sábado, 28 de septiembre de 2019

Ciclo C - TO - Domingo XXVI

29 de septiembre de 2019 - XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C

                "Ahora él encuentra consuelo y tu padeces"

      Lucas 16,19-31

      En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que se
vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un
mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con
ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo
daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que
murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió tam-
bién el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tor-
mentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno,
y gritó:
      - Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la
punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
      Pero Abrahán le contestó:
      - Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro a su vez
males; por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tu padeces. Y, además,
entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cru-
zar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar desde ahí
hasta nosotros.
      El rico insistió:
      - Te ruego entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan
también ellos a este lugar de tormentos.
      Abrahán le dice:
      - Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.
      El rico contestó:
      - No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
      Abrahán le dijo:
      - Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso aunque
resucite un muerto.

Comentario

      El evangelio de este domingo muestra el desenlace definitivo del
problema del uso de los bienes materiales que se planteó el domingo pasado.
      La parábola del rico y Lázaro nos traslada rápidamente al más allá, al
momento en que Dios hará justicia. Desde la perspectiva de las biena-
venturanzas, se invierten las situaciones de esta vida. El rico que se sentía
feliz en esta vida, poniendo su seguridad y su satisfacción en el dinero, en
la riqueza, en el lujo desenfrenado, baja "al abismo, en medio de los
tormentos". Siendo Dios justo no puede por menos de condenar a quien ha goza-
do injustamente de sus bienes. Mientras que a Lázaro "los ángeles lo pusieron
a la mesa al lado de Abrahán. Quien había sufrido injustamente la pobreza,
es recompensado.
      No se trata, pues, de un ciego cambio de situación. El juicio de Dios
pone de manifiesto la injusticia humana y lanza una inquietante llamada al
modo de vivir en este mundo. La maldad del rico no está en poseer riquezas,
sino en no tener compasión del pobre y socorrerlo, mostrándose así inferior
a los perros que lamían las llagas del mendigo.
      La última parte de la parábola pone de manifiesto el aspecto más
dramático de la condición del rico injusto: su endurecimiento, su insen-
sibilidad a la palabra de Dios y a toda manifestación sobrenatural. Se trata
de una cerrazón forjada a través de un camino de injusticia que difícilmente
tiene remedio.

                                En Nazaret

      En Nazaret vivieron María y José con Jesús llevando el género de vida
de una familia cualquiera. No tenemos datos suficientes para identificar con
seguridad su situación económica, pero cabe suponer que tampoco en esto se
diferenciarían mucho de sus vecinos. Pero ellos sabían que con la venida de
Jesús, algo nuevo estaba comenzando. María había proclamado: "El Poderoso ha
hecho obras grandes por mí" Lc. 1,49.
      Uno de los aspectos de la acción de Dios en la historia de la sal-
vación, llegada a su culmen con Jesús de Nazaret, es, en boca de María, que
"a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos" Lc
1,53. Es exactamente lo que proclama el evangelio de hoy.
      No cabe duda de que el himno de María es memoria del pasado, pero es
también proclamación de lo que el Señor ha empezado a hacer de forma
definitiva a partir de la encarnación del Verbo. Se trata por tanto más bien
de una constante de la historia que tendrá su cumplimiento final en el más
allá.
      En Nazaret se vivía, pues, la convicción de que Dios está de parte de
quien sufre la injusticia, por eso Dios "enaltece a los humildes", "colma de
bienes a los hambrientos", "dispersa a los soberbios de corazón", "derriba
del trono a los poderosos" y "despide vacíos a los ricos".
      La reflexión bíblica de hoy permite descubrir el alcance religioso y
político, espiritual y económico-social de estas expresiones.
      Los verbos "dispersa", "derriba", "despide" son equivalentes, y quieren
decir que más pronto o más tarde Dios intervendrá contra las personas o las
instituciones a que se refieren. Cf. Id 2,12-17; Eclo 10,14-17.
      A pesar de la opinión de Natanael (Jn 1,45-46) el profeta de la
justicia y de la misericordia "salió" de Nazaret.

