sábado, 30 de mayo de 2020

Ciclo A - Pentecostés


31 de mayo de 2020 - DOMINGO DE PENTECOSTES – Ciclo A

                   "Se llenaron todos de Espíritu Santo"

   Hechos 2,1-11

   Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un
ruido del cielo, como un viento recio, resonó en toda la casa donde ese
encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamarada, que se repartían,
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el
Espíritu le sugería.
   Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones
de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados,
porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos
preguntaban:
   -¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que
cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
   Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopo-
tamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en
Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros
de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada
uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

   I Corintios 12,3b-7. 12-13

   Hermanos: Nadie puede decir "Jesús es Señor", si no es bajo la acción del
Espíritu Santo.
   Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo
Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el
bien común.
   Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos
los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es
también Cristo.
   Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bauti-
zados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido
de un sólo Espíritu.

   Juan 20,19-23

   Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. En
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
   -Paz a vosotros.
   Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
   -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
   Y dicho esto exhaló el aliento sobre ellos y les dijo:
   -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Comentario

   En la solemnidad de Pentecostés las lecturas de la misa están orientadas
a presentarnos la persona y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en
el mundo.
   Para el evangelista Juan hay un primer Pentecostés el día mismo de la
resurrección de Jesús. Según S. Lucas, Jesús promete el Espíritu Santo la
tarde de la Pascua (24,40), pero sólo cuarenta días más tarde se cumple la
promesa.
   Como en el II domingo de Pascua hemos leído el mismo evangelio que hoy,
centraremos más nuestra atención en el relato del acontecimiento de
Pentecostés que nos ofrece la 1ª. lectura.
   Para los israelitas Pentecostés fue al principio una fiesta agrícola
unida a la recogida de las primeras mieses. Luego se le añadió el significado
de conmemorar la donación de la ley en el Sinaí y recibió el nombre de fiesta
de las semanas después del año 70 de la era cristiana. La coincidencia de la
efusión del Espíritu Santo con esa fiesta subraya la dimensión histórica del
acontecimiento, su inserción en la historia de los hombres.
   La parte de la narración que leemos en la liturgia tiene dos núcleos
fundamentales. Ambos subrayan la acción del Espíritu Santo como en dos
círculos concéntricos. En el primero podemos considerar lo que hace el
Espíritu Santo en el cenáculo, donde están reunidos los discípulos de Jesús;
en el segundo lo que hace fuera, donde está la multitud, representante de
todos los pueblos de la tierra.
   El narrador subraya que en el cenáculo estaban todos los discípulos de
Jesús. Esa unidad material de la presencia parece ya sugerir la otra unidad
más profunda creada por el Espíritu. Este irrumpe de forma incontrolable,
fuerte, improvisa, para significar que se trata de un don que viene de lo
alto y que mantiene su total libertad. Su acción transformadora en el
interior de las personas se manifiesta exteriormente con el signo del fuego
y con la capacidad de comunicar y de alabar a Dios ("empezaron a hablar
lenguas extranjeras").
   Pero también fuera del cenáculo hay una acción del Espíritu Santo. En
contraste con la confusión, fruto del pecado, que se produce en Babel (Gen
11,1-9), el Espíritu Santo escribe ese nuevo código de comunicación que
permite a los hombres entenderse y reconstruir su unidad perdida.
   La explosión del Espíritu, que inaugura la misión de la Iglesia, se
produce cuando ambos círculos se encuentran, cuando los apóstoles abandonan
el cenáculo y hablan de las maravillas de Dios a la multitud. En contraste
con los habitantes de Babel, que pretendían no separarse nunca ("para
hacernos famosos y no tener que dispersarnos por la superficie de la tierra",
Gen 9,4), los apóstoles son enviados a "todas las naciones de la tierra", La
acción del Espíritu consiste en que cada uno los entiende en su propia
lengua. Se construye así la comunidad basada en la comunión, que cuenta con
la diversidad de cada persona y de cada pueblo.

