sábado, 30 de abril de 2022

Ciclo C - Pascua - Domingo III

 1 de mayo de 2022 - III DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

 

                                       "¡Es el Señor!"

 

      Hechos 5,27b-32.40b-41

 

      En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los Apóstoles y les

dijo: ¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En

cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos

responsables de la sangre de ese hombre.

      Pedro y los Apóstoles replicaron: Hay que obedecer a Dios antes que a

los hombres. "El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros

matasteis colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo

jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los

pecados". Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a

los que le obedecen.   

      Azotaron a los Apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y

los soltaron. Los Apóstoles salieron del Consejo, contentos de haber merecido

aquel ultraje por el nombre de Jesús.

 

      Apocalipsis 5,11-14

 

      Yo, Juan, miré y escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y

millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían

con voz potente: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la

riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza".

      Y oí a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la

tierra, en el mar, -todo lo que hay en ellos- que decían "Al que se sienta

en el trono y al Cordero la alabanza el honor, la gloria y el poder por los

siglos de los siglos".

      Y los cuatro vivientes respondían: Amén.

      Y los ancianos cayeron rostro en tierra, y se postraron ante el que

vive por los siglos de los siglos.

 

      Juan 21,1-19

     

      En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al

lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro,

Tomás apodado Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros

discípulos suyos.

      Simón Pedro les dice:

      - Me voy a pescar.

      Ellos contestaron:

      - Vamos también nosotros contigo.

      Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.

      Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los

discípulos no sabían que era Jesús.

      Jesús les dice:

      - Muchachos, ¿tenéis pescado?

      Ellos contestaron:

      - No.

      El les dice:

      - Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.

      La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.

Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:

      - Es el Señor.

      Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la

túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca,

porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con

los peces.

      Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.

Jesús les dice:

      - Traed de los peces que acabáis de coger.

      Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta

de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió

la red.

      Jesús les dice:

      - Vamos, almorzad.

      Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque

sabían bien que era el Señor.

      Jesús se acerca, toma el pan y se los da; y lo mismo el pescado.

      Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después

de resucitar de entre los muertos.

      Después de comer dice Jesús a Simón Pedro:

      - Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

      El le contestó:

      - Sí Señor, tú sabes que te quiero.

      Jesús le dice:

      - Apacienta mis corderos.

      Por segunda vez le pregunta:

      - Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

      El le contesta:

      - Sí Señor, tú sabes que te quiero.

      El le dice:

      - Pastorea mis ovejas.

      Por tercera vez le pregunta:

      - Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

      Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería

y le contestó:

      - Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

      Jesús le dice:

      - Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te

ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos,

otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras.

      Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.

      Dicho esto, añadió:

      - Sígueme.

 

Comentario

 

      El Evangelio de S. Juan en su última página cuenta la tercera aparición

de Jesús a sus discípulos en un relato cargado de símbolos y con detalles muy

significativos.

      Jesús se aparece a los apóstoles junto al mar de Tiberíades. Según el

Evangelio de S. Mateo, el mismo Cristo resucitado había dicho a las mujeres:

"Id a avisarles a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán" Mt 28,10.

Pero al principio no lo reconocen. Sólo después del milagro empiezan a darse

cuenta de quién se trata.

      El primero en reconocerlo es el discípulo amado. Quizá tenía los ojos

más limpios. Cuando su semblante está dibujado dentro, los ojos captan pronto

al Señor. Sin embargo, no es el discípulo amado el protagonista de la escena.

Enseguida interviene Pedro. Era él quien había tenido la iniciativa de ir a

pescar y ahora, movido por su carácter impulsivo y por su gran amor al Señor,

no vacila en lanzarse al agua para ir adonde él estaba. Será también Pedro

quien saque las redes con la pesca milagrosa y el interlocutor de Jesús en

el diálogo que sigue al almuerzo a las orillas del lago.

      Es muy significativa la actitud de los discípulos que "no preguntan

quién era, sabiendo muy bien que era el Señor". Los Hechos de los Apóstoles

dicen que Jesús se les apareció "durante muchos días" Hech. 13,10, pero da la

impresión de que no acababan de acostumbrarse a este modo de presencia del

Señor. Este les prepara el almuerzo, se los da, les hace participar

pidiéndoles algo suyo. Se diría que emplea todos los medios para entrar en

comunicación con ellos, pero ellos parece que no acaban de convencerse. En

la aparición del cenáculo "los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor"

(Jn 20,20) y también sin duda en esta ocasión, pero no acababan de hacerse

a este nuevo modo de estar el Señor con ellos.

 

      "Jesús se acercó, tomó el pan y se lo repartió y lo mismo el pescado".

Es el mismo gesto de la multiplicación de los panes y de la institución de

la Eucaristía. Se diría que con este gesto Jesús ha querido educar a sus

discípulos para que lo reconozcan en el nuevo modo de presencia con que él

estará para siempre en su Iglesia. La Eucaristía, celebrada en la Iglesia,

es el signo por excelencia de su manifestación de su presentarse ante los

Discípulos a partir de entonces. Cada vez que coman y beban el cuerpo y la

sangre del Señor en la Eucaristía, renovarán el misterio de Cristo, muerto

y resucitado, y él estará presente en medio de ellos como don de vida en el

signo del pan y del vino.

      Después de la comida viene en el evangelio el diálogo de Jesús con

Pedro. Con la triple respuesta de amor, Pedro borra la triple negación de su

momento de debilidad. Pedro ya no se escandaliza de su propia fragilidad,

pero sobre todo no se escandaliza de la cruz de Cristo. Como buen discípulo

se apresta a tomar la cruz y a caminar tras el Maestro: Pedro se había ceñido

el vestido para ir en busca del Señor a la orilla del mar. Ahora Jesús le

anuncia que otro le ceñirá indicando con qué muerte iba a glorificar a Dios.

Jesús le había mostrado ya el camino con el gesto de ceñirse para servir ("se

puso a lavarles los pies a los discípulos" Jn 13,5) Ahora Pedro debe com-

prender que su misión de servicio en la Iglesia le llevará hasta el martirio.

 

                             Jesús en Nazaret

 

      También María y José tuvieron que acostumbrarse al nuevo modo de pre-

sencia de Dios entre los hombres cuando vino a "visitarnos" en Jesús.

      El israelita sabía que Dios "está en el cielo" y que el templo de Je-

rusalén era el lugar de la manifestación de su presencia. Por eso hacia ese

lugar convergía toda la actitud religiosa del pueblo de Israel. Los profetas

habían expresado con términos muy claros que Dios está por encima de los

lugares que él mismo elige para manifestarse: "El cielo es mi trono y la

tierra el estrado de mis pies: "¿Qué templo podréis construirme o qué lugar

para mi descanso?" Is 66,1 "No os hagáis ilusiones con razones falsas

repitiendo: el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor"

Jr 7,4 El mismo Salomón que construyó el primer templo oró así: "Ahora, pues,

Dios de Israel, confirma la promesa que hiciste a mi padre David, siervo

tuyo. Aunque, ¿es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el

cielo y en lo más alto del cielo, cuánto menos en este templo que he cons-

truído I Re 8,27.

      Aun así los judíos seguían pensando en Jerusalén como lugar de la

presencia de Dios. "Vosotros (los judíos) decís que el lugar donde hay que

celebrarlo está en Jerusalén" dijo a Jesús la Samaritana (Jn 4, 20). "Sus padres

(María y José‚) iban cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua" Lc 2,41.

      Pero cuando a María "le llegó el tiempo del parto "y dio a luz a su

hijo primogénito" (Lc 2,7), todo cambió. "La Palabra se hizo hombre, acampó

entre nosotros y contemplamos su gloria" Jn. 1,14.  "El es imagen del Dios

invisible" Col 1,15. "Dios, la plenitud total, quiso habitar en él" Col 1,19.

      El tiempo de Nazaret es como los "muchos días" en que Jesús se mani-

festó a sus discípulos después de la resurrección, es un tiempo de aprendizaje

al nuevo modo de estar Dios-con-nosotros. Es un ir acostumbrando los ojos a

la nueva luz.

      La acogida generosa dispensada por María y José‚ al Dios que había ve-

nido para liberar a su pueblo (Lc 1,68), preparó el tiempo en que "no daréis

culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén... Pero se acerca la hora,

o mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto auténtico, darán culto

al Padre con espíritu y verdad, pues de hecho el Padre busca hombres que lo

adoren así" Jn 4,22-23.

      La experiencia de María va aún más adelante puesto que ella vivió tam-

bién de cerca el misterio pascual y los primeros tiempos de la Iglesia post-

pentecostal.

 

                        En el tiempo de la Iglesia

 

      "Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción

litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del

ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que

se ofreció en la cruz, sea sobre todo en las especies eucarísticas. Está pre-

sente con su virtud en los sacramentos, de modo que cuando alguien bautiza

es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en

la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último

cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde están

dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)

S.C.7.

      Estamos en una nueva fase de la economía de la salvación. Cristo, como

a los apóstoles en la orilla del lago, como a María y José‚ en Nazaret, se nos

presenta en un modo nuevo. Ahora, en el tiempo de la Iglesia, se nos presenta

bajo múltiples formas. Pero como en Nazaret o como en la orilla del lago de

Tiberíades, lo primero que necesitamos para reconocerlo es la fe y lo segundo

es el impulso del amor para seguirlo dando la vida por los demás.

      María y José‚ vivían, como Juan el apóstol, con el corazón despierto,

y cuando Dios se presentó en su vida en un modo inesperado y sorprendente (a

José‚ en sueños, a María a través de un mensajero celeste), ellos en seguida

supieron reconocerlo, supieron también que era "el Señor".

      A la luz del evangelio de hoy, la vida de Nazaret nos enseña a vivir

en nuestro tiempo atentos al Señor que se presenta de mil modos en nuestra

vida y a dar el paso generoso de seguirlo hasta el fin.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

sábado, 23 de abril de 2022

Ciclo C - Pascua - Domingo II

 24 de abril de 2022 - II DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

 

               "Llegó Jesús, se puso en medio y dijo: paz con vosotros" 

 

      Hechos 5,12-16

 

      Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo.

      Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los

demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de

ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se

adherían al Señor.

      La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y cami-

llas, para que al pasar Pedro, su sombra por lo menos cayera sobre alguno.

      Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén llevando enfermos y

poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.

 

      Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19

 

      Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino

y en la esperanza en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber

predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús.

      Un domingo caí en ‚éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente, como una

trompeta, que decía: Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las

siete iglesias de Asia.

      Me volví a ver quién me hablaba, y al volverme, vi siete lámparas de

oro, y en medio de ellas una figura humana, vestida de larga túnica con un

cinturón de oro a la altura del pecho.

      Al verla, caí a sus pies como muerto.

      El puso la mano sobre mí y me dijo: No temas: Yo soy el primero y el

último, yo soy el que vive.

      Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las

llaves de la Muerte y del Infierno.

      Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de su-

ceder más tarde.

 

      Juan 20,19-31

 

      Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los

discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos.

      Y entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

      - Paz a vosotros.

      Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos

se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

      - Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

      - Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les

quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.

      Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando

vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

      - Hemos visto al Señor.

      Pero él contestó:

      - Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en

el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

      A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con

ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

      - Paz a vosotros.

      Luego dijo a Tomás:

      - Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi

costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

      Contestó Tomás:

      - ¡Señor mío y Dios mío!

      Jesús le dijo:

      - ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber

visto.

      Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús

a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús

es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su

Nombre.

 

Comentario

 

      El evangelio de hoy nos presenta a Cristo resucitado en plena cons-

trucción de su Iglesia nacida del sacrificio redentor.

      Presentándose en medio de los discípulos, los saluda con la paz y les

infunde la paz, don de la salvación realizada con su muerte y resurrección

para toda la humanidad. El gesto de mostrar las manos y los pies lleva en

primer lugar a los apóstoles a no confundirlo con un fantasma, pero sobre

todo a identificarlo con el Jesús a quien habían conocido antes de la pasión

y muerte. Esta identificación del resucitado con el crucificado es fun-

damental para la fe de los apóstoles y para la nuestra.

