sábado, 18 de febrero de 2017

Ciclo A - TO - Domingo VII

19 de febrero de 2017 - VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                           "Amad a vuestros enemigos"

-Lev. 19,1-2.17-18
-Sal 102
-1Co 3,16-23
-Mt 5,38-48

Mateo 5,38-48
  
   Dijo Jesús a sus discípulos:
   -Sabéis que está  mandado: "Ojo por ojo, diente por diente". Pero yo os
digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea
en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para
quitarte la túnica, dale también la capa; quien te requiera para caminar una
milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no
lo rehuyas.
   Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.
   Yo, en cambio, os digo:
   Amad a vuestro enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por
los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está
en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a
justos e injustos.
   Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo
mismo los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿Qué hacéis de
extraordinario? ¿No hacen también lo mismo los paganos? Por tanto, sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Comentario

   El pasaje evangélico de este domingo completa la serie de antítesis a
través de las que Jesús en el sermón de la montaña explica la ley nueva del
Reino. Las dos que consideramos hoy se refieren directamente a la relación
con el prójimo y explicitan de forma concreta el mandamiento del amor, punto
clave de la buena nueva.
   "Ojo por ojo..." Jesús toma pie de esta norma existente no sólo en los
Libros del Antiguo Testamento, sino en otras legislaciones antiguas, para,
por contraste, decir cuál es la actitud de quien quiere entrar en el Reino
de Dios. La ley del talión intentaba poner un freno y un límite al instinto
de venganza y era ya un progreso notable contra la barbarie. Jesús no inten-
ta, sin embargo, completar con nuevas y más rigurosas normas la ley natural.
Su enseñanza se sitúa en otro plano. Lo que Él pide es un corazón bueno,
capaz de ahogar en él mismo el deseo de devolver mal por mal, capaz de
aniquilar en el propio interior la reacción de venganza para dar cabida al
perdón, a la gratuidad, al amor. No se trata, por tanto de nuevas normas, de
otros preceptos que en último término serían paradójicos e impracticables,
sino de entrar en la disposición nueva requerida por el amor infinito y total
de Dios que lleva a asumir radicalmente la propia condición humana y la de
los demás, para ir más allá  de lo estrictamente requerido por nuestra razón
o por el sentido común. Es un paso que sólo se puede cumplir desde la fe.
   "Amad a vuestros enemigos...", es la última de las antítesis e indica
claramente cómo entrar en la lógica del Reino de Dios implica, en último
término, aceptar y estar dispuesto a imitar el modo de proceder de Dios, que
supera y transciende nuestro modo de pensar puramente humano.
   El ser hijos del Padre es para Jesús la razón última y la motivación del
comportamiento que propone a sus seguidores en el sermón de la montaña. Esto
supone devolver al hombre a su condición primera de criatura hecha a imagen
de Dios (Gen 1,27). En virtud de esa semejanza y de la elección del pueblo
de Israel, Dios pedía ya a los israelitas ser "santos, porque yo, el Señor,
soy santo" (Lev. 19,2).
   A esa misma motivación de fondo se refiere Jesús cuando propone al Padre
"que hace salir el sol sobre buenos y malos" como modelo de comportamiento
de los que le siguen. En adelante será el único camino para escapar de una
lógica moralista y mezquina, que encierra al hombre en una serie de
reacciones predeterminadas por sus instintos o por las convenciones sociales
y lo tiene prisionero de sus propios intereses.

"No hagáis frente"

   Las normas recogidas en el sermón de la montaña no son una lista de
prescripciones para aplicar cada una en el caso que corresponda. Revelan más
bien el espíritu con que hay que afrontar todas las situaciones de la vida,
si se opta por vivir en el Reino anunciado por Jesús.
   Por eso el mejor criterio interpretativo de ese conjunto de preceptos, de
orientaciones, de motivaciones, es ver cómo han sido vividos por Jesús y por
quienes han intentado seguirlo. En último término el evangelio es Jesús
mismo, más que la suma de lo que ha dicho y hecho.
   Teniendo esto presente, podemos contemplar la vida entera de Jesús como
reflejo de lo que dice en este resumen del Evangelio que es el sermón de la
montaña. Su comportamiento humilde y sumiso durante la pasión traduce al pie
de la letra algunas de las expresiones del evangelio de hoy. Pero toda su
vida fue un testimonio claro de gratuidad en el servicio y en el perdón, de
proclamación de la verdad y del amor, incluso a los enemigos. Su no
resistencia a quienes usaron la violencia contra Él pudo parecer señal de
debilidad; en realidad se reveló como el mejor camino para mostrar el amor
de Dios a todos los hombres, aunque para ello tuviera que sufrir y entregar
la vida.

Desde Nazaret

   Meditando el evangelio desde Nazaret, no podemos dejar de ver algunos
detalles que se sitúan ya desde los comienzos en la línea del no hacer frente
a quien agravia y que manifiestan cómo el modo de proceder de Jesús en sus
útimos años, no fue improvisado.
   Según el evangelio de Mateo, bajo la guía directa de Dios, la Sagrada
Familia, ante la matanza de los inocentes, huye a Egipto. La respuesta a la
violencia es la huida, el no hacer frente, el admitir la apariencia de
triunfo de quien se presenta como adversario. Por ese camino, Jesús realiza
el éxodo de su infancia, preludio del éxodo pascual, que comportan  actitudes
semejantes.
   Y al regresar a tierra de Israel después de la permanencia en Egipto, la
Sagrada Familia, guiada por José, cumple un nuevo gesto de no enfrentamiento
con el adversario. Según el programa narrativo de Mateo, el lugar natural de
nacimiento y residencia del Mesías era la ciudad real de Jerusalén o al menos
la comarca de Judea, heredera de las puras tradiciones del pueblo elegido.
Pero ante el hecho de que Arquelao, sucesor de su padre Herodes, reinaba en
Judea, "se retiró a Galilea y fue a establecerse a un pueblo que llaman Naza-
ret" (Mt 2,23). También en este caso, según el evangelista Mateo, ese modo
de comportarse paradójico que lleva a elegir un pueblo perdido de una comarca
heterodoxa es el camino por donde se manifiesta el consagrado por Dios, el
Nazareo.
   A partir de esos gestos iniciales, podemos imaginar los muchos detalles
de la vida concreta en los que la Sagrada Familia traduciría el amor a todos,
el perdón de las ofensas, la gratuidad,...

   Padre bueno, que mandas la lluvia
   sobre justos e injustos,
   que a todos amas y ofreces tu perdón y tu gracia,
   te bendecimos por la enseñanza que Jesús nos ha dado
   con su vida y con su palabra.
   Hoy queremos contemplar y celebrar tu bondad
   y pedirte el don del Espíritu Santo
   que nos hace hijos tuyos
   y nos impulsa a ser perfectos como tú;
   pero no con esa perfección
   de quien ha llegado ya a la meta,
   sino de quien está  siempre en camino.
   Queremos ser como tú con la confianza que nos da
   el mandato de Jesús,
   que tan bien conoce tu grandeza
   como nuestra limitación.

Hermano y enemigo

   Con razón se insiste en afirmar que el precepto de amar también a los
enemigos y no sólo al prójimo, introduce una nota de universalismo en la
caridad cristiana que lo debe llevar a acoger y a amar a todos.
   Pero esa oposición prójimo-enemigo lleva a desatender un aspecto muy
concreto de nuestra vida cotidiana: muchas veces el "enemigo" no es alguien
lejano, es nuestro prójimo, es alguien que vive con nosotros, es nuestro
hermano.
   Corremos el riego de teñir de romanticismo el precepto del Señor, si por
amor a los enemigos entendemos algún gesto heroico de perdón y amistad hacia
hipotéticos "enemigos" con quienes nunca nos encontramos, sencillamente
porque, en la mayor parte de los casos, no existen.
   Mi enemigo está  paradójicamente en quien más me ama, en aquel con quien
colaboro y con quien vivo todos los días. El proverbio dice acertadamente que
es quien bien te quiere quien te hará  llorar. De quienes recibimos las
mayores alegrías y estímulos para el bien, nos vienen también las ofensas que
más sentimos.
   El amor a los enemigos es esa actitud profunda que lleva a la disponi-
bilidad para perdonar y hacer el bien a quien nos puede perseguir y calum-
niar, pero, al filo de los días debe traducirse en gestos sencillos de re-
conciliación y apertura hacia quien está  a nuestro lado.
   Cualquiera de nosotros está  llamado a practicar el amor a los enemigos en
el ámbito donde vive. Se trata de matar dentro de uno mismo el despecho o la
indiferencia para ofrecer una palabra buena que reconstruye el diálogo o una
relación interrumpida; se trata de dar algo más de lo que se nos ha pedido,
de caminar dos millas con alguien a quien en principio concederíamos sólo
una; se trata de prestar algo que por anticipado sabemos que nunca nos será
devuelto...
   Comportamientos así introducen en las familias, en las comunidades una
lógica de gratuidad y de amor que va matando poco a poco el egoísmo y la
dinámica de la violencia. En eso consiste de forma concreta la construcción

del Reino de Dios en este mundo.
TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 11 de febrero de 2017

Ciclo A - TO - Domingo VI

12 de febrero de 2017 - VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                                              "Pero yo os digo..."

-Eclo 15,16-21
-Sal 118
-1Co 2,6-10
-Mt 5,17-37

Mateo 5,17-37

   Dijo Jesús a sus discípulos:
   -No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a
abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que pasarán el cielo y la
tierra antes que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que
se salte uno solo de estos preceptos menos importantes, y se lo enseñe así
a los hombres, será  menos importante en el Reino de los cielos. Pero quien
los cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los cielos.
   Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entra-
réis en el Reino de los cielos.
   Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será 
procesado. Pero yo os digo: todo el que está‚ peleado con su hermano será 
procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá  que comparecer ante
El sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego.
   Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te
acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu
ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y en-
tonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura
arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te en-
tregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro
que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
   Habéis oído el mandamiento: "No cometerás adulterio". Pues yo os digo: el
que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su
interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale
perder un miembro que ser echado entero en el abismo. Si tu mano derecha te
hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir
a parar entero en el abismo.
   Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de
repudio". Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer -excepto por causa
de prostitución- la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada
comete adulterio.
   Sabéis que se mandó a los antiguos: "No juraréis en falso" y "Cumplirás
tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el
cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies;
ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues
no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí
o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.

