sábado, 29 de mayo de 2021

Ciclo B - Santísima Trinidad

 30 de mayo de 2021 - SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD – Ciclo B

 

        "... en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"

 

Deuteronomio 4,32-34. 39-40

 

      Habló Moisés al pueblo y dijo:

      -Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde

el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás desde un

extremo al otro del cielo palabra tan grande como esta?, ¿se oyó cosa

semejante?, ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del

Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?, ¿algún Dios intentó

jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas,

signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes

terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en

Egipto?

      Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único

Dios allá  arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda

los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz,

tú y tus hijos, después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor

tu Dios te da para siempre.

 

Romanos 8,14-17

 

      Hermanos:

      Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de

Dios.

      Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para renacer en el

temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba!

(Padre).

      Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos

hijos de Dios; y si somos hijos también herederos, herederos de Dios y

coherederos con Cristo.

 

Mateo 28,16-20

 

      En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que

Jesús les había indicado.

      Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.

      Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

      -Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced

discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del

Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he

mandado.

      Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del

mundo.

 

Comentario

 

      En esta solemnidad de la Santísima Trinidad la fe que hemos recibido

en el bautismo nos lleva al silencio extasiado ante el misterio de Dios y a

la palabra serena que busca comprender mejor para vivir más intensamente.

      El texto conclusivo del evangelio de Mateo que la liturgia nos

presenta, se articula en dos partes: la narración de la última aparición del

resucitado que conduce a los once (=nuevo Israel) al monte de Galilea y el

envío.

      La intervención de Jesús en esta segunda parte da fuerza al mandato

misionero porque el envío se hace con la autoridad plena que Él ha recibido

del Padre y, al mismo tiempo, ensancha el panorama de la salvación

ofreciéndola a todas las naciones.

      La fórmula trinitaria en la administración del bautismo, que recoge la

práctica de la Iglesia primitiva, resume toda la revelación del misterio de

Dios hecha por Jesús en el evangelio. El Padre es el origen del ser y de la

misión de Cristo y el Espíritu Santo es su continuador después de la Pascua.

Esta centralidad de Cristo y la presencia permanente que asegura a sus

discípulos es una fuerte invitación a entrar, a través de Él, en el misterio

de Dios y a mantener una relación de amor con el Padre y de docilidad al

Espíritu Santo. Esa es la condición de vida de todos los que reciben el bau-

tismo y se comprometen a practicar todas sus exigencias.

      Esa cercanía e intimidad con Dios, ya anunciada en el texto del

Deuteronomio (1ª. lectura) encuentra su pleno cumplimiento en la realidad

nueva que crea el bautismo en el hombre. Desde ella el cristiano se siente

verdaderamente hijo de Dios, en su único Hijo; Y esto con una confianza total

que viene del hecho de haber recibido el Espíritu Santo. Quienes se dejan

guiar por Él, esos son verdaderamente hijos de Dios.

 

La familia de Nazaret

 

      La revelación que Dios ha hecho de sí mismo, no se ha efectuado

solamente con palabras, sino también con hechos. (Cfr. D. V. 2).

      En el evangelio que hoy leemos asistimos a uno de esos momentos cumbre

en los que Jesús nos lleva a penetrar en el misterio divino nombrando juntas

a las tres personas de la Trinidad en su afán común de salvar al hombre. Pero

es también significativo para penetrar en ese mismo misterio que Él haya

vivido durante treinta años en una familia.

      La familia se basa en la donación recíproca de las personas y crea una

comunión de vida en la que el individuo encuentra el clima y el estímulo

adecuado para madurar y para cumplir su misión. Toda familia que vive esa

relación de amor es al mismo tiempo imagen y participación de la Trinidad.

Pero esa imagen y participación toca su  ápice en la familia formada por

Jesús, María y José en Nazaret, porque Jesús, Dios y hombre, forma parte al

mismo tiempo de la imagen y de la realidad representada.

      Entre la familia de Nazaret y la Trinidad hay una correlación que no

se basa sólo en la semejanza simbólica, como ocurre con todos los signos. .

En todos ellos, en efecto, hay algo en común entre la imagen y la realidad

que permite dar el paso de la una a la otra. En nuestro caso, la conexión es

mucho más profunda ya que la segunda persona de la Trinidad forma parte de

la familia de Nazaret.

