sábado, 28 de diciembre de 2019

Ciclo A - Sagrada Familia


29 de diciembre de 2019 – Tiempo de Navidad

                  DOMINGO DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA: JESUS, MARIA Y JOSE

                       "...que se llamaría Nazareno"

   Eclesiástico 3,3-7. 14-17a

   Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad
de la madre sobre la prole.
   El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre
acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando
rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que
honra a su madre el Señor le escucha.
   Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras
viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras
seas fuerte.
   La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para
pagar tus pecados.

   Colosenses 3,12-21

   Hermanos: Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro
uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la
comprensión.
   Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra
otro.
   El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
   Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad
consumada.
   Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis
sido convocados, en un solo cuerpo.
   Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su
riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
   Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos
inspirados.
   Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de
Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de Él.
   Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el
Señor.
   Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
   Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor.
   Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

   Mateo 2,13-15.19-23

   Cuando se marcharon los Magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños
a José y le dijo:
   -Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta
que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
   José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y
se quedó hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dice el Señor por
el profeta: "Llamé‚ a mi hijo para que saliera de Egipto".
   Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños
a José en Egipto y le dijo:
   -Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto
los que atentaban contra la vida del niño.
   Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero al
enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes,
tuvo miedo de ir allí. Y avisado en sueños, se retiró a Galilea y se
estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los
profetas, que se llamaría Nazareno.
                            
Comentario

   Los textos de la liturgia de hoy están elegidos en función de la fiesta
que se celebra e ilustran algunos aspectos importantes de su contenido.
   La fiesta de la Sagrada Familia, colocada a continuación de la Navidad,
nos dice ya por intuición que la encarnación del Verbo y su nacimiento tienen
una prolongación natural en su vida de familia con María y José y, para
nosotros, otra prolongación en la economía sacramental del año litúrgico.
   El evangelio de Mateo que leemos hoy, es la parte final de los episodios
correspondientes a la infancia de Cristo. Como es sabido, este evangelista
distribuye dichos episodios presentándolos como cumplimiento de lo dicho por
los profetas acerca del Mesías y cita explícitamente algunas frases de la
Escritura en este sentido.
   En el pasaje de hoy son dos las citas y ambas tienen su interés. La orden
dada por Dios a José por medio del Ángel de ir a Egipto conlleva el
cumplimiento de una palabra de Oseas. El texto del profeta suena así: "Cuando
Israel era niño, lo amé y desde Egipto llamé a mi hijo" (Os 11,1). Mateo toma
sólo la última parte del versículo, pero leyendo el texto profético por
completo queda claro el sentido que lo que Dios quiere de su pueblo es que
repita la experiencia del éxodo y que se convierta a Él. Aplicándolo el
evangelista directamente a Jesús, realiza una personificación muy signifi-
cativa. Jesús encarna así a todo el pueblo elegido. Es de notar además que
en casi todas las referencias bíblicas de Mateo en estos episodios de la
infancia de Jesús, aparece la palabra "hijo". En este caso expresa con
claridad la vinculación completamente especial de Jesús con Dios.
   La segunda referencia al AT presente en el evangelio de hoy es más
oscura. Los estudiosos de la Biblia vacilan al pretender encontrar en qué
lugar "los profetas dijeron que se llamaría nazareno". Las hipótesis más
verosímiles son dos: una alusión a Sansón ("el niño estará consagrado=nazŒr
a Dios", Jueces 13,15) o al comienzo del cap. 11 de Isaías ("Saldrá un renue-
vo=neser del tocón de Jesé"). Quizá el evangelista haya querido combinar
ambas alusiones, queriendo sobre todo expresar que el hecho de que Jesús haya
residido en Nazaret y haya sido llamado "nazareno" no es algo casual ni un
detalle sin importancia, sino algo querido y previsto por Dios.
   También en esas cosas, a través de los azares y las alternativas de los
mandatarios del tiempo, se llevaron a cabo los designios divinos para que se
cumpliera la Escritura. Todo se realizó según el plan de Dios.