Comentario

       El evangelio de este domingo nos ofrece la parte más amplia del sermón
de la montaña. Después de las bienaventuranzas y las dos comparaciones (sal
y luz) con las que llama la atención sobre la responsabilidad de sus
discípulos, Jesús habla sobre el cumplimiento de la ley y su interpretación.
   En el marco litúrgico en que se lee, la advertencia del Eclesiástico
sobre la responsabilidad personal en la elección del bien ("Dios lo ve todo")
y la de S. Pablo sobre la sabiduría "que no es de este mundo", son una buena
introducción al mensaje central que nos ofrece el evangelio.
   El pasaje que la liturgia elige en el evangelio de Mateo tiene dos
partes. La primera presenta como tema el sentido de la ley para el discípulo
de Jesús. En la segunda se inicia la serie de antinomias con las que Jesús
corrige e interpreta la ley antigua a la luz de la plenitud de la revelación
que supone su venida. En este domingo se leen las tres primeras antinomias
("Habéis oído que se dijo.../ pero yo os digo...") sobre el homicidio, el
adulterio y el juramento. Las dos últimas serán leídas el domingo próximo.
   Punto clave para entender todo el pasaje es el v. 20, donde Jesús dice:
"Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no
entraréis en el Reino de Dios". Por justicia hay que entender la respuesta
del hombre a la acción salvadora de Dios, es decir, su fidelidad a la volun-
tad de Dios.
   Jesús no condena la fidelidad, incluso minuciosa de los escribas y
fariseos, sino que invita a superarla. Su planteamiento sería este: Si al
amor de Dios que se ha revelado a Israel debe corresponder una gran fidelidad
por parte de los hombres, cuánto más ahora que se han cumplido todas las
promesas; se ha inaugurado una época nueva en la que ya no basta una
minuciosidad en la observancia llevada hasta el extremo, sino que hay que dar
el paso de la fidelidad total.
   Cada una de las antinomias propone en uno de los  ámbitos de la vida (las
relaciones con el prójimo, el matrimonio, el juramento) esa lógica en la que,
a partir de Jesús, revelación total del amor de Dios, ya no es suficiente dar
una parte de la propia vida, hay que darla enteramente para recibirla en
plenitud.
   Las palabras de Jesús no se sitúan, pues, en contraposición con las de la
ley antigua, sino que van a la raíz misma del comportamiento humano, pidiendo
una actitud positiva ante Dios y ante el prójimo desde el fondo del corazón.
Es la actitud que Él mismo adopta poniéndose en una línea de fidelidad
radical - hasta la última tilde - de lo que era la voluntad del Padre sobre
su vida, aunque ello le costara llegar a la cruz.
   En realidad ésa es también la mejor interpretación de los preceptos de la
antigua ley.

En Nazaret

   En el sermón de la montaña Jesús explica en qué consiste en lo concreto
de la vida, el paso de conversión que requiere la buena nueva de la llamada
al Reino de Dios.
   Como en otras ocasiones, para meditar el evangelio desde Nazaret, diremos
que antes de ser proclamado fue vivido, y que, aun careciendo de muchos
detalles, podemos pensar que esas actitudes más profundas, más finas, más
comprometidas pedidas por Jesús a sus seguidores existieron ya en su hogar
familiar.
   Veámoslas con respecto a cada una de las antinomias en las que Jesús
llama a vivir ya la realidad de la nueva alianza entre Dios y el hombre.
   - Más allá  del atentar contra la vida del otro e incluso de la graduali-
dad de las actitudes de cólera y enfado contra el prójimo, está  esa bondad
del corazón de quien acepta a los demás en su vida como don de Dios. La
acogida reciproca de los tres que vivieron en Nazaret, precisamente porque
Dios les había salido al encuentro en su vida, nos ayudar  a entender el
camino para llegar al fondo de las razones de nuestro comportamiento en la
era nueva inaugurada por la venida de Cristo.
   - Es muy importante el culto ofrecido a Dios, pero debe ser una mani-
festación de la rectitud de la persona y no un camuflaje indigno de Dios y
del hombre. De ahí la importancia del camino que precede al momento de la
ofrenda cultual como lugar de encuentro con el hermano y como tiempo abierto
a la reconciliación. Mirando a la Sagrada Familia, vemos que lo que predomina
en su vida es la sencillez de la vida ordinaria, el camino que va hacia el
sacrifico último y definitivo de Cristo en la cruz. La importancia que da
Jesús al tiempo que lo precede, al camino hacia el altar, es también una
valoración del tiempo de Nazaret.
   -¨Y qué decir del amor virginal de María y José? El amor plenamente
humano vivido en la intimidad de un hogar y fiel al designio de Dios sobre
sus vidas habla por sí solo de la delicadeza pedida por Jesús en las relacio-
nes entre el hombre y la mujer.
   -Por fin la sencillez en la palabra. En el fondo el juramento de que se
habla en el evangelio es un intento servirse de la autoridad de Dios para dar
más peso a lo que uno dice. Fácil debió ser la tentación para María y José
de acudir a ese recurso en las dramáticas circunstancias de los comienzos de
su vida en común. Por el evangelio sabemos, sin embargo, que fue Dios mismo
quien tuvo que intervenir mediante un Ángel para decir a José que la criatura
que su esposa llevaba en el seno era obra del Espíritu Santo...
   En los evangelios de la infancia podemos encontrar una confirmación clara
de que Jesús no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento. Junto con
María y José cumplió y enseñó a los hombres el camino de la perfecta
fidelidad a Dios.

