sábado, 28 de febrero de 2015

Ciclo B - Cuaresma - Domingo II

1 de marzo de 2015  - II DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B

                   "Allí se transformó delante de ellos"

-Gen 22,1-2. 9. 10-13,15-18
-Sal 115
-Rom 8,31-34
-Mc 9,2-10

 Génesis 22,1-2. 9a. 10-13. 15-18
      En aquellos días Dios puso a prueba a Abrahán llamándole:
      - ¡Abrahán!
      El respondió:
      -Aquí me tienes.
      Dios le dijo:
      -Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria
y ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré.
      Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí
un altar y apiló leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su
hijo; pero el Ángel del Señor gritó desde el cielo:
      - ¡Abrahán, Abrahán!
      Él contestó:
      -Aquí me tienes.
      El  Ángel le ordenó:
      -No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que
temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.
      Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en
la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de
su hijo.  El Ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo:
      -Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: por haber hecho eso, por no
haberte reservado tu hijo, tu único hijo, te bendeciré, multiplicaré a tus
descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus
descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los
pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.

Romanos 8,31b-34
      Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo
no nos dará todo con Él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios?
      Dios es el que justifica, ¿Quién condenará?, ¿será  acaso Cristo que
murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por
nosotros?.

Marcos 9,1-9
      En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con
ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus
vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos
ningún batanero del mundo.
      Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro
tomó la palabra y le dijo a Jesús:
      -Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para
ti, otra para Moisés y otra para Elías.
      Estaban asustados y no sabía lo que decía.
      Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
      -Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
      De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo
con ellos.
      Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo
que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.
      Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de
resucitar de entre los muertos.

Comentario
      La cuaresma se nos presenta cada año como una ocasión para ir
penetrando cada vez más s profundamente y viviendo con mayor intensidad el
misterio de la cruz de Cristo. El evangelio de la transfiguración de Cristo
nos encamina hacia la pascua, misterio de muerte y de vida, de dolor y de
resurrección.
      A la luz de la primera lectura (episodio del sacrificio de Isaac) Jesús
es visto en el camino de su pasión, que sigue a la transfiguración, como el
verdadero hijo de Abrahán, el hijo de la promesa.
      Los santos Padres han visto constantemente en el sacrifico de Isaac una
figura del sacrifico de Cristo. Con la diferencia de que Dios, que ve y
provee (tal es el significado de la palabra Moria que designa el lugar donde
tuvieron lugar los hechos), no dejó que el hijo de Abrahán fuera sacrificado,
mientras que el sacrificio de su hijo se consumó realmente.
      La fe y obediencia de Abrahán nos remiten así como un espejo al Padre
que entrega a su hijo para la salvación de todos los hombres: "No escatimó
a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros", leemos en la 2ª.
lectura.
      Con estas palabras en el corazón, podemos contemplar la anticipación
de la resurrección reflejada en el rostro luminoso de Jesús sobre el monte
Tabor. Este momento de gloria no anula, pues, el paso doloroso que suponen
la pasión y la muerte en la cruz, no le quita su amargura y seriedad, como
tampoco el final feliz del episodio de Abrahán restó dramatismo a la prueba.
      El evangelio de hoy nos lleva a considerar el misterioso designio de
Dios, que comprende el paso de Jesús por la hora de la muerte, pero que
culmina en su resurrección. Ello suscita en nosotros una profunda esperanza
basada en su palabra: "Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en
contra?" (Rom 8,31)
      El seguimiento de Cristo se ilumina as¡ desde el inmenso amor del
Padre, del que podemos estar absolutamente seguros, si compartimos su suerte.

Desde Nazaret
      Desde Nazaret se ve el monte Tabor. Aparece a la vez como una cumbre
cercana y misteriosa. Para los habitantes de la zona, y en modo particular
para los de las suaves colinas de Nazaret, el Tabor debía ser percibido, en
su soledad, sencillamente como "el monte". Para la sensibilidad religiosa del
israelita aquella montaña, que con sus 528 metros de altura domina la llanura
de Izre'el, evocaba, sin duda, la otra montaña , la montaña por excelencia
de la Biblia, el Horeb, donde Dios había manifestado su gloria a Moisés y a
todo el pueblo al salir de Egipto.
      El horizonte geográfico donde transcurrió la infancia y juventud de
Jesús con María y José, incluía la silueta del Tabor y seguramente ninguno
de ellos escapó a su poder evocador.
      Los mosaicos que adornan la actual basílica edificada sobre la cima del
Tabor pueden ayudarnos a contemplar el evangelio de hoy desde Nazaret. El
ábside de la nave central está ocupado por la figura resplandeciente de
Cristo transfigurado, y a ambos lados las dos capillas dedicadas a Moisés y
Elías. En las paredes laterales están representadas las cuatro
"transfiguraciones" o manifestaciones de Jesús: el nacimiento, la muerte, la
resurrección y la eucaristía. En esa serie de manifestaciones tiene su lugar
propio la que se produjo en el Tabor ante los tres apóstoles elegidos.
      Para nosotros es importante considerar hoy que el tiempo de Nazaret se
sitúa después de la primera manifestación (el nacimiento de Jesús y los
acontecimientos que lo acompañaron). La Sagrada Familia vivió esos
acontecimientos como una verdadera manifestación de la presencia de Dios en
el niño Jesús.
      Para ellos tuvieron también esos acontecimientos ese efecto anticipador
(al menos así los interpretaron los evangelistas), que la transfiguración
tuvo para los apóstoles. Como éstos, tampoco ellos comprendieron (Mc 9,10 =
Lc 2,50). Pero la fe y la esperanza que suscitaron en su corazón les dio
aliento para vivir en lo cotidiano de la vida, en las llanuras de Nazaret,
lo que habían visto en su monte.

      Te bendecimos, Padre, por la efusión del Espíritu Santo
      que ha producido el envío de tu hijo amado
      para salvarnos.
      Queremos escucharlo, como tú nos mandas,
      y ponernos tras sus huellas en el camino que lleva,
      por la entrega total de nosotros mismos
      en favor de los demás,
      a la cruz y a la muerte.
      Sabemos que ese es el camino que nos lleva,
      como a Jesús, a la luz definitiva de la resurrección.

Para vivir hoy
      La mirada al Cristo transfigurado en el Tabor proyectada desde Nazaret
nos da nuevos ánimos para llevar nuestra cruz en lo cotidiano de la vida.
      Amplias son las llanuras de la Galilea de todos los días. Pero allí
Tabor sólo hay uno. Hay momentos en los que parece vivimos ya la mañana
radiante de la resurrección, cuando el Señor nos alegra por dentro y nos
sentimos dispuestos a caminar sobre las alturas. Pero muchas otras veces el
camino es pesado y se hace largo. Las pruebas, pequeñas pruebas que nos da
la vida o que el Señor nos envía, sólo encuentran una respuesta de amor y de
obediencia, cuando en el corazón brilla la esperanza que da la fe.
      La transfiguración, signo de la resurrección, que, como los discípulos,
tenemos que mantener muchas veces en secreto, o, como María, guardarlo todo
y meditarlo en nuestro corazón, es hoy en nuestro camino un estímulo para
nuestra esperanza.
      Para nosotros, como para los apóstoles, bajar del monte es emprender
un camino que ciertamente terminará en la cruz, si seguimos a Jesús. Pero el
haber visto su rostro ya transfigurado da a la vida un sabor nuevo y comunica
energía para continuar por largo tiempo andando por el llano, del que los

años de Nazaret son el mejor paradigma.

sábado, 21 de febrero de 2015

Ciclo B - Cuaresma - Domingo I

22 de febrero de 2015 - I DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B

                    "El Espíritu lo empujó al desierto"

-Gen 9,8-15
-Sal 24
-IPe 3,18-22
-Mc 1,12-15

Génesis 9,8-15
      Dios dijo a Noé y a sus hijos:
      -Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos
los animales que os acompañaron, aves, ganado y fieras, con todos los que
salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: El
diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la
tierra.
      Y añadió:
      -Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que
vive con vosotros, para todas las edades: Pondré mi arco en el cielo, como
señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra,
aparecerá en las nubes el arco y recordará mi pacto con vosotros y con todos
los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.

