sábado, 30 de diciembre de 2017

Ciclo B - TN - Sagrada Familia

31 de diciembre de 2017 – Tiempo de navidad – Ciclo B

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE JESUS, MARIA Y JOSE

   "Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño"

Eclesiástico 3,3-7. 14-17a

      Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad
de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que
respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de
sus hijos y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá
larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.
      Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras
vivas; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras
vivas.
      La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar
tus pecados; el día del peligro se acordará de ti y deshará  tus pecados como
el calor la escarcha.

Colosenses 3,12-21

      Hermanos:
      Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro unifor-
me: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la
comprensión.
      Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra
otro.
      El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
      Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad
consumada.
      Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis
sido convocados, en un solo cuerpo.
      Y celebrad la Acción de Gracias: la Palabra de Cristo habite en
vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría;
exhortaos mutuamente.
      Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos
inspirados.
      Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de
Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de Él.

Lucas 2,22-40

      Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de
Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor (de acuerdo
con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado
al Señor") y para entregar la oblación (como dice la ley del Señor: "un par
de tórtolas o dos pichones").
      Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado
y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba
en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte
antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al
templo.
      Cuando entraban con el niño Jesús sus padres (para cumplir con Él lo
previsto por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

      Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz;
      porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante
      todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu
      pueblo, Israel.

Comentario

      En la fiesta de la Sagrada Familia, la Iglesia nos propone en las
lecturas una amplia meditación sobre la familia: la familia como lugar de las
más profundas relaciones humanas (paternidad, maternidad, filiación), como
uno de los ámbitos donde se realiza la condición humana (vejez y juventud,
fecundidad y esterilidad) y, sobre todo, como medio donde vivir la fe.
      En las tres lecturas el personaje central es el hijo: el hijo Isaac,
símbolo de la fidelidad de Dios y de la confianza total de Abrahán y Sara,
el hijo Jesús, "luz de las gentes" y "gloria de Israel".
      Desde nuestro punto de vista cristiano, podemos componer un cuadro que
nos ayude a profundizar el mensaje central que nos ofrece hoy la Palabra de
Dios.
      Situemos en el fondo Abrahán y Sara, animados por una fe inquebrantable
en la promesa de Dios, una fe que vence las dificultades objetivas para tener
una descendencia, pues se fían del "Dios que es capaz de resucitar a los
muertos": ambos llevan ya los signos de la muerte en sus cuerpos, muerte de
Isaac en el sacrificio.
      Pongamos más adelante Simeón y Ana, llenos de esperanza en la venida
del Mesías. Cada uno ha vivido una experiencia, pero ambos comparten esa
apertura a Dios y a los signos del presente que dan sentido a su larga
espera. Ambos son así, para nosotros, profetas, pues están llenos del
Espíritu Santo y saben ver la presencia del Señor en el niño que tienen
delante.
      Y en primer plano coloquemos a María y José presentando a Jesús. Ellos
van a cumplir "lo previsto por la ley", pero sorprendentemente se les anuncia
que el niño que llevan es el "Salvador", es la luz de todos los pueblos y
hablan de Él "a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén". Esta
confirmación externa de lo que a ellos se les había anunciado debió
sorprenderlos y llevarlos a vivir de otro modo el gesto ritual de la
presentación del niño en el templo. Aquel primogénito era verdaderamente el
"consagrado por Dios", es decir, el Mesías. El es el punto de contradicción,
"la bandera discutida" ante la que todos tendrán que tomar postura. Y en este
movimiento de adhesión o de ruptura, que lleva consigo la redención, ellos
también se ven implicados nuevamente en primera persona.

