sábado, 27 de marzo de 2021

Ciclo B - Domingo de Ramos

 28 de marzo de 2021 - VI DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B

 

DOMINGO DE RAMOS "IN PASSIONE DOMINI"

 

               "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"

 

Isaías 50,4-7

 

      Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido

una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche

como los iniciados.

      El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he

echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que

mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me

ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso endurecí mi rostro como peder-

nal, y sé que no quedaré avergonzado.

 

Filipenses 2,6-11

 

      Hermanos:

      Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría

de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de

esclavo, pasando por uno de tantos. Y así actuando como un hombre cualquiera,

se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

      Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre-sobre-

todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el

Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: "¡Jesucristo es el

Señor!" para gloria de Dios Padre.

 

Marcos 14,1-15,47

 

      Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y

los letrados pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero

decían:

      S.    -No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.

      C.    Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado

a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro;

quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban indignados:

      S.    -¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido

por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.

      C.    Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:

      J.    -Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está 

bien. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis

socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ella ha hecho lo

que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os

aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se

recordará también lo que ha hecho ésta.

      C.    Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacer-

dotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron darle

dinero. Él andaba buscando la ocasión propicia para entregarlo.

      El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual,

le dijeron a Jesús sus discípulos:

      S.    -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

      C.    -Él envió a dos discípulos diciéndoles:

      J.    -Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de

agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pre-

gunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis

discípulos?". Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con

almohadones. Preparadnos allí la cena.

      C.    Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron

lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue Él con

los Doce. Estando a la mesa comiendo dijo Jesús:

      J.    -Os aseguro, que uno de vosotros me va a entregar: uno que está

comiendo conmigo.

      C.    -Ellos, consternados. empezaron a preguntarle uno tras otro:

      S.    ¿Seré yo?

      C.    Respondió

      J.    -Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo.

El Hijo del Hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregar

al Hijo del Hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!

      C.    Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo

partió y se los dio diciendo:

      J.    -Tomad, esto es mi cuerpo.

      C.    Tomó luego una copa, pronunció la acción de gracias, se las dio y

todos bebieron. Y les dijo:

      J.    -Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.

Os aseguro, que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba

el vino nuevo en el Reino de Dios.

      C     Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.

Jesús les dijo:

      J.    -Todos vais a caer, como está escrito: "Heriré al pastor y se

dispersarán las ovejas. "Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a

Galilea.

      C.    Pedro replicó:

      S.    Aunque todos caigan, yo no.

      C.    Jesús le contestó:

      J.    -Te aseguro, que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos

veces, me habrás negado tres.

      C.    Pero él insistía:

      S.    Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.

      C.    Y los demás decían lo mismo. Fueron a una finca, que llaman

Getsemaní y dijo a sus discípulos:

      J.    -Sentaos mientras voy a orar.

      C.    Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y

angustia, y les dijo:

      J.    -Me muero de tristeza: quedaos aquí velando.

      C.    Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si

era posible, se alejase de Él aquella hora; y dijo:

      J.    -¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero

no sea lo que yo quiero sino lo que tú quieres.

      C.    Volvió, y al encontrarlos dormidos. dijo a Pedro:

      J.    -Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y

orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne

es débil.

      C.    De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras.

Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados.

Y no sabían qué contestarle. Volvió y les dijo:

      J,    -Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta ya! Ha llegado la hora; mirad

que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores, ¡Levan-

taos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.

      C.    Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los

doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes,

los letrados y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña,

diciéndoles:

      S.    -Al que yo bese, es Él: prendedlo y conducidlo bien sujeto.

      C.    Y en cuando llegó, se acercó y le dijo:

      S.    -¡Maestro!

      C.    Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los

presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado

del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:

      J.    -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a caza de

un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis.

Pero, que se cumplan las Escrituras.

      C.    Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho

envuelto sólo en una sábana; y le echaron mano; pero él, dejando la sábana,

escapó desnudo.

      Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los

sumos sacerdotes y los letrados y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de

lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los

criados a la lumbre para calentarse.

      Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un testimonio

contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque

muchos daban falso testimonio contra Él, los testimonios no concordaban. Y

algunos, poniéndose de pie, daban testimonio contra Él diciendo:

      S.    -Nosotros le hemos oído decir: "Yo destruiré este templo,

edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por

hombres."

      C.    Pero ni en esto concordaban los testimonios.

      El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:

      S.    -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que

levantan contra ti?

      C.    Pero Él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo

interrogó de nuevo preguntándole:

      S.    -¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?

      C.    Jesús contestó:

      J.    -Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la

derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.

      C.    El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo:

      S.    -¿Qué falta hacen más testigo? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué

decidís?

      C.    Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a

escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:

      S.    -Haz de profeta.

      C     Y los criados le daban bofetadas.

      Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo

sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo:

      S.    -También tú andabas con Jesús el Nazareno.

      C.    El lo negó diciendo:

      S.    -Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.

      C.    Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo,

volvió a decir a los presentes:

      S.    -Este es uno de ellos.

      C.    Y él volvió a negar. Al poco rato también los presentes dijeron

a Pedro:

      S.    -Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.

      C.    Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:

      S.     -No conozco a ese hombre que decís.

      C.    Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó

de las palabras que le había dicho Jesús: "Antes de que cante el gallo dos

veces, me habrás negado tres", y rompió a llorar.

      Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los

letrados y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y, atando a Jesús,

lo llevaron y lo entregaron a Pilato.

      Pilato le preguntó:

      S.    -¿Eres tú el rey de los judíos?

      C.    Él respondió:

      J.    -Tú lo dices.

      C.    Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le

preguntó de nuevo:

      S.    -¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.

      C.    Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.

Por la fiesta solía soltar un preso, el que le pidieran. Estaba en la

cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio

en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.

      Pilato les contestó:

      S.    -¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?

      C.    Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por

envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran

la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:

      S.    -¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?

      C.    Ellos gritaron de nuevo:

      S.    -¡Crucifícalo!

      C.    Pilato les dijo:

      S.    -Pues ¿qué mal ha hecho?

      C.    Ellos gritaron más fuerte:

      S.    -¡Crucifícalo!

      C.    Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás;

y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

      Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y

reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona

de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:

      S.    -¡Salve, rey de los judíos!

      C.    Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando

las rodillas, se postraban ante Él.

      Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo

sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón

de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.

      Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de "La

Calavera"), y le ofrecieron vino con mirra; pero Él no lo aceptó. Lo

crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que

se llevaba cada uno.

      Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación

estaba escrito: EL REY DE LOS JUDIOS. Crucificaron con Él a dos bandidos, uno

a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: "Lo

consideraron como un malhechor".

      Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:

      S.    -¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres

días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.

      C.    Los sumos sacerdotes, se burlaban también de Él diciendo:

      S.    -A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Me-

sías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.

      C.    También los que estaban crucificados con Él lo insultaban. Al

llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde.

Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:

      J.    -Eloí Eloí lamá sabactaní. (Que significa: Dios mío, Dios mío,

¿por qué me has abandonado?)

      C.    Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

      S.    -Mira, está llamando a Elías.

      C.    Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la

sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:

      S.    -Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.

C.     Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se

rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver

cómo había expirado, dijo:

      S.    -Realmente este hombre era Hijo de Dios.

      C.    Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas

María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José y Salomé,

que cuando Él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas

que habían subido con Él a Jerusalén.

      Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado,

vino José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el reino de

Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.

      Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión

le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.

      Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una

sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro,

excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.

      María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.

 

Comentario

    

 El relato de la pasión que leemos hoy en el evangelio de Marcos es el

más antiguo y se caracteriza por su sencillez, objetividad y dramaticidad.

Se diría que estamos ante un proceso verbal de los hechos, que el evangelista

ofrece para que cada uno saque las consecuencias.

      Siguiendo la línea narrativa, tenemos en primer lugar la preparación

a la pascua con la escena en casa de Simón, el leproso, y los preparativos

en Jerusalén, que crean el ambiente adecuado y ofrecen ya varios motivos de

reflexión. Viene luego la cena pascual en la que Jesús anticipa

sacramentalmente su entrega total y donde se cruzan como un relámpago el

anuncio de la traición de Judas y del abandono de Pedro. La impresión de que

Jesús vive su drama solo, ya sentida durante la cena, se acentúa durante la

oración en Getsemaní y culmina luego en la cruz.

