sábado, 31 de marzo de 2018

Ciclo B - Domingo de Pascua


1 de abril de 2018 - DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION - Ciclo B

                       "No está aquí: ha resucitado"

Hechos 10, 34a. 37-43

      En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
      -Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan
predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús
de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó
haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios está
con Él.
      Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén.
Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos
lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado:
a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.
      Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios
lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es
unánime: que los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los
pecados.

Colosenses 3,1-4

      Hermanos:
      Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allí  arriba,
donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de
arriba, no a los de la tierra.
      Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con Él, en gloria.

Juan 20,1-9

      El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amane-
cer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a
correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería
Jesús, y les dijo:
      -Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
      Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían
juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó
primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no
entró.
      Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las
vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por
el suelo con las vendas sino enrollado en un sitio aparte.
      Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero
al sepulcro; vio y creyó.
      Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de
resucitar de entre los muertos.

Comentario

      Entre la disparidad de detalles que ofrecen los evangelistas sobre el
número de mujeres que fueron al sepulcro de Jesús el primer día de la semana,
sobre si eran uno o dos los Ángeles que allí estaban, sobre el mensaje que
dieron, sobre las idas y venidas del sepulcro al cenáculo, emerge en todos
ellos la afirmación esencial: "No está aquí: ha resucitado".
      Leyendo los relatos de los evangelios sobre la resurrección de Jesús
se tiene esa impresión de movilidad, de dinamismo, de una gran verdad dicha
y callada al mismo tiempo ("no dijeron nada a nadie" Mc 16,8), algo que pasa
de boca en boca, que algunos creen y otros no. Da la sensación de que, como
siempre que ocurre algo importante e inaudito, los hechos desbordan la
capacidad de comunicación de las personas que los están viviendo. Todos
transmiten a su modo la misma cosa, pero la experiencia de cada uno es
fragmentaria. Hará falta tiempo para que lo esencial se vaya decantando.
      Es bonito ver como el gran mensaje pascual, el centro del kerigma
cristiano, se va revelando en esas idas y venidas, en esas comunicaciones
precipitadas, en esas miradas, gestos, palabras, anuncios entrecortados que
tienen poco que ver con una declaración solemne y preparada de antemano, con
una manifestación o un discurso bien elaborado.
      Se diría que la nueva vida del resucitado entra en la vida de los
primeros testigos de la resurrección a través de los canales normales de la
vida: una confidencia, una visita, un ir a avisar, correr, ir y venir,
moverse en medio de la agitación de cada día. Y a través de todo cruza como
un rayo de luz la gran noticia: "Ha resucitado".

"Vuestra vida está escondida con el Mesías en Dios"

      Son las palabras de la carta a los Colosenses que se leen en esta
solemnidad, madre de todas las fiestas, y que pueden ayudarnos a contemplar
desde Nazaret el evento pascual.
      Traducen la realidad de la vida nueva de quien, mediante el bautismo,
ha "resucitado con Cristo". La fe en Cristo coloca al bautizado en esa
situación de tensión que lleva a "estar centrado en las cosas de arriba"
mientras vive en esta tierra. La manifestación gloriosa es para más adelante.
      Por eso podemos ver en la condición de vida de la familia de Nazaret
una imagen de la situación presente del cristiano. También en la aldea de
Nazaret alguien sabía ya quien era Jesús. Como en la mañana de la
resurrección, el misterio había sido revelado a los testigos en la aparición
de Ángeles, en las idas y venidas de Nazaret a Belén y de Belén a Nazaret.
El misterio estaba allí, en las situaciones ordinarias de una familia
cualquiera.
      Verdaderamente fueron María y José los primeros que pudieron decir que
su vida estaba "escondida con el Mesías en Dios". Y ellos más que ningún otro
vivieron en la esperanza de que "cuando se manifieste el Mesías, que es
nuestra vida, con Él os manifestaréis vosotros gloriosos".
      Una "vida escondida con el Mesías" fue la de Nazaret. Es el tiempo que
sigue al primer anuncio. Es el tiempo que sólo aguantan los que tienen en el
corazón la certeza de que Jesús es verdaderamente el Señor. Todavía sin pro-
clamarlo en público (no olvidemos que el discurso de Pedro que leemos hoy en
la primera lectura fue pronunciado después de Pentecostés) pero ya sabiéndolo
gozosamente, compartiéndolo en la comunidad-familia y testimoniándolo con una
vida "en Dios".
      Vivir como en Nazaret es verdaderamente la vida del cristiano. Su fe
le introduce en una condición nueva en la que comparte la vida del Mesías,
aunque aún no se manifieste en todo su esplendor.