Se volvieron a Nazaret

      Como en el día solemne de la presentación, Jesús siguió siendo siempre
el centro de la familia de Nazaret. La actitud oblativa de María y de José
(vista en el trasfondo de la fe de Abrahán) iría creciendo de día en día.
      Los hechos de los comienzos no pudieron ser para María y José un
recuerdo episódico, una anécdota de la infancia de su hijo, sino la
revelación del verdadero rostro de aquél con quien se codeaban cada día.
Aquél que daba sentido a su vida no en la prolongación de una descendencia,
de una herencia, de un apellido según la carne, sino (y aquí vemos de nuevo
en contraluz la fe de Abrahán y Sara) la descendencia según la fe, es decir
el heredero de todos los hombres y el salvador de todos los hombres.
      Las palabras de Simeón no habían sido, pues, fruto de los sueños de un
viejo desocupado, ni la propaganda de Ana expresión de una anciana que no
puede dominar su lengua.
      Los espacios de futuro, de universalidad, la verdadera grandeza que
tales acontecimientos y palabras habían creado en el corazón de María y de
José, estaban ahí, mientras el muchacho "crecía y se robustecía y adelantaba
en saber". Es lo que constituye el misterio de Nazaret.

      Bendito seas, Padre,
      porque a través de la fe de Abrahán y de Sara,
      de Simeón y de Ana,
      de María y José
      nos has dado el conocimiento de tu Hijo.
      Nosotros hoy, herederos de la misma promesa,
      queremos darte la misma confianza
      que ellos te dieron,
      para que tú puedas, por medio de Cristo,
      seguir siendo la luz y vida del mundo.
      Forma tú, Padre, con el Espíritu Santo,
      la gran familia de tus hijos
      entorno a tu Hijo primogénito.

Nuestras familias

      Aunque distantes en el tiempo y en la cultura de la familia de Nazaret,
nuestras familias y comunidades, pueden encontrar en ella fuerza y estímulo
para crecer en la fe y en el amor. Las lecturas de hoy nos sugieren algunos
puntos importantes en el camino de evangelización de la familia.
      Ante todo hay que saber dejarse educar por Dios. Saber descubrirlo en
el nacimiento y en la muerte, en los acontecimientos de gozo y dolor que
jalonan la vida familiar. Darle el protagonismo de guía y educador a través
de una fe que lo acoge en la oración y de un amor que opta por cumplir sus
mandamientos en lo concreto de la vida.
      Saber abrirse a la novedad, a los signos de vida y esperanza. El núcleo
familiar y comunitario necesita identificarse y crecer en relación con los
demás, en apertura y diálogo, para enriquecerse con lo que viene de fuera,
con lo que viene del futuro. Todo ello, naturalmente, sin renunciar a la
propia memoria e identidad.
      La familia de Nazaret, como nuestras familias y comunidades, fue ante
todo un conjunto de personas animadas por la fe. Como ella nuestras familias
pueden encontrar su unión y su fuerza en la participación en el amor de Dios,
si Cristo es su centro y su luz.


TEODORO BERZAL.hsf

sábado, 23 de diciembre de 2017

T. de Navidad - Natividad del Señor

24 de diciembre de 2017  (Misa de la noche) – T.de NAVIDAD

NATIVIDAD DEL SEÑOR
                                  
           "Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador"

Isaías 9,1-3. 5-6

   El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban la
tierra de sombras, y una luz les brilló.
   Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como
gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.
   Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su
hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
   Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el
principado, y es su nombre:
   Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la
paz.
   Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de
David y sobre su reino.
   Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora
y por siempre. El celo del Señor lo realizará.

Tito 2,11-14

   Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hom-
bres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a
llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la
dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro,
Jesucristo.
   El se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y para
prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.

Lucas 2,1-14

   En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer
un censo en el mundo entero.
   Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria.
Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
   También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la
ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para
inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí
le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió
en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
   En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre,
velando por turno su rebaño.
   Y un Ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de
claridad y se llenaron de gran temor.
   El  Ángel les dijo:
   -No temáis, os traigo una buena noticia, la gran alegría para todo el
pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el mesías, el
Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre.
   De pronto, en torno al Ángel, apareció una legión del ejército celestial,
que alababa a Dios, diciendo:
   -Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios
ama.

