sábado, 29 de noviembre de 2014

Ciclo B - Adviento - Domingo I

30 de noviembre de 2014 - I DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo B

                             "¡Estad en vela!"

Isaías 63,16b-17; 1.3b-8
      Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es "nuestro
redentor".
      Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro
corazón para que no te tema?. Vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus
de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con
tu presencia!.
      Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó
ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en Él.
      Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus
caminos.
      Estabas airado y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas y seremos
salvos. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos
nos marchitábamos como follaje, nuestra culpas nos arrebataban como el
viento.
      Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos
ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa. Y, sin
embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero:
somos todos obra de tus manos.

Corintios 1,3-9
      Hermanos:
      La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor
Jesucristo sean con vosotros.
      En mi Acción de Gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la
gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús.
      Pues por Él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el
saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho,
no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro
Señor Jesucristo.
      El os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué
acusaros en el tribunal de Jesucristo Señor Nuestro.
      Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor
Nuestro. ¡Y El es fiel!

 Marcos 13,33-37
      En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
      -Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un
hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados
su tarea, encargando al portero que velara.
      Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si
al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que
venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
      Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!

Comentario
      El tiempo litúrgico del Adviento, que celebra la primera venida de
Cristo y prepara al encuentro definitivo con Él, es imagen de la vida del
cristiano. Ya redimido en el bautismo, el cristiano debe mantener y desarro-
llar el don recibido hasta que llegue a su plenitud.
       La Palabra de Dios de este domingo es una fuerte llamada a tomar con-
ciencia de esta condición de la vida cristiana que avanza entre los peligros
de la noche y que espera a Quien dará un sentido definitivo a todo el camino
recorrido.
      El centro del mensaje está en la pequeña parábola del evangelio de Mar-
cos que concluye las enseñanzas de Jesús antes de entrar en su pasión. Por
tres veces se insiste en ella sobre la necesidad de velar. Y el motivo de
esta fuerte recomendación es obvio: "no sabéis cuando llegará el dueño de
casa".
       A la luz de las otras dos lecturas pueden descubrirse algunas motiva-
ciones para que el cristiano permanezca en vela. Existe el peligro, por
cierto nada imaginario, de "extraviarse lejos de los caminos del Señor", y
del "endurecimiento del corazón", hasta "quedar en poder de nuestra propia
culpa". He ahí un motivo para estar alerta, para que el Señor cuando venga
no lo encuentre "dormido". Pero además la condición del cristiano en el mundo
es similar a la de quien vive en la noche. Muchas veces lo recuerda el Nuevo
Testamento y, sobre todo, S. Pablo. Vivimos en un "mundo de tinieblas" (Ef
6,12), del que el Padre "nos sacó para trasladarnos al reino de su Hijo
querido". La novedad cristiana nos sitúa muchas veces en contraste con la
situación de este mundo: "los que duermen, duermen de noche; los borrachos
se emborrachan de noche; en cambio nosotros que pertenecemos al día, estemos
despejados y armados" (ITes 5,7).
      Así pues, la atención del cristiano tiene un doble frente: las tinie-
blas que pueden invadir su corazón y las tinieblas exteriores que tienden a
obstaculizar su camino. Es cierto, sin embargo que, "por medio del Mesías
Jesús", Dios no sólo le da su "gracia" y no le falta "ningún don", sino que
le "mantiene firme hasta el fin".
      La vigilancia cristiana se ve, pues, sostenida por la ayuda del Señor,
que "ha señalado a cada uno su tarea" al salir de casa y le da su gracia para
cumplirla. La condición filial, compartida con Jesús, lleva a respetar el
secreto del Padre sobre el momento en que acontecerá la manifestación
gloriosa. Nadie lo sabe. Así el cristiano vive en una total confianza,
sabiendo por una parte que todo se le ha dado ya y por otra que no está en
sus manos el desenlace del drama humano. Dios es siempre imprevisible,
inalcanzable, no se deja manipular por el hombre. Por eso al cristiano a
veces le resulta difícil dar testimonio de este Dios que dice poseer y que
al mismo tiempo se le escapa de entre la manos. Esa es la mejor garantía
contra todo intento de manipulación.

La espera en Nazaret
      María y José compartieron la esperanza del pueblo de Israel. Mas aún,
pertenecían a ese grupo de los llamados pobres de Yavé que tenían una
confianza total en Dios y estaban seguros de su fidelidad perenne: sabían que
iba a cumplir su promesa. Tampoco ellos conocían el día ni la hora, pero
sabían que el Señor iba a visitar a su pueblo. Y así aconteció cuando llegó
el Mesías.
      Pero María y José vivieron luego, junto con Jesús, otra larga espera:
el tiempo de Nazaret. La experiencia de Nazaret se sitúa entre la llegada del
que fue anunciado a María como "Hijo del Altísimo" y el momento de su
manifestación definitiva y gloriosa en la resurrección.
      En cierto sentido, la familia de Nazaret vivió la misma experiencia de
larga espera que ahora toca vivar a todo cristiano. Como al cristiano,
también a ellos se les dio todo al principio, pero pasaron largos años hasta
que se manifestó quién era realmente el niño, el joven que vivía en nazaret.
Y cuando la espera dura, hay que saber esperar.
      El evangelio de hoy recalca que puede pasar una hora o varias de la
noche y hay que seguir esperando. Y así era también el tiempo de Nazaret:
pasaba un día, pasaba otro, pasaban los meses y los años y nada se veía. La
impaciencia hubiera podido llevar al grito del profeta: "Ojalá rasgases el
cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia" (Is 63,19). Pero
en Nazaret no hubo nada de eso, sino la larga y atenta espera hasta que para
Jesús, como para Juan Bautista, le llegó el momento asignado por el Padre
para "presentarse a Israel" (Lc 1,80).
      En Nazaret fue madurando en la paciencia ese respeto absoluto hacia el
secreto del Padre que marcó la hora de Jesús y que marcará también el momento
de su venida gloriosa.

      "Tú, Señor eres nuestro Padre,
      tu nombre de siempre es nuestro redentor" (Is 63,16),
      nos ponemos en tus manos con entera confianza,
      como María y José.
      Renueva nuestra fe
      para que no nos cansemos de esperar en la noche
      y escuchemos hoy la Palabra que nos dice:
      "¡Estad en vela!"
      hasta que un día oigamos aquella otra que nos diga:
      "Aquí estoy".

Esperar con paciencia
      El modo de vivir en Nazaret el tiempo de la espera ilumina nuestro ad-
viento. Tras los pasos de Jesús, María y José podemos caminar nosotros en la
noche de nuestra vida cristiana con una mayor esperanza.
      Como ellos tenemos la certeza de tener entre nosotros, con nosotros y
en nosotros al Salvador, aunque estemos en medio a las dificultades de la
vida. Sabemos, como dice S. Pablo que, para quien cree, en último término la
dificultad produce esperanza "y esa esperanza no defrauda, porque el amor que
Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha
dado" (Rom 5,5).
      La abundancia y calidad del don recibido, el germen de vida que lleva-
mos dentro empujan "hacia la luz y hacia la vida" tanto como la conciencia
de la posible venida inminente del Señor. Ambas líneas de fuerza, la que
parte del don recibido y la que viene de la promesa, nos mantienen alerta,
no deben dejarnos dormir.
      La paciencia cristiana no es resignación y aletargamiento sino la
certeza que da la fe prolongada sin cesar en el tiempo y el respeto filial
al momento designado por el Padre.
      La paciencia vigilante que nos pide hoy el evangelio se opone tanto al
aturdimiento como a la impaciencia y debe comportar un programa de trabajo
sereno, de vida de comunidad, de humildad y obediencia como el que se vivió
en Nazaret. Este es el mejor modo de esperar la vuelta del Señor, que puede

llegar en cualquier momento.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Ciclo A - TO - Domingo XXXIV

23 de noviembre de 2014 - XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
                      
                                  JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

"Serán reunidas ante Él todas las naciones"

-Ez 34,11-12.15-17
-Sal 22
-1Co 15,20-26.28

Mateo 25,31-46
   Dijo Jesús a sus discípulos:
   -Cuando venga en gloria el Hijo del hombre y todos los Ángeles con Él, se
sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante Él todas las naciones.
El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá
el rey a los de su derecha:
   -Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y
vinisteis a verme.
   Entonces los justos le contestarán:
   -Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te
dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te
vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
   Y el rey les dirá:
   -Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes
hermanos, conmigo lo hicisteis.
   Y entonces dirá a los de su izquierda:
   -Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me
disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me
vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.
   Entonces también éstos contestarán:
   -Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o
enfermo o en la cárcel y no te asistimos?
   Y Él replicará:
   -Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los
humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.
   Y estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.
                     
Comentario
   La Iglesia conmemora hoy la solemnidad de Cristo Rey del Universo como
recapitulación de su camino anual de celebración de la fe y como centro de
toda la historia humana. "En el círculo del año litúrgico la Iglesia
desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad
hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y
venida del Señor" (S.C.102). La Palabra de Dios nos lleva a ver en Cristo,
el primogénito de los muertos, a Aquél que es el pastor y cabeza de la
Iglesia y de toda la humanidad, en quien todo ha sido llamado a la plenitud.
   El evangelio nos presenta una solemne descripción del juicio universal
que tendrá lugar al final de los tiempos, recogiendo una tradición
apocalíptica que se remonta a los profetas de Israel.
   El juicio es presentado ante todo como una gran convocación. Poco antes
de la escena que hoy leemos, el evangelista había dicho que el Señor enviaría
a sus Ángeles para convocar al son de trompeta a todos los elegidos de los
cuatro vientos y de un extremo al otro de los cielos (Mt 24,31). En este
ambiente apocalíptico del relato, el Hijo del hombre aparece rodeado de sus
Ángeles que actúan como testigos de lo que va a suceder.
   El juicio consiste en una separación que coloca a los buenos de una parte
y a los malos de otra. Para realizar esta separación la figura del rey y juez
se reviste de otra familiar a los lectores del evangelio: la figura de
pastor. Es de notar además que el rey no procede de una forma completamente
autónoma, sino que se refiere constantemente al Padre. Ante todo él mismo se
presenta como el Hijo del hombre, expresión que recuerda a Dan. 7,9-14, y
después proclama su sumisión. "Y cuando el universo le quede sometido,
entonces también el Hijo se someterá al que se lo sometió, y Dios lo será
"todo para todos" (1Co 15,28). Pero lo que más importa es el criterio de sepa-
ración de unos y otros establecido por el rey. No es otro que el del amor
expresado en el servicio y la atención hacia quien se encuentra necesitado,
en situación de pobreza, de enfermedad, de injusticia. El gesto de amor hacia
los hermanos o su ausencia establece la diferencia definitiva entre unos
hombres y otros.
   Podemos ahora preguntarnos quienes son esos "humildes hermanos" suyos de
que habla el Señor con tanto afecto. Si consultamos otros textos similares
del mismo Mateo, hay que pensar en los discípulos y seguidores de Jesús (Cf.
Mt 10,42; 18,10). Hoy tenderíamos a pensar que se trata de una interpretación
demasiado restrictiva. Pensamos espontáneamente que esos "humildes hermanos"
son todos los pobres, marginados, excluidos... Por otra parte el criterio de
amor al prójimo puede aplicarse a todo hombre y no sólo al cristiano. Pero
cuando se escribió el texto de Mateo que hoy leemos para una comunidad
pequeña y perseguida del siglo I, quizá el sentido original era el primero,
se trataba de los cristianos que por amor a Cristo se hicieron pobres, fueron
encarcelados, vivieron errantes y en toda clase de necesidad. Desde ese
sentido restringido y dada la ambientación universalista del relato ("serán
reunidas ante Él todas las naciones") es fácil pasar al sentido más amplio
en el que todo hombre es hermano de Jesús.

