27
de septiembre de 2015 - XXVI DOMINGO
DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B
"No se lo impidáis"
-Num 11,25-29
-Sal 18
-St 5,1-6
-Mc 9,38-43. 45,47-48
Marcos 9,37-42
En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
- Maestro, hemos visto a uno que echaba
demonios en tu nombre, y se lo
hemos
querido impedir, porque no es de los nuestros.
Jesús respondió:
- No se lo impidáis, porque uno que hace
milagros en mi nombre no puede
luego
hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
El que os dé a beber un vaso de agua,
porque seguís al Mesías, os ase-
guro
que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos
pequeñuelos,
que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una
piedra
de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más
te
vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego
que
no se apaga.
Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más
te vale entrar cojo en la vida
que
ser echado con los dos pies al abismo.
Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más
te vale entrar tuerto en el
Reino
de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no
muere
y el fuego no se apaga.
Comentario
La enseñanzas que propone la Palabra de
Dios en este domingo tienden
a
modelar la comunidad de los seguidores de Jesús sobre e la figura de Mesías
que
se nos ha presentado en los domingos precedentes: una comunidad abierta
al
Espíritu Santo, una comunidad que mira más allá de sus propias fronteras,
una
comunidad servidora y atenta a los más pequeños, una comunidad cuyos
miembros
se comprometen de forma radical con el evangelio.
El paralelismo que propone la liturgia
entre el episodio de los dos
ancianos
que profetizan fuera de la reunión oficial en la que se comunica a
los
demás el espíritu de Moisés y el caso del exorcista extraño al grupo de
los
discípulos de Jesús, subraya claramente dos modos de entender la acción
de
Dios en su pueblo. De una parte se ve la actitud amplia y abierta de
Moisés
y de Jesús, de otra la pretensión restrictiva, temerosa y quizá un
poco
envidiosa de Josué y de Juan. El contraste entre ambos pares de figuras
abre
una perspectiva inmensa hacia la liberalidad de Dios y la libertad de
su
Espíritu.
Desde esas perspectivas amplias se
comprenden mejor las enseñanzas
meticulosas
y radicales que siguen en el evangelio. La preocupación por el
gesto
concreto de hospitalidad (dar un vaso de agua), la atención para evitar
la
caída de los más débiles y lo que puede escandalizar a uno mismo, se
presentan
así como exigencias de un radicalismo que no tiende a poner
barreras
o a crear exigencias artificiales, sino a vivir coherentemente la
opción
de seguir el ejemplo de Jesús.
Seguir a Cristo significa dejarse llevar
por la lógica de amor y de
solidaridad
que desborda por todas partes y compromete en acciones concretas
no
sólo a las personas e individuos, sino también a los grupos y comunidades.
Un vaso de agua
Dos son las pistas por donde podría
discurrir nuestra meditación
"nazarena
" de la Palabra de Dios hoy.
Siguiendo la primera, podríamos ver en la
familia de Nazaret esa
comunidad
abierta al Espíritu Santo y eminentemente mesiánica, pero que, al
mismo
tiempo, no se cierra en sí misma, sino que ofrece la salvación (es más,
al
Salvador en persona) mas allá de sus propios límites. se presenta sí como
imagen
del "Israel de Dios", limpio de prejuicios, capaz de asumir una misión
universal.
Imagen también de toda comunidad cristiana, tentada siempre de
hacer
coincidir los límites del Reino de Dios con sus propias fronteras.
La segunda pista nos lleva a ver el
contraste existente entre la acción
del
exorcista y la de quien ofrece un vaso de agua. Contraste casual o
intencionadamente
buscado por el evangelista, lo cierto es que las palabras
elogiosas
de Jesús para quien realiza el mínimo gesto de hospitalidad que es
ofrecer
agua al visitante, subrayan con fuerza el valor de lo pequeño y lo
humilde.
Evidentemente, la expulsión de los
demonios es una demostración
maravillosa
del poder de Dios. Jesús mismo acudió a ese signo para mostrar
la
llegada del Reino. En contraste con esas obras grandes, están los gestos
de
la vida ordinaria. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy nos llevan
a
descubrir la importancia de éstos últimos y la verdadera motivación que
debe
animarlos.
Como el evangelio, la experiencia de la
vida ordinaria en Nazaret, nos
lleva
a vivir de modo que podamos llegar al encuentro con Dios a través de
esos
actos de servicio humildes y poco vistosos que tanto abundan en nuestras
jornadas.
Es una forma de radicalismo evangélico
que nada tiene que ver con los
actos
heroicos o de largo alcance y eficacia. No pide, sin embargo, menos
atención
y delicadeza y a lo largo es un camino que se demuestra tan
importante
como el testimonio más sublime y arriesgado.
Una vez más el camino de Nazaret se nos
presenta como el camino del
evangelio
encarnado en lo cotidiano.
Te
bendecimos, Padre, por tu Hijo Jesús
que
nos ha abierto a todos,
mediante
el sacrificio de la cruz,
el
don del Espíritu Santo.
Te
bendecimos porque Él se ha hecho pequeño
y
nos ha enseñado a valorar los gestos sencillos
que
traducen el amor en la vida de cada día.
Danos
su amplitud de miras para ver tu acción
allí
donde verdaderamente se da
y
para servir a todos sin distinción de personas.
La comunidad
También hoy la palabra nos pide un paso
adelante en el camino de
conversión
que es toda nuestra vida cristiana. Podríamos articularlo en
varios
aspectos que afectan a nuestro vivir en comunidad.
La 1ª. y la 3ª. lecturas llaman nuestra atención
sobre el sentido de
pertenencia
a la comunidad de seguidores de Jesús. Esta pertenencia debe
estar
imbuida por un sentido de tolerancia y de amplitud de miras que lleva
a
reconocer el bien allí donde se encuentra, no sólo en nuestro propio
terreno.
El Vaticano II, en el decreto Ad Gentes, invita a "reconocer con
alegría
y respeto las semillas del Verbo escondidas" también fuera de la
Iglesia
(A. G. 11).
Pero está además esa responsabilidad
comunitaria que pone como criterio
supremo
el amor fraterno y lleva a apreciar y cultivar los actos concretos
de
servicio mutuo, de acogida y hospitalidad. De la pura buena educación, el
cristiano
debe pasar a la actitud de fe de quien ve en el otro la presencia
misteriosa
de Cristo.
Y hay un último aspecto que no carece de
importancia: la res-
ponsabilidad
comunitaria lleva a hacer cualquier cosa con tal de no llevar
al
mal a los demás, sobre todo a los más débiles. Esa atención y delicadeza,
a
veces poco comprendida, es también una medida de nuestro amor a los demás.
Arrastrar
al otro a caer (o a decaer) en su fe, en su ilusión, en su
compromiso
es algo que no puede comprenderse viviendo en una comunidad que
tiene a Cristo como cimiento.
"Mejor sería ... "
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