Comentario

   El relato del nacimiento de Jesús que nos ofrece el evangelio de Lucas en
el corazón de esta noche santa o noche buena, nos da las coordenadas de
tiempo y de lugar para situar el hecho y para interpretar su alcance. El
evangelista lo hace no sólo en términos generales y solemnes, como conviene
al caso, (emperador reinante, regiones y comarcas del imperio), sino que nos
da también una serie de detalles concretos que convierten el acontecimiento
en algo cercano y familiar.
   Fijémonos en primer lugar en los aspectos que tratan de subrayar la
magnitud de este acontecimiento singular. El texto de Lucas alude en primer
lugar al emperador Augusto y al "censo de todo el mundo". El mismo
evangelista ofrece otras referencias para situar la historia de Jesús. El
censo de todo el mundo y el hecho de que "todos iban a inscribirse" abre el
nacimiento del niño de Belén a unas perspectivas universales insospechadas.
Esa tendencia a amplificar el hecho se refuerza después en el anuncio del
Ángel a los pastores. La alegría que anuncia no es sólo para ellos, sino
"para todo el pueblo". Además el anuncio es presentado como "buena noticia"
(=evangelio), destinada por tanto a propagarse y a comunicarse.
   Dentro de esa perspectiva universalista, no sólo en cuanto al espacio
sino también al tiempo, la liturgia destaca justamente el "hoy" de la cele-
bración. Desde ese "hoy" litúrgico y actual pretende llevarnos a aquel otro
en el que se cumplió nuestra salvación. La palabra "hoy" es el centro del
anuncio del Ángel a los pastores y es igualmente el centro del mensaje que
la Iglesia quiere transmitir permanentemente a los hombres: hoy ha nacido el
Salvador.
   A dar ese sentido de plenitud y cumplimiento que tiene el "hoy" de la
liturgia contribuye también el texto de Isaías que se proclama en la 1ª.
lectura. En él se anuncia la época mesiánica como un paso de las tinieblas
a la luz, de la tristeza a la alegría, a esa alegría plena del momento de las
cosechas o de la liberación de una opresión milenaria. Pero todo ello se da
como algo ya realizado ("una luz les brilló"). El niño que ha nacido es el
príncipe de la paz. Pero al mismo tiempo es algo que se cumplirá en el
futuro: "El celo del Señor lo realizará".
   Ese mismo sentido podemos ver en la 2ª. lectura, cuando el apóstol habla
de la aparición de la gracia de Dios realizada en Cristo. Su venida y su
entrega tienen como finalidad el "prepararse un pueblo purificado", lo que
supone una tarea permanente.
   La lectura de la Palabra nos lleva así a vivir ese "hoy" de la salvación
ya cumplida en Cristo que se hace actual en nuestra historia. Somos invitados
a participar personalmente con María y José‚ con los pastores y con todos los
creyentes en ese maravilloso intercambio en el que Dios presenta y ofrece al
hombre su misma vida y el hombre es llamado a dejarse desarmar y entrar en
esa nueva luz que lo salva.
   En eso consiste la "gloria de Dios" que los Ángeles cantan y que tiene su
eco correspondiente en la "paz" de los hombres en la tierra. La manifestación
de Dios y la salvación del hombre son dos aspectos de la misma realidad.

