sábado, 30 de mayo de 2015

Ciclo B - Santísima Trinidad

31 de mayo de 2015 - SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD

        "... en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"

-Dt 4,32-34,39-40
-Sal 32
-Rom 8,14-17
-Mt 28,16-20

      Deuteronomio 4,32-34. 39-40

      Habló Moisés al pueblo y dijo:
      -Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde
el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás desde un
extremo al otro del cielo palabra tan grande como esta?, ¿se oyó cosa
semejante?, ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del
Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?, ¿algún Dios intentó
jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas,
signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes
terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en
Egipto?
      Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único
Dios allá  arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda
los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz,
tú y tus hijos, después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor
tu Dios te da para siempre.

      Romanos 8,14-17

      Hermanos:
      Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de
Dios.
      Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para renacer en el
temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba!
(Padre).
      Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos
hijos de Dios; y si somos hijos también herederos, herederos de Dios y
coherederos con Cristo.

Mateo 28,16-20

      En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que
Jesús les había indicado.
      Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
      Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
      -Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado.
      Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo.

Comentario

      En esta solemnidad de la Santísima Trinidad la fe que hemos recibido
en el bautismo nos lleva al silencio extasiado ante el misterio de Dios y a
la palabra serena que busca comprender mejor para vivir más intensamente.
      El texto conclusivo del evangelio de Mateo que la liturgia nos
presenta, se articula en dos partes: la narración de la última aparición del
resucitado que conduce a los once (=nuevo Israel) al monte de Galilea y el
envío.
      La intervención de Jesús en esta segunda parte da fuerza al mandato
misionero porque el envío se hace con la autoridad plena que Él ha recibido
del Padre y, al mismo tiempo, ensancha el panorama de la salvación
ofreciéndola a todas las naciones.
      La fórmula trinitaria en la administración del bautismo, que recoge la
práctica de la Iglesia primitiva, resume toda la revelación del misterio de
Dios hecha por Jesús en el evangelio. El Padre es el origen del ser y de la
misión de Cristo y el Espíritu Santo es su continuador después de la Pascua.
Esta centralidad de Cristo y la presencia permanente que asegura a sus
discípulos es una fuerte invitación a entrar, a través de Él, en el misterio
de Dios y a mantener una relación de amor con el Padre y de docilidad al
Espíritu Santo. Esa es la condición de vida de todos los que reciben el bau-
tismo y se comprometen a practicar todas sus exigencias.
      Esa cercanía e intimidad con Dios, ya anunciada en el texto del
Deuteronomio (1ª. lectura) encuentra su pleno cumplimiento en la realidad
nueva que crea el bautismo en el hombre. Desde ella el cristiano se siente
verdaderamente hijo de Dios, en su único Hijo; Y esto con una confianza total
que viene del hecho de haber recibido el Espíritu Santo. Quienes se dejan
guiar por Él, esos son verdaderamente hijos de Dios.