                                 Justicia

      Quien es llamado a vivir su vida cristiana con la mirada puesta
constantemente en la Sagrada Familia de Nazaret, encuentra en ella un fuerte
impulso a afinar su sensibilidad entorno al problema de la justicia. No tanto
por planteamientos ideológicos cuanto por la contemplación de quién es Dios
y de cómo actúa en la historia de los hombres.
      Viendo a Jesús, María y José‚ vivir en Nazaret aprendemos que el primer
paso para establecer la justicia que Dios quiere es crearla en el interior
de nuestra comunidad: José, el justo no denunció a María (Mt 1,19-20); Jesús
obedece a María y a José (Lc 2,52); los tres vivieron de su trabajo. El
problema de Isabel fue también problema de María...
      Lo que más necesita la Iglesia y el mundo de hoy son ámbitos y co-
munidades en donde ya se realice y se viva la justicia y la paz. Comunidades
con una sensibilidad permanente hacia los más débiles y necesitados de sus
miembros; comunidades donde cada cual sea valorado por lo que es y no por lo
que tiene o por su eficacia en el trabajo; comunidades sensibles al ambiente
que las rodea y dentro de ese ambiente a las personas con mayor necesidad
(solas, abandonadas, pobres); comunidades que vivan de su trabajo; comuni-
dades preocupadas por lo que sucede en el mundo de hoy (tendencias, ideolo-
gías, nuevos valores emergentes) y capaces de situar su misión en la Iglesia
y en el mundo en línea con la llegada del Reino de Dios.
      Sólo de estos ámbitos surgen los verdaderos profetas capaces, no sólo
de denunciar la injusticia de muchas situaciones, sin, sobre todo, de
proponer y de empezar a realizar las soluciones que son auténticamente
válidas.


TEODORO BERZAL hsf                

sábado, 21 de septiembre de 2019

Ciclo C - TO - Domingo XXV


22 de septiembre de 2019 - XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

                 "Ganaos amigos dejando el injusto dinero"

      Lucas 16,1-13
     
      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
      Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que
derrochaba sus bienes.
      Entonces lo llamó y le dijo:
      - ¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión,
porque quedas despedido.
      El administrador se puso a echar sus cálculos:
      - ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no
tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que
cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.
      Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo, y le dijo al primero:
      - ¿Cuánto debes a mi amo?
      Este respondió:
      - Cien barriles de aceite.
      El le dijo:
      - Aquí está tu recibo: aprisa, siéntate y escribe "cincuenta".
      Luego dijo a otro:
      - Y tú ¿cuánto debes?
      El contestó:
      - Cien fanegas de trigo.
      Le dijo:
      - Aquí está tu recibo: Escribe "ochenta".
      Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que
había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su
gente que los hijos de la luz.
      Y yo os digo:
      - Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os
reciban en las moradas eternas.
      El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar,
el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado.
      Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale
de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro quién os lo dará?
      Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno
y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo.
No podéis servir a Dios y al dinero.

Comentario

      "El evangelio que leemos hoy comprende tres pasajes íntimamente
relacionados entre sí: la parábola del administrador infiel, los dichos de
Jesús sobre el dinero y la solemne conclusión final ("No podéis servir a Dios
y al dinero") con las reacciones que suscita en los fariseos.
      Una lectura superficial de la parábola puede dejar perplejo al lector
porque da la impresión de encontrar en boca de Jesús un elogio a la sagacidad
sin escrúpulos del administrador. Pero reflexionando sobre el sentido global
del relato, se ve cómo Jesús alaba en el administrador el hecho de haberse
sabido salvar personalmente usando el dinero. En otras palabras: lo
importante no es el dinero sino la salvación de la persona. El dinero, como
los demás bienes hay que saberlo usar en función de lo que verdaderamente
vale. Tal parece ser el significado de la parábola, sobre todo teniendo
presentes las palabras de Jesús que incitan a hacerse amigos en el reino.
      Los dichos de Jesús que vienen a continuación sobre quién es de fiar,
son al mismo tiempo regla de discernimiento aplicable a muchos casos y una
ulterior precisión sobre el no valor del dinero frente a "lo que vale de
veras".
      La conclusión es clara y tajante: No puede haber dos absolutos, no se
pueden tener dos amos, no pueden existir dos dioses. La pregunta que queda
en el aire es entonces, ¿qué hacer con el dinero? Y la respuesta viene dada
en la parábola del administrador: emplearlo de modo que, "cuando esto se
acabe, os reciban en las moradas eternas".