Los signos concretos

   La narración del nacimiento de Jesús se mueve en el evangelio de Lucas a
través de signos muy concretos y muy sencillos que pretenden guiar al lector
a encontrar, también él, como los personajes del relato, al Mesías.
   El signo central, que da sentido a todos los otros, es el "niño": "encon-
traréis un niño". Este niño es presentado en primer lugar como "primogénito".
Es un término de amplio significado en el Nuevo Testamento porque refiere a
Jesús la herencia mesiánica de la casa de David. Además el recién nacido es
designado con tres títulos de gran relieve: Salvador, título ya incluido en
su nombre, el Mesías o Cristo que recoge la profecía sobre la ciudad de David
como lugar de su nacimiento, y, sobre todo, el Señor, aplicando de forma
directa al niño la designación que servirá a los creyentes para hablar de su
condición divina.
   Todo esto dice a quien se acerca al texto evangélico que el "niño" de
quien se habla esconde, tras su apariencia sencilla, un misterio profundo.
Por otra parte hay un gran contraste entre esa "grandeza" y "universalidad",
a la que aludíamos antes, y los signos concretos que se ofrecen para recono-
cer la identidad del niño. Ese contraste estimula también hoy al lector a dar
el mismo paso que los destinatarios del primer anuncio.
   Los signos concretos situados entorno al niño son, en primer lugar, su
condición de impotencia y debilidad; vienen luego los "pañales" que lo
envuelven, pero también que limitan sus movimientos y su libertad. Ese último
aspecto ha llevado a algunos a establecer un paralelismo entre este pasaje
y el de la sepultura de Jesús (Lc 23,53). Está también el detalle del
"pesebre" que puede subrayar el alejamiento del ambiente humano normal en el
que se produjo el nacimiento del niño.
   Por tres veces el texto evangélico recalca esos detalles ("niño", "paña-
les", "pesebre"): en la narración directa del hecho, en el anuncio del Ángel
a los pastores y en la constatación que éstos efectúan. Queda así bien subra-
yada la pobreza de los signos para revelar el altísimo misterio.
   Esos signos concretos ofrecidos a los pastores, pero también a María y a
José (y a nosotros), nos invitan a dar el paso de la fe reconociendo en el
niño recién nacido al Salvador. Y ese paso de la fe es el mismo que María y
José continuaron en Nazaret durante muchos años. Con el tiempo irán cambiando
los signos concretos según las condiciones de vida, pero siempre permanecerán
en el ámbito de la pobreza, de la humildad, de la sencillez. Es como una
invitación constante a mantenerse fieles a ese contraste infinito entre lo
que se ve y lo que se esconde, contraste por donde se mueve la fe.

   En silencio y llenos de amor
   queremos también nosotros
   llegarnos hasta el pesebre
   y contemplar la Palabra hecha carne.
   Te adoramos, Señor Jesús,
   en la elocuencia y humildad
   de tu primer gesto de encuentro con los hombres.
   Ilumina con tu luz
   las zonas de sombra de nuestra vida,
   esas partes aún no evangelizadas de nosotros mismos
   y del mundo en que vivimos,
   para que encontremos la verdadera paz
   y Dios sea glorificado.

Jesús, María y José

   La fiesta de Navidad nos invita a captar en profundidad el misterio de la
sencillez de los signos. Más que escudriñar los detalles de la narración,
ser  bueno fijarnos con mirada contemplativa en los gestos de María y de José‚
para aprender esas actitudes cristianas que nos llevan a acoger en nuestra
vida la salvación traída por Cristo.
   Fijémonos en María. La sublimidad de su gesto se esconde en las acciones
simples, transparentes, puras que menciona el evangelio: dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre... Es el primer
gesto de donación y presentación de Jesús. María ha acogido el Verbo en su
carne y lo ha entregado al mundo. Ningún gesto de posesión, ninguna sombra
de protagonismo ha ensombrecido la gloria de Dios en su entrega al hombre.
Nada hay más personal que engendrar y dar a luz y nada más desprendido que
entregar al recién nacido y permitirle que cumpla su misión.
   La solución inmediata de colocar al niño en el pesebre por no tener sitio
en la posada, sin duda compartida por María y José‚ traduce esa sencillez tan
humana de saberse contentar con lo que se tiene, de saber acomodarse a las
circunstancias como se presentan. Ninguna vanidad herida hubo en ese momento
porque ninguno de los dos pretendía una dignidad que fuera reflejo de la
grandeza del momento que vivían.
   José estaba también allí. Sin duda con la preocupación y premura, con la
responsabilidad y atención que requería un momento tan delicado y en tales
circunstancias. De él no se dice apenas nada, ¿qué importa? Su silencio su
"ausencia" del relato, deja ver con mayor claridad el signo central que es
el niño. También de él tenemos que aprender a desaparecer para que el
Salvador, el Señor, pueda manifestarse.
   Sin embargo, cuando los pastores llegan para comprobar el mensaje del
Ángel encuentran a María y a José junto con el niño. Se diría que las figuras
de María y de José sólo cobran importancia cuando se ha descubierto quién es
el recién nacido.

