29 de noviembre de 2020 - I DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo B
"¡Estad en
vela!"
Isaías 63,16b-17; 1.3b-8
Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es "nuestro
redentor".
Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro
corazón para que no te tema? Vuélvete
por amor a tus siervos y a las tribus
de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo
y bajases, derritiendo los montes con
tu presencia!
Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó
ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que
hiciera tanto por el que espera en Él.
Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus
caminos.
Estabas airado y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas y seremos
salvos. Todos éramos impuros, nuestra
justicia era un paño manchado; todos
nos marchitábamos como follaje, nuestras
culpas nos arrebataban como el
viento.
Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba
por aferrarse a ti; pues nos
ocultabas tu rostro y nos entregabas al
poder de nuestra culpa. Y, sin
embargo, Señor, tú eres nuestro padre,
nosotros la arcilla y tú el alfarero:
somos todos obra de tus manos.
Corintios 1,3-9
Hermanos:
La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor
Jesucristo sean con vosotros.
En mi Acción de Gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la
gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús.
Pues por Él habéis sido
enriquecidos en todo: en el hablar y en el
saber; porque en vosotros se ha probado
el testimonio de Cristo. De hecho,
no carecéis de ningún don, vosotros que
aguardáis la manifestación de nuestro
Señor Jesucristo.
El os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué
acusaros en el tribunal de Jesucristo Señor
Nuestro.
Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor
Nuestro. ¡Y El es fiel!
Marcos 13,33-37
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
-Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un
hombre que se fue de viaje, y dejó su
casa y dio a cada uno de sus criados
su tarea, encargando al portero que
velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si
al atardecer, o a medianoche, o al
canto del gallo, o al amanecer: no sea que
venga inesperadamente y os encuentre
dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!
Comentario
El tiempo litúrgico del Adviento, que celebra la primera venida de
Cristo y prepara al encuentro
definitivo con Él, es imagen de la vida del
cristiano. Ya redimido en el bautismo,
el cristiano debe mantener y desarro-
llar el don recibido hasta que llegue a
su plenitud.
La Palabra de Dios de este domingo es una fuerte llamada a tomar con-
ciencia de esta condición de la vida
cristiana que avanza entre los peligros
de la noche y que espera a Quien dará
un sentido definitivo a todo el camino
recorrido.
El centro del mensaje está en la pequeña parábola del evangelio de Mar-
cos que concluye las enseñanzas de Jesús
antes de entrar en su pasión. Por
tres veces se insiste en ella sobre la
necesidad de velar. Y el motivo de
esta fuerte recomendación es obvio:
"no sabéis cuando llegará el dueño de
casa".
A la luz de las otras dos lecturas pueden descubrirse algunas motiva-
ciones para que el cristiano permanezca
en vela. Existe el peligro, por
cierto nada imaginario, de
"extraviarse lejos de los caminos del Señor", y
del "endurecimiento del corazón",
hasta "quedar en poder de nuestra propia
culpa". He ahí un motivo para
estar alerta, para que el Señor cuando venga
no lo encuentre "dormido".
Pero además la condición del cristiano en el mundo
es similar a la de quien vive en
Testamento y, sobre todo, S. Pablo.
Vivimos en un "mundo de tinieblas" (Ef
6,12), del que el Padre "nos sacó
para trasladarnos al reino de su Hijo
querido". La novedad cristiana nos
sitúa muchas veces en contraste con la
situación de este mundo: "los que
duermen, duermen de noche; los borrachos
se emborrachan de noche; en cambio
nosotros que pertenecemos al día, estemos
despejados y armados" (ITes 5,7).
Así pues, la atención del cristiano tiene un doble frente: las tinie-
blas que pueden invadir su corazón y
las tinieblas exteriores que tienden a
obstaculizar su camino. Es cierto, sin
embargo que, "por medio del Mesías
Jesús", Dios no sólo le da su
"gracia" y no le falta "ningún don", sino que
le "mantiene firme hasta el
fin".
La vigilancia cristiana se ve, pues, sostenida por la ayuda del Señor,
que "ha señalado a cada uno su
tarea" al salir de casa y le da su gracia para
cumplirla. La condición filial,
compartida con Jesús, lleva a respetar el
secreto del Padre sobre el momento en
que acontecerá la manifestación
gloriosa. Nadie lo sabe. Así el
cristiano vive en una total confianza,
sabiendo por una parte que todo se le
ha dado ya y por otra que no está en
sus manos el desenlace del drama
humano. Dios es siempre imprevisible,
inalcanzable, no se deja manipular por
el hombre. Por eso al cristiano a
veces le resulta difícil dar testimonio
de este Dios que dice poseer y que
al mismo tiempo se le escapa de entre
las manos. Esa es la mejor garantía
contra todo intento de manipulación.
La espera en Nazaret
María y José compartieron la esperanza del pueblo de Israel. Mas aún,
pertenecían a ese grupo de los llamados
pobres de Yavé que tenían una
confianza total en Dios y estaban
seguros de su fidelidad perenne: sabían que
iba a cumplir su promesa. Tampoco ellos
conocían el día ni la hora, pero
sabían que el Señor iba a visitar a su
pueblo. Y así aconteció cuando llegó
el Mesías.
Pero María y José vivieron luego, junto con Jesús, otra larga espera:
el tiempo de Nazaret. La experiencia de
Nazaret se sitúa entre la llegada del
que fue anunciado a María como
"Hijo del Altísimo" y el momento de su
manifestación definitiva y gloriosa en
la resurrección.
En cierto sentido, la familia de Nazaret vivió la misma experiencia de
larga espera que ahora toca vivar a
todo cristiano. Como al cristiano,
también a ellos se les dio todo al
principio, pero pasaron largos años hasta
que se manifestó quién era realmente el
niño, el joven que vivía en nazaret.
Y cuando la espera dura, hay que saber
esperar.
El evangelio de hoy recalca que puede pasar una hora o varias de la
noche y hay que seguir esperando. Y así
era también el tiempo de Nazaret:
pasaba un día, pasaba otro, pasaban los
meses y los años y nada se veía. La
impaciencia hubiera podido llevar al
grito del profeta: "Ojalá rasgases el
cielo y bajases, derritiendo los montes
con tu presencia" (Is 63,19). Pero
en Nazaret no hubo nada de eso, sino la
larga y atenta espera hasta que para
Jesús, como para Juan Bautista, le llegó
el momento asignado por el Padre
para "presentarse a Israel"
(Lc 1,80).
En Nazaret fue madurando en la paciencia ese respeto absoluto hacia el
secreto del Padre que marcó la hora de Jesús
y que marcará también el momento
de su venida gloriosa.
“Tú,
Señor eres nuestro Padre,
tu
nombre de siempre es nuestro redentor" (Is 63,16),
nos
ponemos en tus manos con entera confianza,
como
María y José.
Renueva
nuestra fe
para
que no nos cansemos de esperar en la noche
y
escuchemos hoy la Palabra que nos dice:
"¡Estad
en vela!"
hasta
que un día oigamos aquella otra que nos diga:
"Aquí
estoy".
Esperar con paciencia
El modo de vivir en Nazaret el tiempo de la espera ilumina nuestro ad-
viento. Tras los pasos de Jesús, María
y José podemos caminar nosotros en la
noche de nuestra vida cristiana con una
mayor esperanza.
Como ellos tenemos la certeza de tener entre nosotros, con nosotros y
en nosotros al Salvador, aunque estemos
en medio a las dificultades de la
vida. Sabemos, como dice S. Pablo que,
para quien cree, en último término la
dificultad produce esperanza "y
esa esperanza no defrauda, porque el amor que
Dios nos tiene inunda nuestros
corazones por el Espíritu Santo que se nos ha
dado" (Rom 5,5).
La abundancia y calidad del don recibido, el germen de vida que lleva-
mos dentro empujan "hacia la luz y
hacia la vida" tanto como la conciencia
de la posible venida inminente del Señor.
Ambas líneas de fuerza, la que
parte del don recibido y la que viene
de la promesa, nos mantienen alerta,
no deben dejarnos dormir.
La paciencia cristiana no es resignación y aletargamiento sino la
certeza que da la fe prolongada sin
cesar en el tiempo y el respeto filial
al momento designado por el Padre.
La paciencia vigilante que nos pide hoy el evangelio se opone tanto al
aturdimiento como a la impaciencia y
debe comportar un programa de trabajo
sereno, de vida de comunidad, de
humildad y obediencia como el que se vivió
en Nazaret. Este es el mejor modo de
esperar la vuelta del Señor, que puede
llegar en cualquier momento.
VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf