viernes, 24 de enero de 2014

TO - Ciclo A - Domingo III

26 de enero de 2014 - III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
                                    
                    "Está cerca el Reino de los cielos"

-Is 8,23-9,3
-Sal 26
-1Co 1,10-13,17
-Mt 4,12-23

Mateo 4,12-23
   Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio
de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:
   "País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del
Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una
luz grande; a los que habitaban en tinieblas y sombras de muerte, una luz les
brilló".
   Entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo:
   -Convertíos porque esta cerca el Reino de los cielos.
   Pasando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que
llamó Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, pues eran
pescadores.
   Les dijo:
   -Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron
las redes y le siguieron.
   Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo,
y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre.
Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo
siguieron.
   Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el
Evangelio de Reino , curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

Comentario
   La llamada urgente a la conversión es el mensaje central de la Palabra de
Dios en este domingo. Ese es el anuncio que Jesús, repitiendo lo que Juan
Bautista predicaba, proclama al comienzo de su ministerio público.
   El texto evangélico se articula en cuatro partes bien diferenciadas que
forman la introducción al discurso de la montaña, elemento central del
evangelio de Mateo.
   La primera parte narra el comienzo de la actividad de Jesús. Si todos los
evangelios señalan que comenzó a predicar en Galilea, sólo Mateo siente la
necesidad de justificar esta circunstancia con un texto del Antiguo Testa-
mento en el que el profeta Isaías anuncia la liberación de las "sombras de
la muerte" para esas tierras, tradicionalmente alejadas (y no sólo
geográficamente) del centro religioso y político que era Jerusalén. Es allí
donde, contrariamente a todas las previsiones, empezó a brillar la luz de la
buena nueva traída por el Mesías.
   Mateo da a continuación de forma sintética el contenido de la predicación
de Jesús: "Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos". El
imperativo de la conversión está motivado por la cercanía del reinado de
Dios. Podríamos intentar traducir la fuerza que tiene de por sí el anuncio
expresándolo en otros términos. Sonaría más o menos así: Dios ha decidido
intervenir definitivamente en la historia humana creando un orden nuevo de
cosas cuyo centro es la persona de Jesús; si no queréis que todo lo que
existe quede sin sentido, tenéis que abandonarlo o reorganizarlo de modo que
responda a ese reinado que Dios establece en el mundo.
   El motivo del imperativo de conversión está en la proximidad de la llegada
del Reino de Dios. Y la urgencia viene concretizada en la escena que el
evangelio narra a continuación: la llamada a los discípulos.
   Del "convertíos", llamada genérica dirigida a todos, se pasa a la llamada
personalizada dirigida a Pedro, Andrés, Santiago y Juan, mientras están
ocupados en sus quehaceres cotidianos.
   Vemos así concretamente que la llamada a la conversión, es una llamada al
seguimiento de Jesús. Se advierte también la radicalidad y prontitud de la
invitación y de la respuesta. Esa prontitud traduce en lo concreto de la vida
la inminencia con la que se anuncia la llegada del Reino de Dios: "Está 
cerca".
   Concluye el evangelio de hoy con un resumen de lo que fue toda la vida de
Jesús: anuncio del evangelio del Reino y curación de los males del pueblo.
Maravillosa síntesis hecha de palabras y hechos, de atención a cada persona,
que se irradia en toda la región y tiende a abarcar el mundo entero. Mateo
repite la misma expresión al concluir el sermón de la montaña y los milagros
que le siguen, formando así una sección literaria bien determinada por una
inclusión (cfr. Mt 4,23 = Mt 9,35).

"Dejó Nazaret"
   El comienzo de la llamada vida pública de Jesús supone el abandono del
pueblo donde había crecido para trasladarse a Cafarnaún, población que Mateo
presenta después en su evangelio como la ciudad de Jesús (cfr. Mt 9,1).
   Carlos de Foucauld ha escrito en su diario una página espléndida titulada
precisamente "La última noche de Jesús en Nazaret". Vale la pena leerla.
   "23 de febrero. Señor mío Jesús, esta es la última noche que pasas en
Nazaret antes del bautismo. La última noche de tu vida escondida, la última
noche de esa primera parte de tu vida, de tu tranquila y suave oscuridad de
Nazaret. Aún una noche para orar con María como lo has hecho tantas veces y
luego todo acabará para siempre. Tendrás que pasar después otras noches en
oración con tu Madre, pero ya nunca más en esta
oscuridad, en este retiro, en esta soledad no sólo del lugar sino del alma,
desconocido de todos excepto para ella. Que se cumpla la voluntad de Dios,
sea cual fuera, bendita sea. El bien y la gloria de Dios brotará de esos
sufrimientos. Para que Él sea servido y amado tienes tú que darle a conocer
y puesto que te has hecho hombre, oh Señor mío, tendrás que sufrir. Es una
ley universal que viene desde Adán: el hombre sólo puede hacer el bien sobre
la tierra a costa de mucho sufrimiento, "con el sudor de su frente". Mañana
dejarás este pueblecillo que te ha acogido y ocultado durante treinta años
¡Qué angustia para tu Madre que contempla temblando el futuro, el camino que
se abre delante de ti! Y sin embargo está resignada; adora, acepta, ama la
voluntad de Dios. Pero aun queriendo de todo corazón lo que Dios quiere,
incluso tus sufrimientos, ¡cómo sufre de todo corazón también! Y tú, Dios
mío, tu partías a la vez triste y gozoso para ofrecer a Dios ese sacrificio
completo que le da toda gloria, y gozoso también por poder proporcionar el
bien a los hombres. ¡Qué prisa tenías por ser bautizado con ese bautismo de
tu sangre! Deseabas con ardiente deseo llegar a la última cena..."
   Con esa despedida, leída ya por Charles de Foucauld a la luz de la
Pascua, Jesús cumple el gesto que ilumina con el evangelio toda la región de
la Galilea y el mundo entero.
   En la perspectiva del evangelio de Mateo existen dos tipos de oscuridad:
una que hay que rescatar, iluminar, dar vida (son las "tinieblas y sombras
de muerte") otra es la oscuridad y silencio donde se va forjando la luz y la
palabra. Esta última es la de los "años oscuros" de Jesús en Nazaret.
La luz del mundo fue creciendo en Nazaret de manera que cuando se mostró a
todos, para que se cumpliera la palabra de Isaías, era ya la "luz grande" que
podía iluminar a todo el pueblo.
   Toda la vida de Jesús ha podido ser interpretada como una aparición
luminosa: "La gracia manifestada ahora por la aparición en la tierra de
nuestro Salvador, el Mesías Jesús; Él ha aniquilado la muerte y ha irradiado
la vida y la inmortalidad por medio del evangelio" (2Tim 1,10)
  
   Señor Jesús, luz de las gentes,
   que alumbras a todo hombre venido a este mundo,
   te bendecimos y agradecemos
   por habernos sacado de la tiniebla de la muerte
   y habernos llevado al Reino del Padre de las luces,
   del que viene todo don perfecto.
   Que el fuego de tu Espíritu
   nos purifique y transforme
   de modo que podamos mirarnos en ti
   y desde ti ser también nosotros luz
   para todos los que están en la casa.