TEODORO BERZAL.hsf


sábado, 16 de diciembre de 2017

Ciclo B - Adviento - Domingo III

17 de diciembre de 2017 - III DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo B

                 "Entre vosotros está ese que no conocéis"

Isaías 61,1-2a. 10-11

      El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me
ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los
corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los
prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.
      Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha
vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio
que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.
      Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas,
así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos.

Tesalonicenses 5,16-24

      Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda
ocasión tened la Acción de Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo
Jesús respecto de vosotros.
      No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino
examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.
      Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os
consagre totalmente, y que todo vuestro ser, alma y cuerpo, sea custodiado
sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo.
      El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

Juan 1,6-8. 19-28

      Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe. No era él la luz.
      Este es el testimonio que dio Juan cuando los judíos enviaron desde
Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:
      -¿Tú quién eres?
      El contestó sin reservas: -Yo no soy el Mesías-.
      Le preguntaron:
      -Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?
      El dijo: -No lo soy-
      -¿Eres tú el Profeta?
      Respondió: -No- y le dijeron:
      -¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han
enviado, ¿qué dices de ti mismo?
      El contestó: -Yo soy "la voz que grita en el desierto: Allanad el
camino del Señor" (como dijo el Profeta Isaías).
      Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
      -Entonces ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el
Profeta?
      Juan les respondió:
      -Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el
que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de
desatar la correa de la sandalia.
      Esto pasaba en Betania, en la orilla del Jordán, donde estaba Juan
bautizando.

Comentario

      Los textos bíblicos propuestos por la liturgia de este domingo nos
ofrecen tres mensajes complementarios entre sí: el Bautista anuncia que el
Mesías está entre nosotros, el profeta Isaías lo presenta como el Mesías de
los pobres y, S. Pablo nos invita a alegrarnos por la venida del Mesías y a
acudir a su encuentro. Queda sí claro que el núcleo central del mensaje está
en esa condición de pobreza, requerida para poder acoger con alegría la
salvación que se nos ofrece
en Cristo.
      El evangelio de S. Juan, despojado de los detalles anecdóticos de los
sinópticos, va directamente al punto clave: la identidad de aquel que el
Bautista anuncia. Queda al mismo tiempo desenmascarada la actitud de quien
pregunta sin comprometerse, quizá por pura curiosidad, para que los
acontecimientos no le pillen desprevenido o para saber a qué atenerse,
quedando encerrado en los esquemas de su propia seguridad.
      La triple negativa de Juan Bautista rechaza para sí mismo toda
expectativa mesiánica y muestra al verdadero Mesías, ese desconocido, ya
presente, pero aún ignorado por "los de su casa" (Jn 1,11). El Bautista es
así testigo de "la luz", para que todos lleguen a "la fe" (Jn 1,7-8). Y el
evangelio de hoy se detiene aquí. El "juego educativo" de la liturgia va
desvelando progresivamente la identidad del "desconocido".
      El destinatario actual del mensaje ya sabe quien es ese "desconocido",
pero acepta el irlo descubriendo poco a poco, por dos motivos; Primero,
porque la expectativa aumenta, educa y hace madurar el deseo; segundo,
porque, aunque lo haya experimentado, el creyente tiene que confesar que él
no conoce aún a su Señor. A pesar de la fe, su rostro le queda todavía
velado. "A Dios nadie le ha visto jamás" (Jn. 1,18).
      Los rasgos ya entrevistos en el anuncio profético y, sobre todo, la
proximidad del encuentro es lo que suscita la alegría del creyente. Pero no
para llegar individualmente a un cierto goce espiritual, sino porque el
Mesías trae "la buena noticia a los que sufren, venda los corazones
desgarrados, proclama la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la
libertad" (Is. 61,1). Es la salvación completa que el Bautista anuncia y
María canta en el magnificat.