      El doble proceso a que Jesús es sometido, ante las autoridades

religiosas judías y ante Pilato, pone de manifiesto su condición de Mesías

y de Rey. Ambos culminan con la muerte en la cruz. Jesús, abandonado de

todos, ora con las palabras del salmo 21, la oración del justo sometido al

dolor; su plegaria se hace grito angustioso al expirar.

      En ese momento se rasga el velo del templo, como para indicar que a

partir del sacrificio de Jesús, todos tienen acceso en Él a Dios. Y el

primero que pasa por esa nueva puerta abierta es el centurión quien, en las

antípodas del sumo sacerdote, reconoce en Jesús, por el modo cómo le ha visto

morir, al Hijo de Dios: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios".

      Esa es también la confesión de fe que cada uno de nosotros es invitado

a hacer escuchando el evangelio de hoy. Sólo así será verdaderamente

evangelio, es decir, buena nueva.

 

En los comienzos

 

      Los relatos de la pasión son el núcleo más primitivo del evangelio. Su

contenido fue el primer anuncio postpascual. Entorno a él la primitiva

comunidad cristiana y luego los evangelistas fueron recuperando (y de algún

modo interpretando) los otros acontecimientos referentes a la vida de Jesús,

desde su bautismo (Marcos), desde su encarnación y nacimiento (Lucas y

Mateo).

      Por eso, ya desde los comienzos, los evangelistas ven o interpretan

ciertos datos a la luz de los acontecimientos pascuales. Esto facilita y

legitima de alguna manera el camino de quien quiere leer el evangelio desde

Nazaret.

      Juan dice en el prólogo de su evangelio que el Verbo "vino a su casa

y los suyos no le recibieron". Ese rechazo tiene su punto culminante en la

negativa del sumo sacerdote y sus acompañantes a reconocer a Jesús como "el

Mesías, el Hijo de Dios bendito". "Todos sin excepción pronunciaron sentencia

de muerte" (Mc 14,64).

      Este juicio y condena, expresión de la ceguera culpable de las

autoridades religiosas, está ya de algún modo anticipada en la turbación que

produjo en "Jerusalén entera" la visita de los magos al principio de la vida

de Jesús (Mt 2,34). La persecución desencadenada por Herodes contra los

inocentes marca ya el camino de oposición a quien, del modo que fuera,

pudiera hacer sombra al detentador del poder. A través de otros episodios se

llegará así al drama que hoy contemplamos.

      La muerte de Jesús en la cruz no es un accidente. El previó y anunció

varias veces lo que iba a suceder. ¿Desde cuándo? Los evangelios presentan

varios anuncios de la pasión. Quizá nosotros podamos percibir algunos otros

y aprender a introducirnos poco a poco, desde Nazaret, en el misterio de la

pasión y de la muerte del Señor. El ya cuando tenía 12 años estuvo en

aquellos lugares donde se produjo su condena haciendo las primeras preguntas

y dando las primeras respuestas...

 

Señor Jesús, creemos en ti

y te reconocemos como Hijo de Dios

junto con el centurión

y todos aquellos a quienes has liberado

con tu muerte en la cruz.

Junto a ti, Señor, queremos vivir hoy

la agonía de los que son víctima de la injusticia,

de la calumnia, de la incomprensión...

En tu grito tremendo de muerte

ponemos el sufrimiento

de todos los que se sienten abandonados.

Danos tu espíritu filial, tu Espíritu Santo,

que nos lleve a abrazar a todos

y caminar con ellos hacia el Padre.

 

El paso de la fe

 

      "Hermanos, tenemos libertad para entrar en el santuario llevando la

sangre de Jesús y tenemos un acceso nuevo y viviente que Él nos ha abierto

a través de la cortina, que es su carne, y tenemos además un gran sacerdote

al frente de la familia de Dios" (Heb 10,19-21). Es la invitación a dar, como

el centurión, el paso de la fe, que consiste en reconocer en "aquel hombre"

al "Hijo de Dios".

      Esa es la puerta que nos da la inmensa libertad de la fe; libertad que

quita todas las trabas para acercarnos a Dios en Cristo Jesús, libertad que

debe llevarnos a ese modo nuevo de vivir que consiste en entregarse

totalmente para la salvación de los hombres.

      La contemplación de la cruz desde Nazaret debería educar nuestra mirada

para reconocer los rasgos dramáticos del Calvario no sólo en las situaciones

finales, irreversibles, donde ya todo está claro, sino también en esas otras

que todavía tienen un futuro, pero donde se encuentran ya larvados todos los

gérmenes que producirán un día la opresión y la muerte del inocente. Pero

además, está pidiendo nuestro empeño para evitar la tragedia desde los

comienzos y para reconocer todo el drama de la redención en las proporciones

modestas de muchas situaciones de nuestra vida de cada día.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

sábado, 20 de marzo de 2021

Ciclo B - Cuaresma - Domingo V

21 de marzo de 2021 - V DOMINGO DE CUARESMA - Ciclo B                          

 

                          "Queremos ver a Jesús"

 

Jeremías 31,31-34

 

      Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de

Israel y la casa de Judá una alianza nueva.

      No como la que hice con vuestros padres, cuando los tomé de la mano

para sacarlos de Egipto: Ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi

alianza; -oráculo del Señor-. Sino que así será la alianza que haré con

ellos, después de aquellos días -oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su

pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi

pueblo.

      Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, dicien-

do: Reconoce al Señor. Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande

-oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes, y no recuerde sus pecados.

 

Hebreos 5,7-9

 

      Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas,

presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en

su angustia fue escuchado.

      Él, a pesar de ser Hijo, aprendió sufriendo a obedecer. Y, llevado a

la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de

salvación eterna.

 

Juan 12,20-33

 

      En aquel tiempo entre los que habían venido a celebrar la Fiesta había

algunos gentiles; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le

rogaban:

      -Señor, quisiéramos ver a Jesús.

      Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo

a Jesús.

      Jesús les contestó:

      -Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os

aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;

pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que

se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que

quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi

servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará.

      Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora.

Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.

      Entonces vino una voz del cielo:

      -Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

      La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros

decían que le había hablado un Ángel.

      Jesús tomó la palabra y dijo:

      -Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzga-

do el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando

yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

      Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

 

Comentario

 

      La Palabra de Dios nos invita a caminar en este domingo con ánimo

renovado hacia la pascua. El deseo de ver a Jesús manifestado a Felipe por

algunos peregrinos griegos, con el que se abre el evangelio, da pie a una

catequesis sobre el misterio pascual.

      Tenemos que notar en primer lugar que en el lenguaje del cuarto

evangelio "ver" es algo más que una percepción de las cosas. Para Juan el

verbo ver cuando va referido a Jesús significa frecuentemente creer. A partir

de esa interpretación, avalada por muchos textos (Cfr. Jn 1,14; 18,51; 3,11.

32 ...), el lector de la Palabra es invitado a entrar y situarse en la "hora"

de Jesús, el momento en que "es glorificado" el Hijo del Hombre.

      Ese momento descrito por el evangelio de hoy es llamado el Getsemaní

del cuarto evangelio y tiene una intensidad inmensa, subrayada por el

realismo del sufrimiento de Jesús en el paso de la carta a los Hebreos.

      El Hijo, en medio de su agitación interior, acepta la voluntad del

Padre: "Padre, manifiesta la gloria tuya", es decir acepta su propia muerte,

como pone de manifiesto la parábola del grano de trigo narrada poco antes.

      Y nosotros somos invitados a "ver" a Jesús, es decir a reconocer en Él

al Señor, no porque otros nos lo digan, sino por nosotros mismos (2ª.

lectura), por ese movimiento interior del corazón que da la fe, don del

Espíritu Santo, que lleva a creer en Él.

      Pero creer en Él significa compartir su destino: "El que quiera

seguirme, que me siga, y allí donde esté yo, está también mi servidor" (Jn

12,26).

      Esta es la nueva alianza en la que se nos propone entrar hoy como

pueblo de Dios y cada uno individualmente: "Esta es la alianza que haré con

la casa de Israel en aquellos días". Esta es la alianza que renovamos hoy

participando en la eucaristía.

 

"aprendió a obedecer"

 

      El pasaje de la carta a los Hebreos que leemos hoy, puede darnos una

pista para meditar el evangelio desde Nazaret, es decir, desde "los días de

su vida mortal", o "de su carne", si se traduce a la letra, indicando así la

debilidad, sufrimiento y limitación de la condición humana de Jesús.

      También este texto podría llamarse el Getsemaní de la carta a los

Hebreos. En él se pone de manifiesto que Jesús era verdaderamente un hombre,

como lo revela también a su modo la permanencia en Nazaret. El Hijo de Dios

recorrió verdaderamente todas las etapas de la aventura humana, sin dejar de

lado el sufrimiento y la muerte.

      "Sufriendo aprendió a obedecer". El que había crecido en Nazaret

"sumiso" a María y a José, tuvo que dar luego ese último y supremo paso del

aprendizaje de la obediencia, mediante el sufrimiento. Camino duro el de la

obediencia, sobre todo si se tiene que dar en la escuela del dolor.

      Jesús, profundamente humano en Nazaret y en Getsemaní, obediente a sus

padres y a su Padre, comparte la condición del hombre que se somete ante el

silencio y el misterio de Dios: silencio y misterio de los largos años de

Nazaret, silencio y misterio de la cruz.

      Fue la penetración progresiva en nuestra tierra durante los largos años

de Nazaret lo que permitió a aquel "buen grano" de trigo, sembrado por el

Espíritu Santo en el seno de María, consumirse totalmente en su pasión y

muerte para ser "causa de salvación eterna de todos los que le obedecen a

Él". Ese es el misterioso plan de Dios: quien es obediente y se somete, por

la resurrección de entre los muertos, llegará a ser Señor a quienes todos

obedecen y a quien todo le está sometido; "Dios le escuchó, pero después de

aquella angustia" (Heb. 5,8).

      Así pues, quien "podía liberarlo de la muerte" no lo hizo sino después

de haberlo dejado compartir plenamente nuestra condición humana, a través del

sufrimiento y de la muerte, para indicar por donde pasa el camino de nuestra

vida y de nuestra salvación.

 

Padre, junto con Jesús

ponemos toda nuestra confianza en ti:

"glorifica tu nombre";

"sea santificado tu nombre".

Queremos colocarnos con Él "en la brecha" (Eclo 45,23),

"con oraciones, súplicas, gritos y lágrimas"

e interceder por el pueblo que sufre,

por quienes no ven sentido a su sufrimiento,

por quienes no encuentran luz en su vida,

por quienes no saben esperar cuando tu callas.

Pueda, Señor, nuestra oración y nuestra entrega,

unidas a las de Cristo,

ser también fuente de Amor y de vida nueva.

 

Entrar en la "nueva alianza"

 

      Necesitamos siempre una conversión del corazón, de lo más profundo de

nosotros mismos, si queremos permanecer en la condición filial de Jesús, tal

y como aparece en el evangelio de hoy. Quizá sea esta experiencia de

filiación la más profunda y la más dolorosa que podamos vivir.

      Compartir la condición filial de Jesús, en la que hemos sido

introducidos por el bautismo, no es perderse en vanos lamentos ante un Dios

aparentemente mudo e incomprensible. Se trata de dar el salto de la fe para

abandonarse con absoluta confianza entre las manos del Padre y de entregar

en el mismo gesto la vida por los demás. Tal es el impulso único del corazón

ganado por el amor.

      El camino del discípulo y de toda comunidad cristiana es el de la cruz.

No podemos imaginar una fecundidad verdadera que no pase por la donación, en

plena libertad de la propia vida.

      La cruz queda así como signo que corrige toda ilusión de una eficacia

fácil y también todo desaliento ante la prueba, porque sabemos que, como para

Jesús, también para nosotros, en la cruz queda sellada la alianza nueva de

Dios con los hombres y de esa alianza surge el hombre plenamente libre y

totalmente realizado.

 

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