   Te pedimos, Padre, la efusión del Espíritu Santo,
   sobre nosotros y sobre toda la Iglesia.
   Él, que penetra las profundidades
   y da la verdadera sabiduría,
   transforme nuestros corazones
   para que sepamos acoger con ánimo abierto
   todo lo que nos revelas como tu voluntad
   y sepamos cumplirlo generosamente.
   Que el Espíritu Santo nos lleve, como a Jesús,
   a cumplir la ley hasta el último detalle
   sin dejarnos aprisionar por el legalismo
   ni por otros falsos motivos,
   que llevan a una fidelidad formal
   pero carente de vida.

Cumplir la ley

   Cumplir la ley y los profetas, en el sentido que se da a esta expresión
en el evangelio de hoy, es llevar a su plenitud el designio de Dios revelado
en los libros sagrados. Pero se trata de una realización concreta, de un modo
de actuar que llena de contenido lo que las Escrituras proclaman.
   Hay un modo de cumplir la ley que lleva al desánimo o al orgullo, según
los casos. Desánimo si, por pretender una minuciosidad carente de
discernimiento se llega a la sensación de no poder llevar a la práctica todo
lo que uno considera obligatorio. Orgullo, si uno se cree perfecto por la
correspondencia formal entre lo que hace y lo que está mandado.
   Son estos caminos por donde se pierden muchas veces nuestros com-
portamientos aún sin evangelizar ni redimir.
   La Palabra de Dios nos invita hoy a recorrer otra senda. Se trata en
primer lugar de acoger mediante la fe el don de gracia que el Señor da y
dejar que el Espíritu Santo transforme nuestro corazón escribiendo en él su
ley. De esta forma, renovados desde dentro, podemos amar de verdad todo lo
que el Señor prescribe y cumplirlo por amor a Él.
   Visto así el cumplimiento de la ley, es algo que construye verdaderamente
a las personas y las hace crecer. La ley no será ya como un peso o una norma
meramente externa a la que adecuar la propia conducta. "Así la exigencia
contenida en la ley puede realizarse en nosotros, que ya no procedemos
dirigidos por los bajos instintos, sino por el Espíritu" (Rom 8,4).
   Desde esa motivación de fondo, cobran su sentido dos actividades que
tienen una importancia fundamental para el crecimiento espiritual: la aten-
ción para conocer cada vez mejor la voluntad de Dios a través del estudio y
la meditación de la Palabra y la preocupación por ser cada vez más delicados
y exactos en practicar lo que sabemos que Dios, por medio de varias mediacio-
nes, nos pide en lo concreto de la vida.
   El continuo paso de la motivación de fondo a las cosas concretas en que
se desenvuelve nuestra vida, como lo hace el evangelio de hoy, es
completamente necesario para respirar el aire puro del Espíritu.


TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 4 de febrero de 2017

Ciclo A - TO - Domingo V

5 de febrero de 2017 - V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                    "Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo"

-Is 58,7-10
-Sal 111
-1Co 2,1-5
-Mt 5,13-16

Mateo 5,13-16
  
   Dijo Jesús a sus discípulos:
   Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con
qué‚ la salaréis? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
   Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en
lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del
celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la
casa.
   Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras
y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.                   

Comentario

    Las imágenes de la sal y de la luz ayudan a centrar de inmediato la
atención en el núcleo del mensaje presentado por las lecturas de este domin-
go. Los discípulos de Jesús son sal y luz en este mundo.
   Como primer paso en la comprensión del evangelio, hay que anotar que se
trata de la continuación de las bienaventuranzas. Esa colocación sugiere ya
la interpretación de que, en la medida en que se viven esas actitudes
características de los seguidores de Jesús, se es la sal que da sabor y la
luz que ilumina a los demás.
   La idea que está detrás de la imagen de la sal es la penetración profunda
en la realidad, para transformarla. Su fuerza expresiva está en el hecho de
que la sal es un artículo de primera necesidad, imprescindible en la vida de
los hombres, y en su capacidad de, aun en pequeña cantidad, cambiar con su
virtud la cualidad de la materia en que se disuelve. Esa es también la misión
a la que están llamados los discípulos de Jesús. La imagen parece sugerir que
no es necesaria una presencia masiva para que todo cambie, basta que la sal
mantenga su autenticidad.
   Un texto del Levítico nos ayuda quizá a encontrar las raíces de esta
imagen. Dice así: "Sazonaréis todas vuestras ofrendas. No dejaréis de echar
a vuestras ofrendas la sal de la alianza de vuestro Dios. Todas las ofrecerás
sazonadas" (2,13). Podemos así decir que quien vive las bienaventuranzas hace
posible que el mundo entero se transforme en "ofrenda" de la alianza. Su vida
es ese nexo de alianza que lleva a la relación entre Dios y el mundo.
   Y a las ideas de la penetración en las realidades de este mundo para
cambiarlas se añade, con la imagen de la luz, la de la difusión del evangelio
presente en el corazón del creyente. Aunque muy íntimo, es algo que no se
puede ocultar, que tiende a irradiarse por sí mismo. Se trata de dejar que
viva esa dinámica, profunda y concreta, que va de la transformación del co-
razón al cambio de la conducta, de la fe aceptada como luz en la propia vida
a las obras que la expresan y que son capaces de provocar en los demás un
movimiento de apertura similar.
   Esa es la "sabiduría" (2ª. lectura) con la que somos llamados a vivir en
este mundo. No se trata de persuadir a los otros con sublime elocuencia, sino
de dar testimonio con la fuerza del Espíritu Santo. Para ello es necesario
admitir que la luz que presentamos no es nuestra. Es Cristo la verdadera luz
del mundo (Jn 8,12), testigo a su vez del Dios en quien no existen las
tinieblas (1Jn 1,5)
   Esa transparencia hará posible que los hombres conozcan al verdadero Dios
y le den gloria.

La luz de Nazaret

   La Palabra de Dios pide a los cristianos ser luz para el mundo. Meditando
desde Nazaret el evangelio de hoy, podemos descubrir cómo cumplir esa misión
de ser guía y prestar ese servicio al que somos llamados.
   Nuestro modo de iluminar el mundo no puede ser distinto del de Jesús. Él
que es "luz de luz", se hizo hombre para salvarnos. La encarnación es, pues,
el modo elegido por Dios para redimir al hombre y mostrarle el camino de su
liberación.
   Mediante la encarnación, el Dios invisible se hace de algún modo visible,
palpable. "Lo que oímos, lo que vieron nuestros ojos, lo que contemplamos y
palparon nuestras manos...", insiste S. Juan (1Jn 1,1). Esa es la manera
elegida por Dios para que el hombre pueda llegar a la plenitud de la verdad,
para que pueda descubrir lo invisible a través de la visibilidad de la huma-
nidad de Cristo. Así el hombre, siguiendo a Cristo, puede comprender la
relación que le une con Dios y, de rechazo, entender su propia dignidad. "En
realidad el misterio del hombre no se aclara de verdad sino en el misterio
del verbo encarnado" (G.S. 22). Siguiendo las huellas de Jesús, el hombre,
en su condición limitada y perecedera, puede imitar la santidad misma de Dios
y entrar en comunión con Él.
   Hay, pues, una relación profunda entra las dos imágenes que nos presenta
el evangelio: la sal y la luz. Contemplando la encarnación de Cristo, podemos
decir que la luz verdadera llega al mundo cuando Él se encarna, es decir,
cuando Él penetra en nuestro mundo y, dejando de lado su condición divina
(Flp. 2) se identifica (se disuelve, si queremos prolongar la imagen de la
sal) totalmente en nuestra condición humana. De manera que su misión
reveladora e iluminadora está en profunda relación con la situación
existencial en que se coloca mediante la encarnación.
   Como en otras ocasiones cabe añadir que la larga permanencia en Nazaret,
que permitió a Jesús la penetración capilar en nuestra condición humana,
subraya necesariamente la dimensión encarnatoria. En Nazaret se ve
palpablemente que era necesario ser auténticamente hombre para llevar el
mensaje de la salvación a todos los hombres desde la misma condición en que
ellos se encuentran. La luz alumbra a todos los de la casa cuando está en la
casa. 
   Pero la luz no puede mantenerse por mucho tiempo oculta, no se ha hecho
para eso. "La luz verdadera, la que alumbra a todo hombre, estaba llegando
al mundo" (Jn 1,9). Por eso salió Jesús de Nazaret, desde su condición de
hombre plenamente asumida, para ir al encuentro de todo hombre. "No se
enciende una lámpara para meterla debajo de un celemín..."

