domingo, 28 de diciembre de 2014

La Sagrada Familia

28 de diciembre de 2014 – TIEMPO DE NAVIDAD

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE JESUS, MARIA Y JOSE

   "Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño"

-Gen 15,1-6; 21,1-3
-Sal 104
-Heb 11,8-12,17-19
-Lc 2,22-40

Eclesiástico 3,3-7. 14-17a
      Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad
de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que
respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de
sus hijos y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá
larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.
      Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras
vivas; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras
vivas.
      La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar
tus pecados; el día del peligro se acordará de ti y deshará  tus pecados como
el calor la escarcha.

Colosenses 3,12-21
      Hermanos:
      Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro unifor-
me: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la
comprensión.
      Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra
otro.
      El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
      Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad
consumada.
      Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis
sido convocados, en un solo cuerpo.
      Y celebrad la Acción de Gracias: la Palabra de Cristo habite en
vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría;
exhortaos mutuamente.
      Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos
inspirados.
      Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de
Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de Él.

Lucas 2,22-40
      Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de
Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor (de acuerdo
con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado
al Señor") y para entregar la oblación (como dice la ley del Señor: "un par
de tórtolas o dos pichones").
      Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado
y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba
en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte
antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al
templo.
      Cuando entraban con el niño Jesús sus padres (para cumplir con Él lo
previsto por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
      Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz;
      porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante
      todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu
      pueblo, Israel.

Comentario
      En la fiesta de la Sagrada Familia, la Iglesia nos propone en las
lecturas una amplia meditación sobre la familia: la familia como lugar de las
más profundas relaciones humanas (paternidad, maternidad, filiación), como
uno de los ámbitos donde se realiza la condición humana (vejez y juventud,
fecundidad y esterilidad) y, sobre todo, como medio donde vivir la fe.
      En las tres lecturas el personaje central es el hijo: el hijo Isaac,
símbolo de la fidelidad de Dios y de la confianza total de Abrahán y Sara,
el hijo Jesús, "luz de las gentes" y "gloria de Israel".
      Desde nuestro punto de vista cristiano, podemos componer un cuadro que
nos ayude a profundizar el mensaje central que nos ofrece hoy la Palabra de
Dios.
      Situemos en el fondo Abrahán y Sara, animados por una fe inquebrantable
en la promesa de Dios, una fe que vence las dificultades objetivas para tener
una descendencia, pues se fían del "Dios que es capaz de resucitar a los
muertos": ambos llevan ya los signos de la muerte en sus cuerpos, muerte de
Isaac en el sacrificio.
      Pongamos más adelante Simeón y Ana, llenos de esperanza en la venida
del Mesías. Cada uno ha vivido una experiencia, pero ambos comparten esa
apertura a Dios y a los signos del presente que dan sentido a su larga
espera. Ambos son así, para nosotros, profetas, pues están llenos del
Espíritu Santo y saben ver la presencia del Señor en el niño que tienen
delante.
      Y en primer plano coloquemos a María y José presentando a Jesús. Ellos
van a cumplir "lo previsto por la ley", pero sorprendentemente se les anuncia
que el niño que llevan es el "Salvador", es la luz de todos los pueblos y
hablan de Él "a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén". Esta
confirmación externa de lo que a ellos se les había anunciado debió
sorprenderlos y llevarlos a vivir de otro modo el gesto ritual de la
presentación del niño en el templo. Aquel primogénito era verdaderamente el
"consagrado por Dios", es decir, el Mesías. El es el punto de contradicción,
"la bandera discutida" ante la que todos tendrán que tomar postura. Y en este
movimiento de adhesión o de ruptura, que lleva consigo la redención, ellos
también se ven implicados nuevamente en primera persona.

