sábado, 30 de abril de 2016

Ciclo C - VI Domingo de Pascua

1 de mayo de 2016 - VI DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

                           "Y viviremos con él"

Hechos 15,1-2.22-29

      En aquellos días, unos que bajaban de Judea se pusieron a enseñar a los
hermanos que, si no se circuncidaban como manda la ley de Moisés, no podían
salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y
Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé‚ y algunos más subieran a Jerusalén
a consultar a los Apóstoles y presbíteros sobre la controversia.
      Los Apóstoles y los presbíteros con toda la iglesia acordaron entonces
elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligie-
ron a Judas Barsabás  y Silas, miembros eminentes de la comunidad, y les
entregaron esta carta: "Los Apóstoles, los presbíteros y los hermanos saludan
a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo.
      Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han
alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido por unanimidad elegir
algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado
su vida a la causa de nuestro Señor. En vista de esto mandamos a Silas y a
Judas, que os referirán lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y
nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que no os
contaminéis con la idolatría, que no comáis sangre ni animales estrangulados
y que os abstengáis de fornicación.
      Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud".

Apocalipsis 21,10-14.22-23

      El  ángel me transportó en espíritu a un monte altísimo y me enseñó la
ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios trayendo la
gloria de Dios.
      Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido.
      Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce
 ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel.
      A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y
a occidente tres puertas.
      El muro tenía doce cimientos que llevaban doce nombres: los nombres de
los Apóstoles del Cordero.
      Templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso
y el Cordero.
      La ciudad no necesita ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios
la ilumina y su lámpara es el Cordero.

Juan 14,23-29

      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
      - El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos
a él y haremos morada en él.
      El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis
oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
      Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe
todo y os vaya recordando todo lo que he dicho.
      La Paz os dejo, mi Paz os doy: No os la doy como la da el mundo. Que
no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y
vuelvo a vuestro lado." Si me amarais os alegraríais de que yo vaya al Padre,
porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda,
para que cuando suceda, sigáis creyendo.

Comentario

      El domingo pasado hemos meditado que cumplir el mandamiento del amor
es posible porque el mismo Cristo, que nos manda amar como Él amó, está pre-
sente en nosotros mediante su Espíritu. Hoy el evangelio nos invita a
contemplar la presencia de las divinas personas en quien acoge el mensaje de
Jesús iniciando con Él una relación íntima y personal, como decía el evange-
lio del buen pastor.
      El Dios que ya desde el principio se había acercado al hombre y con él
"paseaba por el jardín" (Gn 3,8), el Dios que quiso ser huésped de Abrahán
(Gn 18) e hizo alianza con él, el Dios que quiso habitar en medio de su
pueblo (Ex 29,45) y tener morada en Jerusalén (IRe 8,27), "cuando llegó la
plenitud de los tiempos", "acampó entre nosotros" Jn 1,14.
      El texto que leemos hoy muestra cómo, a partir de Jesús, la presencia
de Dios no está ligada a tiempos o lugares, sino a la actitud profunda de la
persona frente a Él. "Si uno me ama hará caso de mi mensaje, mi Padre lo
amará y los dos vendremos con él y viviremos con él". Se trata de una
presencia profundísima y personal. Dios habita (vive con) quien acepta a
Jesús y su mensaje. Es una presencia de comunión que introduce al creyente
en el círculo del amor del Padre y del amor del Padre y del Hijo mediante la
acción del Espíritu Santo. De esta forma la persona se convierte en la casa
de Dios, su templo vivo. "¿Habéis olvidado que sois templo de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en vosotros?" ICo 3,16.
      Juan subraya la fusión reveladora del Espíritu Santo. Las palabras
dichas por Jesús deben ser acogidas, asimiladas, incorporadas a nuestro
vivir. El Espíritu Santo es quien nos enseña en cada momento a vivir como
cristianos, a descubrir la profundidad de nuestra existencia, a actuar en
conformidad con lo que llevamos dentro desde el día del bautismo. "Os lo
enseñará todo". El es quien nos enseña ese modo nuevo de vivir caracterizado
por la presencia de Jesús en nosotros. Porque si Jesús se va, se aleja con
su muerte es para ir al Padre y estar de nuevo con Él presente en quien cree.
      Este nuevo modo de vivir viendo a Jesús allí donde el mundo no lo ve
("el mundo no me verá, mas vosotros sí me veréis" Jn 14,19), da la paz. Una
paz que Jesús da y que el mundo no puede dar.     

Presencia en Nazaret

      La voluntad de acercamiento de Dios al hombre llegó a su culmen cuando
"la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" Jn 1,14. En Nazaret el
Dios hecho hombre vivió entre los hombres, estuvo cercano a los hombres,
compartió su vida, su trabajo, sus inquietudes.
      El Jesús que anunció en el evangelio su presencia con el Padre y el
Espíritu Santo en quien lo acoge, lo anunció también con su vida en Nazaret
al hacerse presente y cercano a cada hombre, al hacerse Él mismo hombre, en
el seno de María.
      María y José son quienes vivieron más prolongadamente y con más in-
tensidad la presencia de Dios hecho hombre en su casa.
      El salto de Dios hacia el interior de cada hombre pasó por la expe-
riencia de Nazaret. Y esto no porque Nazaret sea una zona intermedia, como
si Dios necesitara acostumbrarse a lo humano, sino porque en Nazaret Jesús
no sólo fue acogido en la casa, en el ambiente, en su manera de ser, lo fue
también en el fondo del alma, ¡y de qué modo!, por la fe.
      Cuando Jesús anuncia su presencia en las personas que acogerán su men-
saje, pensaría en primer lugar en su Madre María que ya desde el principio
no sólo había formado su cuerpo sino que lo había acogido en la fe.
      Una vez más podemos decir que lo que se vivió en Nazaret es a la vez
la primera realidad y anuncio y figura de lo que se vivirá  en la Iglesia.

Nazaret soy yo

      El Espíritu Santo enseña todo en el tiempo de la Iglesia y va recor-
dando a los cristianos lo que Jesús dijo. Descubre a través del tiempo y en
cada época la plenitud del evangelio.
      En todos los momentos de la historia de la Iglesia ha habido quienes
se han sentido movidos por el Espíritu Santo para vivir el evangelio de
Nazaret: la pobreza, el silencio, la vida de familia que allí llevó el Hijo
de Dios con María y José.
      Vivir en Nazaret es un modo de vivir cristiano como tantos otros. Cada
palabra del evangelio tiene allí un sabor especial. La que hoy promete la
presencia de las divinas personas en quien ama a Jesús y acepta su mensaje,
tiene una honda resonancia nazarena porque, como hemos visto, es cierto que
Jesús vivió en Nazaret, pero estuvo sobre todo presente en las personas que
allí lo acompañaron.
      Poniendo en primer plano las personas, se comprende fácilmente que lo
importante no es ya, a partir de la resurrección de Cristo, éste o el otro
lugar, sino la actitud que se adopta ante su persona y su mensaje. Además el
Nazaret de la tierra de Israel, sin templo, sin rey, sin historia, es la
confirmación más clara de cuán poco importan los sitios.

            Decid, si preguntan dónde
            que Dios está, sin mortaja
            en donde un hombre trabaja
            y un corazón le responde. (Himno de sexta).

      Recrear el misterio de Nazaret se puede en cualquier parte del mundo.
La condición primera es que el Espíritu Santo haya actuado de tal modo en el
corazón de una persona o de un grupo de personas que el Padre y el Hijo hayan
venido a vivir con él.
      Nazaret nos hace intuir lo que puede significar ese vivir Dios con
nosotros, de manera íntima y prolongada, hasta dónde puede llegar la comunión
de vida con Dios y la familiaridad que se puede tener con Él, lo que es vivir
en alianza con Dios. Desde Nazaret se vislumbra ya el momento en el que "Dios
lo será todo en todos".

TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 23 de abril de 2016

Ciclo C - V Domingo de Pascua

24 de abril de 2016 - V DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

"Amaos como yo os he amado"

Hechos 14,21b-26

      En aquellos días volvieron Pablo y Bernabé a Listra, a Iconio y a
Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe
diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios.
      En cada iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomen-
daban al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a
Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para
Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que
acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la comunidad, les contaron lo que
Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la
puerta de la fe.

Apocalipsis 21,1-5a

      Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo
y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe.
      Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, en-
viada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo.
Y escuché una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios
con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará
entre ellos.
      Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni
llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado
en el trono dijo: "Ahora hago el universo muevo".

Juan 13,31-33a.34-35

      Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
      - Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en Él.
(Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo:
pronto lo glorificará).
      - Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros.
      - Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he
amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os
améis unos a otros.

