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de noviembre de 2015 - XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B
"Entonces verán venir a este Hombre sobre las nubes"
-Dn
12,1-3
-Sal
15
-Heb
10,11-14. 18
Marcos 13,24-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
En aquellos días, después de una gran
tribulación, el sol se hará
tinieblas,
la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los
ejércitos
celestes temblarán.
Entonces ver n venir al Hijo del
hombre sobre las nubes con gran poder
y
majestad; enviar a los Ángeles para reunir a sus elegidos de los
cuatro
vientos,
del extremo de la tierra al extremo del cielo.
Aprended lo que os enseña la higuera:
Cuando las ramas se ponen tiernas
y
brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis
vosotros
suceder esto, sabed que Él está cerca, a la puerta. Os aseguro que
no
pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra
pasarán,
mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los
Ángeles
del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.
Comentario
Al final del año litúrgico la Iglesia nos
invita a levantar la mirada
y
contemplar los tiempos últimos, el día glorioso de la venida del Señor. El
mundo
camina hacia su plenitud en el Reino de Dios, por ello el mensaje que
se
desprende de la Palabra en este domingo es un mensaje de esperanza.
Ya la primera lectura, ambientada en un
período difícil de la historia
de
Israel, quiere transmitir esperanza. Durante la persecución de Antíoco
Epífanes,
Daniel recibe una visión y en ella se anuncia que "muchos de los
que
duermen en el polvo despertarán; unos para vida eterna, otros para
ignominia
perpetua" (Dn 12,2). Es una de las pocas veces que en el Antiguo
Testamento
se habla claramente de la resurrección de los muertos. Esta se
anuncia
de forma limitada sólo a los mártires de la persecución, pero prepara
ya
la revelación plena hecha por Cristo.
En el evangelio de Marcos, como en
general en todo el Nuevo Testamento,
la
revelación sobre el fin del mundo no se caracteriza por dar muchos
detalles,
sino por su concentración cristológica. La esperanza y el futuro
del
hombre están cifrados en la venida de Cristo. Cuando ‚l aparezca,
"enviar
a sus Ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos"
(13,27).
Es esa reunión universal, en la que Cristo se
manifestar a todos
inconfundiblemente
como Mesías y en la que aparecer lo que hay en el fondo
del
corazón de cada hombre, lo que ocupa el centro de la atención del
evangelista.
No se trata, pues, de satisfacer la curiosidad humana sobre el
cuándo,
el dónde y, menos aún, sobre los fenómenos celestes que acompañarán
la
venida del hijo del hombre.
Lo importante es saber vivir en el tiempo
aferrándose únicamente a las
palabras
de Jesús, que llevan a dar testimonio de la propia fe, incluso en
circunstancias
difíciles, y a mantenerse vigilantes. Son esas actitudes el
mejor
antídoto contra la tentación de la desesperanza, que lleva a buscar
atajos
falsos en el camino o a huir de las propias responsabilidades.
El tiempo de Nazaret
Hay un fuerte contraste en los evangelios
entre las narraciones de la
infancia
de Jesús y los discursos escatológicos. En las primeras vemos al
niño
y adolescente en la fragilidad de la condición humana, en los segundos
aparece
"con gran fuerza y majestad" (Mc 13,27). Pero además sentimos que los
acontecimientos
relativos a la familia de Nazaret pertenecen a nuestra histo-
ria,
nos son familiares. Mientras que los que leemos hoy en el evangelio
escapan
a nuestros par metros normales de comprensión, se sitúan más allá de
nuestro
espacio y de nuestro tiempo, no encontramos fácilmente puntos de
referencia
para orientarnos.
Pero si miramos con atención el tiempo de
la vida de Jesús en Nazaret,
podemos
decir también que era un tiempo último. Los acontecimientos empezaron
a
precipitarse poco después de su salida de Nazaret hasta que se produjo el
signo
definitivo de su muerte y resurrección.