      De este modo, la realidad humana de la familia es asumida en el grado

más alto, no sólo para representar y figurar lo que es el misterio de la

familia de Dios, sino también para revelarlo en su sentido más fuerte.

      Podemos decir que la Sagrada Familia es el rostro humano de Dios en la

pluralidad de las personas o el icono más perfecto de la Trinidad. Desde la

entrega recíproca de María y José, desde su paternidad y maternidad virginal

con respecto a Jesús, podemos siempre, pero sobre todo en este día vislumbrar

también el misterio insondable de la Trinidad. La Sagrada Familia se coloca

así en la vida del cristiano como trasparencia, como camino hacia el misterio

central de su fe. Desde la Sagrada Familia se va directamente hacia el cora-

zón de Dios.

 

Luz es el Padre.

Luz de luz es el Hijo.

Fuego es el Espíritu Santo.

Amor es el Padre.

Gracia es el Hijo.

Comunión es el Espíritu Santo.

Poder es el Padre.

Sabiduría es el Hijo.

Bondad es el Espíritu Santo.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo

Trinidad Santa, te adoramos. (Liturgia bizantina)

 

La Trinidad y nosotros

 

      En el diálogo de la oración hay siempre un camino de ida y otro de vuelta,

de nosotros a Dios y de Dios a nosotros, o viceversa.

      A partir de la Palabra y a partir del Hecho de Nazaret hemos intentado

hoy acercarnos al misterio de la Trinidad. Pero hay que decir también que es

la Trinidad divina el punto clave para entender el misterio de la persona

humana y de toda forma de comunidad.

      En la trinidad cada persona es relación subsistente, es decir, pura

relación con respecto a las demás. Así en la familia divina todo es común:

el mismo amor, el mismo poder, la misma sabiduría, el mismo ser. Pero el

hecho de tenerlo todo en común, no significa que cada persona abandone su

identidad. Se da, pues, en la Trinidad la comunión en el más alto grado, pero

no la confusión.

      Y esta es la clave de la comunidad humana en cualquiera de sus

realizaciones: la posibilidad de la comunicación, de la donación recíproca,

sin perder la propia interioridad, la propia identidad. Toda persona se

realiza y llega a madurez en el juego de la vida que consiste en el dar y en

el recibir

Este es también el fundamento de la corresponsabilidad, de la participación,

de la interdependencia y solidaridad entre los miembros de una comunidad y

entre las varias comunidades humanas.

      Creado a imagen de Dios, el hombre sólo llega a serlo verdaderamente

cuando vive en sí mismo y en su relación con los demás la realidad del

misterio trinitario que es un misterio de amor.

 

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sábado, 22 de mayo de 2021

Ciclo B - Pentecostés

 23 de mayo de 2021 - DOMINGO DE PENTECOSTES - Ciclo B

 

                        "El Espíritu de la verdad"

 

Hechos 2,1-11

 

      Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente

un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se

encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían,

posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron

a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le

sugería.

      Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las

naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron

desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.

Enormemente sorprendidos preguntaban:

      -¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que

cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?

      Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopota-

mia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en

Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros

de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada

uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

 

Corintios 12,3b-7. 12-13

 

      Hermanos:

      Nadie puede decir "Jesús es Señor", si no es bajo la acción del

Espíritu Santo.

      Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de

servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo

Dios que obra todo en todos.

      En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo

mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del

cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.

      Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido

bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos

bebido de un solo Espíritu.

 

Juan 20,19-23

 

      Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los

discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En

esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

      -Paz a vosotros.

      Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos

se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

      -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

      -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les

quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

 

Comentario

 

      El Evangelio de hoy se compone de dos textos referidos al "Espíritu de

la verdad". Son dos breves pasajes del segundo discurso de despedida que el

cuarto evangelio sitúa antes de la pasión-muerte-resurrección de Cristo. El

autor se propone introducirnos en ese profundo misterio con las palabras

mismas de Jesús.

      Leídos a la luz de la fe postpascual y de la experiencia de Pen-

tecostés, situación desde la que también fueron escritas, estos pasajes

cobran un significado más extenso. Los versículos 26-27 del cap. 15 tienen

un marcado sentido trinitario. El Espíritu Santo que Jesús mandará proviene

del Padre y en el tiempo de la Iglesia será testigo del mismo Jesús. Esta

unión íntima y dinámica de las tres divinas personas es como el ambiente en

el que estamos llamados a introducirnos si queremos descubrir algo de lo que

es el Espíritu Santo y de lo que hace.

      El pasaje del cap. 16 desarrolla más el sentido de la expresión

"Espíritu de la verdad" refiriéndolo a la función esencial de la tercera

persona de la Trinidad en la Iglesia. La expresión parece tener dos sentidos

complementarios: el Espíritu Santo guiará (ha guiado) a los apóstoles a

comprender el sentido pleno de los acontecimientos que presenciaron durante

la pasión y muerte de Jesús viendo su alcance redentor y universal. Por otra

parte, es dado como capacidad de ir interpretando todo lo que va aconteciendo

a la luz de ese acontecimiento definitivo de la revelación de Dios que es el

misterio pascual.

      Desde ahí podemos meditar la narración de la efusión del Espíritu Santo

"en la tarde" de la antigua fiesta de Pentecostés, es decir, en el momento

de la plenitud y del cumplimiento del tiempo, para entender que estamos ya

viviendo en una era nueva caracterizada por la acción del Espíritu Santo en

la historia y, sobre todo, en el corazón de cada creyente, donde produce los

frutos del hombre nuevo redimido por Cristo (2ª. lectura).

 

"Desde el principio"

 

      El texto evangélico dice que si los apóstoles pueden dar testimonio de

Jesús (y este testimonio se sitúa en paralelo con el que da el Espíritu

Santo) es "porque estáis conmigo desde el principio" (Jn 15,27).

      En los evangelios y en los Hechos de los apóstoles la expresión "desde

el principio" significa que los apóstoles han acompañado a Jesús durante los

años de itinerancia por tierras de Palestina presenciando su predicación y

sus "señales"; "A partir del bautismo de Juan hasta el día que nos fue

llevado", precisa S. Pedro cuando se trata de elegir al sustituto de Judas

(Hech 1,22).

      Si este "estar desde el principio" es la condición esencial para ser

constituido testigo cuando se trata de los apóstoles, podemos decir que el

Espíritu Santo da testimonio de Jesús porque está también desde el principio,

pero tomando ahora la expresión en el sentido con que la usa el prólogo del

cuarto evangelio: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con

Dios y la Palabra era Dios" (Jn 1,1). El Espíritu Santo es así testigo de la

realidad divina de Cristo y guía a los apóstoles a "la verdad plena", es

decir, a la revelación definitiva del misterio de Cristo, Dios y hombre.

      Leyendo este evangelio desde Nazaret, uno piensa instintivamente en

otras dos personas, María y José, que estuvieron con Jesús también desde el

principio, y aquí la expresión tiene un sentido histórico que no coincide con

ninguno de los dos anteriores, pero que los cualifica también sin duda como

"testigos" de esa verdad plena que sólo el Espíritu revela.

      Quizá por eso algunos evangelistas sintieron la necesidad de transmitir

también los hechos de la infancia de Jesús, porque también en ellos se revela

la verdad plena de Cristo: su condición de Hijo de Dios, sin duda, pero

también y sobre todo su condición humana, puesto que vivió tantos años en las

mismas circunstancias que los hombres de su tiempo.

 

Ven Espíritu Santo,

revélanos hoy al Hijo del Padre,

introdúcenos en la verdad completa,

enséñanos a entrar en el diálogo de Dios con el hombre,

enséñanos esa palabra nueva,

piedra fundamental del lenguaje del hombre nuevo

que es ABBA.

Une tu testimonio al nuestro,

fuerza suprema en nuestra debilidad,

para que nuestros gestos, obras y palabras

digan algo de la verdad plena

que tú sólo conoces y que tú sólo revelas.

 

Ser testigos hoy en la causa de Jesús

 

      Como lo profetizó Simeón a María y a José, un día la persona de Jesús

y, siempre su mensaje son "bandera discutida".

      Hoy la Palabra de Dios nos convoca a ser testigos en la causa de Jesús,

con toda la fuerza que el vocablo tiene en el ambiente de administración de

la justicia de donde está tomado. No se trata, sin embargo, en constituirse

en acusadores ni en defensores a ultranza, sino de dejarse guiar por el gran

abogado, el Paráclito, palabra que significa al mismo tiempo exhortador y

consolador (Hech 2,40; I Co 14,3). El nos lleva a decir la verdad, a resistir

en la fe hasta el martirio y, sobre todo, a construir poco a poco ese hombre

nuevo hecho de "amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, ... " y todo los

otros rasgos que definen al buen cristiano.

      Es en esa lucha por conseguir que la verdad proclamada llegue a ser

verdad vivida, por realizar en las personas y en las situaciones la salvación

traída por Cristo, donde se manifiesta la acción del Espíritu Santo. En esa

línea debe situarse nuestra colaboración y nuestro esfuerzo, de modo que lo

que hagamos pueda contribuir al crecimiento de ese hombre nuevo, anclado en

la verdad, y de ese mundo nuevo que esperamos.

      Nuestra permanencia en Nazaret nos llevará a dar ese testimonio sobre

todo en las situaciones más ordinarias de la vida y allí donde parece que se

ha apagado el fuego del Espíritu porque nada se manifiesta, porque no hay

cambios notables o porque no se advierte ya el júbilo de Pentecostés.

 

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sábado, 15 de mayo de 2021

Ciclo B - Pascua - Ascension

 16 de mayo de 2021 - SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR – Ciclo B

 

                                  "Id por el mundo entero"

 

Hechos 1,1-11

 

      En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue

haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles,

que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les

presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo

y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.

      Una vez que comían juntos les recomendó:

      -No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi

Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos

días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.

      Ellos lo rodearon preguntándole:

      -Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel? Jesús

contestó:

      -No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre

ha establecido con autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre

vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda

Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.

      Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la

vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos

hombres vestidos de blanco, que les dijeron:

      -Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús

que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse.

 

Efesios 1,17-23

 

      Hermanos:

      Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé

espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de

vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama,

cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la

extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la

eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de

entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo

principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre

conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.

      Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre

todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

 

Marcos 16,15-20

 

      En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo:

      -Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.

      El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será

condenado.

      A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi

nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben

un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y

quedarán sanos.

      El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a

la derecha de Dios.

      Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor

actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.

 

Comentario

 

      La ascensión revela la plena glorificación de Jesús en el misterio

pascual. Es su vuelta a la casa del Padre después de haber compartido nuestra

existencia y de haber pasado por la prueba suprema de la cruz.

      La parte final del apéndice del evangelio de Marcos que nos presenta

hoy la liturgia, comprende la última aparición de Jesús a los apóstoles

(aunque el texto litúrgico omite la referencia a la incredulidad de los

mismos), el mandato misionero, la ascensión de Jesús y la ejecución del

mandato recibido por parte de los enviados.

      Reciben en el texto un mayor desarrollo las dos partes referidas a la

misión: mandato y ejecución. En la primera se expone la doble respuesta

posible al anuncio del evangelio (aceptación o rechazo) con las consecuencias

que le siguen (salvación o condenación); se enumeran también los signos que

acompañan a la predicación del evangelio. Nótese, sin embargo, que tales

signos van aquí referidos a los destinatarios y no a los predicadores del

evangelio ("a los que crean" v. 17), mientras que al hablar de la puesta en

práctica del mandato recibido los signos son realizados por los apóstoles.

      Entre ambas partes la ascensión de Jesús es mencionada casi como de

pasada (v. 19). Marca, sin embargo, la línea divisoria entre un antes y un

después, entre dos modos diferentes de presencia del Señor a sus

discípulos: el de las apariciones (v. 14) y el de la cooperación con las

señales que confirman la validez del mensaje.

      En la 1ª. lectura (Hechos) se desarrolla más el relato de la ascensión

(para respetar el sentido original del texto sería mejor decir "asunción",

"se lo llevaron" Hech. 1,9), pero no deja tampoco de subrayar el mandato

misionero del testimonio y del anuncio con la "fuerza del Espíritu Santo".

      Todo esto indica que la ausencia-desaparición visible de Cristo de en

medio de los suyos quiere recalcar la importancia de la presencia y

responsabilidad de la Iglesia en el mundo.

 

Nazaret, tiempo de esperanza

 

      Los comentaristas del evangelio ven en la frase de Jesús adolescente

en el templo "¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?" (Lc

2,49) una referencia a su subida al Padre. La "casa" no podía ser, en efecto,

el templo de Jerusalén, ya que a renglón seguido se dice en el evangelio que

Jesús dejó la ciudad santa y "bajó a Nazaret". Debemos tener presente por

otra parte la frase lapidaria del evangelio de Juan que resume toda la

trayectoria del Verbo: "Salí de junto al Padre y vine a estar en el mundo,

ahora dejo el mundo y me vuelvo con el Padre" (16,28).

      El tiempo de Nazaret se configura así también como el tiempo de la

esperanza: ya anunciado desde el principio el retorno-glorificación de Jesús

junto al Padre y, mientras tanto, un largo tiempo de espera. Pero se trata

de una espera llena de sentido, puesto que durante ella Jesús lleva hasta las

últimas consecuencias el misterio de su encarnación y entrada en el mundo.

Es un tiempo en el que Jesús crece, trabaja, construye con María y José una

familia y vive en su entorno como los demás hombres.

      Tiempo de esperanza el tiempo de Nazaret porque la esperanza es la

característica de la infancia y de la juventud, pero, sobre todo, porque está 

situado antes del cumplimiento de la gran promesa y fue vivido de cara a

ella.

      Nazaret nos revela así el modo de vivir el tiempo que se abre con la

desaparición terrena de Jesús y llega hasta su segunda venida. No se trata

de quedarse mirando a lo alto ni de perderse en consideraciones, sino de

volver al compromiso de la vida de cada día y construir desde ella poco a

poco lo que al final se manifestará.

      La laboriosidad de Nazaret, el empeño en las cosas cotidianas, el vivir

intensamente de cara a Dios y a los hombres, como en Nazaret, son el modo de

testimoniar hoy el evangelio y de penetrar profundamente en su comprensión.

      El misterio de Nazaret nos ayuda a comprender mejor esa faceta de la

esperanza que es, ante todo, compromiso con la historia presente, sin perder

de vista la promesa de futuro.

 

Señor Jesús, vuelto ya a la casa del Padre

y sentado a su derecha,

tú acompañas y realizas en primera persona,

por medio del Espíritu Santo,

el inmenso esfuerzo de anuncio y testimonio de la Iglesia

para llevar a los hombres de todos los tiempos

el mensaje de la salvación.

Danos ahora la fuerza del Espíritu Santo,

revístenos de su vigor para ser testigos de tu amor

y para caminar hacia ti con todos los que nos rodean.

 

Vivir en esperanza

 

      La celebración de hoy es ante todo un fuerte impulso para vivir la

esperanza. La despedida de Jesús está precedida por su promesa de acompañar

por siempre a sus discípulos y de volver un día.

      Muchas son las cosas que oscurecen hoy, como siempre, el porvenir de

la humanidad. Nuestra experiencia inmediata y la información que recibimos

de todas partes del mundo nos dan más de un motivo para que nuestra mirada

se ensombrezca sobre el porvenir.

      Por otra parte, mucha literatura contemporánea, producida por hombres

sin fe, y muchos medios de comunicación, manejados por quienes pretenden sólo

las ventajas de lo inmediato o los goces puramente mundanos, llevan a apagar

esa ansia de trascendencia y de futuro que está en el corazón de todo hombre.

      Vivir hoy la esperanza supone para el cristiano oponerse, en cuanto

vive, piensa, actúa a la filosofía materialista de las ideologías y a la

praxis consumista.

      Nazaret educa nuestra esperanza y nos enseña a vivir en plenitud el

momento cotidiano de la historia. Rescata nuestra esperanza de ilusiones

fáciles y de fugas hacia un futuro irreal, pero a la vez colma de sentido las

cosas que parecen menos trascendentes y llamativas, porque las sitúa en la

perspectiva amplia que va del origen sencillo al esplendor que hoy celebramos

en la ascensión de Cristo a los cielos.

 

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