Vivir en familia

   En la fiesta de la Sagrada Familia la Palabra de Dios explica ampliamente
desde la fe el significado de la vida en familia
   La figura de José‚ plenamente responsable de los suyos y abierto a las
indicaciones que le vienen de lo alto, nos da ya a entender qué significa ser
padre. Es admirable contemplar cómo Jesús, necesitado de ayuda y protección,
encuentra en la familia, en el amor recíproco de María y José‚ los elementos
imprescindibles para poder crecer y realizar su obra de salvación.
   En el texto del Eclesiástico (1ª. Lectura) se explica lo que significa ser
hijo, comentando el cuarto mandamiento dado por Dios a Moisés: "Honra a tu
padre y a tu madre, como te mandó el Señor, así prolongarás tu vida y te irá 
bien en la tierra que el Señor tu Dios te va a dar" (Det 5,16). Existe un
orden en la naturaleza según el cual la vida viene de los padres a los hijos.
Este orden crea una estructura de relación personal profundísima que, cuando
es alterada, toca a la persona en su mismo ser. "Honrar" al padre y a la
madre es reconocer ese orden de la naturaleza y prolongarlo en una relación
de respeto, obediencia y amor, que está en la base de toda vida familiar. Esa
acogida del orden natural de la vida es lo que según el texto bíblico, lleva
a que la vida del hijo se prolongue ampliamente y pueda insertarse en el
ambiente vital: "Te irá bien en la tierra..."
   En la carta a los Colosenses S. Pablo da algunas indicaciones bien
precisas sobre el modo de comportarse en familia a quienes han recibido la
nueva vida en Cristo: "Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros mari-
dos... Maridos, amad a vuestras mujeres... Hijos, obedeced a vuestros pa-
dres..." La pertenencia al "pueblo elegido por Dios" y la modificación de las
actitudes más profundas que esto implica en las personas ("El Señor os ha
perdonado, haced vosotros los mismo") introducen una profunda novedad en las
relaciones intrafamiliares. Aparentemente nada cambia porque el orden natural
es respetado, sin embargo, la común dignidad de bautizados y el reco-
nocimiento de Dios como Señor único de la vida, hacen que la familia
"cristiana", pueda convertirse en ese germen de la Iglesia y transformación
social para hacer al mundo más humano.
   Meditando la Palabra de Dios desde Nazaret, no deja de llamar la atención
el hecho de que Jesús haya querido vivir como hijo y haya "honrado" a su
padre y a su Madre. El, autor de la vida en cuanto Dios, se ha sometido al
orden natural según el cual la vida le ha sido dada y ha necesitado de una
protección para escapar a los peligros que la amenazaban. Ha sido ese gesto
suyo el que ha salvado de la destrucción el flujo maravilloso de la vida, que
se hubiera irremediablemente perdido por causa del pecado, portador de la
muerte.
   Jesús ha redimido, viviendo en Nazaret, el sentido que tiene la familia
en cuanto transmisora de la vida.

   Padre de la vida,
   te bendecimos porque en la encarnación de tu Hijo
   nos has revelado tu Amor.
   Que el Espíritu Santo, por medio de la Palabra
   que hemos escuchado y meditado en el fondo del corazón
   vivifique nuestras relaciones
   para que sepamos vivir en familia.
   Danos tu fuerza para que sepamos
   acoger y promover el don de la vida
   y para que sepamos establecer relaciones familiares
   en todos los ámbitos en que nos movemos.

Misión de la familia

   La familia humana, reflejo de la familia de la Trinidad, encuentra en la
Familia de Nazaret, su realización más perfecta. Las atenciones que María y
José prodigan al Niño protegiéndolo y cuidándolo, como se nos dice en el
evangelio de este domingo, son una muestra del amor verdadero que unía a este
núcleo familiar querido por Dios para acoger a su Hijo.
   La situación de pobreza y precariedad en la que la familia de Jesús es
obligada a vivir por las circunstancias en sus primeros años, revela a la vez
la fragilidad y la fuerza de la unión familiar. Jesús, María y José nos
aparecen en esos primeros años más que nunca como "esos tres pobres que se
aman" ("Ces trois pauvres gens qui s'aiment"), según la expresión de Claudel.
Son la imagen más clara de la vulnerabilidad y al mismo tiempo de la
consistencia del amor recíproco.
   También hoy muchas familias se ven obligadas a sufrir la marginación y la
pobreza, advierten la inseguridad y la fragilidad de los lazos del amor
minados por las mil formas que toma el egoísmo. Además las violencias que se
le hacen desde fuera no son pocas, desde la acción disgregadora de la
sociedad hasta las amenazas contra la vida en sus fases más débiles.
   Y, sin embargo, tanto la Iglesia como la sociedad siguen confiando en la
fuerza de regeneración y de transformación que tiene la familia. Se diría que
se trata casi de un impulso instintivo que lleva a depositar la confianza en
lo que hay de más genuino y auténtico para promover la vida y el amor.
   El amor familiar, hecho de paciencia, recíproca atención y apertura a los
demás, es la parábola misma del vivir cristiano, que se realiza en la acogida
de la vida que viene de Dios, crece en la comunidad y se da en la misión
hasta llegar a su plenitud. Contar con el lugar donde todo eso acontece como
don de la vida, es descubrir la armonía profunda que existe entre la
"naturaleza" y la "gracia" también en este ámbito de las relaciones humanas.