                                Una familia

   Proyectada desde siempre por el amor infinito del Padre, realizada por el
Hijo con su venida entre los hombres, la Sagrada Familia es también desde el
principio la obra del Espíritu Santo.
   El Espíritu Santo es el gran protagonista de los primeros momentos de la
vida de Jesús, tal y como nos los narra sobre todo el evangelista Lucas.
   En el relato de la infancia de Cristo se dice de tres personajes que
estaban llenos del Espíritu Santo: Juan Bautista (Lc 1,15), Isabel, su madre,
(Lc 1,41) y Zacarías, su padre, (Lc 1,67). Otros, como Simeón y Ana son
movidos interiormente por ese mismo Espíritu (Lc 2,26-27). A José se le
anuncia que "la criatura que María lleva en el seno es obra del Espíritu
Santo" (Mt 1,21). Y la acción del Espíritu Santo llega a su ápice en el
momento de la encarnación del Verbo: "El Espíritu Santo bajará sobre ti y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35)
   Como en Pentecostés, la acción divina se manifiesta con poder, eliminando
los obstáculos y barreras que se oponían a la fecundidad de Isabel (Lc 1,25)
o que causaban el mutismo de Zacarías, pero, sobre todo, haciendo las
"grandes cosas" de que habla María en el Magnificat. Aparece así evidente que
finalmente Dios, en la plenitud de los tiempos, "ha desplegado el gran poder
de su derecha" (Lc 1,51) y que nada es imposible para Él (Lc 1,37). El
Espíritu Santo, tanto como poder que viene de lo alto, como moviendo a las
personas desde su interior, a veces con evidentes manifestaciones carismá-
ticas, es el sujeto principal de todo lo que se realiza en los albores de la
era mesiánica.
   El misterio de Nazaret nos habla de esa acción profunda y duradera del
Espíritu Santo en María y José para construir en la fe y en el amor una
familia entorno a Jesús. Y de Jesús mismo se dice que "fue ungido con la
fuerza del Espíritu Santo" (Hech 10,38).
   Fue el Espíritu Santo quien creo la célula germinal que llamamos Sagrada
Familia en su unidad primordial. Si más tarde ese mismo Espíritu reuniría en
unidad con su poder a la gran dispersión de los hombres para formar la
familia de los hijos de Dios, es porque ya en los comienzos (misterio de la
encarnación) había reunido de una dispersión aún mayor a Dios y al hombre en
la persona de Jesús. En torno a esa unidad primera, para prepararla, para
llevarla a cumplimiento, quiso unir también en familia a María y a José. Como
más tarde sucedería con el grupo de los apóstoles, también de su desinte-
gración, de su envío a los demás, nacería una familia más grande, la de los
creyentes en Jesús.

Te bendecimos, Espíritu Santo,
que el Hijo nos ha mandado desde el seno del Padre.
Tú haces de la Iglesia el cuerpo de Cristo
y el sacramento de salvación para los hombres;
Tú que con tus dones y carismas la haces variada y múltiple,
articulada y compacta,
para que pueda ejercer su misión;
Tú, que trabajas también constantemente fuera de la Iglesia
haciendo madurar los tiempos
y conduciéndolo todo hacia el Reino,
por caminos que nosotros ignoramos.
Te pedimos hoy una nueva efusión de tus dones
y un conocimiento cada vez más claro de quién eres tú
y de tu acción
para poder colaborar mejor contigo.

                                 La unidad

   El Espíritu Santo se nos presenta hoy como el gran artífice y constructor
de la unidad en la Iglesia y fuera de ella.
   El está en todos los comienzos como fuerza que da vida (comienzo de la
creación del mundo y del hombre, comienzo de la Iglesia), asegurando esa
unidad radical sobre la que se asientan todos los valores y desde la que
parte todo crecimiento. Por eso hemos de ver la unidad en nuestra familia,
en nuestra comunidad, en la Iglesia en primer lugar como un don precioso que
nos viene de Dios. Es un don gratuito que compromete nuestra responsabilidad.
La oración de Jesús era: "Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste,
la de ser uno, como lo somos nosotros, yo unido a ellos y tú conmigo para que
queden realizados en la unidad (Jn 17,22-23).
   Hemos de aprender a vivir este don precioso de la unidad en la variedad
de los dones naturales y de la gracia, en la diversidad de los carismas en
la multiplicidad de las situaciones culturales y de los tiempos que nos toca
vivir, si de verdad queremos construir la comunión. Hay una dialéctica
unidad-pluralidad en la que ambos términos se reclaman mutuamente. Tenemos
que aprender no sólo a vivirla con serenidad y equilibrio para pasar del uno
al otro extremo, sino también a buscar apasionadamente la unidad en la
variedad de las manifestaciones del Espíritu. Como cristianos hemos de promo-
ver sinceramente la libertad y belleza de esas formas diversas de encarnar,
de vivir, de servir el evangelio.
   Por eso la unidad está también delante de nosotros como una esperanza y
como una tarea siempre inacabada. Sólo cuando "Dios lo será todo en todos"
tendremos la unidad perfecta. Mientras tanto nuestro esfuerzo por construir
la unidad en todos los ámbitos debe dirigirse en un doble sentido:
reconciliación para reconstruir nuestras fracturas internas (personales y
comunitarias) y, llenos del Espíritu Santo, encuentro con todos en la
pluralidad de sus lenguajes y situaciones para reconstruir el tejido de las
relaciones humanas e iluminar el mundo con la luz del evangelio.

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

sábado, 23 de mayo de 2020

Ciclo A - Ascensión


24 de mayo de 2020 - SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR - Ciclo A
                  
                                          "Id y haced discípulos"

   Hechos 1,1-11

   En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue
haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles,
que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les
presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo
y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
   Una vez que comían juntos les recomendó:
   -No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi
Padre, de la que os he hablado, Juan bautizó con agua; dentro de pocos
días, vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
   Ellos lo rodearon preguntándole:
   -Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
   Jesús contestó:
   -No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha
establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre
vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea,
en Samaría y hasta los confines del mundo.
   Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la
vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
   -Galileos, ¿que hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que
os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.

   Efesios 1,17-23

   Hermanos: Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la
gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los
ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que
os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál
la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según
la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de
entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo
principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre
conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
   Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre
todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

   Mateo 28,16-20

   Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había
indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose
a ellos, Jesús les dijo:
   -Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo.
                        
Comentario
  
   La solemnidad de la Ascensión que celebra el último momento de la vida
terrena de Cristo, es también el acto último de su resurrección. El misterio
de Cristo, como es celebrado en el año litúrgico, tiene su primera
manifestación en la Navidad y Epifanía, su momento central en la Pascua con
el complemento natural de la Ascensión y Pentecostés. La Ascensión marca el
comienzo del camino de la Iglesia en la historia y su llamada a dar
testimonio de Cristo hasta los confines del tiempo y del espacio.

   Los versículos conclusivos del evangelio de Mateo, además de su
significado propio ya denso, se cargan, leídos en la liturgia de esta fiesta,
de un contenido nuevo. En realidad, son la mejor respuesta a la pregunta "¿Qué
hacéis mirando al cielo?" formulada en la 1ª. lectura de la misa.
   La última aparición del resucitado encuentra varias versiones según los
evangelistas. El texto de Mateo presenta dos partes bien diferenciadas: una
narración de los hechos y las palabras de Jesús.
   En la sobria narración cabe destacar el significado del lugar elegido por
Jesús para manifestarse por última vez: un monte de Galilea. En otras partes
de este mismo evangelio hemos visto ya el significado simbólico de la montaña
como lugar de revelación. También la región de Galilea tiene su importancia
en el evangelio de Mateo: es allí donde Jesús empezó su ministerio y es
también el punto de partida de la misión universal de la Iglesia.
   Pero además el Jesús que se presenta a los apóstoles empieza a hablar
recordando la figura docente del sermón de la montaña, tan familiar en el
evangelio de Mateo. Las primeras palabras que Jesús pronuncia, por una parte
hacen eco a un pasaje del libro de Daniel ("Le dieron poder y dominio" 7,14),
referidas al "hijo del hombre", y por otra parecen aludir a las falsas
propuestas del tentador en el desierto (Mt 3,13). Tienen, sin embargo, un
alcance más amplio y universal. La expresión "cielo y tierra" tiene un valor
absoluto que manifiesta a su manera la divinidad de Cristo.
   En el mandato misionero ("Id y haced discípulos... ") cabe destacar la
fórmula trinitaria que pone de relieve el don de la vida nueva recibida por
quien se bautiza y el contenido de la fe de quien se hace discípulo de Jesús.
En esa misma línea cabe señalar la importancia que aquí, como en todo el
evangelio de Mateo, tiene la enseñanza, es decir la transmisión del
contenido de la fe. (El evangelio de Lucas acentúa más bien el valor del
testimonio). Lo que Jesús ha enseñado ha sido fundamentalmente el misterio
de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo y su llamada a entrar en el Reino. Eso
es lo que tendrán que hacer también los apóstoles. El punto de referencia
sigue siendo Él: se trata de hacer discípulos suyos y su presencia misteriosa
acompañará siempre a los enviados.
   Hay, pues, una continuidad real entre la misión de Jesús y la de su
Iglesia.

                          "Yo estoy con vosotros"

   Un comentario al evangelio de Mateo concluye con estas palabras: "En el
conjunto del relato pascual hemos notado muchas correspondencias con el
relato de la infancia de Jesús: los nombres de "José" y de "María", la misión
de un José que por una parte introduce a Jesús en la descendencia de David
y de otro José que lo introduce en el reino de los muertos; la misión del
Ángel del Señor; la importancia de Galilea en detrimento de Jerusalén; la
apertura del evangelio a los paganos (los Magos y todas las naciones); las
reticencias y el rechazo de los jefes de los judíos. Y para ilustrar estos
dos paneles el del comienzo y el del final, el nombre prestigioso de Jesús,
el Emmanuel, Dios con nosotros. Esta sorprendente perspectiva confirma la
unidad de la obra de Mateo e ilumina el contenido de su evangelio".
   Dentro de ese panorama fijémonos con un poco más de atención en la última
frase del evangelio de Mateo: "Yo estoy con vosotros... " Su resonancia
nazarena es evidente Si el mandato misionero de Jesús, nos ha llevado a
pensar en los días de su vida pública, estas últimas palabras nos llevan a
pensar en su vida en Nazaret.
   Los tiempos mesiánicos comienzan cuando las profecías que anuncian la
presencia de Dios mismo en medio de su pueblo, se hacen realidad en Jesús.
"Yo estoy con vosotros, oráculo del Señor" (Ag. 1,13). Mateo al comienzo de
su evangelio ve cumplidas esas profecías con la encarnación de Cristo: "Esto
sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del
profeta: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Em-
manuel, que significa Dios con nosotros" (Mt 1,23).
   En la encarnación, lo mismo que en el momento de la ascensión, se agudiza
la tensión presencia-ausencia, inmanencia-trascendencia, misterio-historia.
En ambos momentos el paso de una fase de la historia de la salvación a otro
está definido por el modo de presencia de Dios en medio a su pueblo. El
tiempo de la Iglesia se caracteriza por esa presencia escondida de Cristo en
medio de sus discípulos para desarrollar mediante la acción del Espíritu
Santo, toda la virtualidad contenida en el misterio pascual. Si el camino de
la encarnación llevó a Jesús a hacerse compañero de todo hombre compartiendo
con Él su condición humana, comienza ahora un segundo camino de encarnación
en compañía de sus discípulos para acercarse a los hombres de todas las
naciones y hacer que con el bautismo compartan su vida divina.
   El "estar con", que María y José‚ vivieron en primera persona durante los
largos años de Nazaret, es imagen de la respuesta de reciprocidad de todo
apóstol que quiera colaborar en la obra de la evangelización. Esa
reciprocidad fue pedida por el mismo Jesús: "Seguid conmigo, que yo seguiré
con vosotros. Si un sarmiento no sigue en la vid, no puede dar fruto" (Jn
15,4).

Te pedimos, Padre, en nombre de Jesús,
el Espíritu Santo para que ilumine nuestros ojos
y podamos comprender la grandeza de tu poder
manifestado en la resurrección y ascensión de Jesús
y para que podamos llevar la verdad del evangelio
a nuestro ambiente y hasta los confines de la tierra.
Que tu Espíritu guíe siempre a la Iglesia
en el camino de penetración del evangelio
en las diversas culturas,
y en la espera paciente de que el mensaje cristiano
vaya siendo asimilado, madure
y dé frutos de santidad y de justicia

                                  Misión

   La ausencia física del resucitado coloca a los apóstoles ante el vasto
mundo al que llevar el evangelio para hacer discípulos de Jesús. Después de
dos mil años, la Iglesia, echando una mirada sobre la situación actual, está
cobrando una nueva conciencia de su responsabilidad misionera. "Nuestro
tiempo, testigo de una humanidad en movimiento y en búsqueda, exige un
renovado impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y
las posibilidades de la misión se están ensanchando y nosotros los cristianos
estamos llamados a desplegar un valor verdaderamente apostólico que tiene
como fundamento la confianza en el Espíritu Santo. Es Él, en efecto, el
protagonista de la misión" (R. M. 30).

   En cualquier situación en que nuestra comunidad cristiana se encuentre
inserta, está llamada a un nuevo impulso evangelizador. Hay situaciones
misioneras de primera línea donde grupos enteros nunca han oído hablar de
Cristo y el evangelio es totalmente desconocido. Hay situaciones en las que
la comunidad cristiana está sólidamente arraigada y produce excelentes frutos
de santidad. Hoy no se puede vivir ninguna situación de forma cerrada. Otros
países, otras culturas, llaman constantemente a una responsabilidad comparti-
da.
   El caso más frecuente es, sin embargo, el de una situación intermedia en
la que los bautizados abandonan el camino de la fe, no se sienten miembros
integrantes de la comunidad cristiana, han oído hablar del evangelio pero lo
han olvidado o no hacen nada para llevarlo a la vida. Los "confines de la
tierra", de los que habla el evangelio de hoy, se encuentran muchas veces en
la puerta de nuestra casa y dentro de ella.
   Debemos tomar conciencia de que la misión a la que somos llamados
comporta en todos los casos una nueva evangelización. Sólo un nuevo anuncio
del evangelio puede despertar una nueva respuesta en el hombre para comenzar,
o cobrar nuevos ánimos en el camino del discipulado que lleva a la plenitud
de vida trinitaria a la que somos llamados.

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sábado, 16 de mayo de 2020

Ciclo A - Pascua - Domingo VI


17 de mayo de 2020 - VI DOMINGO DE PASCUA - Ciclo A                          

              "Yo le pediré al Padre que os dé otro abogado"

   Hechos 8,5-8. 14-17

   En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaría y predicaba allí a
Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían
oído hablar de los signos que hacía y los estaban viendo: de muchos poseídos
salían lo espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados
se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
   Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que
Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos
bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu
Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el
nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el
Espíritu Santo.

   I Pedro 3,15-18

   Hermanos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre
prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero
con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo
en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestras buenas
conductas en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la
voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal.
   Porque también Cristo murió una vez por los pecados, el justo por los
injustos, para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por
el Espíritu.

   Juan 14,15-21

   Jesús dijo a sus discípulos:
   -Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os
dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El
mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio,
lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.
   No os dejará desamparados, volverá. Dentro de poco el mundo no me verá
pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces
sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que
acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi
Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.                         