                         En Nazaret, un solo Dios

      Cuando Jesús hablaba del dinero en el evangelio, se muestra particu-
larmente duro. Algo pudo poner de su cosecha el evangelista Lucas, siempre
cercano y simpatizante de los pobres y humildes, pero no cabe duda que hay
expresiones fuertes que se remontan al propio Jesús.
      Una explicación podría encontrarse en la formación de Jesús en Nazaret
donde se educó en la tradición judía. Uno de los elementos más característicos
de esta formación a lo largo de los siglos ha sido la repetición frecuente
de las palabras del Deuteronomio que proclaman la unicidad de Dios: "Escucha,
Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno" Det 6,4. Podemos suponer
incluso que, al igual que los otros judíos piadosos de su tiempo, José
colocaría una "mezuza" (tubo de metal con el texto arriba citado escrito en
un pergamino) a la puerta de su casa, que tanto José‚ como Jesús lo llevarían
escrito en las filacterias que colgaban del manto sobre la frente, que la
Sagrada Familia rezaría con ese texto mañana y tarde...     
      Poco importan los detalles concretos, lo cierto es que el sentido del
texto cala profundamente en la mentalidad judía de todos los tiempos y forma,
por así decirlo, el primer artículo de su fe.
      Si esto es así, si Dios es sólo uno, todo lo que aparece en concu-
rrencia con Él, era, por el hecho mismo, una idolatría. Y entre estas
realidades, el dinero se presentaba, entonces como ahora, como algo capaz de
atraer, de mover el corazón del hombre, de captar sus energías y lo profundo
de su ser.
      Jesús, poniendo de manifiesto su raíz judía, denuncia sin reparos a
quien pretende poder servir a dos señores.

                                 El dinero

      No es suficiente decir que no hay que servir al dinero (como si se
tratara de un dios) sino también cómo servirse del dinero.
      En primer lugar, el dinero no puede constituir un criterio de dis-
cernimiento para dividir a los hombres. El hombre no puede ser valorado por
lo que tiene. La enseñanza de la Iglesia es particularmente clara sobre el
destino social de los bienes: "Sobre la propiedad privada grava una hipoteca
social", dijo Juan Pablo II en Puebla el 28-1-1979.
      El poner en práctica las obligaciones de la justicia social, es el
primer paso para vivir el mensaje del evangelio sobre el dinero y la primera
exigencia de la caridad cristiana.
      El dinero, causa tantas veces de división, debe convertirse en manos
del cristiano en un instrumento para crear comunión, para promocionar al
hombre hasta que alcance la verdadera dignidad. Y esto no puede realizarse
sin compartir con quien no tiene sin crear las condiciones para que todos
sean personas.
      Dar a quien tiene necesidad es convertirse en acreedores de Jesucristo
pues "quien tiene cuidado de los pobres presta al Señor".
      Estas exigencias cobran a la luz de Nazaret un relieve más fuerte, pero
al mismo tiempo se cubren de humildad, de sencillez, de discreción, evitando
toda ostentación y todo gesto destinado más a ensalzar a quien lo hace que
a ser verdaderamente eficaz.

