sábado, 25 de marzo de 2017

Ciclo A - Cuaresma - Domingo IV

26 de marzo de 2017 - IV DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo A

"Para que los que no ven, vean"

I Samuel 16,1b. 6-7. 10-13a

   En aquellos días, dijo el Señor a Samuel:
   -Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén,
porque he visto entre sus hijos un rey para mí.
   Cuando se presentó vio a Eliab y se dijo: "Sin duda está ante el Señor su
Ungido".
   Pero el Señor dijo a Samuel:
   -No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La
mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las
apariencias, pero el Señor mira el corazón.
   Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo:
   -A ninguno de éstos ha elegido el Señor.
   Preguntó, pues, Samuel a Jesé:
   -¿No quedan ya más muchachos?
   El respondió:
   -Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.
   Dijo entonces Samuel a Jesé:
   -Manda que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido.
   Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa
presencia.
   Dijo el Señor:
   -Levántate y úngelo, porque éste es.
   Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.

Efesios 5,8-4

   Hermanos: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor.
Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la
luz) buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obra estériles
de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia. Pues hasta ahora
da verguenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz,
denunciándolas las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso
dice: "Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será 
tu luz".

Juan 9,1-41

   Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le
preguntaron:
   -Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?
   Jesús contestó:
   -Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él la obras
de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado:
viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz
del mundo.
   Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en
los ojos al ciego, y le dijo:
   -Ve a lavarte a la piscina de Silo‚ (que significa Enviado).
   El fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían
verlo pedir limosna preguntaban:
   -¿No es éste el que se sentaba a pedir?
   Unos decían:
   -El mismo.
   Otros decían:
   -No es él pero se le parece.
   El respondía:
   -Soy yo.
   Y le preguntaban:
   -¿Y cómo se te han abierto los ojos?
   El contestó:
   -Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me
dijo que fuese a Silo‚ y que me lavase. Entonces fui, me lavé y empecé a ver.
   Le preguntaron:
   -¿Dónde está él?
   Contestó:
   -No sé.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que
Jesús hizo barro y le abrió los ojos). También los fariseos le preguntaban
cómo había adquirido la vista.
   El les contestó:
   -Me puso barro en los ojos, me lavó y veo.
   Algunos de los fariseos comentaban:
   -Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.
   Otros replicaban:
   -¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?
   Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
   -Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?
   El contestó:
   -Que es un profeta.
   Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había
recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
   -¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es
que ahora ve?
   Sus padres contestaron:
   -Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora,
no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo
sabemos. Pregunténselo a él, que es mayor y puede explicarse.
   Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos, pues los
judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús
por Mesías. Por esos sus padres dijeron: "Ya es mayor, pregunténselo a él".
   Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:       -
Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
   Contestó él:
   -Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé que yo era ciego y ahora veo.
   Le preguntaron de nuevo:
   -¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?
   Les contestó:
   -Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo
otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?
   Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
   -Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés.
Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde
viene.
   Replicó él:
   -Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de donde viene, y, sin
embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores,
sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le
abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no
tendría ningún poder.
   Le replicaron:
   -Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a
nosotros?
   Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le
dijo:
   -¿Crees tú en el Hijo del hombre?
   El contestó:
   -¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
   Jesús le dijo:
   -Lo estás viendo: el que te está  hablando, ése es.
   El le dijo:
   -Creo, Señor.
   Y se postró ante él. Dijo Jesús:
   -Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean, y
los que ven, se queden ciegos.
   Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
   -¿También nosotros estamos ciegos?
   Jesús les contestó:
   -Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis,
vuestro pecado persiste.