Comentario

   El evangelio de este domingo es continuación casi inmediata del pre-
cedente. Por tanto habrá que tener presente lo ya dicho para situarlo en su
contexto.
   El breve pasaje que leemos hoy se articula en dos partes, las cuales
ponen de manifiesto los dos motivos de consuelo que Jesús ofrece a sus
discípulos ante su próxima desaparición: la promesa del Espíritu Santo y su
propio retorno.
   La Iglesia, en la proximidad de la fiesta de Pentecostés, nos lleva en la
liturgia a desplazar nuestra atención hacia la persona del Espíritu Santo.
En varios pasajes de los discursos de la última cena Jesús habla del Espíritu
Santo y en los versículos que hoy leemos encontramos la expresión más clara
de su relación con el mismo Jesús y con el Padre.
   El Espíritu Santo es presentado como "otro" abogado (defensor) ya que el
mismo Jesús intercede por nosotros ante el Padre (1Jn 2,1). En los mismos
discursos de la última cena se dice que el Espíritu Santo "procede del Padre"
(Jn 15,26) y que Éste lo enviará en nombre de Jesús (Jn 14,26). El Espíritu
Santo es llamado "Espíritu de verdad" (15,26) y se dice que comunicará a los
discípulos lo que pertenece a Jesús, quien a su vez afirma: "Todo lo que
tiene el Padre es mío" (Jn 16,14).
   Todo lo precedente se refiere a las relaciones intratrinitarias. Pero
Además, el Espíritu Santo cumple respecto a los discípulos de Jesús
importantes funciones: está con ellos y en ellos, es maestro y guía, lleva
a la comprensión del mensaje de Jesús y da la fuerza para ser testigos suyos.
Todo ello puede efectuarse únicamente en quien acoge la palabra de Cristo.
El mundo en cuanto conjunto de situaciones y actitudes contrarias al Reino
de Dios, es incapaz de abrirse a la acción del Espíritu Santo.
   Hay una progresión en la presencia y acción del Espíritu Santo en los
creyentes, tal y como nos la presenta el evangelio de hoy, que merece ser
destacada. En el texto original la progresión está señalada por el uso de
tres preposiciones distintas. En el v. 16 Jesús dice que el Espíritu Santo
estará siempre con (=metà) vosotros y en el versículo siguiente que vive ya
con (=parà) vosotros y en (=en) vosotros. Algunos prefieren ver una
progresión temporal atendiendo a las diversas fases del misterio de Cristo:
vida terrena, presencia postpascual y el siempre del tiempo de la Iglesia.
Pero no cabe duda que puede verse también un camino hacia la intimidad de las
personas y de la Iglesia entera.
   Esto nos introduce en la segunda parte del texto evangélico que habla del
retorno de Jesús a sus discípulos después de haber muerto. Su presencia
conlleva también la del Padre: "Yo estoy con el Padre, vosotros conmigo y yo
con vosotros". Es la realidad estupenda en la que nos introduce el bautismo
recibido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La única
condición es el amor: "Si me amáis... "

                                "Con ellos"

   Nazaret inspira siempre nuestra lectura del Evangelio. La promesa de
Jesús de no dejar desamparados a los discípulos sino de volver con ellos, nos
hace pensar en ese momento clave de su llegada a la mayoría de edad, según
la ley, en el que después de haber proclamado que tiene que estar "en la casa
de su Padre", vuelve con María y José a Nazaret.
   Más allá de las coincidencias formales de los textos, está el hecho de la
permanencia de Jesús en Nazaret. Podemos ver en ello un signo claro de la
voluntad de acercamiento de Dios al hombre para salvarlo. El "habitar con"
es una de las experiencias humanas que mejor traducen la comunidad de vida,
el deseo y la posibilidad de llegar a relaciones personales íntimas y
profundas.
   Podemos pensar que para Jesús las posibilidades de orientarse por otros
caminos en esos momentos no eran muchas. Más tarde sí lo serían. Cabía la
posibilidad de romper el círculo familiar y emprender un nuevo oficio en vez
de continuar haciendo lo mismo que veía hacer a su padre. Cabía la
posibilidad de comenzar una ocupación más libre, quizá de estudiar (Jn 7,15).
Jesús prefirió seguir la tradición y fue primero aprendiz, luego compañero
y finalmente sucesor de José‚ en el oficio de carpintero. Nunca terminaremos
de comprender el porqué de ese quedarse en Nazaret, de ese volver "con
ellos... "
   Leemos también en el evangelio: "Entonces sabréis que yo estoy con mi
Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros" (Jn 14,21). María y José tampoco
entendieron en aquel momento qué significaba "estar en la casa del Padre" y
al mismo tiempo vivir con ellos en Nazaret de forma permanente. A la luz de
la resurrección, podemos decir que Jesús vive con el creyente y vive en el
creyente. De manera que es Él mismo, y no sólo su casa, quien es habitado por
Jesús. La reciprocidad de que Él habla ("vosotros conmigo y yo en vosotros"),
nos invita a dar un paso más. Sabemos, en efecto, que si Él viene con
nosotros es para que nosotros vayamos con Él. Y Él es la puerta para entrar
en la casa de la Trinidad. Somos así invitados a una recíproca inhabitación:
la Trinidad en nosotros y nosotros en la Trinidad, habitar y ser habitados...
   Todo esto sólo puede efectuarse cuando Jesús está con el Padre, está en
la casa de su Padre y desde allí envía el Espíritu Santo, es decir, en el
tiempo de la Iglesia (En el tiempo de Nazaret). Entonces puede el bajar con
nosotros, como con María y José, a las ocupaciones de la vida ordinaria
mientras dure la condición presente de nuestra historia humana, pero ya
transfigurada por la fe.

Señor Jesús, que estás con el Padre
y al mismo tiempo estás con nosotros,
te bendecimos por el Espíritu Santo
consolador, defensor, abogado,
que tú por la efusión de tu sangre
nos has conseguido y nos has dado con abundancia.
Te pedimos la gracia
de dejarnos guiar por Él en todas nuestras acciones
y de estar atentos a su presencia
que actualiza también la tuya y la del Padre
en nosotros y entre nosotros.
  
                             "Si me amáis... "

   El proceso maravilloso descrito en el evangelio de hoy que resume el arco
entero de la vida cristiana hasta en sus mayores profundidades, se
desencadena a partir del amor a Jesús. Ese amor lleva al cumplimiento de sus
mandatos y a acogerlo en nosotros.
   Se puede así romper un esquema demasiado intelectualista de la vida del
cristiano que lleva a poner el acento en el conocimiento de las verdades de
la fe. Lo primero es el amor. Es ese el verdadero punto de partida que pone
en movimiento todo lo demás. Hay que recordar, sin embargo, que ese
movimiento primero es fruto de la gracia. Y lo que admitimos fácilmente en
abstracto o cuando se trata de la vida entera de una persona, hemos de
vivirlo también en lo concreto de cada una de nuestras jornadas en la vida
diaria.
   Otro prejuicio que este evangelio debería llevarnos a superar es el de la oposición entre amor y cumplimiento de los mandamientos. Una concepción de
la vida cristiana que ve en los mandamientos puras imposiciones que hieren
la libertad de la persona y, en último término, su dignidad, no ayuda a
llegar a la unidad de vida. El evangelio de hoy señala el camino exacto: el
cumplimiento de los mandamientos es expresión del amor. Con esa motivación
de fondo, ninguna obediencia, incluso minuciosa, coarta el desarrollo de la
persona.
   Pero sobre todo el evangelio de hoy nos lleva a interpretar nuestra vida
cristiana como comunión y convivencia. Comunión de vida en primer lugar con
y en la Trinidad, que es el fundamento de todo lo demás. Comunión de vida que
es vivir en la comunidad de fe, pero que ofrece ya en esperanza lo que será 
la vida eterna, término de nuestro camino. Comunidad de vida que presenta la
posibilidad de un progreso hacia una intimidad cada vez más grande y al mismo
tiempo hacia una extensión cada vez mayor en los compromisos. El "vosotros"
que viene usado constantemente en al evangelio de hoy es una invitación a la
construcción de la comunión contando con los demás. En último término radica
aquí el impulso misionero, pues no se trata de compartir la vida sólo con
quienes tienen la misma fe que nosotros, sino de llamar también a otros.

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