      Señor, en esta mañana de la Pascua
      te hemos visto glorioso,
      como María en el camino.
      Renueva nuestra fe,
      que nos lleve a la certeza de la resurrección,
      que nos lleve a testimoniarla y a anunciarla,
      que nos lleve a crear comunidad en torno a ti
      y a aguardar con gozo y esperanza
      la efusión del Espíritu Santo.
      Con Él iremos hasta los confines de la tierra
      anunciando la gran noticia del amor del Padre
      a todos los hombres y la posibilidad para todos
      de pasar a una nueva vida.

Vivir la pascua

      Necesitamos cada año y cada semana celebrar la pascua para ir dejando
que la vida nueva del resucitado vaya transformándonos poco a poco. La fe en
la resurrección de Cristo es, ante todo, el compromiso de cambiar de vida,
de dejar que a través de los gestos ordinarios de nuestra existencia vaya pe-
netrando esa luz que viene de Él.
      Nazaret nos invita a esconder nuestra vida con Cristo. No debemos
entenderlo como una cobardía o como un afán de rehuir la propias
responsabilidades. Es más bien la invitación a ese camino de vida nueva en
el que Cristo es no sólo compañero, sino ese agente interior de
transformación que va renovándolo todo, nuestra persona, nuestras comunidades
y el mundo entero, hasta que llegue el día de su manifestación. Entonces
caerá, como fruto maduro, ese hombre nuevo, esa comunidad nueva, ese mundo
nuevo que su gracia y nuestro esfuerzo han ido tejiendo en secreto, "en
Dios".
      Ese es el camino de Nazaret y el camino de la pascua para nosotros hoy.
En realidad se trata de volver al proyecto primero que el amor de Dios tiene
para cada uno de nosotros y para el mundo. El hombre nuevo, fundamento de
todo, surge de la tumba de Nazaret, como Cristo, sólo surgió el tercer día, por la
potencia de Dios que actuó en Él y que actúa también en cada uno de nosotros,
si nos abrimos a Él.
TEODORO BERZAL.hsf

lunes, 19 de marzo de 2018

Ciclo B - Domingo de Ramos


25 de marzo de 2018 - DOMINGO DE RAMOS "IN PASSIONE DOMINI"

               "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"

Isaías 50,4-7

      Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido
una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche
como los iniciados.
      El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he
echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que
mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me
ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso endurecí mi rostro como peder-
nal, y sé que no quedaré avergonzado.

Filipenses 2,6-11

      Hermanos:
      Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría
de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de
esclavo, pasando por uno de tantos. Y así actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
      Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre-sobre-
todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el
Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: "¡Jesucristo es
el Señor!", para gloria de Dios Padre.

