viernes, 25 de marzo de 2016

Ciclo C - Domingo de Pascua

26 de marzo de 2016 - DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

                               "Vio y creyó"

Hechos 10,34a. 37-43

   En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
   -Hermanos: Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos,
cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me
refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo,
que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque
Dios estaba con Él.
   Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo
mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos
lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado:
a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.
   Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo
ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es
unámine: que los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los
pecados.

Colosenses 3,1-4

   Hermanos: Ya habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá 
arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes
de arriba, no a los de la tierra.
   Porque habéis muerto; y vuestra vida está en Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con Él, en gloria.

Juan 20,1-9

   El primer día de la semana María Magdalena fue al sepulcro al amanecer,
cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr
y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús, y
les dijo:
   -Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
   Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían
juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó
primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no
entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio
las vendas en el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza,
no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces
entró también el otro discípulo, el que había llega primero al sepulcro; vio
y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había
de resucitar de entre los muertos.
                       
Comentario

   En el domingo de Pascua se lee el comienzo del cap. 20 de S. Juan. A
través de todo el capítulo encontramos la narración de cómo se va
constituyendo la comunidad con quienes van llegando a la fe en el resucitado.
Examinemos las dos primeras escenas que corresponden al caso de la Magdalena
y al de Pedro y el otro discípulo.
   La anotación cronológica con la que se abre el texto ("El primer día de
la semana") tiene un alto valor simbólico. La semana hebrea recuerda los días
de la creación y culmina con el sábado. El día siguiente abre una fase nueva;
con él estamos en los tiempos nuevos. Pero Juan dice también que era todavía
de noche, sin duda porque la luz de Cristo no había empezado a brillar en el
corazón de los creyentes.
   En contraste con los otros evangelistas, Juan presenta a la Magdalena
sola cuando va al sepulcro, ve la losa quitada y corre a decírselo a los
apóstoles. Pero el plural que usa en el anuncio ("no sabemos dónde lo han
puesto") empalma perfectamente con la tradición de los otros evangelistas que
hablan de varias mujeres. Sea como fuere, en ese primer momento no hay una
expresión de fe, sino una constatación de hechos. Es una constante a través
de todo el cap. 20 de Juan. A la fe no se llega de forma inmediata, el hombre
pone dudas y resistencias. Parece que habría que hablar, como algunos han
hecho, de una fe difícil.
   La segunda escena presenta a Pedro y a otro discípulo (generalmente
identificado con Juan) que reaccionan ante el anuncio de la Magdalena
corriendo hasta el lugar del sepulcro. Como ella también los discípulos están
inquietos, buscan algo.
   El gesto de deferencia de Juan, que llega antes (¿porque era más joven o
porque se sintió más amado pro Jesús?) pone de relieve la figura de Pedro,
del que no se había hablado después de sus negaciones. Pero esa primacía no
le da ningún privilegio en lo que se refiere a la fe personal. De hecho los
dos discípulos constatan los mismos signos, pero sólo de Juan se dice que
"vio y creyó". Es el primero del que se dice que llegó a la fe después de la
resurrección.
   Ningún privilegio tampoco para el discípulo amado que necesita ver para
creer, colocándose en la misma situación en que se encontrar  más adelante
el apóstol Tomás. Y más aún si se tiene en cuenta el reproche del último
versículo del texto: "Hasta entonces no habían entendido la Escritura".
   Se inaugura así el tiempo nuevo, el tiempo de la Iglesia en el que la fe
es suscitada por Dios mediante los signos que han visto los primeros testigos
y es corroborada por lo que dice la Escritura. Es el tiempo de los que, sin
haber visto, creen (Jn 20,29)