                           La familia de Nazaret

      La revelación que Dios ha hecho de sí mismo, no se ha efectuado
solamente con palabras, sino también con hechos. (Cfr. D. V. 2).
      En el evangelio que hoy leemos asistimos a uno de esos momentos cumbre
en los que Jesús nos lleva a penetrar en el misterio divino nombrando juntas
a las tres personas de la Trinidad en su afán común de salvar al hombre. Pero
es también significativo para penetrar en ese mismo misterio que Él haya
vivido durante treinta años en una familia.
      La familia se basa en la donación recíproca de las personas y crea una
comunión de vida en la que el individuo encuentra el clima y el estímulo
adecuado para madurar y para cumplir su misión. Toda familia que vive esa
relación de amor es al mismo tiempo imagen y participación de la Trinidad.
Pero esa imagen y participación toca su  ápice en la familia formada por
Jesús, María y José en Nazaret, porque Jesús, Dios y hombre, forma parte al
mismo tiempo de la imagen y de la realidad representada.
      Entre la familia de Nazaret y la Trinidad hay una correlación que no
se basa sólo en la semejanza simbólica, como ocurre con todos los signos. .
En todos ellos, en efecto, hay algo en común entre la imagen y la realidad
que permite dar el paso de la una a la otra. En nuestro caso, la conexión es
mucho más profunda ya que la segunda persona de la Trinidad forma parte de
la familia de Nazaret.
      De este modo, la realidad humana de la familia es asumida en el grado
más alto, no sólo para representar y figurar lo que es el misterio de la
familia de Dios, sino también para revelarlo en su sentido más fuerte.
      Podemos decir que la Sagrada Familia es el rostro humano de Dios en la
pluralidad de las personas o el icono más perfecto de la Trinidad. Desde la
entrega recíproca de María y José, desde su paternidad y maternidad virginal
con respecto a Jesús, podemos siempre, pero sobre todo en este día vislumbrar
también el misterio insondable de la Trinidad. La Sagrada Familia se coloca
así en la vida del cristiano como trasparencia, como camino hacia el misterio
central de su fe. Desde la Sagrada Familia se va directamente hacia el cora-
zón de Dios.

      Luz es el Padre.
      Luz de luz es el Hijo.
      Fuego es el Espíritu Santo.
      Amor es el Padre.
      Gracia es el Hijo.
      Comunión es el Espíritu Santo.
      Poder es el Padre.
      Sabiduría es el Hijo.
      Bondad es el Espíritu Santo.
      Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
      Trinidad Santa, te adoramos. (Liturgia bizantina)

                          La Trinidad y nosotros

      En el diálogo de la oración hay siempre un camino de ida y otro de vuelta,
de nosotros a Dios y de Dios a nosotros, o viceversa.
      A partir de la Palabra y a partir del Hecho de Nazaret hemos intentado
hoy acercarnos al misterio de la Trinidad. Pero hay que decir también que es
la Trinidad divina el punto clave para entender el misterio de la persona
humana y de toda forma de comunidad.
      En la trinidad cada persona es relación subsistente, es decir, pura
relación con respecto a las demás. Así en la familia divina todo es común:
el mismo amor, el mismo poder, la misma sabiduría, el mismo ser. Pero el
hecho de tenerlo todo en común, no significa que cada persona abandone su
identidad. Se da, pues, en la Trinidad la comunión en el más alto grado, pero
no la confusión.
      Y esta es la clave de la comunidad humana en cualquiera de sus
realizaciones: la posibilidad de la comunicación, de la donación recíproca,
sin perder la propia interioridad, la propia identidad. Toda persona se
realiza y llega a madurez en el juego de la vida que consiste en el dar y en
el recibir.
Este es también el fundamento de la corresponsabilidad, de la participación,
de la interdependencia y solidaridad entre los miembros de una comunidad y
entre las varias comunidades humanas.
      Creado a imagen d Dios, el hombre sólo llega a serlo verdaderamente
cuando vive en sí mismo y en su relación con los demás la realidad del
misterio trinitario que es un misterio de amor.

TB.hsf

sábado, 23 de mayo de 2015

Ciclo B - Pentecostés

24 de mayo de 2015 - DOMINGO DE PENTECOSTÉS – Ciclo B

                        "El Espíritu de la verdad"

      Hechos 2,1-11

      Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente
un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se
encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían,
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron
a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le
sugería.
      Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las
naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron
desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Enormemente sorprendidos preguntaban:
      -¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que
cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
      Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopota-
mia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en
Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros
de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada
uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

      Corintios 12,3b-7. 12-13

      Hermanos:
      Nadie puede decir "Jesús es Señor", si no es bajo la acción del
Espíritu Santo.
      Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo
Dios que obra todo en todos.
      En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo
mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
      Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido
bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos
bebido de un solo Espíritu.

