sábado, 15 de noviembre de 2014

Ciclo A - TO - Domingo XXXIII

16 de noviembre de 2014 - XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIOCiclo A

"Señor, cinco talentos me dejaste"

-Prov 31,10-13.19-20
-Sal 127
-1Tes 5,1-6

Mateo 25,14-30
   Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
   -Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y les dejó
encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos,
a otro uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. El que recibió
cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que
recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno
hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho
tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas
con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros
cinco, diciendo:
   -Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.
   Su señor le dijo:
   -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo
poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.
   Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: Señor, dos
talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.
   Su señor le dijo:
   -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo
poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.
   Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo:
   -Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges
donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. aquí
tienes lo tuyo.
   El señor le respondió:
   -Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde
no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto el dinero en
el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses.
Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le
dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y
a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y
rechinar de dientes.

Comentario
   La laboriosidad atenta y vigilante en espera de la manifestación gloriosa
del Señor es el tema predominante en la liturgia de este domingo, como lo era
ya de los precedentes. "Estemos vigilantes y vivamos sobriamente"
(2ª. lectura). Esta actitud de responsabilidad y compromiso viene puesta de
relieve de manera singular en la llamada parábola de los talentos.
   La parábola contada por Jesús anuncia ante todo su próxima salida de este
mundo con las consecuencias que esto iba a suponer para sus discípulos: su
ausencia pondrá entre las manos de sus seguidores la gran responsabilidad de conservar y propagar los bienes del reino; de ahora en adelante les tocará
a ellos continuar su obra, cada uno según su capacidad.
   Vistas así las cosas, la parábola no es una simple exhortación a cultivar
las propias cualidades; existe en ella una dimensión de fe y compromiso con
el Reino que va más allá de las sabias recomendaciones de la pedagogía
clásica, para ponerle al creyente en trance de jugarse la vida como respuesta
a la llamada que ha recibido.
   El amo, al regresar de su largo viaje, alaba la fidelidad creativa de los
dos primeros empleados que no sólo conservan, sino que doblan lo que han
recibido. Pero el punto de fuerza de la parábola se revela mayormente en
relación con el tercero de los empleados. La relación difícil, hecha de
desconfianza y recelo, entre amo y siervo, paraliza la generosidad de éste
y le lleva a tomar las medidas para conservar lo recibido más que a actuar
con la libertad que pondrá en juego su talento y su persona.
   Precisamente éste parece ser el centro de la parábola, el contraste entre
quien acepta el reto de la fe que lleva a acoger el don de Dios y responder
con generosidad y quien prudentemente se cierra sobre sí mismo.
   El evangelista interviene, como en las parábolas precedentes, para
subrayar el aspecto escatológico. En primer lugar coloca en ese ambiente una
parábola que en Lucas ocupa otro lugar. Además aumenta notablemente la
cantidad que cada siervo recibe. En Lucas son "minas", medida que valía
sesenta veces menos que el talento. Mateo tiende así a hacer más comprometida la situación del siervo infiel. Por otra parte subraya con insistencia cómo el amo "al cabo de mucho tiempo volvió y se puso a ajustar las cuentas" (v.19). Las sentencias que da, tanto en sentido positivo a los dos primeros siervos, como en sentido negativo al último, son definitivas e inapelables.
Es interesante notar la expresión "al que tiene se le dará y al que no tiene
se le quitará" que aquí es usada de forma personalizada para condenar al
tercer siervo. El propio Mateo y los otros evangelistas la usan también para
hablar de los bienes del Reino, dados a quien ha creído en el evangelio y
"quitados" a quien lo rechaza (Cf Mt 13,12).

El hombre y la mujer
   La primera lectura y el salmo responsorial nos presentan respectivamente
la figura de la mujer fuerte y laboriosa y la del hombre honrado que teme al
Señor.
   Meditando el evangelio desde Nazaret, podemos ver a contraluz las
siluetas de María y de José. Ellos fueron "buenos administradores" de la
gracia recibida porque supieron poner en juego toda su persona en la
respuesta inicial a la llamada de Dios y porque día a día fueron viviendo en
fidelidad.
   Tres son los rasgos que el poema del libro de los proverbios celebra en
la mujer perfecta, que es presentada al final de ese libro como la
personificación misma de la sabiduría. Se pone de relieve en primer lugar la
laboriosidad, el amor al trabajo. La mujer perfecta es, ante todo,
"hacendosa". Viene en segundo lugar la amabilidad, que se expresa en relación con los de su casa, marido, hijos y criados, y con los de afuera. Esa
cualidad le merece la confianza de todos. Finalmente se revela cuál es la
fuente secreta de todas esas cualidades y la fuerza interior de donde mana
su actividad: es el temor de Dios. Frente a esa motivación profunda, las
demás cosas son fugaces y, a veces, hasta pueden ser engañosas.
   En el contexto litúrgico de hoy evidentemente la "mujer perfecta" se
alinea con los dos primeros siervos de la parábola, pues como ellos, sabe
hacer rendir al máximo cuanto se le ha confiado. El evangelio hace hincapié
en el momento final en que el amo se presenta para pedir cuentas, en
realidad, la fidelidad dispone ya desde el presente con el testimonio de la
propia conciencia. Ningún juez más severo con que lo que nosotros mismos hacemos.
"Que sus obras la alaben en la plaza" (Prov 31,31).
   En el salmo responsorial tenemos la figura del hombre que teme al Señor.
En el cuadro familiar que describe se destaca sin duda la figura del padre y
marido. Su felicidad y la de su casa se cifra ante todo en la fe y práctica
religiosa. El temor de Dios expresa esa profunda actitud de piedad que se
vive en el diario cumplimiento de la voluntad de Dios, en el "seguir sus
caminos". El trabajo viene presentado como medio de subsistencia y no aparece el sentido de castigo por el pecado que tiene en el primer libro de la
Biblia. La bendición del Señor, que proporciona la felicidad, se vive en la
intimidad familiar con una esposa fecunda y la numerosa prole en torno a la
mesa. Las imágenes del olivo y de la vid, tomadas del mundo agrícola de la
Biblia, son la mejor expresión de la paz, serenidad y crecimiento que se vive
en una familia unida. Revelan al mismo tiempo la situación más íntima de las
personas y ponen la base de una paz y prosperidad duraderas para todo el
pueblo. "Paz a Israel" es el saludo litúrgico que sirve de conclusión a este
salmo, que se cantaba en las procesiones de los israelitas al templo de
Jerusalén.
   La familia de Nazaret vivió día a día los valores más altos de honradez
y fidelidad encarnando el ideal de toda familia hebrea creyente y abierta a
los bienes del Reino que con Jesús llevaba en su seno.

   Te bendecimos, Padre, que has creado el mundo
   y lo has puesto entre las manos del hombre
   para que lo guarde y lo cultive.
   Te bendecimos porque en la plenitud de los tiempos
   Jesús puso en las manos de sus discípulos
   la responsabilidad de hacer crecer la semilla
   que con su vida y con su muerte había plantado.
   Danos tu Espíritu Santo
   que nos mantenga en una fidelidad constante
   a lo que nos diste cuando nos llamaste a la fe
   y a lo que nos das cada día
   para podernos presentar ante ti
   con el fruto de tus dones.

Buenos administradores
   La dimensión escatológica de la vida cristiana, puesta ya de relieve en
el domingo precedente, es acentuada y desarrollada en esta anteúltima etapa
del año litúrgico. Ante la vuelta del Señor que la parábola evangélica
escenifica de manera tan eficaz, aparece la exigencia de saber administrar
los dones que hemos recibido, como siervos buenos y fieles. La invitación a
ser buenos administradores cobra toda su urgencia si consideramos de una
parte la cantidad inmensa de dones que hemos recibido y de otra la
posibilidad de perderlo todo, de quedarnos sin nada. Digamos, sin embargo,
que la urgencia mayor, la que más estimula nuestra responsabilidad es la
relación personal de amor con quien nos lo ha dado todo y un día nos lo
pedirá todo.
   Ya en el plano de la naturaleza es mucho lo que todo viviente ha
recibido. Cada persona debe sentirse deudora de toda la acumulación de amor
que ha posibilitado su existencia. Si además consideramos el don de la
filiación divina con los otros dones sobrenaturales que se nos han dado en
el bautismo, la cuenta de nuestra deuda aumenta sobremanera. En realidad los dos o los cinco talentos se quedan aún cortos para describir todo lo que el
Señor nos ha dejado como regalo.
   El otro acicate para estimular nuestra buena administración es la
posibilidad de perderlo todo. Es difícil admitir esto a quien se siente en
posesión absoluta de todo lo que tiene; a quien se apoya en sus cálculos y
capacidades; en definitiva, a quien no se siente administrador, sino amo. Y,
sin embargo, tanto en el plano de la naturaleza como en el de la gracia,
existen personas frustradas, gente que no produce nada ni para sí mismo ni
para los demás, que ni siquiera sabe conservar lo poco que tenía...
   La solución evangélica es que hay que arriesgar, que no vale agarrarse
egoístamente a lo que se cree tener. Pero para dar ese salto que supone la
fe, hay que confiar en alguien. Podemos suponer que lo que paralizó al siervo
"negligente y holgazán" fue el concepto negativo que tenía de su amo y la
desconfianza que sentía hacia Él. Sólo el "temor del Señor", el verdadero

temor que no mete miedo porque esta hecho de adoración y de amor, 
es capaz de poner en marcha todas las energías en la vida del cristiano.


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