Jesús de Nazaret

   La convicción interior que supone la fe en el resucitado va creciendo a
medida que se interpretan los signos concretos que los discípulos ven a la
luz de la Escritura y con las pruebas patentes que Cristo ofrece en sus
diversas apariciones. Como vemos en la 1ª. lectura, Pedro proclama en casa del
centurión su fe aduciendo los signos concretos que le han permitido
identificar al resucitado con el Jesús que antes había conocido. "Hemos
comido y bebido con Él después de su resurrección" (Hech 10,39) Esa
constatación de la identidad de Jesús que lo muestra en su dimensión
encarnatoria es fundamental para el testimonio apostólico.
   Si es cierto que Jesús se muestra, también lo es que los discípulos lo
buscan. Es de notar a este propósito que en el evangelio de Juan se subraya
cómo la fe nace de una relación de afecto y amor con Jesús. Se trata de una
relación que compromete a toda la persona. El primero que llega a la fe en
el resucitado es el discípulo que Jesús amaba. Magdalena reconoce a Jesús
cuando se siente llamada por su nombre. Pedro recibe la confirmación de su
misión de pastor sólo después de haber afirmado por tres veces su amor a
Jesús.
   Pero la invitación a la fe tiene también una dimensión comunitaria. Jesús
se aparece a los once en el cenáculo o al borde del lago. Los apóstoles en
seguida comprenden y anuncian que la buena noticia de la resurrección y la
llamada a la fe es para todos los que, mediante su testimonio, pueden creer
sin haber visto. Así nace la Iglesia.
   Rasgos de ese clima de fe naciente los encontramos también cuando los
evangelistas hablan de los primeros años de la vida de Jesús en Nazaret. Los
comentaristas del evangelio se complacen en subrayar la semejanza entre la
búsqueda de María y de José cuando Jesús se queda en el templo de Jerusalén
y la búsqueda de las mujeres y los discípulos el primer día después del
sábado.
   La precipitación de Pedro y Juan en su carrera hacia el sepulcro y la
"angustia" de María y de José al volver a Jerusalén después de la primera
jornada de camino, traducen en un solo gesto la preocupación interior que lleva
a salir, a buscar, a tratar de encontrar... Es el gesto que manifiesta el
amor.
   Pero la fe no se ofrece como recompensa. Sorprende a todos. Por una parte
permanece siempre una zona de oscuridad y de incomprensión, donde el misterio
queda siempre escondido, por otra está la seguridad plena que produce la paz
y la alegría de haber llegado a la verdad, de haber encontrado mucho más de
lo que se buscaba.

   Señor Jesús, vivo y resucitado,
   con María Magdalena, con Pedro y Juan,
   con María y José,
   queremos vivir hoy la búsqueda amorosa
   que enciende la fe.
   La luz de tu resurrección
   hace brillar en nosotros el deseo
   de ir a tu encuentro
   porque reconocemos en el evento
   de tu paso de la muerte a la vida
   la explicación del enigma de nuestra vida
   y de la historia del mundo.
   Ante esta maravilla suprema de Dios
   que es tu resurrección,
   nuestra esperanza, Señor Jesús,
   redobla su fuerza para descubrir tu acción
   en todos los signos de vida que tenemos a nuestro alcance.

Celebrar la Pascua

   S. Pablo exhorta a los primeros cristianos a celebrar la Pascua "no con
levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad) sino con los panes ázimos
de la sinceridad y de la verdad" (1Co 5,8). Quizá tengamos en esas palabras
el primer testimonio de la celebración de la Pascua cristiana. Pero aparte de
su valor histórico son de una lógica contundente para la vida concreta del
cristiano.
   La Pascua de Cristo en la que el cristiano es introducido mediante la fe
y el bautismo pone en su vida una radical novedad, que debe llevar a dejar
de lado lo antiguo, es decir, el pecado. S. Pablo lo expresa aludiendo al
rito hebreo que consistía en eliminar de la casa todo pan fermentado, símbolo
de la impureza, para empezar nuevamente el ciclo de la vida cotidiana con una
pan puro, ázimo.
   Celebrar la Pascua en la liturgia se convierte así en un compromiso a
realizarla en el culto de la vida. Es el compromiso de cada eucaristía.
   La levadura de la "malicia" y de la "corrupción", que fermenta, crece y
da sus frutos de muerte, debe ir dejando el sitio a la "sinceridad", a la
"verdad" y demás virtudes cristianas ya que en la Pascua de Cristo hemos sido
hechos "ázimos". Lo que se nos ha dado como regalo debe ir transformando toda
nuestra vida para poderla ofrecer a nuestra vez como don.
   El don es inicialmente luz interior que da la fe para adherirnos con
certeza a la persona de Jesucristo. En cuanto luz interior tiene una
evidencia subjetiva inapelable. Y es a partir de esa fuerza de convicción que
puede construirse poco a poco una existencia que tiende hacia una mayor
claridad y se expresa progresivamente en comportamientos más coherentes.
   La celebración de la Pascua debería hacer cada vez más clara la razón de
nuestra fe y más nítida la coherencia de nuestro obrar. Como un espejo al ser
desempañado, la Pascua de cada año debería devolvernos cada vez más clara la
imagen de nuestro ser cristiano.
TEODORO BERZAL.hsf


