dureza de Jesús en el
evangelio de Mateo sirva sólo para acentuar la fe de la mujer cananea. El
rechazo pone mayormente de relieve cómo de nada sirve la pertenencia al
pueblo de Israel sin la fe personal.
   La postura de Mateo se acercaría así a la que expresa S. Pablo en la 2ª.
lectura, el cual pretende despertar la emulación de los de su raza para ver
si salva a alguno de ellos.
  
Al encuentro del hombre

   La Palabra de Dios orienta nuestra reflexión hacia la dimensión universal
del plan salvífico de Dios. En el milagro efectuado por Jesús en favor de una
mujer que no pertenecía al pueblo elegido, los evangelistas ven el signo de
una llamada a todos los hombres a formar parte de la nueva alianza hecha por
Dios en Cristo. La única condición es la fe en Jesús, "el hijo de David".
   La piedra fundamental de ese universalismo de la salvación, ya anunciado
por los profetas, es ciertamente la encarnación del Verbo. El concilio
Vaticano II lo ha expresado así: "Imagen de Dios invisible (Col 1,15). Él es
el hombre perfecto que ha restaurado en la decadencia de Adán la semejanza
divina deformada por el primer pecado. La naturaleza humana ha sido por Él
asumida, no absorbida; por lo mismo, también en nosotros ha sido elevada a
dignidad sin igual. Y que Él, Hijo de Dios, por su encarnación, se identificó
en cierto modo con todos los hombres: trabajó con manos de hombre, reflexionó
con inteligencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó con humano
corazón. Nacido de la Virgen María, es verdaderamente uno de nosotros,
semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (G.S. 22). Ese primer
paso de solidaridad con todo hombre dado por Dios mismo en la encarnación es
el que orienta todos los otros y el que guía los que la iglesia y cada uno
de nosotros debemos dar continuamente.
   Ante el hecho de la encarnación, podríamos, sin embargo,
estar tentados de eliminar todas las barreras y de llegar a un confusionismo
sincretista para decir que todas las situaciones religiosas son equivalentes,
puesto que Dios mismo parece haber negado la raíz de todos los privilegios.
El respeto de la libertad religiosa se funda en la naturaleza libre de la
persona y no en la mayor o menor adecuación a la verdad que tienen sus
creencias.
   El evangelio de este domingo nos invita a ser al mismo tiempo abiertos y
cautos ya que el mismo Jesús, que va al encuentro de todos, parece marcar
unas distancias y establecer unas prioridades. Esa es también la otra faceta
que nos enseña la encarnación y que no cesamos de meditar. Jesús se ha
identificado con un pueblo, el pueblo de Israel. Ha asumido la naturaleza
humana, no de modo genérico, sino con todas las limitaciones y connotaciones
de una cultura, una lengua, una fe. En un momento determinado y encontrándose
en una situación similar a la que relata el evangelio de este domingo, no
teme decir a la mujer samaritana: "la salvación viene de los judíos" (Jn
4,23).
   Efectivamente, Dios no puede deshacer con una mano lo que construye con
la otra. "Los dones y la llamada de Dios son irrevocables" (2ª. lectura). Hay
una armonía en el designio de Dios que a veces se nos escapa porque nuestra
limitación nos impide sondear el misterio.

   Señor Jesús, abierto a todos,
   que has salido al encuentro del hombre,
   prisionero del diablo y del pecado,
   aumenta en nosotros la fe
   que confiesa tu nombre y tu poder,
   y nos acerca al Padre con la confianza de los hijos.
   Enséñanos a no desanimarnos en la oración
   y danos esa actitud profunda
   de respeto y de apertura,
   de humildad y de sencillez,
   fruto de la acción del Espíritu Santo,
   que no hace cercanos a todos
   y nos une verdaderamente a ti

Ser universales

   La construcción de la comunión entre todos los hombres es una vieja
aspiración humana que hoy se hace más apremiante por la facilidad de la
comunicación y por la frecuencia de intercambios de todo tipo. El evangelio
de hoy nos enseña que para que tal aspiración pueda realizarse de verdad es
necesario reconocer a Jesús como Señor y portador de la salvación. Es, en
efecto, el pecado lo que cierra el corazón del hombre al encuentro con sus
hermanos y con Dios.
   Podemos imaginar dos caminos para ensanchar nuestro corazón y vivir esa
universalidad de la salvación a la que invita la Palabra de Dios.
   El uno se dirige hacia la comprensión de la complejidad del alma humana
y de las diversas realidades en las que la salvación  actúa. Es un camino que
lleva a la admiración por la multiplicidad y grandeza de las obras de Dios
en los distintos tiempos de la historia, en la diversidad de las culturas, en
la multiplicidad de los pueblos, de las instituciones... Requiere una buena
capacidad de apertura, de tolerancia y de penetración en las realidades
humanas para rastrear los senderos del Espíritu y para comprender a personas
muy distintas de nosotros.
   Pero hay otro camino para llegar a la universalidad. Es el de la
sencillez. Consiste en saber vivir en profundidad y con sentido común las
cosas más elementales. Podemos estar seguros de que en ella nos encontramos
con todo hombre.
   Fue quizá  esa actitud de sencillez, aprendida largamente en Nazaret, la
que permitió a Jesús descubrir en la apremiante insistencia de una madre
cananea esa fe sincera que le arrancó el milagro de la liberación de su hija.
   Los cristianos, llamados hoy a colaborar más que nunca con todos los
hombres en los diversos terrenos de la actividad humana, debemos al mismo
tiempo ponernos al alcance de todos y conservar de modo firme la autenticidad
de nuestra fe y la coherencia con la vida teniendo como punto de referencia
a Jesús, el Hijo de Dios.

TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 12 de agosto de 2017

Ciclo A - TO - Domingo XIX

13 de agosto de 2017 - XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                    "¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!"

-1Re 19,9. 11-13
-Sal 84
-Rom 9,1-5
-Mt 14,22-33

Mateo 14,22-33

   Después que sació a la gente, Jesús apremió a sus discípulos para que
subieran a la barca y se le adelantaron a la otra orilla mientras Él despedía
a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para
orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy
lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De
madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole
andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un
fantasma. Jesús les dijo en seguida:
   ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
   Pedro le contestó:
   -Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
   Él le dijo:
   -Ven.
   Pedro bajó de la barca y echo a andar sobre el agua acercándose a Jesús;
pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y
gritó:
   -¡Señor, sálvame!
   En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
   -¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
   En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se
postraron ante Él diciendo:
   -Realmente eres Hijo de Dios.

Comentario

   La primera parte del evangelio de este domingo puede servir de empalme
con el anterior. Jesús despide a la multitud y ordena a sus discípulos que
pasen en barca a la otra orilla del lago. Mientras Él se retira a orar. Se
diría que su oración solitaria prolonga el gesto de elevar los ojos al cielo
y de bendecir a Dios efectuado durante el milagro de la multiplicación
de los panes. Pero puede ser también la preparación para el signo de caminar
sobre las aguas, que vendrá  después. Se diría que Jesús encuentra en su
relación con el Padre la lucidez para rechazar la tentación de un mesianismo
triunfante y falso, y para ser fiel y coherente con ella.
   Detengámonos ahora en el episodio central del texto de hoy: Jesús camina
sobre las aguas. El análisis de algunas particularidades en la narración de
Mateo nos permitirá, como otras veces, penetrar en lo esencial del mensaje.
   Mateo sigue de cerca lo que dice el evangelio de Marcos (6,41-52). Pero
éste insiste en el poder de Jesús, que calma la agitación de las olas, y en
la incredulidad de los discípulos ("ellos no habían comprendido el milagro
de la multiplicación de los panes y su corazón permanecía cerrado" 6,52).
Mateo, por su parte, ve más a los discípulos en cuanto grupo. Para él es la
barca la que está agitada por las olas, y no tanto sus ocupantes. Además
parece fijarse más en el miedo de los discípulos que en su cerrazón. Mateo
es el único de los evangelistas que habla del gesto de Pedro, que lleno de
entusiasmo comienza a caminar sobre las olas como su Maestro, aunque luego
su fe vacila. Finalmente en el evangelio de Mateo, contrariamente a lo que
sucede en el de Marcos, los discípulos proclaman explícitamente su fe en
Jesús como Hijo de Dios.
   Teniendo en cuenta estos datos, la intención de Mateo parece clara. En un
relato que tenía originariamente un marcado carácter cristológico, ha
subrayado también la dimensión eclesial. No se trataba sólo de mostrar la
identidad de Jesús con su poder sobre los elementos naturales, sino también
su capacidad de restablecer la calma, la paz y la serenidad en el grupo de
los que creían en Él.
   Cuando Mateo escribe su evangelio, ha pasado ya el tiempo de las primeras
conversiones y de la rápida propagación del evangelio. Las primeras
dificultades internas y las primeras persecuciones llevan a pensar a la
Iglesia que su camino a través del tiempo no será fácil. Se diría que en el
relato de Mateo se traslucen ya de alguna manera, esas dificultades y que su
mensaje es por tanto un mensaje de esperanza. Aun en medio de las tinieblas
y preocupaciones, el Señor resucitado es el apoyo firme de su Iglesia. La
personalización del drama en el apóstol Pedro subraya la necesidad de una fe
fuerte para continuar el camino con Jesús.