Comentario

   En el rito de la iniciación cristiana de los adultos, en este domingo de
cuaresma se hace el segundo escrutinio con vistas al bautismo, llamado
también "iluminación" en la Iglesia antigua, y se les entrega un cirio encen-
dido mientras se ora así: "Padre de bondad, haz que estos catecúmenos se vean
libres de la mentira y lleguen a ser hijos de la luz".
   La Palabra de Dios recurre muchas veces al símbolo de la luz para
describir la realidad cristiana: "En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois
luz en el Señor". La 2ª. lectura nos introduce así en el significado profundo
del evangelio de hoy.
   El cap. 9 del evangelio de Juan está ambientado en la ciudad de Jerusalén
durante la fiesta anual de las tiendas, que comprendía como ritos
fundamentales el del agua (procesión desde la piscina de Silo‚ hasta el
templo) y el de la luz (hogueras que recordaban la columna de fuego del
Exodo). En ese contexto el evangelio presenta a Jesús como la verdadera
fuente de agua viva (cap. 7) y como luz del mundo (cap. 8 y 9).
   Para entender el relato de la curación del ciego de nacimiento hay que
tener en cuenta el significado polivalente de la palabra "ver" en el IV
evangelio. Además del sentido material, este verbo va asociado frecuentemente
a "creer". "Porque me has visto, has creído" (Jn 20,28).
   La narración está construida con una arquitectura impecable para poner
bien de relieve el mensaje principal. Tomando como eje central la curación
del ciego de nacimiento, se cruzan dos procesos que van desarrollándose en
sentido opuesto. Veamos cómo.
   En un primer momento el ciego recupera la vista y, más adelante, ante
Jesús que se presenta como el Hijo del Hombre, llega a la fe: "Creo, Señor".
De esta forma el ciego llega a ser plenamente "vidente" y así "se manifiestan
las obras de Dios".
   El proceso inverso tiene dos colectivos como protagonistas: los vecinos
y conocidos del ciego, que constatan la materialidad del milagro, pero sin
encontrar su significado, y los fariseos. Estos, en el interrogatorio al
hombre que ha recuperado la vista, muestran sus conocimientos en materia
religiosa y su cerrazón ante los signos que Jesús ofrece. De esta forma, los
que creían "ver", en realidad permanecen "ciegos".
   Aparece así claramente la doble misión de Jesús: por una parte el enviado
de Dios que ofrece a los hombre la luz de la salvación, la posibilidad de ver
de verdad; por otra, se cumple en él el juicio de Dios revelando la ceguera
que está en el corazón.
   A comprender ese "juicio de Dios", que es distinto del de los hombres,
nos había introducido la 1ª. lectura: "La mirada de Dios no es como la mirada
del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el
corazón".

"Luz de las gentes"

   Desde el comienzo los evangelistas presentan a Jesús como el "sol que
nace de lo alto para iluminar a los que viven en las tinieblas" (Lc 1,79) y
como "luz para alumbrar a las naciones" (Lc 2,32): Nada más alejado, sin
embargo, del modo de proceder de Dios que las demostraciones externas de
grandiosidad. La gloria de Dios se manifiesta en la humildad de la
encarnación; y la luminosidad de su revelación, en la opacidad de la carne
(1Jn 1).

   Es curioso notar cómo los evangelios apócrifos envuelven en una luz tan
misteriosa como brillante la cueva donde nació Jesús, mientras que el
evangelio de Lucas dice explícitamente que fue a los pastores a los que "la
gloria de Señor envolvió con su claridad". Mientras tanto la gruta donde
estaban María y José con el niño permanece en la oscuridad. La encarnación
es el modo supremo y definitivo que Dios ha elegido para manifestarse. En
ella se ve "la obra de Dios".
   El se había manifestado de muchas formas desde la creación del mundo, por
medio de la revelación del Antiguo Testamento, pero en los últimos tiempos
"nos ha hablado por el Hijo, al que nombró heredero de todo, lo mismo que por
él había creado los mundos y las edades" (Heb 1,2). Reconocer al Hijo de Dios
hecho hombre es la piedra de toque, el criterio de discernimiento ante el que
todo hombre se encuentra: "Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios
está con él y él con Dios" (1Jn 4,5). Y Jesús es "el Mesías venido ya en la
carne" (Jn 4,3). De manera que el Dios invisible y su gran amor se ha hecho
visible: "En esto se hizo visible entre nosotros el amor de Dios, en que
envió al mundo a su Hijo único para que nos diera la vida" (1Jn 4,9).
   El hecho de que Dios se haya hecho visible mediante la encarnación, y
esto no sólo en el sentido de poderlo percibir y tocar, sino que de algún
modo se ha hecho más accesible a nosotros, coloca al hombre ante el dilema
de "verlo" o de "no verlo", de aceptarlo o de rechazarlo.
   Antes de que Cristo dijera: "mientras estoy en el mundo, soy la luz del
mundo", con el solo hecho de su encarnación, de haberse presentado como
hombre, era ya la luz del mundo. (Cfr. Prólogo del evangelio de Juan).
   Así lo experimentó Simeón ante el niño que María y José presentaban en el
templo de Jerusalén. Y él mismo percibió también que la presencia del
Salvador revelaría lo que los corazones esconden; así actuaría ese "juicio
de Dios" que sanciona lo que el hombre lleva dentro. En las palabras de
Simeón se percibe el mismo doble proceso al que asistimos en el evangelio de
hoy. Unos caen, otros se levantan; unos recobran la vista, otros permanecen
ciegos. También María en el Magnificat había cantado ya, como manifestación
de la obra de Dios, ese destino paradójico a los ojos humanos, pero muy
coherente ante Dios, de quienes son arrogantes y poderosos, y de los pobres
y humildes.

