25 de abril de 2021 - IV DOMINGO DE PASCUA – Ciclo B
"Yo soy el buen pastor"
Hechos 4,8-12
En aquellos días, Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo:
-Jefes del pueblo y senadores, escuchadme: porque le hemos hecho un
favor a un enfermo, nos interrogáis hoy
para averiguar qué poder ha curado
a ese hombre. Pues quede bien claro, a
vosotros y a todo Israel, que ha sido
el nombre de Jesucristo Nazareno, a
quien vosotros crucificasteis y a quien
Dios resucitó de entre los muertos; por
su nombre, se presenta éste sano ante
vosotros.
Jesús es la piedra que desechasteis vosotros los arquitectos, y que se
ha convertido en piedra angular; ningún
otro puede salvar y, bajo el cielo,
no se nos ha dado otro nombre que pueda
salvarnos.
I de Juan 3,1-2
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios,
pues ¡lo somos!. El mundo no nos conoce
porque no le conoció a Él.
Queridos: ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que
seremos. Sabemos que, cuando se
manifieste, seremos semejantes a Él, porque
le veremos tal cual es.
Juan 10,11-18
En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:
-Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el
asalariado, que no es pastor ni dueño
de las ovejas, ve venir al lobo,
abandona las ovejas y huye; y el lobo
hace estrago y las dispersa; y es que
a un asalariado no le importan las
ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen,
igual que el Padre me conoce y yo
conozco al Padre; yo doy mi vida por las
ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas
las tengo que traer, y escucharán mi
voz y habrá un solo rebaño, un solo
Pastor.
Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder
recuperarla. Nadie me la quita, sino
que yo la entrego libremente. Tengo
poder para quitarla y tengo poder para
recuperarla. Este mandato he recibido
del Padre.
Comentario
En este domingo la liturgia nos presenta cada año la figura del Buen
Pastor desde distintos puntos de vista.
El evangelio de este ciclo invita a
considerar la persona misma de Jesús
como pastor bueno subrayando el rasgo
de su entrega libre que lo diferencia
netamente de los "mercenarios" y lo
coloca en una relación filial con el
Padre.
Por tres veces (vers. 11,15,17) en el texto del evangelio se menciona
el desprendimiento de la propia vida.
La primera para distinguir al buen
pastor del asalariado, la segunda para
expresar su "amor por las ovejas" y
la tercera como motivo del amor que el
Padre tiene por Él: "Por eso me ama
mi Padre, porque yo me desprendo de mi
vida para recobrarla de nuevo".
Esta relación única y personalísima de Jesús con el Padre, puesta en
evidencia sobre todo en el misterio
pascual de muerte y de resurrección, es
la que califica definitivamente a Jesús
como pastor. El es el pastor en
cuanto es el Hijo del Padre.
La expresión "Yo soy", que hace eco a la revelación personal
de Dios
en el Antiguo Testamento y la figura
del pastor con
identificado muchas veces (Cfr. Jer.
23; Ez 34; Zac. 13) para distinguirse
de los otros pastores, presentan la
identidad de Jesús de modo absoluto. Pero
a renglón seguido se hace ver su
dimensión relacional: Él es el Hijo ("este
encargo me ha dado el Padre", Jn
18,10).
Su condición de "pastor" es, pues, al mismo tiempo algo que
define a
Jesús de modo total y absoluto pero al
mismo tiempo lo pone en una relación
peculiarísima con el Padre. Esa
relación Él la vive en la dimensión filial
de su vida que le lleva al don de sí, a
la entrega generosa desde esa
libertad suprema de poder
"desprenderse de su vida para recobrarla de nuevo".
De este modo se comprende que Jesús sea el "único" del que el
hombre
pueda esperar la vida y la salvación,
como insiste S. Pedro en el discurso
de la 1ª. lectura.
Jesús, el hijo
Jesús, anunciado como sucesor de David, "que reinará en la casa de
Jacob" (Lc 2,33), es en Nazaret
ante todo el "hijo".
