sábado, 25 de septiembre de 2021

Ciclo B -TO - Domingo XXVI

 26 de septiembre de 2021 - XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

 

                                               "No se lo impidáis"

 

-Num 11,25-29

-Sal 18

-St 5,1-6

-Mc 9,38-43. 45,47-48

 

      Marcos 9,37-42

 

      En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:

      - Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo

hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.

      Jesús respondió:

      - No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede

luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.

      El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os ase-

guro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos

pequeñuelos, que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una

piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más

te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego

que no se apaga.

      Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida

que ser echado con los dos pies al abismo.

      Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el

Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no

muere y el fuego no se apaga.

 

Comentario

 

      Las enseñanzas que propone la Palabra de Dios en este domingo tienden

a modelar la comunidad de los seguidores de Jesús sobre e la figura de Mesías

que se nos ha presentado en los domingos precedentes: una comunidad abierta

al Espíritu Santo, una comunidad que mira más allá de sus propias fronteras,

una comunidad servidora y atenta a los más pequeños, una comunidad cuyos

miembros se comprometen de forma radical con el evangelio.

      El paralelismo que propone la liturgia entre el episodio de los dos

ancianos que profetizan fuera de la reunión oficial en la que se comunica a

los demás el espíritu de Moisés y el caso del exorcista extraño al grupo de

los discípulos de Jesús, subraya claramente dos modos de entender la acción

de Dios en su pueblo. De una parte se ve la actitud amplia y abierta de

Moisés y de Jesús, de otra la pretensión restrictiva, temerosa y quizá un

poco envidiosa de Josué y de Juan. El contraste entre ambos pares de figuras

abre una perspectiva inmensa hacia la liberalidad de Dios y la libertad de

su Espíritu.

      Desde esas perspectivas amplias se comprenden mejor las enseñanzas

meticulosas y radicales que siguen en el evangelio. La preocupación por el

gesto concreto de hospitalidad (dar un vaso de agua), la atención para evitar

la caída de los más débiles y lo que puede escandalizar a uno mismo, se

presenta así como exigencias de un radicalismo que no tiende a poner

barreras o a crear exigencias artificiales, sino a vivir coherentemente la

opción de seguir el ejemplo de Jesús.

      Seguir a Cristo significa dejarse llevar por la lógica de amor y de

solidaridad que desborda por todas partes y compromete en acciones concretas

no sólo a las personas e individuos, sino también a los grupos y comunidades.

 

                              Un vaso de agua

 

      Dos son las pistas por donde podría discurrir nuestra meditación

"nazarena " de la Palabra de Dios hoy.

      Siguiendo la primera, podríamos ver en la familia de Nazaret esa

comunidad abierta al Espíritu Santo y eminentemente mesiánica, pero que, al

mismo tiempo, no se cierra en sí misma, sino que ofrece la salvación (es más,

al Salvador en persona) mas allá de sus propios límites. se presenta sí como

imagen del "Israel de Dios", limpio de prejuicios, capaz de asumir una misión

universal. Imagen también de toda comunidad cristiana, tentada siempre de

hacer coincidir los límites del Reino de Dios con sus propias fronteras.

      La segunda pista nos lleva a ver el contraste existente entre la acción

del exorcista y la de quien ofrece un vaso de agua. Contraste casual o

intencionadamente buscado por el evangelista, lo cierto es que las palabras

elogiosas de Jesús para quien realiza el mínimo gesto de hospitalidad que es

ofrecer agua al visitante, subrayan con fuerza el valor de lo pequeño y lo

humilde.

      Evidentemente, la expulsión de los demonios es una demostración

maravillosa del poder de Dios. Jesús mismo acudió a ese signo para mostrar

la llegada del Reino. En contraste con esas obras grandes, están los gestos

de la vida ordinaria. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy nos llevan

a descubrir la importancia de éstos últimos y la verdadera motivación que

debe animarlos.

