sábado, 28 de mayo de 2016

Ciclo C - Santísimo Cuerpo y Sangre

29 de mayo de 2016 – TO - EL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - Ciclo C

                        "Dadles de comer vosotros"

Génesis 14,18-20

      En aquellos días, Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era
sacerdote del Dios Altísimo. Y bendijo a Abrahán diciendo: "Bendito sea
Abrahán de parte del Dios Altísimo, que creó el cielo y la tierra. Y bendito
sea el Dios Altísimo, que ha entregado tus enemigos a tus manos".
      Y Abrahán le dio el diezmo de todo.

Corintios 11,23-26

      Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a
mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a
entregarlo, tomó un pan, y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y
dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria
mía". Lo mismo hizo con la copa después de cenar, diciendo: "Esta copa es la
nueva alianza sellada con mi sangre; Haced esto cada vez que bebáis, en
memoria mía". Por eso, cada vez que comáis de este pan y bebáis la copa, pro-
clamáis la muerte del Señor hasta que vuelva.

Lucas 9,11b-17

      En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios,
y curó a los que lo necesitaban.
      Caía la tarde y los Doce se le acercaron para decirle:
      - Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor
a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.
      El les contestó:
      - Dadles vosotros de comer.
      Ellos le replicaron:
      - No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a
comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres).
      Jesús dijo a sus discípulos:
      - Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
      Lo hicieron así y todos se echaron.
      El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo,
pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos
Para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y
Recogieron las sobras: doce cestos.

Comentario

      El evangelio de hoy leído en la Iglesia a la luz del misterio pascual
adquiere todo su significado eucarístico.
      Los gestos, los hechos, las palabras de Jesús, de sus apóstoles, de la
gente, vistos en la perspectiva del gran gesto de entrega de Jesús en la
última cena y ratificado en la cruz, tienen toda la fuerza de una profecía
y nos descubre horizontes ilimitados en nuestras celebraciones eucarísticas.
      Jesús habla en primer lugar del reino de Dios a la multitud que lo
sigue y luego cura a los que lo necesitan. Es ya el anuncio de un misterio
más amplio que se desarrollará  en la Iglesia a lo largo de todos los tiempos
a través de la predicación y de los sacramentos y sobre todo a través de la
eucaristía, palabra hecha carne y fármaco de inmortalidad.
      Jesús da el pan a la multitud hambrienta mediante el ministerio de los
apóstoles, sus íntimos colaboradores.
      El pan dado, repartido, comido cada día es el símbolo de la fidelidad
de Dios y de la fidelidad a Dios. El pan, junto con el vino, también cargado
de significado humano, es el signo de otra donación más profunda e íntima que
Cristo se dispone a hacer. "Yo soy el pan de la vida. El que se acerca a mí
no pasará hambre y el que tiene fe en mí no tendrá nunca sed" Jn 6,35. La
autodonación total de Jesús en la última cena y en la cruz está maravillo-
samente simbolizada en esa entrega generosa y abundante del pan a la multitud
hambrienta. Es el gesto típico de Jesús, el que lo define con un solo trazo.
Jesús es, ante todo el que se da.

Eucaristía y Nazaret

      Nazaret nos descubre el aspecto de encarnación que tiene la eucaristía.
El pan de Dios bajado del cielo para dar la vida al mundo se coció en Naza-
ret.
      "El Verbo se hizo carne" Jn 1,14. De esta forma el Hijo de Dios asumió
la debilidad, impotencia y precariedad del hombre. Al tomar sobre sí el "ser
carnal del hombre" se ha hecho solidario de la humanidad entera. "Ahora el
Verbo forma parte del mundo sensible, limitado, localizado. Habiendo querido
nacer, crecer, morir, participa de la realidad humana sin medias tintas y se
ve implicado en el torbellino de nuestra misma historia" (H. SCHILIER, Le
temps de l'Eglise, París 1961).
      El Verbo hecho carne que habitó entre nosotros es el lugar de la pre-
sencia de Dios y su suprema manifestación. La carne de Jesús es el lugar de
la manifestación de Dios, es la tienda de Dios entre nosotros, pero también
el medio a través del cual aparece su gloria, es decir, su amor salvador. En
la carne de Jesús resplandece la luz del Padre.
      Participar en la eucaristía es participar en el misterio de la carne
del Señor, "vivificado por el Espíritu", y establecer con Dios los mismos
lazos de amor que existen entre el Padre y el Hijo. "Pues sí, os aseguro que
si no coméis la carne y no bebéis la sangre de este Hombre no tendréis vida
en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo
resucitaré en el último día, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre
verdadera bebida" Jn 6,53-56.
      Pero la "carne" es no sólo el cuerpo, sino todo el ser humano de Jesús
que se fue formando en Nazaret, es su humanidad hecha de carne y de sangre
y de los demás componentes que forman el ser del hombre. La carne de Jesús
es una carne entregada, sacrificada en la cruz y en el sacramento de la
eucaristía que actualiza aquel momento supremo y todos los otros en que el
hombre Jesús fue formándose.

Comer el pan

      Comer el pan eucarístico es entrar en comunión con Cristo que se hizo
carne para redimir al hombre y que se hace pan para dar la vida al mundo.
      Participar en la eucaristía es meterse en la dinámica encarnatoria de
Cristo. El sentido pleno de comer el pan de la eucaristía es hacernos pan
entregado también nosotros.
      En Nazaret aprendemos cuánto cuesta hacerse pan para los demás. A pri-
mera vista podría parecer sencillo y hasta fácil participar en la eucaristía.
Los largos años de la encarnación de Nazaret nos muestran cómo el hacerse pan
entregado para la vida de todos es un proceso prolongado.
      El sacramento nos da la gracia que significa. Es el momento fuerte de
la acción de Dios. Nos pone en la pista y nos da la forma, nos va modelando
la imagen del Cristo que se da. De parte nuestra, la participación en la
eucaristía es un compromiso de vida que nos lleva a dar todo lo nuestro, a
trabajar por los demás, a crear comunión, a hacernos todo de todos, a
entregar nuestro pan.

TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 21 de mayo de 2016

Ciclo C - Santísima Trinidad

22 de mayo de 2016 - SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD - Ciclo C

       "El Espíritu de la verdad os irá guiando en la verdad toda".

Proverbios 8,22-31

      Esto dice la Sabiduría de Dios: El Señor me estableció al principio de
sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un principio remotísimo
fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui
engendrada, antes de los manantiales de las aguas.
      Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui en-
gendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones
del orbe.
      Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda
sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura y fijaba las
fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar, y las aguas no traspasaban
sus mandatos; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a
Él, como aprendiz; yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su
presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hom-
bres.

Romanos 5,1-5

      Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en
paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por Él hemos obtenido
con la fe el acceso a esta gracia en que estamos, y nos gloriamos apoyados en
la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Más aún hasta nos gloriamos
en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia; la
constancia, virtud probada; la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones en el Espíritu
Santo que se nos ha dado.

Juan 16,12-15

      En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
      - Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas
por ahora; cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la
verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os
comunicará lo que está por venir.
      El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
      Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de
lo mío y os lo anunciará.

Comentario

      En la fiesta de la Santísima Trinidad se lee en la misa una parte de
los discursos de despedida que S. Juan coloca antes de la pasión del Señor.
Jesús predice la situación de los discípulos cuando Él vuelva al Padre y se
produzca la efusión del Espíritu Santo. "Cuando Él venga, el Espíritu de la
verdad, os guiará en la verdad toda". Será, pues, el Espíritu de la verdad
el nuevo maestro-guía de los creyentes en Jesús. "La unción con que Él os
ungió sigue con vosotros y no necesitáis otros maestros" IJn 2,26.
      Pero no se trata de una nueva enseñanza o de una nueva revelación.
Tampoco se trata de una autorevelación por parte del Espíritu Santo, que "no
habla nunca de sí", como dice Santa Teresa.
      Lo que el Espíritu Santo enseña, o mejor, hacia lo que conduce, es lo
que Jesús había enseñado. No se trata, pues, de nuevos contenidos, sino de
asimilación, profundización, vivencia de lo que Jesús enseñó. Y lo que Jesús
enseñó es "todo lo del Padre", es decir, que Dios, es Padre "amó tanto al
mundo que dio a su hijo único para que tengan vida eterna y no perezca
ninguno de los que creen en Él" Jn. 3,16.
      La tradición cristiana ha reflexionado largamente sobre los textos de
la Biblia referentes a la Trinidad. Ha llegado a formulaciones precisas y
exactas que nos hablan de la profundidad de este misterio. Es bueno leer con
calma de vez en cuando algunas de esas formulaciones antiguas forjadas con
tanto empeño y con tanta fe, viendo en ella más que un afán por la precisión,
el amor de una Iglesia que sabe que en ella todo depende de ese misterio de
amor y que ella misma es "una multitud reunida por la unidad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo" (San Cipriano) (L.G. 4).

