29 de octubre de 2017 - XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Amarás al Señor... y
amarás a tu prójimo"
-Ex 22,21-27
-Sal 17
-1Tes 1,5-10
-Mt 22,34-40
Mateo 22,34-40
Los fariseos, al
oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron
a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba:
-Maestro, ¿cuál es
el mandamiento principal de la Ley?
Él le dijo:
-"Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo
tu ser". este mandamiento es el principal y primero. El
segundo es semejante
a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos
dos mandamientos sostienen
la Ley entera y los Profetas.
Comentario
En la controversia
de Jesús con sus adversarios, el evangelio de hoy
ocupa un puesto relevante, porque la pregunta de un doctor
de la ley le
permitirá explicitar el contenido central de su mensaje: el
amor a Dios y el
amor al prójimo. Toma parte así Jesús en una discusión
frecuente entre los
rabinos de su tiempo que trataba de establecer un orden en
la gran cantidad
de preceptos existentes o, mejor aún, de encontrar el
principio de donde
todos ellos derivan.
Si nos acercamos al
texto del evangelio, podemos comprobar que está
contenido en una estructura muy sencilla de pregunta y
respuesta. La primera
parte se relaciona con el contexto polémico que hemos venido
meditando en
domingos anteriores.
Los otros
evangelistas sitúan la enseñanza de Jesús sobre el principal
mandamiento en contextos diferentes. Para Marcos, por
ejemplo, el escriba que
pregunta es elogiado por Jesús, pues es él mismo quien
responde
acertadamente. Sólo Mateo subraya las intenciones malévolas
de los fariseos,
quizá porque cuando él escribía las relaciones de éstos con
los cristianos
se habían deteriorado ya bastante.
Viniendo al
contenido de la respuesta de Jesús, podemos destacar los dos
aspectos en que mayormente se cifra su novedad. Está en
primer lugar el
acercamiento del "segundo" mandamiento al
"primero". Ciertamente no era una
novedad recordar la primacía del amor a Dios, que Israel
había profesado
siempre en su "credo": "Escucha Israel,
amarás..." (Dt 6,4-5). Jesús no
identifica totalmente el segundo mandamiento con el primero,
pero dice que
le es "semejante". Es la misma palabra que la
Biblia usa para designar al
hombre con respecto a Dios. De la multitud de casos
particulares que el
Antiguo Testamento recoge en los que se expresa el precepto
de amar al
prójimo (véanse por ejemplo los casos citados en la 1ª.
lectura), Jesús hace
una norma general y más amplia, porque en su perspectiva el
prójimo era todo
hombre y no sólo los miembros del pueblo elegido.
El otro aspecto
esencial del mensaje evangélico es la reducción de toda
la revelación veterotestamentaria a los preceptos del amor.
De ellos "penden"
la ley y los profetas. Es lo que S. Pablo recuerda a los
Romanos: "De hecho,
el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no
envidiarás y cualquier
otro mandamiento que haya se resume en esta frase: "amarás
a tu prójimo
como a ti mismo". El amor no causa daño al prójimo y
por tanto el
cumplimiento de la ley es el amor" (13,9-10).
Esa interpretación
fundamental que Jesús hace de la ley y los profetas le
sitúa en el punto de coyuntura entre el Antiguo Testamento y
la revelación
definitiva del rostro de Dios en el Nuevo, y como
consecuencia, del verdadero
rostro del hombre.
El prójimo
Sólo en la
encarnación de Dios encontramos la razón última de lo que hoy
el evangelio presenta como exigencia fundamental del
creyente.
Jesús dice que el
mandamiento de amar al prójimo es semejante, similar al
mandamiento de amar a Dios. En la misma línea dirá más
adelante S. Juan:
"Quien ama a Dios, debe también amar al hermano"
(1Jn 4,20). Esto significa
que el amor al prójimo se coloca en la misma línea que el
amor a Dios. Esta
es la gran novedad del evangelio: el prójimo es alguien a
quien se ama en el
mismo impulso de amor con que se ama a Dios. El prójimo, el
hermano adquiere
así una relevancia, una dignidad imposible de comprender si
se le separa de
Dios.
Pero junto a esta
"elevación" del prójimo está lo que podemos llamar el
"abajamiento" de Dios. Podemos, en efecto, hablar
de un abajamiento de Dios
hasta identificarse con el hombre, como si hubiera de
compartir con el hombre
el amor que sólo a Él se debe. Él, que es "Dios y no
hombre", como dice el
profeta Oseas (11,9), se ha hecho realmente hombre y desde
entonces se ha
identificado con todos los hombres. "Él, el Hijo de Dios,
por su encarnación,
se identificó en cierto modo con todos los hombres"
(G.S. 22). En esta
identificación, en esta semejanza de Dios con el hombre está
la base de la
semejanza del segundo mandamiento con el primero.
Saliendo al
encuentro del hombre, Dios se ha hecho el prójimo del hombre.
Es significativo que en el evangelio de Lucas,
inmediatamente después de la
explicación sobre el principal mandamiento, viene la
parábola del buen
samaritano, como un comentario bien concreto y práctico.
La encarnación del
Verbo puede así ser vista también como ese gesto de
condescendencia divina que se hace accesible a nuestra
debilidad humana para
que amando al hermano a quien vemos, podamos amar a Dios a
quien no vemos
(1Jn 4,20).
En el texto del
antiguo Testamento que hemos leído hoy en la primera
lectura, se ve claramente cómo Dios se pone de la parte de
los pobres, de los
débiles, de los oprimidos. La razón aducida para exigir la
práctica de la
justicia y de la caridad es ante todo de carácter
"humanitario": "Porque
forasteros fuisteis vosotros en Egipto". Es decir,
porque vosotros habéis
compartido la misma situación de quien ahora sufre. El
segundo motivo es
netamente "teológico": "Si grita a mí lo
escucharé porque soy compasivo".
compartiendo nuestra naturaleza humana en su condición de
pobreza y
debilidad, Dios ha llegado a la máxima expresión de su
solidaridad e
identificación con cada hombre, de manera que su rostro está
dibujado en
cualquiera que necesite de nuestro amor.
Te bendecimos, Padre, que nos llamas
a amarte a ti y a los hermanos.
Te damos gracias por Jesús
en el que vemos cumplido
tu gesto de acercamiento al hombre
y la exigencia de total donación a ti
y a los hermanos.
Danos el Espíritu de amor
para que podamos compartir
su gesto de encarnación
haciéndonos presentes a los demás
y amándolos como a nosotros mismos
y su gesto de consagración
dando libremente la vida por ti.
Amar
Es importante que
dejándonos guiar por la Palabra, recordemos con
frecuencia el centro inspirador y el motor de toda la vida
cristiana, que es
el amor. El evangelio de hoy nos lo presenta con fuerza.
Amor a Dios y amor
al prójimo... Salvadas las debidas diferencias, hay
que reafirmar siempre el principio unificador: Lo importante
es amar.
Ciertamente las
exigencias de la vida cristiana se articulan en muchas
situaciones concretas y a muchos niveles. Se puede y se debe
construir todo
un sistema moral que señale los diversos grados de
obligatoriedad, las
diversas circunstancias en que se compromete la
responsabilidad individual
y colectiva. Pero es necesario que el cristiano no se pierda
nuevamente en
un laberinto de preceptos como había sucedido a los
fariseos. El principio
inspirador del amor debe ser transparente siempre como
motivación de fondo
de todas las exigencias morales. La teología clásica lo
había expresado
diciendo que la caridad es la forma, unidad y significado de
todas las virtu-
des. Es la mejor traducción del aforismo agustiniano:
"Ama y haz lo que quieras".
Este principio, que
aparece evidente en la reflexión teórica (el amor
centro de toda la vida cristiana) debemos incorporarlo
continuamente a
nuestra existencia dejando que el Espíritu Santo, amor que
ha sido derramado
en nuestros corazones (Rm 5,5), nos mueva en todo lo que
hacemos y decimos.
Nuestro camino de
vida cristiana debe rehacer continuamente la síntesis
del amor a Dios y del amor al prójimo. Son dos aspectos
inseparables y en
relación mutua de forma constante. No se trata de
identificar y confundir las
exigencias del primer y del segundo mandamiento, sino de
relacionarlos
correctamente.
Amar a Dios como
respuesta al amor suyo que nos precede siempre y amar al
prójimo en sí mismo, porque es "otro yo", amarlo
porque en el hombre está
Dios, es su imagen, es hijo suyo, porque todos estamos
llamados a compartir
la vida de la familia de Dios.
TEODORO
BERZAL.hsf