TEODORO BERZAL hsf

martes, 24 de diciembre de 2019

Ciclo A - Tiempo de Navidad - Navidad





24 de diciembre de 2019
Ciclo A - Navidad
NATIVIDAD DEL SEÑOR Misa de la noche

                            "Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador"

Isaías 9,1-3. 5-6

   El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban la
tierra de sombras, y una luz les brilló.
   Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como
gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.
   Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su
hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
   Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el
principado, y es su nombre:
   Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la
paz.
   Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de
David y sobre su reino.
   Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora
y por siempre. El celo del Señor lo realizará.

Tito 2,11-14

   Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hom-
bres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a
llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la
dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro,
Jesucristo.
   El se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y para
prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.

Lucas 2,11-14

   En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer
un censo en el mundo entero.
   Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria.
Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
   También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la
ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para
inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí
le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió
en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
   En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre,
velando por turno su rebaño.
   Y un Ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de
claridad y se llenaron de gran temor.
   El  Ángel les dijo:
   -No temáis, os traigo una buena noticia, la gran alegría para todo el
pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el mesías, el
Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre.
   De pronto, en torno al Ángel, apareció una legión del ejército celestial,
que alababa a Dios, diciendo:
   -Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios
ama.

Comentario

   El relato del nacimiento de Jesús que nos ofrece el evangelio de Lucas en
el corazón de esta noche santa o noche buena, nos da las coordenadas de
tiempo y de lugar para situar el hecho y para interpretar su alcance. El
evangelista lo hace no sólo en términos generales y solemnes, como conviene
al caso, (emperador reinante, regiones y comarcas del imperio), sino que nos
da también una serie de detalles concretos que convierten el acontecimiento
en algo cercano y familiar.
   Fijémonos en primer lugar en los aspectos que tratan de subrayar la
magnitud de este acontecimiento singular. El texto de Lucas alude en primer
lugar al emperador Augusto y al "censo de todo el mundo". El mismo
evangelista ofrece otras referencias para situar la historia de Jesús. El
censo de todo el mundo y el hecho de que "todos iban a inscribirse" abre el
nacimiento del niño de Belén a unas perspectivas universales insospechadas.
Esa tendencia a amplificar el hecho se refuerza después en el anuncio del
Ángel a los pastores. La alegría que anuncia no es sólo para ellos, sino
"para todo el pueblo". Además el anuncio es presentado como "buena noticia"
(=evangelio), destinada por tanto a propagarse y a comunicarse.
   Dentro de esa perspectiva universalista, no sólo en cuanto al espacio
sino también al tiempo, la liturgia destaca justamente el "hoy" de la cele-
bración. Desde ese "hoy" litúrgico y actual pretende llevarnos a aquel otro
en el que se cumplió nuestra salvación. La palabra "hoy" es el centro del
anuncio del Ángel a los pastores y es igualmente el centro del mensaje que
la Iglesia quiere transmitir permanentemente a los hombres: hoy ha nacido el
Salvador.
   A dar ese sentido de plenitud y cumplimiento que tiene el "hoy" de la
liturgia contribuye también el texto de Isaías que se proclama en la 1ª.
lectura. En él se anuncia la época mesiánica como un paso de las tinieblas
a la luz, de la tristeza a la alegría, a esa alegría plena del momento de las
cosechas o de la liberación de una opresión milenaria. Pero todo ello se da
como algo ya realizado ("una luz les brilló"). El niño que ha nacido es el
príncipe de la paz. Pero al mismo tiempo es algo que se cumplirá en el
futuro: "El celo del Señor lo realizará".
   Ese mismo sentido podemos ver en la 2ª. lectura, cuando el apóstol habla
de la aparición de la gracia de Dios realizada en Cristo. Su venida y su
entrega tienen como finalidad el "prepararse un pueblo purificado", lo que
supone una tarea permanente.
   La lectura de la Palabra nos lleva así a vivir ese "hoy" de la salvación
ya cumplida en Cristo que se hace actual en nuestra historia. Somos invitados
a participar personalmente con María y José‚ con los pastores y con todos los
creyentes en ese maravilloso intercambio en el que Dios presenta y ofrece al
hombre su misma vida y el hombre es llamado a dejarse desarmar y entrar en
esa nueva luz que lo salva.
   En eso consiste la "gloria de Dios" que los Ángeles cantan y que tiene su
eco correspondiente en la "paz" de los hombres en la tierra. La manifestación
de Dios y la salvación del hombre son dos aspectos de la misma realidad.

