25 de jun io de 2017 - XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"No tengáis
miedo"
-Jer 20,10-13
-Sal 68
-Rom 5,12-15
-Mt 10,26-33
Mateo
10,26-33
Dijo Jesús a sus apóstoles:
-No tengáis miedo a
los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue
a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.
Lo que os digo de
noche decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído
pregonadlo desde la
azotea.
No tengáis miedo a
los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.
No; temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo.
¿No se venden un
par de gorriones por unos cuartos?; y, sin embargo, ni uno
solo cae al suelo
sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los
cabellos de la
cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo, no hay comparación
entre
vosotros y los gorriones.
Si uno se pone de
mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su
parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los
hombres, yo también
lo negaré ante mi Padre del cielo.
Comentario
El evangelio de
este domingo forma parte del discurso llamado de la
misión en el que Jesús, después de haber constatado la falta
de obreros para
recoger la mies elige, constituye en autoridad y envía al
grupo de los
apóstoles en misión. El pasaje que leemos hoy comprende las
recomendaciones
finales a los que son enviados. Recordemos que en el
contexto del evangelio
de Mateo, este envío es como un ensayo de lo que el resucitado
hará al
despedirse de los apóstoles (Mt 28,28).
El texto se
presenta articulado en tres partes y cada una de ellas tiene
como centro la expresión "no tengáis miedo". Esa expresión
asegura la unidad
formal del pasaje y guiará también nuestra reflexión.
En la primera parte
se ofrece como motivo de confianza la fuerza
irresistible del mensaje mismo que tiende a pasar
necesariamente del secreto
a su publicación, de lo escondido a lo manifiesto, de las
tinieblas a la luz,
de la intimidad de la confidencia a la divulgación. Jesús
previene a sus
discípulos contra el miedo de que el mensaje recorra su
camino.
La segunda invitación
a no tener miedo viene motivada por la
contraposición entre el poder de los hombres y el poder de
Dios. Aquéllos,
si acaso, pueden matar el cuerpo, pero el destino final de
las personas está
entre las manos de Dios. Las dificultades del anuncio
impondrán al apóstol
una opción entre lo perecedero y lo que vale verdaderamente,
como dice
explícitamente el final del evangelio (vv. 32-33).
La última invitación
a no tener miedo viene de una imagen sugestiva: la
comparación entre el valor de un pájaro y el de un apóstol
de Cristo. El
argumento "a fortiori" es evidente y sugiere una
confianza inmensa en el
Padre, que se preocupa no sólo del destino definitivo del
enviado, sino
también de su situación concreta en este mundo.
Esa invitación a la
confianza viene reforzada, porque en el evangelio se
encuentra un eco de la experiencia de Jeremías (1ª. lectura).
En su situación
de angustia y aprieto, pone toda su esperanza en el Señor y
exclama: "A ti
he encomendado mi causa".
La 2ª. lectura
ofrece un motivo más en la misma línea: la abundancia y
gratuidad del don de la salvación en comparación con la
universalidad del
pecado. El apóstol encontrará siempre en esa desproporción
entre el perdón
y el pecado, un nuevo impulso para continuar en su misión y
para ofrecer a
todos la salvación obtenida por Cristo.
Salió de Nazaret
El conjunto de consejos
y recomendaciones que Jesús da a sus apóstoles,
que componen el discurso de la misión, nos llevan, si
queremos leer el
evangelio a la luz de Nazaret, a pensar en la experiencia
personal del mismo
Jesús.
Los versículos que
preceden al pasaje leído hoy así lo sugieren: "Un
discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su
amo... Y si al
cabeza de familia lo han llamado Belcebú ¡Cuánto más a los
de su casa!".
Un día Jesús dio el
paso de salir a la luz, de dejar la vida familiar y
privada para ponerse a predicar y descubrir lo que estaba
escondido, diciendo
a plena luz lo que hasta entonces quizá sólo había susurrado
al oído.
El sabía por propia
experiencia que ese paso no se da sin dificultad. Los
comentaristas del evangelio descubren sutilmente en las
palabras que el
evangelista pone en boca de Jesús sobre las dificultades y
persecuciones que
encontrarán los apóstoles, un reflejo de la situación en que
el texto se
escribía: la tensión y los momentos de abierta persecución
de los judíos
contra las primeras comunidades cristianas (Cfr. Mt 10,23).
Sin desatender
ese aspecto, podemos ver también todo el peso que tiene la
experiencia
personal de Jesús.
