sábado, 28 de octubre de 2017

Ciclo A - TO - Domingo XXX

29 de octubre de 2017 - XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                "Amarás al Señor... y amarás a tu prójimo"

-Ex 22,21-27
-Sal 17
-1Tes 1,5-10
-Mt 22,34-40

Mateo 22,34-40

   Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron
a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba:
   -Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
   Él le dijo:
   -"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo
tu ser". este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante
a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos sostienen
la Ley entera y los Profetas.
                        
Comentario

   En la controversia de Jesús con sus adversarios, el evangelio de hoy
ocupa un puesto relevante, porque la pregunta de un doctor de la ley le
permitirá explicitar el contenido central de su mensaje: el amor a Dios y el
amor al prójimo. Toma parte así Jesús en una discusión frecuente entre los
rabinos de su tiempo que trataba de establecer un orden en la gran cantidad
de preceptos existentes o, mejor aún, de encontrar el principio de donde
todos ellos derivan.
   Si nos acercamos al texto del evangelio, podemos comprobar que está 
contenido en una estructura muy sencilla de pregunta y respuesta. La primera
parte se relaciona con el contexto polémico que hemos venido meditando en
domingos anteriores.
   Los otros evangelistas sitúan la enseñanza de Jesús sobre el principal
mandamiento en contextos diferentes. Para Marcos, por ejemplo, el escriba que
pregunta es elogiado por Jesús, pues es él mismo quien responde
acertadamente. Sólo Mateo subraya las intenciones malévolas de los fariseos,
quizá porque cuando él escribía las relaciones de éstos con los cristianos
se habían deteriorado ya bastante.
   Viniendo al contenido de la respuesta de Jesús, podemos destacar los dos
aspectos en que mayormente se cifra su novedad. Está en primer lugar el
acercamiento del "segundo" mandamiento al "primero". Ciertamente no era una
novedad recordar la primacía del amor a Dios, que Israel había profesado
siempre en su "credo": "Escucha Israel, amarás..." (Dt 6,4-5). Jesús no
identifica totalmente el segundo mandamiento con el primero, pero dice que
le es "semejante". Es la misma palabra que la Biblia usa para designar al
hombre con respecto a Dios. De la multitud de casos particulares que el
Antiguo Testamento recoge en los que se expresa el precepto de amar al
prójimo (véanse por ejemplo los casos citados en la 1ª. lectura), Jesús hace
una norma general y más amplia, porque en su perspectiva el prójimo era todo
hombre y no sólo los miembros del pueblo elegido.
   El otro aspecto esencial del mensaje evangélico es la reducción de toda
la revelación veterotestamentaria a los preceptos del amor. De ellos "penden"
la ley y los profetas. Es lo que S. Pablo recuerda a los Romanos: "De hecho,
el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás y cualquier
otro mandamiento que haya se resume en esta frase: "amarás a tu prójimo
como a ti mismo". El amor no causa daño al prójimo y por tanto el
cumplimiento de la ley es el amor" (13,9-10).
   Esa interpretación fundamental que Jesús hace de la ley y los profetas le
sitúa en el punto de coyuntura entre el Antiguo Testamento y la revelación
definitiva del rostro de Dios en el Nuevo, y como consecuencia, del verdadero
rostro del hombre.

El prójimo

   Sólo en la encarnación de Dios encontramos la razón última de lo que hoy
el evangelio presenta como exigencia fundamental del creyente.
   Jesús dice que el mandamiento de amar al prójimo es semejante, similar al
mandamiento de amar a Dios. En la misma línea dirá más adelante S. Juan:
"Quien ama a Dios, debe también amar al hermano" (1Jn 4,20). Esto significa
que el amor al prójimo se coloca en la misma línea que el amor a Dios. Esta
es la gran novedad del evangelio: el prójimo es alguien a quien se ama en el
mismo impulso de amor con que se ama a Dios. El prójimo, el hermano adquiere
así una relevancia, una dignidad imposible de comprender si se le separa de
Dios.
   Pero junto a esta "elevación" del prójimo está lo que podemos llamar el
"abajamiento" de Dios. Podemos, en efecto, hablar de un abajamiento de Dios
hasta identificarse con el hombre, como si hubiera de compartir con el hombre
el amor que sólo a Él se debe. Él, que es "Dios y no hombre", como dice el
profeta Oseas (11,9), se ha hecho realmente hombre y desde entonces se ha
identificado con todos los hombres. "Él, el Hijo de Dios, por su encarnación,
se identificó en cierto modo con todos los hombres" (G.S. 22). En esta
identificación, en esta semejanza de Dios con el hombre está la base de la
semejanza del segundo mandamiento con el primero.
   Saliendo al encuentro del hombre, Dios se ha hecho el prójimo del hombre.
Es significativo que en el evangelio de Lucas, inmediatamente después de la
explicación sobre el principal mandamiento, viene la parábola del buen
samaritano, como un comentario bien concreto y práctico.
   La encarnación del Verbo puede así ser vista también como ese gesto de
condescendencia divina que se hace accesible a nuestra debilidad humana para
que amando al hermano a quien vemos, podamos amar a Dios a quien no vemos
(1Jn 4,20).
   En el texto del antiguo Testamento que hemos leído hoy en la primera
lectura, se ve claramente cómo Dios se pone de la parte de los pobres, de los
débiles, de los oprimidos. La razón aducida para exigir la práctica de la
justicia y de la caridad es ante todo de carácter "humanitario": "Porque
forasteros fuisteis vosotros en Egipto". Es decir, porque vosotros habéis
compartido la misma situación de quien ahora sufre. El segundo motivo es
netamente "teológico": "Si grita a mí lo escucharé porque soy compasivo".
compartiendo nuestra naturaleza humana en su condición de pobreza y
debilidad, Dios ha llegado a la máxima expresión de su solidaridad e
identificación con cada hombre, de manera que su rostro está dibujado en
cualquiera que necesite de nuestro amor.

   Te bendecimos, Padre, que nos llamas
   a amarte a ti y a los hermanos.
   Te damos gracias por Jesús
   en el que vemos cumplido
   tu gesto de acercamiento al hombre
   y la exigencia de total donación a ti
   y a los hermanos.
   Danos el Espíritu de amor
   para que podamos compartir
   su gesto de encarnación
   haciéndonos presentes a los demás
   y amándolos como a nosotros mismos
   y su gesto de consagración
   dando libremente la vida por ti.

Amar

   Es importante que dejándonos guiar por la Palabra, recordemos con
frecuencia el centro inspirador y el motor de toda la vida cristiana, que es
el amor. El evangelio de hoy nos lo presenta con fuerza.
   Amor a Dios y amor al prójimo... Salvadas las debidas diferencias, hay
que reafirmar siempre el principio unificador: Lo importante es amar.
   Ciertamente las exigencias de la vida cristiana se articulan en muchas
situaciones concretas y a muchos niveles. Se puede y se debe construir todo
un sistema moral que señale los diversos grados de obligatoriedad, las
diversas circunstancias en que se compromete la responsabilidad individual
y colectiva. Pero es necesario que el cristiano no se pierda nuevamente en
un laberinto de preceptos como había sucedido a los fariseos. El principio
inspirador del amor debe ser transparente siempre como motivación de fondo
de todas las exigencias morales. La teología clásica lo había expresado
diciendo que la caridad es la forma, unidad y significado de todas las virtu-
des. Es la mejor traducción del aforismo agustiniano: "Ama y haz lo que quieras".
   Este principio, que aparece evidente en la reflexión teórica (el amor
centro de toda la vida cristiana) debemos incorporarlo continuamente a
nuestra existencia dejando que el Espíritu Santo, amor que ha sido derramado
en nuestros corazones (Rm 5,5), nos mueva en todo lo que hacemos y decimos.
   Nuestro camino de vida cristiana debe rehacer continuamente la síntesis
del amor a Dios y del amor al prójimo. Son dos aspectos inseparables y en
relación mutua de forma constante. No se trata de identificar y confundir las
exigencias del primer y del segundo mandamiento, sino de relacionarlos
correctamente.
   Amar a Dios como respuesta al amor suyo que nos precede siempre y amar al
prójimo en sí mismo, porque es "otro yo", amarlo porque en el hombre está 
Dios, es su imagen, es hijo suyo, porque todos estamos llamados a compartir
la vida de la familia de Dios.


TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 21 de octubre de 2017

Ciclo A - TO - Domingo XXIX

22 de octubre de 2017 - XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
                                    
   "Pagad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios"

-Is 45,1.4-6
-Sal 95
-1Tes 1,1-5
-Mt 22,15-21

Mateo 22,15-21

   Los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a
Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos con unos partidarios de
Herodes, y le dijeron:
   -Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios
conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las
apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o
no?
   Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: ¡Hipócritas!, ¿por qué me
tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
   Le presentaron un denario, Él les preguntó:
   -¿De quién son esta cara y esta inscripción?
   Le respondieron:
   -Del César.
   Entonces les replicó:
   -Pues pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

Comentario

   En el evangelio de hoy prosigue la polémica entre Jesús y sus adversarios
que las parábolas de los domingos precedentes habían ya puesto en evidencia.
Pero esta vez en el campo estrictamente religioso entra también la componente
política, por eso la cuestión se hace más comprometida. A acentuar la
dificultad contribuye no sólo el tema, sino la composición de la delegación
que se acerca a Jesús. Se trata de dos facciones opuestas: los fariseos,
contrarios a la dominación romana, y los herodianos, a los que hoy
llamaríamos colaboracionistas, porque aceptaban la dominación extranjera y
sostenían a Herodes, tratando de conciliar las aspiraciones mesiánicas con
las ventajas del poder constituido.
   En ese clima y ante tal auditorio, la opinión que piden a Jesús sobre la
legitimidad de pagar los impuestos, resultaba delicada. Si daba un sí se
atraía la enemistad de los fariseos y de buena parte de la multitud que lo
había seguido y aclamado al entrar en Jerusalén. El no de su parte era
colocarse en contra de la autoridad civil constituida, pudiendo ser tachado
de subversivo.
   Jesús, sin embargo, no se deja engañar y encuentra una solución que va
más allá de la habilidad dialéctica para situar la cuestión en su terreno
justo y verdadero.
   Ha habido quien ha visto en la respuesta de Jesús la justificación de la
teoría que pretende asignar a la esfera de lo religioso y a la esfera de lo
político dos ámbitos contrapuestos o independientes para el hombre y para la
sociedad. Sin negar las legítimas autonomías, lo que Jesús dice tiende a
crear una profunda unidad en el hombre ofreciéndole las razones más válidas
de su vivir. La dimensión política del hombre debe estar abierta a lo
religioso y este último aspecto no puede encerrarse en sí mismo, sino
iluminar y motivar la acción social y política del hombre.
   En las palabras de Jesús, la realidad última no es lo que hay que dar al
Céar, sino lo que hay que dar a Dios. Es decir, no existe un paralelismo
entre ambas exigencias, sino una subordinación. En otros términos, en las
situaciones normales el hombre debe poder armonizar ambas exigencias, pero
en caso de oposición y conflicto, Dios debe estar por encima de todo.
   Esto no significa disminuir los derechos de César, sino colocarlos en el
lugar que les corresponde y además darles la justa perspectiva en el designio
global de Dios. Este último aspecto resalta más en la lectura litúrgica al
acercar el texto evangélico a la elección que Dios hace de Ciro, un pagano,
para realizar sus proyectos con el pueblo elegido (1ª. lectura).

El César y Dios

   Los evangelios de la infancia de Cristo ilustran varios aspectos de la
relación de la Sagrada Familia con el poder político instituido en su tiempo.
Quizá podamos a través de ellos prolongar nuestra reflexión sobre el
evangelio de hoy.
   Algunos de esos episodios tienen un fuerte significado simbólico que
sirve para decirnos algo sobre la identidad de Jesús; otros indican, en la
línea de la encarnación, la condición ordinaria de una familia de Palestina,
sujeta a los vaivenes de las circunstancias históricas y a las decisiones de
quien gobierna. Nos detendremos en la figura de Augusto en el evangelio de
Lucas y en la de Herodes en el evangelio de Mateo.
   La narración del nacimiento de Jesús empieza con el decreto de César
Augusto de empadronar "todo el universo" (Lc 2,1). Es presentado así el
emperador como un sujeto activo en el cumplimiento de los planes de Dios y
no sólo como referencia cronológica de los hechos de la historia. Además se
le atribuye un dominio absoluto sobre la totalidad del mundo habitado
(oikoumene) como indicando que el Mesías que va a nacer y sus padres están
también sujetos a su autoridad. El evangelio presenta el caso de José y María
como uno de tantos: "Todos iban a empadronarse, cada uno a su ciudad" (Lc
2,2). Siguiendo el hilo del relato se descubre, sin embargo, no sin una
cierta ironía, que la decisión imperial ha servido de manera determinante a
que el niño venga al mundo en Belén, la ciudad de David, el antepasado de
José. Se pone así en evidencia su condición mesiánica y se confirma lo que
Dios había anunciado a María por boca del Ángel: "Su reino no tendrá fin" (Lc
1,33).

Pasemos al caso de Herodes.

   En el episodio de la visita de los Magos, en los dos primeros versículos
del cap. 2º de Mateo se habla de dos reyes: el Rey Herodes y el recién nacido
rey de los judíos por el que los Magos preguntan. El conflicto es evidente
y parece inevitable. La terrible decisión de suprimir a todos los niños de
la zona viene motivada por la inquietud que le produce a Herodes el
nacimiento de un rival. Su designio se opone así abiertamente al de Dios,
pero para realizarlo no duda un instante en movilizar a todas las fuerzas
religiosas de la ciudad, solicita la colaboración de los Magos, etc. La
continuación del relato explica el fracaso de Herodes tras un aparente
triunfo. Cuando cree poder estar tranquilo porque su orden terrible ha sido
ejecutada, resulta que al único que le interesaba matar ha escapado. No sólo eso,
sino que posteriormente se nos informa que, mientras Jesús vuelve de Egipto
con su familia, quien ha muerto ha sido precisamente Herodes.
   Quienes tienen la misión de gobernar toman las decisiones, unas veces
justas, otras equivocadas, pero quien conduce la historia, la historia de la
salvación, es Dios. Este último gran actor de todo lo que sucede no quita la
responsabilidad a los hombres, al contrario, sus decisiones adquieren una
nueva dimensión al inscribirse en los designios divinos.

   Te bendecimos, Padre, porque en Cristo
   nos has llamado a la libertad.
   Te damos gracias porque su evangelio
   ilumina toda nuestra vida
   y nos da las razones verdaderas
   para todas las dimensiones de nuestra existencia.
   Que tu Espíritu Santo nos lleve
   a dar a Dios lo que es de Dios,
   a colocarte por encima de todas las cosas
   y a ordenarlas todas
   a partir de ese principio supremo.
   Guía a tu Iglesia, Señor,
   para que sea testigo de los bienes del Reino
   en medio de las vicisitudes de este mundo.

La actividad de la fe

   La actividad de la fe, el esfuerzo del amor, el aguante de la
esperanza... Son las tres grandes dimensiones en que se expresa toda la vida
cristiana que S. Pablo nos recuerda hoy en la 2ª. lectura. Son esas tres
dimensiones las que en lo concreto de la vida aseguran al cristiano el
equilibrio y la armonía entre la esfera de lo temporal y la esfera de lo
espiritual de que habla el evangelio de hoy, ayudándole a establecer entre
ellas la justa relación.
   Por lo que se refiere a la comunidad eclesial las orientaciones del
Vaticano II han sido luminosas en nuestra época: "La misión propia que Cristo
confió a su Iglesia no pertenece al orden político, económico o social: el
fin que le asignó es de orden religioso. Con todo, de esta misión religiosa
emanan un encargo, una luz y unas fuerzas que pueden servir para establecer
y consolidar según las leyes divinas la comunidad humana" (G.S. 42). Porque
la misión de la Iglesia es religiosa, es también "sumamente humana", dirá el
Concilio en otro lugar (Cfr.G.S.11). De ahí que las tendencias reduccio-
nistas, en uno u otro sentido, han sido siempre empobrecedoras.
   Lo mismo podemos decir si consideramos el compromiso de cada cristiano.
La primera parte de la sentencia de Jesús: "Pagadle al César..." nos obliga
a tomar en serio los compromisos temporales, la profesionalidad en el
trabajo, el cumplimiento de los deberes cívicos, las exigencias de la
justicia. Pero la segunda parte, "Y dad a Dios...", nos debe llevar a no
absolutizar la política hasta hacerla árbitro de todas las opciones
colectivas, ni la ciencia hasta despojarla de las exigencias de la ética, ni
la economía hasta sacrificar vidas humanas a sus postulados. La perspectiva
religiosa del creyente debe situar a Dios por encima de todo y relativizar
todas las demás instancias de la vida. Es así como el cristiano llega a una
libertad interior inestimable que le hace comprometerse a fondo y en la
medida justa con todas las causas del hombre.
TEODORO BERZAL.hsf


sábado, 14 de octubre de 2017

Ciclo A. TO. Domingo XXVIII

15 de octubre de 2017 - XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                             "Venid a la boda"

-Is 25,6-10
-Sal 22
-Fil 4,12-14.19-20
-Mt 22,1-14

Mateo 22,1-14

   Volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los
senadores del pueblo, diciendo:
   -El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su
hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir.
Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el
banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la
boda".
   Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus
negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta
matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos
asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados:
   -La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora
a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis convidadlos a la
boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que
encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.
Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba
el traje de fiesta, y le dijo:
   -Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?
   El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros:
   -Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el
llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los
escogidos.

Comentario

   Las parábolas que leemos en estos últimos domingos del año litúrgico en
el evangelio de Mateo tienen todas un significado polémico contra quienes no
aceptan la llamada a entrar en el Reino. El tono es muy distinto al de las
parábolas del Reino (cap. 13).
   El texto de hoy se compone de dos parábolas: la del banquete nupcial (vv.
1-10) y la del traje de fiesta (vv.11-14). Esta última habría sido colocada
arbitrariamente por el evangelista en ese lugar para corregir de algún modo
el sentido demasiado optimista de la primera. Así dicen los comentaristas.
   La parábola del banquete tiene un significado similar a la de los
viñadores homicidas. En este caso se subraya más la paciencia de Dios con el
pueblo rebelde y las desastrosas consecuencias del rechazo a la invitación
de compartir la fiesta. Pero lo que más llama la atención es la solución
alternativa propuesta por el "rey" que excluye del banquete a lo primeros
invitados y luego lo ofrece a todos.
   Hay en la parábola algunos rasgos paradójicos, fuera del orden normal de
las cosas, que contribuyen, sin embargo, a dar mayor relieve a ciertos
aspectos teológicos del mensaje. Señalamos algunos.
   Es inverosímil que quienes reciben la invitación a la fiesta, no sólo la
rechazan sino que matan a los enviados (vv.5-6). Resuena aquí el eco de la
parábola de los viñadores homicidas. Es igualmente desproporcionado el
castigo infligido a los que se niegan a aceptar la invitación: se queman las
ciudades porque algunos individuos no quieren asistir al banquete (v.7). Ese
detalle subraya el carácter escatológico que se atribuye al banquete. No
aceptarlo significa la perdición total. Algunos comentaristas invitan a ver
en contraluz la destrucción de Jerusalén en el año 70. Paradójico es también,
y en grado sumo, que un rey celebre la boda de su hijo con cualquier tipo de
gente, buenos y malos (v.10) (Lucas dice: "ciegos, lisiados y cojos"). Es
este último detalle el que mejor deja patente el nuevo orden de cosas que ha
venido a crear la llegada de Cristo. Ahora la llamada a la salvación se hace
a todos, la invitación a entrar en la sala del festín no tiene en cuenta la
condición en que cada uno se encuentra cuando la recibe.
   El último detalle "extraño" que señalamos está en la segunda parábola.
Parece desproporcionado y fuera de sentido común que los "camareros" del rey
que sirven a los invitados se transformen en guardias, y que, por no llevar
el vestido adecuado, uno sea expulsado violentamente "a las tinieblas
exteriores". Este aspecto que hiere la sensibilidad del lector, dice bien
claramente la exigencia de una conversión interior para participar en los
bienes mesiánicos. No basta estar en la sala donde se celebra la boda. Si es
verdad que la condición inicial de los llamados no importa, no puede decirse
lo mismo después de que se ha entrado.

"El esposo está con ellos" (Mt 9,15)