      Una vez más el evangelio subraya el cambio radical de quien empieza a

creer. "Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor". Esta vez el

cambio viene expresado como paso de la tristeza a la alegría, cosa que ya

había sido predicha por Jesús antes de padecer: "Lloraréis y os lamentaréis

vosotros. Mientras el mundo estará alegre: vosotros estaréis tristes, pero

vuestra tristeza acabará en alegría" Jn 16,20. La alegría es, en efecto, un

don típico de la pascua.

      La acción del resucitado, reconocido como Señor, en su Iglesia, con-

centrada entonces en la comunidad de los discípulos, comprende tres aspectos:

la misión, la donación del Espíritu Santo y del poder de perdonar los

pecados.

      - "Como el Padre me ha enviado, os envío yo también". Con estas pala-

bras Jesús confía a la Iglesia que Él ha fundado su misma misión divina:

anunciar a la humanidad el reino de Dios y la salvación. La Iglesia se

convierte así en "sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con

Dios y de la unidad de todo el género humano" L.G. 1. Esta confianza que Dios

pone en los hombres al entregarles su plan divino de salvación, es un miste-

rio que a la vez entusiasma y da miedo. La presencia del Cristo resucitado

y la acción del Espíritu Santo son la garantía de que la Iglesia podrá 

cumplir tan sublime misión.

      - "Recibid el Espíritu Santo". "Exaltado así a la diestra de Dios, ha

recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido y lo ha derramado"

Hch. 2,23, dirá S. Pedro después de Pentecostés. Y S. Juan afirma que antes

de la resurrección de Cristo "no había Espíritu por que Jesús no había sido

glorificado" Jn 7,39.

      El Espíritu Santo comunicado por Cristo funda en los discípulos la

realidad de la vida nueva, los lleva al conocimiento de la verdad completa

y a testimoniar con fuerza y confianza que "Jesús es el Señor".

      - "A quienes perdonáis los pecados..." La donación del Espíritu Santo

y la comunicación del poder de perdonar los pecados están en íntima conexión.

Es con el poder del Espíritu como los apóstoles y sus sucesores pueden

liberar, sanar, renovar al hombre caído en pecado; es con el poder del

Espíritu Santo como la Iglesia se renueva en el camino de crecimiento hacia

la plenitud del Reino.

      La segunda parte del evangelio narra la experiencia de fe del apóstol

Tomás. Su camino de fe subraya la identidad personal entre el crucificado y

el resucitado, pone de manifiesto el riesgo que supone la fe y provoca la

bienaventuranza de "los que tienen fe sin haber visto".

 

                   Precariedad y permanencia de Nazaret

 

      El evangelio de hoy en su conjunto da una sensación de plenitud, de

vida, de inmensa apertura hacia el futuro. La presencia del Señor resucitado

lo llena todo de luz y de paz. La donación del Espíritu garantiza la fuerza

y la unidad.

      Bajar desde estas alturas a Nazaret puede causar impresión de pobreza,

de limitación, de precariedad. Y sin embargo en Nazaret tenemos ya la fe de

quienes creen sin haber visto, pues en nada aparecería la gloria del Señor

cuando estaba con María y José. Su fe, como la de Abrahán, se apoyaba sólo

en la promesa del Señor: ­"¡Dichosa tú la que has creído! porque lo que te ha

dicho el Señor se cumplirá " Lc 1,45.

      En Nazaret fue recibido el Espíritu Santo con mayor fuerza y plenitud

que en ningún otro sitio: "El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del

Altísimo te cubrirá con su sombra! Lc 1,35. Y su acción transformó por

completo la vida de María y de José.

      En Nazaret se comenzó a experimentar lo que significa vivir con Jesús

como centro de la familia, de la comunidad. Allí los "discípulos" María y

José empezaron a "ver" al Señor.

      Y sin embargo estas grandes realidades estaban ocultas, no aparecían,

se vivían sin el brillo pascual. Pero la muerte y la resurrección de Cristo

han rescatado para siempre el sentido de los años de Nazaret. Lo que en

Nazaret aparecía incipiente y germinal, se ha revelado, a la luz de la

Pascua, permanente y definitivo.