TEODORO BERZAL hsf

sábado, 14 de septiembre de 2019

Ciclo C - TO - Domingo XXIV


15 de septiembre de 2019 XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Ciclo C
                    
                "Su padre lo vio de lejos y se enterneció"

      Lucas 15,1-32

      En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores
a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: Este
acoge a los pecadores y come con ellos..
      Jesús les dijo esta parábola:
      - Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las
noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra?
Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento, y al
llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles:
      ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.
      Os digo que así también habrá  más alegría en el cielo por un solo
pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan
convertirse.
      Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una
lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando
la encuentra, reúne a las vecinas paras decirles:
      - ¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.
      Os digo que la misma alegría habrá  entre los ángeles de Dios por un
solo pecador que se convierta.
      También les dijo:
      - Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
      - Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.
      El padre les repartió los bienes.
      No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo emigró a
un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
      Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre
terrible, y empezó él a pasar necesidad.
      Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que le
mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el
estómago de las algarrobas que comían los cerdos, y nadie le daba de comer.
      Recapitulando entonces se dijo:
      - Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo
aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre y le diré:
"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo
tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros".
      Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos,
su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello, y
se puso besarlo.
      Su hijo le dijo:
      - Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme
hijo tuyo.
      Pero el padre dijo a sus criados:
      - Sacad en seguida el mejor traje, y vestidlo, ponedle un anillo en la
mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos
un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba
perdido, y lo hemos encontrado.
      Y empezaron el banquete.
      Su hijo mayor estaba en el campo.
      Cuando al volver se acercaba a casa, oyó la música y el baile, y
llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
      Este le contestó:
      - Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque
lo ha recobrado con salud.
      El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba
persuadirlo.
      Y él replicó a su padre:
      - Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden
tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis
amigos, y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con
malas mujeres, le matas el ternero cebado.
      El padre le dijo:
      - Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías
alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba
perdido, y lo hemos encontrado.

Comentario

      El tema de la misericordia de Dios encuentra su punto culminante en el
cap. 15 del evangelio de S. Lucas, que leemos hoy. Se compone este capítulo
de una pequeña introducción y de tres parábolas.
      La introducción alude a la costumbre de Jesús de "acoger a pecadores
y descreídos" que "solían acercarse en masa" y a la crítica que los fariseos
y los letrados hacen de tal conducta.
      Podemos decir que las tres parábolas son el mejor comentario a este
modo de proceder de Jesús, en quien "nos ha visitado la entrañable mise-
ricordia de nuestro Dios" Lc 1,78.
      Las parábolas de la oveja y de la moneda perdidas, ponen de
manifiesto el amor de Dios hacia el pecador y su alegría por la conversión
de quien está perdido. Amor de Dios que es activo, inquieto, ansioso, que no
espera sino que busca y va al encuentro; alegría que desborda sobre los
demás.
      En la tercera parábola destaca la figura del padre. Es la parábola del
padre.
      El padre de la parábola, que es la imagen más perfecta de Dios, respeta
la libertad de sus hijos, actúa siempre movido por el amor a sus hijos. Al
menor, lo espera, va a su encuentro, lo abraza y lo besa, lo perdona, no se
detiene a escuchar sus excusas, lo trata como a un huésped de honor, lo
devuelve a su dignidad de hijo. Al hijo mayor, lo llama también hijo, aunque
éste nunca lo llame padre y se considere ofendido por los honores tributados
a su hermano.
      También en esta parábola se destaca la alegría como elemento carac-
terizador de la personalidad del padre: "Había que hacer fiesta, alegrarse"