Se volvieron a Nazaret
      Como en el día solemne de la presentación, Jesús siguió siendo siempre
el centro de la familia de Nazaret. La actitud oblativa de María y de José
(vista en el trasfondo de la fe de Abrahán) iría creciendo de día en día.
      Los hechos de los comienzos no pudieron ser para María y José un
recuerdo episódico, una anécdota de la infancia de su hijo, sino la
revelación del verdadero rostro de aquél con quien se codeaban cada día.
Aquél que daba sentido a su vida no en la prolongación de una descendencia,
de una herencia, de un apellido según la carne, sino (y aquí vemos de nuevo
en contraluz la fe de Abrahán y Sara) la descendencia según la fe, es decir
el heredero de todos los hombres y el salvador de todos los hombres.
      Las palabras de Simeón no habían sido, pues, fruto de los sueños de un
viejo desocupado, ni la propaganda de Ana expresión de una anciana que no
puede dominar su lengua.
      Los espacios de futuro, de universalidad, la verdadera grandeza que
tales acontecimientos y palabras habían creado en el corazón de María y de
José, estaban ahí, mientras el muchacho "crecía y se robustecía y adelantaba
en saber". Es lo que constituye el misterio de Nazaret.

      Bendito seas, Padre,
      porque a través de la fe de Abrahán y de Sara,
      de Simeón y de Ana,
      de María y José
      nos has dado el conocimiento de tu Hijo.
      Nosotros hoy, herederos de la misma promesa,
      queremos darte la misma confianza
      que ellos te dieron,
      para que tú puedas, por medio de Cristo,
      seguir siendo la luz y vida del mundo.
      Forma tú, Padre, con el Espíritu Santo,
      la gran familia de tus hijos
      entorno a tu Hijo primogénito.

Nuestras familias
      Aunque distantes en el tiempo y en la cultura de la familia de Nazaret,
nuestras familias y comunidades, pueden encontrar en ella fuerza y estímulo
para crecer en la fe y en el amor. Las lecturas de hoy nos sugieren algunos
puntos importantes en el camino de evangelización de la familia.
      Ante todo hay que saber dejarse educar por Dios. Saber descubrirlo en
el nacimiento y en la muerte, en los acontecimientos de gozo y dolor que
jalonan la vida familiar. Darle el protagonismo de guía y educador a través
de una fe que lo acoge en la oración y de un amor que opta por cumplir sus
mandamientos en lo concreto de la vida.
      Saber abrirse a la novedad, a los signos de vida y esperanza. El núcleo
familiar y comunitario necesita identificarse y crecer en relación con los
demás, en apertura y diálogo, para enriquecerse con lo que viene de fuera,
con lo que viene del futuro. Todo ello, naturalmente, sin renunciar a la
propia memoria e identidad.
      La familia de Nazaret, como nuestras familias y comunidades, fue ante
todo un conjunto de personas animadas por la fe. Como ella nuestras familias
pueden encontrar su unión y su fuerza en la participación en el amor de Dios,

si Cristo es su centro y su luz.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

NAVIDAD. Misa de la Aurora

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE N. S. JESUCRISTO

"Y encontraron a María, a José y al niño"

-Is 62,11-12
-Sal 96
-Tit 3,4-7
-Lc 2,15-20

Isaías 62,11-12
      El Señor hace oír esto hasta el confín de la tierra. Decid a la Hija
de Sión: Mira tu Salvador que llega, el premio de su victoria lo acompaña,
la recompensa lo precede.
      Los llamarán "Pueblo santo", "redimidos del Señor"; y a ti te llamarán
"Buscada", "Ciudad no abandonada".

Tito 3,4-7.
      Ha aparecido la Bondad de Dios y su Amor al hombre. No por las obras
de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia
nos ha salvado: con el baño del segundo nacimiento, y con la renovación por
el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de
Jesucristo nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en
esperanza, herederos de la vida eterna.

Lucas 2,15-20
      Cuando los Ángeles los dejaron, los pastores se decían unos a otros:
      - Vamos derecho a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comuni-
cado el Señor.
      Fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en
el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
      Todos los que los oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y
María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores
se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído;
todo como les habían dicho.

Comentario
      La actitud de María, que meditaba sobre los acontecimientos (hechos y
palabras) del comienzo de la vida de Jesús es nuestra mejor guía para captar
lo que la Palabra de Dios quiere transmitirnos en esta solemnidad de la
Navidad: que el Mesías viene a salvar a su pueblo y a transformarlo en un
pueblo nuevo.
      Frente a los pastores que escuchan el mensaje, van, comprueban y anun-
cian, con la sencillez candorosa de quien admira y transmite lo vivido sin
profundizar en el sentido de las cosas, el evangelista Lucas coloca la figura
de María que "conservaba el recuerdo y meditaba en su interior".
      María aparece aquí como la mujer del silencio, de la contemplación, de
la sabiduría. Es la primera que vive la bienaventuranza de "los que escuchan
la Palabra con corazón bueno y la guardan" (Lc 8,15). Ella que, como los
pastores, ha sabido proclamar de inmediato "las maravillas del señor" (Lc
1,46), es también capaz ahora de confrontar unas cosas con otras en su
corazón, de ver el alcance de lo que está sucediendo y de conservar el
recuerdo de todo.
      María es más que nadie en la Iglesia, la "hija de Sión", el reducto mi-
núsculo de la ciudad a la que se anuncia la llegada del Mesías como salvador
y redentor; Ella que más que nadie encontró gracia a los ojos del señor (Lc
1,28), es la primera que puede ser llamada "buscada" y "ciudad no abandonada"
(Is. 62,12). En ella, y en José, tan cercanos al recién nacido, empezó a
manifestarse "la bondad de Dios, nuestro salvador y su amor por los hombres"
(BIT 3,4), pues ellos son las primicias del pueblo nuevo adquirido por Cristo
mediante la efusión de su Espíritu Santo.

En Nazaret
      La segunda vez que Lucas nos presenta a María en la misma actitud de
meditación, silencio y contemplación se refiere a la época de Nazaret: "Su
madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello" (Lc 2,51). La
repetición de la misma idea a tan breve distancia en la narración contribuye
a caracterizar fuertemente la figura de María y nos da una de las claves más
eficaces para acercarnos al misterio de Nazaret.
      Según el evangelio de Lucas, uno de los pocos indicios que tenemos para
entender y aprender a vivir la experiencia nazarena de Jesús, María y José
es esa acogida, meditación y asimilación profunda de la Palabra de Dios.
      Por el recuerdo y la meditación de María atravesaron los hechos de los
comienzos de la vida de Jesús y fueron transmitidos ya como buena nueva, como
evangelio, a la primera comunidad cristiana. El paso que transforma los
hechos y las palabras en anuncio del mensaje de salvación fue ya efectuado
(como ahora en la Iglesia) por María y por José en el tiempo de Nazaret. Se
colocaban así en los albores de la experiencia pascual que reconoce en Jesús
la manifestación definitiva de Dios entre los hombres.
      El silencio de Nazaret estuvo, pues, lleno de esa actitud de admiración
y silencio, de meditación y acogida, en la que todo hombre que da el paso de
la fe queda envuelto cuando penetra en lo más profundo de sí mismo para dar
el asentimiento a la Verdad. No se trata de mutismo o de encerrarse en uno
mismo, sino de pesar en el corazón lo que valen las palabras y los hechos
para descubrir su carga de signo y de manifestación de la salvación de Dios.

      Espíritu Santo, que educaste la mirada
      y el corazón de María,
      abre nuestro corazón a la Palabra
      para que sepamos guardarla y dar fruto.
      Enséñanos a reconocer el rostro del Padre
      en las palabras y los gestos de Jesús:
      en los que están consignados en el Evangelio
      y en los que ahora sigue haciendo.
      Ponnos, Espíritu Santo, en sintonía
      con la madre de Jesús en Nazaret
      para acoger al Mesías,
      para sentirnos amados infinitamente en Él por el Padre,
      para saber dar testimonio de nuestra experiencia y
      transmitir lo que por gracia hemos recibido.