 

                                   Ahora

 

      La ascensión de Cristo a los cielos nos obliga a bajar al Nazaret de

ahora donde es más real que nunca la bienaventuranza de "los que creen sin

haber visto".

      La situación es diferente, pero la oscuridad de la fe que se vivió en

Nazaret nos ayuda a vivir la oscuridad y misterio de reconocer a Cristo en

la humildad del pan, en el hermano que está a nuestro lado, en los pobres,

en la Palabra, en quien tiene las manos, los pies o el costado llagados.

      La apuesta que supuso la fe de María y de José en el Cristo aún no

resucitado estimulan nuestra fe en el Cristo que aún no vemos glorioso y nos

ayuda en el camino que lleva hacia Él.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

 

sábado, 16 de abril de 2022

Ciclo C - Pascua de Resurrección

 17 de abril de 2022 - DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION – Ciclo C

 

                                  "Ellos lo habían reconocido al partir el pan"

  

   Hechos 10,34 a 37-43

     

      En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: Vosotros conocéis lo

que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo,

aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por

Dios por la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando

a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él.

      Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén.

Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos

lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado:

a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.

      Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios

lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es

unánime: que los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los

pecados.

 

Colosenses 3,1-4

 

      Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allí  arriba,

donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de

arriba, no a los de la tierra.

      Porque habéis muerto; y vuestra vida está  con Cristo escondida en Dios.

Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,

juntamente con Él, en gloria.

 

 

      Lucas 24,13-35

 

      Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la

semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén;

iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían,

Jesús en persona se acercó a ellos y se puso a caminar con ellos. Pero sus

ojos no eran capaces de reconocerlo. El les dijo:

      - ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?

      Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba

Cleofás, le replicó:

      - ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha

pasado allí estos días?

      El les preguntó:

      - ¿Qué?

      Ellos le contestaron:

      - Lo de Jesús el Nazareno, que fue profeta poderoso en obras y palabras

ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y

nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros

esperábamos que Él fuera el futuro libertador de Israel. Y ya ves, hace dos

días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han

sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, y no encontraron su

cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de

 ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron

también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a

Él no le vieron.

      Entonces Jesús les dijo:

      - ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!

¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?

      Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que

se refería a Él en toda la Escritura.

      Ya cerca de la aldea donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante,

pero ellos le apremiaron diciendo:

      - Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.

      Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el

pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron

los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció. Ellos comentaron:

      - ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos

explicaba las Escrituras?

      Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron

reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: Era verdad, ha

resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les

había pasado por el camino y como lo habían reconocido al partir el pan.

 

Comentario

 

      Entre otras experiencias de fe en el Señor resucitado, el evangelio de

hoy nos transmite la de los dos discípulos que iban a Emaús. Es una expe-

riencia riquísima de contenido porque convergen en ella la presencia de

Cristo, la memoria de su pasión y muerte, el resumen de la vida y fama del

resucitado, la explicación e interpretación de las Escrituras por parte del

mismo Cristo y la fe de los discípulos que acompaña el gesto de partir el

pan. Esta página del Evangelio recoge ese ambiente único, repetido otras

muchas veces en el Nuevo Testamento, del surgir de la fe, de abrir los ojos

a la verdad, del empezar a creer. Es un momento maravilloso que se recuerda

siempre. En realidad no se acierta a explicar lo que sucede y algunos deta-

lles aparentemente sin ningún relieve empiezan a cobrar un significado

importantísimo.

      Dejándonos llevar por la experiencia de los dos de Emaús, podemos

nosotros también leer en lo que a ellos les aconteció, nuestro propio camino

de fe.

      En los dos de Emaús se produce ese cambio radical de quien se encuentra

personalmente con Jesús. Del escepticismo o la desesperanza, pasan a la

ilusión y a la fe. De hablar de un Jesús del pasado, muerto y acabado, pasan

al reconocimiento del Jesús viviente. De la desvaloración de todas las

pruebas que apuntan hacia la resurrección, a la aceptación de las mismas y

a la proclamación ante los demás.