"Luz de las gentes"
   "La Iglesia es en Cristo luz de las gentes..." Así comienza la constitu-
ción del Vaticano II sobre el misterio de la Iglesia. La Palabra de Dios nos
lleva hoy a tomar conciencia personal de ello y a tratar de encarnarlo en la
vida como camino de conversión.
   Ante todo tenemos que recordar que, como amaban decir los Padres de la
Iglesia, nuestro bautismo es una "iluminación". Comentan así el himno
paulino: "Despierta tú que duermes y te iluminará el Mesías" (Ef. 5,14).
   S. Justino expresó en estos términos el simbolismo del bautismo: "Esta
ablución se llama iluminación porque quienes reciben esta doctrina tienen el
espíritu iluminado. Y por eso en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado
bajo el poder de Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que
predijo por medio de los profetas toda la historia de Jesús, es lavado aquel
que es iluminado".
   El bautismo es iluminación porque al neófito se le entrega la plenitud de
la verdad revelada. Pero lejos de toda interpretación intelectualista, los
padres insistían en el caminos de conversión de vida que supone el bautismo.
Se trata, en efecto de ir transformando la vida entera con la luz recibida,
de ir dejando de lado las obras de las tinieblas, porque la noche está ya
avanzada (Rom 3,11).
   En la medida en que dejemos crecer la luz en nosotros mismos podremos ser
testigos de Cristo e iluminar a quienes nos rodean y a los que somos
enviados: "Vosotros sois la luz del mundo... Alumbre también vuestra luz a
los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del
cielo" (Mt 5,14-16).
   Muchas son las obras a las que está llamado el cristiano para ser testigo
de la luz recibida. La 2ª. lectura de hoy nos invita a una particularmente
importante: ser testigos de unidad y comunión, que es como decir que la luz
es sólo una, Cristo. La unidad de la fe es el mayor signo que se puede
ofrecer para su credibilidad. Por eso la renuncia a las polémicas inútiles
y a las divisiones internas en la comunidad es un gran paso en el camino del
testimonio y de la evangelización. Lo que vemos evidente a nivel mundial en
el movimiento ecuménico es también cierto en el ámbito concreto de nuestra

comunidad.

viernes, 17 de enero de 2014

TO - Ciclo A - Domingo II


19 de enero de 2014 - II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

"Este es el cordero de Dios"

-Is 49,3.5-6
-Sal 39
-1Co 1,1-3
-Jn 1,29-34

Juan 1,29-34
Al ver Juan a Jesús que venia hacia él, exclamó:
-Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel
de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí,
porque existe antes que yo". Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con
agua, para que sea manifestado a Israel.
Y Juan dio testimonio diciendo:
-He contemplado el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se
posó sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me
dijo: aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre Él, Ése es
aquél que ha de bautizar con Espíritu Santo.
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que Éste es el Hijo de Dios.

Comentario
La liturgia nos invita a volver nuevamente nuestra mirada hacia el
acontecimiento del bautismo de Jesús. Esta vez desde el evangelio de S. Juan,
que no narra directamente el hecho, pero profundiza en su significado.
En la celebración eucarística se lee en primer lugar, como el domingo
pasado, un texto de Isaías sobre la figura del siervo de Yavé. Esta figura
misteriosa, que tiene a la vez rasgos individuales y colectivos, y anuncia
una personalidad que llevará  consigo el destino y la misión de todo el pue-
blo, nos habla ya a su modo de Jesús. Será Él quien llevará  a cabo, como un
nuevo Moisés, el éxodo definitivo del nuevo pueblo de Dios. El texto de hoy
subraya además su misión universal: "Te hago luz de las naciones, para que
mi salvación alcance hasta el confín de la tierra" (49,6).
Esta figura del "siervo" nos ayuda a entender la expresión central del
evangelio de hoy. Juan Bautista señalando a Jesús, dice: "Este es el cordero
de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). Recordemos además que
cuando se anuncia la "pasión" del siervo de Yavé se lo compara con un
"cordero llevado al matadero" (Is 53,7). Es posible que en la expresión de
Juan Bautista referida a Jesús haya una alusión a esa mansedumbre. La alusión
sería m s explícita si la traducción castellana diera plenamente el sentido
original del texto. Sonaría así: "... el cordero de Dios que quita el pecado
del mundo cargándolo sobre sí". Estaría de este modo más cerca de Is 53,11:
"Mi siervo justificará a muchos porque cargará con los crímenes de ellos".
Pero hay también en la figura del "cordero" una referencia a la víctima
de la Pascua. Los evangelistas en la narración de la última cena y de la
pasión de Jesús multiplican las alusiones al cordero inmolado, signo de la
liberación nueva y definitiva traída por Cristo.
Y hay una tercera pista de reflexión por donde entender la exclamación de
Juan Bautista. En el ámbito apocalíptico (recordemos que tanto Juan Bautista
como Juan el evangelista se movían en ese ambiente) el "cordero", manso y
desarmado, tiene una fuerza misteriosa capaz de imponerse a sus adversarios
(Cfr. Ap. 14,10; 17,14) En este caso hay que notar que no se trata de una
victoria sobre los enemigos, sino sobre el mal, sobre el pecado del mundo,
y no destruyéndolo, sino cargando con él.
El testimonio de Juan Bautista, culmen de su misión profética, consiste
precisamente en identificar a Jesús, en reconocerlo y mostrarlo a los demás.
Pero ese testimonio sólo puede darse en virtud de la acción del Espíritu
Santo. Juan confiesa, en efecto que "no lo conocía", como para indicar que
el reconocimiento de la verdadera identidad de Jesús es fruto de una revela-
ción que se acoge mediante la fe.

"Éste es"
El valor del testimonio de Juan Bautista está en el hecho de haber
descubierto bajo la apariencia humilde de un hombre cualquiera, que se pone
en la fila de los pecadores y se somete a un bautismo de agua, al cordero de
Dios, al Hijo de Dios. "Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua
para que se manifieste a Israel" (Jn 1,31).
Como en muchos otros casos de la historia de la salvación, se produce
aquí la paradoja de la revelación: Dios se manifiesta a la vez que esconde
su gloria en la figura de uno que se presenta sin ninguna apariencia externa,
como uno de los muchos que acudían a escuchar al profeta y a ser bautizados
por él. Esa paradoja llegará a su extremo en la cruz, donde la gloria de Dios
se manifestará precisamente en el extremo fracaso.
En esa misma clave están escritos los evangelios de la infancia de
Cristo: la gloria de Dios se manifiesta en la pobreza y en la humildad. La
serie de teofanías (= manifestaciones de Dios) de los primeros años de la
vida de Jesús en el evangelio de Lucas va puntualmente acompañada de otros
tantos subrayados que ponen de relieve la pobreza y humildad de las
condiciones en que se producen. Veamos algunas.
Como lugar donde es anunciada la venida del Hijo del Altísimo es escogido
Nazaret, pueblo desconocido; a una virgen, llena de gracia, que se reconoce
"sierva"; cuando nace Jesús la gloria de Dios resplandece sobre unos
pastores. En la presentación en el templo de quien es proclamado "Santo" y
"Salvador", luz y gloria del pueblo, se hace sólo la ofrenda propia de los
pobres. A la afirmación insólita de Jesús de que debe estar en la casa de su
Padre, sigue la humilde sumisión a sus padres y el descenso a Nazaret. María
rubrica en su canto esa paradoja constante de Dios en su modo de obrar:
"Derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes; a los hambrientos
los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos" (Lc 1,52).
No son, pues, las apariencias externas las que pueden llevar a la fe
aceptada y confesada. En el caso de Juan Bautista (igual que para María y
José) lo que lleva al reconocimiento del Mesías es esa correspondencia
establecida por la acción de la gracia entre el signo anunciado y lo que se
ve con los ojos de la carne: "Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y
posarse sobre Él, Ése es" (Jn 1,33).
Esa experiencia inicial del testimonio que arranca de la fe será más
adelante en la Iglesia una ley permanente. El IV evangelio asocia indisolu-
blemente el testimonio del Espíritu Santo al de los discípulos de Jesús:
"Cuando venga el abogado que os voy a enviar yo de parte de mi Padre, Él será
testigo en mi causa: también vosotros sois testigos, porque habéis estado
conmigo desde el principio" (Jn 15,26-27). Al haber visto a Jesús desde el
principio debe, pues, asociarse el haber recibido el Espíritu Santo para
poder dar testimonio de Jesús, para poder decir: "Éste es".

Señor Jesús, en quien reposa el Espíritu Santo,
tú eres quien nos ha liberado
cargando con nuestros pecados.
Te adoramos en esa unión tan íntima con el Espíritu Santo
que va mucho más allá 
de lo que nosotros podemos entender y decir,
pero que sabemos te marca profundamente
y revela tu identidad.
El es quien te hace Hijo frente al Padre
y quien te hace hermano y salvador nuestro.
Te pedimos ese mismo Espíritu
ya que eres tú quien bautiza en Él.

Nuestro bautismo
El mensaje de la Palabra de Dios nos invita a continuar la reflexión
sobre nuestro bautismo iniciada el domingo pasado. Señalábamos ya dos
aspectos: el camino permanente de conversión y la relación entre el bautismo
y la misión. Veamos hoy algunos otros que nos ayuden a vivir ese hecho
fundacional de nuestra vida cristiana.
Típica del IV evangelio es la afirmación de que el Espíritu Santo no sólo
bajó sobre Jesús en el momento de su bautismo, sino que se posó y se quedó
en Él de forma permanente. Esa comunión esencial entre Jesús y el Espíritu
Santo nos dice también algo a los que hemos sido bautizados por Él "con
Espíritu Santo". El bautismo nos marca con el sello indeleble del Espíritu
Santo para la vida eterna. Así pues, nuestra vida cristiana no consiste sólo
en no hacer nada que pueda contristar al Espíritu que vive en nosotros, sino
en dejarnos guiar por Él. "Vosotros, en cambio, no estáis sujetos a los bajos
instintos, sino al Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros;
y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es cristiano" (Rom 8,9-10).
El bautismo hace, pues, también relación al pecado. No sólo en cuanto,
mediante él, el pecado original y los pecados personales quedan perdonados,
sino en cuanto nos configura con "el cordero de Dios que quita el pecado del
mundo". Nos compromete así en una lucha permanente contra el mal en nosotros
mismos, en los demás, en el ambiente en que vivimos.
Dos son los errores que podemos cometer en esta lucha. Uno consiste en
ignorar la realidad del pecado aceptando explicaciones ideológicas que
tienden a camuflarlo o a removerlo del inconsciente colectivo. Queriendo
desdramatizarlo todo se corre el riesgo de negar en último término el drama
de la redención del hombre efectuada por Cristo.
El otro error es pretender luchar desde fuera contra algo que está dentro
de nosotros y en los demás. El "cordero de Dios", al que hemos contemplado
hoy, señalado por Juan, nos enseña a quitar el pecado del mundo cargando con
é. ¿Qué puede significar esto en nuestra vida? En primer lugar saber unir
la condición del "siervo", capaz de hacerse cercano a quien peca, a quien es
débil o se encuentra encasillado en su orgullo. Pero también quizá la
capacidad de asumir con paz nuestros pecados, emprendiendo una y mil veces
el camino que pasa por el sacramento de la reconciliación y pone en la pista
de una nueva conversión.

sábado, 11 de enero de 2014

Bautismo de Jesús

12 de enero de 2014 - PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

                            "Se abrió el cielo"

-Is 42,1-4.6-7
-Sal 28
-Hech 10,34-38
-Mt 3,13-17

Mateo 3,13-17
   Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo
bautizara.
   Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
   -Soy yo el que necesito que tu me bautices, ¿y tú acudes a mí?
   Jesús le contestó:
   -Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
   Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se
abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se
posaba sobre Él. Y vino una voz del cielo que decía:
   -Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
                        
Comentario
   Después de ciclo de Adviento y Navidad, se abre el tiempo ordinario
presentándonos a Jesús, siervo de Dios, que se coloca entre quienes reciben
el bautismo de Juan. La liturgia nos llevará a acompañarlo a lo largo de
todas las semanas hasta que, pasada la Pascua, podamos aclamarlo como rey en
el último domingo del tiempo ordinario.
   Todos los evangelistas narran el bautismo de Jesús al comienzo de su
ministerio público. Es característico de Mateo, sin embargo, el diálogo entre
Juan y Jesús antes del hecho. Puede verse en esa conversación la dificultad
que los primeros cristianos tuvieron en admitir que Jesús, el Señor, se humi-
llara pidiendo el bautismo de conversión que Juan administraba a quienes se
acercaban a él.
   Los pareceres contrapuestos de Juan y de Jesús sobre quién deba ser
bautizado por quién, remiten a un concepto que en el evangelio de Mateo tiene
una importancia fundamental: la justicia. Esta consiste en hacer la voluntad
de Dios, en someterse a su designio de salvación para los hombres. A ella
apela Jesús, no sólo para dirimir la divergencia de pareceres, sino para
indicar su intención de seguir, en todo, el camino que el Padre ha trazado
para Él. Pero además Jesús dice: "Dé‚jalo ahora", como indicando que ese
bautismo no es más que una etapa que remite a un momento posterior en el que,
continuando la misma actitud de sumisión a la voluntad misteriosa del Padre,
se sumergirá en las aguas de la muerte y así recibirá la investidura real en
la resurrección (Sal 2,7). Jesús iniciará así el camino que le llevará a
cumplir toda justicia, es decir la voluntad salvífica del Padre con el
sacrificio redentor.
   La actitud de docilidad y disponibilidad de Jesús, que revela su con-
dición filial, está subrayada en la liturgia con la primera lectura, donde
se presenta la figura del siervo de Yavé, personaje misterioso que los cris-
tianos identificaron con Jesús ya desde los comienzos. Su doble
característica de flexibilidad y delicadeza, firmeza y decisión, coinciden
perfectamente con el modo de ser de Jesús. Por otra parte su cercanía a las
personas, su preocupación por cada uno y la dimensión universal de su misión
hablan también del alcance de la acción salvadora de Cristo.
   Esa relación entre la experiencia de Jesús en el Jordán y su misión
salvadora está subrayada por las palabras de Pedro en la segunda lectura: "Me
refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo,
que pasó haciendo el bien y curando... "Es otra forma de ver la manifestación
trinitaria narrada por los evangelistas en el episodio del bautismo que pone
de relieve cómo Dios acreditaba el modo de proceder de Jesús: "Dios estaba
con Él".

Trinidad de la tierra
   El episodio del bautismo de Jesús es ante todo una teofanía, una mani-
festación de Dios. El evangelista dice expresamente que "se abrió el cielo".
Teniendo en cuenta la cosmología antigua que veía el cielo como una cubierta
de separación entre la morada de Dios y la de los hombres, la apertura del
cielo significa la posibilidad de una nueva relación y de un nuevo encuentro
entre ambos mundos. En último término se pone como perspectiva la posibilidad
de una casa común para Dios y los hombres.
   En el momento en el que Jesús se mezcla con los que reconocen la
necesidad de recibir un signo de su conversión, de su retorno a Dios, el
cielo se abre y aparece en acción, por así decirlo, la Trinidad al completo:
el Padre habla y expresa su relación de amor con el Hijo, hecho hombre,
Jesús; el Espíritu Santo desciende y se posa sobre Él como una paloma. Es uno
de los momentos en los que, aun envuelto en el misterio, aparece diáfana la
comunidad de tres personas distintas en Dios.
   La meditación del evangelio a la luz de Nazaret nos lleva a ver esta
teofanía del bautismo de Jesús desde esa otra manifestación silenciosa y
callada de su encarnación y de su vida de familia con María y José.
   En la encarnación del Verbo, en su generación en el seno de María, se nos
manifiesta también Dios en cuanto Padre. La propiedad personal del Padre en
la Trinidad es su capacidad de generar, de ser el principio sin principio de
todo. La humanidad de Jesús revela su condición filial en la Trinidad y
manifiesta en la visibilidad de la carne el amor concreto de Dios hacia el
hombre. Además la encarnación es obra del Espíritu Santo; es Él, que escruta
las profundidades de Dios, quien hace posible su vida en forma humana sobre
la tierra.
   Esa manifestación de la Trinidad en la encarnación tuvo lugar en Nazaret.
Podemos decir además que es, en cierto modo, el fundamento de la que
contemplamos en el evangelio de hoy. Si nos fijamos bien en el texto, todo
el movimiento y la acción de las personas divinas convergen en Jesús, el
Hijo, en su condición de hombre y en su actitud de solidaridad con quienes
va a salvar. Con Él comienza una nueva creación y se inaugura la nueva
alianza que alcanzará su plenitud en el Reino de Dios.
   Pero también la vida de la familia de Jesús en Nazaret manifiesta, en
otro plano, la vida de la Trinidad. Es significativo ciertamente que el Hijo
de Dios, venido para revelarnos su amor y para comunicarnos quién es Él, haya
vivido en una familia humana. Ese "hecho" revela también, a su modo, que Dios
es una familia y la relación de amor que existe entre sus miembros.
   La virginidad de María y de José, su relación única con Jesús, muestran
cómo es posible una convivencia basada en un amor que va más allá de los
parámetros normales en los que se funda una familia: los lazos de la carne
y de la sangre.
   La Familia de Nazaret es un paso más en ese camino que lleva a ver en el
hombre, no tanto a partir de la estructura interna de su personalidad, cuanto
en sus relaciones comunitarias, familiares, sociales, una imagen de Dios.

   Te bendecimos, Padre,
   por Jesús, el santo, el justo,
   que se presentó a recibir el bautismo
   mostrando así su cercanía y solidaridad
   con nosotros, pecadores.
   Renueva en nosotros
   la unción del Espíritu Santo
   que se nos ha dado
   en el bautismo y en la confirmación,
   para que podamos liberarnos
   de la intolerancia y dureza
   que atenazan nuestro corazón
   para encerrarnos en nosotros mismos
   e impedirnos esa apertura a los demás
   que construye la familia.
   Así seremos de verdad hijos tuyos.

El bautismo
   El comienzo del tiempo ordinario nos invita a tomar nuevamente conciencia
del punto inicial de nuestra vida cristiana, de ese momento clave de la
acción de Dios en nosotros que da sentido a todos los días de nuestra vida.
Ese momento fundante es el bautismo.
   En el evangelio que hemos leído están ya presentes todas las dimensiones
esenciales de la experiencia bautismal: el camino de conversión, la filiación
divina y la donación del Espíritu Santo, el comienzo de una misión en el
pueblo de Dios...
   S. Pablo insiste en la incorporación a Cristo, compartiendo su muerte y
resurrección. Recordemos una de sus expresiones más densas de significado y
muy apropiada para meditar el mensaje de este domingo. En ella se pone en
relación el bautismo con el misterio pascual: "¿Habéis olvidado que a todos
nosotros al bautizarnos vinculándonos al Mesías Jesús, nos bautizaron
vinculándonos a su muerte? Luego aquella inmersión que nos vinculaba a su
muerte nos sepultó con Él para que así como Cristo fue resucitado de la
muerte por el poder del Padre, también nosotros empezáramos una vida nueva"
(Rom 6,3-5). Dos aspectos prácticos podemos retener pensando en nuestro
bautismo a la luz del de Jesucristo.
   El bautismo supone un camino de conversión. Camino que se pide al
catecúmeno para acceder a las aguas del bautismo y camino que se nos pide a
todos los cristianos "a posteriori", para llegar a vivir todo lo que por
gracia se nos ha dado en el bautismo. Jesús mismo, que nada tenía que ver con
el pecado, nos precede en ese camino.
   El bautismo es el punto de envío para la misión. Así lo interpreta S.
Pedro (2ª. lectura) hablando a los paganos de la trayectoria seguida por Jesús
en su ministerio público. Así lo interpreta también la Iglesia cuando dice
de nuestro bautismo: "Los bautizados, por su nuevo nacimiento como hijos de
Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron
de Dios por medio de la Iglesia" (L.G.11) y de participar en la actividad
apostólica y misionera del Pueblo de Dios" (Catecismo de la Iglesia Católica,
1270).
   El sello indeleble del bautismo necesita ser constantemente vivificado
por el Espíritu Santo para que produzca en nosotros y en los demás los frutos

de salvación que el Señor espera.