      Juan 20,19-23

      Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
      -Paz a vosotros.
      Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos
se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
      -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
      -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Comentario

      El Evangelio de hoy se compone de dos textos referidos al "Espíritu de
la verdad". Son dos breves pasajes del segundo discurso de despedida que el
cuarto evangelio sitúa antes de la pasión-muerte-resurrección de Cristo. El
autor se propone introducirnos en ese profundo misterio con las palabras
mismas de Jesús.
      Leídos a la luz de la fe postpascual y de la experiencia de Pen-
tecostés, situación desde la que también fueron escritas, estos pasajes
cobran un significado más extenso. Los versículos 26-27 del cap. 15 tienen
un marcado sentido trinitario. El Espíritu Santo que Jesús mandará proviene
del Padre y en el tiempo de la Iglesia será testigo del mismo Jesús. Esta
unión íntima y dinámica de las tres divinas personas es como el ambiente en
el que estamos llamados a introducirnos si queremos descubrir algo de lo que
es el Espíritu Santo y de lo que hace.
      El pasaje del cap. 16 desarrolla más el sentido de la expresión
"Espíritu de la verdad" refiriéndolo a la función esencial de la tercera
persona de la Trinidad en la Iglesia. La expresión parece tener dos sentidos
complementarios: el Espíritu Santo guiará (ha guiado) a los apóstoles a
comprender el sentido pleno de los acontecimientos que presenciaron durante
la pasión y muerte de Jesús viendo su alcance redentor y universal. Por otra
parte, es dado como capacidad de ir interpretando todo lo que va aconteciendo
a la luz de ese acontecimiento definitivo de la revelación de Dios que es el
misterio pascual.
      Desde ahí podemos meditar la narración de la efusión del Espíritu Santo
"en la tarde" de la antigua fiesta de Pentecostés, es decir, en el momento
de la plenitud y del cumplimiento del tiempo, para entender que estamos ya
viviendo en una era nueva caracterizada por la acción del Espíritu Santo en
la historia y, sobre todo, en el corazón de cada creyente, donde produce los
frutos del hombre nuevo redimido por Cristo (2ª. lectura).

"Desde el principio"

      El texto evangélico dice que si los apóstoles pueden dar testimonio de
Jesús (y este testimonio se sitúa en paralelo con el que da el Espíritu
Santo) es "porque estáis conmigo desde el principio" (Jn 15,27).
      En los evangelios y en los Hechos de los apóstoles la expresión "desde
el principio" significa que los apóstoles han acompañado a Jesús durante los
años de itinerancia por tierras de Palestina presenciando su predicación y
sus "señales"; "A partir del bautismo de Juan hasta el día que nos fue
llevado", precisa S. Pedro cuando se trata de elegir al sustituto de Judas
(Hech 1,22).
      Si este "estar desde el principio" es la condición esencial para ser
constituido testigo cuando se trata de los apóstoles, podemos decir que el
Espíritu Santo da testimonio de Jesús porque está también desde el principio,
pero tomando ahora la expresión en el sentido con que la usa el prólogo del
cuarto evangelio: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con
Dios y la Palabra era Dios" (Jn 1,1). El Espíritu Santo es así testigo de la
realidad divina de Cristo y guía a los apóstoles a "la verdad plena", es
decir, a la revelación definitiva del misterio de Cristo, Dios y hombre.
      Leyendo este evangelio desde Nazaret, uno piensa instintivamente en
otras dos personas, María y José, que estuvieron con Jesús también desde el
principio, y aquí la expresión tiene un sentido histórico que no coincide con
ninguno de los dos anteriores, pero que los cualifica también sin duda como
"testigos" de esa verdad plena que sólo el Espíritu revela.
      Quizá por eso algunos evangelistas sintieron la necesidad de transmitir
también los hechos de la infancia de Jesús, porque también en ellos se revela
la verdad plena de Cristo: su condición de Hijo de Dios, sin duda, pero
también y sobre todo su condición humana, puesto que vivió tantos años en las
mismas circunstancias que los hombres de su tiempo.