   Señor Jesús, luz verdadera,
   que iluminas a todo hombre que viene al mundo,
   abre los ojos de nuestro corazón
   rebelde y endurecido por el pecado,
   para que podamos contemplarte
   y ser testigos tuyos.
   Gracias, Señor, porque te has inclinado
   para curar a la humanidad,
   ciega y perdida en las tinieblas,
   y la has enviado a lavarse
   con el agua vivificante del Espíritu Santo;
   así ha podido brillar en ella
   el conocimiento de la gloria
   que se refleja en tu rostro.

"Mientras es de día"

   Siguiendo el camino trazado por el evangelista Juan, la liturgia de hoy
pretende que el milagro de la curación del ciego de nacimiento no quede
encerrado en él mismo: el ciego vio y luego creyó. Se presenta así el hecho
como una parábola de nuestra vida cristiana.
   Lo primero es reconocer nuestra ceguera y las tinieblas que nos rodean.
Ceguera de nuestra limitación y de nuestro pecado, tinieblas de un mundo que
se repliega sobre sí mismo sin dejar espacios a la trascendencia y que
refleja como un espejo la oscuridad que muchas veces anida en el corazón del
hombre. Pascal decía que, sin Jesucristo, no sabemos qué es nuestra muerte
ni nuestra vida, quién es Dios y quiénes somos nosotros mismos.

   Desde esa primera constatación podemos oír el grito que nos rescata y
resucita: "Despierta tú que duermes..." Es el momento de la gracia que
necesitamos acoger siempre con humildad. El peor síntoma es pretender ver,
cuando en realidad se está en la oscuridad: nunca llegará la luz. "En
realidad el misterio del hombre no se aclara de verdad sino en el misterio
del Verbo encarnado... Cristo, el nuevo Adán, en la revelación misma del
misterio del Padre y de su amor, pone de manifiesto plenamente al hombre ante
sí mismo y le descubre la sublimidad de su vocación" (G.S.22).
   Llamado de las tinieblas, iluminado por Cristo, el hombre está  también
destinado a su vez a ser luz. "Ahora sois luz en el Señor" (2ª. lectura).
   La Palabra de Dios que hemos leído hoy nos señala los dos momentos
esenciales de esa misión.
   S. Pablo insiste en la coherencia de la propia vida: las obras que
hacemos deben corresponder a la nueva situación en la que el bautismo nos ha
introducido. La bondad, la justicia, la verdad son frutos de la luz que hemos
recibido.
   El segundo momento es el del testimonio. El ciego curado no teme narrar
lo que le ha sucedido ante sus padres, ante sus vecinos y conocidos, ante los
fariseos... "Me puso barro en los ojos, me lavó y veo". El ciego, desde esa
sencillez y firmeza en la verdad, llega a una sabiduría superior a los que
creen saber: "Vosotros no sabéis de dónde viene... Si ese no viniera de Dios
no tendría ningún poder".
   Así pues, mientras es de día, mientras dura el hoy de nuestra existencia,
debemos, como Jesús, cumplir las obras para las que hemos sido enviados.

TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 18 de marzo de 2017

Ciclo A - Cuaresma - Domingo III

19 de marzo de 2017 - III DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo A

                              "El agua viva"

Exodo 17,3-7

   En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:
   -¿Nos ha hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a
nuestros hijos y a nuestros ganados?
   Clamó Moisés al Señor y dijo:
   -¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.
   Respondió el Señor a Moisés:
   -Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel;
lleva también en tu mano el cayado con que golpease el río y vete, que allí
estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña y saldrá de
ella agua para que beba el pueblo.
   Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel.
   Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los
hijos de Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿Está o no está 
el Señor en medio de nosotros?

Romanos 5,1-2.5-8

   Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en
paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por Él hemos obtenido
con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos apoyados
en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. La esperanza no defrauda,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espí-
ritu Santo que se nos ha dado.
   En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado,
Cristo murió por los impíos; -en verdad, apenas habrá quien muera por un
justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir-; mas la prueba
de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió
por nosotros.

Juan 4,5-42

   Llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio
Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del
camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
   Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:
   -Dame de beber.
   (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida).
   La Samaritana le dice:
   -¿Cómo tú siendo judío, me pides de beber a mí que soy samaritana?
(Porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
   Jesús le contestó:
   -Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le
pedirías tú, y él te daría agua viva.
   La mujer le dice:
   -Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de donde sacas el agua
viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él
bebieron él, sus hijos y sus ganados?
   Jesús le contestó:
   -El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua
que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá
dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
   La mujer le dice:
   -Señor, dame de esa agua: así no tendré‚ más sed, ni tendré que venir aquí
a sacarla.
El le dice:
   Anda, llama tu marido y vuelve.
   La mujer le contesta:
   -No tengo marido.
   Jesús le dice:
   -Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no
es tu marido. En eso has dicho la verdad.
   La mujer le dice:
   -Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este
monte, y vosotros decís que el lugar donde se debe dar culto está en
Jerusalén.
   Jesús le dice:
   -Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén
daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros
adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero
se acerca la hora, ya está  aquí, en que los que quieran dar culto verdadero
adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den
culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu
y verdad.
   La mujer le dice:
   -Sé que va a venir el Mesías, el Cristo: cuando venga, Él nos lo dirá
todo.
   Jesús le dice:
   -Soy yo: el que habla contigo.
   En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviese hablando
con una mujer, aunque ninguno le dijo: "¿Qué le preguntas o de qué le
hablas?"
   La mujer, entonces, dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
   Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será  éste el
Mesías?
   Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba Él.
   Mientras tanto sus discípulos le insistían:
   Maestro, come.
   El les dijo:
   -Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
   Los discípulos comentaban entre ellos:
   -¿Le habrá  traído alguien de comer?
   Jesús les dijo:
   -Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su
obra.
   ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os
digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados
para la siega; el segador ya está recibiendo el salario y almacenando fruto
para la vida eterna; y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo,
tiene razón el proverbio: "Uno siembra y otro siega". Yo os envío a segar lo
que no habéis sudado. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus
sudores.
   En aquel pueblo, muchos samaritanos creyeron en Él por el testimonio que
había dado la mujer: "Me ha dicho todo lo que he hecho".
   Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara
con ellos. Y se quedó dos días. Todavía creyeron muchos más por su
predicación, y decían a la mujer:
   -Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos hemos oído y sabemos
que Él es de verdad el Salvador del mundo.
                      
Comentario

   Las lecturas de este domingo están elegidas con vista a la celebración de
la Pascua. En su vigilia, en el rito del agua, se celebra o se renueva ese
baño regenerador del Espíritu Santo derramado en nuestro corazones (2ª.
lectura).
   Se abre la liturgia de la Palabra con el grito de protesta de los
israelitas en el desierto: "¿Está  o no está  el Señor en medio de nosotros?"
El agua que brota milagrosamente de la roca es la respuesta que sacia la sed
material del pueblo, pero sobre todo, es la revelación de que Dios es "la
fuente de agua viva" (Jer 2,13) que sacia su otra sed.
   El contenido del evangelio es tan amplio y rico de significados que
resulta imposible abarcarlo todo, por eso nos centraremos en el diálogo entre
Jesús y la samaritana.
   Como trasfondo del diálogo hay tres símbolos (el agua, la montaña y el
templo) cuya interpretación permite penetrar en la identidad de la persona
de Jesús y de su misión. Siguiendo las diversas fases del diálogo entre Él
y la mujer de Samaría, el lector del evangelio es invitado a dar el mismo
paso que ella dio: reconocer a Jesús como Mesías.
   La primera parte del diálogo gira entorno al símbolo del agua, cuyo
significado ambivalente provoca un primer paso hacia la verdad que Jesús
quiere transmitir. Es Él quien inicia la conversación pidiendo de beber, pero
en realidad espera mucho más de la mujer: quiere que brote en ella la fe. La
mujer trata de eludir la cuestión oponiendo dos dificultades: es una mujer
y forma parte de un pueblo hostil al de Jesús. Este vuelve a tomar la
iniciativa en el diálogo y pica la curiosidad de la mujer hablando de otro
tipo de agua. La samaritana opone una nueva dificultad: no entiende de qué
se trata pero intuye que algo misterioso se esconde en aquel hombre y lo
compara nada menos que con Jacob. Es el momento en que Jesús aprovecha para
desvelar su significado del agua: la revelación que él trae es superior a la
del Antiguo Testamento. Al concluir esta primera parte del diálogo, se
invierten los papeles. Ahora que ha empezado a entender de qué se trata, es
la mujer la que pide: "Dame de esa agua".
   La segunda parte del diálogo se abre también con una petición de Jesús y
se centra en la verdadera adoración de Dios. Diciendo a la mujer la verdad
sobre la falsedad de su vida, Jesús se revela como el profeta esperado. No
cae en la trampa de reducir la conversación a una cuestión de ritos o de
legitimidad de los lugares de culto y va directamente al corazón del
problema. Ha llegado la hora en que Dios establece en Cristo una nueva
alianza con todos los hombres. En ella se cumplen las promesas hechas a los
hebreos, pero todos están invitados a dar el paso de la fe que les permite
entrar en esa nueva alianza. La samaritana lo da. Ahora sólo queda saber
quién es el Mesías. Y el diálogo culmina con esa maravillosa revelación por
parte de Jesús: "Soy yo, el que habla contigo".

"Hablando con una mujer"

   La página evangélica que leemos hoy es un ejemplo particularmente feliz
del arte narrativo propio de S. Juan. En ella afloran la ironía, el juego con
el doble sentido de algunas palabras, la fuerza expresiva de los símbolos,
la viveza de un diálogo que capta enseguida la atención del lector o del
oyente.
   Esa maestría en el uso de los recursos literarios es un arma de doble
filo, porque si de una parte es un medio eficaz para transmitir la buena
nueva, por otra es quizá como un velo que nos impide ver al Jesús histórico
en su plena realidad. Aún así, a través de esa página, como de muchas otras
del evangelio, podemos descubrir un Jesús que sabía dialogar, maestro en el
uso de la palabra no sólo para exhortar a la multitud, sino también para
conducir una conversación personal que llega hasta las mayores profundidades.
   Ese dominio del lenguaje es una de las manifestaciones más maravillosas
de la encarnación. El hombre se califica primeramente por el uso de la
palabra. Pero cuando ésta se sabe emplear con todos esos matices que revelan
el conocimiento de la psicología de las personas, de las reacciones que
pueden suscitar ciertos términos, etc, estamos ante alguien que ha aprendido
largamente el arte de hablar.
   Esto nos lleva necesariamente al tiempo de Nazaret, porque es allí donde
Jesús se formó también en este aspecto. "Toda la vida de Jesús es revelación
del Padre; sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su
manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a mí ve al Padre
(Jn 14,9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escuchadle" (Lc 9,35). Nuestro
Señor, al haberse hecho hombre para cumplir la voluntad del Padre (cfr Heb
10,5-7), nos "manifestó el amor que nos tiene" (1Jn 4,9) con los menores
rasgos de sus misterios". (Catecismo de la Iglesia Católica, 516).
   S. Lucas en el episodio del hallazgo de Jesús en el templo nos presenta
ya a un Jesús adolescente en diálogo con los doctores, escuchando e
interrogando. En el diálogo con aquella mujer junto al pozo de Jacob hay tres
aspectos que podemos subrayar.
   Jesús parte de lo concreto y lo sencillo (el agua, la sed) para hablar de
los misterios de Dios. Es una pedagogía eficaz y adaptada a todos.
   Jesús es paciente con su interlocutora. El sabe adonde quiere llegar,
pero procede gradualmente. Escucha con calma las digresiones e intentos de
banalizar el diálogo, pero no permite que éste se desvíe de su objetivo
principal.
   Jesús habla con franqueza. En el momento oportuno, no teme decirlo todo:
identificarse con el Mesías.
   Detrás de aquella conversación de Jesús con la samaritana estaba todo su
aprendizaje de Nazaret en el arte de hablar. Podemos ver también el reflejo
de ese otro diálogo, más dilatado aún que Dios ha mantenido siempre con el
hombre y que culmina en la encarnación del Verbo.

   Señor Jesús, sediento de nuestra sed,
   te bendecimos porque has sabido sentarte junto al pozo
   y hablar con nosotros
   para revelarnos en qué consiste el don de Dios.
   Danos t£ esa agua viva
   para que brote desde nosotros el don que viene de ti
   y pueda saciar nuestra sed y la de los demás.
   Te bendecimos por tu paciencia en el diálogo,
   reveladora de tu amor al hombre
   y de tu deseo de comunicarte totalmente
   al hombre, para que,
   acogiéndote mediante la fe,
   pueda él a su vez entregarse totalmente a ti.

Sed

   Sed de los israelitas en el desierto, sed y cansancio de Jesús en aquella
hora del mediodía, sed de la samaritana que va a buscar agua al pozo de
Jacob... Todo nos habla de esa condición del hombre, de esa situación de cada
uno de nosotros que evoca el salmo 62 con estas palabras: "Oh Dios, tú eres
mi Dios, por ti madrugo; mi alma tiene sed de ti, mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agotada sin agua".
   En realidad son muchos los deseos y aspiraciones que el hombre guarda en
su corazón. Habría que hablar de "sed" en plural, pero ninguna más honda y
duradera que esa aspiración al infinito, al encuentro con Alguien que lo
transciende en su pequeñez y limitación. La condición del hombre es la de un
ser finito portador de un vacío infinito.
   Una de las dos tentaciones a las que estamos siempre expuestos consiste
en pretender eliminar la sed en nosotros y en los demás. Se pretende eliminar
la sed del hombre reduciéndola a una serie de necesidades que periódicamente
o en el arco de la vida de una persona se pueden colmar. Fácilmente se deja
arrastrar uno por la tendencia del mundo actual que pretende tener un remedio
para cada una de las necesidades, una satisfacción a medida de cada deseo,
una solución a cada problema. Pero el requerimiento del hombre va más allá:
"Dame agua de ésa; así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla".
   Pero hay otra tentación aún m s sutil y peligrosa: consiste sencillamente
en negar que exista la sed, en reducir al hombre a las solas coordenadas que
nosotros podemos entender. "Y dicen que los vasos sirven para beber, lo malo
es que no sabemos para qué sirve la sed" (A. Machado). Nuestra manera de
hablar de Dios, del don de Dios, puede suscitar, como hizo Jesús con la
Samaritana, el deseo de buscarlo. Pero podemos también hablar de Él como algo
que no interesa ni responde a las grandes aspiraciones del corazón humano o
del mundo de hoy...
   Ciertamente no es fácil mantener unidos los dos extremos: de hablar de un
Dios que no puede ser reducido a nuestra palabras y hablar a un hombre al que
se deja siempre insatisfecha su ansia de verdad. Pero es esa senda difícil
la única que ayuda verdaderamente a las personas a entrar en su interior y
descubrir al Dios vivo, el don que se hace manantial dentro de nosotros
mismos.

TEDORO BERZAL.hsf