28
de diciembre de 2014 – TIEMPO DE NAVIDAD
FIESTA DE LA
SAGRADA FAMILIA DE JESUS, MARIA Y JOSE
"Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del
niño"
-Gen
15,1-6; 21,1-3
-Sal
104
-Heb
11,8-12,17-19
-Lc
2,22-40
Eclesiástico 3,3-7. 14-17a
Dios hace al padre más respetable que a
los hijos y afirma la autoridad
de
la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que
respeta
a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de
sus
hijos y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá
larga
vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.
Hijo mío, sé constante en honrar a tu
padre, no lo abandones, mientras
vivas;
aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras
vivas.
La limosna del padre no se olvidará, será
tenida en cuenta para pagar
tus
pecados; el día del peligro se acordará de ti y deshará tus pecados como
el
calor la escarcha.
Colosenses 3,12-21
Hermanos:
Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro
y amado, sea vuestro unifor-
me:
la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la
comprensión.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos,
cuando alguno tenga quejas contra
otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros
lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que
es el ceñidor de la unidad
consumada.
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en
vuestro corazón: a ella habéis
sido
convocados, en un solo cuerpo.
Y celebrad la Acción de Gracias: la
Palabra de Cristo habite en
vosotros
en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría;
exhortaos
mutuamente.
Cantad a Dios, dadle gracias de corazón,
con salmos, himnos y cánticos
inspirados.
Y todo lo que de palabra o de obra
realicéis, sea todo en nombre de
Jesús,
ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de Él.
Lucas 2,22-40
Cuando llegó el tiempo de la purificación
de María, según la ley de
Moisés,
llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor (de acuerdo
con
lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado
al
Señor") y para entregar la oblación (como dice la ley del Señor: "un
par
de
tórtolas o dos pichones").
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado
Simeón, hombre honrado
y
piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba
en
él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte
antes
de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al
templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus
padres (para cumplir con Él lo
previsto
por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
Ahora, Señor, según tu promesa, puedes
dejar a tu siervo irse en paz;
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante
todos los pueblos: luz para alumbrar a
las naciones, y gloria de tu
pueblo, Israel.
Comentario
En la fiesta de la Sagrada Familia, la
Iglesia nos propone en las
lecturas
una amplia meditación sobre la familia: la familia como lugar de las
más
profundas relaciones humanas (paternidad, maternidad, filiación), como
uno
de los ámbitos donde se realiza la condición humana (vejez y juventud,
fecundidad
y esterilidad) y, sobre todo, como medio donde vivir la fe.
En las tres lecturas el personaje central
es el hijo: el hijo Isaac,
símbolo
de la fidelidad de Dios y de la confianza total de Abrahán y Sara,
el
hijo Jesús, "luz de las gentes" y "gloria de Israel".
Desde nuestro punto de vista cristiano,
podemos componer un cuadro que
nos
ayude a profundizar el mensaje central que nos ofrece hoy la Palabra de
Dios.
Situemos en el fondo Abrahán y Sara,
animados por una fe inquebrantable
en
la promesa de Dios, una fe que vence las dificultades objetivas para tener
una
descendencia, pues se fían del "Dios que es capaz de resucitar a los
muertos":
ambos llevan ya los signos de la muerte en sus cuerpos, muerte de
Isaac
en el sacrificio.
Pongamos más adelante Simeón y Ana,
llenos de esperanza en la venida
del
Mesías. Cada uno ha vivido una experiencia, pero ambos comparten esa
apertura
a Dios y a los signos del presente que dan sentido a su larga
espera.
Ambos son así, para nosotros, profetas, pues están llenos del
Espíritu
Santo y saben ver la presencia del Señor en el niño que tienen
delante.
Y en primer plano coloquemos a María y
José presentando a Jesús. Ellos
van
a cumplir "lo previsto por la ley", pero sorprendentemente se les anuncia
que
el niño que llevan es el "Salvador", es la luz de todos los pueblos y
hablan
de Él "a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén". Esta
confirmación
externa de lo que a ellos se les había anunciado debió
sorprenderlos
y llevarlos a vivir de otro modo el gesto ritual de la
presentación
del niño en el templo. Aquel primogénito era verdaderamente el
"consagrado
por Dios", es decir, el Mesías. El es el punto de contradicción,
"la
bandera discutida" ante la que todos tendrán que tomar postura. Y en este
movimiento
de adhesión o de ruptura, que lleva consigo la redención, ellos
también
se ven implicados nuevamente en primera persona.
Se volvieron a Nazaret
Como en el día solemne de la
presentación, Jesús siguió siendo siempre
el
centro de la familia de Nazaret. La actitud oblativa de María y de José
(vista
en el trasfondo de la fe de Abrahán) iría creciendo de día en día.
Los hechos de los comienzos no pudieron
ser para María y José un
recuerdo
episódico, una anécdota de la infancia de su hijo, sino la
revelación
del verdadero rostro de aquél con quien se codeaban cada día.
Aquél
que daba sentido a su vida no en la prolongación de una descendencia,
de
una herencia, de un apellido según la carne, sino (y aquí vemos de nuevo
en
contraluz la fe de Abrahán y Sara) la descendencia según la fe, es decir
el
heredero de todos los hombres y el salvador de todos los hombres.
Las palabras de Simeón no habían sido,
pues, fruto de los sueños de un
viejo
desocupado, ni la propaganda de Ana expresión de una anciana que no
puede
dominar su lengua.
Los espacios de futuro, de universalidad,
la verdadera grandeza que
tales
acontecimientos y palabras habían creado en el corazón de María y de
José,
estaban ahí, mientras el muchacho "crecía y se robustecía y adelantaba
en
saber". Es lo que constituye el misterio de Nazaret.
Bendito seas, Padre,
porque a través de la fe de Abrahán y de
Sara,
de Simeón y de Ana,
de María y José
nos has dado el conocimiento de tu Hijo.
Nosotros hoy, herederos de la misma
promesa,
queremos darte la misma confianza
que ellos te dieron,
para que tú puedas, por medio de Cristo,
seguir siendo la luz y vida del mundo.
Forma tú, Padre, con el Espíritu Santo,
la gran familia de tus hijos
entorno a tu Hijo primogénito.
Nuestras familias
Aunque distantes en el tiempo y en la
cultura de la familia de Nazaret,
nuestras
familias y comunidades, pueden encontrar en ella fuerza y estímulo
para
crecer en la fe y en el amor. Las lecturas de hoy nos sugieren algunos
puntos
importantes en el camino de evangelización de la familia.
Ante todo hay que saber dejarse educar
por Dios. Saber descubrirlo en
el
nacimiento y en la muerte, en los acontecimientos de gozo y dolor que
jalonan
la vida familiar. Darle el protagonismo de guía y educador a través
de
una fe que lo acoge en la oración y de un amor que opta por cumplir sus
mandamientos
en lo concreto de la vida.
Saber abrirse a la novedad, a los signos de
vida y esperanza. El núcleo
familiar
y comunitario necesita identificarse y crecer en relación con los
demás,
en apertura y diálogo, para enriquecerse con lo que viene de fuera,
con
lo que viene del futuro. Todo ello, naturalmente, sin renunciar a la
propia
memoria e identidad.
La familia de Nazaret, como nuestras
familias y comunidades, fue ante
todo
un conjunto de personas animadas por la fe. Como ella nuestras familias
pueden
encontrar su unión y su fuerza en la participación en el amor de Dios,
si
Cristo es su centro y su luz.