      Como el evangelio, la experiencia de la vida ordinaria en Nazaret, nos

lleva a vivir de modo que podamos llegar al encuentro con Dios a través de

esos actos de servicio humildes y poco vistosos que tanto abundan en nuestras

jornadas.

      Es una forma de radicalismo evangélico que nada tiene que ver con los

actos heroicos o de largo alcance y eficacia. No pide, sin embargo, menos

atención y delicadeza y a lo largo es un camino que se demuestra tan

importante como el testimonio más sublime y arriesgado.

      Una vez más el camino de Nazaret se nos presenta como el camino del

evangelio encarnado en lo cotidiano.

 

Te bendecimos, Padre, por tu Hijo Jesús

que nos ha abierto a todos,

mediante el sacrificio de la cruz,

el don del Espíritu Santo.

Te bendecimos porque Él se ha hecho pequeño

y nos ha enseñado a valorar los gestos sencillos

que traducen el amor en la vida de cada día.

Danos su amplitud de miras para ver tu acción

allí donde verdaderamente se da

y para servir a todos sin distinción de personas.

 

                               La comunidad

 

      También hoy la palabra nos pide un paso adelante en el camino de

conversión que es toda nuestra vida cristiana. Podríamos articularlo en

varios aspectos que afectan a nuestro vivir en comunidad.

      La 1ª. y la 3ª. lecturas llaman nuestra atención sobre el sentido de

pertenencia a la comunidad de seguidores de Jesús. Esta pertenencia debe

estar imbuida por un sentido de tolerancia y de amplitud de miras que lleva

a reconocer el bien allí donde se encuentra, no sólo en nuestro propio

terreno. El Vaticano II, en el decreto Ad Gentes, invita a "reconocer con

alegría y respeto las semillas del Verbo escondidas" también fuera de la

Iglesia (A. G. 11).

      Pero está además esa responsabilidad comunitaria que pone como criterio

supremo el amor fraterno y lleva a apreciar y cultivar los actos concretos

de servicio mutuo, de acogida y hospitalidad. De la pura buena educación, el

cristiano debe pasar a la actitud de fe de quien ve en el otro la presencia

misteriosa de Cristo.

      Y hay un último aspecto que no carece de importancia: la res-

ponsabilidad comunitaria lleva a hacer cualquier cosa con tal de no llevar

al mal a los demás, sobre todo a los más débiles. Esa atención y delicadeza,

a veces poco comprendida, es también una medida de nuestro amor a los demás.

Arrastrar al otro a caer (o a decaer) en su fe, en su ilusión, en su

compromiso es algo que no puede comprenderse viviendo en una comunidad que

tiene a Cristo como cimiento. "Mejor sería ... "

 

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sábado, 18 de septiembre de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XXV

 19 de septiembre de 2021 - XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

 

                  "El hijo del hombre va a ser entregado"

 

-Sab 2,17-20

-Sal 53

-St 3,16 - 4,3

-Mc 9,30-37

 

Marcos 9,29-36

 

      En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía:

      - El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo

matarán; y después, de muerto, a los tres días resucitará.

      Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.

      Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó:

      - ¿De qué discutíais por el camino?

      Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el

más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:

      - Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor

de todos.

      Y acercando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:

      - El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que

me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

 

Comentario

 

      La lectura continuada del evangelio de Marcos salta varios episodios

para proponer nuevamente la figura del Mesías entregado a la muerte. Nos

habla además de cómo su enseñanza debe ser acogida en la fe y en la vida.

      La insistencia del evangelista en el mismo tema del domingo pasado nos

obliga a considerar con mayor atención el camino elegido por Dios para salvar

al hombre. Será también un incentivo para asumir e interiorizar más plenamen-

te ese camino de todo cristiano que lleva a la cruz (Mc 9,32).

      El personaje del justo perseguido (1ª. lectura) testigo indefectible de

la verdad y lleno de confianza en Dios, se encarna y cobra todo su realismo

en Jesús, que anuncia nuevamente su pasión.