Los signos concretos

   La narración del nacimiento de Jesús se mueve en el evangelio de Lucas a
través de signos muy concretos y muy sencillos que pretenden guiar al lector
a encontrar, también él, como los personajes del relato, al Mesías.
   El signo central, que da sentido a todos los otros, es el "niño": "encon-
traréis un niño". Este niño es presentado en primer lugar como "primogénito".
Es un término de amplio significado en el Nuevo Testamento porque refiere a
Jesús la herencia mesiánica de la casa de David. Además el recién nacido es
designado con tres títulos de gran relieve: Salvador, título ya incluido en
su nombre, el Mesías o Cristo que recoge la profecía sobre la ciudad de David
como lugar de su nacimiento, y, sobre todo, el Señor, aplicando de forma
directa al niño la designación que servirá a los creyentes para hablar de su
condición divina.
   Todo esto dice a quien se acerca al texto evangélico que el "niño" de
quien se habla esconde, tras su apariencia sencilla, un misterio profundo.
Por otra parte hay un gran contraste entre esa "grandeza" y "universalidad",
a la que aludíamos antes, y los signos concretos que se ofrecen para recono-
cer la identidad del niño. Ese contraste estimula también hoy al lector a dar
el mismo paso que los destinatarios del primer anuncio.
   Los signos concretos situados entorno al niño son, en primer lugar, su
condición de impotencia y debilidad; vienen luego los "pañales" que lo
envuelven, pero también que limitan sus movimientos y su libertad. Ese último
aspecto ha llevado a algunos a establecer un paralelismo entre este pasaje
y el de la sepultura de Jesús (Lc 23,53). Está también el detalle del
"pesebre" que puede subrayar el alejamiento del ambiente humano normal en el
que se produjo el nacimiento del niño.
   Por tres veces el texto evangélico recalca esos detalles ("niño", "paña-
les", "pesebre"): en la narración directa del hecho, en el anuncio del Ángel
a los pastores y en la constatación que éstos efectúan. Queda así bien subra-
yada la pobreza de los signos para revelar el altísimo misterio.
   Esos signos concretos ofrecidos a los pastores, pero también a María y a
José (y a nosotros), nos invitan a dar el paso de la fe reconociendo en el
niño recién nacido al Salvador. Y ese paso de la fe es el mismo que María y
José continuaron en Nazaret durante muchos años. Con el tiempo irán cambiando
los signos concretos según las condiciones de vida, pero siempre permanecerán
en el ámbito de la pobreza, de la humildad, de la sencillez. Es como una
invitación constante a mantenerse fieles a ese contraste infinito entre lo
que se ve y lo que se esconde, contraste por donde se mueve la fe.

En silencio y llenos de amor
queremos también nosotros
llegarnos hasta el pesebre
y contemplar la Palabra hecha carne.
Te adoramos, Señor Jesús,
en la elocuencia y humildad
de tu primer gesto de encuentro con los hombres.
Ilumina con tu luz
las zonas de sombra de nuestra vida,
esas partes aún no evangelizadas de nosotros mismos
y del mundo en que vivimos,
para que encontremos la verdadera paz
y Dios sea glorificado.