   Te bendecimos, Señor Jesús,
   por llamar a tus discípulos
   a ser portadores de tu luz
   encarnándose en las situaciones
   en que son llamados a vivir.
   Queremos mantenernos siempre unidos a ti,
   mediante la acción del Espíritu Santo,
   para no perder
   esa fuerza transformadora
   capaz de dar un sentido nuevo a este mundo.
   Así el Padre será glorificado.

"Vuestras buenas obras"

   Las lecturas de este domingo llevan al cristiano a tomar conciencia de su
responsabilidad frente al mundo. El crecimiento en la identidad cristiana se
juega precisamente en la capacidad de relación con las realidades que lo
rodean en este mundo.
   Seguir a Jesús, asumiendo las actitudes de las bienaventuranzas, quiere
decir ser conscientes de que el discípulo posee en sí mismo, por el don que
se le ha hecho en el bautismo, una "sabiduría" (una sal) que da una orienta-
ción nueva, un significado distinto a cuanto existe en este mundo. Y el mundo
necesita que alguien le comunique el significado auténtico de su existencia
y de cuanto hay en él para no morir encerrado en sí mismo.
   De ahí nace la responsabilidad del cristiano. Él posee esa fe que afirma
la realidad de un Dios del que vienen todas las cosas y hacia el que todo se
mueve. Una persona así puede cambiar desde dentro las situaciones concretas
de la vida y el sentido del mundo en general. "Y esa es la victoria que ha
derrotado al mundo: nuestra fe; pues, ¿quién puede vencer al mundo sino el
que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1Jn 5,4).
   Pero el evangelio de hoy llama al cristiano no a declaraciones abstractas
de su fe, sino a expresarla en un lenguaje significativo para la sociedad de
hoy con la transparencia indiscutible de las buenas obras. De ahí la
continuidad lógica con lo que propone la 1ª. lectura: "Parte tu pan con el
hambriento... Entonces romperá tu luz como la aurora" (Is 58,8).
   La exigencia de las "obras", capaces de hacer brotar la luz, de remitir
directamente al "Padre que está en los cielos", pide en las actuaciones con-
cretas del discípulo de Jesús una fuerte motivación de fe y una gran autenti-
cidad en las finalidades que se propone conseguir.
   La eficacia transformadora de las acciones del cristiano en una lógica
puramente humana no es garantía de que llegue a dar al mundo ese "sabor" que
necesita para que los hombres den gloria al Padre. Por eso le será necesario
no apartarse del sentido que tiene la cruz de Cristo (2ª. lectura), pues
mediante el sin sentido aparente de su muerte, como con el sin sentido de su
vida en Nazaret, es cómo Dios ha redimido el mundo.
   TEODORO BERZAL.hsf