      La palabra clave de este segundo anuncio de la pasión, muerte y

resurrección es el verbo "entregar"; En el primer anuncio (Mc 8,31) se

insistía en la necesidad de que el Mesías emprendiera la vía dolorosa, en

este se deja percibir la figura del Padre que entrega a su Hijo para la

salvación del mundo (Cfr. Jn 3,16); El Hijo amado, el predilecto es entregado

en manos de los hombres. La persona del Padre se compromete así radicalmente

en ese drama que llevará a la redención del hombre. A esta entrega por parte

del Padre, corresponde el ofrecimiento voluntario de la propia vida por parte

de Jesús (Cfr. Jn 10,17-18), en una comunión perfecta de amor trinitario.

      La pregunta de Jesús, que es a la vez una acusación y su gesto de acogida

hacia los niños, símbolo de los que no cuentan y necesitan ayuda, que viene

a continuación del anuncio de la pasión, nos dicen que en el acto redentor

están todos comprendidos. La preferencia por el último puesto, la acogida de

los pequeños, el servicio humilde, son otros tantos gestos integrantes

del camino paradójico elegido por Dios para salvar al mundo. Por ellos

empieza el seguimiento concreto de Jesús al que hoy somos llamados.

      "Ellos no entendieron sus palabras". En el evangelio de Marcos, ésta

expresión se refiere al anuncio de la pasión. En su lugar otro evangelio pone

la recriminación de Jesús a sus discípulos por no haber entendido su gesto

de acoger a los niños.

 

"El último de todos"

 

      En una maravillosa síntesis de acciones y Palabras Jesús nos propone

hoy cómo vivir la preferencia por los últimos, los pequeños, los que no

cuentan en la sociedad. Es un estilo de vida que contrasta con las miras

humanas de sus discípulos.

      Pero hay algo más, Jesús se identifica con estos "últimos" y

"abandonados": "El que acoge a un chiquillo de estos por causa mía, me acoge

a mí" (Mc 9,37). Y esta declaración nos lleva naturalmente al tiempo en que

Jesús fue realmente un niño, al tiempo de su infancia en Nazaret. Porque es

precisamente esa experiencia de encarnación la que da un fundamento a la

identificación casi sacramental de Jesús con los pequeños.

      La debilidad, impotencia, pequeñez del niño Jesús deben ser leídas a

la luz de su vocación mesiánica, como una revelación del amor de Dios, que

se manifiesta en su preferencia por lo débil, lo impotente, lo que no cuenta,

para manifestar mejor su fuerza, su gloria y su poder.

      Si damos un paso más en el evangelio de hoy, vemos que esta acogida de

los últimos es una condición para entrar en comunión con el Padre: "El que

me acoge a mí, no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado" (9,37).

De esta forma, la entrada en el Reino para compartir la vida eterna en la

gran familia de los hijos de Dios, empieza por esa actitud de humildad, de

apertura y abajamiento que caracterizan a quien es capaz de acoger a los

niños.

      Nazaret, donde María y José, respondiendo a la llamada divina acogieron

y vivieron en la fe con Jesús niño, nos indica ya esa actitud básica del

creyente que lleva a abrirse a Dios tal y como se presenta; es decir,

normalmente en un camino de encarnación que contradice todas las falsas

expectativas e ideas preconcebidas acerca de Él. Ese es además el único modo

accesible al hombre para poder colaborar con Él.

 

Señor Jesús, que has venido a servir

y te has hecho el más pequeño de nosotros,

danos tu Espíritu Santo para que abra nuestros ojos

y nuestro corazón,

y podamos verte en los pobres y en los pequeños.

Haznos partícipes de tu sencillez y humildad;

queremos repetir tus gestos de acogida y de servicio

en lo cotidiano de la vida

para gloria del Padre

que en ti nos sale siempre al encuentro.

 

Servir

 

      Las lecturas de hoy apuntan en el fondo hacia esa actitud tan cristiana

que es el servicio. porque el servicio, antes que ser una acción en favor de

otros, más o menos eficaz, es una forma de ser, una actitud del corazón.

      El evangelio invita ante todo a colocarse en el último lugar y luego

a servir, porque sólo quien es capaz de entrar en una mentalidad de

"servidor", es capaz de servir.

      Muchas veces los servicios que prestamos en el ejercicio de nuestras

funciones u ocasionalmente nos dejan insatisfechos a nosotros mismos porque

no los prestamos con la mentalidad del servidor; es decir, de aquel que

primero en su interior se ha colocado en el último puesto con paz y

serenidad.

      De ahí nacen muchas situaciones en nuestras familias y en nuestras

comunidades que son similares a las que se describen en la 2ª. lectura de hoy:

"despecho", "partidismo", "malas faenas". La conversión que se nos pide hoy

debería llevarnos en el ejercicio de la autoridad y de los diversos

ministerios y servicios a actuar con espíritu "límpido, apacible, comprensivo

y abierto, que rebosa buen corazón y no hace discriminaciones ni es fingido"

(Sant. 3,17). Su fruto es la paz.

      Nazaret es una fuerte llamada a colocarse en el último puesto, estando

convencidos de que sólo desde él se puede acoger a todos y servir a todos.

Para eso nos liberó Cristo.

 

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sábado, 11 de septiembre de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XXIV

 12 de septiembre de 2021 - XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

 

                                               "Tú eres el Mesías"

 

-Is 50,5-9

-Sal 114

-St 2,14-18

-Mc 8,27-35

 

Marcos 8,27-35

 

      En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de

Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:

      - ¿Quién dice la gente que soy yo?

      Ellos le contestaron:

      - Unos, Juan Bautista, otros, Elías, y otros, uno de los profetas.

      Él les preguntó:

      - Y vosotros, ¿quién decís que soy?

      Pedro le contestó:

      - Tú eres el Mesías.

      Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.

      Y empezó a instruirlos.

      - El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado

por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a

los tres días.

      Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte

y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó

a Pedro:

      - ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como

Dios!

      Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:

      - El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue

con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero

el que pierda su vida por el Evangelio la salvará.

 

Comentario

 

      Las lecturas de este domingo tienen como tema predominante el de la

mesianidad de Jesús, que se perfila a través del anuncio de Isaías y, sobre

todo, por las palabras de Jesús en el evangelio.

      Con la confesión de Pedro (Mc 8,29), llegamos al punto central y al

corazón mismo del evangelio de Marcos. Situada a mitad de camino entre la

afirmación inicial del evangelista (1,1) y la profesión de fe del centurión

después de la muerte de Jesús (15,39), la manifestación de fe de los

discípulos, expresada por boca de San Pedro, revela el contenido del "secreto

mesiánico".

      La escena evangélica de Cesarea de Filipo es un ejemplo admirable de

catequesis dada por Jesús, quien guía a sus discípulos y oyentes a la verdad.

Contrariamente a la costumbre, es Él quien formula la pregunta inicial. Luego

escucha y confirma la respuesta verdadera dada por Pedro, y previene contra

los posibles errores de interpretación. Pero además saca las consecuencias

prácticas para quien dice creer: "El que quiera venirse conmigo... " (8,35).

      La figura del Mesías que emerge de las palabras de Jesús difieren de la

Imagen que los judíos de su tiempo tenían en general y está en contraste con las

interpretaciones oficiales de los grupos dirigentes ("senadores, sumos

sacerdotes y letrados" 8,31). De ahí nace la crisis que irá intensificándose

a lo largo de las páginas del evangelio y que se saldará con la pasión y la

muerte de Jesús.

      Frente al modo de proceder de Pedro, que después de su confesión toma

aparte a Jesús y le habla movido únicamente por "impulso humano", éste

declara "abiertamente el mensaje" proponiendo a todos esa fe que salva y que

compromete la vida entera. Se muestra así como el verdadero Mesías, que

escucha y sufre, pero lleno de esa presencia de Dios que da una confianza

plena y lo hace inquebrantable (2ª. lectura).

      El seguimiento que Jesús pide está directamente marcado por esa

comunión con su persona que debe llevar al discípulo a compartir su destino,

lo que comporta una negación de sí mismo y un "perder la vida" por Él. En eso

consiste la fe verdadera.

 

El escándalo de Nazaret

 

      La segunda intervención de Pedro en el evangelio de hoy muestra bien

a las claras cómo la fe en Jesús es un don de Dios y cómo existe un modo de

ver las cosas y de razonar que no corresponde a sus designios. San Pablo

habla del escándalo que supone para los Judíos la cruz de Cristo (ICo 1,23)

y más adelante dice: "El hombre de tejas abajo no acepta la manera de ser del

Espíritu de Dios, le parece una locura" (ICo 2,14).

      En la misma línea podría hablarse de un "escándalo de Nazaret", incluso

para algunos cristianos. Les parece injustificado, desproporcionado y hasta

escandaloso que el Hijo de Dios, venido a la tierra para traer la buena nueva

de la salvación, se encierre en un silencio incomprensible viviendo por

muchos años en una oscura aldea de Galilea.

      Quienes así piensan quizá se atreverían a proponer un programa de vida

diferente para el Mesías. No comprenden que el camino elegido, ya desde

entonces, es el que un día llevaría a decir a Jesús: "Este hombre tiene que

padecer mucho: tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes

y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días" (Mc 8,31); En realidad

ya desde su infancia el anciano Simeón lo había presentado como "bandera

discutida" (signo de contradicción) para que quede patente lo que todos

piensan" (Lc 2,35).

      En Nazaret se va ya perfilando esa figura de Mesías marcado por la

escucha y la obediencia, atento sólo a la voluntad del Padre, con la actitud

filial del siervo de Yavé (1ª. lectura), que se muestra completamente

disponible al proyecto de Dios sobre su vida. Son éstas las características

que le llevan, a su debido tiempo, a asumir el sufrimiento, no sólo como un

aspecto inherente a toda existencia humana, sino como acto de amor redentor

que conduce a ofrecer la vida por los demás.

      De la experiencia de escucha y de silencio, propias del siervo de Yavé,

pasó Jesús a exponer "con una lengua de iniciado" el mensaje del Evangelio,

supo decir una palabra de aliento al abatido y se presentó decidido al

momento de dar su vida por todos (Is 50,4).

 

Señor Jesús, tú eres el Mesías,

el Hijo del hombre y el siervo de Yavé

con el oído abierto y la lengua suelta.

Tú has padecido por nosotros;

danos esa fe sincera y esa fuerza interior

capaz de cargar, como tú, con nuestra cruz

y con la de los demás.

Caminando tras tus huellas,

descubriremos que en ti está la salvación

porque quien te sigue

"no camina en las tinieblas

sino que tendrá la luz de la vida".

 

Perder y ganar la vida

 

      El evangelio de hoy se concluye con la máxima de perder o ganar la

vida, y con ella nos invita a iluminar concretamente nuestra vida con la luz

que viene de la Palabra.

      El diálogo entre Jesús y Pedro desemboca en un compromiso serio para

toda la comunidad de los seguidores de Jesús, como para indicar que la fe

verdadera, la fe confesada explícitamente, tiene unas implicaciones

existenciales que afectan a todo creyente. Esa es también la línea

fundamental de la 2ª. lectura: no hay fe si no desemboca en las obras.

      La comprensión y aceptación de la verdad sobre la mesianidad de Jesús

se expresa en lo concreto de la vida con esa actitud básica del cristiano que

consiste en negarse a sí mismo y cargar con la propia cruz. Es decir, frente

a la forma de vivir que pretende salvar la propia vida confiando en uno

mismo, viendo la existencia como puro resultado de las propias opciones y

decisiones, está ese otro modo de vivir que confía totalmente en Dios, que

acepta la vida como don, que ve en el dolor y en el sacrificio, en la

humillación y el ocultamiento, posibles caminos para vivir el amor, el amor

redentor que salva a los otros, aunque implique la pérdida de la propia vida.

Saber entrar en ese "juego" de perder o ganar la vida es ponerse en el

camino de la fe verdadera. A ello nos invita como preámbulo la experiencia

de Jesús en Nazaret con María y José. Compartir ese género de vida es dar

pasos en la dirección de la entrega de la propia vida. Comprenderlo es ya un

don del Espíritu Santo.

 

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sábado, 4 de septiembre de 2021

Ciclo B - TO - Domingo XXIII

 5 de septiembre de 2021 - XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B

 

                                                        "Effetá: ábrete"

 

-Is 35,4-7

-Sal 145

-St 2,1-5

-Mc 7 31-37

 

Marcos 7,31-37

 

      En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón,

camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un

sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.

      Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos

y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y dijo:

      - Effetá.

      (Esto es: "Abrete")

      Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la

lengua y hablaba sin dificultad.

      Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba,

con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

- Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

 

Comentario

 

     El mensaje de la Palabra de Dios en este domingo se centra en la salva-

ción liberadora que Dios ofrece en Cristo a todos los hombres.

      Esta liberación es anunciada por el profeta Isaías (1ª. lectura) en tono

festivo presentándola como un nuevo éxodo en el que Dios se compromete con

su pueblo y lo lleva a su tierra; es también la nueva creación en la que el

hombre es restaurado en su dignidad primitiva y liberado de todo lo que le

degrada y le oprime.

      El caso concreto de la curación del sordomudo que presenta el

evangelio, puede ser vista como la realización plena de lo que anunciaba el

profeta. En Cristo, Dios sale al encuentro del hombre y lo salva. En ese

sentido es emblemática la figura del sordomudo, pues, Marcos lo presenta de

tal modo que puede ser la imagen de cualquier hombre o del hombre sin más

calificativo.

      Los detalles de la narración cobran así un alto valor significativo;

En primer término el lugar donde acontece el milagro, en plena Decápolis,

tierra de paganos, lleva a ver en este personaje anónimo un símbolo del

paganismo, incapaz de abrirse a la salvación. La doble enfermedad: sordera

y mutismo dejan ver la reprensión de Jesús hacia la cerrazón de sus

discípulos, aspecto particularmente acentuado en Marcos (Cfr. Mc 7,18;

8,17-18), sobre todo si se compara con la fe de la mujer sirofenicia de la

que se habla inmediatamente antes (Cfr. Mc 7,24-30).

      Pero lo más interesante es el proceso seguido en la curación, visto

como itinerario del creyente que llega a la salvación en Cristo; El sordomudo

es "presentado" (la salvación es un don que pide una colaboración). Jesús lo

lleva aparte, lejos de la gente (personaliza su intervención) y lo cura

inmediata y totalmente. El milagro lleva al "secreto", a saber quién es

realmente Jesús y a proclamarlo abiertamente.

      Esa línea de acercamiento al hombre y liberación de lo que le esclaviza

llevada a cabo por Dios en Cristo es la misma que la 2ª. lectura recomienda

a todo cristiano.

 

Un cuerpo y una casa

 

      La lectura de la Palabra de Dios desde Nazaret, lugar donde Dios se

encarna, nos lleva a fijarnos en dos aspectos que hoy quedan explicitados de

una manera particular. La liberación salvadora que Jesús trae, toca al hombre

ante todo en su corporalidad.

      A través de los detalles narrativos de Marcos en el evangelio y de la

descripción de la intervención salvadora de Dios hecha por Isaías, se

advierte cómo es el cuerpo del hombre, aspecto de la persona que revela

mayormente su debilidad, el que recibe de forma inmediata la liberación:

"Entonces se despegarán los ojos del ciego y los oídos del sordo se

abrirán... " (Is 35,5). "Se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de

la lengua... " (Mc. 7,35).

      El haber asumido un cuerpo es lo que permite a Cristo intervenir en

nuestro favor desde la condición más humilde del hombre. Así lo dice la carta

a los Hebreos: "Como los suyos tienen todos la misma carne y sangre, también

Él asumió una carne como la ellos, para, con su muerte, reducir a la

impotencia al que tenía dominio sobre la muerte, es decir, al diablo" (2,14).

El realismo con que Marcos describe el milagro operado por Jesús nos lleva

a pensar cómo el poder de Dios actúa sirviéndose del cuerpo como instrumento:

"Le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con la saliva" (7,34).

Los comentaristas ven en ese modo de proceder una alusión a la acción de Dios

para liberar a su pueblo de manos del faraón (Ex 8,15). San Efrén dice: "El

poder de Dios, que nosotros no podemos tocar, ha bajado a la tierra y ha

tomado un cuerpo, para que nuestra debilidad pudiera alcanzarlo y llegar a

la divinidad tocando la humanidad. El sordomudo curado por Cristo sintió que

sus dedos de carne tocaban los oídos y la lengua. Pero cuando se le soltó la

lengua y se le abrieron los oídos, a través de aquellos dedos accesibles a

sus sentidos, llegó a la divinidad, que era inaccesible".

      La renovación profunda que Dios opera en el hombre que toca tiene

también un reflejo en el medio ambiente que lo rodea; Es lo que Isaías

intenta expresar poéticamente mostrando cómo, cuando Dios interviene, el

desierto hostil e inculto se transforma en un jardín por donde el pueblo

transita alegremente hacia la tierra prometida. El hombre salvado encontrará

así una casa donde habitar con sus compañeros de camino. Ninguna imagen

traduce mejor la salvación completa que Dios nos da en Cristo.

 

Señor Jesús, que todo lo haces bien,

que haces oír a los sordos y hablar a los mudos,

nos presentamos ante ti con nuestros hermanos los hombres

que necesitan tu liberación.

Señor, mete tus dedos, signo del poder de Dios,

en nuestra boca y en nuestros oídos

para que se cure nuestra sordera y nuestro mutismo.

Que sepamos escuchar lo que el Padre nos dice

y cantar las maravillas que tú operas

en nosotros y en todos.

 

Vivir la liberación

 

      El hombre sanado por Jesús como nos es presentado en el evangelio de

hoy, nos recuerda esa dimensión liberadora de la acción de Dios en nuestra

vida y en la que nosotros mismos debemos entrar para bien nuestro y de los

demás.

      Vivir la liberación en su sentido más radical y profundo, es ante todo

aceptarla como don de Dios que ha creado libre al hombre a su imagen y

semejanza. Entrar en el proceso de liberación que el evangelio nos presenta

es ayudar al hombre a recobrar su integridad y dignidad plena partiendo de

lo más inmediato (la corporeidad disminuida o atrofiada) hasta llegar a la

dimensión más profunda que es la fe en Cristo.

      Ese proceso, en el que debemos sentirnos implicados, a la vez como

sujetos activos y pasivos, es el que lleva a reconocer la verdadera identidad

de Jesús y de su acción. Él, como se dice de Dios en el libro del Génesis,

"hace bien todas las cosas".

      El punto de llegada del proceso de liberación que debe alimentar

nuestra esperanza es una creación nueva en la que todo hombre recobra su

dignidad de persona humana y de hijo de Dios. Es lo que alienta a la

comunidad de seguidores de Jesús que no puede contener la alegría y rompe el

secreto proclamando que Él es el Señor y que es Él quien (hoy también por

medio nuestro) hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

      Este es el camino que Dios mismo ha elegido prefiriendo "a los que son

pobres a los ojos del mundo para que fueran ricos de fe y herederos del

Reino" (Sant. 2,5).

 

 

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