La "trinidad de la tierra"

      San Juan Damasceno y otros santos han llamado así a la Sagrada Familia.
      Desde que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, éste lleva den-
tro de sí una vocación a la comunión y al amor. Pero en ningún momento de la
historia se ha realizado tan plenamente esta vocación como en Nazaret cuando
dos personas humanas vivieron en la más estrecha comunión de vida con el Dios
hecho hombre. María y José, entregándose plenamente el uno al otro en
comunión de amor virginal y ofreciéndose ambos enteramente al hijo de Dios
venido a dar la vida por el mundo, son la realización más perfecta en la
tierra de la comunidad de amor que es la Santísima Trinidad.
      Cuando Jesús vino a la tierra, la primera realidad que creó fue una
familia, imagen de la familia divina.
      La familia de Nazaret es la realización más cercana a la comunidad de
comunión que es la Santísima Trinidad. En ambas el valor de la comunión hace
que cada una de las personas tenga (sea) algo que le es propio y al mismo
tiempo está en unidad con las otras. La autodonación al otro no es vacia-
miento sino enriquecimiento de la unidad.
      Como la Trinidad divina, también la de la tierra se abrió a lo que
estaba fuera de su seno, para comunicar la vida que albergaba en sí.
      De este modo la Sagrada Familia, imagen de la Trinidad, es al mismo
tiempo la primera realización de la Iglesia y el modelo de la misma. Como la
Sagrada Familia, toda comunidad cristiana se constituye en comunidad de comu-
nión entorno a Cristo para comunicar al mundo la salvación.

Inhabitación

      En su camino descendente al encuentro del hombre, Dios ha llegado hasta
su interior, hasta lo más profundo del ser del hombre. No se trata ya de la
presencia del creador en la criatura, como la de un artista en su obra, sino
de una presencia personal y viva, íntima y real de las tres divinas personas
en quien ha sido bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.
      Visto desde fuera, el misterio de la inhabitación de las tres divinas
personas en el bautizado, aparece como algo oscuro, difícil de analizar,
imposible de ser contemplado con claridad. De manera muy distinta se expresan
quienes tienen una experiencia auténtica de vida cristiana. Oigamos, por
ejemplo a Santa Teresa: "Y metida en aquella morada, por visión intelectual,
por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la Santísima
Trinidad, todas tres personas, como una inflamación que primero viene a su
espíritu a manera de una nube de grandísima claridad, y estas personas
distintas, y por una noticia admirable que se da al alma entiende con
grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber
y un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el
alma, podemos decir, por vista" Moradas séptimas cap I,6.
      Para el cristiano vivir este misterio es fundamental: da razón de la
unidad de su persona, del realismo de su oración, del dinamismo de su vida
espiritual, de la dignidad de toda persona.
      Viviendo en Nazaret se aprende que vivir con Dios dentro de uno mismo,
tener a Dios en la propia casa, no sólo es posible, sino el principio y la
razón de toda la vida.

TEODORO BERZAL.hsf


sábado, 14 de mayo de 2016

Ciclo C - Pentecostés

15 de mayo de 2016 - DOMINGO DE PENTECOSTES – Ciclo C

              "Yo le pediré al Padre que os dé otro abogado"

Hechos 2,1-11

      Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente
un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se
encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían,
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron
a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le
sugería.
      Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las na-
ciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron des-
concertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente
sorprendidos preguntaban: ¿No son galileos todos esos que están hablando?
Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
      Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopo-
tamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en
Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros
de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y  árabes; y cada
uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

Corintios 12,3b-7,12-13

      Nadie puede decir "Jesús es Señor" si no es bajo la acción del Espíritu
Santo.
      Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
servicios, pero un mismo Señor y hay diversidad de funciones, pero un mismo
Dios que obra en todos.
      En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
      Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos
los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, as¡ es
también Cristo.
      Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bau-
tizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos
bebido de un solo Espíritu.

Juan 20,19-23

      Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
      - Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
      - Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
      - Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Comentario

      El evangelio de S. Juan que se lee el día de Pentecostés nos presenta
la promesa prepascual de Jesús de enviar al Espíritu Santo, "el Espíritu de
la verdad" que "el mundo no puede recibir porque no lo percibe ni lo conoce",
pero que los discípulos sí conocen porque "vive" ya con ellos y "está" en
ellos. El se lo enseñará todo y recordará todo lo que Jesús les dijo.
      El mismo Juan habla de la efusión del Espíritu Santo sobre los
apóstoles al contar la aparición del resucitado. "Sopló sobre ellos y les
dijo: recibid el Espíritu Santo" Jn 20,23.
      El acontecimiento de Pentecostés es una nueva efusión del Espíritu
Santo, más plena y solemne, y sobre todo con un alcance universal que
inaugura una era nueva.
      Con una feliz expresión de Y. Congar diremos que "la Iglesia que Cristo
fundó en sí mismo, con la pasión sufrida por nosotros, ahora, en Pentecostés,
la funda en nosotros y en el mundo mediante el envío del Espíritu Santo".
      "Consumada, pues, la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra (Jn
17,4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que
santificara plenamente a la Iglesia y de esta forma los que creen en Cristo
Jesús pudieran acercarse al Padre con un mismo Espíritu (Ef 2,18" L.G.4.
      En el discurso explicativo del suceso de Pentecostés, S. Pedro anuncia
el alcance del mismo. Citando las palabras del profeta Joel, dice que el
Espíritu Santo es "para todo hombre" Hch 2,17. Como el don de la gracia (Rom
5,15) y la sangre de Cristo (Mt 26,28), también el Espíritu Santo es para la
multitud.
      Se inaugura así la época del Espíritu Santo. No como una era nueva
desconectada de la acción redentora de Cristo, sino como la realización defi-
nitiva de la alianza fundada en la sangre derramada en la cruz.
      La característica de esta época del Espíritu Santo, el tiempo de la
Iglesia, es la acción del Espíritu en el interior de cada creyente y en la
Iglesia en cuanto comunidad y en el mundo entero. El Espíritu Santo lleva al
creyente a recordar lo que dijo Jesús, a vivir como Él, a ser testigo suyo
en el mundo, a esperar en el pleno cumplimiento de lo que ya anida dentro de
Él. El Espíritu Santo guía, unifica, fortalece a la Iglesia para ser a través
del tiempo "sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y
de la unidad de todo el género humano" L.G. 1.
      La conmemoración de Pentecostés nos lleva a valorar lo que el Espíritu
Santo es y lo que está haciendo en cada uno de nosotros y en la Iglesia. Pero
también lo que "obra en los hermanos separados" (U.R. 4) y en todos los
hombres, pues como dice el Vaticano II, "El Espíritu Santo, que con admirable
providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no
es ajeno a esta evolución" G.S. 26.

Volver a Nazaret

      Los comienzos de la época mesiánica están ya marcados por la efusión
del Espíritu Santo. Por obra suya fue engendrado Jesús en el seno de la
Virgen María y las personas que se mueven entorno a Él actúan movidas por ese
mismo Espíritu. Basta leer los evangelios de la infancia de Cristo, sobre
todo en la versión de Lucas, para caer en la cuenta de que los momentos
iniciales de la vida de Jesús están envueltos en una efusión del Espíritu
Santo.
      Pero el mismo Lucas nos dice que, después del episodio del templo,
Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad" Lc 2,51. Empieza
así el largo período de obediencia a la autoridad, de vida oculta, de
crecimiento en todas las dimensiones. Hay un fuerte contraste entre todo lo
sucedido hasta entonces y lo que desde ese momento comienza. ¿Se terminó
también la efusión del Espíritu Santo en el tiempo de Nazaret?.
      Seguramente que no. Pero su acción es distinta. María no es llevada por
el Espíritu en el tiempo de Nazaret como al principio a cantar en voz alta
las maravillas del Señor, sino que "conservaba en su interior el recuerdo de
todo aquello" Lc 2,51. Empezó a practicar lo que Jesús anuncia a sus
discípulos para después de la venida del Espíritu Santo: "Os enseñará todo
y os irá recordando todo lo que yo os he dicho".
      El tiempo de Nazaret y el tiempo de la Iglesia son momentos de inte-
riorización y de crecimiento. Nazaret nos ayuda de modo muy especial a
descubrir la acción del Espíritu Santo allí donde aparentemente nada cambia,
donde nada se mueve, donde por años y años se prolongan las mismas
situaciones.

Nuestro Pentecostés

      Nuestro Pentecostés se ha cumplido el día de nuestro bautismo y el día
de nuestra confirmación. "Recibisteis un Espíritu que os hace hijos y que nos
permite gritar: ¡Abba! ¡Padre! Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espí-
ritu que somos hijos de Dios" Rom 8,15.
      Necesitamos continuamente renovarnos en esta convicción para que
nuestra vida sea coherente con lo que somos. "Vosotros no estáis sujetos a
los bajos instintos, sino al Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en
vosotros" Rom 8,9.
      Es maravilloso ver cómo el Espíritu Santo cambia a las personas. En los
momentos más fuertes o más aparentes de su actuación toda la persona se
conmueve. El Espíritu Santo cuando es acogido sinceramente en el fondo de una
persona, cura sus heridas, vivifica todo lo que estaba muerto, derrama sus
dones, pone en camino.
      Nuestro error está muchas veces en pensar que sólo actúa el Espíritu
Santo cuando hay gritos de júbilo, cuando brotan las lágrimas de alegría,
cuando se rompen las estructuras, cuando se estremece el corazón. Y no
descubrimos su vuelo suave sobre las aguas (Gen 1,2), su acción escondida en
el curso de la historia dirigiendo los acontecimientos hacia su plenitud, su
mano misteriosa en los signos de los tiempos, su presencia alentadora y vital
en el fondo de nosotros mismos.
      Desde Nazaret, el Pentecostés de ahora es una invitación a pararnos
para escuchar en silencio el continuo obrar del Espíritu Santo: su tensión
hacia la unidad de los cristianos, su caminar en alas del viento, ("Oyes el
ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va" Jn 3,8), su impulso en el
continuo caminar de la Iglesia hacia la parusía, su esfuerzo de encarnación
del mensaje evangélico en todas las culturas, su acción interna en cada uno
de nosotros para que, como en Nazaret, vayamos "creciendo en saber, en esta-
tura y en el favor de Dios y de los hombres" Lc 2,52.

TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 7 de mayo de 2016

Ciclo C - Ascensión del Señor

8 de mayo de 2016 - SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR - Ciclo C

              "Se separa de ellos y se lo llevaron al cielo"

Hechos 1,1-11

      En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue
haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles,
que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les
presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo
y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
      Una vez que comían juntos les recomendó: No os alejéis de Jerusalén;
aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado.
Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con
Espíritu Santo.
      Ellos lo rodearon preguntándole: Señor, ¿es ahora cuando vas a restau-
rar la soberanía de Israel?.
      Jesús contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas
que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo
descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.   
      Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la
vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí
plantados mirando al cielo?. El mismo Jesús que os ha dejado para subir al
cielo, volverá como le habéis visto marcharse.

Efesios 1,17-23

      Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé
el espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de
vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama,
cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la
extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la
eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de
entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo
principado, potestad, fuerza y dominación y por encima de todo nombre
conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
      Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre
todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Lucas 24,46-53

      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
      - Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los
muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón
de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
      - Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha
prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza
de lo alto.
      Después los sacó hacia Betania, y levantando las manos, los bendijo.
      Y mientras los bendecía se separa de ellos (subiendo hacia el cielo).
      Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban en el templo
bendiciendo a Dios.

Comentario


      La ascensión del Señor es el coronamiento de su misterio pascual. "Pa-
deció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, murió y fue sepultado,
descendió a los infiernos, subió a los cielos y está sentado a la derecha del
padre". Con la ascensión el Señor, que fue humillado, es glorificado.
      Para Jesús no se trata de volver a la misma situación en la que se
encontraba antes de la encarnación. Con su venida a la tierra algo cambió
radicalmente en la historia del hombre y también en la historia de Dios.
      La alegría de los discípulos de que habla Lucas después de decir que
Jesús subió a los cielos, se explica porque fue entonces, después de la
resurrección, cuando los apóstoles empezaron a entender de qué se trataba.
Cristo resucitado "les abrió el entendimiento para que comprendieran las
escrituras" (Lc 24,25) y así empezaron a entender no sólo la ilazón entre los
últimos acontecimientos de su vida en la tierra sino, sobre todo, la conse-
cuencia que de ellos se deriva: "En su nombre se predicar  el arrepentimiento
y el perdón de los pecados". Las palabras del resucitado les han hecho caer
en la cuenta de que una era nueva ha comenzado: la era de la predicación y
del testimonio. Y en esta nueva fase de la historia de la salvación ellos
tendrán un papel importantísimo cuando reciban lo que el Padre tiene prome-
tido, es decir, el bautismo en el Espíritu Santo, porque, como decía Juan
Bautista, "Yo os he bautizado con agua, Él os bautizará con Espíritu Santo"
Mc 1,8.
      Los discípulos "se volvieron a Jerusalén llenos de alegría". Lo que
habían recibido y lo que esperaban recibir era mucho más grande que la in-
mensa tarea que les esperaba. Cuando se sabe quién es Jesús, contárselo a
todos no es un peso, sino una inmensa alegría. "Después de hablarles el Señor
Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a
predicar el mensaje por todo las partes y el Señor cooperaba confirmándolo
con las señales que los acompañaban" Mc 16,20.

Bajó a Nazaret

      El Cristo glorioso que sube a los cielos y que los apóstoles de todos
los tiempos proclamarán es el mismo Jesús que "bajó a Nazaret" Lc 2,51.
      Al hacerse hombre, el Hijo de Dios "descendió" y "tomó la condición de
esclavo, haciéndose uno de tantos" Fil 2,7.
      La bajada a Nazaret es un paso más en el camino de descenso y de en-
carnación del Hijo de Dios. Allí vivió "bajo su autoridad" (de María y de
José) preparando de algún modo el paso supremo de la muerte en cruz. "Hijo
y todo como era, sufriendo aprendió a obedecer y, así consumado, se convirtió
en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" Heb 5,8-9.
"Tenia que parecerse en todo a sus hermanos para ser sumo sacerdote compasivo
y fidedigno en lo que toca a Dios y expiar los pecados del pueblo" Heb 2,17.
      Jesús recorrió un largo camino que lo llevó desde el abajamiento de la
encarnación, a la humildad del nacimiento, a la sencillez y anonimato de
Nazaret hasta "la muerte y muerte de cruz". Por eso Dios lo encumbró sobre
todo" Fil 2,8-9.
      Visto desde Nazaret, el triunfo de la ascensión aparece como la vic-
toria de una apuesta: la victoria de Jesús que opta por entregarse totalmente
al hombre, que acepta la humillación y la muerte con tal de que los hombres
tengan vida y vida abundante. "Así tenía que ser nuestro sumo sacerdote" Heb
7,26.
      Desde Nazaret, la ascensión aparece como el coronamiento del misterio
pascual. Es la etapa final del Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto
por nosotros, vencedor de la muerte y del pecado, resucitado de entre los
muertos por el poder del Padre. La ascensión marca el retorno de Jesús junto
al Padre, pero el Jesús que ahora vuelve al seno del Padre es el Jesús
cargado con nuestra experiencia humana con un cuerpo como el nuestro, con una
cultura y una patria, con el polvo en los pies de todos los caminos de la
tierra de Israel, con la amarga experiencia de la cruz.

En el cielo

      Entrando Jesús en el cielo, algo nuestro entró también con Él. Algo de
Nazaret ha entrado en el cielo. "subió a los cielos llevando cautivos, dio
dones a los hombres (Sal 67,19). Ese "subió" supone necesariamente que había
bajado antes a lo profundo de la tierra, y que fue el mismo que bajó quien
subió por encima de los cielos para llenar el universo" Ef 4,8-10.
      En la historia de la salvación sabemos que es una constante la verdad
proclamada por María en su canto: "Derriba del trono a los poderosos y exalta
a los humildes" Lc 1,52. María y José no se limitaron a estar con Jesús en
Nazaret. Se pusieron en la dinámica de fe y de amor que lleva al servicio,
a la entrega de la vida, al trabajo por los demás. Por esto también a ellos
Dios los exaltó. Desde el día de la ascensión empezó a formarse la Sagrada
Familia del cielo.
      La ascensión de Jesús, conmemorada hoy en la Iglesia, es una fuerte
llamada a la esperanza para quien quiere vivir como en Nazaret.
      El creyente que vive en Nazaret sabe que está en una dinámica de amor
y de gracia que lo llevará, si él no la rompe a ser un día parte de la

familia de los hijos de Dios en el cielo.