13
de octubre de 2013 - XXVIII
DOMINGO
DEL
TIEMPO
ORDINARIO
–
Ciclo
C
"¿No
ha
habido
quien
vuelva
para
agradecérselo
a
Dios
excepto
este
extranjero?”
Lucas
17,11-19
Yendo
Jesús
camino
de
Jerusalén,
pasaba
entre
Samaría
y
Galilea.
Cuando
iba
a
entrar
en
un
pueblo,
vinieron
a
su
encuentro
diez
leprosos,
que
se
pararon
a
lo
lejos
y
a
gritos
decían:
-
Jesús,
Maestro,
ten
compasión
de
nosotros.
Al
verlos,
les
dijo:
-
Id
y
presentaos
a
los
sacerdotes.
Y
mientras
iban
de
camino,
quedaron
limpios.
Uno
de
ellos
que
estaba
curado,
se
volvió
alabando
a
Dios
a
grandes
gritos,
y
se
echó
por
tierra
a
los
pies
de
Jesús,
dándole
gracias.
Este
era
un
samaritano.
Jesús
tomó
la
palabra
y
les
dijo:
-
¿No
han
quedado
limpios
los
diez?;
los
otros
nueve,
¿dónde
están?
¿No
ha
vuelto
más
que
este
extranjero
para
dar
gloria
a
Dios?
Y
le
dijo:
-
Levántate,
vete;
tu
fe
te
ha
salvado.
Comentario
Como
siempre,
Jesús
no
pasa
de
largo
ante
el
sufrimiento
humano,
ni
rehusa
asumir
la
condición
del
hombre,
por
muy
desfigurado
que
este
se
encuentre.
"Id
a
presentaros
a
los
sacerdotes",
dice
a
los
diez
leprosos.
El
encuentro
con
Jesús,
animado
por
tanta
esperanza
en
su
poder,
obra
el
milagro.
Todos
los
milagros
son
signos
de
la
presencia
y
del
poder
de
Dios,
pero
los
que
dan
la
vida
al
hombre
o
la
restauran
en
su
integridad,
que
son
la
mayor
parte
de
los
milagros
de
Jesús,
son
los
más
significativos.
Invierten
la
tendencia
a
la
decadencia,
a
la
muerte,
al
vaciamiento
del
vivir
humano
y
marcan
el
triunfo
de
la
vida.
Pero
el
evangelista
no
se
detiene
en
explicar
el
significado
del
milagro
en
sí,
sino
que
se
complace
en
subrayar
cómo
sólo
uno,
y
éste,
samaritano,
vuelve
para
dar
gracias
a
Jesús.
Jesús
aprecia
el
gesto
y,
precisamente
para
ese
extranjero,
la
gracia
de
la
curación
física
será
la
ocasión
para
llegar
a
la
fe
y
a
la
salvación:
"tu
fe
te
ha
salvado"
El
samaritano
que
vuelve,
no
lo
hace
por
pura
gratitud
humana.
Ha
entendido
algo
muy
importante.
Con
los
otros
nueve
compañeros
había
ido
al
templo
de
Jerusalén,
pero
él
había
entendido
que
era
Jesús
el
nuevo
templo
de
Dios,
el
lugar
de
su
presencia
salvífica.
Por
eso
vuelve
"alabando
a
Dios
a
voces".
El
agradecimiento
a
Jesús
y
la
alabanza
a
Dios
se
identifica
para
él
y
marcan
el
vértice
de
la
experiencia
humana
y
espiritual
del
leproso
curado
y
creyente.
Los
otros
se
quedaron
con
el
beneficio
físico
de
la
cura-
ción,
él
cree
y
llega
a
la
salvación.
En
realidad
sólo
en
él
se
"cumple"
verdaderamente
el
milagro.
El
milagro
de
Nazaret
El
milagro
de
Nazaret,
el
único
milagro
de
Nazaret,
fue
la
presencia
de
Jesús
en
medio
de
la
familia
por
obra
del
Espíritu
Santo.
Y
como
tal
fue
acogido
por
María,
que
presentó
la
objeción
de
"no
conocer
varón",
y
por
José‚
primero
con
su
respetuoso
silencio
y
después,
ante
la
palabra
del
Señor,
con
su
"vuelta"
a
casa.
Los
dos
creían
que
en
Jesús
Dios
había
"visitado
a
su
pueblo",
que,
como
había
dicho
el
Ángel
en
la
anunciación,
"lo
que
va
a
nacer
lo
llamarán
"Consagrado",
"Hijo
de
Dios"
Lc
1,35.
Pero
no
por
eso
su
fe
se
quedó
siempre
estacionada.
Al
contrario,
tuvo
que
abrirse
siempre
a
nuevas
perspectivas.
Que
su
hijo
es
"de
Dios"
lo
experimentaron
primero
ante
las
palabras
proféticas
de
Simeón
("lo
has
colocado
ante
todos
los
pueblos
como
luz
para
alumbrar
a
las
naciones"
Lc
2,31)
y
luego
en
Jerusalén
cuando
el
mismo
Jesús
les
respondió
que
"tenía
que
estar
en
la
casa
de
su
Padre"
Lc
2,49.
El
corazón
de
María
y
de
José
debió
estar
siempre
transido
de
agra-
decimiento
ante
el
gran
don
que
habían
recibido
en
Jesús.
El
hijo
de
Dios
era
su
hijo.
¿Quiénes
eran
ellos
para
recibir
tanto
bien?.
"Aquí
está
la
sierva
del
Señor",
dijo
María.
El
agradecimiento
a
Dios,
la
proclamación
de
sus
maravillas,
el
canto
del
magnificat,
no
fue
sólo
cosa
de
un
momento,
sino
una
actitud
permanente
de
la
Familia
de
Nazaret.
Las
fórmulas
de
oración
comportaban
para
los
hebreos
muchas
bendiciones
a
Dios:
bendición,
alabanza,
agradecimiento
por
el
día
nuevo,
por
el
pan,
por
el
agua,
por
el
primer
fruto
de
la
estación,...
¿Cuántas
veces
también
agra-
decimiento
y
bendición
por
Jesús,
el
Salvador,
el
Dios-con-nosotros?.
Gratitud
La
experiencia
de
que
todo
es
don
de
Dios,
de
que
todo
nos
viene
de
Él,
de
que
todo
"es
gracia",
es
fundamental
en
Nazaret
y
en
toda
vida
cristiana.
Los
milagros
nos
lo
recuerdan.
La
convicción
profunda
de
que
"Dios
nos
amó
primero"
(IJn
4,19)
lleva
a
entender
toda
la
vida
como
respuesta
a
ese
amor.
La
experiencia
de
la
gratuidad
crea
la
gratuidad.
De
este
espacio
de
libertad
creado
por
el
amor
libremente
ofrecido
y
libremente
aceptado
arranca
la
dimensión
contemplativa
de
toda
vida
cris-
tiana.
Quien
acierta
a
ver
toda
la
vida
como
don
de
Dios,
y
todo
lo
que
en
ella
ocurre
como
manifestación
o
rechazo
de
ese
don,
fácilmente
llega
a
una
permanente
actitud
de
agradecimiento,
a
una
perenne
"eucaristía".
Muchos
gestos
y
palabras,
muchos
tiempos
de
oración
no
encuentran
una
explicación
satisfactoria
ni
una
razón
suficiente
si
se
quita
esa
experiencia
primera
de
haberse
sentido
amado
por
Dios
y
de
haberse
sentido
colmado
de
sus
dones.
El
reconocimiento,
la
aceptación,
la
contemplación
del
"Dios
que
ha
hecho
tanto
por
mí"
es
fundamental
para
que,
como
en
el
samaritano
curado,
crezca
nuestra
fe,
y
nuestra
vida
encuentre
una
explicación
más
allá
de
la
eficacia
y
de
los
resultados
de
nuestros
trabajos.
Es
lo
que
vemos
en
la
Sagrada
Familia
quien
por
boca
de
María
supo
cantar
en
los
comienzos
de
su
trayectoria
"las
maravillas
del
Señor"
y
vivir
todo
el
resto
de
su
vida
en
armonía
con
ese
canto.
La
gratitud
introduce
en
la
existencia
un
elemento
nuevo,
inexplicable
e
indestructible
que
da
siempre
motivos
para
trabajar
más,
para
luchar
más,
para
sufrir
más.
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