16 de agosto de 2020 - XX DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"¡Qué‚ grande es tu fe, mujer!"
-Is 56,1. 6-7
-Sal 66
-Rom 11,13-15.
29-32
-Mt 15,21-28
Mateo 15,21-28
Jesús salió y se
retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer
cananea, saliendo de uno de aquellos
lugares, se puso a gritarle:
-Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy
malo.
El no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a
decirle:
-Atiéndela, que viene detrás gritando.
Él les contestó:
-Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
Ella los alcanzó y se postró ante Él, y le pidió de rodillas:
-Señor, socórreme.
Él le contestó:
-No está bien echar a los perros el pan de los hijos.
Pero ella repuso:
-Tienes razón, Señor; pero también lo perros comen las migajas que caen
de la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
-Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se cumpla lo que deseas, En aquel
momento quedó curada su hija.
Comentario
Las tres lecturas de este domingo tienen como tema común la
universalidad
de la salvación en Cristo, para que
"todos los pueblos alaben a Dios" (Sal
66).
El pasaje de la tercera parte del libro de Isaías hace hincapié en la
posibilidad que tienen los extranjeros
de "subir al monte santo de Sión" y
de ofrecer su sacrificio en el templo,
casa común de todos los pueblos. Es
de notar que el profeta insiste en las
condiciones interiores, accesibles a
todos, para formar parte del pueblo de
Dios (extranjeros que se han dado al
Señor), más que en las características
étnicas o en observancias legales.
Se va así abriendo camino la idea de una apertura universal según la
cual
todo hombre puede adorar a Dios en
espíritu y en verdad (Cfr. Jn 4,21) y de
que la salvación es ofrecida a todo el
que cree (Rom 3,21). En esa línea
puede verse el relato que leemos hoy en
el evangelio, aunque no sin alguna
dificultad.
El único punto de referencia del relato de Mateo es el pasaje paralelo
de
Marcos (7,24-30). Esto ya es
significativo, pues Lucas, el evangelista que
más insiste en los aspectos universales
de la salvación, omite este hecho.
Si nos fijamos en el texto de Mateo que leemos hoy, llama la atención la
determinación de Jesús para ir a tierra
de paganos. Hay que tener en cuenta
la crítica que en los versículos
anteriores había hecho a las prácticas
legalistas que olvidan el corazón del
hombre.
Si leemos con atención el relato vemos que, ante la fe profunda y
sencilla de la mujer cananea, Jesús
parece oponer un triple rechazo: el
silencio, la declaración de que su
misión está reservada a las ovejas de
Israel y la preferencia de los hijos
sobre los perros. Es de notar que en el
evangelio de Marcos el rechazo es sólo
uno y que no hay una exclusión tan
fuerte de los paganos, sino más bien
una preferencia por el pueblo elegido:
"Deja que coman primero los
hijos" (Mc 7,27).
La diferencia puede explicarse por la diversidad de destinatarios de
ambos evangelios: las comunidades
provenientes del paganismo (Marcos) y las
comunidades judeocristinas (Mateo). O
quizá la mayor dureza de Jesús en el
evangelio de Mateo sirva sólo para
acentuar la fe de la mujer cananea. El
rechazo pone mayormente de relieve cómo
de nada sirve la pertenencia al
pueblo de Israel sin la fe personal.
La postura de Mateo se acercaría así a la que expresa S. Pablo en la 2ª.
lectura, el cual pretende despertar la
emulación de los de su raza para ver
si salva a alguno de ellos.
Al encuentro del hombre
La Palabra de Dios orienta nuestra reflexión hacia la dimensión
universal
del plan salvífico de Dios. En el
milagro efectuado por Jesús en favor de una
mujer que no pertenecía al pueblo
elegido, los evangelistas ven el signo de
una llamada a todos los hombres a
formar parte de la nueva alianza hecha por
Dios en Cristo. La única condición es
la fe en Jesús, "el hijo de David".
La piedra fundamental de ese universalismo de la salvación, ya anunciado
por los profetas, es ciertamente la
encarnación del Verbo. El concilio
Vaticano II lo ha expresado así:
"Imagen de Dios invisible (Col 1,15). Él es
el hombre perfecto que ha restaurado en
la decadencia de Adán la semejanza
divina deformada por el primer pecado.