sábado, 19 de marzo de 2016

Ciclo C - Domingo de Ramos

20 de marzo de 2016 - DOMINGO DE RAMOS EN LA PASION DEL SEÑOR
Ciclo C

                    "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos"

Isaías 5,4-7

      Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido
una palabra de aliento.
      Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.
      El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me
he echado atrás.
      Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban
mi barba.
      No oculté el rostro a insultos y salivazos.
      Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso endurecí el
rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.

Filipenses 2,6-11

      Cristo, a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría
de Dios; al contrario se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
      Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse
incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
      Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre -sobre-
todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el
Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: "¡Jesucristo es
Señor!" para gloria de Dios Padre.

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas, 22,14-23,56.

Comentario

      Todo el Evangelio de Lucas está transido de la tensión de Jesús, que
con mirada fija en la meta avanza hacia Jerusalén.
      La procesión de los ramos, imagen de la Iglesia que marcha y que aclama
a su Señor, está animada por este dinamismo de caminar hacia Jerusalén. "Y,
dicho esto, Jesús echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén"
Lc 9,20.
      Jerusalén es el lugar destinado por el Padre para que Jesús cumpla
definitivamente su misión de revelar el amor de Dios y de redimir al hombre.
En Jerusalén Jesús realiza plenamente el evangelio (buena noticia) del don
misericordioso de Dios al hombre. Y de Jerusalén saldrá la Palabra de Dios
para extenderse por todo el mundo, como el mismo Lucas narra en los Hechos
de los Apóstoles.
      La narración de la pasión nos coloca delante del momento supremo del
misterio de Cristo, que sella toda su trayectoria humana y lo abre a la
resurrección. La figura del Maestro aparece en su plenitud. Llama al
discípulo a seguirlo por el camino de la cruz, de la conversión, del perdón
y de la total confianza en el Padre.
      Al oír el relato de la pasión cada uno de nosotros es interpelado y se
ve obligado a tomar una postura ante el Señor que camina hacia el Calvario
con Simón cireneo, con las mujeres de Jerusalén, con los jefes del pueblo,
con los soldados o con uno de los dos ladrones. La narración se abre con la
institución de la Eucaristía y, en sintonía con el Jesús que entrega su
cuerpo y su sangre por nosotros, los discípulos son invitados a "hacer lo
mismo" en memoria suya.
      El anuncio de la traición de Judas y de la negación de Pedro preparan
la hora del combate supremo de Jesús que comienza en el jardín de los olivos,
se continúa ante el Sanedrín, ante Pilato y ante Herodes y culmina en la
cruz. La narración litúrgica nos deja en compañía de José‚ de Arimetea y las
piadosas mujeres que habían seguido a Jesús desde la Galilea.
      El evangelista presenta la pasión y muerte de Jesús como cumplimiento
de la voluntad de Dios y como entrega libre por parte de Jesús, pero también
como un hecho histórico resultado de la postura de Jesús ante las autoridades
religiosas y civiles, de las maquinaciones de los miembros del Sanedrín, de
la traición de Judas. Llegamos a penetrar en el misterio sólo si a través de
las causas humanas que llevaron a tan trágico desenlace, descubrimos con la
fe la trascendencia del gesto de Jesús que se entrega por nuestros pecados
y si aprendemos a llevar con Él y como Él nuestra cruz de cada día.
      Ante Cristo que muere en la cruz, sobran todas las palabras, porque en
ninguna de ellas cabe todo el significado de lo que allí se vivió. Es mejor
ponerse de rodillas, contemplar en silencio hasta dejarse traspasar por el
misterio y adentrarse en lo que Jesús experimentó hasta que el Espíritu Santo
nos lleve a "tener la misma actitud del Mesías Jesús" Fil 2,5.