Los profetas han
sido siempre hombres de contradicción. Muchas veces han
tenido que vencer en primer lugar la resistencia que ofrecía
su propia
persona a la misión recibida, para después enfrentarse a las
dificultades
provenientes de los destinatarios de su mensaje. Tal es el
caso de Jeremías,
a quien en la primera ocasión que Dios le habla es para
decirle: "No digas
que eres un muchacho", porque donde yo te envíe irás,
lo que te mande lo dirás.
No les tengas miedo que yo estoy contigo para librarte, oráculo
del Señor"
(Jer 1,7-8). La 1ª. lectura de la misa de hoy abunda en ese
mismo sentido.
Jesús, el profeta
por excelencia, también fue desde el principio "signo
de contradicción" (Lc 2,34). Ciertamente en su caso se
da una perfecta
armonía entre la persona y su mensaje, pero tuvo que
soportar la
incomprensión de sus familiares y la resistencia de aquellos
a quienes
estaban destinadas sus palabras que discuten su autoridad y
lo rechazan (Cfr
Lc 20,1-19).
La salida de
Nazaret hubo de suponer para Jesús el gozo de proclamar a
todos el mensaje que llevaba dentro y al mismo tiempo la
incertidumbre de la
respuesta por parte de quienes lo oían con la variedad de
actitudes que se
describen por ejemplo en la parábola del sembrador.
Para Jesús,
mensajero del Padre, la salida de Nazaret no era sólo memoria
y expresión de la misión recibida al venir a este mundo,
sino experiencia
concreta que le autorizaba a dar consejos a sus enviados.
Te bendecimos, Señor Jesús,
que has experimentado tú mismo el
"favor del Padre"(Lc 2,40)
y la alegría y dificultad de anunciar su
mensaje.
Te bendecimos porque para cumplir tu misión
has entregado tu vida por nosotros
y ahora estás junto al Padre
para ponerte a favor de quienes vencen el
miedo en sí mismos
y se declaran testigos tuyos.
Danos la fuerza del Espíritu Santo
para saber llevar tu mensaje
a los lugares donde vivimos
y a las personas a las que somos enviados.
El envío
El envío que Jesús
hace de sus apóstoles es el tipo de todos los otros
que se hacen en la Iglesia, grandes o pequeños. Leyendo por
entero el
discurso de la misión se percibe perfectamente que en el
centro está la
preocupación por la persona del apóstol, su preparación, su formación.
Jesús pone como
piedra fundamental de esa preparación la confianza total
en el Padre y en las posibilidades de crecimiento y expansión
que tiene el
mensaje por sí mismo. Esa confianza y seguridad de que en último
término hay
alguien que está con el enviado y responde por él, es
esencial para moverse
con libertad. Es lo que hacía exclamar a S. Pablo: "¿Si
Dios está con
nosotros, quien estará contra nosotros?" (Rom 8,13). Y
en otra ocasión: "Sé
en quién he puesto mi confianza" (2Tim 1,12).
En la actualidad,
cada vez es más clara la conciencia de que todos los
cristianos somos responsables de la misión apostólica. En
verdad, el
imperativo de Jesús: "Id y predicad el evangelio"
mantiene siempre vivo su
valor, y está cargado de una urgencia que no puede decaer.
Sin embargo, la
actual situación, no sólo del mundo, sino de tantas partes de
la Iglesia,
exige absolutamente que la palabra de Cristo reciba una
obediencia más rápida
y generosa. Cada discípulo es llamado en primera persona, y
ninguno puede
escamotear su propia respuesta: "Ay de mí si no
predicara el evangelio" (1Co
9,16)" (Ch. L. 33).
En cuanto llamado a
repetir la experiencia de Jesús y de los apóstoles,
el cristiano, lleno de confianza en quien lo envía y acompaña,
debe abrir los
ojos a la realidad del mundo secularizado en el que se
encuentra y contar,
ya de entrada, con la indiferencia y oposición a su mensaje
y la oposición
a su persona. Por eso deberá repetir frecuentemente en su
interior las
palabras del Maestro: "No les tengáis miedo..."
Las actitudes
negativas, las reacciones incluso violentas, no pueden
doblegar la fuerza y libertad de quien se siente sostenido
por el Señor. La
consideración de las dificultades, anunciadas o ya
experimentadas, no deben
desanimar al apóstol. Deben ser, por el contrario una invitación
a hacerse
más fuerte en el Señor. La experiencia de la iglesia muestra
que en las
circunstancias adversas se han producido los mas hermosos
testimonios.
TEODORO
BERZAL.hsf