La naturaleza humana ha sido por Él
asumida, no absorbida; por lo mismo,
también en nosotros ha sido elevada a
dignidad sin igual. Y que Él, Hijo de
Dios, por su encarnación, se identificó
en cierto modo con todos los hombres:
trabajó con manos de hombre, reflexionó
con inteligencia de hombre, actuó con
voluntad humana y amó con humano
corazón. Nacido de la Virgen María, es
verdaderamente uno de nosotros,
semejante en todo a nosotros, excepto
en el pecado" (G.S. 22). Ese primer
paso de solidaridad con todo hombre
dado por Dios mismo en la encarnación es
el que orienta todos los otros y el que
guía los que la iglesia y cada uno
de nosotros debemos dar continuamente.
Ante el hecho de la encarnación, podríamos, sin embargo,
estar tentados de eliminar todas las
barreras y de llegar a un confusionismo
sincretista para decir que todas las
situaciones religiosas son equivalentes,
puesto que Dios mismo parece haber
negado la raíz de todos los privilegios.
El respeto de la libertad religiosa se
funda en la naturaleza libre de la
persona y no en la mayor o menor
adecuación a la verdad que tienen sus
creencias.
El evangelio de este domingo nos invita a ser al mismo tiempo abiertos y
cautos ya que el mismo Jesús, que va al
encuentro de todos, parece marcar
unas distancias y establecer unas
prioridades. Esa es también la otra faceta
que nos enseña la encarnación y que no
cesamos de meditar. Jesús se ha
identificado con un pueblo, el pueblo
de Israel. Ha asumido la naturaleza
humana, no de modo genérico, sino con
todas las limitaciones y connotaciones
de una cultura, una lengua, una fe. En
un momento determinado y encontrándose
en una situación similar a la que
relata el evangelio de este domingo, no
teme decir a la mujer samaritana:
"la salvación viene de los judíos" (Jn
4,23).
Efectivamente, Dios no puede deshacer con una mano lo que construye con
la otra. "Los dones y la llamada
de Dios son irrevocables" (2ª. lectura). Hay
una armonía en el designio de Dios que
a veces se nos escapa porque nuestra
limitación nos impide sondear el
misterio.
Señor Jesús, abierto a todos,
que has salido al encuentro del hombre,
prisionero del diablo y del pecado,
aumenta en nosotros la fe
que confiesa tu nombre y tu poder,
y nos acerca al Padre con la confianza de los hijos.
Enséñanos a no desanimarnos en la oración
y danos esa actitud profunda
de respeto y de apertura,
de humildad y de sencillez,
fruto de la acción del Espíritu Santo,
que no hace cercanos a todos
y nos une verdaderamente a ti
Ser universales
La construcción de la comunión entre todos los hombres es una vieja
aspiración humana que hoy se hace más
apremiante por la facilidad de la
comunicación y por la frecuencia de
intercambios de todo tipo. El evangelio
de hoy nos enseña que para que tal
aspiración pueda realizarse de verdad es
necesario reconocer a Jesús como Señor
y portador de la salvación. Es, en
efecto, el pecado lo que cierra el
corazón del hombre al encuentro con sus
hermanos y con Dios.
Podemos imaginar dos caminos para ensanchar nuestro corazón y vivir esa
universalidad de la salvación a la que
invita la Palabra de Dios.
El uno se dirige hacia la comprensión de la complejidad del alma humana
y de las diversas realidades en las que
la salvación actúa. Es un camino que
lleva a la admiración por la
multiplicidad y grandeza de las obras de Dios
en los distintos tiempos de la
historia, en la diversidad de las culturas, en
la multiplicidad de los pueblos, de las
instituciones... Requiere una buena
capacidad de apertura, de tolerancia y
de penetración en las realidades
humanas para rastrear los senderos del
Espíritu y para comprender a personas
muy distintas de nosotros.
Pero hay otro camino para llegar a la universalidad. Es el de la
sencillez. Consiste en saber vivir en
profundidad y con sentido común las
cosas más elementales. Podemos estar
seguros de que en ella nos encontramos
con todo hombre.
Fue quizá esa actitud de sencillez, aprendida largamente en Nazaret, la
que permitió a Jesús descubrir en la
apremiante insistencia de una madre
cananea esa fe sincera que le arrancó
el milagro de la liberación de su hija.
Los cristianos, llamados hoy a colaborar más que nunca con todos los
hombres en los diversos terrenos de la
actividad humana, debemos al mismo
tiempo ponernos al alcance de todos y
conservar de modo firme la autenticidad
de nuestra fe y la coherencia con la
vida teniendo como punto de referencia
a Jesús, el Hijo de Dios.
VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf
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