 Ven Espíritu Santo,
 revélanos hoy al Hijo del Padre,
 introdúcenos en la verdad completa,
 enséñanos a entrar en el diálogo de Dios con el hombre,
 enséñanos esa palabra nueva,
 piedra fundamental del lenguaje del hombre nuevo
 que es ABBA.
 Une tu testimonio al nuestro,
 fuerza suprema en nuestra debilidad,
 para que nuestros gestos, obras y palabras
 digan algo de la verdad plena
 que tú sólo conoces y que tú sólo revelas.

                   Ser testigos hoy en la causa de Jesús

      Como lo profetizó Simeón a María y a José, un día la persona de Jesús
y, siempre su mensaje son "bandera discutida".
      Hoy la Palabra de Dios nos convoca a ser testigos en la causa de Jesús,
con toda la fuerza que el vocablo tiene en el ambiente de administración de
la justicia de donde está tomado. No se trata, sin embargo, en constituirse
en acusadores ni en defensores a ultranza, sino de dejarse guiar por el gran
abogado, el Paráclito, palabra que significa al mismo tiempo exhortador y
consolador (Hech 2,40; I Co 14,3). El nos lleva a decir la verdad, a resistir
en la fe hasta el martirio y, sobre todo, a construir poco a poco ese hombre
nuevo hecho de "amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, ... " y todo los
otros rasgos que definen al buen cristiano.
      Es en esa lucha por conseguir que la verdad proclamada llegue a ser
verdad vivida, por realizar en las personas y en las situaciones la salvación
traída por Cristo, donde se manifiesta la acción del Espíritu Santo. En esa
línea debe situarse nuestra colaboración y nuestro esfuerzo, de modo que lo
que hagamos pueda contribuir al crecimiento de ese hombre nuevo, anclado en
la verdad, y de ese mundo nuevo que esperamos.
      Nuestra permanencia en Nazaret nos llevará a dar ese testimonio sobre
todo en las situaciones más ordinarias de la vida y allí donde parece que se
ha apagado el fuego del Espíritu porque nada se manifiesta, porque no hay

cambios notables o porque no se advierte ya el júbilo de Pentecostés.

sábado, 16 de mayo de 2015

Ciclo B - Ascensión del Señor

17 de mayo de 2015 - SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Ciclo B
                                      "Id por el mundo entero"

Hechos 1,1-11

      En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue
haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles,
que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les
presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo
y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
      Una vez que comían juntos les recomendó:
      -No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi
Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos
días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
      Ellos lo rodearon preguntándole:
      -Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?. Jesús
contestó:
      -No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre
ha establecido con autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre
vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.
      Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la
vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
      -Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús
que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse.

Efesios 1,17-23

      Hermanos:
      Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé
espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de
vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama,
cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la
extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la
eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de
entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo
principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre
conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
      Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre
todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Marcos 16,15-20

      En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo:
      -Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
      El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será
condenado.
      A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi
nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben
un veneno mortal, no les hará  daño. Impondrán las manos a los enfermos y
quedarán sanos.
      El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a
la derecha de Dios.
      Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor
actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.