Sencillez y profundidad
      Los pastores que van, creen y anuncian y María que conserva el recuerdo
y medita son hoy nuestra mejor gula para vivir este evangelio a la luz de
Nazaret.
      Una fe sencilla y profunda, capaz de admirarse, de correr sin trabas,
de aceptar lo desconocido, de abrirse al encuentro con Cristo y de acogerlo
en el fondo del corazón, es lo que más necesitamos hoy.
      Ninguna contraposición, pues, entre la figura de los pastores y la de
María. No es la fe que más razona la que más profundiza, sino la que acepta
el diálogo que implica la vida entera del creyente.
      Vayamos enseguida, "corriendo" como los pastores, "a ver eso que ha
pasado y nos ha anunciado el Señor" y, como ellos, encontraremos al Salvador
del mundo. Pero sepamos también quedarnos, como María, junto a Cristo,
conservándolo todo en el corazón. La sabiduría de Nazaret nos enseña que hay
tiempo para lo uno y para lo otro.
      El anuncio del mensaje de Jesús presupone los dos tiempos previos de
la aceptación sencilla y de la maduración consciente, hasta hacer de lo que
se predica la expresión de la propia vida. Algo en lo que uno mismo está 
implicado, como hizo María. Sólo así Dios es verdaderamente glorificado,

porque el hombre encuentra la salvación.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Ciclo B - Adviento - Domingo IV

21 de diciembre de 2014 - IV DOMINGO DE ADVIENTO -  Ciclo B

"... de la casa de David".

-2 Sam 7,1-5,8-12,14,16
-Sal 88
-Rom 16,25-27
-Lc 1,26-28

 II Samuel 7,1-5. 8b-11. 16
      Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la
paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al Profeta Natán:
      -Mira: yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor
vive en una tienda.
      Natán respondió al rey:
      -Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.
      Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor:
      -Ve y dile a mi siervo David: ¿Eres tú quien me va a construir una
casa para que habite en ella?
      Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras
jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré
con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré
un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin
sobresaltos, y en adelante no permitiré que animales lo aflijan como antes,
desde el día que nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel.
      Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una
dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono
durará por siempre."

Romanos 16,25-27
      Hermanos:
      Al que puede fortalecernos según el evangelio que yo proclamo,
predicando a Cristo Jesús -revelación del misterio mantenido en secreto
durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura, dado a
conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la
obediencia de la fe-, al único Dios por Jesucristo, la gloria por los siglos
de los siglos. Amén

Lucas 1,26-38
      En aquel tiempo, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de
Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José,
de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
      El Ángel, entrando a su presencia, dijo:
      -Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las
mujeres.
      Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era
aquel.
      El Ángel le dijo: -No temas María, porque has encontrado gracia ante
Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre
Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el
trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin-.
      Y María dijo al Ángel:
      -¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
      El Ángel le contestó:
      -El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
      Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido
un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios
nada hay imposible.
      María contestó:
      -Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
      Y el Ángel se retiró.

