22 de octubre de 2017 - XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Pagad al César lo
que es del César, y a Dios lo que es de Dios"
-Is 45,1.4-6
-Sal 95
-1Tes 1,1-5
-Mt 22,15-21
Mateo
22,15-21
Los fariseos se retiraron y llegaron a
un acuerdo para comprometer a
Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos con unos
partidarios de
Herodes, y le dijeron:
-Maestro, sabemos
que eres sincero y que enseñas el camino de Dios
conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te
fijas en las
apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar
impuesto al César o
no?
Comprendiendo su
mala voluntad, les dijo Jesús: ¡Hipócritas!, ¿por qué me
tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron un
denario, Él les preguntó:
-¿De quién son esta
cara y esta inscripción?
Le respondieron:
-Del César.
Entonces les
replicó:
-Pues pagadle al
César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
Comentario
En el evangelio de
hoy prosigue la polémica entre Jesús y sus adversarios
que las parábolas de los domingos precedentes habían ya
puesto en evidencia.
Pero esta vez en el campo estrictamente religioso entra
también la componente
política, por eso la cuestión se hace más comprometida. A
acentuar la
dificultad contribuye no sólo el tema, sino la composición
de la delegación
que se acerca a Jesús. Se trata de dos facciones opuestas:
los fariseos,
contrarios a la dominación romana, y los herodianos, a los
que hoy
llamaríamos colaboracionistas, porque aceptaban la
dominación extranjera y
sostenían a Herodes, tratando de conciliar las aspiraciones
mesiánicas con
las ventajas del poder constituido.
En ese clima y ante
tal auditorio, la opinión que piden a Jesús sobre la
legitimidad de pagar los impuestos, resultaba delicada. Si
daba un sí se
atraía la enemistad de los fariseos y de buena parte de la
multitud que lo
había seguido y aclamado al entrar en Jerusalén. El no de su
parte era
colocarse en contra de la autoridad civil constituida,
pudiendo ser tachado
de subversivo.
Jesús, sin embargo,
no se deja engañar y encuentra una solución que va
más allá de la habilidad dialéctica para situar la cuestión
en su terreno
justo y verdadero.
Ha habido quien ha
visto en la respuesta de Jesús la justificación de la
teoría que pretende asignar a la esfera de lo religioso y a
la esfera de lo
político dos ámbitos contrapuestos o independientes para el
hombre y para la
sociedad. Sin negar las legítimas autonomías, lo que Jesús
dice tiende a
crear una profunda unidad en el hombre ofreciéndole las
razones más válidas
de su vivir. La dimensión política del hombre debe estar
abierta a lo
religioso y este último aspecto no puede encerrarse en sí
mismo, sino
iluminar y motivar la acción social y política del hombre.
En las palabras de
Jesús, la realidad última no es lo que hay que dar al
Céar, sino lo que hay que dar a Dios. Es decir, no existe un
paralelismo
entre ambas exigencias, sino una subordinación. En otros
términos, en las
situaciones normales el hombre debe poder armonizar ambas
exigencias, pero
en caso de oposición y conflicto, Dios debe estar por encima
de todo.
Esto no significa
disminuir los derechos de César, sino colocarlos en el
lugar que les corresponde y además darles la justa perspectiva
en el designio
global de Dios. Este último aspecto resalta más en la
lectura litúrgica al
acercar el texto evangélico a la elección que Dios hace de
Ciro, un pagano,
para realizar sus proyectos con el pueblo elegido (1ª.
lectura).
El César y Dios
Los evangelios de
la infancia de Cristo ilustran varios aspectos de la
relación de la Sagrada Familia con el poder político
instituido en su tiempo.
Quizá podamos a través de ellos prolongar nuestra reflexión
sobre el
evangelio de hoy.
Algunos de esos
episodios tienen un fuerte significado simbólico que
sirve para decirnos algo sobre la identidad de Jesús; otros
indican, en la
línea de la encarnación, la condición ordinaria de una
familia de Palestina,
sujeta a los vaivenes de las circunstancias históricas y a
las decisiones de
quien gobierna. Nos detendremos en la figura de Augusto en
el evangelio de
Lucas y en la de Herodes en el evangelio de Mateo.
La narración del
nacimiento de Jesús empieza con el decreto de César
Augusto de empadronar "todo el universo" (Lc 2,1).
Es presentado así el
emperador como un sujeto activo en el cumplimiento de los
planes de Dios y
no sólo como referencia cronológica de los hechos de la
historia. Además se
le atribuye un dominio absoluto sobre la totalidad del mundo
habitado
(oikoumene) como indicando que el Mesías que va a nacer y
sus padres están
también sujetos a su autoridad. El evangelio presenta el
caso de José y María
como uno de tantos: "Todos iban a empadronarse, cada
uno a su ciudad" (Lc
2,2). Siguiendo el hilo del relato se descubre, sin embargo,
no sin una
cierta ironía, que la decisión imperial ha servido de manera
determinante a
que el niño venga al mundo en Belén, la ciudad de David, el
antepasado de
José. Se pone así en evidencia su condición mesiánica y se
confirma lo que
Dios había anunciado a María por boca del Ángel: "Su
reino no tendrá fin" (Lc
1,33).
Pasemos al caso de
Herodes.
En el episodio de
la visita de los Magos, en los dos primeros versículos
del cap. 2º de Mateo se habla de dos reyes: el Rey Herodes y
el recién nacido
rey de los judíos por el que los Magos preguntan. El
conflicto es evidente
y parece inevitable. La terrible decisión de suprimir a
todos los niños de
la zona viene motivada por la inquietud que le produce a
Herodes el
nacimiento de un rival. Su designio se opone así
abiertamente al de Dios,
pero para realizarlo no duda un instante en movilizar a
todas las fuerzas
religiosas de la ciudad, solicita la colaboración de los
Magos, etc. La
continuación del relato explica el fracaso de Herodes tras
un aparente
triunfo. Cuando cree poder estar tranquilo porque su orden
terrible ha sido
ejecutada, resulta que al único que le interesaba matar ha
escapado. No sólo eso,
sino que posteriormente se nos informa que, mientras Jesús
vuelve de Egipto
con su familia, quien ha muerto ha sido precisamente
Herodes.
Quienes tienen la
misión de gobernar toman las decisiones, unas veces
justas, otras equivocadas, pero quien conduce la historia,
la historia de la
salvación, es Dios. Este último gran actor de todo lo que
sucede no quita la
responsabilidad a los hombres, al contrario, sus decisiones
adquieren una
nueva dimensión al inscribirse en los designios divinos.
Te bendecimos, Padre, porque en Cristo
nos has llamado a la libertad.
Te damos gracias porque su evangelio
ilumina toda nuestra vida
y nos da las razones verdaderas
para todas las dimensiones de nuestra
existencia.
Que tu Espíritu Santo nos lleve
a dar a Dios lo que es de Dios,
a colocarte por encima de todas las cosas
y a ordenarlas todas
a partir de ese principio supremo.
Guía a tu Iglesia, Señor,
para que sea testigo de los bienes del Reino
en medio de las vicisitudes de este mundo.
La actividad de la fe
La actividad de la
fe, el esfuerzo del amor, el aguante de la
esperanza... Son las tres grandes dimensiones en que se
expresa toda la vida
cristiana que S. Pablo nos recuerda hoy en la 2ª. lectura.
Son esas tres
dimensiones las que en lo concreto de la vida aseguran al
cristiano el
equilibrio y la armonía entre la esfera de lo temporal y la
esfera de lo
espiritual de que habla el evangelio de hoy, ayudándole a
establecer entre
ellas la justa relación.
Por lo que se
refiere a la comunidad eclesial las orientaciones del
Vaticano II han sido luminosas en nuestra época: "La
misión propia que Cristo
confió a su Iglesia no pertenece al orden político,
económico o social: el
fin que le asignó es de orden religioso. Con todo, de esta
misión religiosa
emanan un encargo, una luz y unas fuerzas que pueden servir
para establecer
y consolidar según las leyes divinas la comunidad
humana" (G.S. 42). Porque
la misión de la Iglesia es religiosa, es también
"sumamente humana", dirá el
Concilio en otro lugar (Cfr.G.S.11). De ahí que las
tendencias reduccio-
nistas, en uno u otro sentido, han sido siempre
empobrecedoras.
Lo mismo podemos
decir si consideramos el compromiso de cada cristiano.
La primera parte de la sentencia de Jesús: "Pagadle al
César..." nos obliga
a tomar en serio los compromisos temporales, la
profesionalidad en el
trabajo, el cumplimiento de los deberes cívicos, las
exigencias de la
justicia. Pero la segunda parte, "Y dad a
Dios...", nos debe llevar a no
absolutizar la política hasta hacerla árbitro de todas las
opciones
colectivas, ni la ciencia hasta despojarla de las exigencias
de la ética, ni
la economía hasta sacrificar vidas humanas a sus postulados.
La perspectiva
religiosa del creyente debe situar a Dios por encima de todo
y relativizar
todas las demás instancias de la vida. Es así como el
cristiano llega a una
libertad interior inestimable que le hace comprometerse a
fondo y en la
medida justa con todas las causas del hombre.
TEODORO
BERZAL.hsf
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