26
de abril de 2015 - IV DOMINGO DE PASCUA – Ciclo B
"Yo soy el
buen pastor"
-Hech
4,8-12
-Sal
117
-1Jn
3,1-2
-Jn
10,11-18
Hechos 4,8-12
En aquellos días, Pedro, lleno del
Espíritu Santo, dijo:
-Jefes del pueblo y senadores,
escuchadme: porque le hemos hecho un
favor
a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado
a
ese hombre. Pues quede bien claro, a vosotros y a todo Israel, que ha sido
el
nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien
Dios
resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante
vosotros.
Jesús es la piedra que desechasteis
vosotros los arquitectos, y que se
ha
convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar y, bajo el cielo,
no
se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.
I de Juan 3,1-2
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos hijos de Dios,
pues
¡lo somos!. El mundo no nos conoce porque no le conoció a Él.
Queridos: ahora somos hijos de Dios y aún
no se ha manifestado lo que
seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque
le
veremos tal cual es.
Juan 10,11-18
En aquel tiempo dijo Jesús a los
fariseos:
-Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da
la vida por las ovejas; el
asalariado,
que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo,
abandona
las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que
a
un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las
mías y las mías me conocen,
igual
que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las
ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de
este redil; también a esas
las
tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo
Pastor.
Por eso me ama el Padre: porque yo
entrego mi vida para poder
recuperarla.
Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo
poder
para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido
del
Padre.
Comentario
En este domingo la liturgia nos presenta
cada año la figura del Buen
Pastor
desde distintos puntos de vista. El evangelio de este ciclo invita a
considerar
la persona misma de Jesús como pastor bueno subrayando el rasgo
de
su entrega libre que lo diferencia netamente de los "mercenarios" y
lo
coloca
en una relación filial con el Padre.
Por tres veces (vers. 11,15,17) en el
texto del evangelio se menciona
el
desprendimiento de la propia vida. La primera para distinguir al buen
pastor
del asalariado, la segunda para expresar su "amor por las ovejas" y
la
tercera como motivo del amor que el Padre tiene por Él: "Por eso me ama
mi
Padre, porque yo me desprendo de mi vida para recobrarla de nuevo".
Esta relación única y personalísima de
Jesús con el Padre, puesta en
evidencia
sobre todo en el misterio pascual de muerte y de resurrección, es
la
que califica definitivamente a Jesús como pastor. El es el pastor en
cuanto
es el Hijo del Padre.
La expresión "Yo soy", que hace
eco a la revelación personal de Dios
en
el Antiguo Testamento y la figura del pastor con la que Dios se había
identificado
muchas veces (Cfr. Jer. 23; Ez 34; Zac. 13) para distinguirse
de
los otros pastores, presentan la identidad de Jesús de modo absoluto. Pero
a
renglón seguido se hace ver su dimensión relacional: Él es el Hijo ("este
encargo
me ha dado el Padre", Jn 18,10).
Su condición de "pastor" es,
pues, al mismo tiempo algo que define a
Jesús
de modo total y absoluto pero al mismo tiempo lo pone en una relación
peculiarísima
con el Padre. Esa relación Él la vive en la dimensión filial
de
su vida que le lleva al don de sí, a la entrega generosa desde esa
libertad
suprema de poder "desprenderse de su vida para recobrarla de nuevo".
De este modo se comprende que Jesús sea
el "único" del que el hombre
pueda
esperar la vida y la salvación, como insiste S. Pedro en el discurso
de
la 1ª. lectura.
Jesús, el hijo
Jesús, anunciado como sucesor de David,
"que reinará en la casa de
Jacob"
(Lc 2,33), es en Nazaret ante todo el "hijo".
En el episodio de los tres días en el
templo el evangelista lo muestra
ya
con esa libertad interior de quien posee el dominio sobre su propia vida
(se
pierde y se deja encontrar) que el texto de la misa de hoy pone también
en
primer plano.
Pero ya en Nazaret ese aparente acto de
insubordinación que es la
permanencia
en Jerusalén, es visto por Lucas en relación con el Padre. La
vinculación
misteriosa con "la casa de mi Padre", deja entrever esa relación
personal
de Jesús con el Padre que comportará su muerte, resurrección y
glorificación.
Y como signo y ratificación de su
condición filial con respecto al
Padre
está su obediencia a María y a José durante su infancia y juventud. Es
este
el modo más convincente de interpretar la obediencia y sumisión de Jesús
a
sus padres.
Este es nuestro pastor, el modelo de
pastor. Alguien de quien podemos
fiarnos
totalmente, porque Él mismo es hijo, es decir obediente. Sabemos así
que
entrando en su modo de ser, Él nos llevará al Padre.
Jesús, a quien contemplamos hoy como
pastor y guía, es también, ya
desde
su infancia "modelo del rebaño", como dice la primera carta de Pedro
(5,3).
Lo que da a Jesús su condición de pastor
y Mesías es su vinculación
única
con el Padre, pero esa condición no lo hace ajeno a nuestra condición
humana.
Mirando a Jesús en sus años de Nazaret, y
desde ellos todo el arco de
su
existencia terrena, podemos ver esa trayectoria nítida de libertad y
sometimiento
que hacen de la obediencia a Dios y a los hombres un acto de
amor:
algo que brota de lo más íntimo de la persona, algo que constituye al
hombre
en una libertad nueva y lo lanza hacia espacios antes ignorados.
"Tengo
otras ovejas que no son de este recinto" (Jn 10,16).
Señor Jesús, somos conocidos por ti,
como tu eres conocido por el Padre.
Tú eres nuestro pastor,
transparencia diáfana del rostro de Dios,
tú nos conoces y nos llevas a Él.
Introdúcenos, con la fuerza del Espíritu
Santo,
en tu gesto supremo y permanente de
donación
que es la eucaristía;
así llegaremos a la libertad radiante de
los hijos.
Somos hijos
"Hijos de Dios lo somos ya",
dice S. Juan en la 2ª. lectura de hoy. La
unión
con Jesús en el bautismo nos ha colocado en esa situación maravillosa.
Ser hijos hoy para nosotros, mirando al
evangelio desde Nazaret, es
profundizar
en esa situación de libertad interior que lleva a entregar
voluntariamente
la vida por los demás: "De buena gana, como Dios quiere",
dice
S. Pedro cuando habla de los pastores.
La condición de hijos nos lleva también a
esa obediencia sencilla y
clara
a quienes son constituidos como pastores, como lo hizo Jesús con María
y
José, descubriendo en lo que ellos dicen y deciden "el encargo que me ha
dado
el Padre" (Jn 10,18).
Esta condición filial de Jesús en Nazaret
nos revela la de todo hombre,
a
la vez responsable de otros y dependiente de ellos, y el camino para
vivirla
hoy como hijos de Dios: entregar la propia vida con la fe puesta en
el
Padre, sabiendo que un día nos la devolverá en modo nuevo.
La jornada de oración por las vocaciones
que se celebra en este domingo
es
una ulterior llamada a tomar conciencia de esa responsabilidad que tenemos
todos
en la Iglesia: todos por ser hijos y hermanos somos responsables de la
vida
de los otros (Gen 4,9). Jesús, el buen pastor, nos indica cómo vivir
hasta
el fondo esa responsabilidad ministerial. En distintos modos y a varios
niveles
el esquema de toda vocación es el mismo: responder a la llamada,
desprenderse
de la propia vida para recobrarla "cuando Jesús se manifieste
y lo veamos como es,
entonces seremos como Él" (I Jn 3,2).