Comentario
      La densidad del mensaje de la Palabra de Dios en este domingo se ve
reforzada por el eco y amplificación que la primera lectura encuentra en el
Evangelio.
      David, después de haber consolidado su poder y sintiéndose seguro en
la capital de su reino, quiere dar también una estabilidad al signo de la
presencia de Dios en medio de su pueblo: construir  una casa para el Señor.
Excelente deseo, aprobado por el profeta Natán, pero quizá también tentación
de querer instrumentalizar a Dios haciéndole garante de la propia dinastía
      En este contexto, Dios interviene por medio del profeta para dejar
claro quién es el Señor, quién guía los destinos de la historia. Es fácil de
entender el contenido de la profecía de Natán atendiendo a la doble acepción
de la palabra casa. Tú me quieres construir una casa = templo, dice el Señor,
pero seré yo quien te dé una casa = dinastía (descendencia) en la que se
cumplirá mi promesa.
      El Evangelio ha "leído", desde la "plenitud de los tiempos", la antigua
profecía en su relato del anuncio del nacimiento de Jesús, ayudándonos así
a comprender mejor quién es el Enviado y cómo se cumplen las promesas del
Señor. A David Dios le había asegurado, por medio del profeta, "una descen-
dencia nacida de tus entrañas". A María el Ángel le asegura que "concebirá
en su seno". El descendiente prometido a David había de heredar su "trono",
y al hijo de María "el Señor Dios le dará el trono de David, su padre". La
estirpe de David debía ser "grande" y el evangelista dice que quien había de
nacer de María "será grande y se llamará Hijo del Altísimo. Como a la descen-
dencia de David, también del Mesías se dice que "su reino no tendrá fin".
      El "hijo" que nace de María es verdaderamente el descendiente prometido
a David, es de la casa de David. Las genealogías de Lucas y de Mateo pre-
tenden confirmarlo. Pero curiosamente en ambos casos la continuidad con la
casa de David viene asegurada por José, pues "se pensaba que (Jesús) era hijo
de José" (Lc 3,24).

"A una ciudad de Galilea que se llama Nazaret"
      Si todo el evangelio puede ser leído en Nazaret, con mayor motivo pode-
mos leer este pasaje que nos transmite un acontecimiento ocurrido en ese
lugar.
      Desde la humilde casa de Nazaret, el momento de la visita del Ángel
Gabriel es el momento de la acción de Dios por antonomasia, el momento
maravilloso, estupendo, que hace nuevas todas las cosas. Hay que colocarlo
en la línea que va de la creación del mundo, a la alianza con Abrahán, a la
gran manifestación del Sinaí, cuando la nube cubrió la cima de la montaña
cuando "la gloria del Señor llenaba el santuario" (Ex 40,35).
      Esa es la maravilla que María canta desde el fondo de su alma "porque
se fijó en su humilde esclava" (Lc 2,47). Ese momento de la acción suprema
del Espíritu Santo funda y da sentido a toda la experiencia vivida en Nazaret
que es una prolongación de la encarnación del Verbo del Padre.
      Desde que María fue "morada" del Hijo de Dios, ella y José se pusieron
en camino con la fe de Abrahán, y aun cuando permanecieron mucho tiempo en
el pueblo de Galilea, nunca pretendieron como su antepasado David, erigir una
"casa" para Dios. Ellos habían comprendido que sería Dios mismo quien se
ocuparía de ello. "Después volverá a levantar de nuevo la choza caída de
David; levantará sus ruinas y la pondrá en pie, para que los demás hombres
busquen al Señor" (Am 9,11; cfr. Hech 15,16-17).
      Sólo desde esa fe cobran sentido todas las preocupaciones por buscar
un lugar digno donde pudiera nacer el Mesías y para proporcionarle una
familia, una casa y un ambiente donde crecer.

      Señor, desde el principio del mundo
      tú has construido para el hombre una casa,
      un hogar donde acogernos a todos.
      Cuando vino Jesús, tu Palabra,
      Él "plantó su tienda entre nosotros"
      para ofrecer a todos los hombres
      un espacio de salvación.
      Danos la fe de María,
      danos la obediencia de la fe
      para acoger la acción fecunda del Espíritu Santo
      y poder así llevarte a los demás.

Nuestra casa
      La actitud de María, de José, de Jesús en Nazaret orientan nuestro
vivir. Vivir el misterio de Nazaret es vivir en familia, y vivir en familia
quiere decir, entre otras cosas, vivir en una casa.
      Todos sabemos que construir la comunidad es también construir la casa,
porque la casa es el lugar donde el hombre es persona, es el lugar de la
fraternidad y de la acogida y es también el lugar donde Dios habita.
      Pero cuando construimos desde la fe, necesitamos saber, como David,
como María y José, que lo importante es lo que Dios construye, que su obra
es más grande que la nuestra.
      Tenemos que aprender, sobre todo, el camino de la solidaridad para
sentir como nuestro el problema de quienes no tienen casa, por causas econó-
micas, por exilio, por desamparo o injusticia humana. Solo así llegaremos a
creer verdaderamente que desde su venida y desde que derramó su Espíritu, es
Cristo quien está construyendo una casa para todos, porque es Él quien nos
abre un porvenir de libertad y de humanidad nueva.
      De vez en cuando es bueno escuchar estas palabras del Señor para
valorar lo que estamos haciendo: "El cielo es mi trono y la tierra estrado
de mis pies: ¿qué casa podréis construirme o qué lugar para mi descanso?" Is
66,1. "El Altísimo no habita en edificios construidos por el hombre" (Hch

7,48).

viernes, 12 de diciembre de 2014

Ciclo B - Adviento - Domingo III

14 de diciembre de 2014 - III DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo B

                 "Entre vosotros está ese que no conocéis"

-Is 61,1-2,10-11
-Lc 1,46-48,49-50,53-54
-Tes 5,16-24
-Jn 1,6-8,19-28

Isaías 61,1-2a. 10-11
      El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me
ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los
corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los
prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.
      Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha
vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio
que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.
      Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas,
así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos.

Tesalonicenses 5,16-24
      Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda
ocasión tened la Acción de Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo
Jesús respecto de vosotros.
      No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino
examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.
      Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os
consagre totalmente, y que todo vuestro ser, alma y cuerpo, sea custodiado
sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo.
      El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

Juan 1,6-8. 19-28
      Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe. No era él la luz.
      Este es el testimonio que dio Juan cuando los judíos enviaron desde
Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:
      -¿Tú quién eres?
      El contestó sin reservas: -Yo no soy el Mesías-.
      Le preguntaron:
      -Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?
      El dijo: -No lo soy-
      -¿Eres tú el Profeta?
      Respondió: -No- y le dijeron:
      -¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han
enviado, ¿qué dices de ti mismo?
      El contestó: -Yo soy "la voz que grita en el desierto: Allanad el
camino del Señor" (como dijo el Profeta Isaías).
      Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
      -Entonces ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el
Profeta?
      Juan les respondió:
      -Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el
que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de
desatar la correa de la sandalia.
      Esto pasaba en Betania, en la orilla del Jordán, donde estaba Juan
bautizando.

Comentario
      Los textos bíblicos propuestos por la liturgia de este domingo nos
ofrecen tres mensajes complementarios entre sí: el Bautista anuncia que el
Mesías está entre nosotros, el profeta Isaías lo presenta como el Mesías de
los pobres y, S. Pablo nos invita a alegrarnos por la venida del Mesías y a
acudir a su encuentro. Queda sí claro que el núcleo central del mensaje está
en esa condición de pobreza, requerida para poder acoger con alegría la
salvación que se nos ofrece en Cristo.
      El evangelio de S. Juan, despojado de los detalles anecdóticos de los
sinópticos, va directamente al punto clave: la identidad de aquel que el
Bautista anuncia. Queda al mismo tiempo desenmascarada la actitud de quien
pregunta sin comprometerse, quizá por pura curiosidad, para que los
acontecimientos no le pillen desprevenido o para saber a qué atenerse,
quedando encerrado en los esquemas de su propia seguridad.
      La triple negativa de Juan Bautista rechaza para sí mismo toda
expectativa mesiánica y muestra al verdadero Mesías, ese desconocido, ya
presente, pero aún ignorado por "los de su casa" (Jn 1,11). El Bautista es
así testigo de "la luz", para que todos lleguen a "la fe" (Jn 1,7-8). Y el
evangelio de hoy se detiene aquí. El "juego educativo" de la liturgia va
desvelando progresivamente la identidad del "desconocido".
      El destinatario actual del mensaje ya sabe quien es ese "desconocido",
pero acepta el irlo descubriendo poco a poco, por dos motivos; Primero,
porque la expectativa aumenta, educa y hace madurar el deseo; segundo,
porque, aunque lo haya experimentado, el creyente tiene que confesar que él
no conoce aún a su Señor. A pesar de la fe, su rostro le queda todavía
velado. "A Dios nadie le ha visto jamás" (Jn. 1,18).
      Los rasgos ya entrevistos en el anuncio profético y, sobre todo, la
proximidad del encuentro es lo que suscita la alegría del creyente. Pero no
para llegar individualmente a un cierto goce espiritual, sino porque el
Mesías trae "la buena noticia a los que sufren, venda los corazones
desgarrados, proclama la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la
libertad" (Is. 61,1). Es la salvación completa que el Bautista anuncia y
María canta en el magnificat.

En Nazaret
      Y de la mano de María, que se introduce hoy discretamente en nuestro
Adviento, vayamos a leer el evangelio en Nazaret.
       Sin forzar el texto del evangelio de hoy, se puede decir también en
el tiempo de Nazaret: "entre vosotros está ese que no conocéis" (Jn. 1,26).
Desconocido vivió, en efecto quien era tenido por sus vecinos sencillamente
como "el hijo de José" (Lc 4,22) y el "hijo de María" (Mc 6,3).
      Después del anuncio del nacimiento y primeras manifestaciones de la
infancia, Jesús Bajó a Nazaret. "Eclipse de Dios", titula un autor el
capítulo que dedica a Nazaret en su historia de Jesús. Y La Iglesia ha
aplicado al misterio de Nazaret la expresión veterotestamentaria que habla
del "Dios escondido".
      Más que ningún otro, María y José vivieron la tensión que supone acom-
pañar al Mesías ya presente, pero aún desconocido. Ellos, que sabían quién
era Jesús por lo que se les había dicho al principio, vivieron en la
esperanza y en la fe por largo tiempo. Ellos, que lo habían acogido desde el
primer momento, sabían también cuáles eran las condiciones necesarias para
reconocerlo.
      Sólo desde la pobreza y la sencillez nazarenas se puede acoger al
Salvador como el Mesías, el que trae el reinado de Dios sobre la tierra. El
es verdaderamente, como dijo María, el único capaz de hacer cosas grandes.

      Señor, aún no conocemos bien tu rostro,
      pero nuestro corazón se alegra en ti.
      Una voz anuncia tu presencia
      y sabemos que un día llegará tu reino en plenitud.
      Señor, necesitamos tu misericordia
      que colme nuestra pobreza,
      que cure nuestros corazones desgarrados,
      que rompa las cadenas de nuestra esclavitud
      y las barras de nuestra prisión;
      que proclame fuerte la llegada del tiempo de la gracia.
      Gozamos ya, Señor, con el encuentro que se anuncia.
      Nos sentimos envueltos en tu "manto de triunfo"
      porque te has fijado en tu "humilde esclava".

Entre nosotros está
      Este evangelio de adviento leído en Nazaret nos educa para la vida.
Tenemos que aprender a buscar a Jesús y abrirnos a su mensaje para saberlo
reconocer en los diversos modos en que hoy viene y se manifiesta.
      Tenemos que acudir a quienes nos pueden enseñar a reconocerlo con
seguridad. Tenemos que aprender a acogerlo en la pobreza y en la humildad.
      Pero tenemos también que aprender a dar testimonio de Él como Juan
Bautista: diciendo claramente que es Él el Mesías, el único que puede salvar.
El contenido del mensaje tiene que ser claro y coherente tanto en nuestras
palabras como en nuestras obras.
      Para ello, como el Bautista y como María y José, tenemos que aprender
a disminuir para que Él crezca. "Por eso mi alegría que es ésa, ha llegado
a su colmo. A Él le toca crecer y a mí menguar" (Jn 3,30). Esas palabras de
Juan Bautista, que fueron también plenamente vividas en Nazaret, nos trazan

un camino que nunca lograremos recorrer totalmente.