Jesús, María y José
   La fiesta de Navidad nos invita a captar en profundidad el misterio de la
sencillez de los signos. Más que escudriñar los detalles de la narración,
ser bueno fijarnos con mirada contemplativa en los gestos de María y de José‚
para aprender esas actitudes cristianas que nos llevan a acoger en nuestra
vida la salvación traída por Cristo.
   Fijémonos en María. La sublimidad de su gesto se esconde en las acciones
simples, transparentes, puras que menciona el evangelio: dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre... Es el primer
gesto de donación y presentación de Jesús. María ha acogido el Verbo en su
carne y lo ha entregado al mundo. Ningún gesto de posesión, ninguna sombra
de protagonismo ha ensombrecido la gloria de Dios en su entrega al hombre.
Nada hay más personal que engendrar y dar a luz y nada más desprendido que
entregar al recién nacido y permitirle que cumpla su misión.
   La solución inmediata de colocar al niño en el pesebre por no tener sitio
en la posada, sin duda compartida por María y José‚ traduce esa sencillez tan
humana de saberse contentar con lo que se tiene, de saber acomodarse a las
circunstancias como se presentan. Ninguna vanidad herida hubo en ese momento
porque ninguno de los dos pretendía una dignidad que fuera reflejo de la
grandeza del momento que vivían.
   José estaba también allí. Sin duda con la preocupación y premura, con la
responsabilidad y atención que requería un momento tan delicado y en tales
circunstancias. De él no se dice apenas nada, ¿qué importa? Su silencio su
"ausencia" del relato, deja ver con mayor claridad el signo central que es
el niño. También de él tenemos que aprender a desaparecer para que el
Salvador, el Señor, pueda manifestarse.
   Sin embargo, cuando los pastores llegan para comprobar el mensaje del
Ángel encuentran a María y a José junto con el niño. Se diría que las figuras
de María y de José sólo cobran importancia cuando se ha descubierto quién es
el recién nacido.

                                                 NAVIDAD (Misa del Día)

                                                  "El Verbo se hizo carne"


Isaías 52,7-10

     ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia
la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión:
¡"Tu Dios es Rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara
a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusa-
lén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda
su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la
tierra la victoria de nuestro Dios.

Hebreos 1,1-6

      En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado
por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido
realizando las edades del mundo. Es el reflejo de su gloria, impronta de su
ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa. Y, habiendo realizado
la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en
las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el
nombre que ha heredado.
      Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú hoy te he engendra-
do"? O: "¿Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo?" Y en otro
pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los
ángeles de Dios".

Juan 1,1-18

      En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a
Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
      Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo
que se ha hecho.
      En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz
brilla en las tinieblas, y la tiniebla no la recibió.
      Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como
testigo para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe, No era él la luz, sino testigo de la luz.
      La palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Al mundo
vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no
la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
      Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si
creen en su nombre. Estos no han nacido de la sangre, ni de amor carnal, ni
de amor humano, sino de Dios.
      Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado
su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de
verdad.
Juan da testimonio de El y grita diciendo: éste es de quien dije: "El que
viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo".
      Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la
ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo.
      A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del
Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Comentario

      En la fiesta de Navidad y durante todo el tiempo que sigue celebramos
el misterio de Dios que se hace hombre.
      Dios se encuentra con los hombres precisamente en Cristo en cuanto
hombre. Y así a través del elemento humano de la persona de Cristo, el
hombre puede acceder a lo invisible y puede adentrarse en el misterio de
Dios.
      Aquel que en el seno del Padre era Verbo-palabra, al hacerse hombre,
se convierte en el revelador de lo que Dios es. Cristo es la plenitud de la
revelación, Él es el "unigénito de Dios" y "está lleno de gracia y de ver-
dad". "La luz ha brillado en las tinieblas", Dios se ha hecho hombre. Ahora
como entonces el hombre puede acogerlo, abrirse a Él o rechazarlo.
      Dios ha salido a encontrarse personalmente con el hombre y éste tiene
la posibilidad de la acogida o del rechazo. "Pero a los que lo acogieron los
hizo capaces de ser hijos de Dios". "De su plenitud todos hemos recibido".
      Ante la plenitud de gracia dada en Cristo, la alianza del Antiguo Tes-
tamento queda pálida, anticuada. La nueva alianza viene cualificada sobre
todo por la calidad del mediador que es Cristo. Con él Dios nos ha dicho de
sí mismo su palabra definitiva. "Es el Hijo único, que es Dios y está al lado
del Padre, quien lo ha explicado". "Si te tengo ya habladas todas las cosas
en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora
responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos en Él, porque en Él te
lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en Él más de lo que pides y
deseas" S. Juan de la Cruz, II Subida, 22,5.
      "Y la Palabra se hizo hombre". Es el misterio de la Navidad. Es un
misterio de humildad, pobreza y ocultamiento. La gloria eterna de Dios brilla
en el rostro de un niño y se expresa con los gestos de un recién nacido. El
Dios eterno e inmenso se somete a las condiciones de espacio y de tiempo y
asume todas las limitaciones de la naturaleza humana. Los pañales que
envuelven al niño, como las vendas puestas alrededor de su cuerpo ya muerto
y bajado de la cruz, están ahí para indicar hasta que punto Dios ha unido su
designio a nuestra condición.
      Pero lo más maravilloso es el impulso de amor que descubrimos a través
de este gesto supremo de acercamiento. Dios se hace hombre para salvar al
hombre. "Os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor"
Lc. 10-11. "El motivo del nacimiento del Hijo de Dios, dice S. León Magno,
no fue otro sino el de poder ser colgado en la cruz".