El Nazareno

      El calificativo que sirvió a Pilato para identificar al condenado a
muerte aquel día y que mandó clavar en su cruz nos da pie para volver al
tiempo que hizo posible llamarlo así. En efecto, Jesús, colgado de la cruz
es "el nazareno".
      Como ha escrito un autor, Belén es la patria teológica de Jesús, Na-
zaret es la patria histórica y geográfica. En Belén nació "para que se cum-
pliera lo anunciado por los profetas" Mt 2,6. Nazaret, pueblo ignorado por
el Antiguo Testamento, es el lugar donde se crió, donde se fue gestando con
su denominación de "Nazareno" el misterio que hizo posible que se lo
llamaran así en el momento de su entrega suprema en la cruz.
      Sólo después de la resurrección puede darse una interpretación exacta
de lo que significó la muerte de Jesús en la cruz. El mismo Jesús resucitado
se esforzó por hacérselo comprender a los dos de Emaús: "¡Qué torpes sois y
qué lentos para creer lo que anunciaron los profetas!”, ¨¿No tenía el Mesías que
padecer todo eso para entrar en su gloria?" Lc 24,25-26. Y sólo desde esa
misma perspectiva puede entenderse la luz que el misterio de la cruz arroja
sobre Nazaret.
      El Jesús que un día sería crucificado vive en la humildad de Nazaret.
Aunque los evangelios con su silencio sobre los años de Nazaret nos lleven
instintivamente a dar un salto en el vacío y ver de pronto al Jesús adulto
que anuncia la llegada del reino, la realidad no pudo ser así: la vida avanza
poco a poco.
      Los planteamientos que llevaron a Jesús al sacrificio de la cruz no
pudieron improvisarse. Los evangelios, escritos desde una comunidad que cree
en Jesús resucitado y que ha encontrado ya una explicación a su muerte
redentora, dan algunos detalles sobre los primeros años de la vida de Jesús
que conectan directamente con el misterio de la cruz y ayudan a entenderlos
en todo su profundo significado.
      "Este está puesto para que todos en Israel caigan o se levanten. Ser 
una bandera discutida, mientras que a ti una espada te traspasar  el corazón,
así quedará  patente lo que todos piensan" Lc 2,35. "Levántate, toma al niño
y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta nuevo aviso, porque Herodes
va a buscar el niño para matarlo" Mt 2,13. "Levántate, toma el niño y a su
Madre y vuelve a Israel; ya han muerto lo que intentaban acabar con el
niño... Fue a establecerse en un pueblo que llaman Nazaret" Mt 2,23 "Mira con
qué angustia te buscábamos tu padre y yo" Lc 2,48.
      La persecución interesada de los poderosos, la no aceptación por parte
de los suyos, su condición de profeta discutido, su total sumisión a la
voluntad del Padre, su misteriosa vinculación con Jerusalén y su templo, su
condición de Mesías libertador del pueblo, son otros tantos aspectos ya pre-
sentes germinalmente en el comienzo de su vida y con el tiempo se con-
vertirían en la trama misma de su muerte en cruz.

Nuestra cruz

      No se puede ser cristiano en plenitud sin asimilar en nuestra vida la
dimensión de dolor, de fracaso, de soledad, de muerte que todo vivir lleva
consigo. Cristiano es sólo quien vive, como el Nazareno, en actitud de entre-
ga permanente de la vida en favor de los demás.
      ¿Cómo vivir hoy el misterio de la cruz en una comunidad que se inspira
en Nazaret para trazar su estilo de vida?.
      Vive el misterio de la cruz:
      - La comunidad donde es posible el perdón: reconciliación con Dios y
      perdón mutuo entre los hermanos.
      - La comunidad donde se asume el mal, el pecado, lo negativo, donde se
      cuenta con ello.
      - La comunidad atenta a la debilidad y limitación de sus miembros.
      - La comunidad que se sabe y se acepta pecadora, no sólo en sus miem-
      bros tomados individualmente sino ella misma en su conjunto.
      - La comunidad que acepta la enfermedad, el fracaso, el desengaño de
      alguno de sus miembros y sabe integrarlo en su vida. 
      - La comunidad que se siente débil y a veces impotente ante la obra
      apostólica que tiene confiada
      - La comunidad donde cada miembro está dispuesto a sacrificarse por los
      demás, a dar su tiempo, sus cualidades, su vida misma.
      - La comunidad donde se vive el radicalismo evangélico con serenidad
      y gozo.
      - La comunidad que se siente fracasada en su anhelo de construir la
      fraternidad y no pierde aún la esperanza de conseguirlo.
      - La comunidad que se siente acosada por un ambiente hostil y lucha por
      mantener su identidad y por ser luz y fermento en la masa. 
      - Una comunidad así está compartiendo con Jesús el misterio de su
      muerte redentora.     
      Una comunidad así está reproduciendo el ideal de Nazaret, donde tampoco
todo fue fácil, donde hubo sufrimiento y angustia, huida del perseguido,
obediencia y pobreza, aceptación del dolor y de la muerte, trabajo y donación
total al otro. El misterio de la cruz, visto desde Nazaret, nos enseña hoy
a vivir como hermanos.

Teodoro Berzal.hsf

sábado, 12 de marzo de 2016

Ciclo C - Cuaresma - Domingo V

13 de marzo de 2016 - V DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo C

"Tampoco yo te condeno"

Isaías 43,16-21

      Así dice el Señor que abrió camino en el mar y senda en las aguas
impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes:
caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue.
      No recordéis lo antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo
algo nuevo; ya está  brotando, ¿no lo notáis?
      Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo, me glorificarán las
bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desier-
to, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el
pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.

Filipenses 3,8-14

      Todo lo estimo pérdida, comparando con la excelencia del conocimiento
de Cristo Jesús, mi Señor.
      Por Él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo
y existir en Él, no con una justicia mía -la de la ley-, sino con la que
viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.
      Para conocerlo a Él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con
sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la
resurrección de entre los muertos.
      No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo
sigo corriendo.
      Y aunque poseo el premio, porque Cristo Jesús me lo ha entregado,
hermanos, yo, a mi mismo me considero como si aún no hubiera conseguido el
premio.
      Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome
hacia lo que está delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que
Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

Juan 8,1-11

      En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer
se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a Él, y, sen-
tándose, les enseñaba.
      Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adul-
terio, y, colocándola en medio, dijeron:
      - Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La
ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú ¿qué dices?.
      Le preguntaron esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús,
inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
      Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
      - El que está sin pecado, que le tire la primera piedra.
      E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
      Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los
más viejos, hasta el último.
      Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie.
      Jesús se incorporó y preguntó:
      - Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?.
      Ella contestó:
      - Ninguno, Señor.
      Jesús dijo:
      - Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

Comentario

      En el itinerario espiritual de la cuaresma llegamos hoy al momento en
que surge la vida nueva.
      Leyendo el Evangelio de S. Juan que hoy nos propone la Iglesia podría-
mos pensar que lo importante está en el hecho de que Jesús salga airoso de
la prueba a que es sometido por parte de los letrados y fariseos. Sin em-
bargo, pronto se advierte que el núcleo del pasaje está en la segunda parte,
en el momento en que, puesto de manifiesto el torcido proceder de los
acusadores, Jesús queda solo con la mujer adúltera y con el perdón la invita
a renacer a una vida nueva.
      Jesús sabe cómo es el corazón del hombre. "No necesitaba informes de
nadie, Él conocía al hombre por dentro" Jn 2,25. Por eso pudo poner de mani-
fiesto lo que se escondía en el interior de quienes querían ponerle dificul-
tad acudiendo al gesto profético de escribir en el suelo y realizando así las
palabras de Jeremías: "los que te abandonan fracasan, los que se apartan
serán escritos en el polvo porque abandonaron al Señor, manantial de agua
viva" Jer 17,13.
      El lector, el oyente de la palabra, se ve así llevado, como en tantas
otras ocasiones, a una alternativa. O alejarse de Jesús llevándose consigo
el propio pecado o quedarse ante Él sin ninguna máscara, reconociendo
sencillamente que uno necesita ser perdonado.
      Jesús aparece aquí como el perdonador, el que se pone de la parte de
los que no acusan y condenan. "Pues yo tampoco te condeno". No hace pesar el
pecado sobre quien lo reconoce. Jesús encarna así el gesto benevolente de
Dios, Él es el evangelio de la misericordia.
      De los escombros de su pecado, ante la misericordiosa mirada de Jesús,
la mujer renace para una existencia nueva, para una vida no de inocente, sino
de perdonada.
      Las últimas palabras de Jesús representan la esperanza de una recu-
peración, de un renacimiento, de la posibilidad de iniciar una vida distinta:
la posibilidad de una conversión. Esas palabras son el eco de aquellas otras
de Isaías: "Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando ¿no lo notáis?"
Is 43,19.

La novedad de Nazaret

      En Nazaret comenzó a apuntar la vida nueva traída por Cristo. Los
efectos de la redención empezaron a manifestarse en María desde el primer mo-
mento de su concepción.

      La realidad de la vida nueva, de la vida en amistad plena con Dios tuvo
en la familia de Nazaret su más plena expresión. En Nazaret se comenzó a
vivir la novedad del Reino de Dios antes de que Jesús comenzara a anunciarla.
Allí crecía en secreto el misterio que estaba por manisfestarse y no sólo en
lo íntimo del corazón sino en la organización de un grupo.

      La fe, la sencillez de la vida en común, la efusión del Espíritu Santo
que mueve a las personas, la alegría, la virginidad de María y José‚ son
realidades todas que pertenecen de lleno al tiempo de la nueva alianza. Jesús
dirá durante su ministerio público: "Hay eunucos que salieron así del vientre
de su madre, a otros los hicieron los hombres y hay quienes se hicieron
eunucos por el reinado de Dios" Mt 19,12. María y José‚ empezaron ya, bajo la
acción del Espíritu Santo, a vivir la virginidad por el reino.

      Y la virginidad por el reino no es más que un aspecto de otra realidad
más profunda: por el reino de Dios hay que estar dispuesto a dejarlo todo,
porque Dios es el único absoluto. quien lo puede entender, ha descubierto un
verdadero tesoro y no le da pena dejarlo todo para poseerlo.

      Esa forma de vivir que pone a Dios como absoluto de la vida y se
orienta hacia donde Él indica, es el estilo propio de Nazaret.

      Jesús estaba creando en Nazaret con su sola presencia, con sólo vivir,
el nuevo modo de estar en el mundo, de relacionarse con Dios, de amar a los
hombres, de trabajar, de sufrir. El era también allí "el camino, la verdad
y la vida". Como "al principio" también en Nazaret estaba la Palabra, y la
Palabra "contenía vida y esa era la luz de los hombres" Jn 1,4

Caminar en novedad de vida

      "Los que creen en Cristo, renacidos de germen no corruptible, por la
palabra de Dios vivo (IPe 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu
Santo (Jn 3,5-6), son hechos por fin "linaje escogido, sacerdocio real, na-
ción santa, pueblo de adquisición..., que en un tiempo no era pueblo y ahora
es pueblo de Dios" (IPe 2,9-10)" L.G.9.
      La raíz de la nueva vida está en la acción de Dios que, cumpliendo la
palabra del profeta, quita de nosotros el corazón de piedra y pone en su
lugar un corazón de carne. Esa es la renovación fundamental, fuente de todas
las otras. El don de un corazón puro y dócil, que sustituye al corazón
malvado y endurecido, equivale a una nueva creación por parte de Dios. Es la
creación de la humanidad nueva. Es la instauración del nuevo Israel.
      A la acción transformadora por parte de Dios, mediante la donación del
Espíritu Santo en el interior del hombre, debe corresponder un nuevo modo de
vivir. Por eso S. Pablo exhortará a los creyentes: "Si habéis resucitado con
el Mesías, buscad lo de arriba, donde el Mesías está sentado a la derecha de
Dios" Col 3,1.
      "Tened esto presente: el hombre que éramos antes fue crucificado con
Él para que se destruyese el hombre pecador y así no somos más esclavos del
pecado, porque cuando uno muere, el pecado pierde todo derecho sobre Él" Rm
6,6-7.
      La realidad de la vida nueva en la que nos invita a pensar el evangelio
de hoy y que fue ya vivida maravillosamente en Nazaret, brota en cada uno de
nosotros en el acto de gracia y de perdón que Dios nos ofrece.
      Como para la mujer adúltera del evangelio de hoy, de los escombros de
nuestros pecados, al entrar en contacto con Jesús, nace en nosotros "una

criatura nueva".
Teodoro Berzal.hsf