Marcos 14,1-15,47

      Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y
los letrados pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero
decían:
      S.    -No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.
      C.    Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado
a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro;
quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban indignados:
      S.    -¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido
por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.
      C.    Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:
      J.    -Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está 
bien. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis
socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ella ha hecho lo
que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os
aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se
recordará también lo que ha hecho ésta.
      C.    Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacer-
dotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron darle
dinero. Él andaba buscando la ocasión propicia para entregarlo.
      El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual,
le dijeron a Jesús sus discípulos:
      S.    -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
      C.    -Él envió a dos discípulos diciéndoles:
      J.    -Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de
agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pre-
gunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis
discípulos?". Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con
almohadones. Preparadnos allí la cena.
      C.    Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron
lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue Él con
los Doce. Estando a la mesa comiendo dijo Jesús:
      J.    -Os aseguro, que uno de vosotros me va a entregar: uno que está
comiendo conmigo.
      C.    -Ellos, consternados. empezaron a preguntarle uno tras otro:
      S.    ¿Seré yo?
      C.    Respondió
      J.    -Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo.
El Hijo del Hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregar
al Hijo del Hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!
      C.    Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo
partió y se los dio diciendo:
      J.    -Tomad, esto es mi cuerpo.
      C.    Tomó luego una copa, pronunció la acción de gracias, se las dio y
todos bebieron. Y les dijo:
      J.    -Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.
Os aseguro, que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba
el vino nuevo en el Reino de Dios.
      C     Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.
Jesús les dijo:
      J.    -Todos vais a caer, como está escrito: "Heriré al pastor y se
dispersarán las ovejas. "Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a
Galilea.
      C.    Pedro replicó:
      S.    Aunque todos caigan, yo no.
      C.    Jesús le contestó:
      J.    -Te aseguro, que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos
veces, me habrás negado tres.
      C.    Pero él insistía:
      S.    Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
      C.    Y los demás decían lo mismo. Fueron a una finca, que llaman
Getsemaní y dijo a sus discípulos:
      J.    -Sentaos mientras voy a orar.
      C.    Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y
angustia, y les dijo:
      J.    -Me muero de tristeza: quedaos aquí velando.
      C.    Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si
era posible, se alejase de Él aquella hora; y dijo:
      J.    -¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero
no sea lo que yo quiero sino lo que tú quieres.
      C.    Volvió, y al encontrarlos dormidos. dijo a Pedro:
      J.    -Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y
orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne
es débil.
      C.    De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras.
Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados.
Y no sabían qué contestarle. Volvió y les dijo:
      J,    -Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta ya! Ha llegado la hora; mirad
que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores, ¡Levan-
taos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
      C.    Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los
doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes,
los letrados y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña,
diciéndoles:
      S.    -Al que yo bese, es Él: prendedlo y conducidlo bien sujeto.
      C.    Y en cuando llegó, se acercó y le dijo:
      S.    -¡Maestro!
      C.    Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los
presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado
del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
      J.    -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a caza de
un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis.
Pero, que se cumplan las Escrituras.
      C.    Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho
envuelto sólo en una sábana; y le echaron mano; pero él, dejando la sábana,
escapó desnudo.
      Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los
sumos sacerdotes y los letrados y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de
lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los
criados a la lumbre para calentarse.
      Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un testimonio
contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque
muchos daban falso testimonio contra Él, los testimonios no concordaban. Y
algunos, poniéndose de pie, daban testimonio contra Él diciendo:
      S.    -Nosotros le hemos oído decir: "Yo destruiré este templo,
edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por
hombres."
      C.    Pero ni en esto concordaban los testimonios.
      El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
      S.    -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que
levantan contra ti?
      C.    Pero Él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo
interrogó de nuevo preguntándole:
      S.    -¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?
      C.    Jesús contestó:
      J.    -Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la
derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.
      C.    El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo:
      S.    -¿Qué falta hacen más testigo? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué
decidís?
      C.    Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a
escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
      S.    -Haz de profeta.
      C     Y los criados le daban bofetadas.
      Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo
sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo:
      S.    -También tú andabas con Jesús el Nazareno.
      C.    El lo negó diciendo:
      S.    -Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.
      C.    Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo,
volvió a decir a los presentes:
      S.    -Este es uno de ellos.
      C.    Y él volvió a negar. Al poco rato también los presentes dijeron
a Pedro:
      S.    -Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.
      C.    Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
      S.     -No conozco a ese hombre que decís.
      C.    Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó
de las palabras que le había dicho Jesús: "Antes de que cante el gallo dos
veces, me habrás negado tres", y rompió a llorar.
      Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los
letrados y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y, atando a Jesús,
lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
      Pilato le preguntó:
      S.    -¿Eres tú el rey de los judíos?
      C.    Él respondió:
      J.    -Tú lo dices.
      C.    Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le
preguntó de nuevo:
      S.    -¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.
      C.    Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía soltar un preso, el que le pidieran. Estaba en la
cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio
en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.
      Pilato les contestó:
      S.    -¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
      C.    Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por
envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran
la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
      S.    -¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?
      C.    Ellos gritaron de nuevo:
      S.    -¡Crucifícalo!
      C.    Pilato les dijo:
      S.    -Pues ¿qué mal ha hecho?
      C.    Ellos gritaron más fuerte:
      S.    -¡Crucifícalo!
      C.    Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás;
y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
      Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y
reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona
de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
      S.    -¡Salve, rey de los judíos!
      C.    Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando
las rodillas, se postraban ante Él.
      Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo
sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón
de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
      Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de "La
Calavera"), y le ofrecieron vino con mirra; pero Él no lo aceptó. Lo
crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que
se llevaba cada uno.
      Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación
estaba escrito: EL REY DE LOS JUDIOS. Crucificaron con Él a dos bandidos, uno
a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: "Lo
consideraron como un malhechor".
      Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
      S.    -¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres
días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
      C.    Los sumos sacerdotes, se burlaban también de Él diciendo:
      S.    -A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Me-
sías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.
      C.    También los que estaban crucificados con Él lo insultaban. Al
llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde.
Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
      J.    -Eloí Eloí lamá sabactaní. (Que significa: Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?)
      C.    Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
      S.    -Mira, está llamando a Elías.
      C.    Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la
sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
      S.    -Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.
C.     Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se
rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver
cómo había expirado, dijo:
      S.    -Realmente este hombre era Hijo de Dios.
      C.    Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas
María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José y Salomé,
que cuando Él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas
que habían subido con Él a Jerusalén.
      Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado,
vino José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el reino de
Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
      Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión
le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.
      Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una
sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro,
excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.
      María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.