   El comienzo de la parábola que estamos meditando tiene un tono solemne
que deja entrever la trascendencia del momento que invita a vivir: "El Reino
de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo..." Se
trata de la ocasión más solemne y festiva del reino. De ahí que la invitación
a participar en el acontecimiento sea apremiante y única.
   En la parábola el "hijo" de quien se celebra la boda queda al margen de
la narración y es sólo el "rey" quien actúa: convoca a los invitados, castiga
a los culpables, expulsa al que se viste indignamente... Y, sin embargo, la
ocasión solemne y única es la boda del hijo.
   Viniendo a la realidad que la parábola pretende iluminar, podemos decir
que el rey es Dios, que celebra la alianza definitiva con los hombres
mediante la misión de Cristo.
   Varias veces en el evangelio Jesús se presenta como el "esposo", y casi
siempre en relación a la celebración de la boda. La imagen nupcial es una de
las que mejor traducen la realidad de la nueva alianza de Dios con los hombres
en Cristo. Es la imagen de ese gran misterio de amor que une a Cristo con su
Iglesia y que refleja el que Dios tiene a la humanidad.
   Leyendo el evangelio a la luz de Nazaret, podemos ver ya en el matrimonio
de María y de José la más viva expresión del mensaje central del evangelio
de hoy. Juan Pablo II en su Carta a las familias lo expresa así: "Este amor
esponsal recíproco, para que sea plenamente "amor hermoso", exige que José
acoja a María y a su hijo bajo el techo de su casa, en Nazaret. José obedece
el mensaje divino y actúa según lo que le había sido mandado (Mt 1,24). Es
también gracias a José como el misterio de la Encarnación y, junto con él,
el misterio de la Sagrada Familia, se inscribe profundamente en el amor
esponsal del hombre y de la mujer e indirectamente en la genealogía de cada
familia humana. Lo que Pablo llamará el "gran misterio" encuentra en la
Sagrada Familia su expresión más alta. La familia se sitúa así verdaderamente
en el centro de la Nueva Alianza" (n.20).
   Esa es la participación de primera importancia de María y José en la
fiesta de las bodas que Dios celebra con la humanidad enviando a su Hijo para
salvar al mundo. Su matrimonio, su amor recíproco y virginal es no sólo una
imagen, sino el lugar mismo donde se efectúa el gran misterio que ofrece la
salvación a todos los hombres.
   La invitación a entrar en el misterio de Nazaret que hacemos desde cada
reflexión sobre la Palabra de Dios coincide así hoy con la invitación a
entrar en la sala donde se celebran las bodas de Dios con la humanidad. Todos
estamos invitados...

   Padre, te bendecimos y te damos gracias
   por habernos llamado con el Evangelio
   a la Nueva Alianza que quieres establecer
   con la humanidad
   en la que Cristo se da enteramente a la Iglesia.
   Danos tu Espíritu Santo,
   que nos revista con el vestido de fiesta,
   a imagen de Jesús,
   para que tu puedas reconocernos
   como hijos tuyos.

Llamados

   Los motivos aducidos por los primeros invitados para no ir al banquete
son un pretexto, según la parábola: "uno se marchó a sus tierras, otro a sus
negocios..." Todas cosas buenas y legítimas, sin duda, pero insuficientes
ante la llamada apremiante del rey para un acto importante.
   Para nosotros, invitados de la última hora, es un toque de atención. Los
afanes y preocupaciones de la vida pueden tender un velo sutil e impenetrable
que nos hace sordos a las llamadas de Dios en lo concreto de la vida. El
esfuerzo por preferir a Dios sobre todas las cosas no se realiza de una vez
para siempre. En este sentido la orientación del Vaticano II es clara, los
cristianos no podemos desentendernos de las cosas de este mundo, pero tampoco
podemos dejar que éstas obscurezcan el sentido de Dios: "Por esto la Iglesia,
que es al mismo tiempo una sociedad visible y una comunidad espiritual, ca-
mina junto con la humanidad y experimenta la misma suerte terrena que el
mundo, y es como el fermento o el alma de la sociedad humana, destinada a
renovarse en Cristo y a transformarse en familia de Dios" (G.S. 40).
   Si consideramos la segunda llamada efectuada en la parábola evangélica,
podemos destacar algunas actitudes a las que hoy se nos invita. En primer
lugar está el sentido de gratuidad: todos llamados independientemente de sus
méritos, de su condición de vida, de su papel en la sociedad. Y llamados por
Dios, por el "rey" en persona. Es el máximo honor y dignidad que uno puede
recibir. Ese doble aspecto de la llamada lleva a vivir la vida cristiana con
gran humildad, pero al mismo tiempo con gran dignidad. Es de esa actitud de
reconocimiento de una inmerecida dignidad, de donde brota la alegría con la
que se deja todo para participar en la fiesta con los otros invitados;
alegría que no suprime el cuidado por mantenerse siempre digno, no tanto en
las apariencias formales, cuanto en esa identidad interior que se va formando
cada día a imagen de Cristo.

TEODORO BERZAL.hsf