"Cristo según la carne"

   Para meditar la Palabra de Dios desde el punto de vista del misterio de
Nazaret, nos fijaremos hoy sobre todo en la segunda lectura.
S. Pablo abre su corazón al comienzo del cap. 9 de la carta a los romanos
y revela su drama interior: la mayoría de los miembros del pueblo de Israel
no ha aceptado a Cristo. Para él esto es desconcertante, sobre todo viendo
cómo los paganos se abren a la fe. Los judíos tenían en principio muchas más
oportunidades ya que su historia les había conducido, por así decirlo, al
Mesías.
   Y precisamente en la enumeración de los "privilegios" que tienen los
miembros del pueblo de Israel, S. Pablo menciona uno que se refiere
directamente al misterio de Nazaret: "De ellos proviene Cristo según la
carne" (Rom 9,5).
   Es importante constatar cómo Pablo sitúa a Cristo en la línea de todos
los dones ofrecidos por Dios a Israel a lo largo de su historia. Pero al
mismo tiempo el don de Cristo supera a todos los otros, es la oportunidad
definitiva.
   Pocas son las veces que Pablo se refiere al Cristo de la historia, a la
vida humana de Jesús. En esta ocasión lo hace de forma sintética, pero
expresa bien el aspecto de pertenencia de Cristo al pueblo de Israel y su
inserción en las relaciones de Dios con su pueblo.
   La expresión "según la carne" había sido ya utilizada por Pablo en el
prólogo de la misma carta a los Romanos, cuando dice que Cristo era "de la
descendencia de David según la carne" (1,2).
   Muchas veces hemos meditado el misterio de Nazaret viendo a Jesús, con
María y José, en cuanto miembros de pueblo de Israel, compartiendo sus
costumbres, su mentalidad, su fe y esperanza en las promesas de Dios. Hoy
contemplamos a Cristo como don al pueblo de Israel, el último y más
importante porque los resume todos ya que es la donación de sí mismo a los
hombres. El drama de Israel está no en su larga historia mezclada de
fidelidad e infidelidad, sino en no haber respondido a la hora de la verdad,
en el momento clave en que surgió de sus mismas entrañas el Mesías esperado.
En ese punto clave se sitúa el misterio de Nazaret.
   La fe humilde de María y de José, que al mismo tiempo continúa la de
Israel y sabe dar el primer paso hacia la nueva alianza, aparece así, por
contraste, en todo su esplendor. Es el camino que otros "pobres de Yahvé"
siguieron también y al que estamos llamados nosotros.
   Pero esto en la sencillez y encarnación de cada día. Sin ningún orgullo,
pues la fe es don de Dios y nada sabemos de sus juicios que son
impenetrables. Es la conclusión a la que llegará S. Pablo en su reflexión
sobre el desenlace de la historia de Israel en los capítulos siguientes de
esta misma carta a los Romanos.

   Te bendecimos, Padre,
   porque no abandonas nunca a los que creen en ti.
   En el momento culminante nos enviaste a Jesús, el Señor,
   y Él permanece siempre cerca de sus discípulos.
   Danos la fuerza del Espíritu Santo
   en los momentos de vacilación
   en las situaciones de prueba
   a las que nuestra debilidad
   se ve sometida constantemente.
   Queremos compartir de un lado
   la seguridad de la salvación
   que ofrece la Iglesia
   y de otro las angustias y preocupaciones
   de todos los hombres.

Nuestra fe

   Nos es familiar la imagen de la barca combatida por las olas y el viento
para representar la Iglesia. Los Padres acudieron frecuentemente a ella. Una
situación extraordinaria de los discípulos de Jesús ha servido para
representar la condición permanente de la Iglesia. Se puede decir que se
cumple así de algún modo la intención del evangelista que con el relato de
hoy pretendía expresar las dificultades en que se mueve siempre quien quiere
seguir a Jesús y anunciar su mensaje.
   En el mismo sentido apunta la experiencia del profeta Elías que hemos
visto en la 1ª. lectura. No es en la violencia de los fenómenos, no es en el
ruido aparatoso donde Dios se manifiesta, sino en la suavidad de la brisa.
   Esos momentos excepcionales de la manifestación del Señor, nos remiten
siempre a la cotidianidad de nuestra experiencia cristiana. En ella tienen
lugar los momentos de duda y de vacilación como también los momentos en los
que parece podemos tocar con la mano la presencia del Señor.
   Debemos saber reducir a la medida de cada una de nuestras jornadas
ordinarias la confiada súplica de Pablo, la confesión humilde de los
discípulos, la actitud contemplativa de Elías, la fe de María y de José que
supieron reconocer al Mesías cuando Dios lo sacaba del pueblo de Israel para
entregarlo al mundo.
   Nuestro drama de la fe se juega en las aguas movedizas de lo cotidiano,
en las mil circunstancias de cada día que ponen a prueba la fe que
confesamos. A veces esperamos una ayuda extraordinaria de parte de Dios,
cuando más arrecia la prueba, y somos incapaces de reconocerlo en los signos
más sencillos en que se esconde. Nos dejamos vencer por el miedo o queremos
que se muestre en alguna forma fuera de lo normal, mientras ignoramos la mano
que nos tiende en las muchas manos que nos ayudan cada día y no sentimos en
la brisa que nos roza la revelación misteriosa de su presencia.
TEODORO BERZAL.hsf