En el episodio de los tres días en el templo el evangelista lo muestra
ya con esa libertad interior de quien
posee el dominio sobre su propia vida
(se pierde y se deja encontrar) que el
texto de la misa de hoy pone también
en primer plano.
Pero ya en Nazaret ese aparente acto de insubordinación que es la
permanencia en Jerusalén, es visto por
Lucas en relación con el Padre. La
vinculación misteriosa con "la
casa de mi Padre", deja entrever esa relación
personal de Jesús con el Padre que
comportará su muerte, resurrección y
glorificación.
Y como signo y ratificación de su condición filial con respecto al
Padre está su obediencia a María y a
José durante su infancia y juventud. Es
este el modo más convincente de
interpretar la obediencia y sumisión de Jesús
a sus padres.
Este es nuestro pastor, el modelo de pastor. Alguien de quien podemos
fiarnos totalmente, porque Él mismo es
hijo, es decir obediente. Sabemos así
que entrando en su modo de ser, Él nos
llevará al Padre.
Jesús, a quien contemplamos hoy como pastor y guía, es también, ya
desde su infancia "modelo del
rebaño", como dice la primera carta de Pedro
(5,3).
Lo que da a Jesús su condición de pastor y Mesías es su vinculación
única con el Padre, pero esa condición
no lo hace ajeno a nuestra condición
humana.
Mirando a Jesús en sus años de Nazaret, y desde ellos todo el arco de
su existencia terrena, podemos ver esa
trayectoria nítida de libertad y
sometimiento que hacen de la obediencia
a Dios y a los hombres un acto de
amor: algo que brota de lo más íntimo
de la persona, algo que constituye al
hombre en una libertad nueva y lo lanza
hacia espacios antes ignorados.
"Tengo otras ovejas que no son de
este recinto" (Jn 10,16).
Señor Jesús, somos conocidos por ti,
como tú eres conocido por el Padre.
Tú eres nuestro pastor,
transparencia diáfana del rostro de
Dios,
tú nos conoces y nos llevas a Él.
Introdúcenos, con la fuerza del
Espíritu Santo,
en tu gesto supremo y permanente de
donación
que es la eucaristía;
así llegaremos a la libertad radiante
de los hijos.
Somos hijos
"Hijos de Dios lo somos ya", dice S. Juan en la 2ª. lectura de
hoy. La
unión con Jesús en el bautismo nos ha
colocado en esa situación maravillosa.
Ser hijos hoy para nosotros, mirando al evangelio desde Nazaret, es
profundizar en esa situación de
libertad interior que lleva a entregar
voluntariamente la vida por los demás:
"De buena gana, como Dios quiere",
dice S. Pedro cuando habla de los
pastores.
La condición de hijos nos lleva también a esa obediencia sencilla y
clara a quienes son constituidos como
pastores, como lo hizo Jesús con María
y José, descubriendo en lo que ellos
dicen y deciden "el encargo que me ha
dado el Padre" (Jn 10,18).
Esta condición filial de Jesús en Nazaret nos revela la de todo hombre,
a la vez responsable de otros y
dependiente de ellos, y el camino para
vivirla hoy como hijos de Dios:
entregar la propia vida con la fe puesta en
el Padre, sabiendo que un día nos la
devolverá en modo nuevo.
La jornada de oración por las vocaciones que se celebra en este domingo
es una ulterior llamada a tomar
conciencia de esa responsabilidad que tenemos
todos en la Iglesia: todos por ser
hijos y hermanos somos responsables de la
vida de los otros (Gen 4,9). Jesús, el
buen pastor, nos indica cómo vivir
hasta el fondo esa responsabilidad
ministerial. En distintos modos y a varios
niveles el esquema de toda vocación es
el mismo: responder a la llamada,
desprenderse de la propia vida para
recobrarla "cuando Jesús se manifieste
y lo veamos como es, entonces seremos
como Él" (I Jn 3,2).
VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf