26 de septiembre de 2021 - XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B
"No se lo impidáis"
-Num 11,25-29
-Sal 18
-St 5,1-6
-Mc 9,38-43.
45,47-48
Marcos 9,37-42
En aquel tiempo,
dijo Juan a Jesús:
- Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo
hemos querido impedir, porque no es de
los nuestros.
Jesús respondió:
- No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede
luego hablar mal de mí. El que no está
contra nosotros está a favor nuestro.
El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os ase-
guro que no se quedará sin recompensa.
El que escandalice a uno de estos
pequeñuelos, que creen, más le valdría
que le encajasen en el cuello una
piedra de molino y lo echasen al mar.
Si tu mano te hace caer, córtatela: más
te vale entrar manco en la vida que ir
con las dos manos al abismo, al fuego
que no se apaga.
Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida
que ser echado con los dos pies al
abismo.
Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el
Reino de Dios que ser echado al abismo
con los dos ojos, donde el gusano no
muere y el fuego no se apaga.
Comentario
Las enseñanzas que propone la Palabra de Dios en este domingo tienden
a modelar la comunidad de los
seguidores de Jesús sobre e la figura de Mesías
que se nos ha presentado en los
domingos precedentes: una comunidad abierta
al Espíritu Santo, una comunidad que
mira más allá de sus propias fronteras,
una comunidad servidora y atenta a los
más pequeños, una comunidad cuyos
miembros se comprometen de forma
radical con el evangelio.
El paralelismo que propone la liturgia entre el episodio de los dos
ancianos que profetizan fuera de la
reunión oficial en la que se comunica a
los demás el espíritu de Moisés y el
caso del exorcista extraño al grupo de
los discípulos de Jesús, subraya
claramente dos modos de entender la acción
de Dios en su pueblo. De una parte se
ve la actitud amplia y abierta de
Moisés y de Jesús, de otra la
pretensión restrictiva, temerosa y quizá un
poco envidiosa de Josué y de Juan. El
contraste entre ambos pares de figuras
abre una perspectiva inmensa hacia la
liberalidad de Dios y la libertad de
su Espíritu.
Desde esas perspectivas amplias se comprenden mejor las enseñanzas
meticulosas y radicales que siguen en
el evangelio. La preocupación por el
gesto concreto de hospitalidad (dar un
vaso de agua), la atención para evitar
la caída de los más débiles y lo que
puede escandalizar a uno mismo, se
presenta así como exigencias de un
radicalismo que no tiende a poner
barreras o a crear exigencias
artificiales, sino a vivir coherentemente la
opción de seguir el ejemplo de Jesús.
Seguir a Cristo significa dejarse llevar
por la lógica de amor y de
solidaridad que desborda por todas
partes y compromete en acciones concretas
no sólo a las personas e individuos,
sino también a los grupos y comunidades.
Un vaso de agua
Dos son las pistas por donde podría discurrir nuestra meditación
"nazarena " de la Palabra de
Dios hoy.
Siguiendo la primera, podríamos ver en la familia de Nazaret esa
comunidad abierta al Espíritu Santo y
eminentemente mesiánica, pero que, al
mismo tiempo, no se cierra en sí misma,
sino que ofrece la salvación (es más,
al Salvador en persona) mas allá de sus
propios límites. se presenta sí como
imagen del "Israel de Dios",
limpio de prejuicios, capaz de asumir una misión
universal. Imagen también de toda
comunidad cristiana, tentada siempre de
hacer coincidir los límites del Reino
de Dios con sus propias fronteras.
La segunda pista nos lleva a ver el contraste existente entre la acción
del exorcista y la de quien ofrece un
vaso de agua. Contraste casual o
intencionadamente buscado por el
evangelista, lo cierto es que las palabras
elogiosas de Jesús para quien realiza
el mínimo gesto de hospitalidad que es
ofrecer agua al visitante, subrayan con
fuerza el valor de lo pequeño y lo
humilde.
Evidentemente, la expulsión de los demonios es una demostración
maravillosa del poder de Dios. Jesús
mismo acudió a ese signo para mostrar
la llegada del Reino. En contraste con
esas obras grandes, están los gestos
de la vida ordinaria. Las palabras de
Jesús en el evangelio de hoy nos llevan
a descubrir la importancia de éstos
últimos y la verdadera motivación que
debe animarlos.
Como el evangelio, la experiencia de la vida ordinaria en Nazaret, nos
lleva a vivir de modo que podamos
llegar al encuentro con Dios a través de
esos actos de servicio humildes y poco
vistosos que tanto abundan en nuestras
jornadas.
Es una forma de radicalismo evangélico que nada tiene que ver con los
actos heroicos o de largo alcance y eficacia.
No pide, sin embargo, menos
atención y delicadeza y a lo largo es
un camino que se demuestra tan
importante como el testimonio más
sublime y arriesgado.
Una vez más el camino de Nazaret se nos presenta como el camino del
evangelio encarnado en lo cotidiano.
Te
bendecimos, Padre, por tu Hijo Jesús
que
nos ha abierto a todos,
mediante
el sacrificio de la cruz,
el
don del Espíritu Santo.
Te
bendecimos porque Él se ha hecho pequeño
y
nos ha enseñado a valorar los gestos sencillos
que
traducen el amor en la vida de cada día.
Danos
su amplitud de miras para ver tu acción
allí
donde verdaderamente se da
y
para servir a todos sin distinción de personas.
La comunidad
También hoy la palabra nos pide un paso adelante en el camino de
conversión que es toda nuestra vida
cristiana. Podríamos articularlo en
varios aspectos que afectan a nuestro
vivir en comunidad.
La 1ª. y la 3ª. lecturas llaman nuestra atención sobre el sentido de
pertenencia a la comunidad de
seguidores de Jesús. Esta pertenencia debe
estar imbuida por un sentido de
tolerancia y de amplitud de miras que lleva
a reconocer el bien allí donde se
encuentra, no sólo en nuestro propio
terreno. El Vaticano II, en el decreto
Ad Gentes, invita a "reconocer con
alegría y respeto las semillas del
Verbo escondidas" también fuera de la
Iglesia (A. G. 11).
Pero está además esa responsabilidad comunitaria que pone como criterio
supremo el amor fraterno y lleva a
apreciar y cultivar los actos concretos
de servicio mutuo, de acogida y
hospitalidad. De la pura buena educación, el
cristiano debe pasar a la actitud de fe
de quien ve en el otro la presencia
misteriosa de Cristo.
Y hay un último aspecto que no carece de importancia: la res-
ponsabilidad comunitaria lleva a hacer
cualquier cosa con tal de no llevar
al mal a los demás, sobre todo a los
más débiles. Esa atención y delicadeza,
a veces poco comprendida, es también
una medida de nuestro amor a los demás.
Arrastrar al otro a caer (o a decaer)
en su fe, en su ilusión, en su
compromiso es algo que no puede
comprenderse viviendo en una comunidad que
tiene a Cristo como cimiento.
"Mejor sería ... "
VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf