12 de julio de 2020 - XV DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"La semilla es la
Palabra de Dios"
-Is 55,10-11
-Sal 64
-Rom 8,18-23
-Mt 13,1-23
Mateo 13,1-23
Salió Jesús de casa
y se sentó junto al lago. Y acudió a Él tanta gente,
que tuvo que subirse a una barca; se
sentó y la gente se quedó en pie a la
orilla. Les habló mucho rato en
parábolas:
-Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del
camino; vinieron los pájaros y se lo
comieron. Otro poco cayó en terreno
pedregoso, donde apenas tenía tierra, y
como la tierra no era profunda brotó
enseguida; pero, en cuanto salió el
sol, se abrasó y por falta de raíz se
secó. Otro poco cayó entre zarzas, que
crecieron y lo ahogaron. El resto cayó
en tierra buena y dio grano: unos
ciento, otros sesenta, otros treinta. El
que tenga oídos, que oiga.
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
-¿Por qué les hablas en parábolas?
El les contestó:
-A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los
cielos, y a ellos no. Porque al que
tiene se le dará y tendrá de sobra, y al
que no tiene, se le quitará hasta lo
que tiene. Por eso les hablo en parábo-
las, porque miran, sin ver, y escuchan,
sin oír ni entender. Así se cumplirá
en ellos la profecía de Isaías:
"Oiréis con los oídos, sin entender; miraréis
con los ojos, sin ver; porque está
embotado el corazón de este pueblo, son
duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los
oídos, ni entender con el corazón, ni
convertirse para que yo los cure". Di-
chosos vuestros ojos porque ven, y
vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que
muchos profetas y justos desearon ver
lo que veis vosotros, y no lo vieron,
y oír lo que oís y no lo oyeron.
Vosotros oíd lo que significa la parábola
del sembrador: Si uno escucha la
Palabra del Reino sin entenderla, viene el
Maligno y roba lo sembrado en su
corazón. Esto significa lo sembrado al borde
del camino. Lo sembrado en terreno
pedregoso significa el que la escucha y
la acepta enseguida con alegría; pero
no tiene raíces, es inconstante, y,
en cuanto viene una dificultad o
persecución por la Palabra, sucumbe. Lo
sembrado entre zarzas significa el que
escucha la Palabra; pero los afanes
de la vida y la seducción de las
riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo
sembrado en tierra buena significa el
que escucha la Palabra y la entiende;
ése dará fruto y producirá ciento o
sesenta o treinta por uno.
Comentario
Después de haber leído en el evangelio de Mateo el discurso de la montaña
(caps. 5-7) y el discurso de la misión
apostólica (cap. 10), encontramos en
el cap. 13 el discurso de las
parábolas. Con la primera de ellas, la del
sembrador, que leemos este domingo, el
evangelista nos descubre también el
motivo del lenguaje parabólico empleado
por Jesús.
El texto de hoy comprende una introducción narrativa que presenta a
Jesús
en actitud docente, en un ambiente
alejado del lugar habitual de residencia
de la gente (el mar) y rodeado de dos
categorías de personas: la multitud
(más bien hostil a Jesús en esta parte
del evangelio de Mateo) y los
discípulos. Viene después la parábola
propiamente dicha, que examinaremos con
más detalle. Sigue un intermedio en el
que Jesús explica las razones de su
hablar en parábolas y a continuación el
evangelista ofrece la explicación de
la parábola. Los comentaristas dicen
que esta última parte no puede
atribuirse al Jesús histórico sino que
sería la explicación que la comunidad
primitiva daba habitualmente de las
palabras del Maestro.
Si nos fijamos en la parábola propiamente dicha, podemos subrayar los
tres actores principales: el sembrador,
la semilla y los diferentes tipos de
tierra que producen fruto en medida
diferente. Nosotros concentraremos la
atención ahora sólo en la semilla.
En la narración se pone el acento en su fecundidad. A pesar de que parte
de ella se pierda por falta de acogida,
cuando encuentra el terreno adecuado,
la semilla germina y da fruto. El
fracaso repetido se interrumpe de modo
sorprendente al final de la narración;
cuando todo parece perdido aparece la
tierra buena y se da el éxito final de
la siembra e indirectamente del
sembrador. La semilla (identificada con
la Palabra de Dios en la
interpretación) es presentada como
conteniendo una virtud propia, un poder
germinador que es independiente del
suelo donde cae, pero que necesita de un
lugar donde arraigar.
A subrayar ese poder autónomo de la Palabra contribuye la lectura de la
parábola que se hace en la liturgia ya
que viene precedida por el texto de
Isaías que describe el ciclo de la
Palabra y su fecundidad. El profeta la
compara con la lluvia que penetra,
fecunda la tierra y la hace producir sus
frutos para regresar al lugar donde
reside, según la concepción cosmológica
antigua.
La dificultad de la germinación y la tardanza en producir el fruto
encuentra eco, incluso en dimensiones
cósmicas, en la 2ª. lectura. La realidad
germinal de la salvación traída por
Cristo reclama la manifestación gloriosa
y el cumplimiento total de lo que es ya
una realidad en el hombre bautizado
y en el mundo en cuanto tal.
El sembrador
La meditación del evangelio desde Nazaret nos lleva a fijar la mirada
ahora más bien en el sembrador de la
parábola. En realidad todas las
parábolas, al hablarnos del Reino de
Dios, nos dicen también algo acerca de
Jesús mismo que lo anuncia y lo
personaliza en sí mismo.
En el caso de la parábola del sembrador de lo que se habla en primer
término es de la experiencia misionera
de Jesús. El salió de Nazaret para
anunciar la buena nueva como buen
sembrador y sembró abundantemente la
palabra de salvación en su tierra de
Galilea. Tras un cierto éxito inicial,
y prueba de ello es el gentío que tiene
delante cuando habla, empieza a ver
cómo lo que dice encuentra muchas
resistencias para arraigar de verdad en la
gente y para que llegue a dar fruto.
Los relatos evangélicos testimonian
ampliamente como a medida que pasa el
tiempo el panorama se va ensombrecien-
do. Hay quienes no comprenden lo que
dice, su corazón es duro como la tierra
de un camino; el diablo parece llevarse
lo que Él había depositado; después
de haberlo seguido un instante muchos
lo abandonan. Hay quienes acogen su
mensaje con alegría, muestran incluso
deseos de seguirlo, todo hace pensar
que seguirán adelante, pero apenas
llega la hora de la prueba se muestran
flojos o bien son otras preocupaciones
las que se encargan de sofocar una
planta que prometía... Muchas veces la
experiencia del profeta, del
anunciador de la buena nueva es
desalentadora.
Pero cuando todo parece perdido, y en eso está el aspecto que podríamos
llamar profético de la parábola, cambia
todo, se da una acogida y una
fecundidad insospechada, la tierra da
su fruto. También esto trasluce la
experiencia de Jesús. Cuando las
multitudes le vuelven la espalda y hasta
piden su condena a muerte, cuando hasta
sus discípulos lo abandonan, cuanto
parece que todo va a terminar en un
fracaso he aquí que la palabra empieza
a multiplicarse y sale de Jerusalén
para llegar hasta los confines de la
tierra. Jesús vio al ejercer su
actividad evangelizadora cómo al lado de la
cerrazón de algunos, otras gentes
sencillas se iban abriendo a su palabra y,
aun en medio de muchas resistencias y
dificultades, supo con certeza que un
día su mensaje se abriría camino.
En realidad Jesús está expresando en la parábola su experiencia humana
más profunda. Consciente de poseer y de
tener que anunciar el amor del Padre,
el mensaje de salvación, toca con la
mano la lentitud, la inconstancia, la
dureza del corazón humano. Encontramos
así una prolongación de su camino de
encarnación que tantos años había
durado en Nazaret. Y encontramos también
un anuncio de lo que será su
experiencia definitiva de abandono en las manos
del Padre cuando llegue el momento de
la muerte, como grano caído en tierra.
En eso consiste la experiencia del sembrador: echar la semilla en tierra
con una gran esperanza, una esperanza
que no se doblega ni ante las
apariencias de esterilidad ni ante la dureza
de la tierra, sino que confía
totalmente en quien le asignó la misión
y en la fuerza misma del mensaje.
Señor Jesús, Palabra de Dios,
tú has sido sembrado en nuestra tierra
y has experimentado en tu vida
toda la resistencia y oposición
que nosotros ponemos para dejarte germinar.
Danos tu Espíritu Santo
que rompa la dureza de nuestro corazón
para que nuestros ojos te vean
y nuestros oídos te escuchen.
Así podremos dar los frutos
que el Padre espera de nosotros.
Que la esperanza de la cosecha
venza en nosotros la duda y el abatimiento
ante la lentitud y las dificultades
con las que tropieza el Reino.
La tierra
La donación gratuita y generosa por parte de Dios, que ha sembrado
abundantemente su Palabra, la fuerza
germinadora que ésta lleva en sí misma,
la difusión del Evangelio en el mundo,
prueba inequívoca de que la misión de
Jesús no ha sido vana, no debe hacernos
olvidar el otro actor de la parábola:
la tierra.
La interpretación de la parábola que ofrece el texto mismo del
evangelio,
pone el acento precisamente en los diversos
modos de acoger la semilla; se
da por descontado la generosidad del
sembrador y la bondad de la semilla.
El punto clave de la acogida está en el "comprender" la
Palabra. Todas
las personas representadas por los
tipos de tierra que no dan fruto
"escuchan" la Palabra, pero
sólo quien escucha y comprende es tierra buena.
De ahí la importancia de las palabras
de Jesús sobre el ver sin ver y el oír
sin oír ni comprender, que marcan la
neta diferencia entre la Palabra
sembrada y la Palabra acogida. Es la
línea sutil que separa el creer del no
creer. El evangelio no busca las
razones de esa distinción: a unos es dado
a otros no. Daría la impresión incluso
que en nada depende de las personas.
En realidad, si leemos bien el texto de
Isaías 6,9-10, al que remite la
expresión evangélica (Cfr. v. 13)
encontramos la explicación. Se trata de
aquellos que por tener un corazón
endurecido no pueden ver ni oír. Son
quienes de forma explícita y consciente
rechazan la conversión. No son quie-
nes no ven u oyen, sino quienes no
quieren ver ni oír.
La parábola pone el dedo en la llaga de lo que significa acoger o
rechazar la salvación que es ofrecida
gratuitamente por Dios. Por eso Jesús
declara dichosos a sus discípulos,
porque "ven" y "oyen".
Los porcentajes en el rendimiento de cada terreno, desde este punto
de vista, tienen una importancia
secundaria. Se diría que el sembrador se contenta
con lo que cada uno buenamente puede
dar. La oposición principal se produce
entre la tierra buena (solo una) y los
diferentes tipos de tierra baldía (que
son tres).
La tradición cristiana ha visto siempre en los diferentes tipos de
tierra, los diferentes modos de responder
a la gracia de Dios. Hay siempre
en ello un más y un menos del que
depende no sólo la suerte personal de cada
uno -"cada uno recogerá según lo
que haya sembrado" (Gal 6,6)- sino el
progreso del Reino de Dios en este
mundo.
VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf
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