En Nazaret

      Y de la mano de María, que se introduce hoy discretamente en nuestro
Adviento, vayamos a leer el evangelio en Nazaret.
       Sin forzar el texto del evangelio de hoy, se puede decir también en
el tiempo de Nazaret: "entre vosotros está ese que no conocéis" (Jn. 1,26).
Desconocido vivió, en efecto quien era tenido por sus vecinos sencillamente
como "el hijo de José" (Lc 4,22) y el "hijo de María" (Mc 6,3).
      Después del anuncio del nacimiento y primeras manifestaciones de la
infancia, Jesús Bajó a Nazaret. "Eclipse de Dios", titula un autor el
capítulo que dedica a Nazaret en su historia de Jesús. Y La Iglesia ha
aplicado al misterio de Nazaret la expresión veterotestamentaria que habla
del "Dios escondido".
      Más que ningún otro, María y José vivieron la tensión que supone acom-
pañar al Mesías ya presente, pero aún desconocido. Ellos, que sabían quién
era Jesús por lo que se les había dicho al principio, vivieron en la
esperanza y en la fe por largo tiempo. Ellos, que lo habían acogido desde el
primer momento, sabían también cuáles eran las condiciones necesarias para
reconocerlo.
      Sólo desde la pobreza y la sencillez nazarenas se puede acoger al
Salvador como el Mesías, el que trae el reinado de Dios sobre la tierra. El
es verdaderamente, como dijo María, el único capaz de hacer cosas grandes.

      Señor, aún no conocemos bien tu rostro,
      pero nuestro corazón se alegra en ti.
      Una voz anuncia tu presencia
      y sabemos que un día llegará tu reino en plenitud.
      Señor, necesitamos tu misericordia
      que colme nuestra pobreza,
      que cure nuestros corazones desgarrados,
      que rompa las cadenas de nuestra esclavitud
      y las barras de nuestra prisión;
      que proclame fuerte la llegada del tiempo de la gracia.
      Gozamos ya, Señor, con el encuentro que se anuncia.
      Nos sentimos envueltos en tu "manto de triunfo"
      porque te has fijado en tu "humilde esclava".

Entre nosotros está

      Este evangelio de adviento leído en Nazaret nos educa para la vida.
Tenemos que aprender a buscar a Jesús y abrirnos a su mensaje para saberlo
reconocer en los diversos modos en que hoy viene y se manifiesta.
      Tenemos que acudir a quienes nos pueden enseñar a reconocerlo con
seguridad. Tenemos que aprender a acogerlo en la pobreza y en la humildad.
      Pero tenemos también que aprender a dar testimonio de Él como Juan
Bautista: diciendo claramente que es Él el Mesías, el único que puede salvar.
El contenido del mensaje tiene que ser claro y coherente tanto en nuestras
palabras como en nuestras obras.
      Para ello, como el Bautista y como María y José, tenemos que aprender
a disminuir para que Él crezca. "Por eso mi alegría que es ésa, ha llegado
a su colmo. A Él le toca crecer y a mí menguar" (Jn 3,30). Esas palabras de
Juan Bautista, que fueron también plenamente vividas en Nazaret, nos trazan
un camino que nunca lograremos recorrer totalmente.


TEODORO BERZAL.HSF