Comentario

      El relato de la pasión que leemos hoy en el evangelio de Marcos es el
más antiguo y se caracteriza por su sencillez, objetividad y dramaticidad.
Se diría que estamos ante un proceso verbal de los hechos, que el evangelista
ofrece para que cada uno saque las consecuencias.
      Siguiendo la línea narrativa, tenemos en primer lugar la preparación
a la pascua con la escena en casa de Simón, el leproso, y los preparativos
en Jerusalén, que crean el ambiente adecuado y ofrecen ya varios motivos de
reflexión. Viene luego la cena pascual en la que Jesús anticipa
sacramentalmente su entrega total y donde se cruzan como un relámpago el
anuncio de la traición de Judas y del abandono de Pedro. La impresión de que
Jesús vive su drama solo, ya sentida durante la cena, se acentúa durante la
oración en Getsemaní y culmina luego en la cruz.
      El doble proceso a que Jesús es sometido, ante las autoridades
religiosas judías y ante Pilato, pone de manifiesto su condición de Mesías
y de Rey. Ambos culminan con la muerte en la cruz. Jesús, abandonado de
todos, ora con las palabras del salmo 21, la oración del justo sometido al
dolor; su plegaria se hace grito angustioso al expirar.
      En ese momento se rasga el velo del templo, como para indicar que a
partir del sacrificio de Jesús, todos tienen acceso en Él a Dios. Y el
primero que pasa por esa nueva puerta abierta es el centurión quien, en las
antípodas del sumo sacerdote, reconoce en Jesús, por el modo cómo le ha visto
morir, al Hijo de Dios: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios".
      Esa es también la confesión de fe que cada uno de nosotros es invitado
a hacer escuchando el evangelio de hoy. Sólo así será verdaderamente
evangelio, es decir, buena nueva.