También en Nazaret se estaban poniendo
tiernos los ramos de la higuera
y
estaban brotando las yemas en una primavera que anunciaba un verano ya a
las
puertas. En la familia de Nazaret se vivió esa sensación de que, con la
llegada
de Jesús, el tiempo estaba preñado de un misterio que no se acierta
a
comprender, que supera el normal decurso de la historia. "Cuando llegó el
momento
culminante, envió Dios a su hijo nacido de mujer" (Gal 4,4). Pero el
evangelio
de Lucas dice en el episodio del templo: "El les contestó: ¿Por qué
me
buscabais? ¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre?
Ellos
no comprendieron lo que quería decir" (2,50-51).
María y José‚ se quedaron en su interior
con el misterio que escondían
esas
palabras y vivieron durante muchos años sin saber el cómo y el cuándo.
Se
supone incluso que José‚ murió si ver la realización de aquello que se
anunciaba.
Lo importante es saber vivir en el tiempo
con esa actitud interior de
atención,
de discernimiento, de apertura y responsabilidad que vemos en María
y
José‚. Si nos atenemos al evangelio, en los años de la vida de Jesús en
Nazaret
no sucedió nada digno de ser contado. Como para decirnos a nosotros,
hombres
de hoy que amamos tanto lo sensacional y los grandes acontecimientos,
que
lo verdaderamente importante y definitivo, como fue la manifestación del
Hijo
de Dios en la historia, se vive y se prepara en el silencio de cada día.
En Nazaret tenemos un camino para vivir
este tiempo de esperanza que
es
el nuestro, mientras preparamos la manifestación gloriosa del Hijo del
Hombre
que se producir en su segunda venida
Señor Dios
nuestro, Dios de los vivos, Padre bueno,
tú tejes en
secreto en el curso de la historia
la manifestación
gloriosa de Cristo.
Danos tu
Espíritu Santo
para que sepamos
discernir los signos de los tiempos
y sepamos vivir
el momento que ahora nos es dado,
pero abiertos a
la esperanza en el futuro.
Ilumina nuestro
camino
para que sepamos
dar nuestro testimonio
y llegar un día
a cantar tu alabanza con María y José‚
y todos los que
nos han precedido
y duermen el
sueño de la paz.
Vivir nuestro tiempo
"Cuidado que nadie os
extravíe". "Vosotros andaos con cuidado".
Aprended
de esta comparación con la higuera" (Mc 13). El discurso
escatológico
de Jesús está lleno de frases exhortativas que invitan a la
atención
y al discernimiento del tiempo que estamos viviendo.
El anuncio de los tiempos últimos, de lo
que acontecer cuando venga
por
segunda vez el Hijo del Hombre, nos invita a dilatar nuestra mirada, a
no
perdernos entre la muchas indicaciones a corto plazo que continuamente
recibimos
sobre el sentido de nuestra vida, de nuestra comunidad, de las
actividades
que llevamos a cabo.
Desde las perspectivas amplias del gran
discernimiento final que se
llevar
a cabo en "el día del Señor", recibimos una invitación apremiante a
detenernos
y preguntarnos por el sentido último de nuestra vida y de lo que
llevamos
entre manos.
Tampoco se trata de perderse en
idealismos abstractos, ni de huir de
la
realidad actual. Al contrario, la Palabra de Dios, leída hoy en Nazaret,
nos
lleva a esa actitud vigilante de atención y escucha para escrutar lo que
aún
no se ve pero ya se esta fraguando. Y esto no para llegar antes o ser m s
listos
que los otros, sino para mantenernos abierto a lo que Dios mimo nos
prepara
y para poder responderle adecuadamente.
"El día del Señor" nos
sorprender siempre. Ningún esfuerzo humano es
capaz
de adivinar el cuándo y el cómo acontecer, pero es muy distinto vivir
nuestro
tiempo con ese sentido cristiano de apertura al futuro, que da todo
su
peso al presente, a vivirlo aturdidos por mil preocupaciones que no llevan
a
ningún sitio o en una angustia que impide la paz interior.
TB.hsf
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