I de Pedro 3,18-22
      Queridos hermanos:
      Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los
culpables, para conducirnos a Dios.
      Como era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu, fue devuelto
a la vida.
      Con este Espíritu fue a proclamar su mensaje a los espíritus
encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de
Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que
unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas.
      Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no
consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una con-
ciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a
la derecha de Dios.

Marcos 1,12-15

      En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el
desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas
y los  Ángeles le servían.
      Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el
Evangelio de Dios; decía:
      -Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y
creed la Buena Noticia.

Comentario
      El ciclo pascual, que comienza con el período preparatorio de la
cuaresma, da una luz nueva a los textos de la liturgia. Seguimos, sin
embargo, leyendo el cap. I de Marcos que narra los comienzos de la misión de
Jesús y, en ese contexto, su experiencia de desierto y de tentación.
      Marcos subraya dos aspectos en esta experiencia que marca los comienzos
de la llamada vida pública de Jesús: que fue el Espíritu Santo, bajado sobre
Él en el bautismo, quien lo empujó hacia el desierto y que este lugar, donde
tiene lugar la prueba y la tentación (Dt 8,2ss), es también el ámbito donde
Dios se acerca al hombre, donde se deja sentir con más fuerza su presencia,
su amor, su palabra (Os 2,14).
      Podemos ver más detenidamente el último aspecto teniendo presentes las
lecturas que acompañan al evangelio de hoy. Según Marcos, Jesús "estaba con
las fieras, y los  Ángeles lo servían" (1,13). Podemos ver en esta frase una
expresión de la paz mesiánica (Is. 11,6-9), esa reconciliación cósmica
anunciada para los últimos días que evoca la situación paradisíaca del
hombre. Esa misma paz universal en la que también los animales y demás
elementos del cosmos participan, es el contenido de la alianza de Dios con
Noé. El momento de la prueba (el diluvio, el desierto) manifiestan así la vo-
luntad de Dios de devolver al hombre a su condición primera, a aquella situa-
ción paradisíaca en que el hombre estaba en armonía consigo mismo, con la
naturaleza y con su Creador.
      El comienzo de la cuaresma nos lleva así a través de los textos
litúrgicos a considerar nuestra condición de bautizados que nos coloca en una
situación de "creación nueva". El bautismo nos ha introducido, en efecto ,
en la experiencia pascual de Cristo, quien ya desde el desierto vence a
Satanás, victoria que culminará con la cruz y la resurrección.

Nazaret, tiempo de desierto
      Quizá  nos hemos acostumbrado a una imagen demasiado idílica de la
Sagrada Familia en Nazaret.
      Desde el evangelio de hoy, podemos ver todo el tiempo de Nazaret como
un tiempo privilegiado de encuentro filial con Dios, de obediencia serena,
de confianza en su amor y en su poder. Sin dejar de lado este aspecto,
Nazaret fue también para Jesús, y para María y José, un tiempo de prueba, una
etapa en la que tuvieron que resistir los ataque del mal. Pruebas fueron
ciertamente los desplazamientos de los comienzos, pero también fue una prueba
la monotonía de los días, el cansancio de la espera, el ocultamiento del
misterio que ellos conocían.
      Instintivamente estamos llevados a ver el tiempo de la prueba como un
momento breve, por el que se pasa como sobre ascuas. Ciertamente vemos la
importancia de la fidelidad en esos momentos, pero tendemos a verlo como algo
aislado del conjunto de nuestra vida. Quizá  el evangelio de la prueba de
Jesús en el desierto, leído en Nazaret, pueda decirnos hoy que el desierto
no es tal o cual momento de nuestra vida, sino una dimensión permanente de
la misma.
      Los largos años del desierto de Nazaret pueden ser una imagen de la
vida entera y una revelación de cómo la tentación, el abandono aparente de
Dios y la oscuridad anidan en lo más profundo de toda existencia cristiana
y ésto a lo largo de todos los días.
      Ver la prueba del Señor en lo cotidiano de nuestras vidas no es
minusvalorar el tiempo de la cuaresma o los momentos de gran tentación. Es
quizá  el mejor modo de vivirlos, incorporándolos a lo normal de la vida.
      Esa fue también la experiencia de Jesús, que vivió treinta años en
Nazaret y luego, cuando empezó su ministerio, fue llevado por el Espíritu al
desierto, y allí "Satanás lo ponía a la prueba". tentación última que pone
de manifiesto la fidelidad de siempre.

      Te bendecimos, Padre, por tu alianza con los hombres
      y con todo lo creado.
      Te bendecimos porque en Cristo esa alianza universal
      se ha hecho real y duradera
      mediante el sacrificio de la cruz.
      Reaviva en nosotros el Espíritu
      que llevó a Jesús a bajar a Nazaret y a ir al desierto,
      para que también nosotros sepamos
      optar radicalmente por ti en el momento de la prueba
      y en toda nuestra vida.

Vivir el desierto
      El comienzo de la cuaresma, como todos los comienzos en los que se
juega una parte importante de nuestra existencia, nos propone volver a las
cosas esenciales. Hoy concretamente a replantear nuestra vida partiendo del
bautismo y a vivir en nuestra situación actual la pureza primera de nuestra
relación con Dios, con nosotros mismos y con todo el mundo.
      El camino cuaresmal es un viaje a nuestras raíces cristianas que
concluirá en la vigilia pascual, noche bautismal por excelencia.
      La experiencia de Jesús en el desierto, acompañado por la fieras y
servido por los  Ángeles, nos indica que esa situación de armonía completa,
reflejo de otra más profunda que es la armonía con Dios, sólo llega después
de haber vencido la tentación del diablo. Y sabemos que ese primer combate
llegó a su culmen cuando en el momento de la pasión y de la muerte se
desataron, por así decirlo, todas las potencias del mal.
      Nuestro camino con Jesús, viviendo el misterio de Nazaret, nos lleva
a incorporar toda la dramaticidad de la vida cristiana a la existencia de
cada día, dónde la opción por Dios, debe ir haciéndose cada vez más clara e
intensa, hasta que efectivamente Él, como en el desierto, lo sea todo. No
porque las demás cosas ya no existan, sino porque es quien les da sentido a
todas.
      Viviendo así estamos seguros que en el momento de la prueba sabremos

también nosotros optar definitivamente por Él.

sábado, 7 de febrero de 2015

Ciclo B - TO - Domingo V

8 de febrero de 2015 - V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

                       "Y recorrió toda la Galilea"

-Jb 7,1-4,6-7
-Sal 146
-Ico 9,16-19,22-23
-Mc 1,29-39

Marcos 1,29-39
      En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan
a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se
lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la
fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le lleva-
ron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la
puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios;
y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.
      Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
      - Todo el mundo te busca.
      Él les respondió:
      - Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también
allí; que para eso he venido.
      Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los
demonios.

Comentario
      El evangelio de hoy completa la descripción de la jornada de Jesús en
Cafarnaún ya iniciada el domingo pasado. El mensaje de las lecturas es por
eso una continuación y profundización del significado que tiene la misión de
Jesús.
      A través de tres escenarios cada vez más amplios (en la casa de Pedro,
a las puertas de la ciudad, en toda Galilea), el evangelista nos va abriendo
progresivamente la perspectiva hasta decir que Jesús ha venido a llamar a
todos y que es el salvador de todos.
      Los otros dos textos litúrgicos de hoy ayudan a enfocar mejor la
universalidad del mensaje evangélico y a situarlo en nuestro contexto
existencial. La acción sanadora de Jesús en la casa de Pedro y a las puertas
de la ciudad de Cafarnaún, adquiere una resonancia más grande vista a la luz
de la experiencia del dolor que nos transmite el libro de Job. Jesús no
pretende suprimir artificialmente el dolor o la enfermedad, sino ofrecer un
signo de que con su venida y a través de la fe en su persona el hombre puede
encontrar un camino de liberación y un sentido a su vida incluso en los
momentos más difíciles y desesperados.
      La segunda lectura, que nos presenta la experiencia apostólica de S.
Pablo, nos ayuda también a profundizar en la universalidad de la misión de
Jesús: "Vámonos a otra parte", y comienza su misión por toda la Galilea.
Antes que la de Pablo, la experiencia misionera de Jesús es la de "ponerse
al servicio de todos para ganar a los más posibles" (I Cor 9,19). Jesús hace
así presente la preocupación universal del Padre que "sana los corazones
destrozados y venda sus heridas" (Sal 146).
      A quien busca a Jesús ("Todos te buscan", Mc. 1,32), el evangelio de
hoy propone seguirlo en el servicio, en la esperanza y en el testimonio de
la bondad de Dios.