En los comienzos

      Los relatos de la pasión son el núcleo más primitivo del evangelio. Su
contenido fue el primer anuncio postpascual. Entorno a él la primitiva
comunidad cristiana y luego los evangelistas fueron recuperando (y de algún
modo interpretando) los otros acontecimientos referentes a la vida de Jesús,
desde su bautismo (Marcos), desde su encarnación y nacimiento (Lucas y
Mateo).
      Por eso, ya desde los comienzos, los evangelistas ven o interpretan
ciertos datos a la luz de los acontecimientos pascuales. Esto facilita y
legitima de alguna manera el camino de quien quiere leer el evangelio desde
Nazaret.
      Juan dice en el prólogo de su evangelio que el Verbo "vino a su casa
y los suyos no le recibieron". Ese rechazo tiene su punto culminante en la
negativa del sumo sacerdote y sus acompañantes a reconocer a Jesús como "el
Mesías, el Hijo de Dios bendito". "Todos sin excepción pronunciaron sentencia
de muerte" (Mc 14,64).
      Este juicio y condena, expresión de la ceguera culpable de las
autoridades religiosas, está ya de algún modo anticipada en la turbación que
produjo en "Jerusalén entera" la visita de los magos al principio de la vida
de Jesús (Mt 2,34). La persecución desencadenada por Herodes contra los
inocentes marca ya el camino de oposición a quien, del modo que fuera,
pudiera hacer sombra al detentador del poder. A través de otros episodios se
llegará así al drama que hoy contemplamos.
      La muerte de Jesús en la cruz no es un accidente. El previó y anunció
varias veces lo que iba a suceder. ¿Desde cuándo? Los evangelios presentan
varios anuncios de la pasión. Quizá nosotros podamos percibir algunos otros
y aprender a introducirnos poco a poco, desde Nazaret, en el misterio de la
pasión y de la muerte del Señor. El ya cuando tenía 12 años estuvo en
aquellos lugares donde se produjo su condena haciendo las primeras preguntas
y dando las primeras respuestas...

      Señor Jesús, creemos en ti
      y te reconocemos como Hijo de Dios
      junto con el centurión
      y todos aquellos a quienes has liberado
      con tu muerte en la cruz.
      Junto a ti, Señor, queremos vivir hoy
      la agonía de los que son víctima de la injusticia,
      de la calumnia, de la incomprensión...
      En tu grito tremendo de muerte
      ponemos el sufrimiento
      de todos los que se sienten abandonados.
      Danos tu espíritu filial, tu Espíritu Santo,
      que nos lleve a abrazar a todos
      y caminar con ellos hacia el Padre.

El paso de la fe

      "Hermanos, tenemos libertad para entrar en el santuario llevando la
sangre de Jesús y tenemos un acceso nuevo y viviente que Él nos ha abierto
a través de la cortina, que es su carne, y tenemos además un gran sacerdote
al frente de la familia de Dios" (Heb 10,19-21). Es la invitación a dar, como
el centurión, el paso de la fe, que consiste en reconocer en "aquel hombre"
al "Hijo de Dios".
      Esa es la puerta que nos da la inmensa libertad de la fe; libertad que
quita todas las trabas para acercarnos a Dios en Cristo Jesús, libertad que
debe llevarnos a ese modo nuevo de vivir que consiste en entregarse
totalmente para la salvación de los hombres.
      La contemplación de la cruz desde Nazaret debería educar nuestra mirada
para reconocer los rasgos dramáticos del Calvario no sólo en las situaciones
finales, irreversibles, donde ya todo está claro, sino también en esas otras
que todavía tienen un futuro, pero donde se encuentran ya larvados todos los
gérmenes que producirán un día la opresión y la muerte del inocente. Pero
además está pidiendo nuestro empeño para evitar la tragedia desde los
comienzos y para reconocer todo el drama de la redención en las proporciones
modestas de muchas situaciones de nuestra vida de cada día.

TEODORO BERZAL.hsf