Comentario

      Para adentrarnos en el significado del gran mandamiento del amor, será
conveniente situarnos en el contexto en que fueron pronunciadas las palabras
que lo expresan. Fue durante la noche de la última cena, y en la perspectiva
más amplia, en el contexto de toda la vida de amor y entrega a los demás de
Jesús. Podemos verlo también a la luz de la nueva alianza establecida en su
persona mediante la efusión del Espíritu Santo.
      En la tarde del jueves santo, estableciendo una clara conexión con la
pascua judía, memoria de la liberación de Egipto y de la alianza del Sinaí,
Jesús celebra con sus discípulos la cena de la nueva alianza, anticipación
del sacrificio que tendría lugar al día siguiente. Hacia el final de la cena,
Jesús da a Judas con el bocado de honor, la prueba de su amor y la
confirmación de haberlo elegido, como a los otros once, para ser apóstol...
Pero en aquel momento terminó de fraguarse en su corazón la traición hacia
su maestro. "Judas tomó el pan y salió inmediatamente. Era de noche". Jn.
13,30.
      Y precisamente en aquella noche oscura de la traición, Jesús pronuncia
las palabras del mandamiento del amor. "La luz brilló en las tinieblas" Jn
1,5. Precisamente en la oscuridad del pecado, Dios manifiesta su amor infi-
nito y revela su gloria, es decir, su divinidad en su Hijo hecho hombre. Es
el momento en que "acaba de manifestarse la gloria de este Hombre y por Él
la de Dios".
      La "hora" de Jesús es el momento de su pasión, muerte y resurrección.
En el camino hacia esa "hora" Jesús manifiesta su gloria y revela el amor de
Dios "que ha amado tanto a los hombres...".
      El misterio pascual descubre la perspectiva completa de la vida terrena
de Jesús. A su luz, la encarnación, su vida pobre y sencilla, todos sus
gestos de ayuda, de afecto, de entrega, todas sus palabras, todos los
milagros brillan con un amor total y desinteresado. "Si os amáis, todos
sabrán que sois mis discípulos". No haréis más que calcar en vuestra vida lo
que ha sido un gesto permanente en la mía.
      El mandamiento del amor es la ley de la nueva vida de los creyentes en
Cristo. Pero la exigencia de esta ley viene precedida por el don del Espíritu
Santo en el corazón del creyente. Lo que exige el mandamiento (un amor como
el de Cristo) viene anticipado como don y como gracia (el amor de Cristo nos
es dado por el Espíritu Santo). De este modo todo cristiano puede decir con
San Agustín: "Dat quod jubes et jube quod vis" (Dame lo que me mandas y
mándame lo que quieras") Confesiones X, 29,40.
O como Santa Teresa de Lisieux: "­Cuánto amo, Señor, tu mandamiento! Me da
la certeza de que tú quieres amar en mí a todos aquellos a quienes me mandas
amar".

Amor en Nazaret

      La vida en Nazaret es una realidad marcada ya por la nueva alianza. De
algún modo la "hora" de Jesús y la efusión del Espíritu Santo tuvieron allí
ya su anticipación.
      El mandamiento nuevo, coherente con la realidad de gracia de la nueva
alianza, se vivió ya en Nazaret.
      María fue llamada ya desde el principio al amor total, a poner toda su
persona a disposición de Dios, a vivir para Jesús y José y después para la
Iglesia naciente y de todos los tiempos. Ella, la llena de gracia.
      José‚ aceptó plenamente entrar en el plan de salvación, renunciando a
su propio proyecto de vida. Su existencia fue un servicio continuo a la
familia. Cuando Jesús dijo: "como yo os he amado", en ese "os" bien pueden
entrar también María y José.
      Pero lo que constituye la naturaleza nueva del amor cristiano es la
fuente de donde ese amor nace. Es el Espíritu Santo infundido en el corazón
del creyente. Es Él quien lo mueve a amar con un amor que va más allá de las
posibilidades del corazón humano porque procede del mismo Dios.
      Si esto es así, no podemos dudar de que en Nazaret esa realidad del
amor de Dios, derramado en el interior de las personas se desarrolló en un
dinamismo inimaginable.
      Además, el amor de Nazaret no se cerró en una felicidad idílica de
donación recíproca. El Nazaret de los treinta años se abrió como una semilla
madura, cayó y se deshizo para que pudiera brotar una comunidad más grande,
un Nazaret nuevo, no circunscripto ya por el espacio ni por el tiempo.
      Desde el núcleo del amor de Nazaret avanzó Jesús hacia su "hora" para
abrir de par en par las puertas del Espíritu Santo a todos los hombres.

Vivir el amor

      El pueblo de la nueva alianza vive en el amor ante todo como un don de
Dios, como fruto de la actividad del Espíritu Santo que habita en el corazón
del creyente. Esta situación de amor creada por Dios en el íntimo de la
persona es el origen de todo el dinamismo cristiano, que se manifiesta en los
mil modos de su actuar. La caridad puede así ser llamada la nueva ley o la
ley de la nueva alianza. "Nueva" por su contenido, pero "nueva", sobre todo,
por el modo como viene actuada.
      La ley antigua fue dada al hombre desde el exterior, quedando su co-
razón inmutado. La nueva ley primero es realizada en el corazón del creyente
y sólo después es exigido su cumplimiento. Es una ley "no escrita con tinta,
sino con Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de
carne, en el corazón" 2 Cor. 3,3.
      Si no fuera así ni siquiera el mandamiento de Jesús -"Amaos los unos
a los otros como yo os he amado"- podría llamarse completamente nuevo, pues
quedaría desconectado de la lógica de la nueva alianza.
      El amor cristiano brota del fondo de la persona. Y no sólo como pro-
yección de los estratos más íntimos de su personalidad, sino como mani-
festación de lo que Dios ha operado en ella.
      Esta es la realidad que da verdadero peso al amor cristiano.
TEODORO BERZAL.hsf


sábado, 16 de abril de 2016

Ciclo C - IV Domingo de Pascua

1 de abril de 2016 - VI DOMINGO DE PASCUACiclo C

                           "Y viviremos con él"

Hechos 15,1-2.22-29

      En aquellos días, unos que bajaban de Judea se pusieron a enseñar a los
hermanos que, si no se circuncidaban como manda la ley de Moisés, no podían
salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y
Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé‚ y algunos más subieran a Jerusalén
a consultar a los Apóstoles y presbíteros sobre la controversia.
      Los Apóstoles y los presbíteros con toda la iglesia acordaron entonces
elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligie-
ron a Judas Barsabás  y Silas, miembros eminentes de la comunidad, y les
entregaron esta carta: "Los Apóstoles, los presbíteros y los hermanos saludan
a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo.
      Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han
alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido por unanimidad elegir
algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado
su vida a la causa de nuestro Señor. En vista de esto mandamos a Silas y a
Judas, que os referirán lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y
nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que no os
contaminéis con la idolatría, que no comáis sangre ni animales estrangulados
y que os abstengáis de fornicación.
      Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud".

Apocalipsis 21,10-14.22-23

      El  ángel me transportó en espíritu a un monte altísimo y me enseñó la
ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios trayendo la
gloria de Dios.
      Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido.
      Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce
 ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel.
      A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y
a occidente tres puertas.
      El muro tenía doce cimientos que llevaban doce nombres: los nombres de
los Apóstoles del Cordero.
      Templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso
y el Cordero.
      La ciudad no necesita ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios
la ilumina y su lámpara es el Cordero.

Juan 14,23-29

      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
      - El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos
a él y haremos morada en él.
      El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis
oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
      Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe
todo y os vaya recordando todo lo que he dicho.
      La Paz os dejo, mi Paz os doy: No os la doy como la da el mundo. Que
no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y
vuelvo a vuestro lado." Si me amarais os alegraríais de que yo vaya al Padre,
porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda,
para que cuando suceda, sigáis creyendo.

Comentario

      El domingo pasado hemos meditado que cumplir el mandamiento del amor
es posible porque el mismo Cristo, que nos manda amar como Él amó, está pre-
sente en nosotros mediante su Espíritu. Hoy el evangelio nos invita a
contemplar la presencia de las divinas personas en quien acoge el mensaje de
Jesús iniciando con Él una relación íntima y personal, como decía el evange-
lio del buen pastor.
      El Dios que ya desde el principio se había acercado al hombre y con él
"paseaba por el jardín" (Gn 3,8), el Dios que quiso ser huésped de Abrahán
(Gn 18) e hizo alianza con él, el Dios que quiso habitar en medio de su
pueblo (Ex 29,45) y tener morada en Jerusalén (IRe 8,27), "cuando llegó la
plenitud de los tiempos", "acampó entre nosotros" Jn 1,14.
      El texto que leemos hoy muestra cómo, a partir de Jesús, la presencia
de Dios no está ligada a tiempos o lugares, sino a la actitud profunda de la
persona frente a Él. "Si uno me ama hará caso de mi mensaje, mi Padre lo
amará y los dos vendremos con él y viviremos con él". Se trata de una
presencia profundísima y personal. Dios habita (vive con) quien acepta a
Jesús y su mensaje. Es una presencia de comunión que introduce al creyente
en el círculo del amor del Padre y del amor del Padre y del Hijo mediante la
acción del Espíritu Santo. De esta forma la persona se convierte en la casa
de Dios, su templo vivo. "¿Habéis olvidado que sois templo de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en vosotros?" ICo 3,16.
      Juan subraya la fusión reveladora del Espíritu Santo. Las palabras
dichas por Jesús deben ser acogidas, asimiladas, incorporadas a nuestro
vivir. El Espíritu Santo es quien nos enseña en cada momento a vivir como
cristianos, a descubrir la profundidad de nuestra existencia, a actuar en
conformidad con lo que llevamos dentro desde el día del bautismo. "Os lo
enseñará todo". El es quien nos enseña ese modo nuevo de vivir caracterizado
por la presencia de Jesús en nosotros. Porque si Jesús se va, se aleja con
su muerte es para ir al Padre y estar de nuevo con Él presente en quien cree.
      Este nuevo modo de vivir viendo a Jesús allí donde el mundo no lo ve
("el mundo no me verá, mas vosotros sí me veréis" Jn 14,19), da la paz. Una
paz que Jesús da y que el mundo no puede dar.     