Desde Nazaret

      Para María y José‚ el misterio de la venida de Dios entre los hombres
estaba ligado a lugares, personas y situaciones muy concretas: el anuncio del
mensajero de Dios, el bando de un censo, el viaje a Belén, el no encontrar
lugar en la posada, la cuadra, el pesebre, los pañales, los pastores, ...
Dios en persona con la apariencia de un niño como todos los otros.
      El tiempo de Nazaret nos descubre una dimensión importantísima de la
encarnación. Esta no consiste en que Dios se haga hombre en un momento
determinado, sino en que además Dios asuma la condición de hombre, todo lo
humano, con lo que ello lleva consigo.
      La frase "La Palabra se hizo carne" puede tener dos sentidos. Uno
puntual, circunscrito a un momento concreto de la historia, y otro durativo,
que indica todo el proceso necesario para que el Hijo de Dios vaya asumiendo
todas las características humanas hasta llegar a ser un hombre completo. Este
proceso implica el crecimiento físico, la inserción en una cultura, en un
ambiente de vida, aprender a vivir todas las dimensiones de la persona.
      Este segundo aspecto es el que descubrimos viendo desde Nazaret el
misterio de Navidad.
      Esta asunción de lo humano y de lo "mundano" por parte del Hijo de Dios
transforma y santifica todo lo humano y todo lo que está en el mundo.
      En Nazaret vemos a Jesús, tocar, ver, agarrar, caminar, comer, reír,
vestirse, estar con la gente, amar a sus padres y a los demás... Es admirable
y maravilloso contemplar como Dios tomó la naturaleza humana no de forma abs-
tracta o aparente, sino muy concretamente y de manera profunda y total. Dios
vivió como nosotros; habló, rió, amó, como cualquier hombre.     
      Esta dimensión de la encarnación, tan importante y rica de consecuen-
cias, se hace patente en Nazaret.

Para vivir ahora

      Para vivir ahora, en el tiempo de la Iglesia, encontramos en Nazaret
un fuerte estímulo y un fundamento sólido de valoración de todo lo humano y
de apreciación positiva del mundo y de sus valores.
      Cristo asumiendo todo lo humano (menos el pecado): lengua, cultura,
instituciones sociales, le infunde una nueva vida, un nuevo sentido, y le da
una proyección eterna.
      Desde que Cristo se hizo hombre hay que hablar de un modo nuevo del
mundo y del hombre. Ciertamente el pecado existe, pero el pecado y el mal ya
no caracterizan de la forma más profunda ni al hombre ni al mundo. Dios hizo
buenas todas las cosas y Cristo viniendo al mundo y haciéndose hombre, en-
contró la vía exacta para poner de nuevo en armonía la relación hombre-mundo
dañada por el pecado. La encarnación del Cristo no sólo libera al hombre de
una concepción pesimista del mundo, sino que le da la posibilidad de trabajar
en él como lugar de encuentro con Dios, como ámbito de sus relaciones
fraternas con los demás hombres, como materia prima de la construcción de su
propia realidad.
      El concilio Vaticano II asigna a los laicos la misión de consagrar el
mundo con estas palabras: "Cristo Jesús, supremo y eterno sacerdote, desea
continuar su testimonio y su servicio también por medio de los laicos; por
ello vivifica a éstos con su Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a
toda obra buena y perfecta. Pero a aquéllos a quienes asocia íntimamente a
su vida y misión, también los hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden
al ejercicio del culto espiritual para gloria de Dios y salvación de los hom-
bres. Así también los laicos, como adoradores que en todo lugar obran
santamente, consagran a Dios el mundo mismo" L.G. 34; Cfr. 36,b.
      Contemplando desde Nazaret la encarnación de Cristo, aprendemos a
encarnarnos también nosotros para llevar el mundo a Dios.

TEODORO BERZAL hsf