sábado, 19 de febrero de 2022

Ciclo C - TO - Domingo VII

 20 de febrero de 2022 - VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

 

                                       “Amad a vuestros enemigos”

 

      Lucas 6, 27-38.

     

Comentario

 

      Después de la introducción que leímos el domingo pasado, el evangelio de hoy nos mete de lleno en lo que se ha dado en llamar discurso o sermón de la montaña. En la versión de Lucas habría que llamarlo más bien discurso de la llanura, pues comienza con estas palabras: “Al bajar con ellos, Jesús se detuvo en la llanura…” Lc 6, 17.

      Forman este discurso una serie de dichos, máximas y parábolas de Jesús en la que expresa el comportamiento que espera de sus seguidores y, en su conjunto, describen lo que podríamos llamar la identidad cristiana. Según Lucas, Jesús cumple así su misión de anunciar la buena nueva a los pobres, prisioneros, ciegos y oprimidos, tal y como citando a Isaías, había dicho en su intervención programática de Nazaret (Lc 4, 18).

      La parte del discurso que leemos hoy se centra en el amor a los enemigos, precepto que viene repetido por dos veces en pocos versículos y del que los otros dichos pueden considerarse como casos particulares. Es de notar precisamente el aspecto imperativo, casi solemne, que Jesús da al mandato y que contrasta con afirmaciones similares de algunos filósofos más tolerantes del ambiente griego y de algunos escritores judíos de aquel tiempo. Jesús prescribe una benevolencia activa y desinteresada con respecto a quienes se presentan como adversarios o enemigos. Es una actitud de generosidad que podríamos calificar de inverosímil para quien se deja guiar únicamente por los parámetros normales de comportamiento: “los pecadores aman a los pecadores”.

      Quien se pone en camino con Jesús, pasa a un mundo de gracia conde la fuente y la razón de ser, como en último término también el modelo, es el gesto misericordioso del Padre, que tampoco cabe en los cálculos puramente humanos.

      Ese es el "hombre nuevo" de que habla la segunda lectura de hoy.

 

                                               En Nazaret

 

      No resulta difícil, para quien desea meditar el evangelio desde Nazaret, trasponer las enseñanzas que Jesús da hoy del modo imperativo al modo indicativo para descubrir el estilo de vida que reinó en torno al "último Adán, que es espíritu de vida" (1Co 15, 46).

      Algo dicen los Evangelios del comportamiento humilde y sereno de la Sagrada Familia frente a los enemigos del recién nacido Mesías y de quien "buscaba al Niño para matarlo" (Mt 2, 13). La actitud de José frente a María encinta es una traducción viva del "no juzguéis" del evangelio de hoy. Pero sobretodo, podemos pensar que fue en la vida de cada día, en los pequeños detalles de la convivencia cotidiana con las otras familias de Nazaret donde Jesús, María y José vivieron el olvido de las ofensas y esa misericordia y generosidad que constituyen el corazón mismo del evangelio.

      Cierto es que la relación personal entre los miembros de la Familia de Nazaret, basada en los vínculos familiares y en la fe, debió desarrollarse a unos niveles de profundidad y de ternura que se nos escapan. Pero también ellos debieron, en muchas ocasiones, proyectar ese amor a su alrededor y afrontar situaciones difíciles y desagradables. "Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?" (Lc 6, 33).

      En Nazaret podemos decir que fue el único lugar donde el modelo del "Padre misericordioso", que es propuesto como horizonte último de quien vive el evangelio, encontró su plena realización humana, pues de allí salió el hombre Dios para dar su vida por todos.

 

                                               Vivir la misericordia

 

      Es sorprendente la divergencia de Mateo y Lucas al poner en boca de Jesús la versión neotestamentaria del precepto "Sed santos, por que yo, el Señor, vuestro Dios soy santo"

(Lc 10, ...). Mateo dice: "Tenéis que ser perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto" (Mt 5, 48); Lucas: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36).

      Dejando aparte el problema exegético, es esa misericordia divina, propuesta como modelo último, el centro del mensaje de la Palabra en este domingo. Se trata de una invitación que puede unificar todos los otros preceptos o normas de comportamiento que en ella leemos. El no juzgar, el prestar sin pedir retorno, el amor al enemigo, etc., tienen, en efecto, como centro unificador ese amor misericordioso, característica esencial del Dios revelado por Jesús, que es al mismo tiempo exigencia suprema para sus seguidores.

      Ese es el único modo de ser "hijos del Altísimo". Notemos que ese mismo título "Hijo del Altísimo" es el que el ángel emplea para designar a Jesús en el momento de la encarnación (Lc 1, 32).

      Así pues, la identificación con Cristo, el "hombre nuevo", y la filiación divina, "ser hijos del Altísimo", se realiza existencialmente en esa actitud de misericordia con el prójimo que se resume en la regla de oro "tratar a los demás como uno desea ser tratado por ellos". El sumum de la vida cristiana encuentra su correspondencia y armonía con la intuición más sana de la sabiduría humana. 

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

 

 

 

 

 

                    

 

sábado, 12 de febrero de 2022

Ciclo C - TO - Domingo VI

 13 de febrero de 2022 - VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

 

                                      "Dichosos los pobres"

 

 Lucas 6, 17, 20-26

 

En aquel tiempo, al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:

«¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!

¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!

¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!

¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!

¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!

Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!

¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!

¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!

¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!» 

Palabra del Señor.

  

Comentario

 

      El evangelio de este domingo nos presenta las bienaventuranzas en la versión de Lucas. Nos es mucho más familiar y ha sido mucho más comentada la versión que ofrece Mateo al comienzo del sermón de la montaña (Mt 5, 1-12). Pero los exégetas coinciden en decir que la presentación lucana, más breve, es también la más cercana a la predicación original de Jesús, considerando que en este caso, como en otros, Mateo incluye algunas añadiduras personales. Es típico en este sentido el texto de la primera bienaventuranza. Lucas escribe: “Dichosos vosotros los pobres, porque el Reino de Dios es vuestro”; Mateo: “Dichosos los pobres de espíritu…”

      Sea cual fuere el núcleo original de las bienaventuranzas y a quien fueron dirigidas por Jesús (la redacción de Lucas está en segunda persona mientras que la de Mateo en tercera), lo importante es que se trata de una muestra típica de su predicación. En estas expresiones breves y casi ritmadas, en conformidad con un género literario bien conocido en la literatura hebrea y en otras del próximo Oriente, encontramos la quintaesencia del evangelio. Los santos Padres no han dudado en presentar las bienaventuranzas como la carta magna del cristianismo y el compendio de su moral. Muchas y muy variadas interpretaciones se han dado después hasta nuestros días.

      Quizá lo más importante es entender que más allá de la multiplicidad de las situaciones de los tipos de personas a quienes Jesús proclama dichosos o infelices, el verdadero núcleo del mensaje es el amor que debe motivar profundamente al discípulo y que debe abarcar a todos, incluso a los enemigos.

      Sólo desde ese núcleo esencial, que supone la fe y la confianza en Dios, puede entenderse el cambio radical de las situaciones entre el presente y el futuro, el paso de la pobreza, el hambre, el llanto y la persecución a la felicidad, y viceversa, son posibles desde Cristo y es al mismo tiempo el signo de que con su venida la situación del hombre ha cambiado en todos los aspectos.

 

Las bienaventuranzas en Nazaret

 

      Jesús, María José vivieron en la situación nueva de la época mesiánica en la que cambia de significado la pobreza, el llanto y la persecución, como también las realidades que le son opuestas.

      La experiencia concreta de la familia de Nazaret en sus comienzos, colocada en la historia más amplia del pueblo de Israel, es lo que llevó a María, durante su visita a Isabel, a entonar el Magnificat.

      Muchos han notado que la parte de este maravilloso himno de alabanza que evoca el pasado de Israel, tiene un gran parecido con el texto de las bienaventuranzas. Quizá incluso pueda ayudar a interpretarlo correctamente, ya que Jesús proclama que el trueque de las situaciones que se realizará cuando llegue el Reino de Dios, no es una operación automática, es, ante todo, una manifestación del poder y la misericordia de Dios que hace “maravillas”, cosa que aparece bien subrayado en el Magnificat, y es también fruto de quienes, como María, acogen la Palabra de Dios y se comprometen a vivir según el estilo que propone la continuación del discurso de Jesús. “Pero, en cambio, a vosotros que me escucháis, os digo: Amad a vuestros enemigos…” Lc 6, 26ss.

      No sería correcto cargar las tintas, como a veces se hace, sobre la extrema pobreza material de Nazaret de modo que lleve a ver en los textos que meditamos una especie de revancha o de reivindicación. Sólo a la luz de la cruz, donde cobran un sentido nuevo todos los valores humanos y donde se invierten las situaciones por la fuerza del amor, se puede entender definitivamente esta evangelio y la experiencia de Nazaret.

 

Vivir las bienaventuranzas

 

      Con razón se usa a veces la expresión vivir las bienaventuranzas o vivir según el espíritu de las bienaventuranzas para decir vivir el evangelio. Esas breves expresiones resumen (como también sus opuestas) todo un modo de vivir.

      ¿Quién puede ser pobre, pasar hambre, llorar y ser perseguido pudiendo al mismo tiempo “alegrarse y saltar de gozo?” Sólo la fe que lleva a vivir esas situaciones “por causa del Hijo del hombre” y la esperanza en la “recompensa del cielo” pueden dar razón de ello.

      El contraste entre la situación presente y la futura, que Lucas subraya con las palabras: “los que ahora pasáis hambre… lloráis,” etc. es lo que mide la profundidad de la fe y la fuerza motriz capaz de transformar las más duras situaciones personales, de grupo o sociales y de hacer que la historia vaya verdaderamente hacia delante, es decir, hacia su cumplimiento en el Reino de Dios.

      Una vida ya “ahora” llena de consuelo, saciada, colmada de alegrías y parabienes es fácilmente una vida sin esperanza, por consiguiente sin esa carga y sin esa fuerza que da el haber creído en Jesús como Señor y en el Reino que el anuncia.  

 

TEODORO BERZAL hsf

sábado, 5 de febrero de 2022

Ciclo C - TO - Domingo V

 6 de febrero de 2022 - V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C

 

                                    "Y, dejándolo todo, lo siguieron"                      

 

      Lucas 5,1-11

 

      En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la

Palabra de Dios y, estando él a orillas del lago de Genesaret, vio dos barcas

que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban

lavando las redes.

      Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un

poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.

      Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:

      - Rema mar adentro y echa las redes para pescar.

      Simón contestó:

      - Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada,

pero, por tu palabra, echaré las redes.

      Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que

reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que

vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas,

que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús,

diciendo:

      - Apártate de mí, Señor que soy un pecador.

      Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con

él, al ver la redada de peces que habían cogido, y lo mismo pasaba a Santiago

y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

      Jesús dijo a Simón:

      - No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.

      Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

 

Comentario

 

      El evangelio de hoy comienza con un detalle a primera vista insignifi-

cante: Jesús salta sobre una barca y se sienta para enseñar a la gente que

se agolpaba a su alrededor.

      De las dos barcas que había en la orilla, Jesús subió sobre la de Pe-

dro. Este detalle, que sólo Lucas cuenta, leído a la luz de la fe en la

Iglesia, figurada desde antiguo como barca y conociendo el papel que Jesús

asignó a Pedro en ella, se carga de un profundo significado. Jesús anuncia

el evangelio desde la barca guiada por Pedro. La Iglesia empieza así a ser

presentada como sacramento de salvación.

      A continuación describe el evangelista con breves pinceladas y trazos

incisivos el acontecimiento de la pesca milagrosa. Después de haber predicado

a la multitud, Jesús ofrece a un grupo de pescadores, sobre los que tenía un

designio muy especial, una señal tangible de su identidad.

      En los textos paralelos de los otros evangelios hay una invitación

explícita de Jesús a los discípulos: "Veníos conmigo..." En Lucas la dinámica

es diferente. Cristo manifiesta su poder ante los pescadores y ellos "se

quedan pasmados", predice a Pedro su misión y los discípulos "dejándolo todo,

lo siguieron". Se acentúa de este modo la experiencia de Dios que supone toda

llamada. Lo mismo que Isaías en el templo, lo mismo que Pablo en el camino

de Damasco, los apóstoles, antes que ninguna otra cosa, experimentan la pre-

sencia de Dios en Cristo que estaba con ellos. En la expresión "Señor",

atribuida por Pedro a Jesús, y en el término "pecador" con el que se califica

a sí mismo, está recogida toda la grandeza del encuentro con Dios.

      De esta experiencia arranca el seguimiento de Cristo. El que ha visto

quién es el Señor no necesita más explicaciones ni se detiene a madurar más

convicciones para empezar a seguirlo. A su lado todo lo otro es nada.

      Lucas destaca en este episodio la figura de Pedro: es él quien habla,

a él se le anuncia (en singular) la futura misión. Pero Lucas se preocupa

también de señalar que "lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos del

Zebedeo". Es importante aquí señalar que lo que cuenta es la experiencia de

Dios en cuanto tal y no sus manifestaciones. Hay personas en quienes todo se

pasa dentro y no hablan para manifestar lo que está ocurriendo en ellas. A

lo más se contentan con decir: "a mí también me ha sucedido lo mismo", apo-

yándose en el testimonio de otros; y a veces ni siquiera eso. Juan y Santiago

nada dijeron, pero también ellos, dejándolo todo, siguieron a Jesús.

 

                                En Nazaret

 

      Como en otras ocasiones, lo que se vivió en Nazaret proyecta una luz

nueva sobre el momento del evangelio que meditamos y recíprocamente el mis-

terio de Nazaret queda iluminado con todas las otras palabras del Evangelio.

      Hoy hemos visto cómo toda vocación lleva en su núcleo inicial una expe-

riencia de Dios. En Nazaret María y José‚ cada uno independientemente del

otro, vivieron de modo profundo y pleno esta experiencia.

      Para María, la anunciación es el momento fundamental de su experiencia

de Dios que llama a una nueva vida. Es el momento clave de su vocación y de

su existencia.

      Cuando la persona se siente frente a Dios, experimenta una profunda

sensación de pequeñez y desvalimiento. Pedro, al comenzar a entrever quién

era Jesús, exclamó: "Apártate de mi, Señor, que soy un pecador" La experien-

cia de María tiene también un momento semejante: "Soy una sierva del Señor,

hágase en mí según tu palabra".

      I. Larrañaga, en su libro "El silencio de María" analiza de manera

penetrante todos los aspectos de la experiencia de María. A propósito de las

palabras que acabamos de citar escribe "Posiblemente, repetimos, son las

palabras más bellas de la escritura. Ciertamente constituye una temeridad el

pretender captar y sacar a la luz tanta carga de profundidad contenida en esa

declaración. Solo tratar‚ de abrir un poco las puertas de ese mundo inagota-

ble colocando en los labios de María otras experiencias asequibles para

nosotros.

      "Soy una sierva. La sierva no tiene derechos. Los derechos de la sierva

están en las manos de su Señor. A la sierva no le corresponde tomar inicia-

tivas sino tan sólo aceptar las decisiones del Señor".

      "Soy una Pobre de Dios. Soy la criatura más pobre de la tierra, por

consiguiente la criatura más libre del mundo. No tengo voluntad propia, la

voluntad de mi Señor es mi voluntad y vuestra voluntad es mi voluntad; soy

la servidora de todos, ¿en qué puedo serviros? Soy la Señora del mundo porque

soy la Servidora del mundo" pp. 75-76.

      En el caso de José‚ los textos evangélicos son menos explícitos. Hay,

sin embargo datos en el Evangelio de san Mateo que permitan vislumbrar cuál

fue la experiencia de José‚. "Al igual que el relato lucano de la anunciación

(a María) el anuncio a José‚ es la narración de una vocación que determina el

papel de José‚ en la realización del designio de Dios" (Pierre Grelot). La

manifestación de Dios a José‚ determina de una parte su vocación a la paterni-

dad virginal de Jesús y de otra su responsabilidad de jefe de la familia que

se está constituyendo al llevarse a casa a María, su mujer.

      De José‚ no tenemos ninguna palabra que exprese su aceptación del plan

divino ni su actitud ante la manifestación de Dios, pero tenemos los hechos

narrados en el evangelio que manifiestan bien a las claras una disposición

similar a la de María.

 

                             Nuestra vocación

 

      También hoy toda vocación comporta un núcleo imprescindible de expe-

riencia de Dios.

      Sin esa experiencia inicial que lleva al reconocimiento de Jesús como

Señor y salvador y al trato personal con Dios, la vida vivida como vocación

carece de consistencia.

      La experiencia de Dios no tiene sólo la función de poner en marcha la

vida en una determinada dirección. Sin negar la importancia de ese primer

impulso, sin el cual todo sería distinto, el núcleo personal y siempre mis-

terioso, de la experiencia de Dios, acompaña todo el proceso de desarrollo

de la vocación. Es el punto último de referencia no sólo en los momentos de

crisis y de soledad, cuando las demás razones hacen quiebra o se nos ocultan

por un momento, sino en el transcurso normal de la vida.

      La experiencia de Dios rescata de la banalidad y da profundidad tras-

cendente a toda la cadena de actos que el desenvolvimiento normal de una vida

lleva consigo.

      La experiencia de María y de José, en la misma línea pero más adentro

si se quiere, que todas las otras vocaciones, nos iluminan hoy este aspecto

primario y esencial del planteamiento de nuestra vida.

 

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