"Conmigo lo hicisteis"
   La vida de Nazaret se entiende sólo a la luz del misterio de la
encarnación. Los aspectos de pobreza, humildad, autolimitación voluntaria en
muchos aspectos de la vida de Jesús, expresan otros tantos momentos de su
asunción de la condición humana. Y la razón del amor cristiano que hoy da el
evangelio es la punta más avanzada de misterio de la Encarnación: "cada vez
que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis".
   Esta identificación de Jesús con el pobre y desamparado, con el débil y
oprimido, es no sólo una novedad absoluta del mensaje cristiano con respecto
a otras doctrinas, sino el fundamento de toda la actividad caritativa de la
Iglesia y de su amor preferencial por los pobres. Cuando Jesús se identifica
con el pobre, no hace más que ratificar lo que fue su opción de vida. Podemos
decir que la encarnación de Jesús no consistió sólo en hacerse hombre entre
los hombre, sino que se hizo también pobre entre los pobres. La trayectoria
entera de su existencia, que culmina en la cruz, fue un camino de solidaridad
con quien está desarmado, con quien sólo se impone por la fuerza del amor,
con quien no se apoya sobre ninguna de las cosas que ofrecen al hombre poder,
dominio sobre los otros, suficiencia... Por eso en el camino entero de su
vida se revela el amor y la misericordia del rostro de Dios para con el
hombre en su condición de pobreza, de abatimiento, de limitación y de pecado.
   La Iglesia postconciliar ha llevado a cabo esta reflexión que nos
compromete a todos en plena fidelidad al evangelio: "La Iglesia debe mirar
a Cristo cuando se pregunta cuál ha de ser su acción evangelizadora. El Hijo
de Dios demostró la grandeza de ese compromiso al hacerse hombre, pues se
identificó con los hombres haciéndose uno de ellos, solidario con ellos y
asumiendo la condición en que se encuentran, en su nacimiento, en su vida y,
sobre todo, en su pasión y muerte, donde llegó a la máxima expresión de
pobreza. Por esta razón los pobres merecen una atención preferencial, cual-
quiera que sea la situación moral o personal en que se encuentran. Hechos a
imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida
y aun escarnecida. Por eso Dios toma su defensa y los ama. Es así como los
pobres son los primeros destinatarios de la misión y su evangelización es por
excelencia señal y prueba de la misión de Jesús. Acercándonos al pobre para
acompañarlo y servirlo hacemos lo que Cristo nos enseñó, al hacerse hermano
nuestro, pobre como nosotros. Por eso el servicio a los pobres es la medida
privilegiada aunque no excluyente de nuestro seguimiento de Cristo. El mejor
servicio al hermano es la evangelización que lo dispone a realizarse como
hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve
integralmente" (Documento de Puebla nn. 1141, 1142 y 1144).

   Te bendecimos, Señor Jesús, rey del universo
   porque tu cercanía a todos los hombres
   y tu identificación con los pobres
   te permitirán en el momento final
   ser el juez de todos
   descubriendo lo que hay de más profundo en cada uno.
   Guíanos con tu Espíritu Santo
   para que sepamos reconocerte y servirte
   en los que ahora sufren
   y así formemos parte un día de la asamblea
   de quienes son bendecidos por el Padre
   y lo bendicen por toda la eternidad.

"Cristo tiene que reinar"
   Es el triunfo final de quien ha entregado su vida por todos. Pero Él
mismo indicó que su reino tiene un estilo muy distinto a los de este mundo.
"Este Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y dar su vida en
rescate por todos" (Mt 20,28).
   Si ese es el modo de "reinar" de Jesús, ese debe ser también el estilo de
la Iglesia y del cristiano. No se pueden copiar los procedimientos de
organización y gestión del poder con una lógica inspirada en el mundo. Como
para Jesús, para el cristiano, reinar es servir.
   El cristiano, comprometido en la transformación de este mundo con la
fuerza del evangelio, debe luchar por reconducir desde dentro todas las cosas
según los valores del Reino. De esta forma todos los hechos de la historia
personal y colectiva, por pequeños que sean, cobran un sentido nuevo porque
se inscriben en la construcción de los cielos nuevos y la tierra nueva que
esperamos. "La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros (Cf.
1Cor 10,11) y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y
empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente, ya que la Iglesia,
aun en la tierra, se reviste de una verdadera, si bien imperfecta santidad.
Y mientras no haya cielos nuevos y nueva tierra en los que tenga su morada
la justicia (Cf 2Pe 2,13), la Iglesia peregrinante, en sus sacramentos e
instituciones, que pertenecen a este tiempo, lleva consigo la imagen de este
mundo que pasa, y Ella misma vive entre las criaturas que gimen entre dolores
de parto hasta el presente, en espera de la manifestación de los hijos de

Dios (Cf. Rom 8,19-22)" (L. G. 48).

sábado, 15 de noviembre de 2014

Ciclo A - TO - Domingo XXXIII

16 de noviembre de 2014 - XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIOCiclo A

"Señor, cinco talentos me dejaste"

-Prov 31,10-13.19-20
-Sal 127
-1Tes 5,1-6

Mateo 25,14-30
   Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
   -Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y les dejó
encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos,
a otro uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. El que recibió
cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que
recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno
hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho
tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas
con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros
cinco, diciendo:
   -Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.
   Su señor le dijo:
   -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo
poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.
   Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: Señor, dos
talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.
   Su señor le dijo:
   -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo
poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.
   Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo:
   -Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges
donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. aquí
tienes lo tuyo.
   El señor le respondió:
   -Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde
no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto el dinero en
el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses.
Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le
dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y
a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y
rechinar de dientes.

Comentario
   La laboriosidad atenta y vigilante en espera de la manifestación gloriosa
del Señor es el tema predominante en la liturgia de este domingo, como lo era
ya de los precedentes. "Estemos vigilantes y vivamos sobriamente"
(2ª. lectura). Esta actitud de responsabilidad y compromiso viene puesta de
relieve de manera singular en la llamada parábola de los talentos.
   La parábola contada por Jesús anuncia ante todo su próxima salida de este
mundo con las consecuencias que esto iba a suponer para sus discípulos: su
ausencia pondrá entre las manos de sus seguidores la gran responsabilidad de conservar y propagar los bienes del reino; de ahora en adelante les tocará
a ellos continuar su obra, cada uno según su capacidad.
   Vistas así las cosas, la parábola no es una simple exhortación a cultivar
las propias cualidades; existe en ella una dimensión de fe y compromiso con
el Reino que va más allá de las sabias recomendaciones de la pedagogía
clásica, para ponerle al creyente en trance de jugarse la vida como respuesta
a la llamada que ha recibido.
   El amo, al regresar de su largo viaje, alaba la fidelidad creativa de los
dos primeros empleados que no sólo conservan, sino que doblan lo que han
recibido. Pero el punto de fuerza de la parábola se revela mayormente en
relación con el tercero de los empleados. La relación difícil, hecha de
desconfianza y recelo, entre amo y siervo, paraliza la generosidad de éste
y le lleva a tomar las medidas para conservar lo recibido más que a actuar
con la libertad que pondrá en juego su talento y su persona.
   Precisamente éste parece ser el centro de la parábola, el contraste entre
quien acepta el reto de la fe que lleva a acoger el don de Dios y responder
con generosidad y quien prudentemente se cierra sobre sí mismo.
   El evangelista interviene, como en las parábolas precedentes, para
subrayar el aspecto escatológico. En primer lugar coloca en ese ambiente una
parábola que en Lucas ocupa otro lugar. Además aumenta notablemente la
cantidad que cada siervo recibe. En Lucas son "minas", medida que valía
sesenta veces menos que el talento. Mateo tiende así a hacer más comprometida la situación del siervo infiel. Por otra parte subraya con insistencia cómo el amo "al cabo de mucho tiempo volvió y se puso a ajustar las cuentas" (v.19). Las sentencias que da, tanto en sentido positivo a los dos primeros siervos, como en sentido negativo al último, son definitivas e inapelables.
Es interesante notar la expresión "al que tiene se le dará y al que no tiene
se le quitará" que aquí es usada de forma personalizada para condenar al
tercer siervo. El propio Mateo y los otros evangelistas la usan también para
hablar de los bienes del Reino, dados a quien ha creído en el evangelio y
"quitados" a quien lo rechaza (Cf Mt 13,12).

El hombre y la mujer
   La primera lectura y el salmo responsorial nos presentan respectivamente
la figura de la mujer fuerte y laboriosa y la del hombre honrado que teme al
Señor.
   Meditando el evangelio desde Nazaret, podemos ver a contraluz las
siluetas de María y de José. Ellos fueron "buenos administradores" de la
gracia recibida porque supieron poner en juego toda su persona en la
respuesta inicial a la llamada de Dios y porque día a día fueron viviendo en
fidelidad.
   Tres son los rasgos que el poema del libro de los proverbios celebra en
la mujer perfecta, que es presentada al final de ese libro como la
personificación misma de la sabiduría. Se pone de relieve en primer lugar la
laboriosidad, el amor al trabajo. La mujer perfecta es, ante todo,
"hacendosa". Viene en segundo lugar la amabilidad, que se expresa en relación con los de su casa, marido, hijos y criados, y con los de afuera. Esa
cualidad le merece la confianza de todos. Finalmente se revela cuál es la
fuente secreta de todas esas cualidades y la fuerza interior de donde mana
su actividad: es el temor de Dios. Frente a esa motivación profunda, las
demás cosas son fugaces y, a veces, hasta pueden ser engañosas.
   En el contexto litúrgico de hoy evidentemente la "mujer perfecta" se
alinea con los dos primeros siervos de la parábola, pues como ellos, sabe
hacer rendir al máximo cuanto se le ha confiado. El evangelio hace hincapié
en el momento final en que el amo se presenta para pedir cuentas, en
realidad, la fidelidad dispone ya desde el presente con el testimonio de la
propia conciencia. Ningún juez más severo con que lo que nosotros mismos hacemos.
"Que sus obras la alaben en la plaza" (Prov 31,31).
   En el salmo responsorial tenemos la figura del hombre que teme al Señor.
En el cuadro familiar que describe se destaca sin duda la figura del padre y
marido. Su felicidad y la de su casa se cifra ante todo en la fe y práctica
religiosa. El temor de Dios expresa esa profunda actitud de piedad que se
vive en el diario cumplimiento de la voluntad de Dios, en el "seguir sus
caminos". El trabajo viene presentado como medio de subsistencia y no aparece el sentido de castigo por el pecado que tiene en el primer libro de la
Biblia. La bendición del Señor, que proporciona la felicidad, se vive en la
intimidad familiar con una esposa fecunda y la numerosa prole en torno a la
mesa. Las imágenes del olivo y de la vid, tomadas del mundo agrícola de la
Biblia, son la mejor expresión de la paz, serenidad y crecimiento que se vive
en una familia unida. Revelan al mismo tiempo la situación más íntima de las
personas y ponen la base de una paz y prosperidad duraderas para todo el
pueblo. "Paz a Israel" es el saludo litúrgico que sirve de conclusión a este
salmo, que se cantaba en las procesiones de los israelitas al templo de
Jerusalén.
   La familia de Nazaret vivió día a día los valores más altos de honradez
y fidelidad encarnando el ideal de toda familia hebrea creyente y abierta a
los bienes del Reino que con Jesús llevaba en su seno.

   Te bendecimos, Padre, que has creado el mundo
   y lo has puesto entre las manos del hombre
   para que lo guarde y lo cultive.
   Te bendecimos porque en la plenitud de los tiempos
   Jesús puso en las manos de sus discípulos
   la responsabilidad de hacer crecer la semilla
   que con su vida y con su muerte había plantado.
   Danos tu Espíritu Santo
   que nos mantenga en una fidelidad constante
   a lo que nos diste cuando nos llamaste a la fe
   y a lo que nos das cada día
   para podernos presentar ante ti
   con el fruto de tus dones.

Buenos administradores
   La dimensión escatológica de la vida cristiana, puesta ya de relieve en
el domingo precedente, es acentuada y desarrollada en esta anteúltima etapa
del año litúrgico. Ante la vuelta del Señor que la parábola evangélica
escenifica de manera tan eficaz, aparece la exigencia de saber administrar
los dones que hemos recibido, como siervos buenos y fieles. La invitación a
ser buenos administradores cobra toda su urgencia si consideramos de una
parte la cantidad inmensa de dones que hemos recibido y de otra la
posibilidad de perderlo todo, de quedarnos sin nada. Digamos, sin embargo,
que la urgencia mayor, la que más estimula nuestra responsabilidad es la
relación personal de amor con quien nos lo ha dado todo y un día nos lo
pedirá todo.
   Ya en el plano de la naturaleza es mucho lo que todo viviente ha
recibido. Cada persona debe sentirse deudora de toda la acumulación de amor
que ha posibilitado su existencia. Si además consideramos el don de la
filiación divina con los otros dones sobrenaturales que se nos han dado en
el bautismo, la cuenta de nuestra deuda aumenta sobremanera. En realidad los dos o los cinco talentos se quedan aún cortos para describir todo lo que el
Señor nos ha dejado como regalo.
   El otro acicate para estimular nuestra buena administración es la
posibilidad de perderlo todo. Es difícil admitir esto a quien se siente en
posesión absoluta de todo lo que tiene; a quien se apoya en sus cálculos y
capacidades; en definitiva, a quien no se siente administrador, sino amo. Y,
sin embargo, tanto en el plano de la naturaleza como en el de la gracia,
existen personas frustradas, gente que no produce nada ni para sí mismo ni
para los demás, que ni siquiera sabe conservar lo poco que tenía...
   La solución evangélica es que hay que arriesgar, que no vale agarrarse
egoístamente a lo que se cree tener. Pero para dar ese salto que supone la
fe, hay que confiar en alguien. Podemos suponer que lo que paralizó al siervo
"negligente y holgazán" fue el concepto negativo que tenía de su amo y la
desconfianza que sentía hacia Él. Sólo el "temor del Señor", el verdadero

temor que no mete miedo porque esta hecho de adoración y de amor, 
es capaz de poner en marcha todas las energías en la vida del cristiano.