Comentario

      La ascensión revela la plena glorificación de Jesús en el misterio
pascual. Es su vuelta a la casa del Padre después de haber compartido nuestra
existencia y de haber pasado por la prueba suprema de la cruz.
      La parte final del apéndice del evangelio de Marcos que nos presenta
hoy la liturgia, comprende la última aparición de Jesús a los apóstoles
(aunque el texto litúrgico omite la referencia a la incredulidad de los
mismos), el mandato misionero, la ascensión de Jesús y la ejecución del
mandato recibido por parte de los enviados.
      Reciben en el texto un mayor desarrollo las dos partes referidas a la
misión: mandato y ejecución. En la primera se expone la doble respuesta
posible al anuncio del evangelio (aceptación o rechazo) con las consecuencias
que le siguen (salvación o condenación); se enumeran también los signos que
acompañan a la predicación del evangelio. Nótese, sin embargo, que tales
signos van aquí referidos a los destinatarios y no a los predicadores del
evangelio ("a los que crean" v. 17), mientras que al hablar de la puesta en
práctica del mandato recibido los signos son realizados por los apóstoles.
      Entre ambas partes la ascensión de Jesús es mencionada casi como de
pasada (v. 19). Marca, sin embargo la línea divisoria entre un antes y un
después, entre dos modos diferentes de presencia del Señor en medio a sus
discípulos: el de las apariciones (v. 14) y el de la cooperación con las
señales que confirman la validez del mensaje.
      En la 1ª. lectura (Hechos) se desarrolla más el relato de la ascensión
(para respetar el sentido original del texto sería mejor decir "asunción",
"se lo llevaron" Hech. 1,9), pero no deja tampoco de subrayar el mandato
misionero del testimonio y del anuncio con la "fuerza del Espíritu Santo".
      Todo esto indica que la ausencia-desaparición visible de Cristo de en
medio de los suyos quiere recalcar la importancia de la presen-
cia-responsabilidad de la Iglesia en el mundo.

Nazaret, tiempo de esperanza

      Los comentaristas del evangelio ven en la frase de Jesús adolescente
en el templo "¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?" (Lc
2,49) una referencia a su subida al Padre. La "casa" no podía ser, en efecto,
el templo de Jerusalén, ya que a renglón seguido se dice en el evangelio que
Jesús dejó la ciudad santa y "bajó a Nazaret". Debemos tener presente por
otra parte la frase lapidaria del evangelio de Juan que resume toda la
trayectoria del Verbo: "Salí de junto al Padre y vine a estar en el mundo,
ahora dejo el mundo y me vuelvo con el Padre" (16,28).
      El tiempo de Nazaret se configura así también como el tiempo de la
esperanza: ya anunciado desde el principio el retorno-glorificación de Jesús
junto al Padre y, mientras tanto, un largo tiempo de espera. Pero se trata
de una espera llena de sentido, puesto que durante ella Jesús lleva hasta las
últimas consecuencias el misterio de su encarnación y entrada en el mundo.
Es un tiempo en el que Jesús crece, trabaja, construye con María y José una
familia y vive en su entorno como los demás hombres.
      Tiempo de esperanza el tiempo de Nazaret porque la esperanza es la
característica de la infancia y de la juventud, pero, sobre todo, porque está 
situado antes del cumplimiento de la gran promesa y fue vivido de cara a
ella.
      Nazaret nos revela así el modo de vivir el tiempo que se abre con la
desaparición terrena de Jesús y llega hasta su segunda venida. No se trata
de quedarse mirando a lo alto ni de perderse en consideraciones, sino de
volver al compromiso de la vida de cada día y construir desde ella poco a
poco lo que al final se manifestará.
      La laboriosidad de Nazaret, el empeño en las cosas cotidianas, el vivir
intensamente de cara a Dios y a los hombres, como en Nazaret, son el modo de
testimoniar hoy el evangelio y de penetrar profundamente en su comprensión.
      El misterio de Nazaret nos ayuda a comprender mejor esa faceta de la
esperanza que es, ante todo, compromiso con la historia presente, sin perder
de vista la promesa de futuro.

      Señor Jesús, vuelto ya a la casa del Padre
      y sentado a su derecha,
      tú acompañas y realizas en primera persona,
      por medio del Espíritu Santo,
      el inmenso esfuerzo de anuncio y testimonio de la Iglesia
      para llevar a los hombres de todos los tiempos
      el mensaje de la salvación.
      Danos ahora la fuerza del Espíritu Santo,
      revístenos de su vigor para ser testigos de tu amor
      y para caminar hacia ti con todos los que nos rodean.

Vivir en esperanza

      La celebración de hoy es ante todo un fuerte impulso para vivir la
esperanza. La despedida de Jesús está precedida por su promesa de acompañar
por siempre a sus discípulos y de volver un día.
      Muchas son las cosas que oscurecen hoy, como siempre, el porvenir de
la humanidad. Nuestra experiencia inmediata y la información que recibimos
de todas partes del mundo nos dan más de un motivo para que nuestra mirada
se ensombrezca sobre el porvenir.
      Por otra parte, mucha literatura contemporánea, producida por hombres
sin fe, y muchos medios de comunicación, manejados por quienes pretenden sólo
las ventajas de lo inmediato o los goces puramente mundanos, llevan a apagar
esa ansia de trascendencia y de futuro que está en el corazón de todo hombre.
      Vivir hoy la esperanza supone para el cristiano oponerse, en cuanto
vive, piensa, actúa a la filosofía materialista de las ideologías y a la
praxis consumista.
      Nazaret educa nuestra esperanza y nos enseña a vivir en plenitud el
momento cotidiano de la historia. Rescata nuestra esperanza de ilusiones
fáciles y de fugas hacia un futuro irreal, pero a la vez colma de sentido las
cosas que parecen menos trascendentes y llamativas, porque las sitúa en la
perspectiva amplia que va del origen sencillo al esplendor que hoy celebramos
en la ascensión de Cristo a los cielos.


sábado, 9 de mayo de 2015

Ciclo B - Domingo VI de Pascua

10 de mayo de 2015 - VI DOMINGO DE PASCUA – Ciclo B

                   "Manteneos en ese amor que os tengo"

-Hech 10,25-27,34-35,44-48
-Sal 97
-1Jn 4,7-10
-Jn 15,9-17

Hechos 10,25-26. 34-35. 44-48
      Aconteció que cuando iba a entrar Pedro, Cornelio salió a su encuentro
y se echó a sus pies. Pero Pedro lo levantó diciendo:
      -Levántate, que soy un hombre como tú. Y tomando de nuevo la palabra,
Pedro añadió:
      -Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y
practica la justicia, sea de la nación que sea.
      Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre
todos los que escuchaban sus palabras.
      Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios,
los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de
que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles.
      Pedro añadió:
      -¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el
Espíritu Santo igual que nosotros?
      Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se
quedara unos días con ellos.

I de Juan 4,7-10
      Queridos hermanos:
      Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha
nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque
Dios es Amor.
      En esto manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al
mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él.
      En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros peca-
dos.

Juan 15,9-17
      En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me ha amado,
así os he amado yo; permaneced en mi amor.
      Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que
yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
      Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra
alegría llegue a plenitud.
      Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos.
      Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo
amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
      No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido;
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
      De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.
      Esto os mando: que os améis unos a otros.

Comentario
      En los domingos que siguen a la Pascua los textos de la liturgia nos
llevan a contemplar todos los aspectos de la explosión de vida y de alegría
encerrados para nosotros en la resurrección de Cristo. Hoy nos llevan al
corazón mismo de la experiencia cristiana hablándonos principalmente del
amor.
      Si quisiéramos establecer una cierta lógica en la presentación del
mensaje, tendríamos que empezar por la segunda lectura, donde se hace la
afirmación esencial y originaria: "Dios es amor" (I Jn 4,8). Desde ahí, el
evangelio nos lleva a esa dinámica "descendente" en la que lo primero que está 
es amor del Padre, amor de donación al Hijo, que se abre hacia la salvación
de los hombres. Luego viene el amor de Cristo que se da a sus discípulos y
lo lleva a la entrega total: "Igual que mi Padre me amó, os he amado yo" (Jn
15,9). Y el tercer paso es el mandato a los discípulos: "Amaos unos a
otros... "
      No se trata, pues, de quedarse en la sola dimensión pasiva de recibir
el amor, de sentirse amados o de dejarse amar. Pero tampoco de tomar uno la
iniciativa por sí solo: "No me elegisteis vosotros a mí". Se trata de entrar
en ese dinamismo propio del amor en el que todo se recibe y todo se da. El
amor cristiano no se cierra en la complacencia de la reciprocidad, sino que
queda abierto a la sorpresa de la novedad y gratuidad de lo que viene de Dios
y a una generosidad sin límites en la entrega hacia los demás.
      Este parece ser el sentido de la petición de Jesús: "manteneos en ese
amor que os tengo". Es decir, se trata de quedarse, de vivir en el mismo amor
que Cristo ha vivido: abierto al Padre y entregado a los hermanos.
      En eso consiste vivir su amistad y llegar a la plenitud de la alegría.
Y esa es la condición, en los términos tajantes que usa Juan, para conocer
a Dios. Quien no ama, no lo ha conocido, porque Dios es amor.

Nazaret
      El misterio de Nazaret es siempre una llamada a lo concreto de la vida.
Siguiendo la lógica del mundo, algunas veces pensamos encontrar la alegría,
el amor en la evasión de la vida ordinaria o en la transgresión de las leyes.
      El evangelio de hoy dice que el amor consiste prácticamente en cumplir
los mandamientos: "Y para manteneros en mi amor cumplid mis mandamientos;
también yo he cumplido los mandamientos del Padre y me mantengo en su amor"
(Jn 15,10).
      El crecimiento de Jesús en Nazaret "en el favor de Dios y de los
hombres" (Lc 2,52) recoge una expresión del libro de los Proverbios en la que
ese "favor y aceptación ante Dios y ante los hombres" (Prov 3,4), es
consecuencia de la memoria de las instrucciones que Dios da y de la práctica
de sus preceptos (Pro. 3,1).
      La vida de Jesús, María y José en Nazaret nos enseña que el amor no
está reñido con la obediencia y con el servicio. Al contrario, sólo quien en
ellos descubre la alegría, podemos decir que en verdad ha encontrado el amor.
      El amor, cuando se hace donación, tiende a crecer y a desarrollarse en
el tiempo, por eso Nazaret nos ayuda a comprender esa dimensión de
perseverancia que supone el "permanecer" en el amor de Cristo. Y la
verificación de esa continuidad no está en efusiones más o menos aisladas,
sino en el cumplimiento de los mandamientos, o mejor dicho, en el
cumplimiento del único mandamiento que resume todos los otros y que
testimonia la identidad cristiana.
      Cuando se ha comprendido lo que es el amor y se vive en él, las
condiciones externas cuentan menos. Y así en la humildad de Nazaret se pudo
vivir ya el gran amor al que Jesús invitó más tarde a todos los que quisieran
seguirle.

 Señor, queremos cumplir tu mandamiento.
 Gracias por el Espíritu Santo:
 "Amor de Dios derramado en nuestros corazones" (Rom 5,5),
 que nos une a ti, nos abre al Padre
 y nos lleva a darnos a los demás.
 Aumenta el Amor en tu Iglesia
 con una nueva efusión del Espíritu Santo
 que nos lleve a una mayor fidelidad a tu Palabra.

Vivir en el amor
      Significativamente la liturgia de la Palabra de este domingo se abre
con el relato de la efusión del Espíritu Santo sobre Cornelio y su familia,
recién llegados a la fe.
      El punto clave para entender correctamente las cosas cuando se habla
del amor cristiano es la donación del Espíritu Santo en el bautismo, que
lleva al cristiano a situarse en el mismo plano de amor que Jesús. Porque el
amor, antes que sea una exigencia objeto de un mandamiento, es un don gratuito
que Dios nos da.
      Por eso todo lo dicho en las lecturas de hoy no puede entenderse, y
sobre todo no puede vivirse, sin la donación del Espíritu Santo. En realidad,
cuando se habla de amor desde el punto de vista cristiano, se está hablando
siempre de él, como don del Padre o como manifestaciones concretas en la vida
de los cristianos.
      Sólo entonces, en un segundo momento, interviene nuestro esfuerzo para
perseverar en el amor, para continuar amando, pero sin pretender apropiarnos
del don. Porque, como cristianos, estamos llamados a vivir siempre esa
paradoja, desproporcionada a nuestras débiles fuerzas, de "amar como Dios ha
amado" (Jn 3,16).
TB.hsf