                                  Nazaret

      Nazaret está también presente en este capítulo del evangelio. Cabe
suponer que la atenta observación de Jesús durante su vida en Nazaret
proporcionó los elementos necesarios para construir estas parábolas. Allí
vería muchas veces el comportamiento de los pastores, de las amas de casa,
de los padres de familia...
      Pero Nazaret está presente sobre todo en el centro del mensaje que
transmiten estas parábolas: Dios ha salido al encuentro del hombre pecador
en Cristo Jesús.
      De este modo en Cristo y por Cristo, se hace también particularmente
visible Dios en su misericordia, esto es, se pone de relieve el atributo de
la divinidad que ya el Antiguo Testamento, sirviéndose de diversos conceptos
y términos, definió como "misericordia" (hesed). Cristo confiere un
significado definitivo a toda la tradición veterotestamentaria de la mise-
ricordia divina. No sólo habla de ella usando semejanzas y parábolas, sino
que además Él mismo la encarna y personifica. El mismo es, en cierto sentido,
la misericordia. A quien la ve y la encuentra en Él, Dios se hace
concretamente "visible" como Padre "rico de misericordia" (Ef 2,4. Juan Pablo
II, Encíclica "Dives in misericordia" Nº 2).     
      Así lo entendieron también María y José. María en el Magnificat alaba
al Señor porque "su misericordia llega a sus fieles de generación en
generación" (Lc 1,50) y porque "se ha recordado de la misericordia en favor
de Abrahán y su descendencia por siempre" Lc 1,54. Precisamente su maternidad
dio cumplimiento a todas las promesas y mostró de forma definitiva la
fidelidad del Señor.

                           Vivir la misericordia

      Vivir la misericordia significa ante todo proclamar y cantar la
misericordia de Dios, como hizo María. Es aceptar que la fuente de la
misericordia está en Él y que, antes de ser una realidad de la que nos
beneficiamos, es la característica que mejor lo cualifica a Él. Es un modo
de ser de Dios, del que estamos contentos y orgullosos nosotros sus hijos.
      Vivir la misericordia es acoger al Dios que nos busca, admitir que no
somos inocentes y que tenemos siempre necesidad del perdón que viene de Él.
Siempre debemos estar dispuestos a dar testimonio de la misericordia de Dios
y a presentarnos como perdonados, no avergonzándonos de tener que recurrir
siempre a Él.
      Vivir la misericordia es "ser misericordiosos como nuestro Padre es
misericordioso" Lc 6,36. La misericordia debe ser don de Dios operante en
nosotros. Con la gracia del perdón hemos de pedir siempre la gracia de ser
perdonadores y "dar gratuitamente lo que gratuitamente hemos recibido" Mt
10,8.
      La misericordia es piedra fundamental en la construcción de la comu-
nidad cristiana y en las relaciones entre personas y grupos. No anula la
justicia, sino que la hace más profunda y más humana.
      Vivir la misericordia "perdonándonos unos a otros como el Señor nos ha
perdonado" (Col 3,13), es vivir una de las dimensiones más caracterizantes
del amor cristiano, que "disculpa siempre" (ICo 13,7), y situarse en el
corazón mismo del evangelio que proclama la buena nueva del amor de Dios y
bienaventurados a los misericordiosos. (Mt 5,7).

TEODORO BERZAL hsf

sábado, 7 de septiembre de 2019

Ciclo C -TO - Domingo XXIII


8 de septiembre de 2019 - XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C

                      "Quien no carga con su cruz..."

      Lucas 14,25-33

      En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les
dijo:
      - Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y
a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí
mismo, no puede ser mi discípulo.
      Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.
      Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta
primero a calcular los gastos, a ver si puede terminarla? No sea que, si echa
los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran,
diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar".
      ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a
deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con
veinte mil?
      Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir
condiciones de paz.
      Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser
discípulo mío.

Comentario

      Jesús va de camino seguido de mucha gente y mientras camina propone una
catequesis sobre el significado del seguimiento.
      Seguir a Jesús quiere decir "ser de los suyos", compartir su proyecto
de vida salvador, ponerse de su lado, conocerlo, estar con Él, llevar
adelante su misión, aceptarlo como Mesías y Señor... Compartir su modo de
vivir que lo llevará a la cruz.
      Es la opción fundamental que se propone en el evangelio. Jesús no
propone un programa o una doctrina, se presenta Él mismo como el objeto de
la opción. Por eso compromete no sólo tal o cual aspecto de la existencia,
sino la vida entera. Se presenta Él como persona por eso la comparación se
establece con otras personas: padre, madre, mujer, hijos, y después con todos
los otros bienes.
      Las dos breves parábolas que siguen tienden a acentuar el radicalismo
de la opción al decir que se trata de algo que debe ser muy meditado puesto
que compromete definitivamente tanto en un sentido como en el otro. El dicho
sobre la sal parece subrayar esta imposibilidad de las medias tintas. La sal
no puede ser sino buena o totalmente desaprovechable ("hay que tirarla"). Ante
Jesús no se puede quedar indiferente. O negarlo o aceptarlo.
      Otros pasajes del evangelio dicen cuáles son las consecuencias de esta
primera opción. La página de hoy las sintetiza diciendo que hay que
preferirlo a todo y a todos, cargar con su cruz y seguirlo.

                        "Seguir a Jesús en Nazaret"

      María y José fueron los primeros seguidores de Jesús en Nazaret.
      Desde el comienzo optaron por Jesús. Lo prefirieron al padre y a la
madre, a la mujer, al marido y a los hijos, y a sí mismos.
      José había decidido, "repudiarla en secreto" Mt 1,19. María dijo:
¿Cómo sucederá esto si no vivo con un hombre? Lc 1,34. A ambos les pidió el
Señor renunciar al camino normal de la vida para entrar en el misterio de lo
nuevo que estaba preparando. Ellos son el mejor ejemplo de quien lo deja todo
por seguir a Dios cuando Éste llama.
      Y la entrega generosa de los comienzos se fraguó en los años de
Nazaret. No había comenzado Jesús aún a desplazarse por los caminos de
Galilea para poder ir detrás de Él, por eso el seguimiento de Nazaret es la
mejor imagen del seguimiento postpascual del tiempo de la Iglesia. Permane-
ciendo en el lugar donde uno vive se puede seguir a Jesús, porque lo impor-
tante no es ir de acá para allá, sino preferirlo a todos y a todo, renunciar
a lo que uno tiene y cargar con su cruz. "¿Qué otra cosa es seguirlo sino
imitarlo?", se pregunta S. Agustín.
      En Nazaret destaca este aspecto callado del seguimiento que consiste
en compartir la vida, en identificarse totalmente con el modo de vivir de
Jesús, sin proclamarlo, sin que los otros lo sepan, sin moverse mucho.
      La profundidad de Nazaret está en ir pasando a ser discípulo de Jesús
de manera cada vez más auténtica y más real, de modo que uno se dispone a
compartir su cruz y a integrarse en su misterio pascual.

                            Nuestro seguimiento

      El bautismo, que según S. Tomás es "la configuración sacramental con
Cristo crucificado", nos ha identificado con Él.
      Ahora "se debe realizar lo que hemos celebrado en el sacramento"
(implendum est opere quod celebratum est sacramentum) S. León Magno. Sermón
70 n.4.
      El seguimiento de Cristo es la dimensión esencial de toda vida cris-
tiana.
      Nazaret nos enseña esa dimensión del seguimiento que consiste en
compartir la vida. Antes de asumir una misión, antes de comenzar a predicar
el evangelio, está la realidad de compartir la vida con Jesús. S. Marcos pone
de manifiesto este aspecto cuando habla de la llamada de los doce: "Mientras
subía a la montaña, fue llamando a los que Él quiso y se reunieron con Él.
Designó a doce para que fueran sus compañeros y para enviarles a predicar,
con poder de expulsar demonios" Mc. 3,13-14.
      Es muy importante esta dimensión del seguimiento que consiste en "estar
con Él", ser su compañero. Ni siquiera durante el tiempo de la misión se
puede abandonar porque en el fondo el apóstol, como Jesús, tampoco expondrá 
su propia doctrina sino que presentará a una persona e invitará a los demás
a repetir su propia experiencia: seguir a Jesús.
      Nosotros no podemos dividir nuestra vida en un período de "vida oculta"
y otro de vida pública o misión. La dimensión de seguimiento que hemos
aprendido en Nazaret debe acompañar toda nuestra vida. El configurarnos con
Cristo y compartir la vida no es ajeno a la misión que tenemos que llevar a
cabo, es la esencia de la misma misión y la condición de una verdadera
eficacia.

TEODORO BERZAL hsf – Volver a Nazaret