5 de noviembre de 2017 - XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
– Ciclo A
"Todos vosotros sois hermanos"
-Mal 1,14-2,2.8-10
-Sal 130
-1Tes 2,7-9.13
-Mt 23,1-12
Mateo 23,1-12
Jesús habló a la
gente y a sus discípulos diciendo:
-En la cátedra de
Moisés se han sentado los letrados y los fariseos;
haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos
hacen, porque
ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e
insoportables y se
los cargan a la gente en los hombros; pero no están
dispuestos a mover un
dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la
gente: alargan
las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les
gustan los primeros
puestos en los banquetes y los asientos de honor en las
sinagogas; que les
hagan reverencias por la calle y que la gente los llame
"maestro".
Vosotros en cambio
no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es
vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis
padre vuestro
a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el
del cielo. No os
dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor,
Cristo. El primero
entre vosotros sea vuestro servidor.
El que se enaltece
será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Comentario
El cap. 23 del
evangelio de Mateo, cuya parte primera leemos hoy,
prolonga y agudiza el tono polémico de las parábolas y
controversias que lo
preceden. Jesús se encuentra en el templo de Jerusalén y se
dirige primero
a la multitud (vv. 1-12), luego directamente a los fariseos,
presentados como
adversarios directos (vv.13-36) y finalmente a la ciudad de
Jerusalén (vv.37-
39).
Para comprender la
dureza de las palabras empleadas por Mateo en este
capítulo conviene siempre tener presente que se dirige a las
comunidades
judeocristianas, cuyos miembros estaban sufriendo una
dolorosa separación y
un desarraigo, a veces violento, de la sinagoga. Además,
después del año
70, cuando el Evangelio de Mateo toma su forma definitiva,
el movimiento de
los fariseos es el único que sobrevive a todos los grupos
que existían en
tiempos de Jesús y, de algún modo, se le hace encarnar toda
la realidad del
pueblo hebreo. Esto ha cargado a los fariseos con más
responsabilidades de
las que probablemente tenían y ha contribuido a deformar su
imagen en la
tradición cristiana.
Si nos fijamos
concretamente en el texto de hoy, podemos descubrir la
siguiente sucesión estructural. Después de señalar que los
destinatarios del
discurso de Jesús son la gente y sus discípulos, viene la
serie de
acusaciones a los fariseos, precedidas, sin embargo, por la afirmación
de la
legitimación de su función; la segunda parte del discurso
propone una fuerte
antítesis de comportamiento para los discípulos con respecto
a los fariseos
y el discurso se cierra con una máxima que exalta la
humildad.
Tres son las
acusaciones fundamentales que se desprenden de las palabras
de Jesús. Viene en primer lugar la incoherencia de vida o hipocresía,
que
consiste en el desacuerdo entre lo que se propone como ideal
para los demás
y lo que realmente uno hace. A pesar de esa incoherencia, Jesús
reconoce la
legitimidad de la función de enseñar que tienen los fariseos
y recomienda a
sus seguidores que sepan discernir y obrar lo que es bueno.
Está después la acusación
de rigorismo o interpretación excesivamente
"ortodoxa" de la ley, cosa muy posible cuando se acentúa
la multiplicidad de
normas y se da excesiva importancia al cumplimiento externo.
La última acusación
se refiere a la vanidad y está íntimamente unida a
las anteriores. Quien cumple o cree cumplir bien las leyes
puede dejarse
tentar por el veneno sutil de la vanidad que seca de raíz la
bondad de su
esfuerzo.
De ahí el contraste
frontal que Jesús propone como conducta a sus
seguidores, sobre todo a quienes tienen funciones de guía en
la comunidad.
"Vosotros en cambio..."
Es peligroso y debe
ser evitado en la comunidad el uso de ciertos títulos
que falsean el concepto de la función que pretenden designar
y tienden a
colocar a la persona por encima de los demás. Podríamos
decir que el único
título legitimado por el evangelio es el de hermano y el único
concepto para
entender la autoridad es el de servicio.
"No llaméis padre a
nadie"
Lo que Jesús
recomienda expresamente a sus seguidores había sido
practicado ya por Él desde los años de su adolescencia. El término
"padre"
en boca de Jesús abarca un contenido tan grande que es
imposible atribuírselo
a nadie sobre la tierra. Sólo Dios es padre. Esto no
significa negar, sino
dar todo su valor a las relaciones humanas de paternidad y
de filiación.
Resumimos aquí unas
páginas de R. Laurentin en su libro Les évangiles de
l'enfance du Christ. En el episodio de Jesús en el templo
podemos
preguntarnos qué es lo que sus padres no entendieron. "Jesús
contestó: ¿Por
qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tenía que estar en la
casa de mi Padre?
Ellos no comprendieron lo que quería decir" (Lc
2,49-50).
Lo que María
"no entendió" no es ciertamente la filiación divina de
Jesús, puesto que se le había revelado desde el principio,
en el momento de
la encarnación. En las palabras de Jesús hay tres aspectos
que en aquel
momento pueden escapar a la comprensión de sus padres.
Está en primer
lugar el juego de palabras en torno al término "padre". En
su pregunta María usa la palabra "padre" refiriéndose
a José. "Mira con qué
angustia te buscábamos tu padre y yo" (Lc 2,48). Jesús
responde usando el
mismo término, pero refiriéndose a otro "padre".
Ese empleo del mismo término
pero con un significado totalmente distinto es lo que crea
el desconcierto
en María y José. El texto nos es tan familiar que quizá no
advirtamos la
dificultad de comprensión para quien se acerca a él
desprevenido. Si
quisiéramos explicitar el contenido de la respuesta de Jesús
para hacerlo
comprensible de forma inmediata tendríamos que usar una fórmula
parecida a
ésta: José es sólo mi padre de la tierra. Yo tengo que
obedecer a mi Padre
del cielo. Como este templo es su casa, es en él donde yo
tengo que vivir y
no en la casa de Nazaret.
En el evangelio hay
muchos otros juegos de palabras que Jesús emplea y
que hay que saber entender para captar el contenido del
mensaje. Así, por
ejemplo, las expresiones "Cuidado con la levadura del
pan de los fariseos"
(Mt 16,6), "Destruid este templo y en tres días lo
levantaré" (Jn 2,19).
Detrás de los términos "levadura" y
"templo" hay que entender otras
realidades.
Volviendo a las
palabras de Jesús en el templo cuando tenía 12 años, hay
otros aspectos "incomprensibles" para sus padres. Jesús
dice que Él tiene que
estar "en la casa de su Padre", es decir en el
templo de Jerusalén y, sin
embargo, baja a Nazaret. Esta vuelta, aparentemente
contradictoria,
manifiesta que el gesto momentáneo de Jesús tiene un alcance
trascendente,
profético. Lo que dice se refiere a un futuro. Hacía falta
que pasara el
tiempo para entenderlo. La palabra de Jesús anuncia ya su
vuelta al Padre que
cumplirá con su muerte (Cf. Lc 23,46). Eso es lo que María
no podía compren-
der antes de verlo realizado (Cf. Lc 2,50).
No creemos
arbitrario el acercamiento de la respuesta de Jesús sobre su
Padre del cielo al texto que leemos hoy en el evangelio. En
realidad nos pone
de manifiesto cómo lo que es experiencia personal suya se
convierte en algo
que comparte con todos lo que quieren seguirlo.
Padre nuestro, que estás en los cielos,
te bendecimos por Jesús, tu Hijo,
con quien podemos compartir la filiación
divina
gracias al Espíritu Santo que se nos ha
dado.
Enséñanos a descubrir
en quienes nos guían y en quienes tienen la
autoridad
tu rostro de Padre.
Danos la sabiduría de obedecer con humildad
y de no confundir el servicio que prestan
con sus méritos y cualidades personales.
Hermanos
En contraste con el
modo de actuar de algunos fariseos, el evangelista
pone en boca de Jesús algunas prescripciones de primera
importancia para la
construcción de la comunidad mesiánica que hacen eco a otros
pasajes del
mismo Mateo, en particular al sermón de la montaña.
"Todos
vosotros sois hermanos", dice Jesús. Es la razón por la que deben
aborrecerse todos los otros títulos entre sus discípulos. La
condición de
"hermano" subraya sobre todo la igualdad. Igualdad
de dignidad entre todos
los bautizados que el Concilio Vaticano II ha puesto en
evidencia para la
Iglesia de nuestro tiempo cuando ha colocado el ministerio
jerárquico no por
encima ni fuera, sino en el interior mismo del pueblo de
Dios, como una
función necesaria y permanente.
Desde esta
perspectiva plenamente evangélica, el título de "hermano" es
el que corresponde más radicalmente a la verdad. Los
primeros cristianos lo
usaban comúnmente para su trato recíproco y así se ha
mantenido en varios
grupos de la Iglesia y fuera de ella.
A primera vista
llamarse "hermano" parece lo más fácil, pero comporta,
sin duda, un gran compromiso de vida. Hermano quiere decir
igualdad, común
dignidad, pero también profunda comunión de origen, de relación,
de destino.
La fraternidad, dato esencial de la naturaleza humana y de
la gracia
bautismal, es también una llamada radical que compromete:
amar al otro como
a uno mismo.
Llamarse hermano es
también una invitación a la humildad. "Los nombres de
dignidad inspiran y exigen respeto, pero el nombre de
hermano solamente
comunica sencillez, bondad y caridad. Es el nombre que
Jesucristo ha escogido
para sí mismo cuando quiso expresarnos con una sola palabra
su inmensa bondad
y su amor. "Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea;
allí me verán"
H. Gabriel Taborin Nuevo Guía p. 73.
En el contexto del
ejercicio de la autoridad doctrinal y de la guía
espiritual en que está colocado el evangelio de hoy, la
insistencia de Jesús
sobre la fraternidad que debe unir a sus seguidores
clarifica también el
papel de quienes están llamados a ejercer un ministerio en
la comunidad.
Quien es llamado a hacer de "padre", de
"maestro", etc, debe sentirse y ser
aceptado ante todo como hermano. Sólo desde esa plataforma
podrá interpretar
y vivir su función de modo que respete la libertad de los
hijos de Dios y
construya la comunidad.
TEODORO
BERZAL.hsf
No hay comentarios:
Publicar un comentario