      Pero este cambio radical no es fruto de un razonamiento, ni siquiera

de la argumentación de Jesús, que "comenzando por Moisés y siguiendo por los

profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura". El cambio

que ocurrió en ellos no tiene una explicación lógica: primero "estaban en

ascuas mientras les hablaba por el camino" y luego lo reconocen; es decir,

lo identifican con el crucificado del que habían hecho la descripción al

desconocido que se les unió en el camino, al verle partir el pan. "Se les

abrieron los ojos y lo reconocieron", eso es todo. Como para decir que la fe

es ante todo un don de Dios.

      El Dios que se hizo vecino del hombre, acampando entre nosotros en

Jesús, se hace ahora compañero de camino. Y más que eso, actúa misteriosamen-

te en el corazón del hombre para que abra los ojos a la verdad. Compañero de

camino, Jesús es también, mediante su Espíritu, el compañero del hombre por

dentro en el viaje que hace de la increencia a la fe.

 

                            La noche de Nazaret

 

      Los evangelios no nos dan noticia de la experiencia de María el día de

la resurrección. Sólo tenemos el detalle importantísimo de su presencia

activa en la primera comunidad cristiana en los días de Pentecostés.

      Para entender lo que sucedió aquel día lleno de luz, podemos fijarnos

en quienes estaban a su alrededor, pero podemos también regresar al tiempo

de Nazaret, al tiempo de la noche de Nazaret para descubrir con más pro-

fundidad el fulgor de la mañana de la pascua. Porque fue en Nazaret donde la

abeja fecunda elaboró la cera para hacer la lámpara preciosa que, aunque

distribuyese su luz, no mengua al repartirla: Cristo resucitado que al salir

del sepulcro brilla sereno para el linaje humano y reina glorioso por los

siglos de los siglos (Pregón pascual). La cera que se derritió en la antorcha

de la cruz para que la luz brillara el día de la pascua fue elaborada en

Nazaret poco a poco. Este es el sentido pascual del tiempo de Nazaret.

      La fe de María y de José‚ acogiendo al "compañero de camino" de toda

la humanidad, al "Hijo del Altísimo", al heredero de David que "reinará para

siempre en la casa de Jacob y su reino no tendrá fin" (Lc 1,32), al Salvador

colocado como "luz para alumbrar a las naciones" (Lc 2,32), es el anticipo

de la fe post-pascual de los discípulos.

      El Vaticano II describe así la colaboración de María en la obra de la

redención: "Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo

en el templo al Padre, padeciendo con su hijo mientras Él moría en la cruz,

cooperó de forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza

y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las

almas. Por tal motivo es nuestra madre en el orden de la gracia" L.G. 61.

      La colaboración inicial, del tiempo de Nazaret, compartida con José‚

se sitúa en la misma línea del momento culminante de la cruz y de la

resurrección.

      El misterio pascual, visto desde Nazaret, da sentido a todo el trabajo

de la noche de Nazaret.

 

                            Vivir hoy la Pascua

 

      El misterio pascual es el origen y fundamento de toda fraternidad que

se base en la fe. No se puede vivir hoy en Nazaret prescindiendo del misterio

pascual, porque el asumir el estilo de vida de Nazaret no es un deseo más o

menos romántico o un modo de querer ser original. El estilo nazareno de vida

es modo cristiano de ser y como tal tiene su fundamento en el misterio

pascual de Cristo.

      La Pascua nazarena de después de Pentecostés es memoria viva de lo que

sucedió un día en Jerusalén, es celebración de lo que ocurre hoy entre noso-

tros y es anuncio de lo que un día será lo que hoy vivimos.

      Pero hay un modo nazareno de vivir la Pascua: consiste en volver a

creer como al principio, con toda sencillez, en reconocer a Cristo en el

gesto humilde de partir el pan, en leer toda la Escritura como referida a Él,

en aceptar una vida oscura como la del primer Nazaret sin saber cuando

brillará la luz, en afanarse como María y José‚ por dar vida y hacer que

crezca el hombre nuevo en nosotros y en los demás.

      La paz y la alegría son los dones pascuales que Cristo ofrece a los

hombres de hoy en cada comunidad que busca reproducir el modo de vida que

Jesús, María y José llevaron en Nazaret.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf