sábado, 25 de junio de 2016

Ciclo C - TO - Domingo XIII

26 de junio de 2016 - XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C
     
"Jesús decidió irrevocablemente ir a Jerusalén"

Lucas 9,51-62

      Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó
la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
      De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento.
Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
      Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:
      - Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con
ellos?.
      El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
      Mientras iban de camino, le dijo uno:
      - Te seguiré adonde vayas.
      Jesús le respondió:
      - Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del
Hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
      A otro le dijo:
      - Sígueme.
      El le respondió:
      - Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
      Le contestó:
      - Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el
Reino de Dios.
      Otro le dijo:
      - Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia.
      Jesús le contestó:
      - El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el
Reino de Dios.

Comentario

      Más allá  de la referencia geográfica, la expresión de S. Lucas que
expresa la decisión de Jesús de dirigirse a Jerusalen, tiene un contenido
teológico, pues compendia la existencia entera de Jesús como camino hacia la
cruz y la resurrección.
      El tercer evangelio presenta una estructura narrativa original pre-
cisamente entorno al "largo viaje" de Jesús a Jerusalén. Esta amplia sección
comprende desde el Cap. 9 hasta el 19 y culmina con la entrada de Jesús en
Jerusalén aclamado por la multitud. Desde allí empezará después a difundirse
la Palabra de Dios, como el mismo Lucas cuenta en los Hechos de los
Apóstoles.
      En la segunda parte del evangelio de hoy encontramos algunas condi-
ciones del seguimiento de Cristo. Jesús se pone en camino y su movimiento
produce en torno a sí reacciones muy diversas, pero se diría que todos tienen
que tomar una decisión frente a Él.
      Los tres casos concretos que aparecen nos muestran un aspecto esencial
de la vida de Jesús: su pobreza, y también la prontitud, radicalidad y
constancia que son necesarias para optar por el seguimiento de Cristo.
      En estos breves trazos se delinea ya la vida de los que mediante el
bautismo se irán incorporando a Cristo y son una llamada a un seguimiento
radical que configurar  el estilo de vida de quienes, movidos por el
Espíritu, pretenden reproducir en la Iglesia de todos los tiempos el modo
histórico de vida que llevó el Hijo de Dios en la tierra.

De Nazaret a Jerusalén

      Hoy nos presenta el evangelio el inicio del largo viaje de Jesús desde
Galilea a Jerusalén, "cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran".
Pero Jesús había subido ya muchas otras veces desde Nazaret a Jerusalén.
      Visto el evangelio desde Nazaret, cobra un especial relieve aquella
otra subida de Jesús con sus padres cuando contaba 12 años.
      Hemos dicho que la subida última da sentido por así decirlo a toda su
vida, puesto que Él mismo había anunciado repetidas veces que iba a Jerusalén
"para ser entregado en mano de los hombres" Lc 9,44. Y también da sentido y
esclarece plenamente el sentido de la primera subida, cuando Jesús se quedó
en Jerusalén sin que sus padres lo advirtieran. En aquel momento Jesús
anunció ya, de forma misteriosa, que lo suyo era ir a Jerusalén y "estar en
la casa del Padre".
      Los primeros seguidores de Jesús en el camino que lleva a Jerusalén
fueron María y José. También ellos tienen que aprender en época temprana lo
que es el desprendimiento y la pobreza, lo que es dejar todos sus proyectos
personales y su modo de vivir para iniciar un camino nuevo inaugurado por la
venida del Hijo de Dios a la tierra para salvar a los hombres.
      En Nazaret, a lo largo de otras subidas, esas actitudes básicas del
discípulo se fueron consolidando de modo que cuando se trató de ir defi-
nitivamente a Jerusalén, María no dudó en ir también. "Estaban junto a la
cruz de Jesús su madre..." Jn 19,25.

Nuestro seguimiento

      Después de la ascensión ya no se camina por la tierra de Israel para
seguir a Jesús. Sin embargo, son muy importantes los testimonios de los que
entonces fueron tras Él porque traducen de forma realística las actitudes
perennes de quienes lo aceptan como el Señor de su vida por la fe.
      Todos los testimonios son aleccionadores, incluso los de quienes
no lo siguieron, pero a nosotros nos estimula, sobre todo el ejemplo de María
y de José.
      Viéndolos a ellos caminar con Jesús aprendemos de forma intuitiva lo
que significa "no tener donde reclinar la cabeza", ellos que vivieron las
horas de Belén y de Egipto. Aprendemos de ellos a decir sí con prontitud, sin
demasiadas dilaciones ni razonamientos. "He aquí la esclava del Señor" Lc
1,38. "Cuando despertó José‚ hizo lo que le había dicho el  Ángel y se llevó
a su mujer a su casa" Mt 1,24.
      Pero, sobre todo, aprendemos en Nazaret lo que es la perseverancia en
el seguimiento. Lo que es seguir a Jesús por años y años sin "mirar atrás".
Cuando María y José‚ dijeron sí, rompieron definitivamente con las amarras del
pasado. Su vida, como la de los pobres de Yavé, estaba únicamente pendiente
del Señor que les había llamado. Su vida se construía hacia el futuro, hacia
lo que se podía esperar de aquel hijo que de forma tan misteriosa había
aparecido en su existencia llenándola completamente de esperanza.

TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 18 de junio de 2016

Ciclo C - TO - Domingo XII

19 de abril de 2016 - XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

                            "El Mesías de Dios"

Lucas 9,18-24

      Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos,
les preguntó:
      - ¿Quién dice la gente que soy yo?
      Ellos contestaron:
      - Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto
a la vida uno de los antiguos profetas.
      Él les preguntó:
      - Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
      Pedro tomó la palabra y dijo:
      - El Mesías de Dios.
      Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
      - El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los
ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer
día.
      Y, dirigiéndose a todos, dijo:
      - El que quiera seguirme, que se niegue a sí  mismo, cargue con su cruz
cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá;
pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.

Comentario

      La Palabra de Dios proclamada hoy en la Iglesia nos lleva a una
cuestión central en el Evangelio. ¿Quién es Jesús?
      Jesús, "que estaba orando solo en presencia de sus discípulos", propone
Él mismo la cuestión en dos tiempos. En el primero pregunta por la opinión
"de la gente" y recoge varias respuestas, todas ellas difusas e inseguras.
En el segundo propone la pregunta directamente y en forma personal a sus
discípulos.
      Pedro reconoce el primero de forma explícita que Jesús es el Cristo,
el Ungido de Dios, el Mesías. Es la primera declaración pública de la
identidad de Jesús, es decir, la primera vez en que es proclamado Señor y
Salvador, anticipando así el tiempo en que todos los discípulos, toda la
Iglesia lo proclamará el Señor.
      La prohibición por parte de Jesús de decírselo a los otros, de revelar
a otros el secreto, así como el posterior anuncio de la pasión y muerte en
cruz, parece tener una doble finalidad. Por una parte la de apartar de la
figura del Mesías que Jesús encarna las resonancias nacionalistas y po-
líticas, y por otra la de mostrar el modo absolutamente sorprendente en que
llegaría a ser constituido Señor y Salvador: la pasión y muerte en cruz.
      Llegar a aceptar este camino no sólo supone un cambio radical de
mentalidad, sino ponerse ya en marcha: aceptar en la propia vida la rea-
lización de la voluntad de Dios, cargar cada día con la cruz y seguirlo.

La confesión de fe en Nazaret

      El evangelio de hoy pone de manifiesto el contraste entre las opiniones
que la gente tenía acerca de Jesús y la explícita confesión de fe de S.
Pedro.
      Algo parecido sucedió en Nazaret. Si se hubiera preguntado a la gente
de Nazaret durante el período de los treinta años de vida oculta quién era
Jesús, su respuesta hubiera sido la misma que los evangelistas nos trans-
miten: "Pero ¿no es éste el hijo de José?" Lc 4,22. "¿No es éste el carpin-
tero, hijo de María, hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven con
nosotros sus hermanos aquí? Mc 6,2. En cambio María y José sabían, como
Pedro, quién era de verdad Jesús. Estaban en el secreto.
      A María se le había anunciado un "Hijo del Altísimo" a quien el Señor
Dios dará el trono de David su padre" Lc 1,31. A José le habían dicho "en
sueños" que el nombre del hijo concebido por María por obra del Espíritu
Santo sería "Jesús porque Él salvará al pueblo de sus pecados" Mt 1,21. Ambos
habían escuchado la palabra de Simeón y las misteriosas palabras de Jesús en
el templo a los 12 años.
      María y José‚ sabían, creían,... Pero aún no era el momento de proclamar
en público su fe en el Señor.
      La expresión de su fe es cumplir lo que Jesús pide a los que dicen
creer en Él: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que
cargue cada día con su cruz y que me siga" Lc 9,23.
      Ese "cada día" tiene una especial resonancia en los largos años de la
entrega callada de Nazaret.

Llevar la cruz cada día

      El hombre (nosotros) tiende a organizar la vida prescindiendo de Dios.
La fe confesada y vivida lleva por el contrario a deshacer esa tendencia
hacia la autonomía y hacia la autarquía para colocarnos en sintonía con Dios.
      Creer cada día lleva consigo una reestructuración del modo de pensar
y de actuar en lo cotidiano. Es lo que algunos llaman la ascética de la fe.
      Ser cristiano, ser de Cristo, ser discípulo suyo significa compro-
meterse a llevar la cruz cada día, es decir, vivir como vivió Él. Y sabemos
que en su vida la cruz no fue una cosa marginal, un acontecimiento sólo del
viernes santo, sino algo preanunciado, asimilado, la explicación de toda su
existencia.
      No se puede llevar la vida de Jesús sin que esté profundamente marcada
por el signo de la cruz. Una vida marcada por el signo de la cruz es una vida
donde Dios tiene la primera palabra, donde Dios actúa con fuerza y salva de
la debilidad humana.
      Viviendo con Jesús, María y José‚ en Nazaret, hoy podemos aprender a
llevar la cruz como ellos. Se trata de vivir como María y José en función de
Jesús, creyendo con toda el alma en Él, aun cuando no tengamos muchas
ocasiones de confesar en público nuestra fe con las palabras.
      Viviendo como Jesús, siguiendo sus pasos en la humildad, en la pobreza,
en la apertura al Padre y en la actitud de entrega generosa por la salvación
del mundo, llevaremos nuestra cruz cada día.
TEODORO BERZALhsf



sábado, 11 de junio de 2016

Ciclo C - TO - Domingo XI

12 de junio de 2016 - XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

                      "Porque ha mostrado mucho amor"

Lucas 7,36 8,3

      En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él.
Jesús entrando en casa del fariseo se recostó a la mesa. Y una mujer de la
ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del
fariseo, vino con un frasco de perfume, y, colocándose detrás junto a sus
pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba
con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver
eso, el fariseo que lo había invitado, se dijo:
      - Si éste fuera un profeta, sabría quién es esta mujer que lo está 
tocando y lo que es: una pecadora.
      Jesús tomó la palabra y le dijo:
      - Simón, tengo algo que decirte.
      El respondió:
      - Dímelo, maestro.
      Jesús le dijo:
      - Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios
y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos.
¿Cuál de los dos lo amará más?
      Simón contestó:
      - Supongo que aquel a quien le perdonó más.
      Jesús le dijo:   
      - Has juzgado rectamente.
      Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
      - ¿Ves a esta mujer?. Cuando yo entré‚ en tu casa, no me pusiste agua
para los pies; ella en cambio me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los
ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella en cambio desde que entró,
no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento;
ella en cambio me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo, sus muchos
pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le
perdona, poco ama.
      Y a ella le dijo:
      - Tus pecados están perdonados.
      Los demás convidados empezaron a decir entre sí:
      - ¿Quién es éste, que perdona pecados?
      Pero Jesús dijo a la mujer:
      - Tu fe te ha salvado, vete en paz.
      Más tarde iban caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo
predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y
algunas mujeres que Él había curado de malos espíritus y enfermedades: María
la Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa,
intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Comentario

      Esta página del evangelio pone de manifiesto el neto contraste que
existe entre el fariseo y la pecadora.
      A primera vista parece que el fariseo es quien acoge y da hospitalidad
a Jesús, a medida que va avanzando el relato, nos damos cuenta que la acogida
externa vale poco cuando no hay apertura del corazón. Incluso los detalles
y signos externos de afecto son descuidados de manera chocante.
      Quien verdaderamente acogió a Jesús fue la mujer "conocida como
pecadora en la ciudad". Ella supo abrir su corazón a la palabra de Jesús,
"que caminaba de pueblo en pueblo y de aldea en aldea proclamando la buena
noticia del reino de Dios".
      No sabemos en qué‚ forma le llegó a aquella mujer el anuncio de la
Palabra, pero el Evangelio nos describe con detalle su reacción de con-
versión. Todos los gestos que el relato enumera son la manifestación de ese
gran amor que Jesús pone en contraste con la mezquindad del fariseo y de esa
fe que salva y da la paz.
      El punto clave de la comparación es la actitud profunda de la persona:
amar o no amar. Es a ese punto donde Jesús quiere llegar con la parábola que
describe de forma figurada la actitud de la mujer y del fariseo. Una vez más
aparece cómo la finalidad de la predicación evangélica es la transformación
profunda de las personas. El evangelio es llamada a una vida nueva y el
camino de una vida nueva se decide en el corazón de la persona.

La acogida de Nazaret

      El evangelio de hoy nos lleva a meditar sobre cómo se acoge a Jesús.
En contraste entre la hospitalidad fría del fariseo y la acogida de la mujer
en el fondo de su ser, nos proyecta hacia el tiempo en el que ya no se puede
recibir materialmente a Jesús en casa, pero sí se le puede acoger mediante
la fe.
      El Evangelio de S. Juan dice refiriéndose al Verbo que "vino a su casa,
pero los suyos no le recibieron" Jn 1,11. Y más adelante, durante la vida
pública de Jesús, precisa: "De hecho ni siquiera sus parientes creían en Él"
Jn 7,5.
      Pero en la familia de Nazaret Jesús fue acogido con fe y cuidado con
todo amor y cariño. En Nazaret hubo una mujer que le ofreció mil veces agua
para lavarse y una toalla para secarse, que le besó y lo ungió con amor de
madre. Y todo ello como manifestación de la fe profunda que veía en Jesús al
"Hijo del Altísimo" anunciado por el  Ángel Gabriel.
      En Nazaret, María y José acogieron a Jesús en su corazón antes de
hacerle un hueco en su casa, de modo que todos los sacrificios que tendrían
que imponerse para atenderlo, cuidarlo y acompañarlo eran una expresión de
esa fe sincera.
      Nazaret nos muestra cómo se debe acoger a Dios cuando se acerca al
hombre. El no busca la comodidad de una casa sino el corazón del hombre.

Nuestra hospitalidad

      La mujer pecadora llegó al punto esencial del evangelio de Jesús: "Se
ha cumplido el plazo. Ya llega el reino de Dios. Convertíos y creed en la
buena noticia" Mc 1,15. Su actitud es una llamada para nosotros. Somos
invitados a dar hospitalidad ante todo en nuestro interior al Verbo de la
vida.
      Lo importante es esa experiencia del amor misericordioso de Dios que
lleva consigo la alegría del perdón. Como S. Agustín cada uno de nosotros
debería poder decir: "De una sola cosa estoy seguro, Señor: de que te amo".
Confesiones X,6,8.
      Esta acogida inicial es la que da sentido profundo a todas las otras
de que se compone la vida cristiana. La acogida de la Palabra de Dios cada
día ("Lámpara de mis pasos"), la acogida del Señor en la Eucaristía, que
renueva, transforma y vivifica nuestra capacidad de amar, la acogida del
hermano, sacramento de Dios, que nos presenta su figura bajo tantas formas
y modos, la acogida del Señor que pasa a través de las circunstancias de la
vida.
      No siempre nos visita el Señor de igual modo. Lo importante es que
nuestro amor "crezca todavía más y más en penetración y sensibilidad para
todo, como pedía S. Pablo a los Filipenses (1,9). Es la "abundancia de amor"
lo que nos hará descubrir la presencia del Señor que se nos acerca y el modo
de poder agradarlo en todo.
      A esta luz cobran sentido pleno todos los detalles concretos de la
hospitalidad para recibir a quien se acerca a nuestra comunidad y de la
acogida diaria a quien vive con nosotros.

TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 4 de junio de 2016

Ciclo C - TO - Domingo X

5 de junio de 2016 - DOMINGO X del T.O. – Ciclo C

Tener “los mismos sentimientos de Jesucristo”

1Re 17, 17-24 - Salmo responsorial: 29 - Gál 1, 11-19 

 Evangelio según San Lucas 7, 11-17 

 En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
 Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
 - No llores.
 Se acercó al ataúd (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
 - ¡Muchacho, a ti te digo, levántate!
 El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre.
 Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios diciendo:
 - Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
 La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

EL COMENTARIO DESDE NAZARET  
"Le dio lástima"

La resurrección del hijo de la viuda de Naín nos ha sido transmitida sólo por Lucas, "scriba mansuetudinis Christi".
 El relato dentro de su sencillez nos deja percibir con toda claridad la inmensa bondad y compasión de Jesús. En otros milagros se pone de manifiesto su poder o la fe de quienes piden el milagro, aquí lo que aparece en primer plano es el amor de Jesús, que parece no poder soportar una situación tan dolorosa para la madre viuda.
 El evangelista pone de manifiesto la profunda comprensión y solidaridad de Jesús con una de las facetas más típicas del hombre: el sufrimiento.
 Se podría decir que el milagro, la intervención de Dios en las leyes de la naturaleza, no hace sino elevar a sumo grado el gesto humano de Jesús.
 Así lo entiende la multitud que, al ver la resurrección del joven, exclama: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros, Dios ha visitado a su pueblo". En efecto, en Jesús "nos ha visitado la entrañable misericordia de nuestro Dios" Lc 1,69. Esa es la razón de cada uno de los milagros, que son acciones de Dios, y esa es la razón del milagro por excelencia que es la salvación del hombre, acción suprema de Dios.
 Jesús nos ha revelado cómo es Dios con sus actos y con sus palabras. La "lástima" que Jesús experimenta ante el dolor de una viuda y ante el cadáver de un joven, antes de decir nada, antes de operar el milagro, revela el rasgo fundamental de Dios que "se apiada de nosotros", que tiene misericordia, que hace el primer gesto de comprensión y amor hacia el hombre. 

 En Nazaret  

 ¿Dónde aprendió Jesús lo que es el dolor humano? ¿Dónde aprendió a intervenir para remediarlo?
 La Biblia habla repetidas veces de la terrible situación de la mujer que queda viuda y ya en el libro del Exodo se dan normas humanitarias para remediar esa situación: "No explotarás a viudas ni huérfanos, porque si los explotas ellos gritarán a mí, yo los escucharé" Ex 22,21-22.
 Jesús presenciaría más de una vez en Nazaret lo que es un hogar roto por la muerte de un padre o de una madre. Podemos incluso suponer que él mismo vivió su propia familia el drama de la orfandad y de la viudez cuando la muerte de S. José. Cuando Jesús vio a las puertas de Naín a la madre de aquel otro "hijo único", quizás le vino a la mente la imagen de su propia madre.
 Sea como fuere, Jesús aprendió a ser hombre viviendo en Nazaret y uno de los aspectos más delicados y más importantes de la persona humana es su emotividad. También en esta faceta "creció" Jesús en Nazaret. El evangelio de hoy con una sola palabra nos descubre algo de la profundidad de sus sentimientos: "le dio lástima".
 El retiro de Nazaret, la vida oculta, no fue apartamiento de lo humano. Al contrario, era la mejor posibilidad de penetrar en ello sin condicionamientos.

 Ser hombre  

 Viendo hoy a Jesús hacer un milagro porque le dio lástima de la situación de una madre que perdió a su hijo, nos damos cuenta de lo importante que es esa parte de la persona que llamamos afectividad.
 A veces se piensa que un aspecto de la madurez es el control de la propia afectividad por parte del cerebro. Bien puede ser así cuando se trata de exageraciones o de poner freno a una dependencia afectiva exagerada. Esto no debe llevar, sin embargo, a una minusvaloración de la riqueza emotiva, de afectos y sentimientos que son el trasfondo de todo desarrollo equilibrado y normal de la persona.
 Como en el caso que hoy presenciamos en el evangelio, un sentimiento puede desencadenar la más noble de las acciones.
 El Jesús que maduró humanamente en Nazaret y que hoy manifiesta hasta donde llegan la hondura de sus sentimientos, nos enseña a crecer en esta dimensión de nuestra personalidad, a saber equilibrar, expresar y hacer eficaces nuestros sentimientos. Crecer en esta dimensión tan delicada hasta llegar a un equilibrio afectivo no es fácil.
Algo pueden enseñar los manuales de psicología, pero es sobre todo la propia experiencia y la reflexión sobre nuestra experiencia la que más puede enseñarnos.
 La obra de transformación que el Espíritu Santo lleva a cabo en cada cristiano, debe llevarnos a tener "los mismos sentimientos de Jesucristo" Fil 2,5. 

TEODORO BERZAL.hsf