Presencia en Nazaret

      La voluntad de acercamiento de Dios al hombre llegó a su culmen cuando
"la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" Jn 1,14. En Nazaret el
Dios hecho hombre vivió entre los hombres, estuvo cercano a los hombres,
compartió su vida, su trabajo, sus inquietudes.
      El Jesús que anunció en el evangelio su presencia con el Padre y el
Espíritu Santo en quien lo acoge, lo anunció también con su vida en Nazaret
al hacerse presente y cercano a cada hombre, al hacerse Él mismo hombre, en
el seno de María.
      María y José son quienes vivieron más prolongadamente y con más in-
tensidad la presencia de Dios hecho hombre en su casa.
      El salto de Dios hacia el interior de cada hombre pasó por la expe-
riencia de Nazaret. Y esto no porque Nazaret sea una zona intermedia, como
si Dios necesitara acostumbrarse a lo humano, sino porque en Nazaret Jesús
no sólo fue acogido en la casa, en el ambiente, en su manera de ser, lo fue
también en el fondo del alma, ¡y de qué modo!, por la fe.
      Cuando Jesús anuncia su presencia en las personas que acogerán su men-
saje, pensaría en primer lugar en su Madre María que ya desde el principio
no sólo había formado su cuerpo sino que lo había acogido en la fe.
      Una vez más podemos decir que lo que se vivió en Nazaret es a la vez
la primera realidad y anuncio y figura de lo que se vivirá  en la Iglesia.

Nazaret soy yo

      El Espíritu Santo enseña todo en el tiempo de la Iglesia y va recor-
dando a los cristianos lo que Jesús dijo. Descubre a través del tiempo y en
cada época la plenitud del evangelio.
      En todos los momentos de la historia de la Iglesia ha habido quienes
se han sentido movidos por el Espíritu Santo para vivir el evangelio de
Nazaret: la pobreza, el silencio, la vida de familia que allí llevó el Hijo
de Dios con María y José.
      Vivir en Nazaret es un modo de vivir cristiano como tantos otros. Cada
palabra del evangelio tiene allí un sabor especial. La que hoy promete la
presencia de las divinas personas en quien ama a Jesús y acepta su mensaje,
tiene una honda resonancia nazarena porque, como hemos visto, es cierto que
Jesús vivió en Nazaret, pero estuvo sobre todo presente en las personas que
allí lo acompañaron.
      Poniendo en primer plano las personas, se comprende fácilmente que lo
importante no es ya, a partir de la resurrección de Cristo, éste o el otro
lugar, sino la actitud que se adopta ante su persona y su mensaje. Además el
Nazaret de la tierra de Israel, sin templo, sin rey, sin historia, es la
confirmación más clara de cuán poco importan los sitios.

            Decid, si preguntan dónde
            que Dios está, sin mortaja
            en donde un hombre trabaja
            y un corazón le responde. (Himno de sexta).

      Recrear el misterio de Nazaret se puede en cualquier parte del mundo.
La condición primera es que el Espíritu Santo haya actuado de tal modo en el
corazón de una persona o de un grupo de personas que el Padre y el Hijo hayan
venido a vivir con él.
      Nazaret nos hace intuir lo que puede significar ese vivir Dios con
nosotros, de manera íntima y prolongada, hasta dónde puede llegar la comunión
de vida con Dios y la familiaridad que se puede tener con Él, lo que es vivir
en alianza con Dios. Desde Nazaret se vislumbra ya el momento en el que "Dios
lo será todo en todos".
TEODORO BERZAL.hsf