La experiencia de Nazaret
      El Jesús que vemos hoy en el evangelio es una persona cercana al hombre
y preocupada por uno de los problemas más agudos de la humanidad: la enfer-
medad, el dolor, la desesperanza. Pero al mismo tiempo no queda prisionero
de una situación concreta: sabe que es para todos.
      La imagen de Jesús tendiendo la mano a la suegra de Pedro y levantándo-
la para que pueda servir a su familia revela una actitud que caracteriza toda
su existencia y que nos remite, en ultimo término a la verdadera imagen de
Dios.
      Si leemos desde Nazaret el evangelio de hoy, tenemos que pararnos
delante de esa capacidad de atención y proximidad al hombre que Jesús sólo
pudo adquirir en su larga experiencia de vida en Nazaret.
      Comprender al hombre, y comprenderlo sobre todo en sus situaciones de
postración, de enfermedad, de decaimiento, es una experiencia humana que no se asimila de la noche a la mañana. Hace falta un esfuerzo de atención y una maduración en la vida. Y aquí nos encontramos de nuevo con el misterio del tiempo que permitió esa maduración de hombre a Jesús hasta llegar a descubrir incluso los lados más débiles de la existencia humana. En este caso los del hombre que, como Job, por causa del sufrimiento ve su vida como "meses baldíos", como "noches de fatiga", o los de la mujer que, como la suegra de Pedro estaba postrada en la cama por causa de la fiebre.
      El acercamiento a todos los aspectos de la vida del hombre que supone
la encarnación, sólo puede producirse en la sucesión de los días y de los
años, viviendo los acontecimientos tal y como se presentan y no acumulándolos  en experiencia artificiales.
      Los años de Nazaret vividos por Jesús, le llevaron a tocar con la mano
la limitación humana en la enfermedad y el dolor, y le llevaron a ver en el
hombre postrado la imagen de la opresión y el decaimiento interior y así le
llevaron a entender más profundamente su misión salvadora y liberadora.
      Sin duda su experiencia nazarena le llevó también a saber elegir los signos
de salvación que hoy vemos actuados en el evangelio.

      Señor Jesús, tú que comprendías como nadie
      el corazón del hombre
      y pasaste personalmente
      por la experiencia del dolor y de la muerte,
      comunícanos con tu Espíritu Santo
      esa capacidad de comprender al hombre caído
      y esa decisión para hacer signos concretos
      que manifiesten el amor universal del Padre.
      Todos nosotros necesitamos
      ser levantados por ti
      para poder seguirte
      y servir a la comunidad.

Un sentido para el dolor humano
      Las intervenciones milagrosas de Jesús, vistas a la luz de su
experiencia de Nazaret, cobran un sentido profundo que nos ayuda a vivir
nuestra propia existencia y la de nuestros hermanos.
      Los milagros no son una coartada para superar una situación negativa
de quien se encuentra enfermo o en una situación de limitación o de dolor.
El peso de los años de Nazaret nos hace comprender mejor las curaciones de
Jesús como signos de una liberación más grande que se juega en el terreno de
la libertad humana. Jesús, en efecto, dice el evangelio "curó a muchos
enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios" (Mc. 1,34).
      Nos sentimos ayudados a superar dos actitudes igualmente negativas y
presentadas a veces como cristianas: la de admitir que el dolor es bueno por
sí mismo y la pretensión de escapar de él acudiendo a intervenciones sobrena-
turales.
      Desde la perspectiva cristiana no puede pretenderse la superación del
dolor sin tener en cuenta su valor educativo en todos los órdenes y sin
implicar a la persona entera en su liberación, para que pueda después mejor
servir a los demás ofreciendo a todos el don recibido.
      Sólo así una curación puede ser imagen y anticipo de la resurrección

final y del verdadero rostro de Dios.